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CR 1 de 43

INTRODUCCIÓN, 1

La cristología es una parte de la teolo-


gía que trata sobre Cristo. Estudia a
Jesucristo como el Verbo encarnado
e Hijo de Dios, y a Jesús como nuestro
salvador y redentor, tal como nos lo
propone la fe de la Iglesia.

El misterio de Cristo, que se refiere a su persona y a su obra de


salvación, anuda y resume todos los artículos de la fe: los que se
refieren a la Trinidad, pues Él es Dios, el Hijo del Padre, y nos
revela la Trinidad; y los que se refieren a los designios y obras de
Dios, pues Él ha realizado el plan de su voluntad salvífica.
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INTRODUCCIÓN, 2

Mediante los métodos propios de la historia podemos llegar a


conocer cada vez mejor la realidad visible de la vida de Jesús.
Pero únicamente mediante la Revelación divina y la fe podemos
trascender lo externo y llegar a conocer quién es Él verdadera-
mente: “nadie conoce al Hijo sino el Padre” (Mt 11, 27); “nadie
puede venir a mí si no le atrae el Padre que me ha enviado”
(Jn 6, 44).

Jesucristo, mediador y plenitud de toda la Re-


velación, no es un mito: es Dios hecho hombre
que vivió en un contexto histórico concreto, y
los acontecimientos de su vida fueron reales y
comprobables. Pero hace falta un conocimiento
amoroso de Cristo hasta hacernos semejantes a
Él (cfr. CCE 428-429).
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INTRODUCCIÓN, 3

Desde finales del siglo XVIII (Ilustración), surge la búsqueda de


reconstruir la vida de Jesús con una metodología histórica prescin-
diendo de lo que no tiene una explicación racional. Cristo fue un
simple hombre: desechar como mito todo lo milagroso.

En el siglo XIX, el protestantismo liberal también intentó llegar


al “verdadero” Jesús, sólo hombre, contando únicamente con la
razón y la ciencia histórica positiva. Se podría conocer muy poco
del “Jesús histórico”.

Siglo XX: para Rudolf Bultmann la fe en Jesús fue desarrollán-


dose por un proceso de mitificación. Habría que estudiar la histo-
ria de las formas literarias de los Evangelios y después desmiti-
ficar el camino que la fe habría recorrido. Autores posteriores:
nuevas aportaciones de la lingüística. Se llega a un Jesús “judío”,
taumaturgo, maestro, revolucionario, o profeta escatológico.
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INTRODUCCIÓN, 4

Los prejuicios racionalistas excluyen de


entrada como imposible que Jesucristo
sea Dios o la realidad de los milagros.
Esta actitud resulta incompatible con
la sincera búsqueda de la verdad. La
distinción entre el “Jesús histórico” y
el “Cristo de la fe” es una distinción de
graves consecuencias.

El mismo nombre de “Jesucristo”, con el que le denominaron desde


los comienzos, confiesa que “Jesús”, el Hijo único de Dios que vivió
en Nazaret, es el “Cristo”, el de la fe. La actitud principal de la pri-
mera tradición cristiana fue la de conservar fielmente el recuerdo de
las palabras y obras de Jesús.
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INTRODUCCIÓN, 5

El punto de partida de la cristología (teología) es la fe. El depósito


de la fe se ha transmitido de dos modos: la Sagrada Escritura y la
Tradición. Y “el oficio de interpretar auténticamente la palabra de
Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magiste-
rio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesu-
cristo” (Dei Verbum 10).

Las ciencias humanas (historia, arqueología, filolo-


gía, etc.) tienen su valor (conocer mejor las condi-
ciones históricas de la cultura del ambiente de Jesús,
los géneros literarios, la composición de los Evange-
lios, etc.), siempre que se apliquen de modo científi-
co y con rectitud, y no estén viciadas por determi-
nadas ideas filosóficas. Ese Jesús que la historia in-
vestiga no es un simple hombre, es el Hijo de Dios.
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VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 1

El fin de la Encarnación es la salva-


ción de los hombres: el Hijo de Dios
vino “para que el mundo se salve por
Él” (Jn 3, 17), “para ser salvador del
mundo”(1 Jn 4, 14).

