La Haye en Turena, Francia 1596, Estocolmo, Suecia 1650. Biografía Nace en 1596, en el seno de una familia acomodada. Su padre ocupa un alto cargo en el parlamento de Bretaña (noroeste de Francia). Su medio es el de la pequeña nobleza. Muere su madre en 1597. Ingresa al colegio de La Flèche en 1604. En 1616 obtiene la licenciatura en derecho en Poitiers. Vida especulativa. Durante los años 1620 – 1625 lleva una vida viajera por Francia, Alemania, Suiza e Italia. Entre los años 1625 – 1629 establece su residencia en París, donde dedica largas temporadas al ocio mezcladas con desapariciones del ámbito público, que le sirven para meditar y estudiar. Desde 1629 permanecerá interrumpidamente en Holanda. Alude como motivo de su exilio voluntario la “búsqueda de tranquilidad”. Vida literaria. En 1633, luego de la condena de Galileo por la Inquisición renuncia a publicar parte de su obra (física). En 1637 publica el Discurso del método como prólogo a tres ensayos: la Dióptrica, los Meteoros y la Geometría. En 1640 muere su padre, cuya herencia le permite mejorar aún más su cómoda situación económica. En 1641 publica las Meditaciones metafísicas, una obra que se enmarca contra el método aristotélico-tomista (Escolástica). En 1643 Voetius consigue que el consejo de Utrech condene a Descartes, pero sus amigos logran que el príncipe de Orange detenga la persecución. Ocaso En 1644 publica Los principios de la Filosofía, dedicados a la princesa Isabel de Bohemia. En 1647 se reconcilia con Gassendi, el gran filósofo libertino. En 1649 aparece el tratado de Las pasiones del alma. Ese mismo año es invitado por la reina Cristina de Suecia a pasar una temporada en su castillo, para que sea su preceptor. Tras una estancia desapacible y no enteramente satisfactoria, fallece en Estocolmo el 11 de febrero de neumonía. Meditaciones metafísicas Las Meditaciones metafísicas comienzan, por lo menos simbólicamente, una noche de noviembre de 1619 con un raro episodio esotérico. Sueño interpretado por el autor como una auténtica revelación. Vivió muy existencialmente la crisis de su época, con la concerniente destrucción del sistema filosófico precedente (la Escolástica). El debate del que se hace cargo el pensamiento de Descartes es el de la lucha entre el escepticismo y la filosofía. Para esto decide emprender la construcción de un sistema nuevo que responda y tenga en cuenta los renovados ataques de los escépticos. Fin de la obra Su obra es conservadora respecto de los fines de la Escolástica. Considera que la filosofía debe imitar el método matemático (de las ideas claras y distintas) un sistema de certezas irrefutable. Propone un modelo único y universal de conocimiento. Reduce el mundo a un mero mecanismo cuyo único atributo es la extensión (res extensa). Dominar la naturaleza y convertirla en sierva del hombre. ¿Qué son las Meditaciones? Una meditación no es un discurso, ni un diálogo, ni un tratado y tampoco una crítica. Una meditación es una forma de ensimismamiento que busca separar la conciencia del mundo, por lo tanto no es un diálogo con otro ser humano, ni el resultado de la contemplación del mundo. Se deja de lado el comercio con los sentidos y con las opiniones del resto (una epojé). Este procedimiento recuerda a un itinerario religioso o místico; un examen de conciencia previo a la confesión que el católico debe hacer para encontrar la verdad. Objeto de la búsqueda La certeza inicial que es la base de todo el edificio de su teoría, lo constituye el famoso cogito, al que Descartes llega meditando. Se llega al cogito a través de la duda metódica radical, que es, se supone, una certeza clara y distinta, libre de prejuicios. El camino para llegar a esa certeza es una solitaria abstracción de la conciencia consigo misma. De esta forma, el saber se establece sólo sobre demostraciones y nunca sobre supuestos arbitrarios. Metodología Todo lo afirmado aquí debe ser probado y de no ser así, debe ser desechado (escepticismo metodológico). Si partimos de la duda descartable y sólo construimos en base a certezas innegables, el