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20-12-2008

Apuntes para la participación popular


Carlos Sandoval *
Rebelión

La lucha por la construcción del socialismo no es un proceso mecánico que se vaya a dar
automáticamente, como por arte de magia , sino que presupone la acción colectiva
consciente de una diversidad de sujetos sociales que, tomando conciencia de su papel como
agentes de cambio, logren incidir en el desarrollo dialéctico de la historia. Nuestro socialismo
sólo puede ser conquistado por medio de la acción del pueblo, en su más amplio sentido, lo
que significa que, contrario a la práctica de grupos anquilosados en interpretaciones
dogmáticas y mecánicas del marxismo [1] , un grupo vanguardista de selectos
revolucionarios no será suficiente para la construcción de esa sociedad post-capitalista; es el
pueblo quien tiene que convertirse en partícipe activo de su liberación; es el pueblo
consciente y organizado quien debe tomar las riendas de su propio destino. Es por eso que
nuestra acción revolucionaria debe ir encaminada hacia la multiplicación del sujeto colectivo
que es a la vez agente de cambio (sujeto-agente), por medio de la construcción de
conciencia. A continuación presentamos algunas anotaciones que pretenden delinear una
serie de principios para impulsar la participación del pueblo en la lucha por un nuevo orden
social.

I. La participación del pueblo como sujeto histórico y agente transformador

A menudo, quienes estamos comprometidos con la lucha social, nos encontramos con el
obstáculo de la indiferencia y la ausencia de grandes sectores del pueblo en este proceso.
Quizá nos sea familiar aquella escena en la que llegamos a una reunión, un curso o una
asamblea en donde serán tratados temas de importancia para la lucha de nuestro pueblo, y...
el pueblo es precisamente el gran ausente. Llegamos a un espacio en donde las pocas caras
presentes son las mismas de siempre. ¿Cómo es que, si se supone que luchamos por los
intereses del pueblo, gran parte del pueblo sigue siendo indiferente a los procesos de lucha?
¿Por qué incluso entre sectores sociales visiblemente marcados por la explotación y opresión
capitalista, la participación sigue siendo mínima? ¿Por qué ese rechazo a participar en la
lucha? ¿Cómo podemos promover la participación popular en la lucha? ¿Qué tipo de
participación buscamos animar?

Para poder contestar estas preguntas, debemos empezar por analizar el carácter y la
naturaleza histórica de ese pueblo al que queremos integrar a la lucha. Lograr la
participación del pueblo no es algo fácil. No olvidemos que después de todo somos producto
de nuestra existencia dentro del sistema capitalista, y por ende arrastramos algunos valores
y actitudes como la pasividad, la indiferencia, el paternalismo, etc. Si bien, los seres
humanos, como individuos somos sujetos, también es cierto que nuestra subjetividad es el
resultado de la interacción entre una multiplicidad de determinaciones históricas. No
olvidemos que los seres humanos, además de nuestra biología, somos seres sociales,
construidos socia y culturalmente , por lo que nuestra personalidad está condicionada por un
entorno histórico, político, económico y social, que hoy se llama “capitalismo”. En La
Ideología Alemana , Marx y Engels escribían que los individuos “se encuentran ya con sus
condiciones de vida predestinadas, por así decirlo; se encuentran con que la clase les asigna
su posición en la vida y, con ello, la trayectoria de su desarrollo personal; se ven absorbidos
por ella,” [2] es decir, los individuos son producto de una sociedad históricamente dada.

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En su Sexta Tesis sobre Feuerbach, Marx escribía que “la esencia del hombre no es ninguna
abstracción inherente al individuo aislado. En su realidad es el conjunto de las relaciones
sociales.” [3] Los seres humanos no nacemos libres de toda determinación, sino que nuestro
pensamiento y nuestro comportamiento, están en gran medida afectados por nuestra
composición psicosocial, cultural, etc. Para la visión marxista, “la historia humana aparece
como un proceso de historia natural; sus actores son sin duda los propios hombres, pero
hombres producidos [y reproducidos] en las relaciones sociales y por ellas.” [4] Podemos
decir, entonces, que los seres humanos estamos hechos a imagen y semejanza del sistema
social en el que nos desarrollamos. Si el sistema capitalista está basado en la propiedad
individual, nosotros, como producto de este sistema, somos en gran medida, individualistas,
egoístas y centrados en nuestro interés personal; si el sistema capitalista es patriarcal,
nosotros tendemos a pensar la sociedad jerárquicamente, a interiorizar nuestro papel de
género asignado, etc. La esencia de los seres humanos, entonces, no es una esencia
trascendental, natural, o abstracta, sino que es una esencia histórica. En otras palabras, la
única esencia de los seres humanos es su determinación [5] histórica: la tendencia a vivir
subordinados e incluidos en las relaciones sociales capitalistas.

Ya Foucault nos prevenía de pensar al sujeto humano como algo dado, previo a las prácticas
sociales. En su crítica al marxismo academicista, nos decía que es un error pensar que la
conciencia de los hombres es sólo el reflejo o la expresión de las condiciones económicas de
la existencia, pues esto supone en el fondo, “que el sujeto humano, el sujeto de
conocimiento, las mismas formas del conocimiento, se dan en cierto modo previa y
definitivamente, y que las condiciones económicas, sociales y políticas de la existencia no
hacen sino depositarse o imprimirse en este sujeto que se da de manera definitiva” [6] .
Efectivamente, el sujeto no es sólo el reflejo de las condiciones sociales de su existencia, sino
que es construido por ellas. Foucault nos presenta “ un sujeto que se constituyó en el interior
mismo de [la historia] y que, a cada instante, es fundado y vuelto a fundar por ella” [7] .
Ahora bien, según Foucault, las nuevas formas de subjetividad emergen a partir de las
prácticas jurídicas, como parte de las prácticas sociales. No vamos a entrar aquí a detallar o
comentar esta parte del análisis de Foucault. Lo que interesa por el momento, es dejar claro
que los sujetos humanos –su esencia– no son algo natural y trascendente, sino que son
construidos históricamente a partir de las condiciones sociales, económicas, políticas, y
culturales de su existencia.

¿Cuáles son los mecanismos por los cuales se construyen los sujetos a partir de las
determinaciones históricas?

Si bien es cierto que las determinaciones históricas se dan principalmente en la estructura


económica, también es cierto que la construcción del sujeto sucede fundamentalmente en el
terreno de la superestructura, ya sea en las prácticas jurídicas como nos dice Foucault, o en
el terreno de la ideología, como argumenta Althusser. Por el momento nos será más útil para
la presente exposición detenernos en la concepción althusseriana de ideología, pues incluso
las formas jurídicas a las que alude Foucault podrían entenderse como formas ideológicas en
última instancia.

Pues bien, Althusser nos muestra cómo los valores heredados por el capitalismo son
reproducidos por los aparatos ideológicos de Estado, los cuales tienen la función de diseminar
la ideología dominante en las clases explotadas. Para que el capitalismo se pueda mantener,
para que pueda seguir existiendo, es necesario que reproduzca las condiciones de su
existencia, es decir, las condiciones de producción. Esto significa que el capitalismo tiene que

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reproducir tanto a los medios de producción, como a la fuerza de trabajo. Según Marx, la
reproducción de la fuerza de trabajo se da a través del salario. Es decir, el salario es el valor
suficiente para que la obrera o el obrero pueda comer, descansar, recrearse, y así regresar a
trabajar al siguiente día. El salario también tiene que ser suficiente para que el obrero pueda
criar y educar a sus hijos, los futuros proletarios. Sin embargo, según Althusser, esto no es
suficiente. Para reproducir la fuerza de trabajo, es necesario también reproducir el
sometimiento ideológico del obrero al sistema capitalista. En otras palabras, la obrera o el
obrero tienen que aceptar como normales las condiciones de su existencia, que son
condiciones de explotación. Pues bien, para que ellos acepten como normal su explotación,
tienen que haber interiorizado la ideología dominante, que no es más que el conjunto de los
valores, principios morales, concepciones, etc., propios del sistema capitalista.

Esta interiorización no sucede como un evento posterior a la formación del ser humano.
Recordemos que es un error pensar que la ideología entra en los sujetos, como si estos
existieran antes de la ideología, como si fueran recipientes vacíos en donde se introduce la
ideología. Por el contrario, desde antes de que nazcan, los individuos ya son sujetos
ideológicos, en el sentido de ser sometidos a una visión del mundo dominante. Nacen en un
mundo marcado por prácticas sociales que son reguladas por aparatos ideológicos, cuya
función es precisamente, construir a los sujetos con maneras tales que puedan ser sometidos
a la explotación y verla como algo normal.