Credo: “por nosotros los hombres y


por nuestra salvación bajó del cielo,
y por obra del Espíritu Santo se en-
carnó de María la Virgen y se hizo
hombre”.
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VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 2

La salvación del hombre comprende dos aspectos unidos: la libera-


ción del pecado y la comunicación de la vida divina.

CCE 457: “El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos


con Dios”.

CCE 458: “Se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor
de Dios”.

CCE 459: “Se encarnó para ser nuestro


modelo de santidad”.

CCE 460: “Se encarnó para hacernos


‘partícipes de la naturaleza divina’
(2 P 1, 4)”.
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VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 3

El hombre, con sus solas fuerzas, no puede al-


canzar la salvación. Después del pecado origi-
nal, todos los hombres habían quedado privados
de la gloria de Dios, de la amistad de Dios, y
esclavos del pecado. Nadie puede ser justificado
sino por la gracia de Jesucristo.

La Encarnación es obra del amor y de la misericordia de Dios. La


decisión de Dios de salvarnos es absolutamente libre y gratuita.

La venida del Hijo de Dios al mundo no era necesaria para la


salvación del hombre.

El nombre de Jesús quiere decir en hebreo “Dios salva” o “Salvador”.


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VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 4

Promesas del Redentor: 1) protoevangelio (Gn 3, 15); 2) promesa a


Abraham (Gn 12) de darle una tierra y hacerle padre de un gran
pueblo y que por su descendencia serían bendecidas todas las nacio-
nes de la tierra; 3) confirmación y renovación de la promesa con dis-
tintos elegidos, concretando la ascendencia del Mesías: descendiente
de Jacob, de la tribu de Judá, de la familia de David.

Profecías sobre el Mesías rey: 1) será hijo


de David y su reino no tendrá fin (Natán:
2 Sam 7, 12-16); 2) especial filiación divina
(Salmo 2); 3) nacerá de una virgen y se lla-
mará Emmanuel, que significa “Dios con
nosotros” (Is 7, 14).
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VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 5

Profecías sobre el Mesías rey y profeta: Moisés,


tipo y figura de todos los profetas. Dt 18, 15-19:
Dios enviará “otro profeta” como Moisés que
enseñará y guiará a su pueblo. Is 61, 1-2: el Me-
sías será ungido por Dios con el espíritu de los
profetas para anunciar la salvación a los hombres.

Profecías sobre el Mesías rey y sacerdote: Salmo 109 (110): el Sal-


vador será a la vez rey y sacerdote. Pero su sacerdocio no es el leví-
tico. Figura de Cristo: Melquisedec, rey-sacerdote (cfr. Heb 7, 3).

Profecías sobre el sacrificio de Cristo: Is 42, 49, 50, 52: cantos sobre
el “Siervo de Yahvéh”; Salmo 21 (22). “Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?”.
“Hijo del hombre”: Dan 7: restaura el reino mesiánico.
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VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 6

El nombre de Mesías proviene del hebreo “mashiah”


que significa “ungido”. Fue traducido al griego por
“christós” y latinizado en “christus”. Originalmente
se aplicaba al rey de Israel, ungido con aceite en su
investidura. Aplicado a David y a su dinastía. Tam-
bién a los consagrados para una misión recibida de
Dios (sacerdotes y excepcionalmente profetas).

El Mesías “que Dios enviaría para instaurar definitivamente su


Reino (...) debía ser ungido por el Espíritu del Señor a la vez
como rey y sacerdote (cfr. Za 4, 14; 6, 13), pero también como
profeta (cfr. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza
mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y
rey” (CCE 436).
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VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 7

La Encarnación da sentido a toda la historia. Cristo es el funda-


mento de toda la historia anterior, que tiene valor salvífico sólo
por medio de Él y hacia Él se ordena. Así como también Cristo
es el fundamento de toda la historia posterior, que vive de la
gracia proveniente de su obra redentora.

