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Una revista para todo cristiano · Nº 41 · Septiembre - Octubre 2006

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El servicio de los miembros .
TEMA DE PORTADA
---La revelación más alta que es posible recibir de Hacia la vida del cuerpo
Dios, esto es, acerca de Cristo y de la iglesia, trae Una mirada a la epístola a los Romanos como el recorrido de fe que
va desde lo individual a lo corporativo. Gonzalo Sepúlveda.
consigo no sólo una visión más alta y profunda de
Cristo transmitido a los santos
Cristo, sino también una valoración de cada miembro ¿Cuál es la estrategia de Dios para llenarlo todo de Cristo? Rubén Chacón.
de Su cuerpo. Perfeccionando a los santos
---Son muchos los miembros, pero uno solo el cuerpo; ¿En qué consiste la edificación del cuerpo de Cristo? Rodrigo Abarca.
muchos los dones que éste ha recibido, y muchas las Siervos de la iglesia
funciones que realiza, pero el cuerpo sigue siendo Los ministros de la Palabra no son estrellas rutilantes, sino siervos de la
uno solo. iglesia. Eliseo Apablaza.
---La unidad del cuerpo no deja a ningún miembro La centralidad de Cristo
Una advertencia acerca del peligro de reemplazar lo central con lo secundario
fuera, y ninguno es prescindible. Aun más, los en el seno de la iglesia. Celso Machado.
miembros más pequeños son los más honrosos, los
que se tratan con más decoro. LEGADO
---La visión plana de los miembros de un todo –como Sacerdocio y vida
los números de votos en una democracia– debe El sacerdocio de los creyentes es una reacción de la vida divina contra la
sustituirse por una visión enriquecida de la muerte espiritual. T. Austin-Sparks.
multifacética expresión, belleza y función de los Todos deben servir
miembros del cuerpo de Cristo – cada uno diferente Una enseñanza práctica acerca de los miembros del cuerpo de Cristo.
Watchman Nee.
de otro, y mostrando una vislumbre peculiar de la
Calidad de miembros
belleza de Cristo. El famoso apologista cristiano escribe sobre lo que significa ser miembros del
---Reconocer esto requiere, sin duda, un cambio de Cuerpo de Cristo. C. S. Lewis.
paradigma mental, una renovación del entendimiento.
Esto significa trasladar la óptica desde el ESPIGANDO EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
ministerialismo centrado en unos pocos a la operación El vigía que vino de China
de todos los miembros del cuerpo de Cristo. La ejemplar y controvertida historia de Nee To-Sheng, más conocido
---Esperamos que los artículos incluidos en este como Watchman Nee.
volumen ayuden a aclarar la comprensión de este Los paulicianos
asunto. La parte de la historia de la Iglesia que no ha sido debidamente
contada. Rodrigo Abarca.
---A partir de este número incluimos también, en la
sección «Familia», una interesante serie de estudios
MINISTROS
sobre la vida hogareña de grandes siervos y siervas
El ministerio de la Palabra
de Dios del pasado, gentil regalo de una website
El ministerio de la Palabra es como manzanas de oro en bandeja de
cristiana. Creemos que ayudará a apreciar la
plata. Christian Chen.
importancia del culto familiar y de los valores
cristianos entregados en el seno del hogar.
ESTUDIO BÍBLICO
---También acometemos aquí la tarea de biografiar a
Bosquejo de 1 y 2 de Reyes
Watchman Nee, tarea no fácil por la riqueza que hay
A. T. Pierson.
en su personalidad, y por lo variado de su ministerio.
Viendo a Cristo en la experiencia cristiana
---Rogamos al Señor que su gracia sostenga a los
Estudio de la Epístola a los Filipenses. Stephen Kaung.
que entregan y a los que reciban estos mensajes.
El tesoro de David (VI)
Para Su gloria.
Estudiando los Salmos con C. H. Spurgeon.
Los nombres de Cristo
SECCIONES FIJAS El Esposo. Harry Foster.
BOCADILLOS DE LA MESA DEL REY
MARAVILLAS DE DIOS BIBLIA
CITAS ESCOGIDAS ¿Cuánto sabe de la Biblia?
PÁGINA DEL LECTOR
Preguntas y respuestas
JOYAS DE INSPIRACIÓN

APOLOGETICA
EQUIPO REDACTOR
Eliseo Apablaza, Roberto Sáez, Gonzalo Sepúlveda. Límites de la vida humana
COLABORADORES INVITADOS Una visión científico-bíblica de la longevidad humana. Ricardo
Stephen Kaung, Celso Machado, Ricardo Bravo, Rodrigo Abarca, Bravo.
Rubén Chacón.
TRADUCCIONES
Andrew Webb & Mario Contreras. FAMILIA
DISEÑO WEB La vida hogareña de Andrew Murray
Mario & Andrés Contreras.
¿Cómo fueron los hogares de los grandes hombres y mujeres de
Dios del pasado? D. Kenaston.

JOVENES
Como saeta en manos del Valiente
Cuando la palabra de salvación alcanza a un hombre, Dios continúa
ese plan a través de su familia. Cynthia Alvarez .
REPORTAJE
Por el valle de sombra de muerte
La dramática historia de Robin Lynn Hale, una chica de 17 años, que
salió de un estado comatoso para volver a reír. Jeanne Hale.

CONTACTOS
CHILE: Jorge Geisse Dumont, Fono Fax (45) 642904 · Casilla 3045, Temuco
EE. UU, Canadá y Puerto Rico: James Huskey · Spanish Publishing Mission · P.O.Box 1339, Guthrie, OK, (73044) USA
México: Samuel González E. · Apartado Postal Nº 639 · C.P. 80000, Culiacán, Sinaloa, MEXICO
.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
...
Una mirada a la epístola a los Romanos como el recorrido de fe que
va desde lo individual a lo corporativo.

Hacia la vida del cuerpo

Gonzalo Sepúlveda

«Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por
uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia» (Ro.
5:17).

Partiendo de esta palabra, esperamos, mediante la gracia del Señor, hacer un breve
recorrido por el mensaje del libro de Romanos, el cual, considerado en forma general,
podemos tomar como si toda nuestra historia espiritual fuese en él contada.

A causa de la transgresión de Adán, la muerte reinó, con mucha eficacia, sobre todos
los hombres. A medida que nuestro cuerpo envejece y enferma, sentimos muy de cerca
la presencia de la muerte. Además, todo aquello que nos aplasta, deprime, desalienta y
que nos aparta del Señor, no es otra cosa que la muerte, la herencia de la caída de
Adán que nos persigue con sus efectos devastadores.

Si nosotros hemos probado la eficacia de la muerte en todo el transcurso de nuestra


vida, lo que ahora viene, es decir, el reinar con Cristo en vida, ha de ser muchísimo mas
eficaz de lo que la muerte ha sido.

¿Quiénes reinarán en vida? «...los que reciben...». Si un cristiano está siendo derrotado,
es porque de alguna forma no ha entrado en esta abundancia del Señor. Por ello,
vemos a muchos sucumbir ante la más mínima prueba o que viven en una permanente
y vergonzosa debilidad.

Apeles y una iglesia normal

Veamos ahora Romanos 16:10 «Saludad a Apeles, aprobado en Cristo». ¡Qué


hermosura, hermanos! Todos anhelamos ser hombres y mujeres aprobados en Cristo.
Apeles no está en el cielo, aún no ha comparecido ante el tribunal de Cristo. Él está en
la tierra, es un miembro de la iglesia en la ciudad de Roma, y ha llegado a ser un
hermano aprobado en Cristo.

¿Será posible, encontrar hombres aprobados? ¿Será posible, además, hallar en las
Escrituras una iglesia funcionando normalmente? Nos parece que es en Romanos
capítulo 16 donde podemos ver su mejor descripción.
Note usted que en este capítulo a nadie se le nombra por su cargo. Hay hermanas que
trabajan y otras que trabajan mucho en el Señor. Cada uno parece tener una función y
ser aprobado en esa función. Hay quienes se caracterizan sólo por estar llenos del amor
del Señor, y otros que han ayudado a los apóstoles al punto de exponer su vida por
ellos. La mayoría de los hermanos abre su hogar: «Saludad a los de la casa de
Aristóbulo ... Saludad a los que están con ellos ... a la iglesia que está en su casa». Las
familias están convertidas y la casa ha venido a ser un ambiente donde la iglesia se
reúne; los santos llegan allí con toda confianza para tener comunión los unos con los
otros. ¡Qué preciosa se ve la iglesia, llena de la vida del Señor!

La versión Reina-Valera subtituló este capítulo como «Saludos personales». Nos parece
que es muy inadecuado, pues si sólo fuesen simples saludos personales del apóstol, no
lo leeríamos con mucho interés. Pero hermanos, aquí tenemos una riqueza inmensa:
vemos cómo la doctrina de los capítulos anteriores del libro de Romanos está aquí
hecha vida. Es precioso ver a todos los hermanos cumpliendo una valiosa función en el
cuerpo. Cada uno parece haber encontrado su lugar y todos trabajan en armonía y
coordinación con el resto de los hermanos. Este capítulo está lleno de la vida de Cristo,
de la vida práctica que la iglesia en Roma alcanzó a experimentar en aquel tiempo
histórico.

Cuán precioso es ver esta iglesia donde cada miembro parece estar contento en su
función. No se destacan dirigentes, pastores, apóstoles, o ancianos; no se mencionan
por sus cargos. Nos parece más bien una iglesia madura, donde todos los miembros
cumplen alegremente su función. Nadie está ocioso, se observa una iglesia vigorosa en
espíritu; los hermanos se ayudan, se visitan; hay oraciones por aquí y por allá; unos
cantan, otros adoran, todos se aman, etc. Aun ellos han alcanzado tal grado de
madurez que pueden identificar rápidamente a quienes causan división y tal malvada
intención puede ser fácilmente juzgada.

Una de las cosas que más nos alienta es que a esta iglesia se le hace la promesa de
que prontamente Satanás será aplastado bajo sus pies. Fijémonos que esta promesa
está en plural: «...bajo vuestros pies» (16:20). No nos atrevamos a atacar solos al
enemigo, pues como individuos somos muy vulnerables; la promesa es para el cuerpo
en su totalidad. Solo viviendo la vida corporativa, todos los miembros, en armonía con el
Espíritu del Señor, podremos avasallar las tinieblas y prevalecer contra ellas. Satanás
no puede contra una iglesia que está bien edificada y fortalecida en el Señor. ¡Cómo
anhela Dios ver esta clase de iglesia, y cómo anhelamos nosotros ver el cuerpo
funcionando de esta manera!

Amados hermanos, el Señor está trabajando en la edificación de su casa. Él dijo:


«Sobre esta roca edificaré mi iglesia». También sabemos que él «se presentará a sí
mismo una iglesia gloriosa». Nosotros soñamos con esa iglesia gloriosa. En algún
momento de nuestras vidas, esa iglesia se nos metió en lo profundo del corazón. En el
Antiguo Testamento, en días de Hageo, se nos dice que Dios despertó el espíritu de sus
siervos, entonces ellos dejaron de ocuparse sólo en sus propias casas artesonadas y
vinieron a edificar la casa de Dios.

Que el Señor encienda nuestros corazones, pues la fe que hoy tenemos no sólo es para
la salvación eterna individual, sino que hemos venido a ser piedras vivas para la
edificación de la casa de Dios. Porque el Señor quiere llegar a tener una iglesia gloriosa,
y nosotros tenemos que trabajar en la misma dirección en que el Señor está obrando.
Tenemos que luchar como decía Pablo: «…trabajo, luchando según la potencia de él, la
cual actúa poderosamente en mí» (Col. 1:29). Él clamaba, y muchas veces lloraba,
hasta que Cristo fuese formado en los creyentes (Gál. 4:19), pues anhelaba que el
Señor obtuviese aquella «virgen pura» como dice en 2 Corintios 11:2.

La epístola a los Romanos es uno de los libros más ordenados de la Biblia. Comienza
desde lo más básico y se va desarrollando hasta lo más sublime. Cada capítulo es
semejante a un peldaño de una escalera. Nosotros, como creyentes, podríamos estar
en el tercer peldaño, o en el quinto, permita el Señor que pronto lleguemos a estar en el
peldaño (capítulo) dieciséis de nuestra experiencia cristiana.

Vamos a contrastar dos versículos: Romanos 16:10 y Romanos 1:29. Mientras en


Romanos 16:10 aparece Apeles «aprobado en Cristo», en Romanos 1:29 aparece el
contraste más absoluto: «estando atestados de toda injusticia…». Aquí están los dos
extremos de la escalera. En algún momento, Apeles estuvo atestado de pecados y
maldad. Fue un pecador como cualquiera de nosotros. ¿Qué ocurrió con Apeles? ¿Qué
descubrió este hermano? ¿Cómo llegó a ser aprobado en el Señor?

Hermanos, Apeles no siempre estuvo aprobado. Aprobado es alguien que primero logró
superar muchas pruebas. ¿Cuántas dificultades y conflictos habrá enfrentado nuestro
hermano hasta aparecer finalmente aprobado?

Si miramos el libro de Romanos bajo la perspectiva de que es necesario ir quemando


etapa tras etapa hasta llegar a la madurez del capítulo 16, es muy probable que
podamos identificar en qué peldaño de esta escalera nos encontramos hoy en nuestra
experiencia cristiana. ¿Estaremos sólo en Romanos 3, o ya hemos avanzado hasta
Romanos 5? ¿Serán ya parte de nuestra experiencia las verdades de Romanos 6 y 7?
¿Estaremos tal vez en Romanos 8? Sin embargo, no importa que estemos aun en el 3.
¡Lo importante es que estemos! Pero, ¡quiera el Señor que prontamente estemos al
menos en el capítulo 5!

Las verdades de Romanos

Pensando que la mayoría de los lectores conoce este libro, deseamos dar algunas
claves que sirvan de ayuda para avanzar en el ascendente camino del Señor.

En el capítulo 1 aparece una amplia descripción del hombre caído, culpable – el hombre
sin Dios y sin Cristo. Así estuvimos todos en algún tiempo, hasta que un día la gracia de
Dios se nos manifestó y vinimos a conocer al Señor, su evangelio, su amor y su
salvación. Cuando nos apropiamos de la gracia, ya nos ubicamos en capítulo 3 de
Romanos, «justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en
Cristo Jesús» (v. 24). La bendita sangre de Jesucristo nos lavó de una vez y para
siempre. ¡Bendito sea su santo nombre!

Es precioso estar consolidados en Romanos 3. La posición es muy ventajosa: podemos


elevar toda alabanza y adoración a Dios nuestro Padre y proclamar a viva voz que
hemos sido lavados de nuestros pecados con la sangre del Cordero de Dios.

Sigamos avanzando. En Romanos 4 nos encontramos disfrutando la bienaventuranza


de que nuestras iniquidades han sido perdonadas y que el Señor ya no nos inculpa de
pecado (4:7-8). Y luego llegamos a Romanos 5, «teniendo paz para con Dios» y con el
amor de Cristo derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue
dado, y nos gloriamos en la esperanza que no avergüenza.

En la segunda mitad del capítulo 5, ya comenzamos a conocer algo de nuestra herencia


adánica, mortal y pecaminosa. Ahora empezamos a conocernos a nosotros mismos:
que estamos asociados con el trasgresor Adán, y que es necesario que seamos
trasladados de Adán a Cristo. Y esto ocurrió desde el momento que creímos al Señor.
Es un gran descubrimiento poder ver que ya no estamos en Adán sino «en Cristo».
¡Gracias Señor!, podemos seguir avanzando.

Lamentablemente, muchos hermanos pasan años repitiendo las mismas verdades


básicas. Ellos solo se quedaron en Romanos 3; su problema sigue siendo «los
pecados», y deben recurrir continuamente a la sangre para que vuelva a limpiarles; sus
hechos pecaminosos aún les atrapan y su vida cristiana está estancada.

En Romanos 5 descubrimos que hay algo más importante que los pecados (plural).
Ahora se comienza a hablar de el pecado (singular). Romanos 5:19 dice que fuimos
«constituidos pecadores», y esto necesita una solución radical, que va más allá de la
sangre. Siendo preciosa y valiosa la sangre de Cristo, necesitamos algo más profundo,
que no sólo nos limpie de los hechos externos, sino que nos libre de esta «máquina
productora» de pecados que somos nosotros mismos.

Los pecados son como las manzanas del manzano, y nos damos cuenta que el
manzano está contaminado. Se necesita, en realidad, cortar el manzano y plantar allí
otra vida, que produzca verdaderos frutos. Eso exactamente es lo que enseña Romanos
6. Allí leemos: «Porque los que hemos muerto al pecado…». Hermano, usted habrá
dado un gran paso si comprende la diferencia entre «el pecado» y «los pecados». Los
pecados fueron (y siempre serán) lavados por la sangre de Cristo. No aceptemos
acusación alguna, pues «...la sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo
pecado» (1 Juan 1:7). Ahora bien, Romanos 6 nos dice que hemos muerto «al pecado».
Notemos que el pecado no muere – soy yo quien muero.

Muertos al pecado y la ley

Permítanme una pausa. Muchas veces he entrado en conflicto con la Palabra de Dios,
pues encuentro que las verdades de la Biblia no son realidad en mi vida; son verdades
en el texto, pero no en mi experiencia. Entonces surge el clamor: «¡Señor, socórreme
para que esto sea verdad en mi vida práctica!». Muchas veces esta experiencia se vive
con angustia, con gemidos profundos, con oración y hasta con ayunos, con consultas a
otros hermanos o a escritos de siervos de Dios que puedan aclararnos verdades
fundamentales.

Cuando descubrimos en las Escrituras una riqueza que no podemos desechar,


debemos apropiárnosla con diligencia. De lo contrario, seríamos unos necios. Si se nos
ofrece todo para ser victoriosos en Cristo, ¿por qué vamos a seguir girando sólo en
Romanos 3, si podemos llegar a ser más que vencedor como en Romanos 8? Pero,
para llegar a Romanos 8 necesitamos primero experimentar las verdades de Romanos
6 y 7.

Miremos en forma paralela Romanos 6 y 7. En Romanos 7:4 dice: «Así también


vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley…». ¡Alto!, en Romanos 6:2 dice que
hemos muerto al pecado, ¡y aquí dice que hemos muerto a la ley! Sigamos leyendo:
«…mediante el cuerpo de Cristo, para que seamos de otro, del que resucitó de los
muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios». ¡Cómo nos gusta este versículo! Pues
todos deseamos ser fructíferos, nadie desea ser estéril; por tanto, pongamos atención a
estas palabras: el pecado y la ley no morirán, ¡nosotros hemos muerto al pecado y a la
ley!

¿Qué es el pecado? Básicamente, es todo aquello que no debemos hacer. Del mismo
modo, la ley representa todo aquello que sí deberíamos hacer para agradar a Dios
(pues la ley es justa, santa y buena, 7:12). Dios no nos demanda cosas injustas. Sin
embargo, nos encontramos con que nuestra naturaleza es absolutamente impotente
para ambas cosas (¿Lo ha descubierto usted?). No podemos evitar el mal y tampoco
podemos hacer el bien que deseamos. A medida que avanzamos en nuestra
experiencia cristiana, mayor será nuestra conciencia de la incapacidad de «la carne», es
decir, de nuestras propias fuerzas para agradar a Dios. Vanos resultan los esfuerzos
piadosos del hombre religioso en su intento por agradar a un Dios santo.

Sin embargo, hermanos, ¡la Escritura dice que ya morimos al pecado y la ley! (Me
imagino a Apeles pasando por esta estrechez que representa Romanos 6 y 7. Él no
pasó de Romanos 3 al 16 de una vez. Me lo imagino rogando: «Señor, ¡revélame esta
palabra!, porque si es posible morir al pecado y a la ley, yo quiero que eso se cumpla
cabalmente en mi vida»). Cuando no tenemos suficiente luz espiritual, nos imaginamos
que esto es un largo y doloroso proceso. Sin embargo, ¡aquello ya ocurrió! De tal
manera que si un hermano está tratando de morir al pecado o la ley, está errado. Aún
no ha entendido la obra de Dios en Cristo Jesús para con nosotros, y está aún fuera del
poder del evangelio, o sólo lo ha entendido parcialmente, «porque en el evangelio la
justicia de Dios se revela por fe y para fe», y los que reinan en vida son los que reciben
la abundancia de la gracia.

Hermano, déjeme decírselo de esta manera: Usted y yo necesitábamos la sangre de


Cristo (con Romanos 3 estamos ya muy claros); pero, además, necesitábamos morir y
necesitábamos resucitar. Necesitábamos una sangre que nos limpiase de nuestros
hechos pecaminosos y necesitábamos de una muerte que terminase con nosotros
mismos, y además necesitábamos una resurrección que nos levantara de entre los
muertos. Esto parece una locura, pero la palabra nos dice que fuimos «sepultados
juntamente con Cristo ... a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la
gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.

Pregunto: ¿Murió Cristo? ¿Resucitó Cristo? Nuestra respuesta es un rotundo: ¡Sí!


Ahora, ¿creemos lo que está escrito? ¡Por supuesto que sí, lo creemos! Entonces,
¡nosotros también hemos muerto y resucitado con Cristo! Le invito, hermano amado,
que de la misma manera como usted creyó que la sangre de Cristo lavó todos sus
pecados, crea también que la muerte de Cristo es inclusiva: lo incluyó a usted también,
y de igual forma su resurrección también nos incluye.

Concluimos, entonces, que los creyentes ¡hemos muerto con Cristo y hemos resucitado
con él! Hermanos, ¿no es esto algo para saltar de alegría? ¿No es esta la amplia
provisión de Dios para todos nosotros? Tú y yo necesitábamos morir y resucitar, y a
menos que hayamos visto estas cosas –porque esto hay que verlo espiritualmente–
nuestro entendimiento debe ser alumbrado, y para eso vino el Espíritu Santo, enviado
del cielo, para darnos a conocer este lenguaje y esta experiencia celestial.