Althusser nos dice que la ideología dominante se reproduce por medio de lo que él llama, los
aparatos ideológicos de Estado , es decir, la escuela, los medios de comunicación, los medios
culturales, la familia, la iglesia, etc. Estos forman las mentes y los corazones de las masas de
la población, afectando así no sólo su comportamiento, sino su pensar y su sentir. En otras
palabras, todas las prácticas sociales son prácticas ideológicas, en el sentido de que los seres
humanos no pueden actuar sino en base a una ideología. Aquí es importante mencionar que
cuando decimos ideología, nos referimos a la concepción imaginaria que se hacen los
individuos de su relación con las condiciones de su existencia. Es por medio de la ideología
que los individuos se reconocen como sujetos. Ahora bien, el Estado, a través de sus
aparatos ideológicos se encarga de que esa ideología que guía los actos de los individuos,
sea precisamente la ideología dominante (hoy la ideología burguesa).

Por supuesto, todo esto no quiere decir que el individuo esté imposibilitado para interactuar
con las condiciones heredadas y no pueda desarrollar su propia conciencia de clase en
oposición a la impuesta por el sistema. Por el contrario, como apunta Althusser, “los aparatos
ideológicos de Estado no son la realización de la ideología en general, ni tampoco la
realización sin conflictos de la ideología de la clase dominante” [8] . Toda ideología es
producto de la lucha de clases. Si bien es cierto que la ideología dominante es la que forma
las conciencias de los sujetos, también es cierto que hay una serie de ideologías subalternas
que están en constante resistencia, “tendencias ideológicas diferentes, que expresan las
'representaciones' de las diferentes clases sociales” [9] . Si no existiera esta lucha ideológica
entre las clases sociales, los seres humanos estarían condenados a una vida mecánica,
predeterminada, de simples títeres del sistema, sin ningún tipo de posibilidad de cambio. Si
la ideología correspondiera siempre exactamente y sin ningún conflicto al sistema dominante,
entonces no habría incluso posibilidad de historia. Obviamente esto no es así, los sujetos
crean su propia historia, desafiando a esa ideología dominante que no corresponde con su
realidad material. Es por esto que decimos que los sujetos son también agentes de su propia
historia.

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Sin embargo, cuando decimos que los sujetos son también agentes en la medida en que
pueden crear su propia historia, no queremos decir con ello que este sea un proceso fácil,
que se da espontáneamente, y que sólo hay que esperar a que el pueblo despierte y
construya su historia. Por el contrario, no debemos olvidar que después de todo la conciencia
de los sujetos está construida principalmente por la ideología del sistema capitalista –un
sistema para el cual los hombres y mujeres son concebidos como objetos, privados de su
capacidad creativa, enajenados económica pero también política e ideológicamente– por lo
que es de suponer que el primer obstáculo con el que nos hemos de enfrentar al tratar de
impulsar la participación en el pueblo, será precisamente ese conjunto de valores heredados
del capitalismo con los que hemos sido formados, indiferencia, apatía, pasividad, derrotismo,
etc.

¿Cómo es posible contrarrestar la ideología dominante?

Hemos visto que dada la historicidad de la esencia humana y el papel fundamental de los
aparatos ideológicos de Estado en la reproducción de la ideología dominante, estos valores y
conductas están fuertemente arraigados en el sentir popular, lo que implica que
contrarrestarlos no será nada fácil, sino que por el contrario implica un proceso largo y de
mucho esfuerzo pedagógico. La participación popular no puede darse de la noche a la
mañana. En su artículo Herramientas para la participación , Marta Harnecker, en alusión a la
Venezuela Bolivariana advierte que “la participación no se decreta desde arriba. Implica un
largo proceso de aprendizaje. Una lenta transformación cultural y, por lo tanto, sus frutos
nunca se cosecharán de inmediato. Recordemos que en nuestro pueblo subyace aún una
'cultura' de intermediación política, de la representación, del clientelismo, de profundas
prácticas individualistas...” [10] La participación implica un proceso lento y profundo de
cambios cualitativos en la conciencia popular.

Hay dirigentes que, llevados por un afán bienintencionado de crecimiento, priorizan el


aspecto cuantitativo del desarrollo, por encima del proceso cualitativo, como si la
participación popular pudiera medirse sólo en números y no en conciencia. Estos compañeros
le apuestan más a las movilizaciones masivas, en donde hordas de hombres y mujeres son
llevados por distintos medios a marchas, manifestaciones, etc., pero prescindiendo de una
convicción consciente de su participación y compromiso en la lucha. En algunos casos, las
masas participan mecánicamente en las movilizaciones porque los dirigentes les intercambian
su participación por promesas de concesiones economicistas, como vivienda, o garantías
laborales. Así, las masas participan no por convicción sino por un interés individual y a veces
utilitarista. Es claro que “las masas” tienen motivos justos que plantear con sus demandas
sociales y políticas inmediatas. No se confunde esa necesidad de plataformas de lucha y
pliegos de demandas con el clientelismo, que considera ese sí, que las demandas dependen
de la relación entre el Estado y los líderes o las organizaciones políticas o sociales que
encabezan al pueblo a la hora de presentar y negociar sus demandas. Pero lo relevante aquí
es notar que, en los casos en donde las masas no se movilizan por conciencia, en su
mayoría, al conseguir sus demandas inmediatas los compañeros dejan de participar, pues no
ven más la necesidad de la lucha.

Este tipo de participación como clientes o masas sin identidad ni autonomía no contribuye a
la construcción del sujeto-agente de cambio. En estos casos, los dirigentes suelen ver al
pueblo como un objeto pasivo, que es utilizado para conseguir objetivos políticos
particulares. Estos dirigentes olvidan que la participación, como bien dice Isabel Rauber, “se
construye de forma predominantemente consciente porque la lucha contra la lógica del

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capital, la construcción de una lógica propia, revolucionaria, y la conformación de un proceso
social articulado orientado al socialismo, no se produce mágica, espontánea ni
mecánicamente. Requiere de la voluntad organizada y la participación consciente de todos
los actores sociales cuya actividad cuestionadora y transformadora hace al proceso mismo.”
[11]

En este punto es necesario remarcar el carácter amplio, heterogéneo, complejo y diverso del
sujeto-agente transformador. Hasta hace algunas décadas dominaba en los movimientos de
izquierda una interpretación rígida y dogmática de la visión marxista que postulaba un sujeto
revolucionario reducido y excluyente, cuyo papel histórico era el de dirigir a todos los demás
grupos sociales en la lucha anti-capitalista. Así, el proletariado, sujeto revolucionario por
excelencia, se reducía a aquella clase de obreros industriales, quienes irían adelante de
cualquier otro estrato social. El proletariado a su vez, era representado por el partido
revolucionario, la cabeza de la clase revolucionaria, y el partido, finalmente, era supeditado
al comité central, quien tenía la función de pensar por el partido, que a su vez pensaba por el
proletariado, que a su vez pensaba por el pueblo. No es necesario decir que este esquema
hoy está rebasado. La experiencia misma nos ha enseñado que no puede haber liberación del
pueblo sin el pueblo. Hoy, “cualquier política emancipatoria debe partir de la idea de un
sujeto múltiple que se articula y define en la acción común, antes que suponer un sujeto
singular, pre-determinado, que liderará a los demás en el camino del cambio” [12] .

Podemos decir entonces que para impulsar la participación del pueblo (explotado, oprimido,
discriminado) en la lucha por su liberación, es necesario primero reconocer la esencia de ese
pueblo, que aquí resumimos en tres características:

1. El pueblo es sujeto histórico, producto de un modo de producción específico y construido


ideológicamente.

2. El pueblo es a la vez, agente transformador, y puede cambiar la sociedad de la que es


producto.

3. El pueblo como sujeto-agente transformador, es diverso y complejo.

Esto nos indica que la liberación del pueblo es posible, pero requiere de un proceso largo de
concientización y transformación cultural que reconozca la diversidad de los grupos sociales
que forman al pueblo y que reproducen día con día su sociedad. Por tanto, impulsar la
participación popular presupone la construcción de un actor social colectivo, consciente y
“capaz de pensar y realizar las transformaciones, la acción, o suceso, o manifestación, o
fenómeno político social de que se trate en cada momento. Y esto requiere tiempo” [13] . Es
claro que la participación popular no es resultado de la manipulación, ni puede conseguirse a
base de engaños o mentiras, y no puede conseguirse sin el reconocimiento del pueblo amplio
y diverso como sujeto-agente transformador.

