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¿Destinos de la esquizofrenia?
Fabien Grasser
Tomado de El síntoma charlatán, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1998, p. 237-246.
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noción errónea de alucinación sin objeto.3 Bleuler fue de los primeros
en intentar aplicar la concepción freudiana a la clínica de las psicosis,
evitando, eso sí, la dimensión de lo sexual. En 1911 aísla el trastorno
fundamental de la enfermedad, la disociación, síndrome positivo que
engendra el famoso síndrome negativo del autismo y que corresponde
a la pérdida de todo poder regulador del yo.4
Bleuler logra de ese modo -no sin Freud, que publica el caso del
«presidente Schreber» en 1911-5 introducir una concepción unitaria
de las psicosis. Organicista, es, sin embargo, el primero en sacar a la
luz el fenómeno de base de la psicosis, en sentido estrictamente
estructural. La introducción del síndrome disociativo hace caer las
separaciones nosográficas construidas por la clínica anterior y
revoluciona el debate sobre la psicosis y sus evoluciones.6
¿Cómo no ver la cercanía con las concepciones de Clérembault,
sin duda mecanicista, pero del que Lacan supo extraer las
perspectivas estructurales tan bien observadas? ¿No es el
«automatismo mental» heredero del «síndrome de disociación»? ¿Y no
es la « ideogenia secundaria» la vía de la elaboración paranoica que
se opone a la del autismo secundario bleuleriano? Gracias a Schreber
y a Freud, Lacan logra identificar el principio mecanicista de
«liberación de las células primitivas» de Clérembault con la estructura
simbólica primitiva y atemática de la psicosis.7 Identifica las voces
«de origen sobrenatural», «de origen exterior», con esa estructura
simbólica primitiva del sujeto afectado por la Verwerfung. En suma,
sustituye las «células primitivas» de Clérembault por el «significante»
y reemplaza la «liberación de las células primitivas» por el
«desencadenamiento del significante». Así, Lacan define la estructura
de la psicosis.
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Schreber fue el primero en testimoniar lo que hay de real en la
estructura de las psicosis. Se puede llegar a decir, al menos
históricamente, que fue él quien indicó a Freud y a Bleuler de qué se
trata en el proceso activo de base de la psicosis, lo que les permitirá
unificar el campo de las psicosis. En efecto, Schreber, paranoico,
transmite de qué se trata en el síndrome disociativo.8 Con el rigor que
le conocemos, describe punto por punto lo que se produce para él una
vez desencadenada su descompensación. El desencadenamiento del
significante que hace tambalear radicalmente su identificación
anterior, le confronta con un goce fragmentado del que no sabe la
dirección de origen. Sus descripciones demuestran la pérdida de la
imagen y de toda unidad de su cuerpo.
La disolución imaginaria responde a la marejada del goce y le
empuja :hacia «la muerte del sujeto» a la que intenta resistir. Es el
momento lógico del sinsentido: «Alles ¡st Unsinn». Ya nada hay que
comprender, no hay más orden para el sujeto. No queda más que un
recorte sistematizado del cuerpo al ritmo de significantes
individualizados no articulados por una significación unificante.
Schreber trata de resistirse a esa desagregación, hasta el punto de
preferir el intento de darse la muerte real antes que consentir a ella.
Se había identificado con lo que saturaba el deseo de la madre desea
volver a ese estado anterior, pero el Otro está desencadenado hasta
al punto que ya no puede lograrlo.
Su internamiento en psiquiatría le fuerza a consentir en
identificarse con el objeto real, en lo que Lacan delimitó como la
«regresión tópica al estadio del espejo».9 «Cadáver leproso entre los
cadáveres leprosos», o sea, un simple resto de cuerpo, desecho de la
operación de disociación, cuando se sabe muerto por el anuncio de su
fallecimiento, no es más que un lastre sin vestidura. Estupor y
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catatonía lo embargan después de esta etapa paranoide de defensa.
