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Capítulo XIII
LA AERONÁUTICA
Durante milenios el hombre quiso volar y solo pudo realizarlo en el siglo XX
Volar ha sido desde los tiempos más remotos el más ferviente y apasionado anhelo de la
humanidad. La naturaleza dotó al hombre de inapreciables e inmensos
atributos: lo hizo capaz de pensar, imaginar, sentir la belleza,
movilizarse de un punto a otro, danzar, comunicarse con sus
semejantes... Sin embargo, olvidó darle alas que le permitieran
remontarse hacia las estrellas y contemplar su propio planeta desde el
cielo. "Oh, si yo fuese pájaro", tiene que haber sido, sostiene Michelet,
una de las primeras exclamaciones del hombre prehistórico al observar
el vuelo airoso de las aves. Pero esa contemplación pasiva no tardó en
transformarse acción y el Homo Sapiens buscó por todos los medios a
su alcance imitar a los seres alados, o, al menos, soñar que los emulaba.
Sus primeros esfuerzos se confundieron con la mitología. La leyenda
cuenta que Ícaro huyó con su padre, Dédalo, del laberinto de Creta
volando con unas alas adheridas a su cuerpo con cera, pero habiéndose
acercado demasiado al sol éste las derritió y los imprudentes aeronautas cayeron al mar, en el que
perecieron ahogados. Pero el sueño de Ícaro y Dédalo no murió con ellos y hoy el mundo lo
contempla hecho realidad en los modernos jets supersónicos y en los satélites artificiales que
surcan el espacio sideral, aprestándose a conducir al hombre hacia otros mundos.
una máquina que funciona conforme a unas leyes matemáticas, y entra dentro de la capacidad
del hombre reproducir esa máquina con todos sus movimientos”. Animado por estas alentadoras
conclusiones, el genial Leonardo se dio a la tarea de diseñar proyectos de aeroplanos con alas en
forma de murciélago, de helicópteros y hasta de un modelo de paracaídas. Se ignora si logró
experimentar alguno de sus aparatos más importantes, pero algunos modernos historiadores de la
ciencia afirman que parece verosímil que el sabio renacentista haya hecho volar un pequeño heli-
cóptero.
Los esfuerzos de Leonardo fueron olvidados, y hasta fines del siglo XVIII no se produjo ningún
hecho en la gestación de la aeronáutica que merezca ser recordado, salvo, tal vez, los tenaces y
vanos intentos de un carpintero del siglo XVII llamado Besnier, quien trató infructuosamente de
conquistar el aire con un primitivo aparato de su invención consistente en cuatro alas de bisagra
unidas por una varilla y accionadas por los brazos y piernas del inventor.
SURGE EL AERÓSTATO
Pero si bien hubo no pocos cientistas y aventureros con vocación de inventores en épocas
anteriores a la Revolución Francesa que dieron muestras de una voluntad decidida de despegar de
la madre tierra, sólo hasta comienzos del siglo XX no fue posible volar con máquinas más
pesadas que el aire, gracias a los progresos de la técnica que al fin puso aquel sueño al alcance
del hombre.
Sin embargo, el anhelo de volar era tan grande que el ser humano no tuvo paciencia para esperar
el avance científico y buscó otros medios para elevarse. Fue así como la primera e increíble
victoria del hombre sobre la gravedad tuvo lugar en Francia a fines del “siglo de las luces” con la
invención del aeróstato, 119 años antes de que los hermanos Wright lograran hacer despegar su
tembloroso y rudimentario aparato desde las arenas de Kitty Hawk.
hermano Ettiene, y juntos se dieron a la tarea de construir el primer globo de la historia, el cual
estuvo terminado en la primavera del año siguiente.
El 4 de junio de 1783, fecha estelar en la historia de la aeronáutica, los dos hermanos hicieron la
primera demostración de su invento en el centro de Annonay, su ciudad natal, ante una gran
muchedumbre que asistió maravillada. Inflado merced al aire caliente suministrado por una gran
hoguera avivada con lana y paja, el globo se elevó hasta alcanzar una altura de dos mil metros. La
Academia de Ciencias de París acogió con gran beneplácito y entusiasmo el exitoso experimento
y prestó todo su apoyo a los Montgolfier para que construyeran un nuevo aeróstato. Así, tres
meses después, un segundo globo fue lanzado en Versalles en presencia del rey y la reina, esta
vez conduciendo tres pasajeros: un carnero, un pato y un gallo, que realizaron un vuelo libre de
unos tres kilómetros. Al igual que los chimpancés utilizados en los vuelos de los "sputniks" de
nuestros días, los animales sobrevivieron perfectamente a la prueba.
LOS DIRIGIBLES
Durante mucho tiempo los aeróstatos estuvieron a merced de los vientos, por más que se
ensayaron no pocos métodos para controlar su dirección a base de alas y remos, los que en
definitiva nunca dieron resultado. La solución a este problema vino por otro camino: la aplicación
del motor, con lo que el aeróstato se convirtió en dirigible. En 1851, Henri Giffard hizo uso de un
motor de vapor de cinco H. P. En 1878, el profesor C. E. Ritchell voló sobre Hartford,
Connecticut, en un dirigible impulsado por una hélice movida con vapor. Pero hasta 1898 los
globos no se independizaron absolutamente del viento y de las corrientes atmosféricas.
