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San Martín de Porres

• Festividad: 3 de noviembre
• Fecha beatificación: 1873
• Fecha canonización: 16 mayo 1962
• Nacionalidad: peruano
• Patrón: barberos, peluqueros, mulatos, problemas interraciales, sanidad
pública, educación pública.

San Martín de Porres es muy popular en toda América y hasta se han


filmado hermosas películas acerca de su vida y milagros. No sólo ejerce el
atractivo que han ejercido siempre los sencillos cuando el Señor ha querido
glorificarlos, sino que su misma persona constituye todo un símbolo. Se
destacó por su humildad, su servicio y su asistencia a los enfermos y
necesitados.

Martín de Porres nació en Lima, Perú, el 9 de diciembre de 1579, hijo natural de Don Juan de Porres,
oriundo de Burgos, España, de donde traía el título de Caballero de Alcántara, de ilustre familia,
sangre limpia, blasones antiguos, despierto y listo para los negocios de gobierno, apuesto en su porte y
buen cristiano. El señor don Juan venía de España a América nombrado gobernador de Panamá. Su
estancia en Lima fue corta y de trámite. Durante el tiempo que permaneció en la ciudad de los reyes
hubo su mala ventura de tropezar con una joven agraciada, Ana Velásquez, negra africana libre,
nacida en Panamá, venida a Lima desde Panamá, y que vivía honradamente de su trabajo. Tenía su
casita en las afueras de Lima, El hidalgo español frecuentaba aquella casita con grave daño de su
honor y del honor de aquella joven y aunque no se casaron tuvieron dos hijos y vivían en casas
separadas.

La madre, ayudada del caballero, los crió lo mejor que pudo, educándolos cristianamente, pues era
ella fervorosa creyente. El primer hijo nació un 9 de diciembre de 1579. No nació negro, sino oscuro
de rostro; ni tampoco con rasgos africanos; antes bien, las líneas de su cara se alargaban y henchían
con toques de estirpe y ascendencia extremeña o andaluza. Sus hombros eran anchos; sus brazos,
fuertes; su frente, levantada; sus ojos, negros; su nariz, más pequeña que grande; sus labios, gruesos
en proporciones correctas; su costillar, espeso y membrudo. Por el color de su piel, su padre no lo
quiso reconocer, Martín cargó con la “culpa” de ser un “hijo natural” y en la partida de bautismo
figura como “de padre desconocido”, representa entre los Santos a los «coloured men» del Nuevo
Mundo, a ese pueblo de gentes de color que se ven dolorosamente humillados por su condición de
negros. Martín de Porres fue bautizado en la Iglesia de San Sebastián, el obispo que confirmó a
Martín se llamaba Toribio de Mogrovejo, en la misma pila bautismal en que siete años más tarde lo
sería Santa Rosa de Lima, la flor y rosa dominicana, patrona de todas las Américas. Se conserva
igualmente la partida de bautismo de nuestro bienaventurado.

Más tarde nacería Juana, también mulata, pero en quien los rasgos europeos se destacaban por su
finura.

El caballero de Porres se dirigió a Ecuador por cuestiones de negocios dejando sola a su mujer con
sus dos hijos y en la pobreza. Pero la madre se afianzó mucho en Dios y les transmitió el mensaje
cristiano con sencillez aunque de manera profunda y vivencial.

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San Martín de Porres
Desde niño fue Martín muy generoso con los pobres, se pudo apreciar un
sentido cristiano de amor a sus semejantes. Se cuenta que amaba
singularmente a los pobres a los que daba parte del dinero cuando iba de
compras. Crecía su caridad con los años y nunca estaba más contento que
cuando podía socorrer a alguno de los que llamaban a su puerta. Su madre
veía en esto la hermosura de un corazón castellano y el rescoldo del
espíritu de la gran nación a la que ella había unido su sangre. Cuenta su
historia que, haciendo de recadero de su madre en compras que eran
precisas para la sustentación de su casa, distraía algunas cantidades
dándoselas al primer menesteroso que encontraba. Fue el amor a los
necesitados la virtud primera que prendió en el corazón de Martín, como
un don del Cielo.

Su madre lo llevaba con frecuencia al templo. Los templos de Lima eran


buenos refugios a la piedad devota de sus habitantes, y en el de Santo
Domingo se veía diariamente a Ana Velásquez con sus dos hijos asistiendo
al culto y empapándose en las ceremonias sagradas. La vista de las
imágenes era para los niños un gran placer. Por ellas iban subiendo a la concepción de sus vidas,
contemplando los misterios encerrados en ellas. Más que todas, eran los crucifijos y los iconos de la
Virgen los que más llamaban su atención. El crucifijo sería el libro de meditación de Martín a lo largo
de todos sus años y donde encontró la senda segura de su caminar a la santidad. Por Cristo al Padre,
y por María a Cristo. Es doctrina tomista. Es el secreto de la mística dominicana.

Martín comenzó a ser conocido pronto. Su compostura, su humildad y su amor a los pobres le hicieron
célebre, no tanto por lo que daba cuanto por los pocos años que contaba al dar. Hubo día en que se
privó de su alimento para dárselo a un hombre de color que lo demandaba. En ocasiones burló la
vigilancia de su madre para substraer algo en la despensa con que llenar el estómago de algún
vagabundo. En las escuelas era de los más aprovechados, a la vez que sentía sobre sí devotamente la
autoridad de los maestros, a los que profesaba gran admiración y gran respeto. Las muchas horas que
pasaba orando le dieron ya el calificativo de “santo”. Martín era un “santo”. No sabemos si llegó el
nombre a sus oídos; pero de llegar, hubo de satisfacerle divinamente poniendo espuelas en su corazón
para hacerse digno de tal calificativo. Renovó sus preces y sus penitencias, no alcanzando en aquellos
días sino la edad de siete años. Juana crecía a su lado, si no con virtudes tan distinguidas, con otras
que adornaban su condición de mujer. La maestra de los dos hermanos era Ana Velásquez.

En Guayaquil, Don Juan tomó contacto con su tío Diego de Miranda, y gracias a su influencia
recapacitó, su padre tardó en reconocer a Martín y su hermana Juana, pero finalmente lo hizo y por
un tiempo los tuvo a su cuidado en Ecuador. Éste hizo gala de su alcurnia y de su honor lavando una
mancha que había echado sobre su prestigio y conciencia. La primera preocupación de don Juan fue
el que sus hijos prosiguieran su instrucción. Por si eran molestados en las escuelas públicas de la
ciudad marítima de Guayaquil, les contrató un maestro y preceptor que les diera lecciones en casa.
Aprovecharon mucho. Martín aprendió perfectamente el castellano, la aritmética, la caligrafía y otras
disciplinas a las que le veremos después inclinado y en las que sobresalió mucho. Dos años duró la
escolanía de los hermanos y después en 1590 Don Juan recibió un despacho del virrey de Lima en el
que se le nombraba gobernador en Panamá. Como la vida en aquellas ciudades del Pacífico corría
peligro por la aparición de los piratas ingleses y holandeses, no quiso llevar allá los hijos, y hubo de
situarlos de modo que quedaran bien protegidos. A la pequeña Juana la dejó en Guayaquil en casa de

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su tío Santiago, y a Martín lo llevó con su madre a Lima para que continuara sus estudios y se abriera
camino. Su padre, gobernador de Panamá, le procuró una buena educación.