El alto funcionario de la justicia alemana y su primera Identificación
i'(a) se han reducido a una pura consistencia real, a a, bajo el efecto
de la irrupción del goce (véase nuestro esquema infra). Schreber,
paranoico, pone luego en pie, por la operación de la interpretación,
una significación nueva que le restituye un orden y un nuevo cuerpo.
Es el tiempo e la «ideogenia secundaria», el de la elaboración de una
convicción delirante que aleja la certeza de base que el sujeto ha
encontrado al mismo tiempo que los elementos disociativos, y
restablece un vínculo social por el testimonio que implica.
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que ha perdido su primera identificación, cuya significación no tiene
nada de excepcional al proceder de la interpretación de la madre.
El campo de las psicosis, unificado por el fenómeno elemental
de base, que es el trastorno estructural del lenguaje de la alucinación,
responde a la elección de la forclusión del nombre del padre. En el
campo de la paranoia se da la opción de la interpretación que resulta
del campo de la creencia, del sentido. François Leguil indica que «la
creencia, por seria que sea, se queda siempre en déficit en cuanto al
saber (desubjetivizado), remitiendo al Otro la carga de la causa».11 La
opción esquizofrénica es la del rechazo de todo compromiso con lo
imaginario y la significación, es decir, es la opción de «la certeza esta
vez en déficit en cuanto a la transmisión».12 ¿Sería el esquizofrénico
aquel que elige permanecer lo más cerca de una verdad intransmisible
por demasiado objetiva?
Hay, pues, forclusión del nombre del padre y Unglauben en
ambos casos, pero el esquizofrénico elige lo peor y prescinde de toda
ayuda imaginaria para intentar hacerse un cuerpo. Si el encuentro del
sinsentido y del enigma puede conducir al paranoico a su certeza,
sacándole de su convicción, el esquizofrénico, por su parte,
permanece siempre provocado por el sinsentido, prohibiéndose toda
convicción y también todo desconocimiento.
Identificaciones diferenciales
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esquema que, caso por caso, parece poder dar cuenta de los
diferentes destinos en la psicosis, y hace aparecer, como subraya
François Leguil, «que el sujeto da testimonio de una certeza que está
en el horror de una dirección que le revela que lo real de un objeto es
portador de su condición subjetiva».14
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el tiempo de la interpretación, es decir, el tiempo de la muerte de la
cosa; tiempo siempre incompleto en la paranoia, como recuerda
Jacques-Alain Miller en su artículo «Clinique ironique».15 Crea de ese
modo una significación personal (2) que apacigua su relación con el
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esa dirección que le designa por el sesgo del objeto su condición
subjetiva.
El esquizofrénico, sea cual sea el grado de disociación, de
fragmentación, de goce del que es objeto, no sobrepasa la
identificación segunda con el objeto real. La clínica pone de manifiesto
de qué manera, a partir de ahí, se fija a los diferentes destinos
subjetivos soportados por el vector i’(a) → (a).
Prepsicótíco normal, funcionario ejemplar, personalidad as if,
borderline marginal... todos se alojan en i'(a). Después de un primer
episodio disociativo, que cada vez atenta a esa vestidura socializante
que es i', es frecuente comprobar el retorno íntegro a esta primera
identificación. Favorecida probablemente por las medicaciones
antialucinatorias, esa solución no es desde luego la peor. Si bien esos
sujetos normales pueden parecernos racionales en demasía y con
discursos bien vacíos, cumplen sus deberes sin necesitar sentido
alguno. Ironía muy discreta, se dirá, pero su respeto transforma el
destino de esos sujetos. Raramente hospitalizados, y dado el caso a
petición propia, participan de un auténtico vínculo social, sin estar
demasiado amenazados por los tormentos propios de su estructura.