Para los hombres, este lenguaje es locura; mas para nosotros, Cristo es poder de Dios y
sabiduría de Dios. De tal manera, hermano, que en Cristo usted se acabó, ¡usted ya no
vive! ¿Ha escuchado a alguien hablar esto alguna vez? Sí, pues era la experiencia del
apóstol Pablo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí» (Gálatas 2:20). Él no estaba loco (aunque algunos incrédulos quisieron
tildarlo de tal). Él entendió las cosas de tal manera que supo que sin esfuerzo alguno, su
vida terminó con Cristo y a la vez recomenzó con Cristo.

Hermano, esto no se puede comprender todo de una sola vez en un solo mensaje.
Nuestra capacidad de comprensión de las cosas más profundas de Dios debe ir en
constante aumento. Esto queda enunciado para que usted lo profundice. Ahora el
asunto queda en sus manos. Si se conforma con la experiencia de salvación de
Romanos 3, igualmente usted es un hijo de Dios y no irá a condenación; pero me temo
que su recompensa no será la misma si usted sube al próximo peldaño y procura que se
haga vida en usted la verdad de que morimos y resucitamos con Cristo.

Algunos se complican con Romanos 7, pero lo que está ocurriendo de verdad allí, es
que el hombre espiritual, el hombre que desea vivir la vida del Espíritu, se está
descubriendo a sí mismo. Su problema no es sólo un asunto de ciertos «hechos» que lo
complican en su carrera cristiana. Él está más bien descubriendo que posee tan sólo las
«buenas intenciones»: «El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo ... no hago el
bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago (7: 18-19). Y comienza la lucha del
bien y del mal, y esto del «bien y del mal», nos lleva de vuelta a Génesis (el famoso
árbol del cual Adán comió).

Entonces, nuestro problema viene de muy atrás, de Adán, pero nuestra realidad actual
no es la de Adán, pues estamos en Cristo, y en Cristo morimos; de manera que ahora
necesitamos que otra persona viva en nosotros: «Cristo en nosotros, la esperanza de
gloria» (Colosenses 1:27).

La gloria de Romanos 8

¿Cómo vamos a cumplir las demandas de Dios? La vida poderosa de Cristo está ahora
dentro de mí; es la vida de resurrección..., y ya con esto llegamos a Romanos 8:2:
«Porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús, me ha librado de la ley del pecado y
de la muerte».
Bienaventurado el creyente que llega a este punto. Ha descubierto que existen dos
leyes, y que ambas están presentes en su vida. Tal como en Pablo o en Pedro, en todos
nosotros están operando ambas leyes. Aun en las personas que podamos considerar
más refinadas está operando la ley del pecado y de la muerte. Sin embargo, aquella ley
fue vencida por la otra ley, la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. (Resulta muchas
veces difícil que personas buenas, morales, de sanas costumbres, comprendan el
evangelio. A menudo, ellos parecen no tener de qué arrepentirse).

Te pido, hermano mío, o joven creyente, que no descanses hasta que esta letra se
traslade del libro a tu corazón y se haga vida en ti, en tu experiencia diaria. Porque el
mundo entero está bajo el maligno, el pecado nos asedia, y las tentaciones irán en
aumento a medida que el mundo avanza. Hoy tenemos al pecado a un click de distancia
(lenguaje computacional). Por tanto, es necesario que los creyentes de esta generación
seamos hallados de tal manera establecidos en Cristo, siendo aprobados y avanzando
en cada uno de estos peldaños hasta ser aprobados en Cristo.

Porque estoy unido a Cristo, porque morí con Cristo, porque el Espíritu de Cristo está
dentro de mí, entonces, creyendo esto, puedo vivir en la abundancia de esta gracia. No
me derribará cualquier tentación, no me arrastrará cualquier murmuración, porque hay
una ley dentro de mí; no porque seamos mejores que otros, sino porque recibimos la
abundancia de la gracia y nos apropiamos de ella.

Avanzando en Romanos 8 nos encontramos con el Espíritu Santo dando testimonio a


nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (8:16), y, ocupados en las cosas del
Espíritu ya no militamos con los pobres recursos de la carne. Esta es una vida
maravillosa, pues ya no estamos solos, tratando de agradar a Dios con nuestras propias
fuerzas.

Ahora, el Espíritu del Dios vivo derramado el día de Pentecostés por la obra consumada
de Cristo, habita en el corazón del creyente y da testimonio a nuestro espíritu de que no
somos de abajo, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios;
que no somos de las tinieblas, sino de la luz; que no somos ya meros individuos, sino
miembros del cuerpo de Cristo, ¡y mantenemos una comunión viva con el Dios vivo!

Finalmente Romanos 8 nos enseñará que somos más que vencedores por medio de
Aquel que nos amó. ¿Podemos imaginarnos a Apeles avanzando en Cristo, superando
etapa tras etapa? Después de haber sido un hombre atestado de pecados, se llenó de
la palabra, valoró la sangre de Cristo, valoró la justificación, valoró su traslado de Adán
a Cristo, se vio muerto en Cristo, se vio resucitado en Cristo, comenzó a vivir por la ley
del Espíritu de vida, y llegó a ser un hombre más que vencedor frente a las tribulaciones
de la vida...

Miembros de un cuerpo

Pero esto no termina en Romanos 8. Aunque seas más que vencedor, todavía eres un
individuo. Pero en Romanos 12 se introduce un nuevo concepto. Y al decir un nuevo
concepto, lo digo a propósito, para que usted enumere en su corazón todos los
conceptos ya introducidos.
En Romanos 12 aparece otro concepto: Somos miembros de un cuerpo. Nunca será
aprobado usted solo, como individuo, nunca. Usted necesita el cuerpo, necesitamos a
los demás miembros del cuerpo. Para vivir la realidad del cuerpo de Cristo, es
imprescindible una profunda renovación en nuestro entendimiento, todo alto concepto
de nosotros mismos, nuestro individualismo, debe ser demolido ¿cuán conscientes
estamos de que somos miembros los unos de los otros? (Rom. 12: 3-5) Lo que usted
haga, sea bueno o sea malo afectará (para bien o para mal) a toda la iglesia.

En Romanos 12:11 dice: «En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en


espíritu, sirviendo al Señor». ¡Cómo nos gusta esto! Pero, en cambio, es motivo de
mucha tristeza encontrarse con cristianos apagados, con una oración rutinaria. Pero,
¡qué distinto es cuando alguien está ferviente en el espíritu, y se derrama en amor!: «...
gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración...».

Así llegamos a Romanos 14:1: «Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre
opiniones». ¡Ah, Apeles ya está bastante más maduro! En Romanos capítulo 3 ó 4,
seguramente, él diría: «Yo pienso esto, yo pienso lo otro». Ahora no. Apeles ya murió.
Ya no discute sobre puntos doctrinales. Si un hermano piensa distinto, lo ama, lo recibe;
no contiende sobre opiniones, en cambio dirá: «Simplemente, hermano, si tú guardas el
día, para el Señor lo guardas; si no comes carne, para el Señor no comes. Pero,
amemos al Señor; eso no es de la esencia; bendigamos al Rey». Si, mediante la gracia
de nuestro Dios, hemos arribado a este peldaño en nuestra experiencia en Cristo, el
Señor habrá ganado mucho con nosotros.

Aun hay más. Romanos 15:1: «Así que, los que somos fuertes debemos soportar las
flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos». ¡Yo quiero estar en una
iglesia así, hermanos, donde hay fuertes y hay débiles, y conviven; se soportan, se
aman! Versículo 5: «Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre
vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis
al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». ¿Se fija que Dios todo lo da, que Dios no
vende la vida?

Vamos concluyendo. Romanos 15:13: «Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y


paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo».
Llenémonos de esperanza; es posible madurar en Cristo. Llenémonos de gozo y de paz
en el creer. Creamos que es posible que experimentar esto de morir y resucitar en
Cristo; creamos que es posible llegar a ser aprobados en Cristo, y que la gloriosa
realidad del capítulo 16 del libro de Romanos la podamos vivir nosotros también, en
nuestros días.

Hermano, si usted no ha pasado por la muerte y la resurrección, ¿cómo va a vivir la vida


del cuerpo? Si la vida de resurrección no es una realidad en usted, ¿cómo se va a
entender con los hermanos? Por ser tan distintos los unos de los otros, todos
necesitamos morir y resucitar. Cuando todos hemos resucitado, nos congregamos en
uno y llegamos a tener un mismo sentir, la mente de Cristo, la misma vida, la vida de
Cristo.

Dios está trabajando persistentemente. Él obtendrá lo que quiere: un cuerpo. No tan


sólo individuos espectaculares. Un cuerpo donde todos los miembros funcionan
armónicamente, sin jerarquías asfixiantes. Un cuerpo donde en verdad, Jesucristo, su
Cabeza, preside mediante el glorioso Espíritu Santo que llena poderosamente a cada
uno de sus miembros.
Que así sea.

Síntesis de un mensaje impartido en Colombia, Julio de 2006.

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.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
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¿Cuál es la estrategia de Dios para llenarlo todo de Cristo?

Cristo transmitido a los santos

Rubén Chacón

«El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para
llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef. 4:10-12).

El objetivo y la estrategia de Dios

Efesios 4:10 nos da a conocer el objetivo divino, la meta de Dios: Llenarlo todo de
Cristo. Ahora bien, a partir del versículo 11 se nos muestra la estrategia que siguió, y
sigue, nuestro bendito Señor a fin de conseguir el propósito de su Padre. Si en el
versículo 10 tenemos el «qué», aquí, podemos decir que tenemos el «cómo». No sólo
necesitábamos saber el propósito, sino también la estrategia, dado que ambas cosas
tienen directa relación con nosotros.

La estrategia en su primera parte consiste en que Jesucristo mismo constituyó –en su


iglesia– a unos como apóstoles; a otros, en calidad de profetas; a otros, como
evangelistas; y a otros, como pastores y maestros. Esta fue y es la primera acción que
emprende nuestro Señor para el logro de su objetivo. Ahora bien, como ya dijimos, la
estrategia tiene relación con el propósito de Dios expresado en el versículo 10. Por lo
tanto, en una primera aproximación, podemos decir que los dones del ministerio, en
conjunto, son el medio por el cual Jesucristo es transmitido a los santos. El propósito de
Dios es llenarlo todo de Cristo. Para tal efecto, Cristo se da primeramente a los dones
de Ef. 4:11 y, luego, a través de ellos, a los santos.

Los dones del ministerio son, pues, como el conducto a través del cual los santos son
llenados de Cristo. Aunque este conducto es quíntuple, no obstante, el contenido es el
mismo. Cada don en particular es un canal por el cual un aspecto de Cristo corre hacia
los santos. Para tener la plenitud de Cristo es, pues, absolutamente necesario tener
presente todos los dones del ministerio. La totalidad de Cristo se transmite a los santos
a través de la totalidad de los dones del ministerio. Bastaría que faltase tan solo uno de
estos dones para que una parte de Cristo no pudiera ser comunicado a los santos.

El contenido transmitido es Cristo mismo

De manera que, perfeccionar a los santos no es otra cosa que aquello que dijo Pablo
escribiendo a los Gálatas: «…hasta que Cristo sea formado en vosotros» (4:19). No es
de extrañar, entonces, que en el libro de los Hechos, una y otra vez, se haga mención
explícita de que el contenido que los ministros del Señor transmitían era Cristo mismo:
«Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a
Jesucristo» (Hch. 5:42). «Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les
predicaba a Cristo» (Hch. 8:5). «En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas» (Hch.
9:20). «…y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo» (Hch. 17:3).

Ellos no predicaban de Cristo, sino a Cristo. Este matiz es muy importante, por cuanto
indica que los ministros no comunicaban un mensaje intelectual acerca de Cristo, sino a
Cristo mismo. Las gentes no se quedaban con una información acerca de Cristo, sino
que quedaban con él. De otra manera, no se explicaría cómo muchas iglesias pudieron
sobrevivir «solas». Pablo, después de un corto tiempo de estar en un lugar,
generalmente tenía que irse de la ciudad producto de la persecución. En muchas de
ellas, no alcanzó a constituir ancianos. No obstante, maravilla de maravillas, esas
iglesias crecían y se desarrollaban.

Es que, a decir verdad, nunca quedaron solas. El Señor Jesucristo mismo quedaba con
ellos por medio del Espíritu Santo. Hermoso ejemplo de esto fue la iglesia en
Tesalónica. Pablo no pudo, al parecer, estar allí más de tres meses. Cuando vuelve
Timoteo con información respecto de ellos, Pablo escribe su primera carta a los
tesalonicenses. Esto fue entre seis a nueve meses después de la visita de Pablo a ellos.
Por la carta sabemos que esta iglesia de no más de un año de existencia, estaba fuerte
y vigorosa. Cuando el fundamento está bien puesto, el Espíritu Santo es suficiente para
sobreedificar la iglesia.

Cristo reunió en sí mismo los cinco ministerios

Ahora bien ¿por qué se necesitan cinco dones diversos para comunicar a Cristo a los
santos? ¿Por qué fueron diseñados estos dones y no otros? La razón es muy simple.
Porque Cristo en los días de su manifestación fue precisamente un apóstol, un profeta,
un evangelista, un pastor y un maestro. Los dones de Efesios 4: 11 no son otra cosa
que los ministerios que desarrolló Cristo mismo. Por ello, quizás el nombre más correcto
para describir los dones del ministerio sea «Los ministerios de Cristo».

Ahora bien, Cristo no fue un apóstol o un profeta más; él es por excelencia, el apóstol, el
profeta, el evangelista, el pastor y el maestro. En efecto, únicamente a Cristo pertenece
el singular de estos dones. Él, no sólo es el primer apóstol, sino además el apóstol de
los apóstoles. Por lo tanto, cabe señalar que, por muy importantes y necesarios que
sean los dones del ministerio, ellos no son la cabeza de la iglesia ni el último referente
de ella. El único referente absoluto de la iglesia es Jesucristo mismo. Los dones del
ministerio son un referente relativo para la iglesia. Son un medio y no un fin. Sólo
Jesucristo es el modelo perfecto de apóstol, de profeta, de evangelista, de pastor y de
maestro. Los apóstoles encuentran, pues, en Jesucristo su modelo perfecto y así
sucesivamente los demás ministerios.

Jesucristo, el apóstol de nuestra profesión, es al que tenemos que considerar (Hebreos


3:1). En cuanto a su calidad de profeta, él era «el profeta que había de venir al
mundo» (Jn. 6:15). Jesucristo es el profeta prometido por Moisés a los antiguos: «El
Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él
oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será
desarraigada del pueblo» (Hch. 3:22-23).

Cristo fue el profeta, a través del cual Dios nos habló finalmente en los postreros días:
«Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo…» (Heb.
1:1).

Como evangelista, Jesucristo no sólo anunció las buenas nuevas de paz, a los que
estaban lejos y a los que estaban cerca, sino que primero él mismo hizo la paz. Por eso,
él es nuestra paz (Ef. 2:14-17). Él es, hizo y anunció la paz. Él mismo es la buena
noticia. Según Romanos, el evangelio de Dios, prometido antes por sus profetas en las
santas Escrituras, era precisamente acerca de su Hijo (1:2-3).

El Señor Jesucristo es también el «Pastor y Obispo de vuestras almas» (1P. 2:25). Él


dijo: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas» (Jn. 10: 11).

Por último, Jesucristo es el Maestro. En la última cena con sus discípulos, después de
lavar los pies de ellos, les dijo: «Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien,
porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro…» (Juan 13:13-14).

Por lo tanto, Jesucristo, a fin de vaciarse en plenitud en su iglesia, ha constituido


apóstoles, en plural, para comunicarse a los santos; de la misma manera, ha constituido
profetas a fin de traspasarse a la iglesia y, así, sucesivamente.

Cristo en los cuatro evangelios

Pero ¿tenemos algún lugar dónde encontrar y ver a Cristo como apóstol, como profeta,
como evangelista, como pastor y como maestro? Sí, maravillosamente sí. ¿Dónde? En
los cuatro evangelios. Y ahora entenderemos el por qué cuatro evangelios. En efecto,
cada uno de los cuatro evangelios es una revelación de Jesucristo. Un solo evangelio
no habría sido suficiente para contener toda la revelación de Jesucristo. Fueron
necesarios cuatro. Cada uno de ellos muestra un aspecto, una cara, una faceta, que el
Cristo manifestó en los días de su carne y que el Espíritu Santo inspiró en los cuatro
evangelios. Los evangelios son como los cuatro seres vivientes del Apocalipsis (cf. 4: 6-
7) y como los cuatro seres vivientes de Ezequiel que tenían cuatro caras cada uno (cf.
Ezequiel 1:5-10).

Ahora bien ¿cómo es que en los cuatro evangelios encontramos los oficios de Cristo de
apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro? Siempre se nos ha dicho y enseñado, y
con justa razón, que Jesucristo en el evangelio de Mateo es presentado como Rey y
Señor, en el evangelio de Marcos como Siervo, en el evangelio de Lucas como Salvador
y en el evangelio de Juan como el Hijo de Dios. En la figura de los cuatro seres vivientes
del Apocalipsis, Juan nos dice que el primero era como un león; el segundo, como un
becerro o un toro o un buey; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era
como un águila volando.

Coincidentemente, estas cuatro figuras calzan de manera perfecta, y en el mismo orden,


con los cuatro evangelios: El león con el evangelio de Mateo; el becerro, con el
evangelio de Marcos; el que tenía rostro como de hombre con el evangelio de Lucas; y
el que parecía un águila volando, con el evangelio de Juan. En efecto, Mateo revela la
autoridad de Jesús; Marcos, su actitud de servicio; Lucas lo revela como el
representante perfecto de la raza humana; y Juan, más que ningún otro, nos revela la
divinidad de Jesucristo. Nótese que el cuarto ser viviente no se parecía a un águila
simplemente, sino a un águila en vuelo.

Pero aquí está el punto. Estas imágenes de Jesús, que aparecen de una manera tan
clara en los cuatro evangelios, corresponden precisamente a la descripción de los
distintos oficios de Ef. 4:11. En otras palabras, cada uno de los evangelios presenta a
Jesús de esa determinada forma, porque precisamente a través de ellas, Jesús estaba
manifestándose como Maestro, como Pastor, como Evangelista y como Apóstol y
Profeta.

En efecto, en el evangelio de Mateo, Jesús enseñaba como un maestro que tenía


autoridad, y no como los escribas; el evangelio de Marcos revela su incansable servicio
porque, precisamente, Jesús es aquí presentado como pastor; Lucas presenta a Jesús
como el Hijo del Hombre, esto es, como el representante perfecto de toda la raza
humana que trae la salvación a los hombres, porque lo revela como evangelista; y Juan,
al revelarnos a Jesús como el Hijo de Dios, nos revela que él es la vida eterna que el
Padre nos ha dado y que esta vida es el fundamento de la vida cristiana. Jesús es el
enviado del Padre que viene a revelarnos esta vida. En otras palabras, es el apóstol y
profeta que procede del Padre.

Y si presentamos los cuatro evangelios de atrás hacia delante, veremos que calzan
perfectamente con el orden de los dones de Efesios 4:11. Pues bien, el Cristo del
evangelio de Juan es el Cristo de los apóstoles y profetas; el Cristo del evangelio de
Lucas es el Cristo de los evangelistas; el Cristo del evangelio de Marcos es el Cristo de
los pastores y el Cristo del evangelio de Mateo es el Cristo de los maestros.

En otras palabras, los apóstoles y profetas perfeccionan a los santos con la revelación
de Jesucristo contenida en el evangelio del apóstol Juan. Los evangelistas capacitan a
los santos con la revelación de Jesucristo contenida en el evangelio del apóstol Lucas.
Los pastores entrenan a los santos con la revelación de Jesucristo que muestra el
evangelio de Marcos y los maestros equipan a los santos con el aspecto de Cristo
revelado en el evangelio de Mateo.

***
.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
...
¿En qué consiste la edificación del cuerpo de Cristo?¿Quiénes están
llamados a hacer esta obra? ¿Cómo?

Perfeccionando a los santos

Rodrigo Abarca

El propósito divino

Como ustedes saben, la carta a los Efesios tiene como asunto principal el propósito
eterno de Dios, en qué consiste ese propósito, cuáles son los medios que Dios ha
dispuesto para llevarlo a cabo, y de qué manera finalmente su propósito se va a cumplir
en plenitud.

Dios quiere que éste sea también nuestro propósito, y por eso ha querido revelarlo. Y
esto es algo que no debemos dar por descontado; es decir, no porque hablemos del
propósito eterno de Dios, quiere decir que ese propósito está comprendido y grabado en
nuestros corazones. Tiene que ser revelado por el Espíritu, y convertirse en el asunto
que gobierna la totalidad de nuestras vidas.

¿Cuál es ese propósito, ese misterio, como lo llama Pablo? En Efesios 1:9-10 dice,
«reunir todas las cosas en Cristo». Ahora, la palabra «reunir» no sólo significa juntar
alrededor de Cristo todas las cosas. La palabra griega significa básicamente levantar a
Cristo por cabeza, para que, bajo su autoridad, se reúnan todas las cosas. Y también
significa hacerlo a él, el centro de todas las cosas; que todas ellas converjan hacia él, y
encuentren su razón, su destino, su finalidad, en él. En suma, que Cristo sea el todo y
en todos.

¿Cómo Dios va a realizar ese propósito? Su plan tiene dos etapas. La primera de ellas,
que es fundamento de la segunda, ya se cumplió, y comprende la encarnación, la
muerte, la resurrección, la exaltación y la entronización de su Hijo como Rey y Señor
(Ef. 1:20-22).