A la edad de doce años, Martín empezó a trabajar como aprendiz de barbero, oficio que no consistía
sólo en cortar el pelo o afeitar; en esos tiempos un barbero no solo debía saber su oficio sino que
también debía conocer un poco de medicina, lo que llevó a Martín a aprender muy bien los oficios de
peluquero y de enfermero, extraía dientes y muelas, abría las venas a la sangría, recetaba hierbas y
emplastos, aliviaba dolores y neuralgias y hasta curaba heridas de todo tipo y aprovechaba sus dos
profesiones para hacer muchos favores gratuitamente a los más pobres y hablarles de Dios. Era tal su
bondad que conmovía a todos. Se constituyó ayudante de un buen médico español, y cirujano a la vez,
el cual le impuso en el manejo del bisturí y de cuantos instrumentos eran precisos para intervenciones
corrientes. El joven salió tan buen “practicante”, que acaparó la mayor clientela de Lima. Esta
clientela la formaban principalmente los pobres y los de pocos dineros. Era lo que el santo joven
apetecía, pues los ricos podían pagarse un buen médico y cirujano a la vez o en partes. El gozo de
Martín al trabajar en su nueva profesión no tuvo límites. Dejó la barbería o la regentó en días
determinados, llamándole más la cirugía. La casa de Martín se vio inundada de clientes menesterosos
que buscaban en él al hermano y al profesional. Martín, “practicante”, es el patrono de los de su
oficio.

Por el día trabajaba. Más de la mitad de la noche la empleaba en oración, haciéndola con tanto dolor,
ante un santo Cristo, que sus gemidos se oían en la calle. Se cuenta que una vecina a la cual con
frecuencia Martín le pedía velas, estaba intrigada.

- ¿Qué hará este negrito con tantas velas? dicen que se preguntaba,
hasta que un día, muerta de curiosidad, lo espió por el ojo de la
cerradura y vaya sorpresa encontró a Martín transfigurado ante la
imagen de Jesús crucificado. Al otro día, en todo el pueblo se
comentaba lo del negrito Porres.

Martín crecía día a día en virtud, pronto su bondad, su amor al


prójimo y su habilidad para curar a los enfermos se conoció por
toda la ciudad.

El templo de los dominicos de Lima, llamado del Rosario, era el


lugar preferido de Martín para sus oraciones y visitas al Santísimo
Sacramento. A primera hora de la mañana, rayando el alba, allí
estaba oyendo la primera misa. Comulgaba en ella, y después se
absorbía en la contemplación de la sagrada Hostia, y del regalo
con que Jesucristo había querido dejar a los suyos hasta el fin de
los siglos. Esta oración matutina se prolongaba horas enteras,
hasta que el deber que se había impuesto de curar a los enfermos
pobres lo llevaba a sus casas o al Hospital del Espíritu Santo.

Su devoción a la Eucaristía fue creciendo en él de modo que aprovechaba cuantas oportunidades tenía
para visitar los templos donde se guardaba. La penitencia era estarse de rodillas sin dejarse vencer
del cansancio ni del sueño. No parecía hombre, según eran los trabajos que soportaba, sino un ser de
un mundo espiritual. La lucha mayor que sostuvo en sus penitencias fue el sueño. Se le cerraban los

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ojos y la cabeza se le venía al suelo. Para vencerlo tomaba las posturas más incómodas y variadas a
fin de mantenerse despierto.

La afición que Martín tomó a los dominicos fue mucha. Aquellos religiosos desplegaron tan profundo y
extenso apostolado que eran la admiración de Lima. Mientras unos regentaban las clases de la
Universidad, otros recorrían los suburbios de Lima llevando el apostolado a los trabajadores del
campo y a los pobres de las barriadas extremas; muchos salían hacia la montaña a predicar el
Evangelio a los remontados y salvajes, y algunos se dedicaban a decorar templos y altares o a escribir
obras de teología y filosofía. En aquella iglesia dominicana tenía Martín su director espiritual, al que
se confiaba y pedía orientaciones en su vida espiritual.

A los 15 años decidió dedicar su vida a Dios y se acercó con su madre a las puertas de los dominicos,
muy conocidos en la ciudad, y pidió ser admitido en la comunidad de Padres Dominicos, ignoraba
seguramente que en los estatutos conventuales excluían la admisión de indios, mestizos, mulatos y
negros como religiosos. Se los consideraba de una raza inferior y sólo podían ser admitidos como
“donados”, o sea un servicial de la comunidad, en el convento de Nuestra Señora del Rosario (Santo
Domingo). Ni bien el padre de Martín se enteró de que su hijo era uno de ellos, se dirigió indignado al
convento para hablar con el superior, quien mandó llamar de inmediato a Fray Martín.

- Martín, tu padre desearía que dejases tu condición de donado y


recibieras la capa de hermano lego. ¿Qué te parece?

Fray Martín reflexionó un momento y luego, sereno pero decidido,


respondió:

- En la casa de Dios no hay oficio bajo ni humilde. Yo elegí este


estado para seguir al Señor que, para salvarnos, asumió la
condición de siervo. Les ruego que no me quiten esta gracia y que
Dios nos bendiga a todos.

Después de un rato el padre concluyó:

- Hijo querido, ¡sigue tu vocación y que Dios te bendiga!

En esa condición ingresó Fray Martín y eso era suficiente; de


todos modos él no deseaba más.

Fray Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: “Pasar desapercibido y ser el último”. Su anhelo es
seguir a Jesús de Nazaret. Fue admitido a tomar los hábitos: una túnica blanca, el escapulario negro,
el cinturón y un largo rosario colgando del cuello. Al día siguiente de vestir el hábito se le asignó la
humilde tarea de limpiar la casa con la escoba, acto que le valió el mote de “Fray Escoba”. Ella será,
con la cruz, la gran compañera de su vida. Así vivió 9 años, sirviendo con humildad y caridad sin
quejarse, a los de dentro y a los de fuera practicando los oficios más humildes y siendo el último de
todos, ejecutaba los quehaceres más pesados en la Orden Dominicos. Llamaba la atención el esmero
con que este nuevo “donado” hacia su tarea. Vivía feliz entre trabajo y solía pasar muchas horas
rezando con fervor.

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Los actos de virtud de Fray Martín de Porres dentro del convento son
innumerables, hasta alimentar a los ratones en el jardín; desde ayudar a sus
hermanos en los menesteres más sencillos, hasta dar de comer a los
menesterosos de la ciudad. La pobreza del convento de Fray Martín llegó a tal
punto, que el prior, teniendo algunas deudas contraídas en la fábrica del mismo,
vióse atropellado por los acreedores que le exigieron la cuantía del dinero. No
tenía él en casa con qué satisfacerlos, por lo cual tomó uno de los mejores
cuadros que los religiosos habían traído de España y fue a venderlo. Otros
objetos de valor acompañaban al cuadro. Fray Martín supo el apuro del prior
y la determinación del mismo de vender todo aquello. Voló al sitio donde se
hacía la venta y tomando al prior aparte, le dijo así:

- Ya sé, padre, que tenemos que pagar esa deuda; pero le ruego que no venda el
cuadro. Tengo yo otro medio para el pago; quizá lo acepten mejor; me daré en
esclavo del acreedor, y con mi trabajo satisfaré la deuda.

Un día se le vio arrebolado el rostro de modo que no pudo disimular la fiebre. Sentía que la fatiga le
rendía y, no obstante, no abandonaba su trabajo. Un religioso le denunció al prior y éste le envió
inmediatamente a la cama. Fray Martín pidió al prior la bendición, como es costumbre entre los
dominicos, y se retiró a su celda. Fueron a visitarlo algunos religiosos y vieron que no se había
desnudado. Estaba en la cama con los zapatos puestos; claro es que no había tocado las sábanas.
Nueva denuncia al padre prior. Este, que conocía los quilates de la virtud de Fray Martín, dijo a los
acusadores:

- Hermanos: Fray Martín es un gran teólogo y un místico; su teología mística le ha hecho conocer el
secreto de unir la mortificación a la obediencia.

De todos modos, tomó el parecer del superior y curó su dolencia.

