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Salvador Bayona

XXIV.- EL PLAN DEL PROFESOR

El profesor había comenzado a hablar hacía relativamente poco del


nuevo proyecto y, como era su costumbre, iba ilustrando sus palabras con
recortes de prensa, artículos especializados y papeles varios, que pronto
llenaron la pequeña mesa de centro alrededor de la cual se habían sentado a
hablar.
Guillermo parecía prestar una atención relativa, en ocasiones con
expresión de extrañeza y ocasionalmente abriendo la boca al tiempo que
asentía, como si de pronto, hubiera recordado o comprendido lo que estaba
escuchando. Ella, por su parte, sabía que más tarde habrían de dar forma a
toda aquella palabrería para sacar de ella una historia coherente que les
permitiera realizar los documentos para sacar a subasta la nueva pieza sin
peligro.
- En realidad nosotros supimos del asunto poco antes, a través de
Christian Francelet un buen amigo, joven y atractivo, que se ganaba
la vida como fotógrafo del París Match –continuaba diciendo el
profesor-. Chistian nos confesó crípticamente el asunto una noche,
cuando reconoció que, deslumbrado ante la posibilidad de una
fortuna fácil, había actuado de intermediario entre el propio
Pétrides, hasta entonces un respetado aunque dudoso marchante de
París, y los asaltantes de la mansión de un rico industrial llamado
Lespinasse, de donde sustrajeron treinta y una importantes obras de
arte.
» Christian siempre se había sentido fascinado por el glamour del
alto París, pero en el fondo sabía que sus raíces estaban en el barrio,
donde nosotros. Cuando la noticia de su detención saltó a las

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primeras planas de los periódicos mi mujer, Cristina, y yo


entendimos al instante que nuestro amigo, temeroso de una traición
por parte de Pétrides, había estado implorando nuestra ayuda
aquella noche... y nosotros no supimos verlo.
» Aunque durante todo el proceso judicial consiguiente pareció
quedar claro que sin la presencia del marchante desde la
planificación del asalto éste no se hubiera llevado a cabo nunca,
Pétrides quedó prácticamente indemne, aunque con la reputación
ciertamente dañada puesto que, además de la sospecha que desde
entonces pendería siempre sobre sus transacciones, durante aquellos
meses se recordó sus tratos con los principales compradores nazis de
arte en la Francia ocupada.
» Por ello para los grandes negocios de arte, deseosos siempre de
apariencia de legitimidad, como bien sabemos nosotros, parecía que
Pétrides había quedado marcado para el resto de su vida. Y algunas
personas, entre ellas Cristina y yo mismo, le auguramos un futuro
tan miserable como grande había llegado a ser su patrimonio, en el
que su único prestigio, su baluarte, sería la autoridad sobre los
catálogos oficiales de Valadon, Utrillo, Vlaminck y otros artistas que
había tenido bajo contrato en su galería.
» En realidad la idea de ejercer como herramientas de la justicia
universal atacando este punto fue de Cristina pero debo confesar
que no sólo me pareció bien, sino que estuve encantado de dar su
merecido a ese viejo cabrón, porque su avanzada edad haría que el
colmo de su castigo resultara insuficiente para la condena que
merecía.
- ¿Por qué “viejo cabrón”? –intervino Guillermo, fascinado por aquel
cuento-.
- Eran otros tiempos y todavía los juicios morales estaban permitidos.
Vosotros sois demasiado jóvenes como para comprender otro tipo
de valores, pero entonces nosotros todavía pensábamos que
podíamos cambiar el mundo...
» El caso es que en menos de dos meses habíamos averiguado lo
suficiente como para celebrar nuestro propio proceso a Pétrides. Lo
hicimos y el marchante resultó culpable. Y como su condena debía
ser proporcional al castigo acordamos que debíamos acabar para
siempre con aquel principio de autoridad que Pétrides todavía
mantenía intacto.
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» De acuerdo con el plan que había trazado mi mujer, decidimos que