La segunda es que su Hijo tenía que revelarse y manifestarse a través de una creación
especial. Y esa creación no era la raza de los ángeles, sino el hombre. Por ello El Verbo
fue hecho carne.

Cristo es la Cabeza

El Señor Jesucristo es Rey y Señor de todas las cosas; el Padre sometió todas las
cosas bajo sus pies. Pero, sobre todas las cosas, él lo dio por cabeza a la iglesia (Ef.
1:22). Entonces, la relación que hay entre Cristo y todas las cosas es distinta a la
relación que hay entre Cristo y la iglesia. Sobre todas las cosas, él es Rey y Señor, y él
gobierna y domina sobre todo. Pero con relación a la iglesia, él no solamente es Rey y
Señor, pero también es su Cabeza.

Así como una cabeza está vinculada a su cuerpo, y es inseparable de su cuerpo, así
Cristo se unió a la iglesia, para sostener, para alimentar, y para expresarse a sí mismo a
través de ella. Hay entre Cristo y la iglesia una intimidad y una relación que no existe
entre Cristo y nada más en este universo creado.

La cabeza necesita al cuerpo para expresarse. Cuando el Padre lo hace cabeza de la


iglesia, al mismo tiempo pone una ‘limitación’ para el Señor: Que él se tiene que
expresar, revelar y manifestar, y llevar adelante sus propósitos a través de su cuerpo
que es la iglesia.

Imagínese usted, ¿su cabeza actúa separada de su cuerpo alguna vez? Si en su


cabeza usted tiene planes que llevar adelante, por ejemplo, construir una casa,
planificada diseñada y pensada por completo en su mente. A la hora de ejecutar sus
planes, ¿qué necesita? ¿No necesita sus manos, o sus pies?

Ahora, supongamos que su cabeza tiene sentimientos profundos. Usted es joven, está
enamorado de alguien, y quiere decirle a ella que la ama. ¿No necesita un cuerpo? Si
no hubiera rostro, ojos, expresiones faciales y corporales, ¿cómo podría usted expresar
lo que siente?

Cuando Cristo se convierte en cabeza de la iglesia, se autolimita a sí mismo y queda


indisolublemente atado a ella, de manera que él ahora necesita a la iglesia para cumplir
sus planes, para llevar adelante los propósitos eternos de Dios. Y esa es la segunda
parte del plan de Dios: Que Cristo lo pueda llenar todo de sí mismo por medio de la
iglesia.

Cristo es el Modelo

Ahora, vamos a Efesios 4. «El que descendió, es el mismo que también subió por
encima de todos los cielos para llenarlo todo» (v. 10). Ahí está el propósito – que Cristo
lo llene todo. Eso quiere decir, hermanos, que todavía no todo está lleno de Cristo. En el
cielo, todo está lleno de él; pero, en la tierra, no todo está lleno de él. Aún el mundo está
bajo el príncipe de la potestad del aire, y Satanás está moviéndose y manifestando sus
intenciones y designios malignos en esta tierra.

Pero, ¿cómo va a llenar Cristo todo? Edificando su iglesia, y llenando a su iglesia de él


mismo. Y, una vez que la iglesia esté llena de él, entonces la iglesia lo va a llenar todo
de él y ya no habrá más lugar para Satanás en la tierra. Ese es el plan. Por eso dice el
versículo 3:21, hablando de Dios el Padre: «...a él sea la gloria en la iglesia en Cristo
Jesús por todas las edades». Pues la Iglesia es el cumplimiento eterno de su propósito
en Cristo.

¿Qué medios va a emplear para edificar a su iglesia? Leamos Hebreos 3:5: «Y Moisés a
la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba
a decir». Cuando Moisés sacó a los israelitas de Egipto, que cruzaron el mar Rojo y
llegaron al monte Sinaí, Dios lo llamó para que estuviese con él cuarenta días y
cuarenta noches. Allí, Dios le mostró detalladamente el diseño de un tabernáculo o
casa. Dios le fue revelando a Moisés esa casa y todos los muebles, utensilios y
elementos que debían estar en la casa. Y no sólo eso, sino que también el servicio
sacerdotal, todo lo que tenía que ver con el funcionamiento de esa casa.

Mientras Dios hablaba con Moisés, le decía: «Harán un tabernáculo... Harán un arca ...
un altar ... una mesa ...». Cada vez que él hablaba con Moisés y terminaba de describir
un aspecto de esa casa, le advertía: «Presta atención, Moisés: Que hagas todas las
cosas –no el ochenta por ciento, no el noventa por ciento, no el noventa y nueve por
ciento, sino todas, el cien por ciento– conforme al modelo que te ha sido mostrado en el
monte».

¿Por qué Dios hizo esa advertencia a Moisés? Dice Esteban que Moisés era un hombre
preparado en toda la sabiduría de los egipcios, poderoso en sus palabras y en sus
obras. Ahora bien, los egipcios fueron los más grandes constructores de la antigüedad.
Hasta el día de hoy, las cosas que ellos construyeron son consideradas maravillas del
mundo antiguo: las pirámides, los templos que edificaron. Incluso los israelitas
construyeron ciudades enteras para los egipcios.

Así que, si alguien sabía de construcciones y edificaciones, ese era Moisés. Y si alguien
sabía de edificación, eran los israelitas. Pero Dios le dijo a Moisés: «Yo voy a usar el
conocimiento que tú tienes, de construcción, de edificación», (porque si él no hubiese
sabido nada de construcción, Moisés no habría entendido nada), pero con una
advertencia: «No puedes poner nada de ti mismo en el diseño, ni en la obra de mi casa».

Era una gran tentación para Moisés agregar algo de sí mismo al diseño. Pero se dice
que Moisés fue fiel como siervo. ¿Sabe lo que es un siervo? Es un esclavo. Cuando un
amo manda a un esclavo a hacer algo, el esclavo tiene que simplemente ir y hacer las
cosas como se le dijo. No tiene que recibir explicaciones.

Moisés no pidió explicaciones. Lo hizo todo como Dios le mandó, y porque él fue fiel
–dice la Escritura– todo lo que él hizo puede ahora dar testimonio, y puede representar
tipológicamente a Cristo y a la iglesia.

Por ejemplo, el arca tenía que tener un codo y medio de alto, para representar la unión
del hombre con Dios, porque uno y medio más uno y medio son tres, y tres es el
número de la Divinidad. El arca representa la unión de Dios y del hombre, en Cristo –
uno y medio para Dios, uno y medio para el hombre. Si Moisés hubiera puesto medio
codo más, el arca habría sido bonita, pero sin ningún significado en relación con Cristo.

Ahora, cuando Moisés erigió el tabernáculo, Dios fue severo con respecto a algo que
era una sombra y una figura, destinada a pasar y a desaparecer. Pero ahora estamos
hablando de la casa eterna y definitiva de Dios que es la iglesia. Entonces, si Dios fue
tan severo y estricto con lo que era sombra y figura, ¿no ha de ser estricto y severo con
el original? ¿Será que Dios ha cambiado y ahora nos permite a nosotros improvisar o
poner nuestras propias ideas en la iglesia, o introducir nuestros conceptos, nuestras
opiniones y las cosas que creemos saber en la edificación del cuerpo de Cristo? ¿Habrá
cambiado Dios?

No; todo tiene que ser hecho «conforme al modelo que te ha sido mostrado en el
monte» (Ex. 25:40). Usted preguntará: «¿Tenemos un modelo para la edificación de la
casa? Sí, y es un modelo muy claro, muy específico, concreto y real. ¡Ese modelo es el
Señor Jesucristo!

Por eso dijimos que la primera parte es la revelación del Señor Jesucristo. «Dios fue
manifestado en carne» (1 Tim. 3:16). Y la Escritura dice literalmente «puso su
tabernáculo», su morada, en medio de nosotros (Juan 1:14). Así que, al verlo a él,
nosotros vemos la morada de Dios con los hombres. Y ese modelo ahora tiene que ser
mostrado e impartido en nosotros. La plenitud de él tiene que venir a nosotros y, por el
Espíritu, lo que es de él tiene que ser formado en nosotros. No sólo un aspecto de él, no
sólo una parte de él. Así como la plenitud de Dios habitó en él y habita en él, así la
plenitud de Cristo tiene que habitar en la iglesia.

Los dones perfeccionan

Sin embargo, ¿Cómo va a llenar Cristo todo en todos? Lo primero, dice la Escritura, es
que él dio dones a los hombres. Y aquí comienza la edificación de la casa. Ahora, aquí
los dones, como ya otros hermanos han explicado muy bien, no son dones que él dio a
las personas. Él también da dones individuales a los miembros de su cuerpo. Pero estos
dones que da aquí no son dones dados a miembros del cuerpo, individualmente, sino
que son personas que él da como dones a todo el cuerpo.

Él prepara a un hombre, lo convierte en un apóstol, y lo da a la iglesia. Él prepara a


otros hombres, los convierte en profetas, y los da como regalos a su iglesia. Él toma aún
a otros, los convierte en evangelistas, y los da luego a la iglesia; y él prepara a otros
como maestros, y los da a la iglesia.

Jóvenes, presten atención a eso. El Señor toma hombres y los prepara; trata con ellos,
trabaja con ellos, y no en un período corto de tiempo. Se va revelando a ellos, y una
medida de él, de los planos que están en él, se forma en ellos. Así los prepara, y luego
los da a su cuerpo. Esa es la forma en que él edifica la casa. Él no comienza
organizando nada; ni con esquemas, o metodologías o con planes en un papel. Él
comienza siempre su obra con hombres formados por él y enviados por él. Ese es el
método de Dios.

¿Hay algún método en la Escritura para levantar una iglesia? ¿Será que el Señor llamó
un día a los apóstoles y les dijo: «Vengan para acá, ahora yo les voy a explicar lo que
es la iglesia, su organigrama y sus funciones? ¿Así hizo el Señor la iglesia? ¿Un
método, un plan?

No, hermanos amados, el plan es él, el método es él. Hombres que lo conozcan a él,
que hayan estado tiempo con él, que hayan estado en la intimidad con él, que hayan
oído la voz de él. (1 Jn. 1:1-2).
Él formó apóstoles, y esos hombres fueron dados como dones a la iglesia. Los
apóstoles, para colocar fundamentos. Pablo dice: «...yo como perito arquitecto puse el
fundamento» (1 Co. 3:10). ¿Cuál es el fundamento? Jesucristo es el fundamento. «Y
perseveraban en la doctrina de los apóstoles» (Hch. 2:42). ¿Qué es la doctrina de los
apóstoles? Todo lo que ellos oyeron, contemplaron y palparon mientras estaban con
Jesucristo, eso se convirtió después en la doctrina de los apóstoles. «Y todos los días,
en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo» (Hch.
5:42).

La Escritura dice: «...el fundamento de los apóstoles y profetas» (Ef. 2:20). Entonces,
los apóstoles y profetas van de la mano; los apóstoles, para poner el fundamento, y los
profetas, para regar sobre el fundamento, para ampliarlo. Ambos, profetas y apóstoles,
están relacionados con la revelación de Jesucristo dada a la iglesia a través de ellos.
Pero los primeros colocan el fundamento de Cristo, y los segundos profundizan el
fundamento, amplían la visión y el entendimiento de Cristo para la iglesia.

Lo tercero que él dio a la iglesia son los evangelistas. También es un aspecto de Cristo
que se da a la iglesia; porque, recuerden, la iglesia tiene que ser la plenitud de Cristo.
¿A qué vino el Hijo del Hombre? «...el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que
se había perdido» (Lc. 19:10). ¡Bendito sea el Señor Jesucristo! Él fue el primero de los
evangelistas; él vino con un corazón lleno de amor por los perdidos.

Cristo se da a nosotros a través de los evangelistas. ¡Qué sería de nosotros sin el amor
de aquellos que, representando al Señor Jesucristo, han predicado el evangelio!
Aquellos que dejaron sus hogares en tierras lejanas, aquellos misioneros de antaño,
que cruzaron medio mundo para traer el evangelio. ¡Qué sería de nosotros sin ellos!

Y luego, pastores y maestros. Ellos toman todo lo que está en la doctrina de los
apóstoles, la revelación de los profetas, la visón de largo alcance de los evangelistas, y
la empiezan a aplicar a todos los aspectos de la vida de la iglesia, hasta en los más
pequeños detalles.

¿Aquí tenemos completa la iglesia? No, no tenemos la iglesia todavía; ahí sólo tenemos
el principio de la iglesia. Entonces, presten atención por favor. ¿A quién deben apegarse
ustedes? Apéguense a aquellos hombres que Dios ha dado a la iglesia, siéntense a los
pies de ellos, aprendan a Cristo de ellos. Búsquenlos, porque van a conocer a Cristo a
través de ellos, porque son un regalo de Cristo para ustedes, y para toda la iglesia.

Una cosa más al respecto. Pablo dice a los corintios: «...todo es vuestro: sea Pablo, sea
Apolos, sea Cefas ... todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Co.
3:21:23). Eso significa que Dios ha dado dones a la iglesia. Pero, ¿qué es más
importante? ¿Los dones o la iglesia? Si usted tiene novia y se va a casar con ella, y le
hace muchos regalos, ¿qué es más importante, su novia o los regalos? ¡La novia! ¿Qué
es más importante, los dones –apóstoles y profetas, evangelistas, pastores y maestros–
o la novia de Cristo? ¡La novia! Ellos son regalos, pero ella es su novia.

La novia es más importante que los regalos. Entonces, la novia no debe estar en
función de los regalos, sino en función del Novio. Gracias a Dios por los dones; pero
nuestra vista tiene que estar en el Señor de los dones.

Aquí no hay una jerarquía. El Señor no está hablando de una estructura jerárquica de
gobierno sobre la iglesia; él está hablando de dones, de regalos que él libremente da a
la iglesia. Vienen de él, son de él. No es tampoco que la iglesia se juntó y dijo: «Vamos
a nombrar apóstoles, profetas, evangelistas, etc...». Los hombres no pueden ‘fabricar’
apóstoles, profetas, evangelistas, pastores o maestros. Sólo Cristo puede, y él los da a
la iglesia. No cometamos un error; esto no es un método. Es la vida de Cristo que se va
desarrollando, por el Espíritu, en la iglesia.

«...Todo es vuestro...». Aprópiense de todo. Tomen a los apóstoles, son suyos; a los
profetas, son suyos; a los evangelistas, son suyos. Hermanos y hermanas todos los
dones son de ustedes; pero ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios. No
desaproveche los dones, no los menosprecie, no los tenga en poco. Déle gracias al
Señor que nos ha dado dones; recíbalos todos, acójalos a todos. Pero usted es de
Cristo, la iglesia es de Cristo, y Cristo es de Dios.

Entonces, ¿cuál es la finalidad de estos hermanos? Aquí vamos a tener que redefinir
algunas palabras, de acuerdo a la Escritura. La finalidad de estos hermanos, ¿es
edificar la iglesia? No. Leamos de nuevo Efesios 4:12: «...a fin de perfeccionar...».
Ahora, si usted sigue leyendo, un poco más adelante, aparece la palabra edificar. Pero,
aquí no dice que ellos son dados para edificar a la iglesia, sino para perfeccionarla. La
palabra perfeccionar no es hacer perfectas a las personas. La palabra griega más bien
significa preparar, equipar, y reparar, cuando es necesario. Todo eso es perfeccionar.
Es más o menos la idea que tenemos cuando en una empresa dicen: «Vas a ir a un
curso de perfeccionamiento». No es que usted va a ir a ese curso para salir de allí
perfecto; sino para salir más preparado para hacer su labor. Esa es la idea aquí:
perfeccionarlos, prepararlos para hacer su trabajo, para cumplir su función en el cuerpo
de Cristo.

Todo el Cuerpo edifica

Los apóstoles, los profetas, los evangelistas, los pastores y maestros están en el cuerpo
para preparar a los santos, para que los santos cumplan su función en el cuerpo de
Cristo. Ellos no están para edificar a los santos. Preste atención a esto; es muy
importante la distinción que hace la Escritura. ¿Por qué? Porque el ministerio de la
palabra, por sí mismo, no edifica.

Usted puede venir a miles de reuniones y recibir y ser expuesto al ministerio de la


palabra por años y años, y usted no va a crecer un centímetro en la edificación de Dios.
Usted puede tener miles de horas acumuladas de ministerio de la palabra, y no por eso
ha sido edificado. Porque la edificación de Dios no tiene que ver con recibir la palabra
solamente, sino con tomar esa palabra y comenzar la edificación del cuerpo de Cristo.

Y esto no lo hacen los ministros de la palabra, sino ¿quiénes? Vea conmigo. «...a fin de
preparar a los santos para la obra del ministerio». ¡Ah, ahora sí, todos nosotros, los
santos, hacemos la obra del ministerio! Y, ¿cuál es el propósito de la obra del
ministerio? ¡La edificación del cuerpo de Cristo! Aquí, sí, está la palabra edificación.
Cuando los santos empiezan a trabajar y a hacer su parte, entonces recién empieza la
edificación del cuerpo de Cristo.

Cuando usted viene a una reunión y dice: El hermano predicó una palabra tan bonita,
tan del Señor! ¡Salí tan edificado!». ¿Salió edificado? ¡No! Salió preparado, salió
alentado, salió entrenado. Pero ahora tiene que ir a edificar; ahora, recién, tiene que ir a
edificar.

Tuvimos hace poco el Mundial de Fútbol. Allí los entrenadores preparan a sus
jugadores, les enseñan estrategias, y hacen esquemas, es decir, los entrenan. Pero,
¿se imagina que esos jugadores nunca jugaran un partido? ¡Qué frustrante sería para
ellos! A veces nosotros somos como un equipo de fútbol sobreentrenado, que nunca
juega un partido de verdad.

¿Por cuántos años ha sido entrenado usted? ¿Cuántas predicaciones, cuántas


ministraciones de la palabra ha recibido usted en su vida? Yo diría que usted está
sobreentrenado, hermano amado. ¿Qué le parece? ¿Está utilizando todo lo que ha
recibido para edificar el cuerpo de Cristo, o no está haciendo nada y sigue
preparándose?

Es la capacitación, el entrenamiento de estos hermanos, lo que permite que luego estos


hermanos, teniendo las herramientas, los elementos necesarios, lleven a cabo la obra
del ministerio. ¿Y cuál es la obra del ministerio? La edificación del cuerpo de Cristo.

Así que, lo que Dios tiene en mente, no es la edificación personal solamente. Dios
quiere que el cuerpo crezca, que la iglesia se edifique. El quiere que todo el cuerpo
comience a tomar forma; la forma de Cristo.

Eso significa que el cuerpo tiene que empezar a concertarse, a relacionarse. Las
coyunturas tienen que empezar a ligarse entre sí; los miembros tienen que empezar a
unirse unos con otros y a trabajar unos con otros. Y entonces, el cuerpo empieza a
funcionar, cuando todos los miembros están ligados, entrelazados y amalgamados unos
con otros. En esto consiste la edificación. Las piedras se juntan unas con otras para
elevarse juntas como casa de Dios. Entonces, todos los miembros, por medio de la
palabra que han recibido de los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros,
se alimentan unos a otros, y se nutren unos con otros de la cabeza que es Cristo.

Voy a poner un ejemplo: la iglesia en Jerusalén. Ella comenzó con doce apóstoles y
más o menos unos quince mil hermanos, contando las mujeres y los niños. «Y todos los
días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a
Jesucristo» (Hch. 5:42). ¿Y así, por los 50 años siguientes, esos hermanos estuvieron
escuchando a los apóstoles y deleitándose con lo que los hermanos enseñaban? No, no
fue así. Porque lo que Dios tenía en mente no era que esa iglesia estuviese toda la vida
recibiendo y escuchando palabra tras palabra. Él quería que el cuerpo comenzase a
funcionar, a llenar toda la tierra del conocimiento de su Hijo Jesucristo.

Entonces, aquello fue una escuela. Jerusalén fue la primera escuela de Dios, de
entrenamiento y de capacitación en la tierra. Y no duró mucho tiempo, a lo más siete a
diez años. Cuando el Padre consideró que estaban listos, él detuvo todo eso y dijo:
«Muy bien, ahora están preparados, ¡vayan!». ¿Quiénes fueron... los apóstoles? No.
Cuando comenzó la persecución con motivo de Esteban, dice la Escritura que, en una
noche, toda Jerusalén quedó vacía de hermanos, pues todos fueron dispersados,
excepto... ¡los apóstoles!

Los apóstoles se quedaron en Jerusalén, para volver a formar otra generación. Ya su


trabajo había sido hecho. Ahora, aquellos hermanos que tenían el fundamento de los
apóstoles con ellos, y la revelación de los profetas, la visión de los evangelistas
ardiendo en su corazón, la enseñanza de los pastores y maestros, estaban preparados
para ir. Y Dios los envió a todos ellos.

Y allí donde ellos fueron, ¿qué ocurrió? Por toda la región de Judea, y por toda Samaria,
y aun tan lejos como Antioquía, la iglesia de Jesucristo se multiplicó. No fueron los
apóstoles los que fundaron las iglesias en Judea. No fueron los apóstoles los que
fundaron la iglesia en Antioquía. Fueron los hermanos y hermanas.

Dirás: «Pero yo pensaba que los obreros son los que levantan las iglesias». Pues,
observe que no. Sí y no. Ellos levantan algunas. Pero si usted tiene el fundamento,
entonces, usted puede ir y poner ese fundamento en otros, usted puede ser un obrero
del Señor dondequiera que vaya.

¿Cuántos de ustedes tienen la revelación de Cristo recibida de los profetas? ¿Cuántos


han visto al Señor? Usted puede ir a hablar a otros acerca de Cristo, de su gloria, de su
grandeza, de su profundidad, de su autoridad. ¡Usted puede! Para eso ha sido
preparado por Dios.