¿Cómo consideraba Fray Martín la pobreza? Como una amiga inseparable y divina que le llevaba a
usar vestidos usados, zapatos burdos, sombrero raído, capa con ventanillas abiertas al espacio. En su
celda había unas tablas sobre dos hierros que sostenían un jergón de hoja de maíz, dos sábanas toscas,
dos mantas no muy buenas, un taburete, una mesa de madera sin adornos y un armario del mismo
estilo. Curiosidades, ninguna. Sobre la mesa y en el armario, instrumentos clínicos, almireces para
triturar plantas y batir líquidos, gasas de hilo sacadas de algún retazo inservible, bien hervidas;
frascos con medicamentos. El armario contenía cuantas plantas podía recoger para sus emplastos y
sus bebidas aromáticas y curativas. Para él nada; para los enfermos, todo. De objetos religiosos, tenía
en el testero de su cama una cruz de madera; y en los lienzos laterales, dos estampas: una de la Virgen
del Rosario y otra de Santo Domingo. Usaba un rosario al cuello como todos los dominicos de
América, y llevaba otro suspendido de la correa. El rosario para él era el arma sagrada a la que se
acogía y en la que confiaba en sus tentaciones y en sus trabajos.

En la curación de las enfermedades, Fray Martín disponía de varios recursos, todos ellos eficaces. Era
el primero en la oración. A sus enfermos graves los encomendaba a Dios y a su Santísima Madre, y las
curaciones no tardaban en realizarse. El segundo procedimiento era la aplicación de las medicinas
usadas ya para las diferentes dolencias. El tercer medio que usaba Fray Martín, a petición de los
enfermos, era aplicarles su propia mano al sitio del dolor. Las curaciones eran repentinas. El contacto
de su mano era eficacísimo y la curación instantánea.

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El Arzobispo se enfermó gravemente y mandó llamar al hermano Martín para que


le consiguiera la curación para sus graves dolores. Él le dijo:

- ¿Cómo se le ocurre a su excelencia invitar a un pobre mulato?

Pero luego le colocó la mano sobre el sitio donde sufría los fuertes dolores, rezó
con fe, y el arzobispo se mejoró enseguida.

En 1603 le fue concedida la profesión religiosa y pronunció los votos de pobreza,


obediencia y castidad, siempre como donado. Era peluquero y enfermero cuando
entró como terciario laico, siguió ejerciendo su profesión dentro del convento para
con sus hermanos, y la solicitud y el esmero con que se aplicaba a su tarea
causaban admiración y asombro. Fray Martín tuvo que sufrir mucho en su vida
por motivo de su color, inclusive dentro de la Orden era despreciado, algunos se
dirigían a él con términos despectivos como “perro mulato”, pero el santo no
respondía a los agravios.

Fray Martín de Porres atendía a todo el que le pidiese ayuda, negros o blancos, indios o mulatos, El
convento de dominicos del Rosario de Lima se había convertido en un hospital; Fray Martín daba
cobijo a los enfermos y a los pobres, recogía enfermos y heridos por las calles, los cargaba sobre sus
hombros y los acostaba en su propia cama cuando no tenía más donde se los recibieran. Los cuidaba y
mimaba como una madre. Algunos religiosos protestaron, ya que los ayes, los cuidados, la asistencia a
los enfermos no solamente ocupaba a Fray Martín, sino también a otros religiosos, con daño para la
disciplina regular, el buen orden y los deberes de la comunidad.

Un día se presentó en el claustro con un enfermo al que llevaba a cuestas.


Le entró en su propia celda y le acostó en su misma cama. El enfermo iba
hecho una lástima. Lo había encontrado caído en la calle. Vestía andrajos
y ardía en una fiebre altísima. Uno de los hermanos de obediencia le
reprendió por aquella caridad, no por ir contra dicha virtud, sino por el
trastorno que causaba en el convento:

- ¿Cómo, hermano Martín, traéis a la clausura enfermos?

- Los enfermos no tienen jamás clausura, contestó Fray Martín.

- ¿Queréis decir que traeréis al convento a cuantos enfermos encontréis en


las calles?

- La caridad ha roto con todo lo que no sea amor de Dios. Y el amor de Dios tiene paso franco por
todos los claustros. La caridad está por encima de la clausura, contestaba Martín.

Fray Martín regresaba al convento de noche. En una callejuela encontró un hombre herido de
gravedad. Lo tomó a cuestas y entró en el convento con él. Le curó le herida, que era de puñal y muy
honda, y le acostó en su cama, con la intención de trasladarlo a casa de su hermana tan pronto como
mejorase. El provincial, por el momento, impuso una penitencia a Fray Martín por haber faltado a la

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obediencia. Fray Martín probó su humildad aceptándola y cumpliéndola al pie de la letra. Ahora fue el
padre provincial que solicitó su ciencia:

- Hermano Martín, no tuve otro remedio que imponeros una penitencia por no haber cumplido mis
órdenes.

- Perdone S. P. mi desatino -contestó Fray Martín-. Pensaba yo que la santa caridad debía tener todas
las puertas abiertas.

- Bien está lo que habéis hecho -dijo el padre provincial-; y desde este momento el convento del
Rosario será vuestro segundo hospital. Podéis traer cuantos enfermos queráis a él.

A dos millas de la ciudad y en un lugar llamado Limatombo, tenía el


convento unas tierras que los hermanos trabajaban. Ayudábanlos algunos
indios y negros. Convivían todos en una santa hermandad. Estos
“encomenderos” conventuales, a la vez que enseñaban a los indios el
cultivo de la tierra, les enseñaban los elementos más sencillos de la
religión. En Limatambo; Fray Martín, con los otros religiosos, abrían
surcos para el trigo castellano, y abrían las almas al trigo de la fe y del
amor de Dios. Fue idea feliz la del padre provincial el enviar a Fray
Martín a aquellas tierras, porque no faltaban allí enfermos y necesitados
de sus cuidados y arte de curar. El “encomendero” dominico era el
hermano del indio; y mantenía la significación primera de la palabra.
“Encomendero” era el español o la familia española a la que se
asignaban algunos indios para que les instruyeran en todo cuanto un
hombre culto, en menesteres de artesanía, debía saber.

En Lima existían indios en su mayor parte. La vida vagabunda que llevaban le dolía a Fray Martín.
Pero ¿cómo remediarlos y dónde? El con sus enfermos y sus pobres tenia bastante para llenar todas
las horas del día, amén de sus deberes conventuales. Tenía los hospitales llenos: el convento del
Rosario y la casa de su hermana. De todos modos, no podía sufrir su corazón que aquellos harapientos
continuaran merodeando por la ciudad y ofendiendo a los transeúntes y a los que algo poseían. Pensó
y repensó el medio de acometer la empresa. En principio, lo sabía ya: acondicionar un buen local, que
fuera escuela y albergue. Divulgó el proyecto después de haberlo madurado; habló de él a muchas
personas medianamente pudientes. Con la ayuda de varios ricos de la ciudad, el señor arzobispo, así
como el virrey, se mostraron generosos con él enviándole de antemano algunos dineros. Un
comerciante rico y su esposa, llamados don Mateo Pastor y Francisca Vélez, le ofrecieron una gran
cantidad. Otras personas de viso no se quedaron cortas en los donativos. Fray Martín tenía ya
asegurado el éxito en la obra proyectada. Compró unas casas, las adecentó cuanto pudo, distribuyó
los departamentos, organizó los trabajos y quedó fundado el Asilo y Escuelas de Huérfanos de Santa
Cruz, primer establecimiento de ese género en Lima. Primeramente, se recogieron en él niñas
solamente. Puso al frente del nuevo Asilo a señoras de buena reputación e instruidas en labores
femeninas que mantuvieran el espíritu católico entre las recogidas, a la vez que se educaran
convenientemente para ganarse honradamente el pan. Si los resultados prácticos del Asilo fueron tan
visibles que toda la ciudad de Lima los podía apreciar directamente, Fray Martín pensó en extender su
obra a los niños, y así lo hizo. Un nuevo albergue había de levantarse o adecentarse para los niños. Se
hizo el milagro como siempre.