Gaudium et spes 10: “Cree la Iglesia que la


clave, el centro y el fin de toda la historia
humana se halla en su Señor y Maestro”.

Cristo es el centro de la historia humana, no


en sentido cronológico, sino trascendente: es
“el alfa y la omega, el primero y el último,
el principio y el fin” (Ap 22, 13).
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REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 1

En el admirable plan de la donación que Dios


hace de sí mismo a la criatura, la Encarnación
es el acontecimiento central y culminante, y
María ha sido la colaboradora con su fe y con
su amor a la unión de Jesús con la humanidad.

La Encarnación es obra de la Trinidad. Se


realiza por el Espíritu Santo en comunión con
el Hijo.

María es verdaderamente Madre de Dios. “En efecto, aquél que ella


concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha he-
cho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo
eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad”
(CCE 495).
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REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 2

Realidad del cuerpo de Cristo


El docetismo (ya en el siglo I) considera que la materia es mala y,
en consecuencia, niega que Cristo tuviera un verdadero cuerpo
material. El cuerpo de Cristo sería sólo aparente: su nacimiento o
su pasión y muerte no fueron reales sino sólo ficticios e irreales.

NT: testimonia que Cristo fue hombre


verdadero, con un cuerpo real: descien-
de de David, fue concebido de María,
nació, se cansó, tuvo hambre y sed,
durmió, sufrió, derramó su sangre, mu-
rió, fue sepultado. Cuerpo de carne y
hueso, real y tangible.

Santos Padres: negar la realidad del cuerpo de Cristo es negar la


redención.
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REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 3

Realidad del alma de Cristo


Apolinar de Laodicea (siglo IV): la humanidad de Cristo estaría
compuesta solamente de carne y alma sensitiva. El Verbo asu-
miría la función de alma intelectiva y racional.

Santos Padres: sin alma (sin inteligencia ni


voluntad humanas), Cristo no habría redi-
mido al linaje humano, pues no fue sanado
lo que no fue asumido.

Apolinarismo condenado por el Papa San Dá-


maso y el Concilio Constantinopla I (381).

Verdadera naturaleza humana de Jesús: unión del alma y del cuerpo.


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REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 4

Jesucristo es perfecto Dios


Adopcionismo: Cristo no era una persona di-
vina, sino un hombre que recibió una “dyna-
mis” o fuerza divina en el Bautismo que lo
hace un hombre superior. No es Hijo de Dios
por naturaleza, sino sólo por adopción (ej.:
Pablo de Samosata, obispo de Antioquía, con-
denado y depuesto de su cargo en el año 268).

Arrio (256-336): Subordinacionismo extremo: Hijo creado de la


nada, criatura a través de la cual se hicieron las demás cosas. Conde-
nado en Nicea I (325): Cristo es “homousios”, consustancial al Padre.

Siglo XIX y XX: negación de la divinidad del “Jesús de la historia”.


Pío X condenó el modernismo (Enc. Pascendi, 1907).
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REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 5

NT: prerrogativas divinas de Jesús:


-Es superior a la Ley: señor del sábado (Mt 12, 1-8).
-Es superior a los profetas y reyes (Jonás y Salomón: Mt 12, 41-42).
- Perdona los pecados, poder exclusivo de Dios.
-Se equipara con Dios en la autoridad (“...Pero Yo os digo...”).
-Pide fe (Jn 14, 1) y amor por encima de todo (Mt 10, 37) que sólo
Dios puede exigir, y su aceptación es requisito para la salvación
(Mt 10, 32). Incluso pide que se entregue la vida por Él (Lc 17, 33).
NT: su preexistencia al mundo:
Jn 17, 5: “gloria que tuve junto a ti antes de que el mundo existiera”;
Col 1, 15-17: creador y conservador del mundo; muchos textos que
afirman que ha venido enviado por su Padre: viene “del cielo” (Jn 3,
13), “de lo alto” (Jn 8, 23); “ha salido de Dios Padre” (Jn 8, 42), etc..
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NT: igualdad de Jesús con el Padre:
Como el Padre actúa siempre, así Jesús da la
vida y la salud, incluso en sábado (Jn 5, 17).