utilizaríamos a Utrillo para desprestigiar a Pétrides porque era uno
de sus valores más cotizados, y la propia historia del pintor y de la
relación que los había unido permitía ver con claridad la completa
carencia de escrúpulos de éste y su capacidad para alcanzar la
cumbre basándose en las flaquezas ajenas.
» ¿Sabes algo de Utrillo, Guillermo?
- Lo mismo que todo el mundo. ¿Vamos a hacer un Utrillo?
- En efecto. Toma ahora estos libros –dijo sacando varios volúmenes
de una bolsa de plástico- y déjame que os cuente, porque es
importante que comprendáis la verdadera naturaleza de nuestro
nuevo trabajo.
» Durante algunos años Pétrides, quien había emigrado muy joven
desde Chipre a Francia con la sastrería como profesión, mantuvo su
taller de costura en Montmartre donde trabajaba para jóvenes
pintores y donde el intercambio ocasional de trajes por lienzos le
permitió descubrir el gran negocio de su vida. Pronto se reinventó a
sí mismo y logró firmar en exclusiva la representación de ciertos
artistas, entre ellos Suzanne Valadon, madre de Utrillo, y más tarde
éste mismo, a quien conocía desde los tiempos en que él y
Modigliani vomitaban litros de vino y absenta por las empinadas
calles de Montmartre y sus escándalos nocturnos les habían
convertido en habituales de las comisarías. En más de una ocasión
Pétrides, conocedor del precoz alcoholismo del pintor, había
negociado con botellas para conseguir lienzos que revender. Años
más tarde la exclusividad que firmó con él lo sumiría en la más
profunda esclavitud artística, de la que ya no habría de escapar. Y
mientras el arte agonizaba a cambio de unos míseros francos él se
enriquecía con el control absoluto del catálogo del pintor.
» Cristina y yo vimos Utrillos cuya autenticidad era considerada
“dudosa” porque sus legítimos dueños no quisieron pagar en su
momento la comisión que Pétrides reclamaba, y conocimos a otros
muchos que, viéndose obligados a venderle sus cuadros por
cantidades irrisorias, comprobaron cómo después se certificaba su
autoría y multiplicaban su valor por cientos. Unos pocos años más
tarde Jean Fabris, el administrador del legado de Utrillo y Valadon,
pondría un poco de orden, pero el mal ya estaba hecho.

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- ¡Qué magnífico negocio! –exclamó inconscientemente Susana, quien


había comprendido en toda su profundidad la actividad de Pétrides-
- ¡Susana! –el profesor había interrumpido su discurso y la miraba con
grandes ojos asustados-.
De alguna manera aquella exclamación suya parecía tener para el
profesor mucha mayor importancia que para ella misma. Sin saber
exactamente qué era lo que había provocado aquella reacción Susana se
aprestó a matizar sus palabras.
- Era un cabrón, no cabe duda, pero eso no quiere decir que el negocio
no fuera bueno. ¿No es cierto, Guillermo?
- Por supuesto, por supuesto. Pero sigue con la historia, por favor.
- Para resumir, digamos que llegamos a la conclusión de que había de
ser el propio Utrillo quien dejara en ridículo al mercader: sería su
propia autoridad quien hiciera temblar los cimientos del catálogo
oficial. Tras estudiar detenidamente diversos escritos del autor
durante la década de los cincuenta, mi mujer se encargó
personalmente de realizar una carta, dirigida en mil novecientos
treinta y nueve por Utrillo a Nathalie Fortin, gran amiga de la
familia, en la que le hablaba de un cuadro que él le habría hecho
llegar como señal de agradecimiento por su apoyo, a él y a su esposa
Lucie, tras la muerte de su madre, e insinuaba que no era la primera
vez que entregaba obra suya sin conocimiento del marchante. Éste
era supuestamente el primer cuadro que pintaba después de
enterrar a la Valadon o mejor, dicho, de no haber podido enterrarla,
ya que no tuvo fuerzas para asistir a su entierro, a instancias
precisamente de Natalie Fortin, la cual le animó a rendir este
homenaje privado a modo de catarsis a la mujer a la que tanto
admiraba, y como forma de superar el sentimiento de culpa que le
provocaba el hecho de no haberle podido decir el último adiós.
» Cristina ensayó día y noche hasta que no hubo diferencia alguna
entre la escritura que ella realizaba y la correspondencia del propio
autor y entonces redactamos el texto definitivo y nos encargamos de
filtrarla en el archivo oficial de la asociación Utrillo-Valadon, donde
Jean Fabris reparó en ella unas pocas semanas después.
» ¡El efecto fue fantástico!. Durante un par de meses pareció que
habíamos conseguido nuestro propósito. Los puristas de la
universidad se mostraron extraordinariamente receptivos ante
aquella posibilidad, y algunos de ellos incluso parecieron dispuestos
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a lanzarse a la búsqueda del cuadro perdido, testimonio palpable de