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San Martín de Porres

Aunque él trataba de ocultarse, sin embargo su fama de santo crecía día por día. Lo consultaban hasta
altas personalidades. Su modestia y la paz que trasmitía, impactaba a cuanta persona conocía,
aliviaba a los enfermos con sus rudimentarias medicinas, y más aún sus manos, obraban curaciones y
milagros, los atendía con amor y les decía: “yo te curo, Dios te sana”. Muchas curaciones milagrosas
fueron atribuidas a este hombre santo. Muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían
graves era: “Que venga el santo hermano Martín”. Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo.
A veces los enfermos sanaban instantáneamente, en otras ocasiones bastaba tan sólo su presencia para
que el enfermo comenzase a recuperarse.

El cuidado que ponía por los enfermos se extendía aun a los animales: perros,
gatos, pavos, y aun ratones, eran objeto de su solicitud. Su caridad se extendía a
los pobres animalitos que encontraba hambrientos y heridos. Su amor por los
animales era tan grande que albergaba y curaba a perros, gatos y ratones.
Todos le escuchan y todos comen en el mismo plato. Todos eran criaturas de
Dios. Pero estas criaturas no siempre obran en armonía con el hombre: se
interponen en su camino y destruyen algunas de sus obras más útiles para él.

Una historia nos dice que en el convento de dominicos del Rosario de Lima todos los hermanos de
obediencia estaban quejosos de los ratones. De cuando en cuando aparecían grandes ratas, blancas de
pelo y voraces como el cáncer. El hermano sacristán se aprestó al exterminio porque era en la
sacristía donde causaban más daño. Telas antiguas venidas de España, terciopelos, estameñas, tejidos
de hilo y algodón eran pasto de los ratones. Delante de Fray Martín manifestó su propósito, y
preparaba algunos venenos para darles muerte.

- No haréis eso, hermano, que son criaturas de Dios y ellos, como los demás seres, tienen derecho a
vivir. Dios no hizo nada sin un fin determinado. En la creación nada estorba, todo demuestra alguna
perfección del Creador.

- ¿Pero es que nos vamos a quedar sin ropas en la iglesia? Venga, hermano Martín, y vea por sus ojos
los destrozos que han hecho ya.

- La verdad es que no han estado correctos. No es ése su alimento; pero hermano, la necesidad les ha
precipitado y llevado a lo que nunca debieran tocar.

- ¿Y quiere su caridad que no nos armemos contra ellos?

- Hay una solución; llevarlos a otra parte.

- ¿Adónde, Fray Martín?

- Hay unos terrenos más allá de la casa de mi sobrina, donde se les puede acomodar muy bien.

- ¿Os atreveríais a conducirlos allí como si fueran mansos corderos?

- Con la ayuda de Dios lo intentaré.

En aquel momento, por debajo de la tarima sobre la que se abría el cajón de las ropas mejores,

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apareció un ratoncito embigotado, alargando el hocico y moviendo a uno y otro lado los ojos. Fray
Martín le llamó amorosamente.

- Un momento, hermano ratón, y acércate un poco más sin miedo. No sé


si tú serás culpable o no de los desperfectos que habéis ocasionado en
las ropas de la sacristía. De todos modos, hoy mismo tenéis que salir
del convento todos. De manera que llevas el recado a los demás para
que sin falta, inmediatamente, os reunáis aquí.

El hermano sacristán quedó atónito. El ratoncito dio una vuelta en


redondo con mucha gracia y salió corriendo hacia el interior de la
tarima. La orden corrió por todos los rincones del convento. Unos tras
otros fueron llegando a la sacristía docenas y docenas de ratones. Fray
Martín les echó en cara su mal comportamiento. El hecho es que nunca
volvió a verse un ratón en el convento de dominicos del Rosario. Todos
los días, a cualquier hora, Fray Martín pasaba por aquel lugar y
dejaba grano y pan para sus amiguitos los ratones. Ellos lo celebraban
con saltos, rozándole con sus hociquitos los pies.

Iba un día camino del convento. En la calle distinguió un perro


sangrando por el cuello y a punto de caer. Se dirigió a él, le reprendió
dulcemente y le dijo estas palabras:

- Pobre viejo; quisiste ser demasiado listo y provocaste la pelea. Te salió mal el caso. Mira ahora el
espectáculo que ofreces. Ven conmigo al convento a ver si puedo remendarte.

Fue con él al convento. Nueva admiración para los religiosos. Acostó al perro en una alfombrita de
paja, le registró la herida y le aplicó sus medicinas, sus ungüentos. Una semana entera permaneció el
animal en la casa. Al cabo de ella, le despidió con unas palmaditas en el lomo, que él agradeció
meneando la cola, y unos buenos consejos para el futuro.

- No vuelvas a las andadas -le dijo-, que ya estás viejo para la lucha.

En los cuadros de Fray Martín aparece éste conversando con ratones, gatos, perros y alimaña.

A Martín le agradaba el ayuno y la oración: sobre todo el orar de noche, a ejemplo de Jesús. En la
oración obtenía grandes luces que hacían maravillosas sus lecciones de catecismo. Cuando oraba con
mucha devoción se levantaba por los aires y no veía ni escuchaba a la gente. A veces el mismo virrey
que iba a consultarle (siendo Fray Martín tan de pocos estudios) tenía que aguardar su buen rato en la
puerta de su habitación, esperando a que terminara su éxtasis.

No fue Fray Martín muy aficionado a muchas devociones, pero tenía algunas que no dejaba jamás. Sus
devociones preferidas eran: Cristo Crucificado, y en recuerdo de los sufrimientos de Cristo en la Cruz
se daba tres disciplinas diarias. Jesús Sacramentado, y pasaba horas ante el Santísimo con frecuentes
éxtasis, la devoción con que recibía la sagrada comunión y los éxtasis que padecía en el templo de
Santo Domingo. Por derecho propio, después del culto al Sacramento, venía la devoción a la
Santísima Virgen del Rosario. En el vestíbulo del refectorio había una imagen de la Santísima Virgen
muy devota y de algún mérito artístico. Fray Martín alzaba los ojos a aquella imagen cuantas veces

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entraba en el refectorio a tomar el alimento. Recabó para sí el
cuidado de la misma, y desde muy temprano, la adornaba con ramos
de flores recién cortadas en el huerto conventual. Con las flores
encendía algunas velitas que los devotos le donaban. Dícese que la
Virgen se le aparecía con frecuencia y conversaba con ella
amorosamente. Fue un gran contemplativo. El ángel de la guarda
tuvo en su corazón y en sus plegarias un lugar muy distinguido. En
aquellas largas y nocturnas excursiones por la ciudad de Lima, sin
luz en las calles, el ángel de la guarda guiaba sus pasos, barría ante
sus pies los obstáculos que se atravesaban y le conducía por entre
las tinieblas al convento. De Santo Domingo de Guzmán tomó Fray
Martín la costumbre de darse tres disciplinas diarias: la una, por la
conversión de los pecadores; la otra, por los agonizantes, y la
tercera, por las almas del purgatorio. Puntualmente Fray Martín
hizo lo mismo. Si sangrientas eran las disciplinas de Santo Domingo,
no lo eran menos las de Fray Martín. La tercera que había de tomar
Fray Martín no era por mano propia, sino por mano ajena. Un indio,
un inca de los convertidos por Fray Martín y admirador de su virtud, se había prestado a ser el
verdugo del bienaventurado:

- Todo este rigor es por mis muchos pecados. La penitencia, decía, es el precio del amor. ¿Cómo podré
salvarme sin penitencia? ¿Cómo podré expirar mis culpas sin martirizar mi cuerpo?