Jn 8, 19: “Si me conocierais a mí conoceríais


también al Padre”; Jn 10, 38: “El Padre está
en mí, y yo en el Padre”; Jn 14, 9: “El que me
ha visto a mí ha visto al Padre”.

Jn 10, 30: “El Padre y yo somos una sola cosa”.


NT: afirmaciones explícitas y directas de su condición divina:
Prólogo del Evangelio de San Juan; Rom 9, 5 (“el cual es sobre todas
las cosas Dios bendito por los siglos”); Flp 2, 5-8 (“siendo de condi-
ción divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios...”); Tit 2, 13-14
(“esperamos la manifestación gloriosa del gran Dios (...) Jesucristo”).
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REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 7
“Hijo de Dios” en la Sagrada Escritura:
AT: título dado a los ángeles (Dt 32, 8), al pueblo elegido (Ex 4, 22),
y a sus reyes (2 Sam 7, 14). Significa entonces una relación particu-
lar entre Dios y su criatura. También cuando llama “hijo de Dios” al
Mesías (Salmo 2, 7) los judíos entendían que era un hombre singular-
mente bendecido por Dios, y no Hijo único de Dios por naturaleza.

NT: - Lo que vimos ya muestra que Jesús se declaraba


Hijo de Dios en cuanto verdadero Dios nacido del Pa-
dre: los judíos lo entendían así y querían matarle por
eso; - Jesús distingue: “mi Padre... vuestro Padre”
(Jn 20, 17); - Él es “hijo propio” (Rom 8, 3) y Unigé-
nito (Jn 3, 16. 18) del Padre; - Mt 11, 27: “Nadie co-
noce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre
sino el Hijo...”.
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UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 1

Nestorio (patriarca de Constantinopla, 428): María no sería Madre


de Dios porque en Jesús habría dos personas: una divina y otra hu-
mana, y María sería madre de la persona humana de Cristo. La
unión entre la naturaleza divina y la humana sería sólo una unión
moral entre dos sujetos. Identidad de voluntad, pero no se podría
decir que el Hijo de Dios nació de María, murió, etc..

Refutado por San Cirilo de Alejandría


y condenado por Éfeso (431). Unión
de las dos naturalezas de Cristo en la
Persona (hipóstasis) divina del Verbo,
única en Cristo. Por eso María es ver-
daderamente Madre de Dios: de Ella
nació el Verbo según la carne.
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UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 2

Monofisismo: Eutiques, superior de un mo-


nasterio de Constantinopla (s. V), afirma que
después de la Encarnación hay una sola natu-
raleza en Cristo, compuesta de la divina y la
humana, aunque la humana habría sido absor-
bida en la infinita persona del Hijo de Dios.

Condenado por San León Magno (440-461) y Calcedonia (451):


“Hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesu-
cristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; ver-
daderamente Dios y verdaderamente hombre (...). Se ha de recono-
cer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único del Padre, en dos
naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación.
(...) Quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas”.
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UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 3

Una hipóstasis o individuo es una substancia individual completa,


subsistente en sí misma, independiente en su ser de otros individuos.
=> Se llaman “personas” a las hipóstasis más dignas, los seres racio-
nales que son dueños de sus actos.

Naturaleza es la esencia en cuanto principio de operaciones (ej.:


la naturaleza de Pedro es su condición humana con sus facultades
propias por las que actúa como hombre).

La distinción entre una naturaleza y la


persona que la posee es una distinción
entre una parte y el todo. Ej.: Pedro es
la persona, el todo, y la naturaleza es
una parte de él que le especifica.
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UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 4

La unión de las dos naturalezas en Cristo es


una unión hipostática (en la persona). No
tiene semejanza con ninguna otra unión. La
conocemos por la fe.