la infamia cometida por el sastre chipriota. El mismo Fabris no tuvo
más remedio que acabar admitiendo la existencia de esta obra
desconocida.
» Pero había demasiado en juego.
» Durante los últimos años, grandes corporaciones y coleccionistas
particulares habían invertido sumas astronómicas en algunos
artistas de la cartera de Pétrides (éste era, en gran medida, el motivo
de su alta cotización) y no tardaron en ponerse nerviosos ante la
posibilidad de que la falta de criterio autorizado para determinar la
autenticidad de las obras acabara por devaluar todos sus activos.
Los propios miembros de la comunidad universitaria, que al
principio habían acogido de forma entusiasta aquella posibilidad,
fueron los primeros en retirarse: nuevos encargos, traslados,
comisariados y publicaciones centraron su atención y al cabo de un
par de años concluyeron que sólo habría que incluir el cuadro en
cuestión en el catálogo oficial cuando se encontrara. Los demás
galeristas de París temieron que sus propios catálogos fueran
revisados y corregidos, de manera que guardaron el más profundo
de los silencios a pesar de la animadversión que muchos de ellos
sentían por Pétrides.
» Y poco a poco mi mujer y yo, ocupados con nuevos trabajos,
dejamos que el asunto quedara en coma junto con otros sueños y
proyectos, hasta el día de hoy.
Él profesor suspiró profundamente y se repantigó en el sillón. Sus
ojos inquietos parecían buscar alguna respuesta pero ni ella ni Guillermo
habían acabado de comprender el motivo último de todo aquel discurso.
- Entonces ¿qué cuadro es el que debemos de hacer ahora? –intervino
finalmente Guillermo- ¿Está la fotografía en estos libros?.
El profesor miró a Susana como esperando algo de ella, pero
Guillermo había formulado la misma pregunta que a ella le rondaba la
cabeza.
- ¿Es que no habéis escuchado?. ¡No hay cuadro!. Es una ficción que el
mundo espera desde hace más de treinta años. En esta ocasión no
tendrás modelo, Guillermo, vas a tener que crear un Utrillo desde la
nada. Tú solo y el lienzo en blanco. Posiblemente sea el trabajo más
difícil que has tenido hasta ahora. ¿Lo comprendes?. No hay
ninguna base sobre la que puedas trabajar pero, al mismo tiempo,

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deberás captar la esencia misma de Utrillo. Deberás transformarte


en él para poder hacer su obra. Esos libros que te he dado sólo son
biografías. Dime ¿te sientes capaz de hacerlo?
- Esto está cerca de ser una locura –añadió Susana-, Utrillo no sólo es
de los más prolíficos, sino también de los más falsificados. Cualquier
cosa que venga de él será examinada por los mejores expertos del
mundo.
- Lo sé. Pero haciendo valer unas cuantas influencias que todavía
conservo por aquí y dejando un poco de dinero en los lugares
adecuados podremos conseguir una autentificación fácilmente si las
características del cuadro se corresponden a las de Utrillo en las
década de los cincuenta. Y si alguien puede hacerlo es Guillermo. Yo
confío en ti. Respóndeme, por favor: ¿te sientes capaz de hacerlo?
Guillermo no contestó. Miraba sin ver los libros una y otra vez.
Cambiaba su orden sin darse apenas cuenta.
- No lo sé –se atrevió a decir finalmente con un tembloroso hilo de
voz- nunca he pintado un cuadro.
Susana no albergaba ninguna duda de que acabaría haciéndolo.
Tanto el profesor como ella estaban interesados en que así fuera y sabía que
el restaurador no tenía firmeza de carácter como para oponerse a ambos, ni
aún a uno solo de ellos. De salir adelante aquel proyecto ganarían más
dinero del que habían conseguido hasta entonces pero eran precisamente los
motivos del profesor para proponer aquello en aquel preciso momento lo
que le inquietaba.
- No lo entiendo –confesó- ¿Porqué teniendo como tenemos los
cuadernillos de Alt Ausee vamos a cambiar ahora de estrategia?,
¿acaso crees que nos ha ido mal hasta ahora?
- En absoluto. Lo único que sucede es que estoy cansado –repuso el
profesor-, y ahora con la aparición de nuestro amigo italiano
seremos más a repartir. Estoy cansado de obtener tan poco
provecho. Tú sabes tan bien como yo que, con la cotización actual de
Utrillo, si este proyecto sale bien podremos repartirnos una gran
cantidad, incluso dando su parte a nuestro nuevo socio.
Sinceramente, si sacamos lo suficiente... quisiera retirarme
- ¿Cómo has dicho? –Guillermo regresó a la conversación desde su
galaxia particular-.