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de su piedad, pero presenta, en una fina irrisión, lo cómico de una
identificación que hace caricatura de la creencia en el nombre del
padre. Al cabo de su trayecto disociativo, propondrá sustituir la
circuncisión que no podía realizar por un estatuto de discapacitado,
pero a espaldas de su madre, cuya interpretación no podía soportar.
Después fracaso de la primera solución, tiene en perspectiva una
nueva, que conserva los mismos objetivos: lograr un compromiso con
la interpretación materna. Intenta así sustituir i'(a)1 por ¡'(a)2.
Veamos también el caso de ese sujeto aquejado de un delirio
paranoide hace casi quince años. Nunca vuelve a una identificación
apaciguadora, se debate en permanencia con los fenómenos que le
asaltan. No tiene recurso que el significante desordenado en su
vertiente real para intentar frenar, punto por punto, las intrusiones
alucinatorias. Ha intentado una solución desastrosa: tomar «Mercalm»
(medicamento que trata el mareo de mar), que redobla más aún los
efectos cenestésicos que le torturan. Resiste, sin embargo,
permanentemente a la muerte del sujeto, y denuncia a todos aquellos
que se la desean. Pero no logra inventar una lengua extranjera a
lalengua de su madre, fuente de todos sus fenómenos alucinatorios, a
pesar de todas las intervenciones de aspecto paterno. La solución de
Wolfson, aunque le condene a la elaboración incesante, encontraría
ahí su lugar lógico en el vector de los destinos del esquizofrénico.
Nuestro paciente paranoide resiste a (o), pero tampoco logra
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identificación con el objeto real, se arman, el uno con el significante
puro, y el otro con la lógica, para tratar la cosa sin compromiso
alguno, nunca, con el sentido y lo imaginario. Están al frente del
objeto real y llegan hasta el final de su elección ética de la forclusión,
pero también de su rechazo del subterfugio de la interpretación. El
primero hizo la elección del mantenimiento de la certeza de una
verdad demasiado verdadera para poder pasar al sentido, el segundo
hizo la elección de demostrarlo. La ilegibilidad del uno y la ferocidad
del otro no conceden nada al Otro en lo que respecta a la carga de la
causa, la de la filiación. La cosa permanece viva, entera, el cuerpo
hay que tejerlo a la letra, al borde de ese agujero, litoral de la
relación del sujeto con lo real. Al mantener permanentemente el
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síntoma en su punto de inflexión, Joyce se condenó a producir
efectos de creación. En nuestro esquema permanece en el borde de a,
rechazando tanto lo imaginario como la muerte del sujeto, sin admitir
el menor retroceso. Si situamos a Wittgenstein en el mismo lugar,
veremos que usa las letras minúsculas para demostrar la superchería
de toda creencia y, por ende, de todo semblante en relación con la
verdad y la certeza. Nada que ver con la significación del transfinito»
de Cantor.
Tratar es a-bordar
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esquizofrénicos encontrar por ellos mismos su mejor destino. No
todos los psicóticos tienen la capacidad de alguien como Joyce.
Aunque la tuvieran, no ha lugar empujarles a ello cuando sabemos los
sufrimientos que tuvo que soportar para una obra como la suya. Los
neurolépticos, sin duda también, parecen impedir a los psicóticos
realizar su trayecto propio y tomar parte en el retorno a algunas
posiciones de normalidad a veces vacías de sentido. Hay que cuidarse
del riesgo de empujar al psicótico a la situación que permitió a
Schreber su tan formidable testimonio. Se trata más bien de extraer
las consecuencias de esos testimonios, a posteriori, para no redoblar
los efectos de goce de los que esos sujetos son objeto, en lo que la
ciencia contemporánea participa activamente.