Ahora, ¿cuántos han oído al Cristo de los evangelistas? Entonces, usted puede llevar
esa palabra a cualquier parte del mundo. Usted también es un evangelista, porque tiene
el evangelio de Jesucristo ardiendo en su corazón.

¿Y cuántos han sido pastoreados por años? ¿Cuántas enseñanzas para edificar su
familia, su matrimonio, su situación laboral, toda su vida entera? ¿Cuánto ha recibido de
Cristo por medio de los pastores y maestros? Mucho, ¿verdad? Ahora usted puede ir y
aconsejar a otros, puede ir y enseñar a otros. Usted también es un maestro y es un
pastor para otros. ¡Ese es el propósito del Señor! Él quiere que todos nosotros vayamos
a hacer su obra, a edificar su casa, a levantar su iglesia en todas partes.

Una historia más, para que usted vea que esto no sólo ocurrió en Jerusalén. También
cuando Pablo y Bernabé realizaron su obra apostólica. ¿Usted recuerda que Pablo, en
la mitad de su carrera, le escribe una carta a la iglesia en Roma – la carta a los
Romanos?. ¿Usted sabe que Pablo nunca había estado en Roma? No conocía la iglesia
en Roma de vista, pues nunca había pisado las calles de Roma. Y sin embargo, cuando
escribe su carta a los Romanos, en el capítulo 16 de de la misma, empieza a saludar a
hermanos y hermanas como si los conociera de toda la vida.

Ahora, ¿cómo podía Pablo, que nunca había estado en Roma, conocer a aquellos
hermanos? Es que en Roma había ocurrido lo mismo que en Judea, en Samaria y en
Antioquía. Los hermanos de las iglesias en Asia Menor y de Acaya (Grecia) habían ido a
Roma. Ellos habían ido, no Pablo.

Esos hermanos comenzaron la iglesia en Roma. Hermanos que se formaron con Pablo,
pero que luego fueron y fundaron otras iglesias. Y muchos años después, Pablo llegó a
Roma también, cautivo y en cadenas.

Tal vez usted, hermana, se mira en menos. Lea los nombres que menciona Pablo.
¿Cuántas hermanas hay en esa lista? La mitad por lo menos. Hermanas que han
trabajado mucho en el Señor, dice Pablo, que han sido colaboradoras en Cristo, que
han ayudado a levantar la iglesia de Jesucristo en Roma y en muchas otras ciudades.

«Priscila y Aquila, mis colaboradores». Menciona a Priscila antes que a Aquila, su


esposo. Hermana, ¿usted cree que puede? ¿Está dispuesta? ¿O queremos seguir años
y años, todos sentados, escuchando mensajes y más mensajes, y entrenándonos y
entrenándonos, sin hacer nunca el trabajo que el Señor espera de nosotros?

¿Ustedes creen que los obreros deben hacer todo el trabajo? No, no es trabajo de ellos;
ellos preparan a los santos para que vayan y hagan la obra del ministerio. ¿No dice eso
la Escritura? Y su tarea continúa «...hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo» (Ef. 4:13).

Jóvenes, ¿para qué están siendo preparados ustedes? ¿No es para tomar su lugar en
esta gran obra del ministerio que es la edificación del cuerpo de Cristo? No tengan la
vista estrecha. No digan: «Yo soy poca cosa, yo nací en no sé qué olvidado pueblito «.
Eso no importa. No importa de dónde eres o de qué familia procedes. Si tienes a Cristo,
si el fundamento está en tu corazón, si has visto al Señor, si el evangelio arde en tu
corazón, tú puedes ir también. El Señor necesita que vayas, que amplíes tu visión y que
ensanches tu corazón.

Alguno dice: «Yo soy muy viejo, ya pasó mi tiempo». No, nunca pasa tu tiempo,
hermano; si tú eres viejo, el Espíritu de Dios te va a renovar y sostener hasta el final.
Pero tú anda y haz lo que el Señor quiere que hagas. En la misma iglesia local tienes
que hacer todo lo que el Señor quiere que hagas. Tú tienes que ser un obrero ahí, un
profeta, un maestro, un evangelista, en la medida en que el Señor te ha dado ser esas
cosas donde tú estás.

De esta manera, todos podemos y debemos colaborar en la obra de edificación que el


Señor encomendó a su cuerpo que es la Iglesia. Hasta que todo sea lleno del
conocimiento de la gloria del Señor. Amén. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

Síntesis de un mensaje impartido en Temuco, en julio de 2006.

***
.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
...
Los ministros de la Palabra no son estrellas rutilantes, sino siervos
de la iglesia.

Siervos de la iglesia

Eliseo Apablaza

Lectura: Efesios 4:7-16.

En este pasaje de Efesios 4 encontramos tres temas principales: los dones, los
ministerios y las operaciones. Los dones aparecen al comienzo y son dados por el
Señor a la iglesia para constituir ministerios. Sin dones no hay ministerios. Los
ministerios son los que aparecen en el versículo 11 – son cinco, aunque algunos dicen
que son sólo cuatro, porque los pastores y maestros conformarían un solo ministerio.
Finalmente, en los versículos 15 y 16 aparecen, las operaciones, es decir, el
funcionamiento de cada miembro del cuerpo.

En la cristiandad en los últimos años los dones y los ministerios han sido fuertemente
enfatizados. Poco se ha hablado de las operaciones. Sin embargo, creemos que el
énfasis final de Dios antes de la venida del Señor no estará ni en los dones ni en los
ministerios, sino en las operaciones.

A comienzos del siglo XX en todo el mundo hubo un gran énfasis en los dones. Los
dones del Espíritu Santo se manifestaron en todo el mundo. Fue el gran avivamiento
pentecostal. Pero esa no era la meta de Dios. En las últimas décadas vino un énfasis en
los ministerios. Sin embargo, por muchos años pareció que había sólo uno o dos de
estos ministerios, los evangelistas y los pastores.

Un problema semántico

En el versículo 12 se habla de la función de estos cuatro ministerios, que es, según


algunas versiones de la Biblia, «perfeccionar a los santos». Por muchos años nosotros
no tuvimos una correcta comprensión de la palabra «perfeccionar». Entendíamos que el
objetivo de los ministerios era llevar a la perfección, a la culminación de la vida cristiana,
a los santos. Pero en el último tiempo hemos ido viendo mejor. La palabra griega que se
traduce como «perfeccionar» aquí, tiene una multiplicidad de significados. Y, al parecer,
el más importante de ellos, no es precisamente «perfeccionar», sino «equipar» o
«capacitar».

William Barclay dice que la palabra griega «katartismós» (que se traduce como
«perfeccionar») tiene dos grandes significados: el primero, «ajustar y poner en orden»,
segundo: «equipar o habilitar algo para un propósito determinado». Y pone el siguiente
ejemplo: «Se usa con respecto a la habilitación de un barco o de un ejército, cuando son
completamente equipados, armados, y formados en orden de batalla». Podemos ver,
entonces, que el ministerio de los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros
es poner el ejército, que es la iglesia, en orden de batalla.

Si nosotros entendemos «equipar» en vez de «perfeccionar» aquí en Efesios 4:12, el


asunto cambia radicalmente. Entonces la función de los ministerios no es final, sino sólo
medial y transitoria. La tarea de los ministros no llega hasta la edificación de la iglesia.

Anteriormente, nosotros poníamos gran énfasis en la función de los ministerios, que


pensábamos que era «perfeccionar a los santos». Pero el énfasis del Espíritu Santo
está más abajo en este pasaje. El razonamiento del Espíritu no termina en el versículo
12, donde está el servicio de los ministros, sino en el versículo 16, donde está el servicio
de todos los miembros del cuerpo.

En el versículo 13 dice: «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del


conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo». Aquí está la meta de Dios. Ahora, ¿cómo alcanzamos esa meta?
Eso está en los versículos 15 y 16: «Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos
en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo bien
concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según
la actividad (la palabra ‘actividad’ aquí se puede traducir también como ‘operación’)
propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor». Los
ministros fueron dados para capacitar a los santos, no para que hagan el trabajo de los
santos.

Veamos atentamente el versículo 12: «A fin de perfeccionar a los santos para la obra
del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo». ¿Hay una coma después de
«santos» en este versículo? Si en alguna versión la hubiera, esa coma no está bien.
¿Por qué? Si nosotros ponemos la coma después de «santos», entonces entendemos
que los ministerios perfeccionan a los santos y hacen la obra del ministerio. Pero si esa
coma no está allí, entonces debemos entender que los santos son perfeccionados para
que éstos hagan la obra del ministerio.

¿Qué creen ustedes que pasaría en una iglesia si en vez de dos o tres hay cien o
doscientos que hacen la obra de Dios? Sin duda, habría un cambio muy grande. A uno
esto le puede parecer extraño, porque nosotros tenemos una gran distorsión.

Ahora bien, debemos ir un poco más allá. Si estos ministerios fueron dados para
capacitar a los santos, significa entonces que, de alguna manera, los apóstoles tienen
que reproducir apóstoles en la iglesia, y los profetas tienen que reproducir profetas en la
iglesia. Dicho de otra manera, los apóstoles capacitan a los santos, para que de ahí
surjan nuevos apóstoles; los profetas capacitan a los santos para que surjan nuevos
profetas; y los evangelistas capacitan a los santos para que surjan muchos
evangelistas. ¿Cuál es, entonces, la función de los evangelistas? ¿Evangelizar a los
perdidos? No sólo eso, sino capacitar a los santos para que todos sean evangelistas. El
énfasis cambia desde los ministros a los santos.
¿Cómo es que aquí los evangelistas son dados a la iglesia para capacitar a los santos,
y no para evangelizar a los incrédulos? Cuando nosotros necesitamos evangelizar
invitamos a un evangelista. Sin embargo, la voluntad de Dios es que toda la iglesia
evangelice, y que el evangelista capacite a la iglesia para hacerlo.

Según entendemos, la primera vez que esto comenzó a ser predicado, fue por el
hermano Watchman Nee, en China, en una Conferencia a fines de los años 40.1 Si
usted lee esos mensajes, va a percibir la carga de Dios sobre ese hombre, una carga
muy fuerte. Él vuelve una y otra vez a reiterar lo mismo, porque percibe que puede ser
lo último que diga. Él ya sabía que le quedaba poco tiempo. Entonces decía: «Tenemos
que pasar la carga a todos los santos. Tenemos que capacitar a los santos, y que ellos
se levanten para servir». Él decía «¿Cómo vamos a alcanzar toda China con el
evangelio? Somos tan pocos, y este país es tan grande. Sólo puede ser hecho si todos
los santos se levantan a servir».

¿Qué ocurre hoy en China? Sucede exactamente esto, el cumplimiento de ese deseo
de Nee. Su palabra fue profética. Probablemente sea en China donde hoy existen las
iglesias más neotestamentarias de toda la tierra. ¿Qué sucede allí? Los predicadores
itinerantes visitan las iglesias, capacitan a los santos, y luego los santos hacen la obra
del ministerio. A causa de las persecuciones, allí no hay un ministerio pastoral visible,
como en Occidente. Son todos los santos, sin distinciones, los que hacen la obra del
ministerio.

¿Cómo puede sobrevivir la iglesia bajo la persecución? Sólo de esta manera. Hoy las
iglesias en China están más vivas que nunca. El porcentaje de cristianos en China ha
crecido en forma geométrica. Esto ha sido maravilloso.

Ahora, ¿por qué nos está viniendo esta palabra a nosotros en este tiempo? Aunque
comenzó a predicarse en los años 40 en China, hoy sentimos que el Señor nos la envía
a nosotros para que la realicemos en medio de la iglesia, porque se avecinan sobre todo
el mundo días de persecución. ¿Cómo sobrevivirá la iglesia en esas condiciones? Sólo
si la iglesia ha recuperado la visión del cuerpo. Y no sólo la visión, sino también la
experiencia de vivir la vida del cuerpo con todo lo que eso significa.

Una distorsión histórica

Históricamente, todo el peso de la obra de Dios ha recaído sobre los ministerios. En la


actualidad, hay pastores agobiados por el peso de la obra. ¿Cómo un solo hombre
puede hacerlo todo? Esa no es la perfecta voluntad de Dios. Eso forma parte de una
distorsión histórica. Pero el Señor nos está mostrando lo que verdaderamente es la
iglesia, el cuerpo de Cristo.

Esta distorsión condujo poco a poco a una exaltación de los ministros. Debido a que los
ministros tienen la palabra, entonces los hermanos reconocen que ellos son una clase
especial de personas, y dependen de ellos para casi todo. Eso acarrea muchos
problemas. Y el principal de ellos es el menoscabo del cuerpo.

En estos días se ha hablado aquí de cómo una congregación puede llegar a parecerse
al pastor. Tal como es el pastor, así es la congregación. ¿Por qué ocurre eso? Porque él
está solo. Él es el único referente que los hermanos tienen. Entonces la iglesia se
parece al hombre que está al frente.

Pero, ¿cuál es la voluntad de Dios? Que la iglesia se parezca a Cristo, no a un hombre.


Si hay un solo hombre arriba, todos lo miran a él, y terminarán por parecerse a él. Pero
si están los apóstoles, están los profetas, los evangelistas, los pastores y los maestros,
todos mostrando un aspecto diferente de Cristo, no se parecerán a ninguno, sino a
Cristo que se expresa a través de ellos. ¡Ellos, en conjunto, mostrarán la multiformidad
de Cristo, toda la riqueza de Cristo!

Un doble testimonio

Aquí en Efesios 4 el orden es dones, ministerios y operaciones. ¿En alguna otra parte
de la Biblia se mencionan estas tres cosas juntas? Los estudiosos de la Biblia dicen que
si sólo encontramos en un solo lugar de la Biblia una cierta verdad, eso no es muy
confiable. Tenemos que tener al menos dos, porque el dos es el número del testimonio.

Veamos, pues, 1ª Corintios 12:4-6. «Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el
Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay
diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo».
Aquí tenemos de nuevo, en el mismo orden, los dones, ministerios y operaciones.

Y hay una cosa muy interesante aquí. Que los dones se asocian con el Espíritu; los
ministerios con el Señor; y las operaciones con Dios el Padre. Por tanto, vemos una
gradación. Según el orden de la Deidad, el Padre es el mayor, luego el Hijo, luego el
Espíritu. Y aquí están en el orden inverso. ¿Qué nos está diciendo esto? Que vamos de
lo menos importante a lo más importante.

De estas tres cosas, lo menos importante son los dones; luego vienen los ministerios;
pero lo más importante de todo son las operaciones, porque se asocian con el Padre, el
cual «hace todas las cosas en todos».Ustedes saben, los dones de la Palabra no vienen
sobre todos. Aquí en este capítulo dice que unos reciben una clase de dones, otros,
otra, pero no todos tienen los dones de la palabra. Por eso los ministerios tampoco
pertenecen a todos los santos. Pero cuando habla de las operaciones, dice «que hace
todas las cosas en todos». Es decir, las operaciones son de todos. De todo el cuerpo.

El Señor nos ha mostrado que los dones no son un fin en sí mismos; y que tampoco los
ministros son un fin en sí mismos. El fin, el objetivo, es la iglesia con su multifacética
variedad de operaciones.

En el Nuevo Testamento aparece decenas de veces la expresión «unos a otros», y eso


nos habla de mutualidad. Cuando nosotros recibimos revelación para ver lo que es el
cuerpo de Cristo, nuestra mirada del Nuevo Testamento cambia totalmente. Donde
antes veíamos al individuo, ahora vemos la iglesia. Sólo en la iglesia puede ser vivida
toda la vida de Cristo. Tan sólo en la iglesia puede ser experimentada toda la revelación
del Nuevo Testamento.
Como creyente, no estoy llamado a hacerlo todo. No estoy llamado a tener todas las
respuestas. No tengo necesidad de proyectar toda la luz. Para eso está la iglesia. ¿Hay
un problema en la iglesia? Veamos a quién Dios capacitó para resolver ese problema.
¿Quién va a atender un determinado asunto? Ahí está el hermano adecuado. Dios lo
capacitó para eso. No hay alguien que posea todos los dones en sí mismo, porque Dios
repartió sus dones entre todos los miembros del cuerpo.

Reconociendo nuestro tiempo

Amados siervos de Dios, este es el día de las operaciones de todos los miembros del
cuerpo de Cristo. Y nosotros, los ministros, somos siervos de la iglesia. Por supuesto,
primero de Cristo, luego de la iglesia. Por eso, los ancianos, los obreros, los ministros
de la palabra tienen que bajar; y la iglesia tiene que subir.

¿Por qué hay tantos hijos de Dios frustrados, insatisfechos, amargados? Porque no
están sirviendo al Señor. Parece que ellos no tienen nada que hacer. Todo el énfasis se
ha puesto en los ministros, en los pastores. Ellos lo hacen todo. Y los pequeños ¿son
meras comparsas? No; son más que eso; mucho más que eso. Son la iglesia, la amada
del Señor.

Cuando el amado le dice a la sulamita: «Hazme oír tu voz; porque dulce es la voz
tuya» (Cnt. 2:14), es el Señor hablándole a la iglesia. A la iglesia, no a los predicadores.
Es dulce la voz de la iglesia. El Señor se dio por ella, dio su vida por ella. No por los
grandes predicadores solamente, sino por ella. Y ahí están todos, incluso los más
pequeñitos. ¡Oh, que el Señor nos abra los ojos para ver lo que la iglesia significa para
él!

La responsabilidad de los ministros

La mayor responsabilidad recae sobre nosotros. ¿Por qué? Porque nosotros –los
ministros– tenemos que bajar, para que la iglesia suba. Juan el Bautista fue enviado
para bajar los montes y subir los valles. El ministerio de Juan el Bautista no sólo fue
para preparar la primera venida del Señor, sino también la segunda. Hoy también Dios
se está levantando profetas con el espíritu de Juan, que dicen: «Nosotros tenemos que
menguar para que Cristo crezca». Si no formamos parte de ese equipo, no estaremos
preparando debidamente la venida del Señor.

Juan el Bautista antes de la primera venida; Juan Bautista antes de la segunda venida.
La primera vez fue un hombre; ahora son muchos hombres, muchos profetas con la
actitud de Juan, que dicen. «Mírenlo a él, es el Cordero de Dios; él es el esposo;
nosotros somos amigos del esposo, la novia lo mira a él, la iglesia lo mira a él».

Uno de los grandes objetivos de Pablo en su ministerio fue presentar la iglesia como
una virgen pura a Cristo (2 Corintios 11:2). ¿Quién hace ese trabajo de preparar una
novia para el novio? Un casamentero. Los ministros de Jesucristo somos casamenteros.
Pablo lo era. En cierto modo, nosotros no somos parte de la iglesia. Sí lo somos; pero
en cierto aspecto no lo somos. Nosotros preparamos a la novia para que reciba al
Novio.
Hermanos amados, los principales y más grandes problemas en medio de la iglesia no
son provocados por los hermanos, sino por los ministros, los apóstoles, profetas,
evangelistas, pastores y maestros. Ellos son los más dotados; tienen dones. La palabra
de ellos tiene influencia. Es muy difícil que un hombre así disminuya.

Dios quiere enseñarnos algo: los ministros de la palabra no son líderes en el estricto
sentido de la palabra. La palabra líder es una palabra de origen inglés que se refiere a
una persona destacada, prominente. Un líder es un jefe. El Señor nunca usó una
palabra que significara eso para referirse a sus seguidores. Él usó la palabra «siervo». Y
en griego ‘doulos’ significa esclavo.

Derek Prince dijo cierta vez: «¿Por qué en las Biblias no se traduce «esclavo» si en el
griego dice «esclavo»? Porque existe una cultura oscura, tenebrosa acerca de la
esclavitud. Pero en términos bíblicos la esclavitud no tiene esa connotación». Y agrega:
«El Espíritu Santo es un esclavo de Cristo». ¿En qué sentido? En que él vino para
servir, para exaltar a Otro. El Espíritu Santo vino para exaltar a Cristo. El Espíritu Santo
tiene una actitud de esclavo. Así, nosotros también somos esclavos de Cristo y de la
iglesia.

Que el Señor nos socorra. Porque uno de los grandes peligros que existen para un
ministro de Jesucristo, es la vanidad. Por eso el Señor tiene que golpearnos muy fuerte.
Tiene que quebrantarnos absolutamente, para que nosotros veamos que no somos
nada, absolutamente nada sin él. Si nosotros recibimos el amor de los hermanos es sólo
porque nosotros somos como un burrito que lleva al Señor sobre sus lomos. Sólo por
eso.

¿Qué han visto los hermanos? ¿Por qué nos aman? Porque ellos han visto algo de
Cristo. Su amor hacia nosotros no es hacia nosotros. Es a Cristo, que por gracia nos
ocupa. Fuera de Cristo somos aborrecibles, somos torpes, somos inmundos. Somos
comunes, como cualquier persona.

Amados hermanos, que el Señor nos ayude para ver lo que Dios nos está mostrando,
para que nos dé la fuerza y el valor para menguar, pues es lo más difícil. Que el Señor
nos dé la fuerza para callar y para que otros hablen; para dejar de hacer tantas cosas y
dejar que otros también sirvan. Amén.

Síntesis de un mensaje impartido en Curitiba, Brasil, en abril de 2006.

***
.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
...
Una advertencia acerca del peligro de reemplazar lo central con lo
secundario en el seno de la Iglesia.

La centralidad de Cristo

Celso Machado (Brasil)

Uno de los aspectos cruciales en relación con el testimonio de la iglesia en una


localidad es permanecer con los ojos vueltos hacia la persona del Señor Jesucristo,
teniéndolo como el punto central de toda realidad espiritual. Existen varios asuntos que
traen daño a la iglesia. He aquí algunos:

Cuando la iglesia asume una posición reivindicando sobre sí la primacía, ya está


completamente descalificada como aquella que mantiene el testimonio de un candelero
por cada localidad. No podemos dar testimonio de nosotros mismos. El Espíritu Santo
es el único que puede dar tal testimonio.

