EL USO LINGÜÍSTICO Todos hablamos inevitablemente de acuerdo con el uso o la norma lingüística de la comunidad a la que pertenecemos.
Desde el punto de vista referencia, todos los
hablantes se comunican eficazmente. Los hablantes se autorregulan para establecer una comunicación eficaz. El problema de la corrección idiomática no está, pues, en la función referencial de los signos. Por razones sociales otorgamos prestigio a un determinado grupo de personas y deseamos parecernos a ellas y hablar como ellas.
El problema de la aceptación social del uso
lingüístico es de tipo sintomático. La crítica de los llamados barbarismos se inscribe precisamente en ese marco: quienes se dedican a eso intentan imponer el uso lingüístico de un solo grupo social, generacional y geográfico, como si la lengua española no se hablara dentro de un ámbito tan dilatado. Las formas consideradas incorrectas no lo son, porque sean universalmente condenadas o incomprensibles, algunas formas “incorrectas” podrían ser más claras o más simples que las “correctas” correspondientes. Es un problema de aceptabilidad en ciertas clases sociales, en las clases que son socialmente dominantes y que imponen sus modas a las otras. El hecho de que una forma sea aceptada o rechazada no depende de su valor inherente ni de que se apruebe oficialmente, sino puramente del hecho de que a los usuarios les guste o no. Nadie puede escapar del síntoma lingüístico ya que, por una parte, pertenecemos a un grupo social y, por otra, no tenemos conciencia de todas las reglas y de todos los elementos lingüísticos que utilizamos al hablar. La norma panhispánica sólo puede constituirse con base en la contribución de todos los países hispánicos y, dentro de cada país, mediante la colaboración de todos sus grupos sociales.
Para que todos aceptemos y consideremos
como propia la norma panhispánica, ésta debe reflejar el uso de todos los hispanohablantes: debe ser una norma que represente el uso general y no el de una minoría.