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de la formación actoral en Buenos Aires desde la óptica de los estudiantes”. Las mismas se
realizaron durante los meses de marzo y abril de 2006 en el Centro Cultural Adán
Buenosayres.
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Supongo que coincidimos en que la mayoría de las técnicas han devenido de
alguna u otra forma de una poética específica, y que esto nos demuestra que cada
panorama de ejercitaciones nos llevaría a entrenar nuestro instrumento dentro de los
márgenes de esa poética que le dio origen. Y aquí me permito realizar una nueva
pregunta: ¿un “buen” actor acaso no es aquel que puede dominar diversas técnicas? O
bien ¿cómo sabe un actor en qué técnica podría desarrollarse más expresivamente si
sólo conoce la que su docente le induce a construir y desarrollar? En los tiempos que
corren el responsable de descubrir y guiar este proceso es, lamentablemente, el
alumno. El estudiante de actuación vive hoy en el seno de una desorientación y
desinformación absoluta. Y esto es, creo yo, responsabilidad de los organismos que
regularon la educación (y no me refiero sólo a los públicos, que son minoría).
Propongo empezar a fomentar una idea de visión más relativa acerca de lo que
debe (o no) ser el teatro. Propongo la construcción de espacios de intercambio entre
las diversas poéticas dominantes (como es casi una utopía pensar en un concilio de
maestros, buscaría al menos que se produzca entre los alumnos). Propongo la
redacción de cuadernillos informativos acerca de las muy variadas Escuelas de teatro.
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Propongo la búsqueda de la unidad de conceptos en los planos que sea posible y la
aceptación simultánea de la diversidad de conceptos. Propongo la posibilidad de
generar un organismo de asesoramiento que aspire a la objetividad, que deseche de
una vez por todas la actitud tribal, en definitiva, que amplíe el espectro de percepción.
Propongo elaborar un manifiesto que aspire a establecer las bases y el sentido de la
educación artística futura, que tenga en cuenta las necesidades actuales tanto de los
artistas como de los espectadores, dentro de las categorías independiente, oficial y
comercial tanto en Teatro, como en Cine y TV.
A modo de sentar testimonio de algunos problemas más que nos acucian citaré
las opiniones de algunos reconocidos pedagogos: por un lado Raúl Serrano enuncia
que “...quienes tienen la intención de considerarse actores han ido abandonando
definitivamente, en los últimos años, la meta de llegar a trabajar como tales” (más
adelante me ocuparé de desarrollar el contenido de esta cita) . Desde otra perspectiva
se afirma que: “... hay más estudiantes de teatro que público teatral”; “los nuevos
alumnos no tienen la convicción necesaria para llegar a ser actores”; “los nuevos
alumnos no ven teatro”; “hay una inmediatez en la interpretación que poco tiene que
ver con un estudio profundo de un autor, de su idea, su época y su circunstancia”;
“los nuevos alumnos dejan en claro que su proyecto dista de ser el de volverse
actores profesionales”1; y por último: “La esencia de la masividad estudiantil hay que
buscarla en otro lado: en la configuración de la propia subjetividad de quienes
estudian teatro. La mayor parte de ellos cumple largas jornadas de trabajo en
empleos que exigen sólo su participación física. Se trata de trabajos
despersonalizados, mecánicos y rutinarios, y en consecuencia los jóvenes buscan
afanosamente actividades compensatorias capaces de permitirles en algo la
expresión de sus propios deseos y afanes. (...) Tan solo un pequeño porcentaje de
quienes estudian, logra, en algún momento, alcanzar el nivel profesional de trabajo.
(...) Así el estudio del teatro aparece no sólo como formador de actores profesionales,
sino también cumpliendo un rol compensatorio y social para nada desdeñable”2.
Por otra parte cabe sumar a lo antedicho una cuestión fundamental más a
analizar: hace ya un largo tiempo que la aspiración a la calidad en la carrera de
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Las citas extraídas pertenecen a: “La enseñanza de la actuación en Buenos Aires”, Mesa redonda coordinada por
Osvaldo Pellettieri, Revista Teatro XXI, Buenos Aires, GETEA, 2005, año XI, nro. 20 p. 43-49 / “La enseñanza de
la actuación en Buenos Aires”, de Victor Goldgel Carballo, Teatro argentino y crisis, Buenos Aires, Eudeba, 2004,
p 145-159.