Luchaba tenazmente contra el sueño en la oración. Pasaba la mitad de la noche rezando. A un


crucifijo grande que había en su convento iba y le contaba sus penas y sus problemas, y ante el
Santísimo Sacramento y arrodillado ante la imagen de la Virgen María pasaba largos tiempos rezando
con fervor.

Su vida entera, oculta y radiante a un mismo tiempo se desarrolló dentro de un mundo lleno de ángeles
y demonios en el que Martín conservó siempre una perfecta serenidad.

Cuando la viruela empezó a causar estragos en Lima, muchos religiosos del convento del Rosario
están en cama atacados de viruela. Padecen fiebres altísimas y algunos creen llegado el último
momento de su vida. En la ciudad los muertos son incontables. El contagio va de casa en casa, en
todos los hogares deja un crespón de luto. Entre todos los hermanos figura a la cabeza Fray Martín, la
actividad y los cuidados de Fray Martín se multiplicaron. Lo reclaman los enfermos en la esperanza de
que allí donde los remedios no alcancen, ha de alcanzar su virtud milagrosa. Mas el hecho inaudito
que pone espanto a todos los religiosos es que Fray Martín está a la cabecera de los enfermos a toda
hora.

- ¿Cuándo duerme? ¿Cuándo descansa? ¿Y dónde? Nada se sabe.

Pero se conocen dos cosas que la razón no alcanza: algunas personas lo veían entrar y salir del
convento estando las puertas cerradas, cuando le preguntaban como hacia, él respondía: “Yo tengo
mis modos de entrar y salir”.

Sin que saliera del convento lo veían llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos.

10
San Martín de Porres
Cuando Fray Francisco Velasco era novicio enfermó gravemente, fue desahuciado y le administraron
los últimos sacramentos.

La fiebre lo hizo transpirar de tal manera por la noche que empapó la ropa de la cama. En un
momento vio aparecer a Martín con una sonrisa y llevando una vela y una camisa. Llegado hasta su
lecho lo levantó, lo sentó en un sillón y lo cobijó con una frazada, dio vuelta el colchón y le cambió la
camisa. El enfermo no pudo explicarse cómo Fray Martín habla logrado entrar en el noviciado, cuyas
puertas estaban cerradas y las llaves estaban en Manos del Maestro.

- Hermano Martín, ¿cómo has entrado?

- Cállate chiquito, no seas preguntón -le contestó, mientras lo tomaba


en brazos para sacarle la camisa y colocarle la nueva.

- Fray Martín, ¿voy a morir de esta enfermedad?

- ¿Tú quieres morir?- La respuesta fue un rotundo no.

- Pues bien, no morirás de ésta- añadió Martín.

Los jóvenes novicios se sorprenden viéndole entrar a deshora en el


cuarto, que se coloca a la cabecera del enfermo, que ruega por él a los
pocos instantes de haberlo invocado.

- ¿De dónde venís, hermano Martín? ¿Quién os ha llamado?

- Tu necesidad, hijo mío. Te oí llamarme y vine a verte: Necesitabas de


mi. Vas a tomar esta medicina.

Otros lo veían en dos lugares distintos a un mismo tiempo. Tiénese por cierto que se le vio a la vez en
distintos lugares ejerciendo su caridad; ayudando a bien morir a un atacado de tifus y curando en el
hospital a sus enfermos. Aún más; algunos hombres favorecidos por él en lugares muy distantes lo
reconocieron al verlo. Se cuenta que gozó del privilegio de la multilocación (estar en varios lugares a
la vez), pues le veían curando y consolando simultáneamente en varios sitios. Sin moverse de Lima, fue
visto sin embargo en China y en Japón animando a los misioneros que estaban desanimados. Fray
Martín poseía otra gracia no menos singular: la invisibilidad. En ocasiones se hacía invisible, sobre
todo en los éxtasis. Llegaron los enemigos a su habitación a hacerle daño y él pidió a Dios que lo
volviera invisible y los otros no lo vieron. Los que conocían los lugares de sus arrebatos místicos iban
a veces a espiarlo por ver el prodigio de levantarse del suelo.

Los muchos trabajos, vigilias, ayunos y quehaceres fueron minando poco a poco la salud de Fray
Martín. Parecía un espíritu más que un hombre. La fama que de santo tenía corría por todos los
hogares. Apenas había uno solo en Lima adonde él no llevara el regalo de sus medicinas o de sus
consuelos. Avenía matrimonios, concertaba enemistades, fallaba pleitos, reconciliaba a hermanos,
fomentaba la religión, dirimía contiendas teológicas y daba su parecer acertado en los más difíciles
negocios. Todos le tenían por santo. Era el ángel de Lima.

11
San Martín de Porres
A todas partes llevaba consuelo y remedio. Aquel esfuerzo sobrehumano llegó a debilitarle
peligrosamente. Hacia mitad de octubre de 1639 comenzó a sentir los primeros síntomas de una
enfermedad. Cayó enfermo. Pero en los primeros días de noviembre ya estaba postrado en la cama. Lo
fueron a visitar su amigo el virrey - quien le pidió que se acordase de él cuando estuviera en el
paraíso-, el arzobispo de México - quien había sido curado por el santo- y numerosos personajes de la
época. Él sabía que no saldría de aquella enfermedad. Tenía plena conciencia de que llegaba al fin:

- He aquí que llega el fin de mi peregrinación terrenal. Yo moriré de este mal y todos los remedios son
inútiles.

Aseguró, pero nadie le creyó. A los dolores físicos sobrevinieron


los ataques del diablo. El enemigo, que durante la vida le había
combatido sin cesar, redobló en aquella hora sus ataques y sus
tiros. El diablo llegó a aparecérsele entre resplandores siniestros
de llamas devoradoras. La lucha debió de ser brava, pues Fray
Martín sudaba hasta empapar toda la ropa de la cama, y en
alguna ocasión, se le oyó rechinar los dientes, en señal de lo rudo
de la acometida diabólica y de la valentía con que él la rechazaba.
Declaró él que no se encontraba solo en aquella su última hora:
que estaban a su lado, con la Virgen Santísima, San José, Santo
Domingo, San Vicente Ferrer y Santa Catalina de Alejandría.
Fray Martín abrazaba un crucifijo y lo llenaba de besos.

Al atardecer del 3 de noviembre de 1939 Fray Martín entró en


agonía, pidió y recibió el viático y la extremaunción derramando
lágrimas. Como el Señor en la cruz, encomendaba al Padre su
espíritu. Mientras tanto, y según es costumbre y regla, un
hermano tomó unas tablas, herradas con argollas en ambas caras,
y recorrió todo el convento agitándolas fuertemente. Cuando
muere un dominico no se doblan las campanas sino hasta después
de morir. La señal de agonía de un religioso es el sonar de
aquellas argollas que levantan de sus asientos a todos los
religiosos, y del lecho, si están acostados, comenzando todos a
rezar el Credo. Fray Martín, viendo a los religiosos arrodillados
ante su cama, les pidió perdón a todos por “los malos ejemplos
que les había dado”. En todos los ojos reventaron el llanto las
palabras humildes y sinceras del bendito hermano. Y cuando vio
que se acercaba el momento feliz de ir de gozar de Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que
entonasen el Credo en alta voz. Así se hizo. Los religiosos, con singular unción y lentamente,
pronunciaron el Et homo factus est. Al canto del “después de este destierro muéstranos a Jesús” el
mulato de Dios se dormía en esta tierra para despertar junto a Aquél que había amado y servido de
manera admirable durante toda su vida.