II. La participación como construcción de conciencia

Hemos dicho ya que la construcción del socialismo no la van a llevar a cabo las vanguardias.
La experiencia del “socialismo real” nos ha demostrado que la ausencia del pueblo consciente
en todos los aspectos de la lucha, es devastadora para el proceso, pues es querer construir
sin cimientos. Ahora bien, para impulsar la participación del pueblo en los procesos de lucha,

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debemos reconocer que lo que necesitamos son sujetos [14] revolucionarios, y no objetos
que sean utilizados por los “revolucionarios”. Esto significa que nuestra tarea no se limita “a
llevar las ideas y propuestas del partido hacia la población en el supuesto de que ella es sólo
'fuerza material de realización de las ideas-verdades del partido'” [15] sino que debemos ser
capaces “de concertar voluntades, abrir los espacios a las mayorías, conscientes de que los
desafíos reclaman su involucramiento pleno” [16] . Nuestra tarea, pues, es construir
conciencia.

¿Pero qué significa esto de construir conciencia?

Cuando hablamos de construir conciencia, hablamos fundamentalmente de la capacidad del


pueblo para identificar las raíces de sus problemas económicos, políticos, y sociales,
sembradas en el sistema de relaciones sociales capitalista y patriarcal, así como de la
necesidad de la transformación profunda de su entorno. La conciencia se construye a partir
de la realidad y la reflexión sobre la realidad, es decir, es un error pensar que le vamos a
enseñar al pueblo que está siendo oprimido, pues por su experiencia de vida, esto es parte
de su realidad, y nadie sabe más de la opresión que el pueblo oprimido. Está ya en la
conciencia del pueblo el sentir la realidad de explotación y opresión. Sin embargo, construir
la conciencia significa que, a partir de estas realidades, podemos contribuir a identificar las
causas y mecanismos de la opresión, que en muchos casos no son evidentes. Es decir,
podemos aportar elementos para la reflexión con el pueblo y como parte del pueblo sobre el
funcionamiento del sistema que produce esa realidad de la que parte la experiencia.

Ahora bien, construir conciencia también es contribuir a la visibilización de la necesidad de


cambio, es decir, no sólo identificar las causas sistémicas de la opresión sino la necesidad y
posibilidad del cambio. En muchos casos esto también ya es parte del sentir y el pensar del
pueblo, como en los casos de las comunidades más marginadas, en donde se lleva a cabo
una lucha día con día por cambiar su realidad. Sin embargo, existen otros casos en donde a
pesar de la experiencia de vida en una realidad de explotación y marginación, el sistema ha
logrado imponer la visión de la inevitabilidad, es decir, de que no se puede cambiar y no hay
alternativa. Esto es evidente en algunos comentarios con gente del pueblo que nos dice “esto
nunca va a cambiar” o “no hay de otra”. Como ya mencionábamos, el Estado actual no sólo
gobierna con medios coercitivos e impositivos, sino que en mayor o menor medida busca
crear hegemonía, es decir, busca también a través de sus aparatos ideológicos hacer que el
pueblo oprimido acepte su opresión, que esté de acuerdo con su opresión. A través de las
instituciones educativas, de la iglesia, de los medios de comunicación, de los intelectuales de
las clases dominantes, el Estado busca crear un consenso en las clases dominadas que
justifique el dominio de las clases dominantes. Todo esto hace que algunos sectores del
pueblo oprimido comiencen a interiorizar la idea de que es inevitable y que no hay
alternativa, que el orden actual de las cosas es el único posible. Estos sectores,
fundamentalmente se encuentran en el ámbito urbano, estudiantil, en los jóvenes
mediatizados por la televisión, las modas, etc., en los obreros, en los sectores afiliados a los
sindicatos charros, a los partidos políticos, que han sido convencidos de que cualquier cambio
sólo puede ser gestionado por la vía institucional. Es en estos casos en donde la construcción
de conciencia debe hacer énfasis en la necesidad de cambio y su posibilidad. La construcción
de conciencia debe ir encaminada hacia la construcción de una contra-hegemonía [17] que
haga contrapeso a la hegemonía del Estado. Esto quiere decir, que debemos lograr ganarnos
las mentes y los corazones del pueblo , de forma que cada vez más sectores comiencen a ver
que sí hay opciones, que sí se puede cambiar la realidad, y que no sólo sí se puede cambiar
la realidad, sino que es una necesidad para todo aquel que ame la vida y la humanidad.

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Esto último es importante porque puede ser que alguien esté consciente de la opresión, de
sus causas y de la posibilidad del cambio, pero que no tenga la disposición de actuar
activamente en la lucha por ese cambio. Esto se da en muchos casos por el temor a ser
reprimido, por estar absorbido en la lucha inmediata por la supervivencia, o simplemente por
indiferencia, como es el caso de muchos sectores de la clase media. En este sentido, es
importante que la construcción de la conciencia incluya la disposición a luchar.

Para resumir, podemos decir que la construcción de conciencia puede entenderse en cuatro
dimensiones, todas complementarias, y todas necesarias para la participación del pueblo en
la lucha popular:

1. Conciencia de la realidad de explotación y opresión

2. Conciencia de las causas sistémicas de esta explotación y opresión

3. Conciencia de la necesidad y la posibilidad del cambio

4. Disposición a luchar por el cambio

La relación entre lo económico-social y lo político

Cabe destacar en este punto que la conciencia de lucha, en sus cuatro dimensiones ya
señaladas, tiene que desarrollarse en dos niveles relacionados entre sí, es decir, en el nivel
económico-social y en el nivel político . Tradicionalmente, la formula para desarrollar la
conciencia pasaba del primero al segundo, es decir, se decía que el pueblo primero
desarrollaba conciencia en el aspecto económico-social, por demandas economicistas como
vivienda, mejores condiciones de trabajo, apoyos para la producción, etc., y posteriormente,
los revolucionarios tenían que trabajar para convertir esa conciencia económico-social en
conciencia política. En palabras de Isabel Rauber, “la política era considerada un estadío
jerárquicamente superior respecto de las prácticas de las luchas sociales y la conciencia en
ellas construida. Contraponiendo lo social a lo político, se pretendía que tener conciencia
política implicaba el abandono de lo reivindicativo para dedicarse a la militancia político
partidaria. Esta era –supuestamente– la única vía para superar la conciencia economicista
alienada y la enajenación en sentido general” [18] . Desde este punto de vista, un militante
tenía que ser meramente político y su nivel de conciencia, por el hecho de ser sólo político,
se consideraba superior al del pueblo que luchaba por demandas económicas o sociales.

En el otro polo, hay todavía activistas que desdeñan el desarrollo de la conciencia política del
pueblo y se dedican a promover la conciencia de lucha económico-social del pueblo,
enfocándose únicamente a los procesos de gestión, de marchas por derechos laborales, de
huelgas estudiantiles, obreras, etc. Sin impulsar el aspecto del desarrollo político de la
conciencia de lucha.

Hoy estamos convencidos de que estos dos niveles de conciencia (económico-social y


político) no son independientes uno del otro, sino que son complementarios, y están
relacionados dialécticamente. Es decir, no puede haber conciencia de lucha que sea
puramente económica o puramente política. Es un error separarlas y buscar impulsar sólo un
aspecto. De igual forma, ya no podemos pensar que un nivel es superior al otro. En este

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sentido Ezequiel Adamovsky ofrece un buen análisis que ilustra el por qué de esta
interrelación.

Siguiendo a Foucault, Adamovsky nos recuerda que el poder no es algo externo a la


sociedad, sino que ha logrado penetrar todos los aspectos de la vida cotidiana. Pensar en la
mecánica del poder, nos dice Foucault, es pensar “en su forma capilar de existencia, en el
punto en el que el poder encuentra el núcleo mismo de los individuos, alcanza su cuerpo, se
inserta en sus gestos, sus actitudes, sus discursos, su aprendizaje, su vida cotidiana” [19] .
En otras palabras, el poder no sólo se ejerce desde el gobierno, o desde las estructuras del
Estado, sino que ha penetrado en nuestras vidas y relaciones cotidianas. “En la sociedad
capitalista, el poder se estructura en dos planos fundamentales: el plano social general
(biopolítico), y el plano propiamente político (el estado)” [20] .

El poder político del Estado es algo difícil de ocultar. Este poder se manifiesta en el aparato
de Estado, propiamente dicho, en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Se ve todos los
días en las policías, en los retenes del ejército, en los juzgados, en los gobernantes, en los
partidos políticos, etc. El poder político está ahí en donde se reprime violentamente una
manifestación, en las comunidades militarizadas, en los paramilitares que hostigan a los
pueblos en lucha, en las detenciones políticas, en los tratados de libre comercio firmados a
espaldas del pueblo, en las reformas estructurales que consolidan el despojo de los recursos
nacionales.