La naturaleza humana de Cristo es íntegra y


perfecta, pero no es una persona humana, ni
es un sujeto distinto del Verbo.

Constantinopla II (553) “confesó a propósito de Cristo: ‘No hay más


que una sola hipóstasis (o persona) que es nuestro Señor Jesucristo,
uno de la Trinidad’. Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo
debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto, no
solamente los milagros sino también los sufrimientos y la misma
muerte” (CCE 468).
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UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 5

La Encarnación no supuso cambio alguno en el Hijo de Dios, que


es inmutable. Sólo hay cambio en la naturaleza humana que comien-
za a existir elevada inefablemente a la unión personal con el Verbo.

La Persona de Cristo no es causada por la unión de las dos naturale-


zas, sino que es eterna. Cristo no “es” o existe por su naturaleza hu-
mana, sino que por ella “es hombre”.

Cristo en cuanto hombre no es hijo adoptivo por la


gracia que tiene, pues su humanidad no constituye
ningún sujeto personal que pudiera ser hijo.

El Hijo de Dios (Persona) es Hijo de María, pues ha


nacido verdaderamente de Ella según su naturaleza
humana. Nacen personas, no naturalezas.
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UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 6

Para unos autores recientes la personalidad consis-


tiría en la apertura de la conciencia humana al ser
en general, al infinito, o sea a Dios. Pero entonces,
como en Cristo hay un centro de conciencia huma-
no referido a otro centro de conciencia divino, ha-
bría dos subjetividades en Él: una divina (Dios),
otra humana (Cristo). Jesús será un hombre en quien
tiene lugar la revelación suprema de Dios.

Esas teorías reducen la realidad de un ser a uno de sus actos: la per-


sona sería la simple conciencia de sí. Lo cual es un error, pues toda
operación vital -como lo es la conciencia- requiere un sujeto operan-
te, que es la persona. La persona no se identifica con su conciencia,
ni se constituye por ella: la persona es quien tiene esa conciencia de
sí.
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El Hijo de Dios ha hecho partícipe a la humanidad asumida de la


dignidad de su persona: al expresar el misterio de la Encarnación
se da una especie de comunicación de propiedades entre lo huma-
no y lo divino, que se llama “communicatio idiomatum”.

A la única persona de Cristo hay que atribuir tanto todas las pro-
piedades y acciones de su naturaleza divina como las de su natura-
leza humana (ej.: se puede decir “Dios ha nacido de María” o “ha
muerto por nosotros”).

No se puede atribuir a una naturaleza de Cristo


las propiedades y acciones de la otra (ej.: no se
puede decir que la divinidad ha nacido en el
tiempo). Sí se puede reduplicar: “Jesús, en cuan-
to Dios...”; “el Hijo de Dios, en cuanto hombre...”.
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LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 1

La humanidad de Cristo es el adecuado instrumento indisoluble-


mente unido al Verbo para la obra salvífica. Es un instrumento vivo
y racional, no inerte o pasivo.

Cuanto más unido se está con Dios, más se participa de su bondad


y más abundantes bienes se reciben. No hay unión más íntima con
Dios que la unión en una persona divina. De ahí que Cristo en su
humanidad esté lleno de los dones divinos: su naturaleza humana
pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la
ha asumido (cfr. CCE 470).

El Hijo de Dios no asumió aquellos defectos o li-


mitaciones que dificultarían la obra salvífica (peca-
do, ignorancia...). Sí asumió aquellas limitaciones
de nuestra naturaleza que sirven al fin de la Encar-
nación y que no son defecto moral (dolor...).
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LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 2

Santidad en el AT: alguien o algo es santo en sentido ontológico


en la medida que está unido a Dios, le pertenece, y está destinado
o consagrado a su servicio exclusivo (el Templo, el sábado, el
pueblo de Dios...). En el NT, esta noción se enriquece con la de
una participación en la vida divina por acción del Espíritu Santo
que transforma al hombre interiormente, lo diviniza, lo purifica
del pecado.

