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TENDENCIAS RELIGIOSAS EN

EL TIEMPO DE JESÚS

P. José Zapata Carrasco


Prof. De Cristología
La Ley (los cinco primeros libros de la Biblia) era considerada como la
expresión máxima de la Alianza entre Dios y el pueblo, y constitución
fundamental que debía reglar la vida de Israel. En esto coincidían todos los
judíos piadosos. Con el discurrir del tiempo fueron apareciendo nuevas
situaciones que no se habían presentado con anterioridad; ¿hacían falta
nuevas interpretaciones que fuesen más allá de la letra y permitiesen vivir
la plenitud de su sentido en esas nuevas circunstancias, o convenía atenerse
sin más a lo previsto? Las respuestas a esta cuestión no eran unánimes.

Sin embargo, no faltaban discrepancias a la hora de fijar cómo había que


interpretar la Ley y cómo aplicarla a las situaciones concretas que se
presentan a cada persona a lo largo de su vida y al conjunto del pueblo en el
decurso de su historia.

Dentro de la unidad fundamental del pueblo y la religión de Israel han


surgido, pues, diversas sensibilidades y corrientes de interpretación, algunas
de las cuales tenían un notable protagonismo en Palestina ante el siglo I.
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Ese fraccionamiento tuvo sus orígenes en el desequilibrio que produjo el
dominio de los monarcas seléucidas sobre Siria y Palestina, a partir de
mediados del s. III a.C. Ante la violenta presión que ejercieron para que el
pueblo dejase su religión y costumbres tradicionales y se integraran en los
usos comunes del mundo helenístico, reaccionó la revuelta de los
Macabeos.

Después de años de lucha, los sublevados se sacudieron del domino


extranjero y se instauró una dinastía autóctona, los asmoneos, que unió en
la misma persona las funciones del rey y del sumo sacerdote.

Grupos de gente piadosa (jasidim en hebreo), que al principio habían


apoyado la insurrección macabea, se opusieron después a la unión de
cuestiones políticas y religiosas que habían llevado a cabo los asmoneos.
Consideraban que habían traicionado a Dios porque la salvación definitiva
que se aguardaba no debía venir de las decisiones del poder político, sino
de una intervención salvadora de Dios.
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A medida que la política tomaba un peso cada vez mayor, se radicalizaban
las diferencias y se precipitaba la ruptura. Si en otros momentos en la
historia de Israel se había entendido el juicio de Dios y la salvación en un
ámbito intramundano, en los ambientes jasídicos se prestaba atención al
fin de la historia.

Llegado el momento, Dios se manifestaría llamando a los muertos y


habría un juicio donde cada cual recibiría lo que merecieran sus obras. Se
cambiaba la mirada desde los horizontes de este mundo hacia el más allá.
Este cambio de perspectivas fue asociado con unos modos de expresión y
géneros propios, que se encuadran en lo que llamamos apocalíptica.

En ese ambiente fueron surgiendo en el judaísmo con el correr del s. I a.C.


diversos grupos que ponían el acento en unos u otros aspectos como
centrales en su práctica religiosa.

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1. Esenios

Uno de los grupos más estudiados en los últimos años ha sido el de los
esenios. Tenemos amplia información acerca de cómo vivían y cuáles eran
sus creencias a través de Flavio Josefo, y sobre todo de los documentos en
papiro y pergamino encontrados en Qumrán.

Aunque actualmente se discute si las construcciones que han sacado a la


luz las excavaciones arqueológicas realizadas muy cerca de las cuevas
donde aparecieron esos textos corresponden a unos edificios en los que
residía una comunidad esenia, o si se trata de restos de un simple poblado
agrícola, los contenidos de los escritos encontrados en esas cuevas des-
criben con bastante detalle el género de vida de esos hombres, inde-
pendientemente del lugar en donde habitasen.

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En cualquier caso, una característica específica de los esenios consistía en
el rechazo del culto que se hacía en el templo de Jerusalén, ya que era
realizado por un sacerdocio que se había envilecido desde la época
asmonea. En consecuencia, los esenios optaron por segregarse de esas
prácticas comunes con la idea de conservar y restaurar la santidad del
pueblo en un ámbito más reducido, el de su propia comunidad.

La retirada de muchos de ellos a zonas desérticas tiene como objeto excluir


la contaminación que podría derivarse del contacto con otras personas. La
renuncia a mantener relaciones económicas o a aceptar regalos no deriva
de un ideal de pobreza, sino que es un modo de evitar contaminación con
el mundo exterior para salvaguardar la pureza ritual.

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Consumada su ruptura con el templo y el culto oficial, la comunidad
esenia se entiende a sí misma como un templo inmaterial que reemplaza
transitoriamente al templo de Jerusalén mientras que en él se siga
realizando un culto indigno.

