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Paul Romer

El gran cambio ocurrió en nuestra cabeza

* Entrevista realizada por Jorge Nascimento Rodrigues, publicada por


Ideias & Negócios, Lisboa.-

Romer es una leyenda en el mundo cerrado de la teoría económica. El viejo Peter


Drucker, el "padre" de la gestión, ya lo catapultó como candidato al Premio Nobel
de Economía y gurús de primera línea, como Michael Porter, Alvin Toffler, o su
polémico colega Paul Krugman, no se cansan de citarlo. La celebridad que este
economista, de poco más de 50 años, tiene entre sus pares, se disparó porque su
tesis de doctorado, al comienzo de los 80, modificó del día a la noche la idea que
los economistas y los políticos tenían sobre la política macro-económica.
Caricaturizando, los hombres de que dirigen los gobiernos y los teóricos que los
influenciaban por detrás reducían la buena gestión de los negocios públicos a la
política monetaria y fiscal, al incentivo a la acumulación del capital fijo o al fomento
de obras públicas en tiempos de crisis.
En el doctorado que hizo en 1983, Romer argumentó que el descubrimiento
científico, el cambio tecnológico, la innovación y el crecimiento del factor
productividad total (una palabrota que significa más que el concepto de
productividad de las máquinas o de los trabajadores a los que estamos habituados)
debían ser puestos en el centro del análisis económico y - en lo que más
directamente nos toca a nosotros, ciudadanos que no percibimos nada de las
'economías' - en la médula de la política económica nacional.
Así nació lo que se designó como 'nueva teoría del crecimiento'. El término nueva
fue usado para subrayar que el entendimiento sobre el crecimiento económico
pasaba a tener como su motor aquello que los contadores llaman 'intangibles'. O
sea, son cosas como nuevas ideas, nuevos métodos, nuevas fórmulas, nuevas
recetas que permitieron, a lo largo de la Historia Humana, el crecimiento. Este no
es provocado por ‘más de lo mismo’, sino por una manera diferente de crear valor,
como se dice ahora en la jerga de la gestión.
Y este nuevo entendimiento ideológico sobre el secreto del crecimiento al que
Romer designó, en esta entrevista, como la 'Revolución Soft'. El soft finalmente
tomó el comando de la economía real emergente (la que muchos llaman ‘economía
digital’ y otros ‘nueva economía’) y de las ideas económicas que tenemos en
nuestra cabeza. "Los economistas, los hombres de negocio y los propios políticos
están pasando por un cambio fundamental en su visión de la economía", nos
resalta este economista, cuya fama no cambió la simplicidad y la afabilidad que
transpiran de una buena conversación de horas en su oficina en Management
Center, situado casi a la entrada del 'campus' de la Universidad de Stanford, en
pleno Silicon Valley.
Para finalizar esta introducción a la entrevista que nos concedió, pintemos el perfil
académico del hombre en trazos rápidos. Paul Romer se licenció en la en la
Universidad de Chicago donde estudió matemática y física. Estuvo en el
Massachusetts Institute of Techonology, en Boston, y se doctoró en Chicago en
1983. Un su "paper" de 1990 sobre 'El cambio tecnológico endógeno' publicado en
el prestigioso Journal of Political Economy (www.journals.uchicago.edu/JPE), y
mucho traducido, es una buena referencia de lectura para quien tenga estómago
para la teoría económica "dura". Dio clases en Chicago, en la Universidad de
Rochester y en la Universidad de California en Berkeley. Desde 1996, es Profesor de
Economía en la Graduate School of Business de Stanford, donde lo fuimos a
encontrar por la segunda vez. Este año recibió el más alto galardón de la escuela de
la escuela de gestión donde enseña, el 1999 Stanford Business School's
Distinguished Teaching Award.
JORGE NASCIMENTO RODRIGUES:- ¿Qué cambió en el pensamiento económico?