Otro aspecto que afecta grandemente a la iglesia es la postura de absorber y focalizar


sólo un ministerio o persona, poniendo a veces ese ministerio o persona en el tope de la
pirámide; o incluso ese mismo individuo asume esa posición «piramidal» y, con eso, una
posición ministerialista.

Otro aspecto observado es el énfasis en determinadas doctrinas, incluso a veces


copiando formas y trazos de otras culturas, excluyendo así la libertad que el Señor
proporcionó para que la iglesia exprese la multiforme (multicolor) sabiduría de Dios a
principados y potestades en las regiones celestes.

Existe también el riesgo de mantener una posición doctrinaria adquirida en el comienzo


del caminar y procurar introducirla en medio de la iglesia. Si un determinado grupo en el
pasado estaba involucrado completamente en los dones carismáticos, o los ignoraban, y
ahora procuran permanecer con el testimonio de la iglesia en la localidad conservando
aún esa misma postura, eso también está fuera de la centralidad. Si el asunto es la
salvación eterna o no eterna, pre-arrebatamiento, mid o post, y tantos otros asuntos
doctrinales, se continúa permaneciendo en asuntos periféricos, olvidando
completamente la centralidad del asunto – ¡Cristo!

La fiesta de bodas

Cuando leemos en la Palabra de Dios el pasaje de las bodas de Caná, que es el primer
milagro registrado del Señor, podemos observar las siguientes personas en aquella
fiesta: Los invitados, los discípulos, la madre de Jesús, los sirvientes, el maestresala, y
el novio; y el más importante invitado que es ignorado, pero que es el verdadero novio y
mejor vino, el agua de vida, el discípulo y siervo del Padre, el Señor Jesús.

Es normal que nos detengamos en el milagro de la transformación del agua en vino, si


miramos desde el punto de vista del maestresala – aun más en este tiempo de la
teología moderna que no pasa de ser una teología completamente humana.

¡Observamos que el maestresala queda impresionado con la postura del novio de


mantener el mejor vino hasta ese momento! Otros quedan más impresionados con el
vaso que con el vino, y terminan alabando al vaso por contener un vino tan bueno,
olvidando realmente de dónde procede aquel vino. Y otros se impresionan con lo mejor
del vino, y no con Aquel que es el dueño del poder transformador del agua en vino.

También tenemos aquellos que disfrutan del mejor vino, pero con el pasar del tiempo ya
no distinguen si el vino es el del comienzo de la fiesta o el del final. Beben y se
satisfacen hasta sentir un profundo masaje en sus egos.

Sin embargo, el mensaje de la cruz queda completamente de lado, porque el mismo


afecta la vida del alma, aplastando y aniquilando el ego, como un tractor que pasa por
encima de todo. Eso incomoda demasiado nuestra alma no tratada, porque nos gustan
nuestros juegos y piruetas, y peleamos por ellos. Al renunciar al trabajo de la cruz nos
apartamos completamente de la meta: Cristo.

En cuanto al novio, todavía permanece callado al comentario del maestresala,


asumiendo y tomando sobre sí la gloria y el milagro. Aquel que es el único dueño y el
proveedor del mejor vino. Que el Señor tenga misericordia de nosotros, y nos guarde.

Gracias a Dios por aquellos que sirven como esclavos a su Señor, pues saben muy bien
quién es el dueño del vino, tal como aquellos sirvientes lo sabían.

Pero los discípulos aun ni siquiera comprendían la misión del Señor Jesús. La cuestión
no es el milagro de transformar el agua en vino, no es el novio, la madre de Jesús, sino
Aquel que posee todas las cosas, pues es suyo el poder transformador. Muchos van
detrás de los milagros, de los hombres, y de tantos otros asuntos considerados
periféricos. ¡Oh, cómo necesitamos mantener nuestros ojos en la persona del Señor
Jesús!

En el pasaje de la transfiguración del Señor, cuando Pedro, Juan y Santiago cayeron


por tierra, él se acerca y los toca con sus manos. ¡Qué actitud magnífica! Cuánto
necesitamos aprender de él, de su mansedumbre y su humildad. Y ellos, alzando los
ojos, a nadie más vieron, sino a Jesús solo.

En la isla de Patmos el Señor vuelve a asumir la misma postura en relación con el


apóstol Juan, cuando éste cae a tierra como muerto. Una vez más él se acerca,
extiende su mano y le toca, diciéndole: «No temas».

El ejemplo de la célula
Existe un área de estudio de la biología llamada «citología», ciencia que se ocupa del
estudio de la célula. Cuando se estudia la diferencia entre una célula sana y una célula
en estado de anormalidad, existe una manera técnica y apropiada de distinguir una de
otra a través de una metodología de coloración, que muchos conocen como
«Papanicolau».

Utilizando varios colorantes podemos identificar algunos criterios así definidos por una
determinada coloración al interior de la estructura celular, y hasta anomalías en el
contorno de la membrana celular (capa que envuelve la célula), o nuclear, y también su
forma. Tales anomalías pueden comenzar por un simple proceso de inflamación celular.
Si este proceso no fuere tratado a tiempo, deriva en otro proceso más avanzado, o sea,
al de la «deformidad nuclear», llamado neoplasia. Y esto, al no ser tratado, pasa a un
grado más elevado y grave de deformidad, la «malignidad» celular.

Nuestro cuerpo está formado por células. Ellas poseen una protección alrededor
llamada membrana celular o capa lipoproteica (aceite). En su interior tenemos un núcleo
y otros órganos. Son estructuras microscópicas que sólo pueden ser visualizadas a
través de un aparato llamado microscopio, capaz de aumentarlas millares de veces.

Sin embargo, una de las características más importantes que determina la normalidad
celular es cuando el núcleo está en el lugar correcto, o sea, en el centro de la célula.
¡Esto es muy tipológico! ¡Cómo el Señor Creador deja su impresión «digital» en toda su
creación! Él es tremendo.

A veces determinados agentes o cuerpos extraños penetran en el interior de la célula,


debido a una falla en la protección de la membrana (falla que comenzó con la caída del
hombre). Esta membrana está compuesta de una capa lipoproteica conocida
comúnmente como gordura, grasa o aceite (en otra oportunidad podemos hablar con
más detalles acerca de la tipología de esta protección). El asunto es que debido a la
penetración de este agente extraño al ambiente celular, éste comienza a interferir en la
centralidad del núcleo, afectándolo de tal manera que con ello lo empuja hacia la
periferia de la célula.

Si el asunto no es tratado en seguida, la condición va empeorando cada vez más,


pasando de una forma «inflamatoria» más leve a una condición llamada «premaligna», y
finalmente, «maligna».

Ahora llegamos al clímax del asunto. Cuando este núcleo permanece mucho tiempo en
la periferia, éste comienza a deformarse, asumiendo algunas formas extrañas, y estas
formas pueden clasificar el estado de malignidad de la célula.

La primera etapa es la forma de una ameba, llamada ‘forma celular ameboide’. El


segundo comienza a tomar forma de una araña –forma aracnídea– y finalmente la peor
de todas las formas, la ‘forma de una serpiente’, que los citólogos procuran alivianar
usando un término más suave como ‘forma de renacuajo’ – aunque con el renacuajo no
tiene ninguna semejanza cuando lo vemos por la lente del microscopio. Tiene más
forma de serpiente que de renacuajo.
Ante tal aspecto tan tipológico, el Señor desea enseñarnos por medio de su acto
creador, dejando muy clara su rúbrica en toda su obra, procurando dejarnos bien claro
la importancia de la centralidad de Cristo.

Podemos observar cuán grave y peligroso es centralizarnos en cualquier asunto que no


sea la persona del Señor Jesús.

Si la centralidad no fuere en Cristo, y sí en asuntos periféricos como doctrinas,


personas, ministerios y otros, tomando el lugar del Señor, la malignidad penetra con
toda su fuerza, y con eso tenemos una «célula cancerosa» en su alto grado de
malignidad, pudiendo pasar a las demás células deformando y matando todo lo que
encuentra a su paso, trayendo así consigo la muerte del cuerpo.

Creo que hemos presenciado este asunto a través de los tiempos en la iglesia que es el
cuerpo de Cristo, del cual él es su cabeza. Que el Señor tenga misericordia de nosotros
y nos perdone de tanta desolación a nuestro alrededor. Queremos arrepentirnos. ¡Que
el Señor nos ayude!

«Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo» (Mt. 17:8).

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.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
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El sacerdocio de los creyentes es una reacción de la vida divina
contra la muerte espiritual.

Sacerdocio y vida

T. Austin-Sparks

¿Qué es un sacerdote? No es un funcionario o un miembro de una casta religiosa, sino


un hombre que resiste a la muerte y ministra vida. El objetivo único y más abarcador de
todos los tiempos –el gran propósito de Dios de eternidad a eternidad– puede ser
descrito en el lenguaje del Nuevo Testamento como vida eterna. Cuando el pecado
entró en el mundo, surgió la muerte, y entonces los hombres necesitaron de un altar y
del derramamiento de sangre a fin de que el pecado pudiese ser cubierto por la justicia
y la muerte ser vencida por la vida divina.

Juntamente con el altar, surgió allí la actividad personal de un hombre designado como
sacerdote, y así, con el pasar del tiempo, tal servicio creció y creció hasta transformarse
en un elaborado ministerio sacerdotal. Como un poder activo, la muerte sólo podía ser
detenida, anulada y removida al ser debidamente confrontada su base pecaminosa. De
ahí la necesidad del ministerio sacerdotal de justicia, la justicia perfecta de la vida
incorruptible expresada por la sangre de la ofrenda. Israel debía ser un reino de
sacerdotes, un pueblo basado y fundamentado en la justicia misma de Dios y, por eso,
capaz de encarar a la muerte y derrotarla.

La iglesia fue llamada para ejercer este ministerio. El propio Señor Jesús previó esto al
decir: «Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a
gente que produzca los frutos de él» (Mat. 21:43). Más tarde, Pedro explicó que los
pecadores redimidos son hechos participantes del llamamiento celestial, siendo linaje
escogido y real sacerdocio, debiendo asumir la gran vocación de ser, de parte de Dios,
ministros de vida en la tierra.

Así nosotros descubrimos que, como miembros del cuerpo de Cristo, tenemos un nexo
con él, el gran Sumo Sacerdote, que es análogo a aquel entre Aarón y sus hijos,
quienes participaban de su servicio sacerdotal. En la carta a los Hebreos, que trata este
asunto, tenemos una especie de Levítico neotestamentario. En esta epístola, los
creyentes son llamados tanto ‘hijos’, como ‘hermanos santos’, como si Cristo nos
considerase sus hijos – «He aquí, yo y los hijos que Dios me dio» (Heb. 2:13).

De manera que por medio de nosotros, como miembros de Cristo, la gran obra sumo
sacerdotal en el cielo debe tener expresión sobre la tierra. Si nos preguntamos cuál es
el significado del continuo trabajo del Señor como Sumo Sacerdote, la respuesta es:
traer vida sobre la muerte, anular la operación y el reinado de la muerte espiritual.
El mayor conflicto de la iglesia es con la muerte espiritual. Cuanto más espiritual se
torna un hombre, más consciente está él de la horrible realidad de esta batalla contra el
poder maligno de la muerte. Ningún sacerdote o levita del Antiguo Testamento intentó
jamás ser lírico o hablar en lenguaje poético sobre este asunto, como si la muerte fuese
algún tipo de amigo. Oh, no, ellos sabían que la muerte es la gran enemiga de Dios y de
todos Sus intereses.

Cuando las Escrituras hablan acerca de la muerte como el postrer enemigo, esto no
sólo significa que es la última en la lista, sino que es el enemigo extremo, la expresión
completa de toda enemistad. El efecto del sacerdocio es ilustrado reiteradas veces en la
Palabra de Dios. Vemos a la muerte adentrándose a causa del pecado, y luego, a Dios
interviniendo con su respuesta de vida por medio del sacrificio de sangre. La sangre
habla de una justicia aceptada, y por medio de esto el sacerdote estaba habilitado para
enfrentar la muerte, vencerla y ministrar vida.

Finalmente, oímos hablar del Señor Jesús, que encontró a la muerte en la suma de toda
su enemistad, la derrotó por medio del perfecto sacrificio de sangre de su propia vida, y
luego dio inicio a su obra sacerdotal de ministrar vida a los creyentes.

El sacerdote es un hombre que tiene autoridad, aunque ésta sea espiritual y no


eclesiástica. Él tiene poder con Dios. El apóstol Juan habla del caso de aquel que
comete un pecado que no sea de muerte, y nos dice: «pedirá, y Dios le dará vida...» (1
Jn. 5:16). Esta referencia revela que un creyente que permanece fundado en la justicia
por la fe mediante la sangre de Jesús puede ejercer el poder del sacerdocio en
beneficio de un hermano que erró, y así ministrarle vida.

En verdad, no hay ministerio más necesario en la tierra hoy que este servicio tan
vitalizante. Si nosotros ministramos verdades que no transmiten vida, estamos
desperdiciando nuestro tiempo. Dios no nos comisionó para ser meros transmisores de
información sobre las cosas divinas, o profesores de moralidad. Él nos libertó de
nuestros pecados para que pudiésemos ministrar vida a otros en virtud de la autoridad
sacerdotal.

Vivimos en un mundo donde reina la muerte. A diario, multitudes son arrastradas por
una marea de muerte espiritual. ¿Por qué? Por causa de la injusticia. Es necesaria la
actividad de aquellos que aceptarán sus responsabilidades sacerdotales, tanto pidiendo
vida para otros como ofreciéndoles vida por medio del evangelio. Nosotros debemos
ministrar a Cristo; no meras doctrinas sobre él, no meras palabras o mandamientos,
sino el impacto vital de Cristo en términos de vida. Así, todo creyente es llamado para
posicionarse entre los muertos y los vivos, dando la respuesta de Cristo contra las
actividades de Satanás.

No es de asombrarse que la potestad de Satanás estuviese en guerra con Israel, pues


la presencia de esta nación relacionada correctamente con Dios proclamaba
efectivamente que el pecado y la muerte no reinan universalmente en el mundo de Dios,
sino que son enfrentados y vencidos por el poder de una vida justa e incorruptible. Al
final, Israel perdió este testimonio y, en consecuencia, el ministerio sacerdotal.
Entonces surgió la iglesia, para dar continuidad a este ministerio, no siendo ya un
pueblo localizado en un territorio, sino una comunidad espiritual esparcida por toda la
tierra, un pueblo cuya suprema vocación es mantener la victoria de Dios sobre la
muerte, conforme al testimonio de Jesús. Y, ¿cuál es el testimonio de Jesús? Es el
testimonio del triunfo de la vida sobre la muerte. Así lo declaró Él mismo a Juan: «Yo
soy ... el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos,
amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades» (Ap. 1:18). Este testimonio fue
confiado a la iglesia y de inmediato los discípulos lo presentaron poderosamente entre
las naciones.

Lamentablemente, en varios aspectos, la iglesia hoy está fallando en su vocación


sacerdotal. Ese elemento vital de la vida victoriosa parece estar faltando. Las cartas al
inicio del libro de Apocalipsis muestran que Cristo no estaba satisfecho con las muchas
buenas actividades, los trabajos celosos, las enseñanzas correctas y la persistencia de
las iglesias en la ortodoxia. Él intentó llamarlas de vuelta a su verdadera tarea de
demostrar el poder de Su vida victoriosa en virtud de cualquier desafío.

¿Qué ministerio queremos nosotros? ¿Correr de un lado a otro asistiendo a


conferencias, dando charlas, apoyando el trabajo cristiano? Todo eso puede ser parte,
mas es de poco valor si no se encuadra en el contexto de la batalla sacerdotal contra la
muerte: traer el impacto poderoso de la vida victoriosa de Cristo para enfrentar el
desafío de la muerte.

El libro de Apocalipsis deja en evidencia que tal testimonio provoca la animosidad de


Satanás; sin embargo, tal enemistad debería ser un elogio para nosotros, pues significa
que nuestra vida está realmente haciendo diferencia para Dios. El día en que tú y yo ya
no estemos envueltos en la batalla espiritual será un día malo, pues significará que
hemos perdido nuestra verdadera vocación y ya no estamos proveyendo un desafío real
para la muerte espiritual, sino que estamos fracasando en lo que atañe al ministerio
sacerdotal. Por otra parte, el doloroso antagonismo de las fuerzas del mal puede ser
una prueba evidente de que estamos verdaderamente sirviendo como sacerdotes.

Examinemos todas las cosas por la vida, la vida que triunfa sobre el pecado, la vida que
liberta de las cadenas, especialmente de la cadena del miedo, la vida que se expresa
por medio del amor hacia los pecadores necesitados. Juan no sólo nos anima a orar por
la vida, sino que nos asegura que Dios la dará en respuesta a tal oración: «...y Dios le
dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte».

¡Nosotros no debemos fracasar en nuestro ministerio sacerdotal!

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Septiembre - Octubre 2006
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Una enseñanza práctica acerca del servicio de los miembros, dirigida
a los hermanos que tienen responsabilidad en la obra y en las
iglesias.

Todos deben servir

Watchman Nee

Ustedes tienen que laborar hasta que llegue el día en que todos los hermanos y
hermanas se presenten para servir, el día en que todos los santos participen, todos
sirvan a Dios, y cada uno sea un sacerdote. Entonces verdaderamente verán ustedes lo
que es la iglesia.

Yo no sé si ustedes han visto este camino o no. Ustedes tienen que entenderlo. Todo
depende de ustedes. Ustedes mismos deben darse a un cierto número de personas, y
ellos a su vez deben darse a todos los hermanos y hermanas. Si ustedes no pueden
hacer que todos los hermanos y hermanas se levanten para servir a Dios y para tomar
la responsabilidad en los asuntos de la iglesia, ustedes habrán fracasado totalmente,
debido a que eso no sería la iglesia.

Ustedes necesitan mostrarles a los ancianos que no importa cuánto se esfuercen, ellos
son muy pocos para poder manejar los asuntos de la iglesia adecuadamente. Ellos
solamente son sobreveedores y no deben tratar de hacer todo solos. Ellos no deben
reemplazar a la iglesia haciéndolo todo; más bien, deben supervisar a la iglesia para
que todo se haga. No es una cuestión de que lo hagan ellos mismos, sino de supervisar,
observar, alentar, y enseñarles a hacerlo, y hacer que todos en la iglesia participen. En
ese momento ustedes tienen la realidad de la iglesia.

Permítaseme decir algo que he dicho por muchos años. Hoy día tengo un sentir
particularmente profundo al respecto. El número de personas que sirven determina el
número de personas en la iglesia. De ahí que no debe haber mil o cinco mil hermanos
en una localidad y solamente unos cuantos sirviendo. En un lugar, la cantidad de
personas que prestan servicio es la cantidad de personas en la iglesia. El número de
sacerdotes determina el pueblo de Dios. No debemos tolerar que ningún miembro
carezca de función. Por favor, recuerde que usted, como miembro del cuerpo de Cristo,
tiene una función. Si no entiende este principio básico, no hará un buen trabajo.

Hermanos y hermanas, hablando con franqueza, ustedes como obreros y


colaboradores, no pueden hacer la obra. Eso no es el Nuevo Testamento, sino un
sistema de sacerdotes. Nosotros no tenemos un sistema de sacerdotes, más bien,
somos un cuerpo de sacerdotes. Cada uno es un sacerdote.
Los de un talento deben servir

Ustedes tienen el hábito natural de usar solamente a los que tienen dos talentos. La
historia de la iglesia siempre ha sido así. Los que tienen cinco talentos pueden avanzar
por sí solos; no hay necesidad de cuidarlos. Pero a los de un solo talento es muy difícil
ayudarles. Una palabra o dos, y ellos entierran su talento de nuevo. Los de dos talentos,
son los más disponibles. Tienen cierta habilidad, ellos pueden hacer las cosas bien, y no
entierran sus talentos. Pero si ustedes solamente pueden usar a los de dos talentos, y
no pueden usar a los de un talento, han fracasado totalmente.

He dicho esto en Foochow, lo he dicho también en Shangai, y lo diré de nuevo hoy.


¿Qué es la iglesia? La iglesia es todos los de un talento que vienen a participar en el
servicio de la iglesia, en la parte práctica y en la parte espiritual. No puede usted
menear la cabeza y decir: «Este es inútil», y «Aquél es inútil». Si usted dice que éste es
inútil y que aquél es inútil, la iglesia está acabada y usted ha fracasado totalmente. Si
usted piensa que él es inútil, él verdaderamente será inútil. Usted puede decirle que de
acuerdo a sí mismo, él por supuesto es inútil, pero que el Señor le ha dado un talento y
desea que todos los de un talento salgan y negocien. El Señor puede usarlos. Si usted
no puede usar a los de un talento, eso prueba que delante del Señor usted no puede
ser un hermano con responsabilidad. Usted tiene que usar a todos los hermanos y
hermanas que son «inútiles». Este es el trabajo de los hermanos que están en la obra.
No deben usar solamente a los hermanos y hermanas útiles, sino que también deben
hacer que todos los hermanos y hermanas inútiles sean útiles.

El principio básico es que el Señor no le ha dado a nadie menos de un talento. En la


casa del Señor, no hay ni un solo siervo que no tenga un don; cada uno tiene al menos
un talento y no puede tener menos de un talento. Nadie puede excusarse diciendo que
el Señor no le ha dado un talento. Quisiera que ustedes se dieran cuenta de que todos
los hijos de Dios son siervos delante de él. Si son hijos, son siervos. En otras palabras,
si son miembros, tienen un don; si son miembros, son ministros. Si pensamos que hay
alguien a quien el Señor no puede usar, no conocemos nada de la gracia de Dios en
absoluto. Debemos conocer la gracia de Dios tan profundamente que cuando Dios llame
a alguien su siervo, nunca nos levantemos a decir que no lo es. Hoy día, si usted
escogiese, tal vez seleccionaría a tres o cuatro de toda la iglesia. Pero Dios dice que
todos son siervos. Ya que Dios dice esto, debemos dejarlos que sirvan.