En sentido operativo y moral se dice que es santo


quien vive establemente la unión sobrenatural
con Dios por la fe y el amor.

Cristo es santo no sólo en cuanto Dios, sino tam-


bién en cuanto hombre.
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LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 3

Por la unión hipostática, la humanidad de Cristo


tiene la santidad infinita del Verbo. Así en cuanto
hombre, Cristo es santo porque su humanidad está
unida al Verbo y le pertenece. Ese don a la natura-
leza humana de Cristo se llama “gracia de unión”.

Cristo en cuanto hombre también es santo por la gracia habitual,


conveniente porque su humanidad no es santa por sí misma ni se ha
transformado en divina (distinción de las dos naturalezas). Llega a
ser divina y santa por participación. Cristo tiene plenitud de gra-
cia santificante porque la unión de su humanidad a Dios es la más
estrecha imaginable. Jesús poseía la gracia con toda la perfección
posible: con todos los efectos, virtudes, dones y operaciones que
ésta puede tener y alcanzar. Todas las gracias que tienen los hom-
bres provienen de Él. Esa plenitud se llama “gracia capital”.
CR 30 de 43 LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 4

La gracia diviniza al extiende a las potencias


alma en su esencia. del alma por las virtu-
Esta divinización se des sobrenaturales.

Cristo en cuanto hombre está plenamente divinizado por la gracia


habitual: por eso no podían faltarle las virtudes infusas en grado
máximo y perfecto. Pero no tuvo aquellas virtudes que suponen
en sí mismas alguna carencia o imperfección (fe: ya poseía la vi-
sión de Dios; esperanza: ya tenía la unión con Dios; penitencia: no
tuvo pecado).

A causa de su plenitud de gracia, Cristo poseía los dones del Espíri-


tu Santo en grado excelentísimo y eminente, y todos los carismas
que han tenido los hombres para alguna misión de edificación de los
demás (apóstoles, profetas, predicadores, doctores, pastores, etc.).
CR 31 de 43
LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 5

Jesús es santo también en sentido opera-


tivo y moral: completa identificación de
su voluntad humana con su voluntad di-
vina, en lo grande y en lo pequeño.

El Magisterio ha enseñado en varias ocasiones que Cristo no tuvo


pecado, es “semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (ej.:
Calcedonia, 451); y estuvo libre también del pecado original y del
“fomes peccati”, por lo que en Él la sensibilidad estaba siempre per-
fectamente subordinada a la razón (ej.: Constantinopla II, 553).
Cristo no sólo no tuvo pecado de hecho, sino que era impecable,
porque las acciones son de la persona. Si Cristo pudiera pecar,
sería Dios quien pecaría. Además Cristo gozaba de la visión de
Dios, que supone la imposibilidad de rechazar el Bien infinito.
CR 32 de 43
LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 6

Como Cristo tiene dos naturalezas perfectas, tiene dos modos de


conocer, uno infinito y divino y otro humano.
Conocimiento humano de Cristo
Gaudium et spes 22: El Hijo de Dios “trabajó con manos de hombre,
pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,
amó con corazón de hombre”.

Tuvo ciencia adquirida (parte de los sentidos y de


la experiencia), ciencia de visión (visión beatífica
propia de los bienaventurados: Jn 8, 38: “Yo digo
lo que veo en el Padre”) y ciencia infusa o proféti-
ca (proviene directamente de Dios por la comuni-
cación de algunas ideas a la mente humana).
CR 33 de 43
LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 7

La crítica histórica, el protestantismo liberal y el modernismo, han


sostenido que Jesús padecía error en cuanto a la fecha del fin del
mundo y en cuanto a la naturaleza de su mesianismo. Teorías
condenadas por San Pío X (Enc. Pascendi, 1907).