Sin embargo, lo que quizá no sea tan obvio, es el poder biopolítico . Este poder es el que ha
penetrado todos los aspectos de nuestra vida cotidiana (de ahí el prefijo “bio” que significa
“vida”). El poder biopolítico se manifiesta en nuestra salud , que depende de las relaciones
mercantiles o en los presupuestos del gobierno; en la educación , a la que cada vez tenemos
menos acceso por el proceso de la privatización; en la cultura , que se ha ido perdiendo para
dar paso a la cultura del McDonalds, de la Coca Cola , de las películas de Hollywood; en
nuestro hogar , en donde se reproducen las jerarquías de la sociedad capitalista cuando el
jefe del hogar impone su voluntad a su mujer y a sus hijos, o cuando nos sentamos a ver la
televisión para que los medios de comunicación nos digan qué pensar y qué sentir; en las
calles cuando exigimos que se nos trate de cierta forma en un restaurante o una tienda de
abastecimiento porque estamos pagando, y el que paga tiene poder, o en caso contrario,
cuando tenemos que agachar la cabeza ante el patrón o ante el marchante que nos compra
nuestra mercancía; en nuestro lugar de trabajo cuando nos gritan los patrones, o cuando nos
quedamos callados por temor a perder el trabajo; en nuestros gestos y actitudes cuando
nuestro criterio de valor se expresa en términos monetarios, es decir, cuando valoramos algo
sólo por cuánto cueste, cuando reclamamos nuestra propiedad privada, cuando nos
centramos en nuestro interés personal de individuo. Este es el poder biopolítico, el que está
en toda nuestra vida, en la salud, la educación, la cultura, el hogar, el trabajo, nuestros
gestos y actitudes, etc. “El poder ya no [sólo] domina desde afuera, parasitariamente, sino
desde adentro de la propia vida social” [21] .

Ahora bien, la sociedad capitalista actual precisa de ambas formas de poder (el biopolítico y
el poder del Estado) para reproducirse. Para los capitalistas, no sería suficiente con el poder
biopolítico para dominar al pueblo, pues cuando algún sector de la población se rebelara, o se
saliera de ese orden social, no habría cómo reprimirlos. Tampoco se podría administrar la
explotación y el despojo en territorios muy amplios sin el poder del Estado. Pero de igual
forma, no sería suficiente para los capitalistas el poder del Estado porque entonces, cada vez

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más gente se rebelaría contra el gobierno. En este sentido, la sociedad actual se mantiene
por la relación entre el poder político y el biopolítico.

Si esta es la realidad, nos dice Adamovsky, entonces nuestra estrategia de liberación tiene
que tomar en cuenta tanto el poder político como el biopolítico. Dicho de otra forma, nuestra
lucha por la liberación, y la conciencia necesaria para desarrollar esta lucha, tienen que
tomar en cuenta lo propiamente político, pero que va de la mano con lo social, lo económico,
lo cultural, etc. También en estos ámbitos se debe llevar a cabo la lucha por la
transformación social.

Entonces, no es suficiente con que desarrollemos una conciencia de lucha política, de la


necesidad de la ruptura y de la posibilidad de cambiar al gobierno, sino que además [22] se
necesita desarrollar una conciencia de la necesidad de cambiar nuestras formas de
relacionarnos con los demás, se necesita democratizar las estructuras de nuestras
organizaciones, se necesita luchar por la cultura, se necesita construir procesos autónomos
de educación y formación, se necesita luchar por la vivienda y por la salud como espacios de
poder popular, etc. Es decir, la lucha también se da en esos aspectos sociales-económicos de
nuestra vida. Desarrollar la conciencia en un aspecto tiene que ir acompañado del otro, es
decir, no podemos enfocarnos sólo a desarrollar conciencia de lucha económico-social ni
tampoco sólo a desarrollar conciencia de lucha política , sino que la conciencia tiene que
incluir estas dos dimensiones, sin verlas como distintas o independientes . En este aspecto,
Isabel Rauber nos dice que “la articulación de lo reivindicativo y lo político... traza un camino
concreto de lucha contra la alienación política y por la democratización de la participación
político-social protagónica de los diversos actores sujetos” [23] .

Con todo lo anterior, nos queda claro que la concientización es algo complejo, pero de
ninguna manera imposible. Este proceso de construir conciencia debe poder desarrollar la
capacidad de identificar las causas sistémicas de los problemas sociales y establecer su
relación con lo político, debe dilucidar la necesidad y posibilidad de cambio y generar la
disposición de lucha por ese cambio tanto en lo social como en lo político. El proceso de
politización toma en cuenta lo político y lo biopolítico. Así, la politización implica darnos
cuenta de que la transformación social comienza desde uno mismo, desde su realidad
inmediata, aunque no termina ahí; implica identificar y combatir los vicios que arrastramos,
pero también construir una cultura alternativa al capitalismo.

III. La participación como organización colectiva

Hasta ahora hemos hecho énfasis en la construcción de conciencia. Comenzamos el apartado


anterior diciendo que impulsar la participación popular es construir conciencia, que no puede
haber participación popular sin conciencia. Estamos convencidos de que ésta es una
condición necesaria para la participación; Sin embargo, la conciencia no es una condición
suficiente para la participación. Esto quiere decir que existe otro factor igualmente
necesario para la participación, es decir, la organización .

Para que la conciencia popular sea una conciencia revolucionaria, esta tiene que
materializarse en procesos organizativos. Recordemos que uno de los elementos de la
conciencia revolucionaria es precisamente la disposición a luchar por el cambio. Ahora bien,
esta disposición de lucha no puede satisfacerse si se limita a lo individual, es decir, si no se
traduce en organización colectiva. Si bien es cierto que los seres humanos somos agentes,
también es cierto que somos agentes de cambio en tanto que somos seres sociales, es decir,

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que nuestra capacidad de transformar la realidad es únicamente posible como proceso
colectivo. Recordemos que nuestra esencia como especie humana es precisamente el
conjunto de nuestras relaciones sociales. Es decir, todo nuestro entorno, toda nuestra
realidad es construida históricamente a través de la interrelación de los seres humanos como
seres sociales. Pues bien, así como nuestra realidad es el producto de la interacción entre
sujetos sociales, así mismo, la transformación de la realidad presupone la interacción los
sujetos sociales. Es decir, la realidad no se construye ni se transforma a partir de procesos
individuales, sino de procesos colectivos.

Aunque esto pareciera ser obvio, no son pocos quienes han perdido de vista esta norma
básica, y han centrado su actividad “revolucionaria” en individualidades, ya sea hacia sí
mismos, o hacia caudillos o dirigentes mesiánicos. En el primero de los casos, hay quienes
pretenden cambiar al mundo por medio del estudio, el desarrollo y el crecimiento individual,
pero alejados de todo proceso colectivo. Así, estas personas pueden alcanzar un
entendimiento de algunos aspectos de la realidad como la explotación y la opresión, así como
de sus causas; pueden darse cuenta de la necesidad de cambio y pueden también querer
cambiarla; sin embargo, su actividad siempre estará limitada porque no se dan cuenta de
que la única forma de cambiar la realidad es mediante procesos de acción colectiva.
Entonces, podemos decir que en estos casos, existe una conciencia crítica individualista, más
no una conciencia revolucionaria.

También existen compañeros que piensan que la transformación de la realidad se puede dar
a partir de caudillos, es decir, de individuos iluminados a quienes hay que seguir y apoyar
ciegamente. En este caso, también puede ser que se tenga una conciencia de la necesidad de
cambio y se quiera cambiar la realidad, pero esta conciencia también es limitada pues no
logra traducirse en organización y asume que la realidad es producto de voluntades
individuales. En este caso, podemos decir que existe una conciencia mesiánica de la lucha,
pero no una conciencia revolucionaria.

Desgraciadamente, los pueblos latinoamericanos se han caracterizado históricamente por su


conciencia mesiánica, en el sentido de que recurrentemente depositan sus esperanzas de
cambio en caudillos y líderes carismáticos. En muchos casos, estos líderes han sido
verdaderamente personajes excepcionales, como es el caso de Fidel Castro. Sabemos que la
Revolución Cubana debe muchos de sus éxitos y su continuidad a la capacidad analítica y el
genio de Fidel, que supo aprovechar las condiciones de descontento que había en la Cuba de
Batista, así como la debilidad del imperio y sus contradicciones para llevar la revolución a su
consumación. Otro caso es el de Manuel Marulanda, Tirofijo, en Colombia, quien fue artífice
del crecimiento militar y político que han tenido las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC), así como de su capacidad de continuidad, después de más de 40 años de
lucha. Sin embargo, el genio de estos caudillos y dirigentes, muchas veces, ha repercutido en
el surgimiento de un culto a la personalidad que obscurece el protagonismo de las masas, del
pueblo organizado, en los procesos de lucha. Las masas comienzan a creer que los triunfos
en la lucha se deben al caudillo y no a la colectividad y la organización del pueblo, en la que
se aprovechan las virtudes de luchadoras sociales, de combatientes, teóricos lúcidos y
dirigentes. Ni el más audaz de los caudillos podría incidir en la transformación social sin la
fuerza de un pueblo en lucha.