Hermanos y hermanas, de ahora en adelante, si proseguimos en nuestra obra o no, y si


esta obra tiene éxito o no, depende de lo que podemos decir hoy día de nuestra obra
delante del Señor. ¿Hay solamente algunos trabajando? ¿Hay sólo algunos
especialmente dotados haciendo la obra? ¿O todos los siervos del Señor participan en
el servicio y toda la iglesia está sirviendo? Este es todo el problema. Si este problema
no puede ser resuelto, no tenemos nada.

El cuerpo de Cristo no es una doctrina, sino algo viviente. Todos debemos aprender
esto: solamente cuando todos los miembros funcionan, tenemos el cuerpo de Cristo.
Sólo cuando todos los miembros funcionan, se tiene la iglesia.

Predicar el cuerpo de Cristo solamente es inútil; debemos dejar que el cuerpo trabaje y
exprese sus funciones. Ya que es el cuerpo de Cristo, no debemos temer que le falten
funciones. El Señor desea que cada miembro en cada localidad se levante y sirva.

Si tengo razón, de acuerdo a mi discernimiento, es posible que la hora haya llegado.


Las cartas que he recibido de diferentes lugares y las noticias que he oído de todas
partes indican que hoy en todas partes todos los santos están listos para presentarse a
servir. Dios ha ido delante de nosotros; nosotros debemos seguirlo.

Es mi deseo que ni siquiera un hermano entre nosotros salga y en vez de guiar a los
hermanos y hermanas a servir, los reemplace, siendo así un fracaso. Espero que
cuando vaya usted a cierto lugar, al comienzo guíe a ocho o diez a que sirvan, y
después de cierto tiempo ellos guiarán a sesenta, a ochenta, o a cien a que sirvan allí.
Entonces en la siguiente visita que usted haga, tal vez vea mil o dos mil personas
sirviendo. Esto es lo correcto. Si usted tiene que usar a los de cinco talentos
reprimiendo a los de un talento, usted no es siervo del Señor. Usted debe hacer que
todos los de cinco talentos se levanten y sirvan, y que todos los de dos talentos se
levanten y sirvan, y también deben hacer que todos los de un talento se levanten y
sirvan. Debe hacer que se levanten y sirvan también aquellos que usted piensan que no
son útiles. Así aparecerá la iglesia gloriosa.

En Foochow preferiría ver a todos los sencillos pueblerinos sirviendo, que a tres o cinco
hermanos sobresalientes predicando. No admiro a aquellos que sobresalen. Me gustan
los de un talento. El Señor podría darnos, en su gracia, más Pablos y más Pedros, pero
no lo ha hecho. El mundo entero está lleno de hermanos y hermanas de un talento.
¿Qué haremos con esta gente? ¿Dónde los vamos a poner?

En este entrenamiento aquí en la montaña, si Dios trata verdaderamente con nuestro yo


y con nuestro trabajo hasta tal punto que salgamos a proveer una manera para que
todos los de un talento sirvan, por primera vez la iglesia comenzará a ver lo que es el
amor fraternal, y Filadelfia aparecerá.

El servicio sacerdotal

Primeramente, debemos establecer el principio de que todos los hijos de Dios son
sacerdotes que deben servir a Dios. Teniendo presente este principio, veamos cómo
podemos guiar a todos los hermanos y hermanas a ser sacerdotes en una iglesia local.

En otras palabras, veamos qué clase de arreglos debemos hacer en el trabajo espiritual
a fin de que todos los creyentes puedan participar en las cosas espirituales, tanto los
nuevos creyentes como los que han conocido al Señor por muchos años. Necesitamos
ver cuáles cosas espirituales en una iglesia local pueden ser atendidas por los
hermanos y hermanas.

Lo primero, es la predicación del evangelio. Lo segundo, visitar a los nuevos creyentes


trayéndoles por el camino recto y mostrándoles cómo ser cristianos. Lo tercero, en la
iglesia hay muchas otras necesidades. Algunos creyentes tienen dificultades en sus
familias; algunos tienen enfermedades; otros sufren pobreza; otros tienen muertes u
otros acontecimientos en sus familias. Esta gente también necesita el servicio y la
ayuda de la iglesia. Podemos calificar tales servicios como visitas a los que están en
situaciones especiales. Esta es otra cosa que pueden hacer todos los hermanos y
hermanas. El cuarto asunto es el cuidado de los hermanos que se han mudado lejos, y
de los que han llegado de otro lugar.

En la Biblia, la iglesia es una iglesia que predica el evangelio, una iglesia que visita a la
gente, y una iglesia que cuida de otros. Es el cuerpo de Cristo en una localidad. En el
cuerpo de Cristo no hay miembros inactivos Si algún día pudiera haber un grupo de
hermanos o incluso una iglesia entera, en la que todos sirven, todos cuidan de las cosas
espirituales adecuadamente, todos toman responsabilidad, y todos están ocupados,
entonces eso sería el verdadero cuerpo de Cristo.

Si hay una iglesia local con dos mil hermanos y hermanas, y solamente quinientos
sirven, mientras mil quinientos no lo hacen, debería parecernos algo extraño. Si hay
quinientos hermanos y hermanas, deben ser, entonces, quinientos los que sirven; de
otra manera, los hermanos más responsables no podrán sobrellevar la carga.

El servicio levítico

Hay también otra área de servicio, el servicio levítico, que se refiere al servicio de los
asuntos prácticos. En el Antiguo Testamento, los levitas lavaban los becerros,
derramaban la sangre, llevaban fuera el estiércol, ayudaban a desollar las ofrendas y
también transportaban los enseres del tabernáculo. Todas estas cosas son el servicio
levítico.

Sin importar qué clase de asunto sea, todos deben poner las manos en ello. Hay
muchas cosas que podemos considerar delante del Señor: el trabajo de la limpieza; el
arreglo del salón y el trabajo de acomodar; la necesidad de encargarse del partimiento
del pan y de los bautismos; dar a los pobres entre los incrédulos; cuidar de los pobres
que hay en la iglesia; la recepción y envío de hermanos; la contabilidad; el servicio de
cocina; la oficina del servicio; el servicio de transporte; el trabajo de oficina; la ayuda a
los hermanas pobres en sus quehaceres domésticos.

Yo siempre espero que cada hermano y hermana tome carga por los asuntos prácticos.
Nunca permita que exista una situación donde algunos tengan qué hacer mientras que
otros no estén haciendo nada. El servicio de la iglesia siempre es para todos.

Hay que tratar con la carne de los de un talento sin prescindir de ellos

Si el Señor puede realmente abrirse paso en nuestro medio, el camino que hemos
tomado en los últimos diez, veinte o treinta años será completamente cambiado. El
punto de vista de ustedes no puede ser el mismo de antes; tiene que ser quebrantado y
aplastado.

Primeramente, no deben ustedes usar a un hermano solamente porque es útil ni dejarlo


fuera si no lo es. En la iglesia ningún miembro debería ser dejado fuera. Esta no es la
manera que usa el Señor. Hoy día, si el Señor ha de recuperar su testimonio, él debe
hacer que todos los miembros de un talento se levanten.
Todos los que pertenecen al Señor son los miembros del cuerpo. Cada uno debe
levantarse y debe estar en su función. Si éste es el caso, ustedes verán la iglesia. Hoy
en día, mientras ustedes están aquí en la montaña, consideren cada lugar. Ustedes casi
tienen que decir: ¿Dónde está la iglesia? ¿Dónde está Cristo? Parece que ni la iglesia ni
el Señor están por ahí.

Cuando salgan a trabajar, nunca desprecien a los miembros de un talento, nunca los
reemplacen, nunca los repriman. Tienen que confiar en ellos de todo corazón. Ustedes
deben hacer que ellos trabajen. Si Dios tiene la seguridad de llamarlos a ser siervos,
ustedes también deben tener la seguridad de llamarlos a ser siervos.

En segundo lugar, en la iglesia no tememos a las actividades carnales. Dos líneas


tienen que ser establecidas en la iglesia: una es la autoridad y la otra es el don. Todos
los de un talento tiene que venir y servir, trabajar y dar fruto. Ustedes tal vez pregunten:
«¿Si todos los de un talento aparecen con su carne y todo, qué haremos?». Déjenme
decirles que la carne debe ser tratada, y la manera de tratarla es usar la autoridad que
representa a Dios.

El don y la autoridad son dos cosas completamente distintas; el don es el don y la


autoridad es la autoridad. Los de un talento deben usar su don. Y con los que son
carnales, ustedes deben hacer uso de la autoridad. Si un hermano permite que su carne
interfiera mientras está trabajando, debe decírsele: «Hermano, eso no está bien. Usted
no debe dejar que su carne interfiera». Díganle: «esa actitud es incorrecta. No
permitimos que tenga esa actitud». Cuando le hablen de esa manera, al día siguiente
probablemente se irá a su casa y desde entonces no hará nada más. Entonces ustedes
tienen que buscarlo y decirle: «No, usted todavía tiene que hacer el trabajo». Es posible
que la carne surja de nuevo, pero aun así ustedes deben dejar que haga el trabajo.
Deben decirle de nuevo: «Usted debe hacer esto, pero no le permitimos que haga
aquello». Siempre haga uso de la autoridad para tratar con él.

Esta es la mayor prueba. Una vez que el Señor use a los de un talento, la carne de ellos
inmediatamente se inmiscuirá. La carne y «un talento» están unidos. Debemos rechazar
la carne, pero tenemos que usar a los de un talento. La situación de hoy día es que
nosotros enterramos la carne, ellos entierran el talento, y la iglesia se queda sin nada.
¡Esto no puede ser! Tenemos que hacer uso de la autoridad para tratar con la carne,
pero también tenemos que pedirles que manifiesten su talento. Tal vez digan: «Si
trabajo, no está bien, y si no lo hago, tampoco está bien. Entonces ¿qué haré?».
Ustedes deben decirles: «Por supuesto, que si trabaja e introduce la carne está mal;
pero si no trabaja, también está mal porque entierra el talento. El talento debe entrar,
pero no la carne».

En la iglesia, si puede mantenerse la autoridad y puede incluirse las funciones de todos


los miembros, verá usted una iglesia gloriosa en la tierra y el camino de la restauración
será fácil. No sé cuántos días más el Señor ha puesto delante de nosotros. Creo que
nuestro camino será más y más claro. Tenemos que usar todo nuestro entendimiento y
todas nuestras fuerzas para que todos los hermanos y hermanas se levanten a servir.
Cuando ese tiempo llegue, la iglesia será manifestada, y el Señor regresará. Que el
Señor sea misericordioso y tenga gracia para con nosotros, para que hagamos lo mejor.
Extractos de un mensaje que el autor dio a obreros y colaboradores en China, en 1948.

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El famoso apologista cristiano escribe sobre lo que significa ser
miembro del cuerpo de Cristo.

Calidad de miembros

C. S. Lewis

Para todo cristiano es inaceptable el epigrama que define la religión como «ocupación
del hombre en sus momentos de soledad». Uno de los Wesley –me parece– señaló que
el Nuevo Testamento desconoce absolutamente la religión solitaria. No podemos
descuidar la necesidad de agruparnos. La Iglesia es la Novia de Cristo. En calidad de
miembros, nos pertenecemos unos a otros.

El cristiano no está llamado al individualismo, sino a ser miembro del cuerpo místico.
Ahora bien, para comprender de qué manera el cristianismo puede contrarrestar el
colectivismo sin caer en el individualismo, el primer paso consiste en establecer las
diferencias entre la colectividad secular y el cuerpo místico.

En primer lugar, tropezamos con una dificultad en el plano del lenguaje. La expresión
calidad de miembro nació en el cristianismo, pero el mundo se apropió de ella y ha
quedado desprovista de significado. En cualquier libro de lógica encontramos el
concepto de «miembros de una clase». Es importante destacar que los componentes de
una clase homogénea constituyen en cierto modo lo contrario de la idea de San Pablo.
Para él, miembros (ìåëç) significaba lo que nosotros entendemos por órganos, es decir,
elementos esencialmente distintos y complementarios entre sí, que difieren no sólo en
su estructura y función, sino también en su dignidad.

Así, en un club, el comité y el personal de servicio, enfocados como totalidades, son


«miembros», y lo que nosotros llamamos miembros del club son meras unidades. Una
fila de soldados vestidos con el mismo uniforme y adiestrados de idéntica manera o un
grupo de ciudadanos inscritos para votar en un distrito electoral no constituyen
miembros en el sentido paulino. Al considerar ‘miembro de la Iglesia’ a un individuo,
probablemente no estamos aludiendo al concepto paulino, sino sólo a una unidad o un
componente de un tipo X, Y ó Z de cosas.

La estructura de la familia nos muestra la diferencia entre la verdadera calidad de


miembro de un cuerpo y la inclusión en una colectividad. El abuelo, los padres, el hijo
mayor, el niño, el perro y el gato son en realidad miembros (en el sentido orgánico),
porque no constituyen unidades de una clase homogénea, es decir, no son
intercambiables. Cada persona es una especie en sí misma. La madre no es sólo
distinta de la hija, sino un tipo de persona diferente. El hermano mayor no es una simple
unidad dentro de la clase de los niños, sino una individualidad específica.
El padre y el abuelo son casi tan diferentes entre sí como el perro y el gato. Si
suprimimos unos de los miembros, no sólo estamos reduciendo el número de
integrantes de la familia: hemos alterado su estructura. Su unidad está constituida por
seres diferentes, casi inconmensurables.

La sociedad a la cual ingresa el cristiano con el bautismo no es una entidad colectiva,


sino un Cuerpo. En realidad, la familia es la imagen de este Cuerpo en el plano natural.
Es inadecuado el enfoque moderno, que identifica a los miembros de la Iglesia con una
agrupación de personas semejante a un conjunto de monedas o fichas, y podemos
rebatirlo con facilidad señalando que la cabeza de este Cuerpo es distinta en grado
sumo a sus miembros inferiores y sólo por analogía existen atributos comunes.

Desde el principio hemos sido llamados a unir nuestra condición de criaturas con un
Creador, de seres mortales con lo inmortal, de pecadores redimidos con un Redentor
inmaculado. Su presencia, la interacción entre él y nosotros es, en todo momento, el
factor predominante de nuestra vida en el Cuerpo, y cualquier concepción de la
comunidad cristiana carece de sentido si la comunión con Él no constituye el elemento
primordial.

Con esta idea, parecería trivial analizar con mayor detención la diversidad de funciones
implícita en la unidad del Espíritu, pero es evidente que existe un permanente
intercambio de ministerios, con formas muy sutiles, que no pueden manifestarse en el
plano oficial. En todo momento estamos enseñando y aprendiendo, perdonando y
siendo perdonados, representando al hombre ante Cristo cuando intercedemos y siendo
representados cuando otros interceden por nosotros.

A diario debemos sacrificar nuestro deseo egoísta de retraimiento, pero también día a
día somos compensados con creces por el auténtico crecimiento de la personalidad,
estimulado por la vida del Cuerpo. Cada miembro está integrado con los demás y todos
llegan a ser tan diferentes entre sí como la mano y el oído. Por ese motivo, las personas
mundanas son tan tediosamente parecidas en comparación con la maravillosa
diversidad de los santos. La obediencia es el camino de la libertad; la humildad, el
camino del placer; y la unidad, el camino de la personalidad.

(Fragmentos).

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La ejemplar y controvertida historia de Nee To Sheng, más conocido
como Watchman Nee.

El vigía que vino de China

Watchman Nee, cuyo nombre chino es Nee To-sheng, nació en la ciudad de Fu-chou, el
4 de noviembre de 1903. Era hijo de Nee Weng-hsiu, un hombre de carácter apacible y
Lin Huo-ping, una mujer de voluntad firme. Debido a que anteriormente no habían tenido
varón, su madre le prometió a Dios que, si era varón, se lo ofrecería.

Al principio, según las tradiciones familiares, fue llamado Nee Shu-tsu, que significa:
«Aquel que proclama los méritos de sus antepasados». Más tarde, consciente de su
nueva misión en la vida, decidió llamarse Nee Ching-fu («Uno que advierte o exhorta»),
pero le pareció muy tajante. Finalmente, su madre le propuso To-Sheng, que significa
«nota de batintín (o matraca) escuchada de lejos», que era usada por los centinelas. Él
se sentía llamado por el Señor como un centinela, para hacer sonar su batintín a las
personas en la noche oscura. Entre los creyentes de habla inglesa se le llamó
Watchman Nee, que significa ‘vigía’ o ‘atalaya’.

Nee To-Sheng pertenecía a una familia de rica historia cristiana, pues su abuelo, Nee U-
cheng fue el primer pastor chino en esa gran región, y un gran expositor de la Biblia. Su
padre, Nee Weng-hsiu fue el cuarto de nueve hijos varones. Debido a que era un
estudiante aventajado, obtuvo el puesto de oficial menor de aduanas.

Primeros años

La infancia de To-Sheng transcurrió en un hogar de severos principios. Huo-Ping


llevaba las riendas de la casa con mano firme. Inculcaba en sus hijos el orden, la
limpieza, y sobre todo, les instruía en la fe. La música era un gran pasatiempo para los
niños, quienes aprendieron muchos himnos y cánticos cristianos.

A la edad de trece años, To-Sheng ingresó a la Enseñanza Media, en la Escuela


Trinidad de Fuchou, de orientación occidental. Este colegio era la puerta para obtener
empleo en la Misión o del Estado, y de allí los jóvenes ascendían a posiciones de
influencia.

Nee era muy buen alumno, y bastante engreído. Incluso su estatura sobrepasaba a la
de la mayoría. Por ese tiempo, el ‘mandarín’ comenzó a desplazar al chino literario
clásico en los textos escolares, lo que hizo más fácil el acceso a la literatura. Nee se
convirtió en un ávido lector. Comenzó a escribir artículos para los periódicos, y con el
dinero obtenido compraba boletos de lotería. También le gustaba mucho el cine.
Cuando los vientos de revolución envolvieron al país, el hogar de los Nee se vio
involucrado. Huo-Ping participó activamente en política y en los eventos sociales,
alejándose poco a poco del Señor. Su casa pasó a ser un centro político-social, donde
se reunían las mujeres a jugar a los naipes.

Llega el día de la fe

Por este tiempo ocurrió un hecho muy significativo en la casa de los Nee. Un día de
enero de 1920, Huo-Ping encontró roto un costoso adorno de la casa. Después de
investigar rápidamente, halló que To-Sheng era el culpable. Como éste no lo admitió,
fue castigado severamente. Más tarde ella supo que él era inocente, pero no se lo hizo
saber. To Sheng se llenó de dolor y resentimiento hacia su madre. Las relaciones
quedaron rotas por algún tiempo.

Ese mismo mes llegó a la ciudad Yu Tsi-tu (Dora Yu), una misionera muy conocida,
para dirigir dos semanas de reuniones evangelísticas en una congregación metodista.
En esas reuniones Hou-Ping se reencontró con el Señor, y su hogar recibió
inmediatamente el impacto de esta experiencia.

Un día, mientras ella tocaba y cantaba himnos en una reunión familiar, fue impulsada
por el Señor a pedir perdón a su hijo por la injusticia cometida. Este hecho, insólito en
una cultura como la china que enseña que los padres nunca se equivocan, tocó el
corazón de To-Sheng, y lo sensibilizó para la fe. Antes que finalizaran las reuniones,
éste también se había entregado al Señor. Tenía 17 años de edad.

Preparación para el ministerio

Recibir al Señor y consagrarse por completo, fueron para él una sola cosa.
Anteriormente había considerado algo indigno ser predicador – debido al triste ejemplo
de los predicadores chinos empleados de los extranjeros. Pero ahora no concebía
dedicar su vida a otra cosa que no fuera servir a Dios. De modo que comenzó de
inmediato a hacer los arreglos necesarios.

De todas las asignaturas del colegio, la más descuidada había sido la de Biblia, tanto
que solía usar «torpedos» en los exámenes. Ahora abandonó esa práctica y confesó su
falta al director del colegio – con riesgo de ser expulsado y perder el derecho a una
beca –. La falta le fue perdonada.

En los meses siguientes, aprovechando los disturbios sociales que hacía muy irregular
el año escolar, se fue, con el permiso de sus padres, a Shangai para estudiar en la
Escuela Bíblica de la señorita Yu. Por un año se dedicó a sus estudios, donde aprendió
a recibir en su corazón el mensaje de la palabra de Dios (y no sólo en el intelecto), y el
secreto de confiar solamente en Dios para sus necesidades materiales. Sin embargo, él
mismo, reconoce que aquello fue un fracaso: «No pasó mucho tiempo para que ella
(Dora Yu), cortésmente, me desvinculase del Instituto, con la excusa de que me era
inconveniente permanecer allí más tiempo. Por causa de mi «buen apetito», de mis
ropas inadecuadas y de mi costumbre de levantarme tarde, la hermana Yu pensó que
sería mejor mandarme a casa. Mi deseo de servir al Señor sufrió un fuerte revés.
Aunque pensase que mi vida había sido transformada, en verdad aún restaban muchas
otras cosas que debían ser cambiadas».

De regreso en Fuchou, retomó sus estudios regulares, pero con una nueva visión. Por
sugerencia de una misionera, elaboró una lista con los nombres de 70 muchachos del
Colegio y comenzó a orar sistemáticamente por cada uno de ellos, testificándoles en
cada oportunidad que se le presentaba. Al principio se reían de él, pues siempre llevaba
la Biblia consigo, y la leía en todo momento. Pero poco a poco se comenzaron a
convertir aquellos compañeros, con excepción de uno solo. Se formó así un grupo de
entusiastas evangelistas que testificaban en la escuela y por las calles, repartiendo
tratados, portando carteles y acompañándose de un sonoro gong.