La Regla de la Comunidad (documento que organiza la vida de la


comunidad esenia) afirma que sólo cuando se restablezca en él de nuevo
el espíritu de santidad dejarán los hombres su comunidad, «casa santa de
Aarón, para unirse al santo de los santos, y casa de la comunidad para
Israel, para los que marchan en la perfección».
1QS IX,6

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2. FARISEOS

Otro de los grupos que surgieron en el judaísmo a partir de los jasidim,


que se oponían a la usurpación asmonea de la realeza y el sacerdocio, fue
el de los fariseos. Su nombre, en hebreo perushim, significa «los
segregados».

Dedicaban su mayor atención a las cuestiones relativas a la observancia


de las leyes de pureza ritual incluso fuera del templo. Las normas de
pureza sacerdotal, establecidas para el culto, pasaron para ellos a marcar
un ideal de vida en todas las acciones de la vida cotidiana, que quedaba
así ritualizada y sacralizada. Junto a la Toráh escrita, fueron recopilando
una serie de tradiciones y modos de cumplir las prescripciones de la Ley,
a las que se concedía cada vez un mayor aprecio hasta que llegaron a ser
recibidas como Toráh oral, atribuida también a Dios. Según sus
convicciones, esa Toráh oral fue entregada junto con la Toráh escrita a
Moisés en el Sinaí, y por tanto ambas tenían idéntica fuerza vinculante.
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Para los fariseos, la Ley estaba llamada a regir todas las acciones hu-
manas, por lo que pasó a tener un lugar de preeminencia por encima del
culto. Esa sacralización de la Ley fue cobrando cada vez más prota-
gonismo en su sistema de pensamiento y en sus escritos, hasta el punto
de que llegaron a atribuirle una significación cósmica como instrumento
de Dios en el acto de la creación, y como paradigma del orden que el
creador había dejado impreso en su obra.

A la vez, junto a la Ley, acogían con reverencia los escritos de los


Profetas, así como los Salmos, libros sapienciales y demás escritos
bíblicos. Flavio Josefo atestigua la fe de los fariseos en la pervivencia del
hombre después de la muerte y en un juicio en el que cada uno sería re-
tribuido conforme a lo que merecieran sus obras. Habían ido desarro-
llando la idea de que había un tesoro en los cielos donde se iban depo-
sitando las buenas acciones que cada uno realiza.

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En tiempos de Jesús, la mayoría de los escribas eran fariseos. Estos
escribas o doctores de la Ley eran expertos en la interpretación de las
Sagradas Escrituras tanto en su dimensión jurídica como religiosa.
Había escuelas en las que los jóvenes que eran admitidos por el
maestro recibían una formación específica para esta tarea, que
comúnmente ejercían de modo complementario a otro oficio o
profesión. Normalmente eran ellos quienes explicaban los textos en
las sinagogas durante las reuniones de los sábados.

Por lo que se refiere a sus ideas políticas, había una cierta variedad.
Algunos de ellos consideraban que, aunque la soberanía absoluta co-
rresponde al Señor, se podía tolerar cualquier régimen político,
también el sometimiento a un poder extranjero como era el caso del
Imperio romano, siempre que los gobernantes no se entrometieran en
los asuntos religiosos. Para otros, en cambio, la soberanía divina hacía
totalmente reprobable cualquier género de colaboración con quien no
reconociese al Señor como único rey.
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También mantenían viva la esperanza en la llegada de un rey Mesías, de
la estirpe de David, que liberase a Israel de todas las opresiones a las
que estaba sometido y trajese para todo su pueblo una paz y felicidad
estables en su tierra. Sin embargo, aunque mantenían abierta su espe-
ranza, eran más escépticos que otros grupos con respecto a una pronta
manifestación del Mesías, y miraban con reservas a todo aquel que
anunciase una llegada inminente.

Los fariseos eran estimados por el pueblo, que apreciaba la piedad de


la que hacían gala. Su autoridad moral era tan fuerte que sus instruc-
ciones sobre sacrificios, ofrendas y purificaciones eran
profundamente respetadas.

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3. Zelotes

Para una parte de los fariseos, como se acaba de señalar, la dimensión


política desempeñaba una función decisiva en su posicionamiento
vital, y estaba ligada al empeño por la independencia nacional, pues
ningún poder ajeno podía imponerse sobre la soberanía del Señor en
pueblo. A éstos se los conoce con el nombre de zelotes, que posibleme-
nte se dieron a sí mismos, aludiendo a su celo por Dios y por el
cumplimiento de la Ley.