La existencia de un error en Cristo implicaría


que no es Dios, que no es la Verdad. No tuvo
ni error ni ignorancia.

Padres: Cristo no ignoraba la fecha del fin del


mundo, sino que ni quería ni debía revelarla.
=> CCE 474: “Lo que reconoce ignorar en este
campo (cfr. Mc 13, 32), declara en otro lugar no
tener misión de revelarlo (cfr. Hch 1, 7)”.
CR 34 de 43 LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 8

A partir del siglo XX, especial interés por la


conciencia que Jesús tenía de sí mismo: si se
sabía Hijo de Dios y Mesías. Unos autores
niegan que tuviera conciencia de su divinidad.
Otros sostienen que desde una inicial ignoran-
cia, iría poco a poco tomando conciencia de
ser Hijo de Dios y Salvador del mundo.

Jesús en su conciencia humana tenía un claro y verdadero conoci-


miento de sí: Hijo de Dios venido al mundo para salvarnos. En NT
se ve ya cuando tenía 12 años: “¿No sabíais que yo debía estar en
la casa de mi Padre?” (Lc 2, 49). Además, nunca aparece un yo hu-
mano de Jesús y otro yo del Hijo de Dios. Y Jesús utiliza a menudo
la expresión revelada a Moisés, “Yo soy”, manifestando que es Dios.
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OTRAS CARACTERÍSTICAS, 1

Monoenergetismo: para ganarse a los mo-


nofisitas, Sergio de Constantinopla (inicio
s. VII) enseñó que Cristo tenía una única
operación. Monotelismo: buscando la uni-
dad religiosa, el Emperador Heraclio dejó
de hablar del monoenergetismo y pasó a
sostener que había una sola voluntad en
Cristo. Lo impuso a toda la Iglesia (638).

Máximo el Confesor consiguió que el Papa Martín I convocara un


concilio en Letrán (649) que condenó ambos errores. En el año 681,
el concilio ecuménico de Constantinopla III los condenó solemne-
mente: “se dan en Él (Cristo) dos voluntades y dos operaciones na-
turales, sin división, sin cambio, sin separación, sin confusión”.
CR 36 de 43 OTRAS CARACTERÍSTICAS, 2

El Verbo asumió una naturaleza humana per-


fecta, y la voluntad libre pertenece, de modo
esencial, a la integridad y perfección de la natu-
raleza humana. Así tiene un querer divino
común con el Padre y el Espíritu Santo, propio
de la naturaleza divina, y un querer humano
propio de su naturaleza humana asumida, que
no comparte con el Padre y el Espíritu Santo.

Libertad humana de Cristo: “Doy mi vida para tomarla de nuevo.


Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente” (Jn 10, 17).

Que Cristo sea libre no significa que pudiera pecar. Elige siempre
el bien con dominio sobre sus actos porque su libertad es perfecta.
Querer el mal, no es lo propio de la libertad, aunque sea un signo de
libertad, como el error no es conocimiento.
CR 37 de 43
OTRAS CARACTERÍSTICAS, 3

La voluntad humana de Cristo siempre “sigue a su voluntad divina


sin hacerle resistencia ni oposición, sino que, por el contrario, está
siempre subordinada a esta voluntad omnipotente” (Constantinopla
III, 681).

En Getsemaní, cuando Jesús dice: “No se


cumpla mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,
39), no hay oposición de voluntades, sino
que su inclinación sensible o su sensibilidad
podían apetecer algún bien distinto del querer
divino, pero estaban enteramente sometidas
a él por el acto libre de su voluntad racional
humana.
CR 38 de 43
OTRAS CARACTERÍSTICAS, 4

Constantinopla III, 681 confesó “dos operaciones naturales sin di-


visión, sin cambio, sin separación, sin confusión, en el mismo Señor
nuestro Jesucristo, nuestro verdadero Dios, esto es, una operación
divina y otra operación humana”.