PAUL ROMER: - Mucho. Hubo una Revolución del Soft, como yo la llamo. O sea, se
dio el reconocimiento de que los 'activos' que designamos hoy en el lenguaje común
como 'soft' o 'intangibles' son los bienes económicos más importantes. ¿Quién era,
antes, la niña mimada de los economistas y de los políticos? Eran la tierra, el
petróleo, el acero, las fábricas, las máquinas, etc. El caso de la URSS fue típico en
este paradigma - llevó al extremo este pensamiento y creyó que vencería al
capitalismo industrial compitiendo en este campo hasta el límite. Era una manera
tonta de crecer y enriquecerse. Cayó redondamente. Falló. Fue tomada por
sorpresa por la revolución soft. Nosotros ya no pensamos más en términos de
acumulación de más cosas - sean ellas recursos naturales o máquinas o, incluso,
personas - como clave para el crecimiento.

J.N.R.: - ¿Y cuál es el secreto de esa revolución soft?

P.R.: - La lección más importante de este abordaje nuevo es que el crecimiento


económico ocurre cuando las empresas, los emprendedores y los innovadores en
general, descubren e implementan nuevas fórmulas y recetas. Eso fue un cambio
de visión del problema... incalculable. Los propios economistas, hombres de
negocios en general y los políticos están pasando por este cambio fundamental en
la concepción de la economía.

J.N.R.: - ¿La economía empieza en nuestra cabeza, es eso?

P.R.: - [risas] La parte más profunda de la actividad económica, por más


paradójico que parezca, está en el descubrimiento de las tales nuevas fórmulas. Y
ese 'imput' es puramente humano, fruto da nuestra materia gris. En Silicon Valley
hay dos conceptos que expresan bien este mecanismo. Aquí se habla de software y
de wetware - hardware. Este último término muy usado por aquí, todo el mundo
sabe qué es. El software son las fórmulas después de codificadas y aplicadas. El
wetware representa el tal 'imput' original humano. El proceso de conocimiento en
general es la transición del wetware al software.

J.N.R.: - Eso es un poco como el pasaje del conocimiento implícito al explícito, en


el lenguaje de los adeptos de la gestión del conocimiento ("knowledge
management", en el original)?

P.R.: - En los términos que está usando, sí. Alguien pensó hacer una cosa de modo
diferente – porque en la cabeza de esa persona surgió que podría hacerlo así. Pero,
muchas veces, ni se da cuenta de la importancia de eso. Eso es una pieza del tal
wetware. Pero cuando él y otros se dan cuenta de la importancia de esa novedad, la
codifican e, incluso, pueden explicarla a otros. Es aquí cuando se transforma en
software, que pode ser usado y reusado, en un mecanismo que crea continuamente
valor. Esta lógica es algo enteramente nuevo.

J.N.R.: - ¿En qué sentido?

P.R.: - Este potencial para ser reusado sin cesar hace del software un activo con un
cariz radicalmente diferente de los otros activos. Primero, porque aquí no hay
escasez. En la realidad, hay un potencial de descubrimiento ilimitado de nuevas
ideas. Segundo, el número de gente que lo podrá usar es infinito y podrá hacerlo,
incluso, en simultaneo. Se da la oportunidad de una expansión enorme.
Muchos hablan de esa nueva realidad como una ‘nueva economía’, porque,
entretanto, emergieron una serie de nuevos sectores económicos en el que el tal
'soft' es rey.
J.N.R.: - ¿Aconseja a sus alumnos a usar el término?

P.R.: - En términos generales, no. En rigor, no. Yo no uso el término ‘nueva


economía’. Está de moda, pero yo no lo recomendaría a mis alumnos. Muchas cosas
de la tal ‘vieja’ economía continúan – las crisis, la inflación, etc. Incluso con el
rapidísimo cambio tecnológico no murieron, a pesar de que mucha buena gente lo
pretendió. Las innovaciones y los descubrimientos siempre fueron muy importantes
a lo largo de los siglos en el crecimiento económico. No son un hecho nuevo.

J.N.R.: - Entonces, ¿qué es lo nuevo realmente?

P.R.: - Lo que sucedió fue un proceso ideológico, como ya le referí antes. Las
personas ahora están percibiendo mejor el problema. De lo que se trata es de que
se está imponiendo un nuevo modelo mental. ¡No fue la realidad económica
esencial lo que cambió, sino nuestra cabeza! Pero esta percepción, este cambio
mental, se da, sin duda, más en los Estados Unidos que en Europa. Es obvio que
mucho de lo que los propagandistas de la 'nueva economía' dicen es pura
exageración, pero algunas cosas son motivadoras y entusiasmantes. Yo diría que
cuando escogen la agit-prop son óptimos, el problema es cuando quieren ser
economistas. Cuando se ponen en economistas, caen en necedades. [risas]

J.N.R.: - ¿La capacidad de tener gente dentro de la empresa produciendo


sistemáticamente ese "wetware" del que hablo y transformándolo en software es la
esencia de lo que hoy se intenta contabilizar como 'capital intelectual'?