Eran las nueve de la noche del día 3 de noviembre de 1639. Las campanas de la torre del Rosario
doblaron a muerto. Toda la ciudad sabía que Fray Martín estaba gravemente enfermo. El doblar de
las campanas anunciaba su fallecimiento. Murió a los 60 años, después de haber pasado 45 años en la
comunidad. Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el hermano y enfermero de
todos, singularmente de los más pobres. Toda la ciudad acudió a su entierro. Fueron los primeros en

12
San Martín de Porres
llegar al convento el virrey, conde de Chinchón; el arzobispo de México, don Feliciano de la Vega; el
obispo preconizado de Cuzco, don Pedro Ortega; don Juan de Pañaflor, miembro de la Cámara Real,
etc. Religiosos de todas las Órdenes se mezclaron con los dominicos para las exequias. Todos se
disputaban por conseguir alguna reliquia, los fieles, furtivamente, iban cortando trozos al hábito del
bienaventurado, hasta el punto que el padre prior se vio en la necesidad de cambiárselo varias veces.
El cadáver de Fray Martín fue llevado a hombros desde la iglesia al cementerio conventual, que
estaba dentro del mismo convento, siendo sus portadores los más ilustres personajes de la política y la
religión de la época. La tarde del 4 de noviembre ellos mismos enterraron al mulato “Fray Escoba”,
dejó tras de si, un ejemplo de amor, de sacrificio y de humildad; y los milagros empezaron a obtenerse
en cantidad por su intercesión.

El camino a los altares de Fray Martín de Porres no fue sobre rieles. También
para esto sufrió cierta postergación y marginalidad. Fray Contardo
Miglioranza relata:

- Terminados los procesos para la beatificación se prepararon las numerosas


carpetas para ser sometidas a la Santa Sede, pero no todo fue sencillo. En el
año 1690 el barco que llevaba las carpetas naufragó en el océano Atlántico, y
hubo necesidad de rescribir los largos infolios y remitirlos a destino.

Se instruyó el proceso de beatificación. El 29 de abril de 1763, el papa


Clemente XIV dio un decreto proclamando las virtudes heroicas de Fray
Martín.

La revolución francesa de 1789 y los sucesos revolucionarios americanos a principios del siglo XIX
retrasaron muchísimo el proceso.

El 31 de julio de 1836, el papa Gregorio XVI publicó el decreto de aprobación, y el 8 de agosto de


1837, el mismo Pontífice firmó las cartas de beatificación.

En 1837 el Papa Gregorio XVI procedió a su solemne beatificación y mucho después, el 6 de mayo de
1960, el Papa Juan XXIII proclamó a Fray Martín de Porres Santo de la Iglesia universal. Lo
presentó al mundo entero como auténtico y perfecto discípulo de Cristo y lo propuso como modelo de
vida para todos los creyentes y los hombres de buena voluntad. Es reconocido como patrono de los
enfermos y de los pobres. El Papa Juan XXIII sentía verdadera devoción por San Martín de Porres,
una pequeña imagen de marfil presidía la mesa de su despacho.

Su culto se ha extendido prodigiosamente. Recordaba el Papa Juan XXIII, en la homilía de la


canonización, las devociones en que se había distinguido el nuevo Santo: su profunda humildad que le
hacía considerar a todos superiores a él, su celo apostólico, y sus continuos desvelos por atender a
enfermos y necesitados, este santo varón, con su ejemplo, atrajo a mucha gente a la religión, y nos
hace elevar nuestra mente al Cielo, lo que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo
de “Martín de la caridad “.

El Papa Paulo VI lo nombró protector de los peluqueros, al mismo tiempo que los exhortaba a que
“imitaran los ejemplos de humildad y caridad que él dejó de manera que, mientras procuran un
honesto adorno del cuerpo, busquen también la belleza del espíritu “.

13
San Martín de Porres

Patrono de los Hermanos Cooperadores Dominicos, del Gremio de los Peluqueros, de la Limpieza
Pública, Farmacéuticos y Enfermeros. Una Congregación sudafricana le tiene por abogado: Son las
Hermanas Dominicas de San Martín de Porres y muchos más. Todos ellos se gozan que “Fray
Escoba” sea su patrono y su ejemplo.

La vida de San Martín nos enseña:

• A servir a los demás, a los necesitados. San Martín no


se cansó de atender a los pobres y enfermos y lo hacía
prontamente. Demos un buen servicio a los que nos
rodean, en el momento que lo necesitan. Hagamos ese
servicio por amor a Dios y viendo a Dios en las demás
personas.

• A ser humildes. San Martín fue una persona que vivió


esta virtud. Siempre se preocupó por los demás antes que
por él mismo. Veía las necesidades de los demás y no las
propias. Se ponía en el último lugar.

• A llevar una vida de oración profunda. La oración


debe ser el cimiento de nuestra vida. Para poder servir a
los demás y ser humildes, necesitamos de la oración.
Debemos tener una relación intima con Dios

• A ser sencillos. San Martín vivió la virtud de la


sencillez. Vivió la vida de cara a Dios, sin
complicaciones. Vivamos la vida con espíritu sencillo.

• A tratar con amabilidad a los que nos rodean. Los


detalles y el trato amable y cariñoso es muy importante
en nuestra vida. Los demás se lo merecen por ser hijos
amados por Dios.

• A alcanzar la santidad en nuestra vidas. Por alcanzar esta santidad, luchemos.

• A llevar una vida de penitencia por amor a Dios. Ofrezcamos sacrificios a Dios.

San Martín de Porres se distinguió por su humildad y espíritu de servicio, valores que en nuestra
sociedad actual no se les considera importantes. Se les da mayor importancia a valores de tipo
material que no alcanzan en el hombre la felicidad y paz de espíritu. La humildad y el espíritu de
servicio producen en el hombre paz y felicidad.

Oración
Virgen María y San Martín de Porres, ayúdenme este día a ser más servicial con las personas que me
rodean y así crecer en la verdadera santidad.

14
San Martín de Porres
Señor Nuestro Jesucristo, que dijiste “pedid y recibiréis”, humildemente te suplicamos que, por la
intercesión de San Martín de Porres, escuches nuestros ruegos. Renueva, te suplicamos, los milagros
que por su intercesión durante su vida realizaste, y concédenos la gracia que te pedimos si es para
bien de nuestra alma. Así sea.

PARA PEDIR UN FAVOR


En esta necesidad y pena que me agobia acudo a ti, mi protector San Martín de
Porres.

Quiero sentir tu poderosa intercesión. Tú, que viviste sólo para Dios y para tus
hermanos, que tan solícito fuiste en socorrer a los necesitados, escucha a
quienes admiramos tus virtudes.

Confío en tu poderoso valimiento para que, intercediendo ante el Dios de


bondad, me sean perdonados mis pecados y me vea libre de males y desgracias.

Alcánzame tu espíritu de caridad y servicio para que amorosamente te sirva


entregado a mis hermanos y a hacer el bien.

Padre celestial, por los méritos de tu fiel siervo San Martín, ayúdame en mis
problemas y no permitas que quede confundida mi esperanza.

Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.


Amén.

DEPRECACIONES
EN LOS CASOS MAS APREMIANTES
Por el deseo ardiente de martirio que tuviste y por tu celo por la propagación de
la fe y bien de las almas, alcánzame, Padre mío Martín, la gracia que te pido.
Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por la esperanza heroica que tuviste en alcanzar la felicidad del Cielo por los
méritos de la sangre de Cristo, obtenme de nuestro buen Dios el favor que te
pido, Padre mío Martín. Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por la caridad con que amaste a Dios, sobre todas las cosas y socorriste en
cualquier necesidad al prójimo, no me dejes desconsolado en esta aflicción,
Padre mío Martín. Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por las austerísimas penitencias con que discretamente mortificaste tu alma y cuerpo y por las
extraordinarias gracias con que Dios te auxilió en este ejercicio, consígueme lo que solicito, amado
Padre mío Martín. - Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por la oración con que salvaste la vida de tres reos fugitivos y por el celo con que exhortaste a
enmendar su conducta, acógeme bajo tu amparo, amado Padre mío Martín. Padre Nuestro, Avemaría
y Gloria.