Ese año se empezaron a aplicar motores de gasolina a la conquista del aire, gracias al esfuerzo de
dos grandes inventores que trabajaron independientemente: el brasileño Santos Dumont, en París,
y el conde Ferdinand von Zeppelin, en Alemania.
A este último se debió el más acabado perfeccionamiento del dirigible, cuyas máximas
expresiones fueron primero el zepelín y más tarde el "Graf Zeppelin". Sin embargo, este tipo de
aeronave no estaba destinado a servir de modelo al futuro progreso de la aviación.
Wright dijo que "sabía más sobre los principios de la aviación que todos sus predecesores, y que
cuantos le sucedieron hasta finales del siglo XIX".
En 1808, Cayley ensayó con éxito su primer planeador, y en 1843 publicó los planos originales
para un "convertiplano", aparato bastante similar a un helicóptero, que, a no ser por algunos
detalles de su estructura, bien hubiera podido volar.
Otro nombre digno de ser destacado entre los investigadores que prepararon el terreno para la
aparición del aeroplano es el de Otto Lilienthal, quien hacia 1895 llevó a cabo experimentos con
planeadores que le permitieron emprender importantes y decisivos estudios sobre aerodinámica.
Dos pioneros, y a la vez investigadores, Orville y Wilbur Wright, hicieron realidad la aviación,
tal vez la invención de mayor trascendencia del siglo XX, que en un puñado de años hizo
desaparecer las distancias y convirtió la palabra lejanía en proximidad.
Con aplicación y minuciosidad incomparables, los hermanos Wright estudiaron todo lo que se
había hecho antes de ellos en el terreno de la aeronáutica, sacaron sus propias conclusiones y
aportaron algunas ideas propias inspiradas directamente en las experiencias de Lilienthal. Su obra
fue a la vez síntesis de 500 años de experimentos previos y la piedra angular que cimentó las seis
décadas posteriores de fabuloso progreso de la aviación hasta llegar a nuestros días.
En 1900, Orville y Wilbur Wright empezaron a hacer experimentos con planeadores, pero su gran
día no llegó hasta el 17 de diciembre de 1903, fecha en que estuvo terminada la construcción de
su primer avión: un aparato impulsado por un motor de gasolina de cuatro cilindros y 12 H. P.
Fue una mañana fría y con mucho viento... El aparato salió de su hangar y comenzó a moverse...
Orville se puso a los mandos... Al principio, el aeroplano avanzó sobre raíles, mientras Wilbur
sostenía una de las alas; después se elevó a tres metros de altura, cabeceó, y al final voló
pesadamente unos treinta metros antes de tocar tierra. "El vuelo no duró más que unos doce
segundos, escribió posteriormente Orville, pero fue la primera vez en la historia del mundo que
una máquina portadora de un hombre pudo remontarse al aire por su propia fuerza y volar sin
reducción de velocidad para aterrizar finalmente a la misma altura de su punto de partida".
El avión era ya una indiscutible realidad. En 1905, los hermanos Wright lograron volar durante
media hora seguida, cubriendo unas 25 millas. A la vez Henri Faraman, Santos Dumont y otros
Dos años más tarde levantó vuelo el primer cuadrimotor del mundo, el "Le Grand" diseñado por
el ruso Igor Sikorski. Un español, el ingeniero Juan de la Cierva, ideó el autogiro en 1919,
iniciando dos años después sus primeras pruebas en Madrid, que culminaron el 12 de diciembre
de 1924, cuando un helicóptero cubrió el trayecto Cuatro Vientos - Getafe en 8 horas 12 minutos,
primer vuelo en autogiro de la historia homologado por la Federación Aeronáutica Internacional.
Así De la Cierva obtuvo el primer aparato más pesado que el aire de despegue vertical, cuya
posibilidad había sido ya vislumbrada por Leonardo da Vinci la friolera de más de cuatrocientos
años atrás.
turbinas a chorro en 1930 Hans von Ohain, en Alemania, hizo igual cosa en 1935. El 27 de agosto
de 1939, el HE-178 alemán construido por Heinkel para el motor Ohain realizó el primer vuelo a
reacción de la historia. Así, la aviación entró en la senda del motor a chorro que la llevó primero
a batir la barrera del sonido y luego a dejarla largamente atrás en numerosos vuelos de prueba. La
aeronáutica vive hoy una etapa de plena madurez en que los diseños audaces y modelos de
aeronaves fabulosas, tanto civiles como militares, se multiplican profusamente, derribando con
puntualidad las barreras del tiempo y la distancia. Sólo otra ciencia afín logra opacarla, y es la de
la astronáutica, la cual, comparativamente, a pesar de sus brillantes logros, vive aún una fase
inicial que podría corresponder a lo que fue la aviación en tiempos de los hermanos Wright.