El culto a la personalidad, además de sobredimensionar el impacto de la participación de


algunos individuos en los procesos de lucha, provoca necesariamente una pasividad en las
masas, que comienzan a esperar que alguien venga de afuera a producir el cambio social que

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tanto esperan. Así, cuando un caudillo es detenido o asesinado por el Estado, los pueblos con
conciencia mesiánica, no encuentran otra opción más que esperar al siguiente caudillo que
los pueda liberar. El culto a la personalidad, sobra decir, hace mucho daño a los procesos de
lucha. Incluso, se comienza a desarrollar una cultura clientelar, o del asistencialismo, que
sólo encuentra la solución a sus problemas sociales en dádivas de fuera, en procesos
externos. Muchos de nuestros pueblos hoy, siguen esperando al próximo candidato que sí les
va a cumplir.

Nos damos cuenta entonces, que no puede existir una conciencia revolucionaria que sea sólo
individual –si bien es en la persona de cada militante y luchadora social que se plasma y se
ejerce esa conciencia– sino que para que la conciencia sea revolucionaria, ésta tiene que ser
colectiva, y para que sea colectiva, necesariamente tiene que partir de procesos
organizativos grupales o colectivos, es decir, de la conjunción de voluntades y acciones, de la
articulación entre los sujetos sociales. Esto nos indica que la principal tarea para quienes
buscan transformar la realidad es, además de la construcción de conciencia, construir
organización. En otras palabras, nuestra tarea debe ser la construcción de pueblo
organizado.

IV. La participación militante

Hay hombres que luchan un día y son buenos,

Hay otros que luchan un año y son mejores,

Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos,

Pero hay los que luchan toda la vida... esos son los imprescindibles.

- Bertolt Brecht

Efectivamente, la construcción del pueblo organizado presupone la participación popular,


consciente, colectiva y organizada. Sin embargo, hay diferentes tipos y niveles de
participación. Algunas veces unos grupos de activistas forman colectivos en torno a
demandas inmediatas que se consideran concretas (programas de salud, educación gratuita,
libertad a los presos políticos, respeto a los derechos humanos, defensa de la tierra,
protección al medio ambiente, etc.,) otras veces a demandas más abstractas o generales
(libertad, democracia, equidad, dignidad, etc.) Algunos de estos colectivos pueden variar en
tamaño desde algunos cientos, hasta colectivos de dos o tres personas. Utilizan variadas
formas de organizarse, como los círculos de estudio, colectivos de teatro, arte, grupos de
presión, grupos de solidaridad, organizaciones estudiantiles, círculos obreros, brigadas,
bandas etc. Muchas veces, estos colectivos están vinculados unos con otros a través de la
solidaridad, aunque no exista ningún vínculo orgánico necesariamente. Otras veces, el pueblo
se organiza en comunidades o barrios enteros en resistencia. Estas luchas pueden ser
reactivas, es decir, que responden a la ofensiva del Estado, por ejemplo, cuando éste
amenaza con quitarles la tierra [24] , o afectar el medio ambiente [25] , o para destituir
algún gobernador o funcionario corrupto. En otros casos, la organización de la comunidad es
proactiva, es decir, no sólo reacciona ante la embestida del Estado, sino que toma la
iniciativa en su proceso de organización, y comienza a construir espacios autónomos, en lo
político, económico, cultural, etc [26] .

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Todas estas luchas son sumamente importantes y la participación del pueblo en ellas es
fundamental, pues es precisamente en estos espacios de resistencia en donde se está
gestando el embrión de la rebeldía. Sin embargo, éstas no son suficientes para la
transformación social si se mantienen aisladas y atomizadas, sin formar parte de un proyecto
político [27] amplio e integral que no sólo construya la resistencia, sino que esté orientado
hacia la ruptura con el sistema capitalista y hacia la construcción aquí y ahora de la sociedad
nueva, un proyecto de lucha que vincule lo político con lo económico, social, cultural,
ideológico, etc. Concebir la resistencia de forma atomizada evita ver la integralidad del
sistema capitalista, que funciona como una totalidad que ejerce su dominación en todos los
aspectos, desde el poder político hasta el biopolítico, desde lo económico hasta lo social y
cultural, a través de la coerción pero también de la sumisión ideológica. Este es un error
característico de aquellos que basan su práctica en las “políticas de identidad” [28] que
buscan llegar a una transformación social en el terreno de lo simbólico, de la construcción del
individuo diverso, pero desligado de la totalidad del sistema. Por el contrario, la vinculación
orgánica de las diferentes luchas, resulta en algo más que la suma de las resistencias.
Resulta precisamente en la articulación entre lo político y lo biopolítico, en la integralidad de
las alternativas o propuestas de ruptura con el actual estado de cosas. Es precisamente esta
unidad de lo diverso, lo único que puede ofrecer una alternativa real al sistema capitalista
en tanto que en la resistencia se va construyendo el tejido de la nueva sociedad; en el
proceso de ruptura del sistema de opresión nace la alternativa de poder. De las ruinas de
Ilión surgen las Acrópolis del mañana... pero de ese mañana que ya empezó precisamente
hoy.

Ahora bien, no estamos sugiriendo aquí una organización rígida, vertical y jerárquica, como
los partidos tradicionales, que desde su Comité Central podían imponer una línea política
totalizante que sería seguida ciegamente, sin ser cuestionada, por todas las diferentes
estructuras del partido, así como por sus organizaciones de masas. Este esquema pretendía
homogeneizar una sola visión, una sola identidad, un sólo camino por el que todos los
sectores explotados tendrían que marchar, revistiéndose de una uniformidad de pensamiento
y práctica, negando la realidad misma, que como ya antes mencionábamos, nos presenta un
sujeto amplio, heterogéneo, complejo y diverso. Por el contrario, cuando hablamos de
vincular orgánicamente las diferentes luchas, nos referimos precisamente a ese instrumento
(o instrumentos) amplio que permitirá potenciar la diversidad del pueblo dentro de una
alternativa de poder integral, nos referimos a la unidad de lo diverso “a lo práctico” como
diría Althusser.

Este instrumento organizativo, requiere necesariamente de un nivel de participación que


vaya más allá de lo espontáneo, más allá de lo coyuntural, es decir, requiere de la
participación militante, requiere de la acción estratégica de militantes comprometidos con la
lucha del pueblo. Por supuesto, todo tipo de participación en la lucha es necesaria para la
transformación; sin embargo, consideramos que la participación militante es pues,
imprescindible, en la construcción de un proyecto de ruptura y de una sociedad alternativa.

¿Qué significa la participación militante?

Cuando hablamos de militancia nos referimos a un compromiso de lucha, con un proyecto


integral de transformación social; un compromiso que lleve la práctica política de lo
espontáneo y coyuntural a lo estratégico; un compromiso con la liberación de nuestro
pueblo. La militancia implica una forma de vida dentro de la lucha, implica una constante
preparación y formación teórica y práctica. La militancia es un compromiso y entrega con el

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pueblo en lucha, a través de un proyecto integral de acción, que es el instrumento por medio
del cual se realiza este compromiso. Todo proyecto de transformación social cuenta con
colaboradores y simpatizantes, según las posibilidades y la disposición de los individuos, sin
embargo, son los militantes quienes forman la columna vertebral de la organización.

Los militantes deben de conocer bien los objetivos y los principios de la organización, los
planteamientos políticos, sus bases teóricas, su metodología, su estilo de trabajo, etc. El
militante tiene el deber de fortalecer su proyecto de lucha, de hacerlo viable, de defenderlo,
pero ante todo, tiene también el deber de dar por terminada su militancia en ese proyecto
cuando considere que no se está realizando ahí su compromiso con el pueblo. En este
sentido, la militancia no es ciega sino que se deriva del compromiso que tiene el militante
con la transformación social, y es este compromiso el que debe prevalecer ante todo. Por ello
varios movimientos sociales hoy le han dado el nombre de mística a ese compromiso, no de
palabra sino de vida con la lucha liberadora de los pueblos.