Santo Tomás de Aquino (Compendium theolo-


giae, c. 212, n. 419): “La naturaleza es el princi-
pio de la operación. Por eso en Cristo no hay una
sola operación por ser un único sujeto, sino dos
operaciones porque son dos las naturalezas”.

Como todo hombre, puede realizar todas las acciones humanas na-
turales y como todo hombre en estado de gracia puede realizar
obras sobrenaturales. Todas estas acciones son propias de la se-
gunda Persona de la Santísima Trinidad.
CR 39 de 43
OTRAS CARACTERÍSTICAS, 5

Como las acciones humanas de Cristo eran


libres y nacían del inmenso amor al Padre
que el Espíritu Santo había infundido en su
alma, todas ellas eran meritorias, es decir,
eran dignas de alcanzar el fin al que las
había ordenado el designio divino.

Antes de su Resurrección, Cristo mereció para sí mismo aquellos


bienes que aún no poseía (glorificación y exaltación de su huma-
nidad). También mereció para nosotros la salvación. Mereció la
gracia para todos los hombres, pues a este fin estaba ordenada
la Encarnación del Verbo.
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OTRAS CARACTERÍSTICAS, 6
Las acciones humanas de Cristo en cuanto son instrumentos de la
divinidad
En el orden físico: se sirve de gestos y palabras humanas para hacer
milagros. Estas acciones humanas en cuanto son instrumentos de la
divinidad para realizar obras propias de la omnipotencia divina se
llaman en teología “teándricas”. En el orden espiritual, la divinidad
se sirvió de su querer humano y de sus palabras para perdonar los
pecados, y de sus acciones humanas para comunicar la gracia.

En todas estas acciones la causa eficiente princi-


pal es la naturaleza y el poder del Verbo, que
tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo;
y la humanidad de Cristo es la causa instrumen-
tal.
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OTRAS CARACTERÍSTICAS, 7

Cristo tuvo aquellos sentimientos y pasiones propios de la naturale-


za humana compatibles con la plenitud de gracia y que servían a
nuestra redención: alegría de las obras de su Padre (Lc 10, 21) y
de saberse amado del Padre (Jn 15, 10); deseos ardientes de nuestra
redención (Lc 12, 50) y de quedarse en la Eucaristía (Lc 22, 15);
tristeza al contemplar los sufrimientos
de su Pasión y el pecado de los suyos
(Mt 26, 38); dolor del alma hasta llo-
rar por la muerte de Lázaro (Jn 11, 33-
35); ira ante la hipocresía de algunos
(Mc 3, 5) y los mercaderes en el Templo
(Mt 21, 12), etc..

En Cristo la razón controlaba perfectamente sentimientos y pasio-


nes, toda su afectividad.
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OTRAS CARACTERÍSTICAS, 8

En Jesús no faltó la virtud natural, de la


que derivan todas las demás, que es el amor,
y que es sobrenaturalizado por la caridad.
Éste ha sido el motor de su vida, y la clave de
la armonía y unidad de todo su ser: su amor y
entrega al Padre y a nosotros.

CCE 478: “Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta
razón, el Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros peca-
dos y para nuestra salvación, ‘es considerado como el principal indi-
cador y símbolo (...) del amor con que el divino Redentor ama conti-
nuamente al eterno Padre y a todos los hombres’ (Pío XII, Enc.
Haurietis aquas, 1956)”.
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OTRAS CARACTERÍSTICAS, 9

Los Evangelios no nos han transmitido ninguna


descripción directa sobre el rostro y el aspecto
físico de María y de Cristo. De modo indirecto
nos sugieren algunos datos sobre la fisonomía
de Jesús: debió de tener una presencia agradable,
amable para que muchos acudieran a Él, y le lle-
varan niños para que les impusiera las manos;
unos modales dignos que inspiraban el afecto de
personas de toda condición; una mirada que re-
movió a los Apóstoles para que lo siguieran de-
jando todas las cosas...

Quizá Dios permitió que no tuviéramos una des-


cripción de Jesús para que no fuéramos atraídos a
Él por motivos meramente humanos.

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