El grupo de los zelotes comenzó a cobrar protagonismo histórico con


motivo del alzamiento promovido por Judas, un hombre de la región de
Gaulanítide, al que se suele llamar Judas el Galileo, para hacer frente a un
censo promovido por los romanos en Judea. El motivo esgrimido fue
teológico: Israel no podía ser esclavizado por un poder pagano, ya que
tiene al Señor como rey.
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Reclamaron el empleo de la fuerza. Aunque pensaban que la salvación la
concede Dios, estaban convencidos de que el Señor contaba con la
colaboración humana para traer esa salvación. Esa colaboración se
movía primero en un ámbito puramente religioso, en el celo por el
cumplimiento estricto de la Ley, pero consideraban que también había
de manifestarse en el ámbito militar, por lo que no podía rehusarse el
empleo de la violencia cuando ésta fuera necesaria para vencer, ni había
que tener miedo a perder la vida en combate, pues era como un martirio
para santificar el nombre del Señor.

Captaron la simpatía de una masa de gente que fue aumentando en


medida que las condiciones de vida del pueblo llano se hacían más
precarias. Finalmente promovieron una lucha contra Roma que supuso
una enorme catástrofe.

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4. saduceos

El último de los grandes grupos del judaísmo en tiempos de Jesús es


llamado de los saduceos, denominación que posiblemente deriva de
Sadoc, sacerdote de gran importancia en tiempo de David, y que da
hombre al linaje sacerdotal de los sadoquitas. Sin embargo, no parece
que ellos mismos se llamasen así, sino que otros se lo impusieron con
cierto tono polémico tal vez criticando su cercanía al poder establecido.

En efecto, los saduceos eran en cierto modo los continuadores de la línea


seguida por los asmoneos. Personas de la alta sociedad, miembros de
familias sacerdotales, cultos, ricos, aristócratas. De entre ellos habían
salido desde el inicio de la ocupación romana los sumos sacerdotes que,
en ese momento, eran los representantes judíos ante el poder imperial.
Habían tenido algunas dificultades en tiempos de Herodes el Grande,
pero su poder se fue haciendo mayor con los gobernadores que lo
siguieron al frente de Judea.
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Estaban convencidos de que Israel era un pueblo santo, pero pensaban que
esa santidad estaba garantizada porque cada día se ofreciesen en el templo
los sacrificios previstos, entre los que se contaban los oportunos para expiar
los pecados del pueblo y de la nación, sin que hiciera falta nada más. Hacían
una interpretación muy sobria de la Toráh, sin caer en las numerosas
cuestiones casuísticas de los fariseos, y por tanto subestimando lo que
aquellos consideraban Toráh oral, es decir, las tradiciones recibidas de los
maestros anteriores. Tampoco apreciaban plenamente como autoritativos
los libros de los Profetas ni los otros escritos de la Biblia. A diferencia de los
fariseos, no creían en la pervivencia después de la muerte, ni compartían sus
esperanzas escatológicas.

No gozaban de la popularidad ni el afecto popular del que disfrutaban los


fariseos, pero tenían poder religioso y político, por lo que eran muy
influyentes.

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5. saMARITANOS

Los habitantes de Samaria habían tenido frecuentes conflictos con las


autoridades religiosas de Jerusalén desde la reconstrucción del templo
en el s. V a.C. durante el periodo de dominación persa. Las gentes que en
esos momentos vivían en Samaria quisieron participar en la
reconstrucción, pero no les fue permitido, ya que en su inmensa mayoría
no eran reconocidos como israelitas..

El motivo es que cuando las tropas asirias habían conquistado Israel, los
miembros de las tribus israelitas que habitaban en el antiguo reino del
norte habían sido exiliados a otros lugares. Su territorio, una vez
sometido y despojado de su población autóctona, había sido repoblado
con gentes de muy diversas procedencias. Aunque con el tiempo los
descendientes de la población extranjera que fue deportada a esas
tierras habían adoptado la religión local y daban culto al Señor, no eran
considerados como hijos de Israel.
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El rechazo por parte del judaísmo oficial había llevado a los samaritanos a
encerrarse en sí mismos y a desarrollar unas costumbres peculiares. Tenían
un sacerdocio propio, distinto al del templo de Jerusalén, que ejercía
funciones de culto al aire libre, o en el santuario que se habían construido
en el monte Garizim. Sólo aceptaban el Pentateuco, que sus códices tienen
algunas pequeñas diferencias en el texto respecto a los que se utilizaban en
las sinagogas judías, sobre todo en lo referente al culto en el Garizim.

En tiempo de Jesús vivían en las aldeas de Samaria, región que estaba muy
helenizada y en la que había grandes ciudades y numerosa población
helenista. Eran menospreciados por los judíos, y ellos correspondían a su
vez con desprecio hacia los que pasaban por su territorio con intención de
dirigirse a Jerusalén.

P. José Zapata Carrasco


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