El nivel y el tipo de militancia dependen también de las condiciones históricas (objetivas y


subjetivas) en que se desarrolle la lucha, así como del nivel de contradicción o antagonismo
entre las clases. Esto quiere decir, por ejemplo, que en circunstancias en donde la lucha ha
pasado ya a niveles de violencia intensa, o cuando ésta se desarrolla en un clima de
criminalización, terrorismo de Estado o de fascismo, la militancia puede requerir de formas
de vida más duras, como la clandestinidad o la constante persecución, y se tienen que seguir
una serie de medidas de seguridad más rígidas, mientras que cuando la lucha es
fundamentalmente política, y no se ha llegado a esos niveles, la militancia implica otras
formas menos estrictas. Sin embargo, lo que define a la militancia, en cualquiera de estos
casos, es que se trata de una forma de vida en la lucha, que requiere de disciplina y entrega;
una entrega consciente a la causa de la liberación de nuestro pueblo, a través de sus
instrumentos de lucha.

Ahora bien, cuando decimos que la militancia es una forma de vida y que ésta tiene que
observar cierta disciplina, no queremos decir con esto que tenga necesariamente que
sacrificar nuestra vida personal, ni que esta disciplina sea una disciplina mecánica que
anteponga las obligaciones de la organización al interés personal. Este ha sido uno de los
principios de la militancia en algunas organizaciones políticas, que han exigido a sus
militantes la total entrega y sacrificio por su organización, por encima de sus intereses
personales, llegando a borrar incluso al sujeto, el cual se convierte en un simple medio –
objeto– para la realización del interés organizativo. En algunos casos, compañeros artistas, o
escritores, o que destacaban en alguna actividad, tenían que dejar sus intereses, pues las
necesidades del partido requerían que cubrieran otras necesidades más importantes, aun a
costa de su propia satisfacción. Esta forma de militancia ponía en contradicción y abierto
antagonismo al individuo frente al colectivo, al interés personal frente al interés de la lucha.

Este dilema entre la vida personal y la vida militante, de hecho, ha existido desde tiempos
inmemoriales, y no se reduce al ámbito de la lucha política. Este ha sido un tema recurrente
en el desarrollo de las civilizaciones y se ha reflejado en su literatura. Cuando Odiseo, por
ejemplo, trata de convencer a Aquiles de que no abandone el combate en Troya, éste le
revela el dilema que le fue anunciado en voz de su madre, la diosa Tetis: “Si me quedo aquí
a combatir en torno de la ciudad troyana, no volveré a la patria tierra, pero mi gloria será
inmortal; si regreso, perderé la ínclita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me
sorprenderá tan pronto” [29] . En este caso, el dilema se presenta entre la entrega a una
larga vida familiar, personal y tranquila, que le es prometida a Aquiles si abandona la lucha, o

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una corta vida llena de dificultades y sacrificios en el combate, pero que resultará en la
trascendencia de sus acciones a través de las generaciones.

Quizá sea mejor y más ilustrativo el caso de la literatura del folklore celta y las leyendas de
caballeros medievales para ejemplificar este dilema. Casi la totalidad de los relatos artúricos
se desarrollan en un conflicto constante entre el deber y el amor, entre el honor y el
bienestar personal. El héroe de estas leyendas, es siempre un caballero andante, de la corte
del Rey Arturo, que movido por el deseo de conquistar el honor tiene que llevar a cabo
alguna empresa, por lo que ésta se vuelve su único objetivo, y deja todo atrás
obsesivamente. El cumplimiento de la empresa se vuelve su destino, pero para poder
lograrlo, el caballero tiene que sufrir numerosas dificultades y sacrificios, arriesgando incluso
hasta su propia vida. El éxito, sin embargo, depende en gran medida de su lealtad y su
disposición a dejar todo por el deber. En la búsqueda del Grial [30] , Perceval consigue llegar
hasta el Castillo del Grial gracias a sus sacrificios, entre los que están incluso el amor a su
madre, quien muere por el abandono de su hijo. Por el contrario, Gawain, fracasa
constantemente pues sucumbe ante los placeres mundanos al quedar atrapado en el Castillo
de las Damas. Quien logra finalmente llegar hasta el Grial es Galaad, el más puro de los
caballeros, pues es él quien sacrifica todos los placeres anteponiendo siempre el deber. El
caso de Lanzarote, es quizá el mejor ejemplo del polo opuesto, pues éste, a pesar de ser el
mejor de los caballeros del Rey Arturo, no consigue tener éxito, pues se ha entregado al
amor de la Reyna Ginebra. Este amor prohibido lo obliga a tener que decidir una y otra vez
entre su lealtad al Rey Arturo y su amor por Ginebra. En última instancia, es esta pasión
amorosa –que pone en entredicho el honor y el deber– la que logra finalmente destruir el
reino artúrico. [31]

En un caso todavía más drástico, Oliveros de Castilla, un caballero andante que fue
desterrado de su propio reino al peligrar su honor, no duda en matar a sus dos hijos –a pesar
del terrible dolor que esto le causa– para con su sangre recompensar los servicios de su leal
compañero, Artus Dalgarbe, y está incluso dispuesto a quitarle la vida a su propia esposa
para cumplir su palabra empeñada y así salvar su honor [32] . Ante el dilema entre el amor
de padre o de esposo y el deber, un caballero no tendría la menor duda, tendría que primar
el deber.

Pues bien, este esquema de honor caballeresco se puede reflejar muy bien en las
organizaciones políticas, que tradicionalmente han antepuesto el deber antes que la
satisfacción personal, o que el amor familiar. La tesis que aquí presentamos, sin embargo, es
que este dilema sempiterno puede no ser tal, es decir, su resolución no tendría que pasar por
el sacrificio de uno u otro polo. De hecho, el tener que escoger, por ejemplo, entre la familia
y la lucha, ha hecho que muchas veces compañeros valiosos opten por dejar la lucha. O por
el contrario, compañeros que al sacrificar todo por la causa del pueblo, han terminado por
aislarse totalmente de sus familiares y amigos, con quienes entran en fuertes conflictos, lo
que al final de cuentas los va desgastando psicológica y emocionalmente.

Cuando hablamos de que la lucha tiene que ser un proyecto de vida no queremos decir con
ello que se pierda nuestra vida por la lucha, sino que nuestra vida camine en una orientación
de lucha revolucionaria, que nuestros placeres y satisfacciones personales, como la vida de
pareja, la vida familiar, la formación académica, etc., se conjuguen con los procesos de
lucha; que nuestras capacidades e intereses personales, como podrían ser el arte, la música,
la danza, la escritura, la informática, la radioafición, etc., no se vuelvan obstáculos para la
militancia ni queden enterrados debido a las tareas del partido, sino que puedan encontrar su

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desarrollo en la lucha y potenciar a la organización. Por supuesto, tampoco se puede
sacrificar la lucha por el interés personal. Tiene que haber un balance entre estos dos polos.
Si bien es cierto que este balance es difícil de lograr, creemos que es imprescindible para la
continuidad de toda organización política.

Este balance no se entiende como una simple unión de dos partes, en el sentido de que
exista la vida personal aparte de la vida política y sólo se necesite sumar estas dos, o
llevarlas de forma paralela. Esto presupondría una vida política diferente a una vida personal,
como dos ámbitos de vida independientes uno del otro. Lo que queremos decir aquí es que la
vida política es también la vida personal. En este sentido, el reto es crear una vida de lucha
en la que haya desarrollo personal y colectivo, una vida de lucha en la que haya amor,
humor, creatividad, apoyo mutuo, dinamismo, etc. Todo militante necesita buscar la
conjugación de su proyecto de vida con su proyecto de lucha.

V. Obstáculos para la participación popular

Después de haber identificado la necesidad de una organización militante y un proyecto de


ruptura, debemos ahora ubicar algunas prácticas, actitudes y acciones organizativas que
pueden inhibir la participación popular. Esto para evitar que, como se ha visto una y otra vez,
el instrumento de lucha del pueblo, en lugar de potenciar su causa, se empiece a convertir en
un obstáculo a vencer. Como decíamos al principio, muchas veces nos encontramos con que
a pesar de que las condiciones objetivas para la lucha están dadas, es decir, hay miseria,
explotación, descontento, etc., el pueblo no sólo no toma parte en las organizaciones
populares, sino que además, en ocasiones les tiene cierta desconfianza y recelo, y se aleja de
ellas, llegando incluso a adoptar posiciones de derecha. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué hace
que una organización en lugar de atraer al pueblo, lo aleje?

Pues bien, podemos dividir estos obstáculos en dos, 1) los que tienen que ver con la práctica
de la organización, es decir, cuando ésta es incongruente con sus objetivos, y 2) los que
tienen que ver con los objetivos mismos de la organización, con su contenido programático.