edificio del saber no tendrá grietas y será indestructible pudiendo ser propuesto de una vez por todas. Conclusión: La duda total produce la certeza total. La conciencia El punto de partida no puede ser otro que la propia conciencia, esa conciencia que debate consigo misma. Sólo ella puede conocerse inmediatamente. En este sentido, son lo mismo el objeto que el sujeto de conocimiento. La intuición es inmediata, por lo tanto, la certeza es absoluta. La dificultad de este punto de partida es superar el solipsismo de la conciencia, es decir, poder llegar a confirmar que existe el mundo exterior. El Yo sólo se concibe clara y distintamente como pensante (res cogitans). Dios Como el mundo no es una tautología ni algo evidentemente necesario, Descartes sólo puede demostrar su existencia a través de un Dios benigno. Un Dios que no pueda engañarnos, pues el engaño, repugnaría a su suprema bondad. Dios como garante de la existencia del mundo. Dios rompe así con el solipsismo de la conciencia, ese intimismo cartesiano de las comprobaciones. ¿Qué demuestran las Meditaciones? Las Meditaciones parten de la duda radical para demostrar la existencia de tres substancias: el Yo, Dios y el Mundo. Lo novedoso no es el contenido demostrado, sino el camino recorrido. Mediante la claridad y la distinción (del modelo matemático) se puede llegar a conocer algo con total firmeza. Si esto es así, entonces se puede afirmar que la realidad puede ser conocida racionalmente. Conclusiones Si el Yo es una cosa pensante, entonces es una cosa que duda, que conoce, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también, y que siente. El mundo sólo se aprehende clara y distintamente como extensión. Estos dos planos, el de la conciencia y el de la extensión, están radicalmente separados y son totalmente distintos (un dualismo radical entre conciencia y mundo). Consecuencias La metafísica cartesiana desemboca en un espiritualismo radical en psicología y un mecanicismo radical en la física. Al separar radicalmente consciencia y mundo, Descartes hace incomprensible su relación. El resto de la filosofía moderna se debatirá en cómo solucionar este problema. Aristas Inclinación a la desconfianza, lo cual constituye el alejamiento de una perspectiva ingenua o “natural” de la existencia del mundo (debe ser probado). Descartes remarca nuestra propensión a equivocarnos. La utilidad de viajar para ensanchar nuestro juicio y nuestro conocimiento del mundo. Alejarse de los estudios formales para incursionar en el mundo (verdad como acción). Analizar todo con la fuerza de la propia razón. Las reglas que deben conducir al Espíritu Primera: No admitir cosa alguna como verdadera si no se la conoce evidentemente como tal (evitar la precipitación y promover la prevención). Segunda: Dividir las dificultades a examinar en tantas parcelas como sea posible para resolverlas más fácilmente (análisis) Tercera: Conducir en orden las reflexiones comenzando por los objetos más simples y más fáciles de aprender, hasta el conocimiento más complejo (ir de lo simple a lo complejo) Cuarta: Tomar como modelo las matemáticas para alcanzar razones ciertas y evidentes. La sospecha Las meditaciones metafísicas comienzan con una declaración a modo de confesión en donde Descartes señala: “advertí que, desde mi niñez, había recibido como verdaderas muchas opiniones falsas (…) debía por lo tanto, emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las opiniones adoptadas hasta entonces en mis creencias…” (p.57) Me será, señala el autor, suficiente el más mínimo motivo de duda para rechazar tal principio. Los sentidos Descartes, comenzará por poner en tela de juicio la relación que tienen los sentidos con el mundo exterior, señalando que: “Todo lo que hasta hoy he recibido como lo más verdadero y seguro, lo he tomado de los sentidos, (…) he experimentado que esos mismo sentidos me engañaban, y es prudente no fiarse nunca enteramente de quienes alguna vez han engañado.” (p. 58) Sin embargo, existen probablemente muchas cosas de las cuales no se puede dudar razonablemente, como por ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, vestido con bata, sosteniendo este papel en mis manos.” (p. 58) El sueño Descartes señala que debido a su misma constitución de hombre, tiene la costumbre de dormir y por lo tanto de soñar, vale decir, representarse en sueños las mismas cosas que cree ver y percibir en vigilia: “(…) lo que me ocurre en sueños no parece tan claro ni tan distinto como todo esto. Pero, pensándolo cuidadosamente, recuerdo haber sido a menudo engañado mientras dormía por ilusiones similares.” (p. 59) “(…) no hay indicios concluyentes ni pruebas suficientemente certeras por las cuales pueda distinguir claramente el estado del sueño del de vigilia, (…) hay que reconocer al menos que las cosas que nos son representadas en sueños son como cuadros y pinturas que no pueden ser formadas más que a semejanza de algo real y verdadero.” (p. 59). Las matemáticas Pero señalará Descartes: “(…) la aritmética, la geometría no tratan sino de cosas simples y generales, sin ocuparse mucho de si estás se encuentran o no en la naturaleza, contienen algo de cierto e indubitable. Pues esté yo dormido o despierto, dos y tres sumarán siempre cinco, y el cuadrado no tendrá más que cuatro lados.” (p. 61) El genio maligno “Supondré, entonces, que hay no un verdadero Dios que es soberana fuente de verdad, sino un cierto genio maligno, no menos pícaro y engañador que poderoso que ha empleado toda su industria en engañarme. Pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las cosas exteriores que vemos no son más que ilusiones y engañifas de las que se sirve para sorprender mi credulidad. Me consideraré a mí mismo sin manos, sin ojos, sin carne, sin sangre, sin sentido alguno, pero creyendo falsamente tener todas estas cosas.” (p. 63) El camino de la certeza “Supongo, entonces, que todas las cosa que veo son falsas; me persuado de que nada de lo que mi memoria llena de mentiras me representa ha existido jamás; pienso que carezco de sentidos; creo que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar no son sino ficciones del espíritu. ¿Qué podré, entonces, tener por verdadero?”(…) ¿no me he persuadido entonces también de que no existo? De ninguna manera; si me he persuadido o, simplemente, si he pensado algo, es que era. Pero hay un no sé qué engañador muy poderoso y astuto que emplea toda su industria en engañarme siempre. Mas si me engaña, no hay duda entonces de que soy; y puede engañarme cuanto quiera que jamás podrá hacer que no sea nada mientras yo piense ser algo.” (p. 66) La proposición yo soy, yo existo es necesariamente verdadera. El cuerpo Entiendo por cuerpo dirá Descartes: “(…) todo lo que puede estar delimitado por alguna figura, estar situado en algún lugar, y llenar un espacio de tal suerte que cualquier otro cuerpo quede excluido.” (p. 68). Dios “Debo examinar si hay un Dios, y si encuentro que hay uno, debo también examinar si puede ser engañador; pues sin el conocimiento de estas dos verdades, no veo cómo podré estar yo seguro de cosa alguna.” (p. 81) La idea de Dios: “eterno, infinito, inmutable, omnisciente, omnipotente y creador universal de todas las cosas que están fuera de él, está idea digo, tiene ciertamente más realidad objetiva en sí que aquellas por las cuales las substancias finitas me son representadas.” (p. 85) La idea de perfección “Y síguese de aquí no sólo que la nada no podría producir cosa alguna, sino también que lo que es más perfecto, es decir, lo que contiene en sí más realidad, no puede ser un efecto y una dependencia de lo menos perfecto.” (p. 85) “Ahora bien, tan grande y eminentes son sus atributos que, cuando más detenidamente las considero, menos me persuado de que esa idea haya podido venir sólo de mí. Y por lo tanto, necesariamente hay que concluir de todo lo dicho anteriormente que Dios existe; pues aunque la idea de la substancia esté en mí, pues yo mismo soy una substancia, no podría tener la idea de una substancia infinita, yo que soy un ser finito, si no hubiese sido puesta en mí por alguna substancia que de verdad fuese infinita.” (p. 91)