Por este tiempo, Nee conoció a M. S. Barber, una ex misionera anglicana que ahora
trabajaba en forma independiente, y que vivía en los suburbios de Fuchou. La srta.
Barber, acompañada de su compatriota, M. L. S. Ballord, compartían el evangelio entre
las mujeres de la localidad, y oraban intensamente por un mover de Dios en China. M.
S. Barber solía ayudar a los jóvenes que buscaban la guía del Señor; por algún tiempo
hubo hasta sesenta jóvenes recibiendo ayuda de ella. Ella llegó a ser un verdadero
mentor en la vida de To-Sheng, la influencia viva más grande para él, comparable sólo a
la de T. Austin-Sparks, algunos años más tarde.

Un adelanto de esa influencia se verificó poco tiempo después, el día que To-Sheng y
su madre bajaron a las aguas del bautismo para ser bautizados por ella. Nee solía decir
que fue por medio de una hermana que él fue salvo y también fue por medio de una
hermana que él fue edificado. Más aún, él recibió mucha ayuda de otras dos hermanas
mayores: Ruth Lee y Peace Wang.

Avivamiento entre los jóvenes

A comienzos de 1921 llegó a Fuchou un joven de nombre Wang Tsai (conocido también
como Leland Wang), que a los 23 años de edad había renunciado a su puesto en la
Marina para servir de lleno al Señor. Muy pronto entró en contacto con To-Sheng y sus
amigos. Como era un poco mayor que ellos, y de mayor experiencia, se convirtió en su
líder. La amistad entre Wang Tsai y To Sheng llegó a ser muy estrecha, pues
compartían el mismo celo evangelístico.

En el año 1922, en el hogar de Wang Tsai celebraron por primera vez la Cena del
Señor, sin sacerdote ni pastor, con la asistencia de sólo tres personas: Wang Tsai, su
esposa y To Sheng. Sintieron tal gozo y libertad, que comenzaron a hacerlo con
frecuencia. Semanas después se unió a ellos la madre de Nee y otros hermanos.

A fines de ese mismo año comenzó un verdadero avivamiento entre los jóvenes, luego
de la visita a la ciudad de la evangelista Li Yuen-ju. Cuando ella se fue, los jóvenes
ministros se hicieron cargo de las predicaciones. Unos salían a invitar por las calles, y el
Espíritu Santo atraía a un número cada vez mayor de personas. La ciudad de Fuchou,
de 100.000 habitantes, fue grandemente conmovida por este movimiento espiritual.

A causa de la necesidad, tuvieron que arrendar una casa más grande. To-Sheng y otro
hermano se fueron a vivir allí, para estar disponibles para los jóvenes a toda hora.
Luego comenzaron a salir unos 60 a 80 jóvenes a otros pueblos, a predicar,
aprovechando los feriados y vacaciones. Su mensaje era escuchado y respetado por los
rústicos campesinos, pues ellos eran jóvenes cultos.

Las primeras lecciones espirituales

Los días sábado, Nee acudía a ver a la Srta. Barber para estudiar la Biblia y ser
reprendido. Cuando no había nada en él que ameritara una reprensión, ella hacía
preguntas hasta encontrar alguna falla, y entonces lo reprendía. Así, él recibió sus más
importantes lecciones espirituales.

Nee era muy celoso acerca de hacer siempre lo correcto y lo justo. Él formaba parte de
un grupo de siete obreros, que se reunían todos los viernes. Muchas de esas reuniones
se vieron empañadas por discusiones entre Nee y Wang Tsai, quien, según Nee,
insistía en imponer su voluntad sólo por ser el mayor. Los demás obreros, generalmente
tomaban partido por Wang Tsai. Nee se sintió muchas veces ofendido y buscó luz en la
hermana Barber. Ella, contrariamente a lo que él esperaba, le dijo que debía sujetarse al
mayor, sin darle mayores explicaciones. Esta dolorosa experiencia se repitió durante 18
meses, y concluyó cuando él se rindió y aceptó ocupar el segundo lugar.

Nee lo explica así: «Yo era siempre el primer alumno tanto en mi clase como de la
escuela. También quería ser el primero en el servicio al Señor. Por esa razón, cuando
me torné el segundo, yo desobedecí. Dije repetidamente a Dios que aquello era
demasiado para mí. Yo estaba recibiendo muy poca honra y autoridad, y todos se
alineaban con mi cooperador de más edad. Mas yo adoro a Dios y le agradezco desde
lo profundo de mi corazón por todo eso. Fue el mejor entrenamiento. Dios deseaba que
yo aprendiese la obediencia, por eso él dispuso que yo encontrase muchas dificultades.
Así, con el tiempo, fui llenado de alegría y paz en mi camino espiritual».

Otra importante lección espiritual que Nee recibió de la srta. Barber fue a enfatizar la
vida antes que la obra, pues a Dios le importa más lo que somos que lo que hacemos
para él. También le advirtió acerca del peligro de la popularidad, que se constituye en un
instrumento de seducción para los jóvenes predicadores.

Un episodio familiar ocurrido en este tiempo dejó una profunda enseñanza en Nee. Dios
le mostró que durante las vacaciones debería ir a predicar a una isla plagada de piratas.
Aceptó el llamado, e hizo los preparativos. Cuando todo estaba listo, y muchos
hermanos se habían comprometido, sus padres se le opusieron. ¿Qué hacer? Consultó
a Dios y sintió que debía obedecer a sus padres. Aunque era el deseo de Dios que
fuera a predicar a la isla, ese propósito quedaba en Sus manos para su cumplimiento.
Como To-Sheng no se sintió con la libertad de dar a conocer las razones de su
deserción, se ganó una generalizada repulsa de parte de los hermanos.

Más tarde, pudo interpretar esa experiencia objetivamente a la luz de la crucifixión. La


revelación de la voluntad de Dios puede ser clara, pero el cumplimiento de esa voluntad
para nosotros puede ser en forma indirecta. «Nuestra estima de nosotros mismos se
alimenta y nutre porque decimos: ¡Yo estoy haciendo la voluntad de Dios! y nos lleva a
pensar que ninguna cosa debe interferir en nuestro camino. Pero cierto día Dios permite
que algo se cruce en nuestro camino para contrarrestar esa actitud. Al igual que la cruz
de Cristo, atraviesa, no nuestra voluntad egoísta, sino, aunque parezca extraño,
¡nuestro celo y amor por el Señor! Esto resulta muy difícil de aceptar». De hecho, en
aquel momento, no fue capaz de hacerlo.

Cuando Nee concluyó sus estudios en el Colegio Trinidad, a los 21 años de edad, tuvo
la satisfacción de ser uno de los dos mejores alumnos –junto a Wang Tse–, y sobre
todo, de haber ganado un gran número de convertidos, tanto en el colegio, como en la
ciudad y sus alrededores. La creación de una pequeña revista mimeografiada, El
Presente Testimonio, cuya primera tirada fue de 1400 ejemplares, había contribuido al
crecimiento espiritual de los convertidos y los obreros jóvenes.

Una desilusión amorosa

En la misma ciudad de Fuchou vivía una familia de apellido Chang. El padre, Chang
Chuenkuan era un querido amigo cristiano, que llegó a ser pastor de la Alianza Cristiana
y Misionera, y pariente lejano del padre de To-Sheng. Sus hijos eran de la misma edad
y las dos familias se llevaban muy bien. La pequeña Pin-huei (conocida también como
Charity) andaba siempre correteando detrás de To-Sheng. En sus travesuras y
entretenimientos todos los consideraban como el «hermano mayor».

Cuando los jóvenes crecieron, To-Sheng comenzó a interesarse por Pin-huei, su ex-
compañera, que era bonita e inteligente. Sin embargo, sus intereses diferían mucho.
Mientras Nee había hecho la firme decisión de dedicarse de lleno a la predicación del
evangelio, Pin-huei se convirtió en una joven mundana. Cuando Nee le compartía el
evangelio, ella se burlaba de Dios y de él.

Un día que To-Sheng leía el Salmo 73:25: «Fuera de ti nada deseo en la tierra», el
Espíritu de Dios lo compungió porque él no podía decir lo mismo. «Sé que tienes un
deseo consumidor en la tierra. Debes renunciar a lo que sientes por la señorita Chang.
¿Qué cualidades tiene ella para ser la esposa de un predicador?». Su respuesta fue un
intento de hacer un pacto con el Señor. «Señor, haré cualquier cosa por ti. Si quieres
que lleve tus buenas nuevas a las tribus que aún no han sido alcanzadas, incluso en el
Tíbet, estoy dispuesto a ir; pero no puedo hacer esto que me pides».

Con este sentimiento atado a su corazón, se lanzó a predicar el evangelio con mayor
ahínco. Por su parte, Pin-huei se entregó a una vida de estudio y compromisos sociales.
Poco tiempo después, al comprobar que ella no se interesaba en las cosas del Señor,
sino que persistía en seguir el mundo, decidió olvidarla. Fue a su habitación, se arrodilló
y encomendó el asunto firme y definitivamente a Dios, y escribió su poesía «Amor sin
límites». Era el 13 de febrero de 1922.

Tu amor, ancho, alto, profundo, eterno,


es en verdad inmensurable,
pues sólo así pudiste bendecir tanto
a un pecador como yo.
Mi Señor pagó un precio cruel
para comprarme y hacerme suyo.
No puedo sino llevar su cruz con gozo
y seguirle firmemente hasta el fin.
A todo yo renuncio
pues Cristo es ahora mi meta.
Vida, muerte, ¿qué pueden importarme?
¿Por qué he de lamentar lo pasado?
Satanás, el mundo, la carne
procuran apartarme.
¡Oh, Señor, fortalece a tu débil criatura,
no sea que traiga deshonra a tu nombre!
(Traducción libre).

Sin embargo, Dios no había dicho la última palabra. Pasarían todavía diez años antes
de que este capítulo se cerrase.

Otras lecciones espirituales

Muchas lecciones espirituales fueron aprendidas por Nee en este tiempo. Por ejemplo,
recibió un golpe a su ego al comprobar que muchas mujeres cristianas analfabetas,
conocían más al Señor que él, pese a todo su conocimiento bíblico. «Yo conocía el libro
que ellas apenas podían leer, mientras que ellas conocían a Aquel de quien habla el
Libro».

En cuanto a su sustento, también recibió una enseñanza definitiva. Como ya había


dejado el Colegio, debería pensar en cómo confiar en Dios para suplir sus necesidades
materiales. Las misioneras le habían prestado libros sobre las vidas de fe de Jorge
Müller y Hudson Taylor, quienes habían confiado enteramente en Dios. La misma
Margaret Barber era un vivo ejemplo de ello. Así, To-Sheng decidió tomar el mismo
camino.

Por este tiempo tuvo también una experiencia especialmente dolorosa: por razones que
no están claras, fue excluido de la comunión con los hermanos. La decisión le fue
comunicada por carta cuando él estaba lejos. Como es natural, su primera reacción fue
de irritación, pero el Señor habló a su corazón. Al llegar a la ciudad, muchos hermanos
le esperaban para solidarizar con él, pero él les dijo que el Señor no le permitía
defenderse, que abandonaría la ciudad para no provocar una división, y que ellos
deberían quedarse quietos. En esta situación él aprendió a permanecer de manera
práctica a tomar la cruz y seguir al Señor.

De un testimonio dado por Nee en octubre de 1936, se puede deducir que el motivo
pudo ser el diferente énfasis en hacer la obra de Dios, el de ellos, era evangelístico, y el
de Nee era la edificación de las nacientes iglesias. Un autor dice que la causa fue el que
Nee se oponía a la ordenación de uno de ellos por un misionero denominacional.

Sea como fuere, lo cierto es que, al poco tiempo, muchos de ellos se arrepintieron de
haberlo excluido. Uno de ellos dijo: «Obramos muy neciamente, pero quizá estábamos
muy influenciados por celos, pues el hermano Nee era mucho más dotado que
nosotros».

Cuando Nee era ofendido por alguien, no le guardaba rencor. Al contrario, solía decir:
«Los hermanos que pecan son como niños que caen en un charco con barro. Sus
vestidos y cabellos se ensucian. Pero déles un baño y estarán nuevamente limpios. En
el futuro, todos los hermanos y hermanas serán piedras preciosas transparentes en la
Nueva Jerusalén».

Otro fuerte golpe recibió Nee en enero de 1925, cuando le fue sugerido por su amigo
Wang Tsai que no asistiera a la convención de Fuchou, por cuanto las críticas a la obra
se centraban en él. Este pedido sacudió su paz en Cristo y lo hundió en una profunda
desilusión. Sin embargo, recibió del Señor las siguientes palabras: «Deja tus problemas
conmigo. ¡Ve y predica las buenas nuevas!».

En una de esas salidas a predicar, tuvo una maravillosa experiencia en el pueblo de Mei-
hua, que Nee relata en su libro «Sentaos, Andad, Estad firmes». Fue a ese pueblo con
un pequeño grupo de seis jóvenes. Los vecinos allí tenían anualmente una celebración
en honor de su dios Ta-wang. Ellos confiaban tanto en su dios, así que no precisaban
creer en Cristo. Uno de los jóvenes cristianos desafió al dios Ta-wang, y Dios les dio
una maravillosa victoria, humillando al ídolo y abriendo el camino para la fe.

Un ministro preparado

Watchman Nee no frecuentó nunca una escuela teológica o Instituto bíblico. Pero
estaba consciente de que Dios quería siervos preparados, por eso se dedicó a estudiar
y meditar la Palabra de Dios, y a leer extensamente tanto comentarios bíblicos como
biografías de destacados siervos de Dios. Su capacidad era tal, que podía comprender,
y memorizar mucho material de lectura en muy poco tiempo. Él fácilmente podía captar
los temas de un libro con una rápida ojeada.

Nee encontró mucha ayuda personal en los escritos de Andrew Murray y F. B. Meyer,
sobre la vida práctica de santidad y liberación del pecado. También leyó sobre Charles
Finney, Evan Roberts y el avivamiento de Gales; indagó en los libros de Otto
Stockmayer y Jessie Penn Lewis sobre el alma y el espíritu, y la victoria sobre el poder
satánico. Siguiendo el ejemplo de Govett, Panton y Darby, Nee vio la necesidad de
buscar una forma más primitiva de adoración que la ofrecida por las denominaciones,
las que en ese tiempo ofrecían ya un triste espectáculo de molicie y religiosidad muerta.

Por medio de M. Barber, Nee se familiarizó con los libros de Madame Guyon, D. M.
Panton, Robert Govett, G. H. Pember, William Kelly, C. H. Mackintosh, entre otros.

En el comienzo de su ministerio, él invertía un tercio de sus ingresos en sus


necesidades personales, un tercio en ayudar a los demás, y el tercio restante para
comprar libros. Él hizo un acuerdo con algunos libreros de libros usados de Londres de
que siempre que ellos recibiesen algún libro de los autores que a él le interesaban, que
se los remitiesen inmediatamente.

Él llegó a tener una colección de más de 3.000 volúmenes de los mejores libros
cristianos. Cuando aún era un joven, el cuarto de Nee estaba casi lleno de libros. Había
libro en el suelo, y una ruma a cada lado de la cama, dejando apenas espacio para
acostarse. Muchos comentaban que él estaba enterrado en libros. Sin embargo, su
principal lectura siempre fue la Biblia, que leía sistemáticamente cada día, hasta
completar al menos una lectura del Nuevo Testamento al mes.

Pese a que su salud era precaria, repartía su tiempo entre sus estudios, la obra, y la
edición de su pequeña Revista cristiana. La revista se publicaba en forma irregular a
medida que Dios le enviaba dinero por medio de pequeñas ofrendas, y era distribuida
sin cargo. Su nombre comenzó a conocerse, y ya recibía invitaciones para dar su
testimonio y predicar.

Su mensaje era muy novedoso para su época, pues exponía de forma sencilla y clara
que el único camino a Dios es por medio de la obra consumada de Cristo. Demasiados
cristianos se esforzaban por lograr la salvación en base a sus propias obras, lo que, en
principio, no se diferenciaba mucho del budismo. Predicaba también que para los
creyentes no era suficiente con recibir el perdón de los pecados y la seguridad de la
salvación, puesto que sólo representaba el punto de partida. Era un evangelio para los
creyentes.

En los próximos años, el peregrinar espiritual de Nee lo llevó a ministrar a estudiantes


de Colegios y Seminarios, a colaborar con la revista Luz Espiritual, dirigida por Li Yuen-
ju, a cambiar el nombre de su propia revista Avivamiento, por el de El Cristiano, y a
establecer en Shangai su base de operaciones.

Enfrentando una prueba grande

Sin embargo, lo que sacudió profundamente su vida por este tiempo fue un problema de
salud. Los problemas habían comenzado en 1924 con apenas un leve dolor en el
pecho. El médico que lo examinó le dijo que era una tuberculosis, por lo que sería
necesario un prolongado descanso. Pasados algunos meses de cuidados especiales, la
enfermedad no cedía. Un nuevo examen indicó que la enfermedad había avanzado. El
pronóstico del médico fue muy desalentador: «Tiene avanzada tuberculosis en sus
pulmones. Vuelva a su casa, descanse y coma alimentos nutritivos. Es todo lo que
puede hacer. Puede ser que mejore.» Todas las tardes tenía fiebre y por las noches
transpiraba y no lograba dormir. Para predicar debía realizar un inmenso esfuerzo, que
lo dejaba exhausto.

Había tenido tantos planes, tantas esperanzas de grandes cosas. Ahora Dios le decía
que no. Comenzó a examinarse. Surgió en él un deseo de ser puro ante Dios,
confesando pecados, buscando así una explicación de lo que él pensaba era el disgusto
de Dios.

De regreso en Fuchou por asuntos familiares, Nee tuvo una experiencia inolvidable. Por
esos días andaba muy debilitado y enfermo; su aspecto era bastante deplorable para un
joven como él. Se encontró en la calle con un antiguo profesor del Colegio Trinidad. Por
tradición, los estudiantes chinos tienen en alta estima a sus profesores, volviendo a ellos
para agradecerles cada vez que obtienen algún éxito. El profesor lo invitó a tomar té, y
le enrostró su fracaso: «Teníamos un alto concepto de ti en la escuela y teníamos
esperanzas de que lograrías algo importante. ¿No has adelantado ni un centímetro?
¿No has progresado? ¿No tienes carrera, nada? Nee, por un momento, se sintió muy
avergonzado. Pero de pronto, según cuenta, «supe lo que era tener el Espíritu de gloria
sobre mí. Podía levantar la vista y decir: Señor, te alabo que he escogido el mejor
camino. Para mi profesor era un desperdicio total servir al Señor Jesús; pero esa es la
meta del evangelio: entregar todo a Dios».

Pero su enfermedad no cedía, y su madre, Huo-Ping tuvo la impresión, al verle, que le


quedaba muy poco tiempo. En esos días recibió nueva luz de 2 Corintios, la carta
autobiográfica de Pablo, acerca del vaso de barro, que le animó y consoló en su propia
debilidad.

Dentro de las fuerzas que escasamente poseía, se abocó a la tarea de terminar un libro
que había comenzado poco tiempo antes, sobre el hombre de Dios, que describía en
forma concienzuda el espíritu, alma y cuerpo. Luego de escribir algunos capítulos, lo
había abandonado por considerarlo demasiado teórico; ahora, en vista del escaso
tiempo que le quedaba, decidió intentar terminarlo. Le parecía que sería una pérdida no
compartir sus experiencias espirituales al respecto antes de morir.

Gracias a la oración persistente y el apoyo de numerosos hermanos y hermanas, logró


concluir en cuatro meses el primer tomo de El Hombre Espiritual. Para escribir, se
sentaba en una silla de respaldo alto y apretaba su pecho contra el escritorio para aliviar
el dolor. De la hermana Ruth Lee recibió ayuda para la revisión literaria del libro, y lo
publicó en Shangai. Un par de años después, en junio de 1928, Nee logró terminar el
resto.

Fue el primer libro que escribió y el último, pues todos sus otros libros son
recopilaciones de mensajes orales. Más tarde, Nee no aceptó hacer nuevas
reimpresiones de El Hombre Espiritual, porque le parecía demasiado perfecto y
sistemático. Pensaba que los lectores corrían el peligro de un entendimiento intelectual
de las verdades, sin sentir la necesidad del Espíritu Santo. Además, la parte sobre la
lucha espiritual enfatizaba sólo el aspecto individual, pero más tarde tuvo más luz para
ver que era un asunto del Cuerpo de Cristo y no del individuo.

Después de concluido el libro, Nee oró a Dios: «Ahora permite a tu siervo partir en paz».
En esos días, su enfermedad empeoró a tal punto que por las noches sudaba
copiosamente, y no lograba dormir. Era apenas piel y huesos. Su voz estaba ronca.
Algunas hermanas se turnaban para atenderlo. Una enfermera que lo visitó dijo: «Nunca
vi un enfermo con una condición tan lamentable». Un hermano telegrafió a las iglesias
de diferentes lugares, avisando que ya no había esperanza, que no necesitaban orar
más por él.

Mientras oraba al Señor en su lecho de enfermo, Nee recibió tres palabras del Señor:
«El justo por la fe vivirá» (Rom. 1:17); «Porque por la fe estáis firmes» (2 Cor. 1:24); y
«Porque por fe andamos» (2 Cor. 5:17). Nee creyó que esas palabras significaban su
sanidad. Así que, luchando contra su incredulidad, y contra los susurros de Satanás, se
levantó con gran dificultad, se puso su ropa que hacía casi seis meses que no usaba, y
se paró, repitiendo las palabras recibidas.