La práctica incongruente

Cuando una organización está luchando por construir una sociedad democrática, una
sociedad sin explotación, sin discriminación, en donde se respeten los derechos humanos,
esta organización no puede para lograr su objetivo, ser antidemocrática, o discriminar, o
violar los derechos humanos. No se puede luchar por la igualdad cuando se práctica la
desigualdad, o luchar por el respeto y la dignidad, cuando en la practica no se respeta a los
individuos. No se puede luchar por la libertad cuando se practica el machismo, el sexismo o
el autoritarismo. Pues bien, estos principios que parecieran ser sentido común, son en la
mayoría de los casos problemas que se reproducen una y otra vez en la práctica política. Este
tipo de incongruencia entre los objetivos declarados de una organización y su práctica, hace
que el pueblo desconfíe del alcance de la lucha de esa organización y que se desencante de
ella, provoca una falta de credibilidad.

Todo discurso de libertad suena necesariamente hueco frente al pueblo cuando en su práctica
se reproducen las relaciones patriarcales, cuando los compañeros son machistas, cuando a
las mujeres se les discrimina directa o indirectamente. Aquí tenemos que resaltar que en la
mayoría de las organizaciones políticas, las mujeres han tenido que enfrentarse a mayores
obstáculos que los hombres, pues sufren desde acoso sexual, hasta el hecho de que no se les

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tome en serio o se les pretenda relegar a tareas superficiales, o incluso se les llega a
condenar a reproducir su papel de cuidadoras del hogar. Así, cuando hay alguna reunión o
algún evento, casi siempre son las compañeras quienes terminan cocinando o limpiando,
mientras que los compañeros son los que toman los papeles protagónicos. Los puestos de
dirigencia están dominados por compañeros, mientras que en los niveles más bajos, son casi
siempre las mujeres las que tienen que hacer los trabajos más tediosos. Esta realidad no es
fortuita, sino que es el reflejo de un machismo velado al interior de las organizaciones, lo que
comienza a hacer que las mujeres no se acerquen a la organización, pues en los hechos,
sienten que la opresión de género no encuentra solución en la lucha de esa organización. No
es casualidad que muchas veces la proporción de hombres y mujeres militantes esté
inclinada hacia los varones.

El autoritarismo, por su parte, también se vuelve un obstáculo importante para la


participación popular, pues en las organizaciones autoritarias, el pueblo, en lugar de
reafirmarse como sujeto de su propia transformación, se comienza a tratar como incapaz de
tomar sus propias decisiones, como quien no puede pensar por sí mismo y sólo tiene que
responder a la autoridad central. El autoritarismo inhibe la discusión, el debate, la crítica,
etc., lo que impide que la organización autoritaria pueda desarrollarse. Como sabemos, todo
desarrollo organizativo y político es el resultado de la relación dialéctica entre los conceptos y
verdades ya adquiridos, y la práctica que va resultando en nuevos conceptos. Esto significa
que la crítica y el debate, los errores, y el aprendizaje que se deriva de ellos, son
imprescindibles para el avance de toda organización. Una organización autoritaria no sabe
escuchar a sus militantes o al pueblo, sino que se piensa conocedora de toda verdad. Esto se
refleja también en una separación con el pueblo, pues éste al no sentirse escuchado,
desconfía de quien le venga a vender verdades.

Otros ejemplos de prácticas incongruentes son el sectarismo, el burocratismo, el


paternalismo, el pragmatismo, el despotismo, la falta de autocrítica, etc. Todas estás
prácticas no sólo debilitan a la organización misma, sino que hacen que el pueblo se vuelva
escéptico y se desencante de la lucha política y social. Pero no sólo es el pueblo el que se
desencanta, sino que muchas veces los mismos militantes de una organización comienzan a
alejarse o a caer en desviaciones personales al encontrar que su organización no responde a
las expectativas que tenían de ella. Así, cuando una organización comienza a actuar
incongruentemente, se produce un choque con el ideal del militante, quien tiende a
desmoralizarse. Cuando hay desmoralización en los militantes de una organización, también
se comienzan a dar problemas personales, emocionales, de estilo, etc. Finalmente, como la
relación entre la organización y el militante es dialéctica, cuando los militantes tienen
problemas personales y están desmoralizados, la organización también se debilita, y se
intensifican las incongruencias en su práctica. Esto es un círculo vicioso.

Cuando la organización no presenta una alternativa viable al pueblo

La participación del pueblo no sólo se puede desalentar a partir de las prácticas


incongruentes, sino que también es el resultado de una incapacidad de las organizaciones de
ofrecer alternativas viables que resuenen en la realidad cotidiana del pueblo. En la mayoría
de los casos, la izquierda y los movimientos sociales y políticos congruentes basan su
práctica y su discurso únicamente en la idea de una ruptura con el régimen actual, con el
orden social, con el sistema imperante. Por supuesto, la ruptura con el régimen, no nos
cansamos de decirlo, tiene que ser parte fundamental de los objetivos y el contenido
programático de la organización, si es que ésta verdaderamente aspira a una transformación

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profunda. Sin embargo, la ruptura por sí misma no es suficiente para que el pueblo tome en
sus manos la lucha y participe de las organizaciones. Por el contrario, el pueblo no está
dispuesto a sacrificar su cotidianeidad, o a poner en riesgo su vida tal y como es, únicamente
por la promesa de un futuro, por la promesa de un conflicto, de una tensión, de un choque, a
partir del cual se deriva un futuro.

Esto se vuelve obvio cuando vemos a muchas organizaciones políticas y sociales que se
forman a partir de una negación, es decir, en oposición a algo, en contra de algo. Por
ejemplo, tenemos los movimientos anti-capitalistas, anti-neoliberales, los frentes anti-
represión, anti-discriminación. Surgen los colectivos contra la brutalidad policiaca, contra la
explotación, etc. En todos estos casos, la movilización se da en torno a una oposición a algo,
a un sistema de opresión; una oposición a algo que se busca destruir. Esto no está mal. Es
necesario. Sin embargo, nos ha faltado ir más allá de la destrucción y comenzar a ver la
construcción de lo alternativo. Nos dice Ezequiel Adamovsky que toda “ política
emancipatoria que, como programa explícito y/o como parte de su ‘cultura militante’ o su
‘actitud’, se presente como una fuerza puramente destructiva del orden social (o, lo que es lo
mismo, como una fuerza que sólo realiza vagas promesas de reconstrucción de otro orden
luego de la destrucción del actual), no contará nunca con el apoyo de grupos importantes de
la sociedad. Y esto es así sencillamente porque los prójimos perciben (correctamente) que tal
política pone seriamente en riesgo la vida social actual, con poco para ofrecer a cambio”.
[33]

El pueblo ya no está dispuesto a poner en riesgo su “normalidad” por la vaga promesa de


que en el futuro, los revolucionarios le van a ofrecer una mejor vida que la actual. Esto
significa que el gran reto de las organizaciones populares es, además de luchar por la ruptura
con el régimen, comenzar a construir desde ahora esas alternativas de sociedad, esas
alternativas de poder popular que tengan resonancia en su realidad cotidiana, que se puedan
comenzar a experimentar ya, a vivir ahora, no “después de la revolución” y que sufran sus
correctivos, una y otra vez que el pueblo organizado lo requiera. Ya “no hay futuro para una
estrategia (o una actitud) puramente destructiva que se niegue a pensar la construcción de
alternativas de gestión aquí y ahora , o que resuelva ese problema o bien ofreciendo una vía
autoritaria y por ello inaceptable (como lo hace la izquierda tradicional)”. [34]

Construir el poder popular en el presente, en la realidad inmediata del pueblo, tanto a nivel
macro, como a nivel micro, es esencial para la transformación social. Este poder popular
debe ir construyendo las alternativas y resolviendo las necesidades tanto en lo político (como
formas autónomas de gobierno) y económico (procesos de producción autogestivos y
comunales) como en lo social y cultural (instituciones autónomas de salud, de educación, de
comunicación popular, etc.,) así como en lo que se refiere a la protección misma de estos
procesos, como es la autodefensa y los procesos de impartición de justicia popular. Para esto
se necesitan conocimientos y habilidades en el manejo de herramientas como el lenguaje,
como la planeación participativa, como la animación festiva, como la valoración del ejemplo,
como el apoyo mutuo ante situaciones difíciles de la militancia y de la vida cotidiana de los
que luchamos por una nueva sociedad.

Si las organizaciones populares no son capaces de ofrecer desde ya esas alternativas viables
de vida digna y de poder popular, y no sólo la promesa de un futuro mejor después de la
ruptura con el régimen, se corre el riesgo de que el pueblo no sólo no participe sino que
comience a adoptar posturas reaccionarias al percibir en las organizaciones revolucionarias y

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de ruptura una amenaza a su cotidianeidad y a sus libertades de sentir, pensar y actuar de
acuerdo con sus ritmos y sus alcances.