Por la compasión con que protegiste a veinte jóvenes pobres y virtuosas, dotándolas con cuatro mil

15
San Martín de Porres
pesos cada una y por el premio que alcanzaste de Dios para tu devoto don Mateo, bendiciendo y
aumentando sus riquezas, socórreme, amado Padre mío Martín. Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por el regalo grande que te hizo el Señor Crucificado en la oración, en el capítulo del convento,
elevándote arrodillado hasta besar la llaga de su costado, dame espíritu de compunción; no me olvides
en la presencia de Dios y concédeme la gracia que solicito en estas deprecaciones. Padre Nuestro,
Avemaría y Gloria.

NOVENA
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Dios misericordioso, que nos disteis en el
Bienaventurado Martín un modelo perfecto de
humildad, de mortificación y de caridad; y sin
mirar a su condición, sino a la fidelidad con
que os servía, le engrandecisteis hasta
glorificarle en vuestro Reino, entre los coros de
los ángeles! Miradnos compasivo y hacednos
sentir su intercesión poderosa.

Y tú, beatísimo Martín, que viviste sólo para


Dios y para tus semejantes; tú, que tan solícito
fuiste siempre en socorrer a los necesitados,
atiende piadoso a los que, admirando tus
virtudes y reconociendo tu poder, alabamos el
Señor, que tanto te ensalzó. Haznos sentir los
efectos de tu gran caridad, rogando por
nosotros al Señor, que tan fielmente premió tus
méritos con la eterna gloria. Amén.

Rezar a continuación la meditación y la


oración del día que corresponda:

DÍA PRIMERO
ORIENTACIÓN
Al instruirse el niño Martín en las primeras nociones propias de su edad, comenzaba también a
conocer a Dios que ya desde entonces vino a ser la razón y divisa de su conducta. Púsose luego bajo la
enseñanza de un maestro que era barbero-cirujano, que en aquel tiempo no sólo sabían el arte propio
de la barbería, sino también el de curar las enfermedades más Corrientes... Preveía Martín el bien que
podía prestar a sus prójimos, y así gustaba de tal oficio gozoso de poder ser un día útil a sus
semejantes. Donde se ve, cómo la Divina Providencia iba orientando a su Siervo, preparándolo para
los fines a que lo destinaba.

Pídase la gracia que se desea

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria.

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San Martín de Porres

Oración final
¡Oh feliz Martín, que, contento en tu condición de hijo de una esclava, te dejabas guiar por la mano de
Dios ya en tu niñez; haz que nos resignemos en todo a los designios de la Providencia! A imitación
tuya aceptamos gustosos la voluntad del Señor y sus designios sobre nosotros. Tú nos enseñas que si
somos buenos con Él, Él será generoso con nosotros; he aquí que queremos servirle fielmente.
Ayúdanos tú, Martín bondadoso, y ruega por nosotros a tu amado Jesús, Dios verdadero, que con el
Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

DÍA SEGUNDO
FE EN DIOS
Era tan firme la fe de Fray Martín, que suspiraba pidiendo a Dios la
gracia de morir por defenderla. Por su parte empleaba el tiempo que le
quedaba libre, en enseñar la doctrina cristiana a los indios y negros en
Lima; luego se iba a Limatambo, distante media legua de la ciudad, y a
otras haciendas vecinas, donde enseñaba a los humildes trabajadores y
esclavos, consolándolos en sus trabajos y enfermedades, e inspirándolos
amor a la Cruz. Hubiera querido multiplicarse, para llevar a todas
partes el conocimiento de Dios. El Señor le concedió la gracia
espacialísima, de actuar al parecer a la vez en dos lugares en cuya virtud,
le vemos instruyendo y consolando a los sufridos negros en el África y
otros lugares apartados.

Pídase la gracia que se desea

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria.

Oración final
¡Oh glorioso Fray Martín, que desde tus primeros años aprendiste a andar por los caminos del Señor,
firme siempre tu fe en Dios, celoso por su gloria y salvación de las almas; haz que vivamos esa misma
fe, como hijos de Dios que somos! Ruega por nosotros, para que te imitemos en la fidelidad, y
alcánzanos las gracias particulares que sabes necesitamos, ya que tanto puedes ante nuestro Rey
Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

DÍA TERCERO
MORTIFICACIÓN
Fray Martín, no obstante el conservarse en la gracia bautismal, se consideraba el peor de los nacidos,
e indigno del hábito que llevaba; y a imitación de su Santo Patriarca, oraba casi toda la noche,
disciplinándose hasta por tres veces de un modo cruel. No perdía ocasión de humillarse, gozando
cuando se veía despreciado o insultado. Cuando le honraban personas distinguidas, corría a un lugar
oculto, y se disciplinaba duramente; si no se le proporcionaba lugar a propósito, se abofeteaba
diciendo:

- Pobre infeliz ¿cuando mereciste? No seas soberbio; bien conoces que eres un ruin, que naciste para
esclavo de estos señores, y que sólo por amor a Dios pueden sufrirte tantos religiosos santos.

Pídase la gracia que se desea

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San Martín de Porres

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria.

Oración final
¡Oh Dios misericordioso, que nos diste al humilde Fray Martín, como ejemplo de penitencia y
mortificación; sednos propicio y olvidad nuestras infidelidades! Y tú, purísimo Martín, que no sólo
sufrías resignado tus trabajos y enfermedades, sino que mortificabas duramente tu inocente cuerpo;
alcánzanos del Señor el espíritu de penitencia, con el cual, al menos, suframos con alegría les
mortificaciones de nuestros semejantes y nuestros propios males, para que, purificados de nuestros
pecados, seamos aceptables a Dios y acreedoras a tu poderosa protección. Amén.

DÍA CUARTO
EL TAUMATURGO
Eran continuos los prodigios del bienaventurado Martín socorriendo
necesitados y curando enfermos. Algunos eran remediados al invocarle
estando ausente, y otros con sólo tocar su ropa. Entre éstos, sucedió que
visitando a don Mateo Pastor, que le ayudaba en el socorro de los pobres,
se hallaba su señora, doña Francisca Vélez, con un agudísimo dolor de
costado sin conseguir aliviarse con ninguna medicina. Al llegar el Siervo
de Dios, tomó el borde de su capa y lo acercó a la parte dolorida,
sintiéndose enteramente sana. Atónita exclamó:

- ¡Ah! Gran Siervo de Dios es Fray Martín pues el solo contacto de su


ropa me ha sanado.

Confundido Fray Martín, le dijo:

- Dios sólo ha hecho esto, señora. Dé las gracias a Dios, pues yo soy un
miserable y el mayor pecador del mundo, Dios sea bendito, que toma tan
vil instrumento para consolarla a usted, y para que no pierda su valor el
hábito de mi padre Santo Domingo, aunque lo lleve tan gran pecador como yo.

Pídase la gracia que se desea

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria.

Oración final
¡Oh glorioso San Martín; bendecimos al Señor por el gran poder que se dignó otorgarte
concediéndote dominio sobre la vida y la muerte! Animados por la generosidad con que derramas los
dones de Dios, recurrimos a Ti con la mayor confianza. Pide para nosotros más fe, más amor a Dios y
les gracias que necesitamos. ¡Todo lo esperamos de tu intercesión! y por los méritos de Jesucristo
Nuestro Señor. Amén

DÍA QUINTO
PADRE DE LOS POBRES
Por la prontitud con que socorría Fray Martín a los necesitados, le llamaban Padre de los Pobres. En
multitud de casos acudió milagrosamente al que le llamaba, enfermo o necesitado. Entre otros, una

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San Martín de Porres
pobre a la que él solía socorrer, se vio necesitada, con urgencia, de cierta cantidad. No pudiendo ir a
encontrarse con el Siervo de Dios, clamó en estos términos, repetidas veces.