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- Este es ya el segundo trabajo que hacemos sin tener en cuenta tus


cuadernillos. ¿Quiere decir eso que se ha agotado la fuente de Alt
Ausee?
- Es posible que todavía falte el destino de algunas obras por
investigar –respondió el profesor, algo incómodo ante su pregunta-,
en cualquier caso, espero de vosotros que no le mencionéis al
italiano la existencia de los cuadernillos, hasta que salgamos con
bien de este proyecto. ¿Puedo contar con vuestra palabra?
- Sí, sí. La tienes. ¿Verdad, Susana?, aunque no creo que sea una
buena idea dejar de lado los cuadernillos para siempre... y no
podremos ocultárselos Scarampa durante mucho tiempo ¿no estás
de acuerdo, Susana?.
- Por supuesto, pero ¿cómo puede ser que ya no sirvan? –Susana,
asombrada, no podía dejar de pensar en todas las expectativas que
aquello acabaría por romper-. Hemos hecho una enorme inversión
en esta galería y el taller y apenas hemos comenzado a amortizarlo.
Tú mismo dijiste que había más de cien posibilidades diferentes y
nosotros nos abocamos a esta aventura confiados en tu palabra. Si
ahora las hemos agotado...
- No. Vosotros os metisteis en esto por dinero, como yo. El único
lugar donde habéis puesto vuestra confianza ha sido en la cuenta de
resultados. Sabíais las condiciones desde el principio y éste era uno
de los riesgos que corríamos.
- ¿Pero no se han agotado las posibilidades de los cuadernillos,
verdad? –intervino tímidamente Guillermo-. Yo no sé pintar
cuadros.
- ¡Ya os he dicho que no lo sé! –la iracunda reacción del profesor,
quien de un manotazo arrojó uno de los ceniceros contra la pared,
les sorprendió a ambos. En verdad no había motivo alguno para
responder con aquella violencia ante una pregunta absolutamente
lógica-, ¡pero por ahora esto es lo que hay: podemos seguir adelante
o retirarnos del negocio!. Todavía no he decidido lo que haré con el
maldito registro de Alt Ausee pero ya estoy cansado. Ahora lo único
que os ofrezco es este proyecto, que nos puede dar más dinero del
que hemos ganado hasta ahora. La decisión es vuestra.
Cabía dentro de lo posible que el profesor considerara que el trabajo
con sus cuadernillos había tocado a su fin, pero para Susana esta muerte era
prematura. El cálculo de lo que podría sacarse de aquellos papeles

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únicamente duplicando obra que sus poseedores deben mantener oculta


para no perderla multiplicaba por treinta los beneficios que habían obtenido
hasta entonces. Aquella repentina tensión entre los tres había puesto su
relación en un frágil equilibrio que podía acabar con el negocio en un abrir y
cerrar de ojos. En cualquier caso, si el profesor había decidido retirarse, cabía
la posibilidad de que en un futuro consiguiera de él que le cediera los
cuadernillos. Para ello era necesario mantenerlo a su lado y recuperar la
cordialidad entre ellos.
- No importa –se apresuró a decir en tono conciliador, conteniendo la
rabia que había provocado en ella el ultimátum del profesor-. Ahora
no importa nada de eso. Los dos lamentamos mucho haberte
presionado, ¿verdad Guillermo?. Te ruego que consideres que todos
estamos muy preocupados con lo que ha pasado últimamente, pero
no hay necesidad de llegar a esos extremos. Comportarnos así no
nos llevará a ningún sitio, ¿verdad?. Lo importante es que si
afrontamos el proyecto del Utrillo con la misma seriedad con la que
hemos actuado hasta ahora podremos sacar suficiente dinero como
para no tenernos que preocupar durante una buena temporada... o
incluso retirarnos, si es eso lo que quieres hacer. Lo mejor es no
pensar por ahora en lo de Alt Ausee y concentrarnos en lo que
tenemos entre manos. ¿Estáis de acuerdo?
Sus palabras parecieron tranquilizar al profesor, aunque ni él ni
Guillermo volverían a recuperar el buen ánimo hasta pasados unos días
durante los cuales Susana se esforzó hasta el límite por aportar una
importante dosis de optimismo hasta casi agotar su capacidad de
fingimiento. Pero cuando las aguas parecieron volver a su cauce y habían
diseñado el plan de trabajo ella concentró sus esfuerzos en idear una
estrategia que le llevara a hacerse con el tesoro que tan celosamente
guardaba Eduardo.

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