P.R.: - El capital intelectual es, más o menos, como la cuestión de la ‘nueva


economía’. Está de moda. Yo tampoco aconsejaría a mis alumnos a usar el término.
Pero depende de lo que se entienda. Las empresas más avanzadas, cuando hablan
de gestión del conocimiento, están hablando de procedimientos internos, los
voceros del capital intelectual hablan de él por otra razón – pretenden movilizar a
los inversores y a los accionistas. Son propósitos diferentes. El primero – de la
gestión del conocimiento - sinceramente me parece más serio. [risas] Hablando
ahora sin bromas: el capital intelectual tiende a sugerir que podremos usar
procedimientos de contabilidad en este campo. El problema es que la diferencia que
hay entre el tal software del que hablo y los otros activos con que se lidia en la
empresa conducen a que mucha de esta ‘artillería’ de contabilidad sea totalmente
inapropiada.

J.N.R.: - Una de las nuevas tales ‘leyes’ de las que se habla en la tal ‘nueva
economía’, es la de la conveniencia de permitir situaciones de monopolio a quien
consigue ser el primero en controlar ese software (haya sido o no o su creador
original) y tener a los clientes cautivos a su uso. Además, me viene a la memoria el
caso de Microsoft y, en el futuro, probablemente haya otras. ¿Cuál es su opinión?

P.R.: - Eso tiene que ser bien examinado. Es necesario un análisis no apasionado.
Lo que Microsoft hizo históricamente fue explorar una serie de innovaciones de
otros y masificarlas - y abaratarlas – en el marco de una plataforma. Ese es el lado
positivo del tal monopolio.

J.N.R.: - Eso es lo que ya algunos llamaron, a la teoría de Microsoft como Robin de


los Bosques de la Sociedad de la Información...

P.R.: - [risas] Bueno, el análisis correcto es saber, al final, lo siguiente: ¿el tal
monopolio, alienta o no el cambio, la innovación? Hay razones para que nos
preocupemos con la cuestión pues, el mercado por sí mismo, podrá no incentivar la
innovación. El problema de fondo es saber si Microsoft se transformó en algo tan
dominante que impide la innovación en el mercado. Creo que siempre es preferible
un ambiente en que varios Bill Gates del futuro puedan nacer. Gente que, por lo
menos, tenga una chance, tenga o no éxito después. Donde no hay entrada de
otros, donde no hay renovación del tejido empresarial [enfatiza Romer], no hay
innovación competitiva, eso es una certeza económica.

J.N.R.: - Lo que nos lleva a la cuestión de la importancia de fomentar el espíritu


emprendedor. La euforia actual de hoy lleva a pensar que es más fácil hoy ser
emprendedor. ¿Es así?

P.R.: - Es verdad que es más fácil hoy lanzar nuevas empresas. Hay muchos
jóvenes salidos de escuelas con el MBA queriendo crear sus propias empresas en
lugar de pensar en mejorar un curriculum para entrar en una gran empresa o en un
banco. Hay señales claras de esta cultura de la ‘start up’. La propia enseñanza se
tiene que adaptar a esa tendencia.

.N.R.: -¿Pero, cómo?

P.R.: - Lo esencial en un período de estos es formar personas bien capacitadas


para explorar las oportunidades del mercado. La enseñanza debe volverse hacia la
‘producción’ de este tipo de gente. Y ahí están fallando las Universidades.
Yo creo que el desafío es crear, en el próximo siglo, nuevas instituciones para
formar esos innovadores y emprendedores. Poner más dinero en lo que ya existe es
errado. Lo que es indispensable es crear nuevas instituciones.

J.N.R.: - Pero profesor, usted es parte integrante de la actual Universidad...

P.R.: - Las Universidades actuales fueron creadas, sobre todo parar formar
profesores, no innovadores.

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