El «dicho esquizofrénico», nos dice Lacan, «se especifica por
estar (en el problema de la función de los órganos del cuerpo) sin que
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lo socorra ningún discurso establecido». Lo que significa que, salvo
la interpretación primera, la de la madre, que no engendra ningún
discurso y no ofrece al sujeto más que un espejismo de posición
social, el esquizofrénico se ríe muy mucho de todo discurso que
suponga un sentido preestablecido. Apoyado en su ironía lógica, se
opone a ello. En efecto, esta interpretación primera de la madre, ¿qué
otra cosa significa sino que una madre puede tener el falo? Y eso
contra todo discurso y, sobre todo, contra la significación fálica
engendrada por la función del nombre del padre. La interpretación
paranoica, la metáfora delirante, diría, se sostiene, por su parte, con
una significación nueva, inventada. Pero el esquizofrénico es aquel
que permanece no sólo fiel a su elección de la forclusión del nombre
del padre, sino también de la increencia (Unglauben) y del sinsentido
(Unsinn).
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No se trata de dar más valor a una o a otra de las soluciones de
la psicosis. Nuestra lectura retroactiva se debe al saber que el sujeto
paranoico nos transmite al precio de un cierto grado de
desconocimiento y de una in-fiel verdad, la convicción. Es él, sin
embargo, quien nos proporciona las claves del desciframiento de la
verdad íntegra, a la cual el esquizofrénico se consagra al precio de su
sufrimiento y su intransmisibilidad. Para oponerse a los esfuerzos de
las tecnologías de la pseudociencia contemporánea, saquemos la
lección de esos testimonios cada vez más coartados. Por su ironía,
¿no pone el esquizofrénico a los psiquiatras en la vía de no creer de
lleno en el consenso oscurantista, cuando su mayor fuente de ironía
resulta de que las normalidades preestablecidas no tienen las de
ganar? Si bien podemos comparar a los «neurocognitivistas» que
pretenden que «la existencia de anomalías neurobiológicas no tiene
ya que ser probada en la esquizofrenia»18 con Flechsigs en serie -
Schreber les enseña los estragos que pueden desencadenar en la
paranoia-, algunos están enterados ahora de que el efecto del
redoblamiento forclusivo de la ciencia médica contemporánea tiene
como único resultado el de eliminar toda capacidad creadora y
productiva en el psicótico y el de desmultiplicar los efectos de goce
que recibe del Otro. Pero en su no querer saber nada, con el único
fin «de terminar» con los alumnos de la enseñanza de las psicosis y
de Lacan, un psiquiatra universitario de pretensión humanista acaba
de poner en la picota a Clérambault, su obra y su memoria en tono
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de odio, colaborando en parte a esas consecuencias desastrosas.
Con el cuidado de no redoblar los terribles efectos que la
elección ética de la forclusión implica, el analista ha de encontrar la
palabra que pueda evitar tanto la muerte subjetiva como la muerte
real. Lacan la caracteriza como un «no sin decir»20 que pueda
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escapar a la «dicho-mensión de la verdad», la de la interpretación
materna. Este «no sin decir» es un «decir que no»21 al dejar caer en
el extremo de los efectos del goce; se opone en suma al «no»
forclusivo de la ciencia contemporánea y deja al psicótico el campo
libre en el que puede tratar las coordenadas subjetivas remitidas por
el horror de su dirección. Quedaría tratar qué pistas responden a los
sujetos autistas y melancólicos.
NOTAS
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15. Jacques-Alain Miller, «Clinique ironique», La Cause Freudienne, No. '23, París,
NavarinSeuil, febrero de 1993.
16. Jacques-Alain Mlller, «Sur la leçon des psychoses», Actes de l'ECF, No XIII, 1987
17. Jacques Lacan, «1:Etourdit», Scilicet, 4, París, Seuil, 1973, pág. 31.
18. M. C. Hardy-Baylé, op. cit.
19. H. Grivois, «Pour en finir avec Clérambault», Synapse, No. 131, NHA, diciembre
de 1996.
20. Jacques Lacan, «L'Étourdit», pág. 8.
21. Ibid., pág. 9.
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