- Hermano Fray Martín, tu socorro me falta, y no puedo participarte la


gran aflicción en que me hallo.

Al cabo de una hora se presenta el caritativo bienhechor, precisamente con


la cantidad que ella necesitaba, diciéndole que no se afligiese pues Dios
conocía las necesidades de los pobres y sabía remediarlas.

Pídase la gracia que se desea

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria.

Oración final
Glorioso San Martín, siempre compasivo, padre de los pobres y necesitados; míranos con piedad y
ruega siempre por nosotros, que te invocamos con fe absoluta en tu bondad y en tu poder. No nos
olvides ante este Dios, a quien siempre serviste y adoraste. Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quien
nosotros también queremos servir y adorar ahora y por toda la Eternidad. Amén.

DÍA SEXTO
AMOR DE DIOS
Todo cuanto Fray Martín hacía en sus prácticas y obligaciones y en relación con sus semejantes, era
efecto de su amor a Dios. Cuando oraba, pues, se hallaba como en su centro: con frecuencia perdía el
uso de los sentidos, quedando largo rato en éxtasis. Muchos testigos dieron testimonio, de haberle
visto repetidas veces elevado algunas varas sobre el suelo, en su celda, en la Iglesia, y en la sala
capitular conversando con la imagen de Cristo Crucificado. Si a esto añadimos la sublimidad del
momento en que recibía a Jesús Sacramentado en que se sentía como en una gloria anticipada,
conversando íntimamente con su Dios, no nos extrañará el que, aceptando Dios tan grande amor,
hiciera tan poderoso a su fiel y amante Siervo.

Pídase la gracia que se desea

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria.

Oración final
¡Oh Dios mío, que tan generoso sois con quien os ama con sinceridad de corazón; os amarnos, pero
deseamos amaros más y más! Haced que por intercesión de San Martín, aumente nuestro amor a Vos.

Y tú, Martín benditísimo, ruega por nosotros, alcánzanos el amor puro de Dios, que nos hará dulce el
vivir según su ley. Consíguenos también las demás gracias que sabes necesitamos y esperáramos por
tu intercesión poderosa y los méritos de Nuestro Señor. Amén.

DÍA SÉPTIMO
AL CIELO

Reveló Dios al bienaventurado Martín el día y hora de su muerte mostrándose él, desde entonces, más
jovial y contento.

19
San Martín de Porres

Cayó enfermo, y ya no pensó más que en su Dios, sobre todo después de recibir el Santo Viático, sin
engreírle las visitas que llegaban a su penitente lecho de tablas. Autoridades, prelados, dignidades
eclesiásticas y hasta el mismo Virrey Don Luis Fernández de Bobadilla, iban a dar sus últimos
encargos para el Cielo a aquel humildísimo siervo fiel, que con frecuencia estaba en éxtasis, arrobado
en el amor de Dios, a quien siempre había servido.

Se cantó el credo y al decir aquellas palabras “se encarnó por el Espíritu Santo de la Virgen María y
se hizo hombre”, acercó al pecho el Crucifijo que tenía en sus manos, y cerró suavemente los ojos.
Todos lloraban. El Arzobispo exclamó: Aprendamos a morir.

Pídase la gracia que se desea

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria.

Oración final
¡Oh dichoso San Martín, que viste coronados tus trabajos, tus
mortificaciones, tu caridad y tu amor a Dios con una muerte feliz!, ¡ten
compasión de nosotros! Todos te lloran. Los necesitados y enfermos creen
perder un padre compasivo y el remedio de sus males, y dan rienda a su
dolor llorando tu muerte; pero luego ven que tú no los abandonas; te
llaman y tú sigues socorriéndolos y aliviando sus males. El estar más
cerca del Señor, glorioso San Martín ha aumentado tu poder. Oye, pues,
también nuestras humildes súplicas, pidiendo al Señor por nosotros para
que atienda nuestros ruegos. Y que nuestra muerte sea la de los justos por
tu intercesión y los méritos de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

DÍA OCTAVO
DESPUÉS DEL TRANSITO
Después de la muerte de Fray Martín, los milagros se multiplican. El propio Notario del proceso, don
Francisco Blanca, se hallaba con una llega en un pie, con gran hinchazón en la pierna y grandes
dolores. Tenía que actuar al día siguiente. Invocó al Santo y al momento quedóse dormido; al
amanecer se halló perfectamente bien, sin hinchazón, y la llaga seca y sana.

Entre otros prodigios, fueron muchos los casos de señoras que, no pudiendo naturalmente dar a luz lo
consiguieron con felicidad al encomendarse al Siervo de Dios Fray Martín. Así aconteció a una
esclava de doña Isabel Ortiz de Torres, a doña María Beltrán, otra señora de Arequipa, desahuciada
de los médicos, a la que aplicaron una carta de Fray Martín, y particularmente, a doña Graciana
Farfán de los Godos, a quien libró de una infección y muerte segura.

Pídase la gracia que se desea

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria.

Oración final
¡Oh bienaventurado Martín! Si, en la tierra vivías sólo para Dios y para tus semejantes, hoy, que te
hallas ya junto al trono de la bondad y la misericordia, puedes disponer mejor de sus tesoros. Si aquí
conocías donde estaba la necesidad para remediarla, mejor la ves desde el Cielo donde moras. Mira,

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San Martín de Porres
pues, Martín bondadoso, a los que a ti acudimos con la segura confianza de ser oídos. No defraudes
las esperanzas de los que nos gozamos en verte ensalzado en la tierra, como Dios te ensalzó llevándote
a su gloria.

DÍA NOVENO
APOTEOSIS
Examinada en Roma la portentosa vida del Siervo de Dios Fray
Martín y a instancia del Rey Felipe IV y de todos los elementos vitales
de la ciudad de Lima, envió el Pontífice las cartas remisoriales,
nombrando jueces apostólicos para formar el proceso solemne. Se
comunicó a la ciudad tan fausta noticia en la Catedral, en solemne
función, con asistencia del Virrey, Arzobispo, demás autoridades
civiles, militares y eclesiásticas e inmensidad de público que no cabía
en el gran templo; todos derraman copiosas lágrimas de gozo, pues se
acercaba el tiempo de ver beatificado y canonizado a su querido Fray
Martín. Unos y otros referían sus virtudes y los milagros obrados por
Dios para confirmar el concepto de Santo en que todos le tenían.

Hecho el proceso, y firmado por más de ciento sesenta testigos de


hechos milagrosos, se cerró y selló ante el pueblo. Emocionado el
Arzobispo derramando abundantes lágrimas, dijo: Así honra Dios a
este hombre de color que supo servirle y amarle de corazón.

El 29 de octubre de 1837 fue beatificado por el Papa Gregorio XVI.

La gloriosa canonización ha sido el digno remate de un laborioso trabajo intensificado en los últimos
treinta años. S. S. Juan XXIII inscribió en el catálogo de los santos a Fray Martín, el 6 de mayo de
1962.

Pídase la gracia que se desea


Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria.

Oración final
¡Oh Dios, que tan gloriosamente levantas a los abatidos y humildes, y tan
generosamente premias el sufrimiento y la caridad! Miradnos postrados ante
Vos y glorificad a vuestro humilde siervo San Martín, atendiéndonos en
nuestras súplicas. Y tú, hermano nuestro benditísimo, que ya te ves glorificado
ante el trono del Señor, ruégale por nosotros, tanto más dignos de compasión
cuanto más necesitados. Consíguenos las gracias que te pedimos, y que un día
logremos la gloria del Cielo, donde vives bendiciendo a Dios en compañía de
los Ángeles y Santos por toda la eternidad. Amén.

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