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“Algunas ideas pedagógicas”, por Raúl Serrano, Artefacto, nro.3, 1992, p.5-9.
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actuación se ha desasociado del ingreso al mundo laboral. A los productores de cine
y televisión ya no les interesa más que la fisonomía corporal del sujeto, y los
productores de teatro comercial y oficial consideran mayoritariamente a aquellos
actores que tienen un amplio reconocimiento en los medios masivos de comunicación
(muchos de ellos, cabe aclarar, poseen escasa formación). Entonces ¿para qué sirve,
exactamente, esforzarse para obtener una excelencia formativa?
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condensar y asociar el saber que me quedó de cada uno debo confesar que me ha
costado un profundo trabajo evitar caer en una confusión peligrosamente anuladora.
En muy escasas oportunidades escuché a un maestro reconocer que su “Técnica” no
era la única. Y a su vez, no percibí ningún interés por problematizar objetivamente
(dentro de lo posible) acerca del tipo de producción que propone cada escuela. Me
llevó un largo tiempo poner en crisis cada una de mis etapas formativas de manera tal
de adquirir un pensamiento autónomo que reelaborara de manera creativa lo que me
preexiste (algo que creo esencial en una instancia avanzada del proceso formativo).
Solo ahora puedo decir que el “realismo” es, en realidad, un recorte, que propone un
modo de hacer y de ver, que presenta algunos principios que no son únicos. Y
asimismo, que no necesito negarlo rotundamente para reafirmarme. O bien, que antes
de elegir una vertiente o su contraria prefiero investigar con las dos. ¿Acaso no se
puede actuar con “verdad” dentro de un universo que no es “real”?. ¿No podemos
“extrañarnos” o “afectarnos” sin dejar de ser “humanos”?. Afortunadamente mis
experiencias me llevaron a pensar que se pueden condensar leyes que en un principio
parecen contradictorias. Y que aún si se mantienen como contradictorias eso no
debería hacernos pensar que operamos de forma incorrecta: la contradicción tal vez
sea una de las ideas que ha sostenido la maravilla del teatro durante siglos. La
contradicción debe utilizarse para sumar. Todas las voces que coexisten en mí poseen
un aspecto que me sigue conmoviendo y a su vez otro que ya no me expresa de la
misma forma que antes. Me alegra y me resulta enriquecedor poder pensar que más
allá de identificarme o no con lo que cada poética busca, bajo ningún concepto puedo
ignorarlas o catalogarlas como equivocadas, porque eso sería como plantear que “lo
que no me gusta está mal”. ¿Quién puede decir, sinceramente, en arte, que su forma
es la más correcta? Todo evento artístico se circunscribe dentro de una época y tiene
justificación en fenómenos concientes o inconscientes que podemos y debemos
descubrir.
Para cerrar me gustaría recapturar la idea de que es necesario conocer para ser
libre en la elección. Asimismo deseo dejar en claro que el tipo de expresión que cada
uno elija para su producción artística, más allá de que trascienda o no, debe ser una
decisión pura y exclusivamente de cada individuo y que no existe nadie capaz de
impedirle la posibilidad de efectuar esa elección. Ahora bien, en materia pedagógica,
la situación es otra. Debemos al menos tratar de instaurar una aspiración de
objetividad, dado que con quien tratamos es con alguien que no conoce y cada palabra
que dirigimos hacia él imprime una huella imborrable. A su vez, debemos volver
conciente al alumno del funcionamiento del medio en el cual pretende incluirse y esto
significa que comprenda que, más allá de lo que la industria pide en este momento, la
formación debe ser elemental en su construcción como sujeto artístico.
Por todo esto, me parece capital que cada actor / director / pedagogo pueda
dilucidar cuáles son, de dónde vienen y qué significan las frases y/o conceptos con los
que se han forjado nuestros distintos “manuales de saberes teatrales”. Es decir: el
vínculo entre la palabra y su consecuencia práctica real. Y luego, poder dilucidar los
puntos comunes, asociar las palabras, verificar lo que tiende a ser semejante en las
diversas poéticas, y por último visualizar el aporte particular de cada una (con su
necesaria justificación espiritual, racional o bien irracional). En ese sentido, creo yo,
los libros ayudan mucho. Supongo que todo por qué inaugura un para qué y entonces
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podríamos comprender la utilidad de instrumentar una poética u otra, de aprehender
una poética u otra, de enamorarnos de una poética u otra, de transmitir una poética u
otra...