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EL CASTILLO DE Otranto

De Horace Walpole

PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

La siguiente obra se encontró en la biblioteca de una antigua familia Católica


en el norte de Inglaterra. Se imprimió en Nápoles, en letra gótica, en el año 1529. No
aparece si fue escrita antes. Los principales acontecimientos son los que se creen que
sucedieron en las épocas más oscuras del Cristianismo; pero el idioma y la conducta
no tienen nada que sugieran el barbarismo. El estilo es el Italiano más puro. Si la
historia fue escrita cerca del tiempo que se supone ha sucedido, debió haber sido
entre el 1095, la época de la primera cruzada, y el 1243, la fecha de la ultima, o no
mucho después. No hay otra circunstancia en la obra, que pueda llevarnos a adivinar
el periodo en el que esta colocada la escena. Los nombres de los actores son
evidentemente ficticios, y probablemente disfrazados a propósito, no obstante los
nombres Españoles de los criados parecen indicar que esta obra no fue compuesta
hasta que el establecimiento de los reyes Aragonianos en Nápoles hubiera hecho
apellidos Españoles familiares en ese país. La belleza de la dicción, y el celo del autor
(moderado, sin embargo, por el juicio singular), coinciden en hacerme pensar, que la
fecha de la composición fue poco antes de la fecha de la impresión. Las letras en
Italia estaban entonces en su estado mas floreciente, y contribuían a dispersar el
imperio de la superstición, tan fuertemente atacado en ese tiempo por los
reformadores. No era improbable, que un sacerdote ingenioso pudiera esforzarse en
dirigir sus armas hacia los innovadores; y aprovecharse de sus habilidades como
autor para confirmar al populacho en sus antiguos errores y supersticiones. Si esta
era su visión, seguramente actuó con una dirección señalada.
Una obra como la siguiente esclaviza a cientos de mentes vulgares, mas allá de
la mitad de los libros de controversia que han sido escritos desde los días de Lutero
hasta el presente.
Sin embargo, la solución de los motivos del autor es ofrecida como una mera
conjetura. Cualquiera hayan sido sus visiones, o los efectos que la ejecución de ellas
pudieron tener, su obra solo se puede colocar en el presente ante el publico como un
asunto de entretenimiento. Inclusive como tal, es necesaria alguna apología. Los
milagros, las visiones, la nigromancia, los sueños, y otros acontecimientos
sobrenaturales, ahora incluso son refutados desde los romances. Ese no fue el caso
cuando nuestro autor escribía; mucho menos cuando la historia se supone que
sucedió. La creencia en cada tipo de prodigio estaba tan establecida en aquellas
épocas oscuras, que decía que un autor no seria fiel a las costumbres de la época si
este omitía toda mención a ellas. No estaba obligado a creerlas, pero debía presentar
a sus actores creyendo en ellas. Si este aire de lo milagroso es excusado, el lector no
encontrara nada mas indigno de su cuidadosa lectura. Permita la posibilidad de los
hechos, y todos los actores se comportan como lo harían las personas en su situación.
No hay disgresiones ampulosas, ni símiles, ni flores, o descripciones innecesarias.
Todo tiende directamente a la catástrofe. Nunca se relaja la atención del lector. Las
reglas del drama se observan casi en toda la conducta de la pieza. Los personajes
están bien dibujados, y mantenidos aún mejor. El terror, la máquina principal del
autor, evita que la historia jamás languidezca; y con tanta frecuencia contrasta con la
piedad, que la mente se mantiene en una constante vicisitud de pasiones
interesantes. Quizás, algunas personas puedan creer que los personajes de los criados
son muy poco serios para el reparto general de la historia; pero, además de su
oposición a los personajes principales, el arte del autor es muy observable en su
conducta de los subalternos. Descubren muchos pasajes esenciales para la historia,
que no podrían ser bien traídos a la luz salvo por su INGENUIDAD y simplicidad: en
particular, el terror y las extravagancias femeninas de Bianca, en el último capítulo,
conducen esencialmente hacia el avance de la catástrofe.
Es natural para un traductor ser perjudicado a favor de su obra adaptada. Los
lectores más imparciales no pueden estar tan impresionados con las bellezas de esta
pieza como lo estuve yo. No obstante no estoy ciego hacia los defectos de mis
autores. Desearía que hubiera fundamentado su plan en una moraleja más útil que
esta: “los pecados de los padres son volcados a sus hijos en la tercera o cuarta
generación.” Dudo si, en su época, algo mas que en el presente, la ambición
refrenaba su apetito de dominación desde el espanto de un castigo tan remoto. Y no
obstante esta moraleja está debilitada por aquella insinuación menos directa, que
incluso tal anatema puede ser desviado, por la devoción a San Nicolás. Aquí, el
interés del monje consigue sencillamente el mejor de los juicios del autor. Sin
embargo, con todas sus fallas, no tengo dudas de que el lector estará complacido con
una visión de esta composición. La piedad que reina en su totalidad, las lecciones de
virtud que son inculcadas, y la pureza rígida de los sentimientos, eximen a esta obra
de la censura a la que los romances están demasiado expuestos. Esta obra debería
encontrarse con el éxito, eso espero.
No detendré mas al lector, solo haré un comentario breve. Aunque la
maquinaria es la invención, y los nombres de los actores imaginarios, no puedo mas
que creer, que el fundamento de la historia se basa en la verdad. La escena está
colocada indudablemente en algún castillo real. El autor aparece frecuentemente, sin
designio, para describir partes particulares: “La alcoba,” dice, “de la mano derecha; la
puerta de la izquierda; la distancia de la capilla hacia el cuarto de Conrad.” Estos y
otros pasajes, son fuertes presunciones de que el autor tenía alguna cierta
construcción a la vista. Personas curiosas, que han tenido tiempo libre para emplear
en tales búsquedas, posiblemente descubren en los escritores Italianos los cimientos
sobre los cuales nuestro autor ha construido. Si es una catástrofe, todo se asemeja a
ella cuando él describe, esto se cree que le ha dado origen a esta obra, contribuirá al
interés del lector, y hará una historia aún más conmovedora al Castillo de Otranto.

Horace Walpole
SONETO A LA HONRADA Y HONORABLE LADY MARY COKE.

LA gentil doncella, de cuya historia desafortunada


Estas melancólicas páginas hablan;
Dice, cortés dama, ¿dejará ella
De arrastrar la lágrima por vuestra mejilla?

No; ¡nunca fue vuestro compadeciente pecho!


Insensible a los dolores humanos;
Tierno, aunque firme, ¡derrite la angustia!
Pues la debilidad nunca conoce.

¡Oh! Protege las maravillas que relato


de la ambición caída azotada por el destino,
De la culpa quejosa de la razón.
Bendita con vuestra sonrisa, mi intrépida vela
Me atrevo a expandirla hasta el vendaval de la Fantasía,
Seguramente vuestras sonrisas son la Fama.

H.W.

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