VI. Formas de impulsar la participación

Finalmente, presentamos aquí una lista de consejos prácticos para impulsar la participación
del pueblo en la lucha social. Esta lista es el resultado de una serie de discusiones con
diversas organizaciones y movimientos sociales, que a partir de su práctica han comenzado a
desarrollar esta reflexión-acción, que es fundamental para el desarrollo de la lucha. No
pretende ser exhaustiva ni completa, sino únicamente enumera algunas ideas que pueden
ser útiles para la participación popular.

1. Partir de la realidad del pueblo : Por ejemplo, las primeras reuniones son convocadas
a partir de las necesidades de la comunidad, de la gente. Se tiene que tomar en
cuenta la idiosincrasia de la comunidad o el sector con el que se trabaje, conociendo
sus tradiciones culturales, su idioma, sus formas de expresión, cosmovisión, etc. En
este sentido el discurso del militante tiene que ser entendible por la comunidad, tiene
que hablar de lo que les interese, de lo que le resuene al pueblo en su realidad.
2. Promover la democratización de la organización : Esto significa que se tienen que
impulsar la democracia y la horizontalidad al interior de la organización.
Descentralizar las tareas y la toma de decisiones, la cual tiene que ser colectiva.
Implementar la dirección colectiva.
3. Respetar las diferencias : En la medida de lo posible, la organización debe buscar ser
diversa, pues sólo así será verdaderamente representativa del pueblo que es diverso y
heterogéneo.
4. Confiar en el pueblo : Nadie conoce mejor su realidad que el pueblo mismo, que es el
que siente la explotación y la opresión. Esta confianza en el pueblo presupone dejar
de lado la actitud de iluminados, que dice que sólo los militantes pueden sacar al
pueblo de su engaño. De este modo, es necesario vencer al paternalismo y a la
cultura clientelar, buscando siempre que el pueblo se afirme y comience a tomar las
riendas de su propio destino, que sean ellos quienes resuelvan sus problemas sin que
se tengan siempre que imponer pautas desde afuera. Los militantes deben estar
siempre dispuestos a oír a la gente y a tomar en cuenta sus opiniones.
5. Construir la mística revolucionaria : Es importante siempre construir una identidad y
un sentido de pertenencia a la lucha, de modo que el pueblo organizado y en lucha se
sienta parte de algo mayor, de algo más grande y milite con gusto en sus
organizaciones.
6. Mantener siempre una ética política : El fin no justifica los medios. Como ya ha sido
mencionado antes, no es posible construir la libertad y la igualdad a partir de su
antítesis. Es por esto que para ser congruentes con los objetivos de la lucha, siempre
se debe actuar éticamente en ella.
7. Convertir la lucha en un proceso pedagógico : El proceso formativo nunca termina y
quien piensa que ya tiene toda la verdad o que no puede equivocarse, deshecha toda
posibilidad de desarrollo. Es por esto que es de suma importancia aprender de cada
momento de la lucha. De este modo, la lucha se vuelve un aprendizaje tanto para el
militante, como para el pueblo.
8. Impulsar la parte cultural y artística de la lucha : En muchas ocasiones, las
organizaciones políticas adquieren un tono solemne y una exagerada rigidez y
formalidad. Los discursos se vuelven monótonos y aburridos, la lucha se convierte en

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algo que no se disfruta, sino algo que se tiene que aguantar. No es extraño que el
pueblo no quiera participar. Es preciso entonces, llenar de color la lucha, llevar la
revolución hasta los bailes populares, las canciones, los chistes, las celebraciones.
Hacer de la lucha un arte y una fiesta.
9. Reconocer las limitaciones particulares de algunos individuos : Esto significa que
todos pueden participar de acuerdo a sus posibilidades y a sus capacidades. Pero no
se debe exigir lo mismo a todos, pues habrá quienes por sus condiciones de edad,
ánimo, disposición de tiempo, sentimientos, preferencias, enfermedades, etc., no
puedan dar lo mismo que otros. Es importante reconocer y valorar lo mucho o poco
que cada quien pueda aportar a la lucha.
10. Desarrollar la crítica y la autocrítica : Toda organización que no acepta la crítica y no
practica la autocrítica es una organización derrotada, sin posibilidad de asimilar la
realidad y de avanzar. La crítica no es algo malo. Por el contrario, la crítica debe ser
algo que se debe buscar e impulsar, pues todos, absolutamente todos los seres
humanos cometemos errores. El punto es lograr identificarlos y mejorarlos.
11. No menospreciar las opiniones de los jóvenes : Muchas veces, las organizaciones
políticas comienzan a ser dominadas por sus direcciones históricas, imposibilitando la
reproducción generacional de la misma. Esto se puede ver cuando son pocos los
jóvenes en las organizaciones, o cuando se les menosprecia por “no tener
experiencia”. Muchas veces, lo que se necesita precisamente es la visión de los
jóvenes para poder hacer avanzar a las organizaciones.
12. No se debe subestimar o sobrevalorar a nadie : Del mismo modo que nadie es
redundante, tampoco nadie es imprescindible. Esto significa que todos, por más
insignificante que sea su participación, tendrán algo que aportar a la lucha, mientras
que nadie sabe demasiado como para no poder aprender.
13. No prometer lo que no se puede cumplir : Cuando el pueblo crea expectativas, y éstas
no se cumplen, esto puede resultar en una fuerte decepción y un alejamiento de la
lucha. Es por esto que no se deben hacer “promesas de político” queriendo con ello
atraer al pueblo.
14. Multiplicar las herramientas de comunicación popular : Es de suma importancia hacer
uso de los medios de comunicación, y buscar que el pueblo tenga acceso a ellos.
Mientras que los medios masivos de comunicación son un pilar fundamental del
sistema capitalista, los medios populares de comunicación deben lograr hacerles
contrapeso. Es indispensable desarrollar proyectos de radios comunitarias, periódicos
populares, propaganda, agitación y difusión, utilizar la tecnología actual, como el
Internet, los DVDs, audio y video, etc.

A manera de conclusión, podemos decir que la participación del pueblo en la lucha depende
de muchos aspectos y no es algo para lo que existan recetas o fórmulas mágicas, sino que se
deriva del carácter de la lucha misma, de sus objetivos, de su contenido, del método, del
estilo y de la congruencia de la organización. Impulsar la participación popular no es algo
sencillo, requiere de un esfuerzo largo y difícil, requiere de un compromiso militante con la
lucha, y sus pocos resultados pueden hacer que muchos se desanimen fácilmente al creerse
solos y aislados en su ánimo de transformar la sociedad. Sin embargo, a pesar de estas
dificultades, pensamos que la participación popular es indispensable para toda
transformación. La sociedad socialista sólo puede ser el resultado de la acción del pueblo, y
no de unos cuantos. Es por esto que esperamos que este trabajo pueda ser de utilidad para
los procesos de lucha popular y sobretodo, esperamos que ese pueblo organizado, ese
pueblo que hoy construye su destino, se vaya multiplicando y comience ya a escribir su
propia historia.

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[1] Lenin , Gramsci y Mao, continuadores de la concepción marxista de la revolución
proletaria y socialista de Marx y Engels no sucumbieron ante las posturas golpistas o
iluminadas que proponían el triunfo revolucionario como obra exclusiva de los
“revolucionarios profesionales,” de “los capitanes,” o sólo del Partido Comunista y su ejército.
Por el contrario, nunca olvidaron que el movimiento obrero y popular necesitaba de la alianza
obrera y campesina, de formar un bloque de clases subalternas que construyera una
hegemonía revolucionaria, o de un amplio frente de clases en las que cabía, como en China o
en Vietnam, en un principio que fueran los campesinos pobres y medios las fuerzas motrices
de la revolución. En esos sentidos fueron ortodoxos, pero no dogmáticos sino creativos con
respecto a los postulados de Marx y Engels.

[2] Marx, Karl, y Frederich Engels, “ La Ideología Alemana ” (escrito entre 1845 y 1846).

[3] Marx, Karl, “Tesis sobre Feuerbach”, (1845).

[4] Séve, Lucien, “Marxismo y Teoría de la Personalidad ”

[5] Esta determinación no es, de ninguna manera, una determinación mecánica o absoluta.
Cuando decimos que la esencia de los seres humanos está determinada históricamente,
queremos decir, que las condiciones de existencia social históricas son el factor principal en la
construcción de la subjetividad de los seres humanos.

[6] Foucault, Michel, “ La Verdad y las Formas Jurídicas”.

[7] Ibidem

[8] Althusser, Louis, “Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado”

[9] Althusser, Louis, “Práctica Teórica y Lucha ideológica”

[10] Harnecker, Marta, “Herramientas Para la Participación ”

[11] Rauber, Isabel, “Socialismo en el Siglo XXI”

[12] Adamovsky, Ezequiel, “Problemas de

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