Sintió que el Señor le decía que fuera a la casa de la hermana Ruth Lee. Allí, desde
hacía varios días, había un grupo de hermanos y hermanas orando y ayunando por su
salud. Cuando abrió la puerta y vio la escalera le pareció la más alta que había visto en
su vida (pues estaba en un segundo piso). «Le dije a Dios: –cuenta Nee– «Puesto que
me dijiste que ande, lo haré, aunque la consecuencia sea la muerte. Señor, no puedo
andar; por favor, sosténme con tu mano». Apoyándome en el pasamanos descendí
escalón por escalón, nuevamente sudando frío. A medida que descendía seguía
clamando «andar por fe», y a cada escalón oraba: «¡Oh Señor, tú eres quien me haces
caminar». A medida que descendía los 25 escalones, era como si estuviese, por la fe,
con mis manos en las manos del Señor. Al llegar al final, me sentí fortalecido y caminé
con rapidez hacia la puerta del fondo. Al llegar a la casa de la hermana Lee, golpeé la
puerta como lo hizo Pedro (Hch. 12:12-17), y al entrar, siete de los ocho hermanos y
hermanas pusieron sus ojos en mí, sin hacer ni decir nada, y a continuación, todos se
sentaron allí quietos por casi una hora, como si Dios hubiese aparecido entre los
hombres. Al mismo tiempo, yo me sentí lleno de acciones de gracias y de alabanzas al
Señor. Entonces les relaté todo lo sucedido en el transcurso de mi sanidad. Llenos de
alegría hasta el júbilo en el espíritu, alabamos en voz alta la maravillosa obra de Dios...
Al domingo siguiente, hablé tres horas desde una plataforma».

Más tarde confesaría que durante aquellos largos días de postración, él recibió luz para
ver las directrices que debería tener la obra que Dios le había llamado a realizar: obra
de literatura, reuniones para «vencedores», edificación de iglesias y entrenamiento de
jóvenes.

Sin embargo, aun cuando fue sanado milagrosamente de la tuberculosis, padeció de


una angina de pecho por cuarenta y cinco años, de la que no fue sanado.
Frecuentemente, él sufría de fuertes dolores, aun en medio de las predicaciones, que le
obligaban a apoyarse en el púlpito. Dios permitió que de esa manera él viviera en
continua dependencia de Dios para desarrollar su ministerio.

Crecimiento e influencias

A principios de 1928 Nee arrendó una casa en la calle Wen Teh Li, en Shangai, que fue
la sede de la obra a partir de entonces. Allí tuvo lugar ese mismo año la primera
Conferencia de Shangai, en un pequeño salón para 100 personas.

En mayo de 1930 tuvo la tristeza de saber que Margaret Barber había partido con el
Señor. Muchas veces después, Nee habría de reconocer que de ella aprendió las más
valiosas lecciones espirituales en su vida. En la Biblia que ella le legó estaba la
siguiente inscripción: «Oh Dios, dame una completa revelación de ti mismo», y en otro
lugar: «No quiero nada para mí misma, quiero todo para mi Señor». Ella murió tal como
siempre vivió: sin un centavo en su bolsa, pero rica en Dios, «...como pobre, pero
enriqueciendo a muchos».

Otros hombres de Dios, extranjeros, habrían de ser un grato aliento y edificación para
Nee. Lo fue primeramente C. H. Judd, y después Thornton Stearns. Más tarde también
lo sería Elizabet Fischbacher.

T. Stearns era catedrático de la Universidad de Chefú, que tenía un grupo de oración y


estudio bíblico compuesto por profesores y alumnos de esa universidad. Nee fue
invitado en 1931 a dirigir una serie de reuniones para ellos, con gran éxito. Muchos
jóvenes se agregaron a la fe.

Comunión con los Hermanos

En noviembre de 1930, Nee y los hermanos conocieron a Carlos R. Barlow, y a través


de él, a los principales exponentes del grupo de los Hermanos de Londres (de la facción
«exclusivista»). Entre ellos surgió una entusiasta comunión, que derivó en un viaje de
Nee a Londres y Estados Unidos.

En Inglaterra fue muy bien recibido, y no sin extrañeza, por tratarse de un joven chino
que mostraba gran madurez espiritual. Nee tuvo gran admiración por su erudición
bíblica, pero se impacientó al ver su arrogancia y su inclinación por los largos debates
teológicos.

La comunión se vio empañada muy luego por el excesivo celo de los Hermanos,
quienes se molestaron porque Nee participó en Londres de la Mesa del Señor con otros
hermanos. Esto trajo consigo una larga y triste serie de conversaciones, que derivaron,
posteriormente, en la ruptura de los Hermanos.

El día del gozo

En 1934 concluyó la larga espera de Nee por una esposa. Para su sorpresa, Chan Pin-
huei se volvió al Señor en Wen Teh Li, después de acabar sus estudios de inglés en la
Universidad de Yenching. Era una joven muy culta, hermosa, y ahora, muy humilde y
temerosa de Dios. Después de largas consideraciones y mucha oración, decidió pedirla
en matrimonio. La oposición no fue menor, tanto de algunos familiares de ella – por
casarse con un «predicador despreciado»; como de los hermanos, que casi lo
idolatraban, al juzgar que un hombre de oración como él no debería preocuparse de
cosas tales como sexo y la procreación.

El 19 de octubre de ese año, tras concluir la cuarta Conferencia de Vencedores en


Hangchou, se casaron, el mismo día del aniversario matrimonial de los padres de Nee.
Dieron gracias a Dios rodeados de hermanos, y cantando el himno que él le escribiera a
su amada diez años antes.

(Continuará)

***
.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
...
La parte de la historia de la Iglesia que no ha sido debidamente
contada.

Los paulicianos

Rodrigo Abarca

La historia de las iglesias que se apartaron de la corriente principal del cristianismo


organizado, tiene en Armenia y Asia Menor a sus más valientes representantes en los
así llamados ‘Paulicianos’. Perseguidos durante siglos hasta su casi completo
exterminio, lo poco que sabemos de ellos nos ha llegado a través del testimonio
prejuiciado e incluso malintencionado de sus perseguidores, y un libro escrito por ellos,
recientemente encontrado.

Como hemos visto antes, la sola existencia de alguna clase de cristianismo verdadero
resultó siempre intolerable para la cristiandad organizada, pues el contraste entre ésta y
la pureza espiritual de aquellos grupos de creyentes perseguidos, ponía de manifiesto
su ruina espiritual y moral. Y también colocaba en entredicho sus pretensiones de ser la
‘única iglesia verdadera’.

Por ello, no sólo se dedicó a perseguir y matar los creyentes que disentían de sus
prácticas y no se sometían a su dominio, sino que también a deformar, envilecer y
destruir su memoria con perversas y absurdas acusaciones de herejía y maldad.

Por cierto, detrás de tanta hostilidad no cabe descubrir otra cosa que al mismo dragón
escarlata de Apocalipsis 12, cuya ira contra los santos que retienen el testimonio de
Jesucristo desata las más crueles persecuciones en su contra.

Este es el contexto en que se desenvuelve la historia de los Paulicianos, quienes


florecieron con mayor intensidad entre los siglos VII y IX d. de C., en las regiones
orientales de Armenia, el monte Ararat y aún más allá del río Eufrates, aunque su
origen, de acuerdo con algunos historiadores, puede ser trazado incluso hasta el
período apostólico. Ellos mismos afirmaban ser parte de la «santa iglesia apostólica y
universal de Jesucristo», y sólo se llamaban a sí mismos «cristianos» o «hermanos» y
decían descender de las antiguas iglesias apostólicas.

Que esto sea o no verdad en un sentido temporal, tiene menos importancia que su
veracidad espiritual. Pues estos hermanos buscaron mantenerse fielmente dentro de la
enseñanza apostólica del Nuevo Testamento. De hecho, debido a su gran amor y
respeto por las Escrituras, y en especial por los escritos del apóstol Pablo, fueron
probablemente llamados «Paulicianos» por sus perseguidores. Y por esta causa, se
encontraron en conflicto con la mayor parte de la cristiandad oficial de su tiempo.
A partir de la Escritura, rechazaban firmemente la unión de la iglesia y el estado, y veían
en ella la fuente de muchos de los males de la cristiandad. Por lo mismo, se oponían
también a la veneración de imágenes, el culto a María, el bautismo de niños, y la
autoridad eclesiástica centralizada y jerarquizada del sistema episcopal. Sus iglesias
estaban dirigidas por ancianos de probado carácter espiritual, y no poseían ninguna
clase de control centralizado. Existían también maestros itinerantes que viajaban
extensamente entre las iglesias para instruirlas y fortalecerlas. Hombres de carácter
apostólico cuyos nombres aún se recuerdan debido a la gran influencia que ejercieron
en sus días.

La comunión de estas iglesias era de carácter eminentemente espiritual y no estaba


basada en un credo doctrinal bien definido y admitido por todas. No estaban tan
interesadas en el rigor doctrinal, como en el amor, la comunión y la experiencia cristiana
genuina y práctica. Bien se podría decir que eran cristianos ‘pre-dogmáticos’, en el
sentido de que se desarrollaron ajenos a todas las controversias doctrinales que
agitaron amargamente las aguas de la cristiandad organizada. Por ello, no cabe esperar
de ellos definiciones dogmáticas precisas y acabadas1, sino más bien un inconfundible
sabor evangélico y bíblico en los pocos escritos que les sobrevivieron.

Sin embargo, esto se encuentra a años luz de las acusaciones de herejía que recibieron
de sus perseguidores. De hecho, bajo esa óptica dogmática e intransigente, también los
grandes padres de la iglesia antigua, que tanto trabajaron por el «desarrollo del
dogma», pueden ser sospechosos de herejía al ser confrontados en forma
extemporánea con los credos de una cristiandad posterior a su tiempo. Si los credos
tienen algún valor, este se deriva de su fidelidad a la Escritura, y por lo mismo, no tienen
la autoridad final de esta última. Son como señales en el camino que nos indican los
caminos que no debemos tomar. Algo muy distinto es hacer de ellos lanzas y espadas
afiladas para perseguir, acusar y condenar a otros creyentes, tal como trágicamente ha
ocurrido en la historia de la cristiandad.

Por cierto, como ya se ha visto en otros casos, la acusación principal contra ellos fue la
de maniqueísmo, pues este cargo, de ser probado, conllevaba la pena de muerte en la
ley romana de ese tiempo. No obstante, según consta en los mismos testimonios de sus
ejecutores, ellos siempre rechazaron ese cargo como una calumnia, y se declararon
fieles discípulos de Cristo. Por lo demás, esto es mucho más coherente con el gran
amor y fidelidad que profesaban hacia la Escritura como única fuente de autoridad, lo
cual resulta totalmente incompatible con su supuesta adhesión al maniqueísmo.
Finalmente, uno de sus pocos escritos que sobrevivieron a la destrucción, llamado «La
Llave de la Verdad» no muestra traza alguna de maniqueísmo en su contenido, sino una
fe esencialmente bíblica.

Aunque no conocemos el nombre del autor de dicho libro, sí sabemos que hubo entre
ellos algunos prominentes ministros de la Palabra, como ya mencionamos, quienes
derramaron sus vidas por causa del Señor Jesucristo, cuya vida y testimonio merecen
ser recordados.

Constantino Silvano
Como se ha dicho, la historia de este grupo de hermanos comienza a ser conocida a
partir del siglo VII. En ese tiempo, alrededor del año 653 d. de C., un hombre llamado
Constantino recibió en su casa a un viajero armenio, quien en gratitud le dejó un valioso
regalo: los manuscritos de los cuatro evangelios y las epístolas paulinas. De hecho,
muchos han querido ver en Constantino al fundador de los Paulicianos, pero ellos
siempre alegaron un origen mucho más antiguo. Mientras leía aquellos escritos, la luz
entró en su corazón y se convirtió en un valiente testigo de Cristo. Muy pronto, un grupo
de creyentes se reunía con él para estudiar las Escrituras fuera de la tutela de la iglesia
organizada. Constantino fue recibido pronto entre los hermanos como un dotado
maestro y viajó extensamente predicando el evangelio y enseñando en las iglesias.
Cambió su nombre por el de Silvano, debido a su admiración por el apóstol Pablo,
estableció su hogar en Kibossa y desde allí viajó hacia el este siguiendo el curso del río
Eufrates y hacia el oeste, a través de Asia Menor. Su ministerio se extendió por más de
30 años.

Finalmente, debido a su extensa labor e influencia, el emperador romano de oriente


(Bizancio) emitió un decreto en su contra. En el año 684 fue capturado por un oficial del
imperio llamado Simeón, y apedreado hasta morir. Sin embargo, Simeón quedó tan
impresionado con lo que vio y escuchó durante el arresto y la ejecución de Constantino
Silvano, que, tras su regreso a la corte de Bizancio, no pudo conseguir paz ni
tranquilidad para su alma. Finalmente, tras dos años de lucha interior, decidió
abandonar todo y regresar al lugar donde había muerto Constantino. Allí se entregó al
Señor, fue bautizado, y continuó la obra que Constantino había realizado. Muy pronto se
unió al ejército de los mártires, pues también fue capturado y quemado públicamente
junto a muchos otros hermanos. No obstante, esto no detuvo al resto de los creyentes, y
su obra continuó expandiéndose.

Sergio

Después de Constantino Silvano, otro hombre de considerable influencia entre los


hermanos fue Sergio, quien ejerció su ministerio entre los años 800 al 834. También se
convirtió al Señor tras leer atentamente la Escritura, particularmente los evangelios. A
partir de allí, comenzó un extenso ministerio por cartas, además de sus viajes. Dichas
cartas circularon con gran autoridad entre las iglesias y ayudaron a sanar las divisiones
que estaban surgiendo entre ellas. Viajó extensamente de este a oeste, hasta que,
según nos dice: «mis rodillas estuvieron fatigadas».

Aunque siempre trabajó como carpintero, sirvió a innumerables hermanos en el


ministerio de la palabra por 34 años, visitando prácticamente todas las regiones de las
tierras altas de Asia Central. Su vida acabó bajo el hacha del verdugo imperial el año
834 d. de C.

La lucha contra la idolatría

Una de las mayores batallas entre los hermanos y la iglesia organizada se libró en torno
al asunto de las imágenes. Diferentes emperadores bizantinos se declararon
sucesivamente a favor o en contra del uso de imágenes. Como los hermanos
rechazaban abiertamente el uso y la veneración de éstas, su situación también
fluctuaba de acuerdo con la posición que tomaba el emperador de turno. Bajo el reinado
de León III (660-740 d. de C.), quien publicó un edicto imperial en contra de las
imágenes, fueron protegidos por el emperador, y se les permitió ejercer su fe sin
persecuciones. Incluso, algunos de ellos fueron trasladados por el mismo hijo del
emperador hasta los Balcanes, donde iniciaron una extensa y fructífera obra.

No obstante, esta política fue variando con los siguientes emperadores. A la muerte de
Téofilo (842 d. de C.), quien se oponía a las imágenes, subió al trono la emperatriz
Teodora, ardiente defensora de éstas, quien inició la más terrible y sangrienta de todas
las persecuciones contra los paulicianos. Bajo sus órdenes fueron decapitados,
ahogados y quemados millares de hombres, mujeres y niños. Se calcula que durante
ese tiempo (842-867 d. de C.) cerca de 100.000 hermanos perdieron la vida.

Las terribles persecuciones y tormentos que debieron soportar inclinaron, infelizmente, a


algunos hermanos a tomar las armas y unirse a los musulmanes para luchar contra el
imperio que cruelmente los perseguía. Este hecho marcó el comienzo de la decadencia
espiritual entre ellos. Pues toda vez que, en la historia, los creyentes han tomado la
espada para defenderse, han cosechado ruina y destrucción. La advertencia del Señor
a Pedro es determinante: «Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen
espada, a espada también perecerán».

A pesar de todo, debe consignarse la fidelidad de estos hermanos, conocidos como


paulicianos, quienes por cerca de 300 años mantuvieron en alto el estandarte de la fe y
la pureza evangélica, en medio de las más crueles difamaciones y persecuciones.
Resistieron valiente y pacíficamente todos los esfuerzos que, a lo largo de esos años,
se hicieron para destruirlos. Y aunque en siglos posteriores, cuando su condición
espiritual había declinado, algunos tomaron el camino de la lucha armada contra el
imperio, muchos de ellos continuaron fieles y se esparcieron hacia el oeste, llevando
consigo su mensaje de simplicidad y pureza evangélica, como fieles seguidores de
Cristo. Allí, en occidente, los volveremos a encontrar con el nombre de Bogomiles, o
amigos de Dios, dispuestos a escribir un nuevo capítulo de heroísmo y fe.

La llave de la verdad

Una última palabra debe ser dicha acerca del único libro importante que sobrevivió a los
paulicianos, llamado «La Llave de la Verdad». Fue descubierto a fines del siglo 19. Se
trata de una serie de consejos, escritos a las iglesias por un autor desconocido. Aunque
sus enseñanzas no deben ser tomadas como un credo dogmático, son, en general, una
clara exposición de su fe y práctica. En ellas hay un inconfundible sabor evangélico.
Rechaza el bautismo de niños y declara que éstos deben ser criados por sus padres en
la fe y la piedad según el consejo de los ancianos de la iglesia. Esto debe ser
acompañado por oraciones y la lectura de la Escritura.

También, al hablar sobre la ordenación de ancianos, declara que éstos deben ser de
perfecta sabiduría, amor, prudencia, gentileza, humildad, coraje y elocuencia. Se les
debía preguntar si estaban dispuestos a beber del vaso del Señor y ser bautizados con
su bautismo, y su respuesta debía ser una clara demostración de los peligros que estos
hombres debían enfrentar por causa del Señor y su rebaño: «Tomo sobre mí los azotes,
prisiones, torturas, oprobios, cruces, golpes y tribulaciones, y toda tentación del mundo,
que nuestro Señor e Intercesor de la iglesia apostólica y universal tomó sobre sí mismo,
aceptándolos con amor. También yo, un indigno siervo de Jesucristo, con gran amor y
pronta voluntad, tomo sobre mí todo esto, hasta la hora de mi muerte».

Estas palabras demuestran el valiente espíritu de fe con que estos hombres y mujeres
se entregaban al Señor Jesucristo, conscientes de que podían sellar su testimonio con
la corona del martirio, tal como en verdad ocurrió con cientos de miles de ellos.

Este libro despeja también cualquier duda sobre su supuesto gnosticismo o


maniqueísmo. Ninguna traza de estas herejías aparece en él. Quizá el único pasaje
controversial es el que describe el bautismo del Señor, donde se dice que en ese acto, a
los 30 años de edad, «nuestro Señor recibió el señorío, el sumo sacerdocio, y el reino...
y fue lleno de la divinidad». Estas afirmaciones no parecen negar la divinidad del Señor
antes de su bautismo2, sino más bien enfatizar que a partir de entonces, comenzó a
manifestar esos atributos divinos, que hasta entonces permanecieron escondidos. Por lo
demás, el pasaje no afirma nada más al respecto, ya que su intención no es teológica
sino práctica. Su propósito parece ser la fundamentación del bautismo en personas
conscientes de sus actos, en oposición al bautismo de niños.

Los así llamados paulicianos representaban una fe más práctica que especulativa, más
bíblica que dogmática, que se desarrolló por fuera de las definiciones y controversias
dogmáticas de la cristiandad organizada de su tiempo. Por ello, su testimonio nos habla
más bien de un cristianismo más antiguo y original que buscó mantenerse
ardientemente fiel a las enseñanzas apostólicas sobre Cristo y su iglesia, contra todo y
a pesar de todo, hasta teñirse por completo con la sangre de sus mártires.

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.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
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El ministerio de la Palabra es como manzanas de oro en bandeja de
plata.

El ministerio de la Palabra

Christian Chen

«Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene» (Prov. 25:11).

En mi opinión, una de las mejores traducciones de este versículo es la siguiente: «Las


palabras habladas adecuadamente son como manzanas de oro en una bandeja de
plata». Nuestra carga en los siguientes mensajes es el ministerio de la Palabra – la
manera adecuada de predicar y hablar la Palabra de Dios. La Biblia dice que cuando
hablamos adecuadamente una palabra del Señor es como una manzana de oro en una
bandeja de plata.

Este mensaje es para todos, no sólo para aquellos que tienen el don para predicar o
para aquellos que son ministros de la Palabra de Dios. Es para cada uno de nosotros,
porque todos somos mensajeros de Dios.

Poseemos un mensaje para este mundo y un mensaje de los unos para los otros.
Debemos declararlo de manera muy precisa y adecuada. Una palabra que decimos de
parte del Señor debe ser anunciada adecuadamente. Cuando hablamos por nosotros
mismos podemos hablar millares de palabras de manera descuidada, pero al hablar por
el Señor debemos solamente declarar las palabras correctas y hacerlo de manera
adecuada.

Manzanas de oro en bandeja de plata

Deseamos saber cómo hablar por el Señor, porque cuando eso ocurra será como
manzanas de oro en bandeja de plata. Las manzanas de oro significan la Palabra de
Dios, pues el oro habla de su naturaleza divina. La Palabra de Dios es como esas
manzanas de oro.

Las manzanas de oro deben ser colocadas en una bandeja de plata o, en otras
palabras, en un arreglo de plata. Somos esa bandeja de plata. La plata en la Biblia
siempre simboliza la redención. Debemos ser redimidos para tornarnos un arreglo de
plata. ¡Quien aún no ha creído en el Señor no puede hablar de parte de él! ¡Eso es
imposible! Las manzanas de oro nunca serán colocadas en otro arreglo que no sea una
bandeja de plata.

Gracias al Señor, no sólo somos redimidos para ir al cielo o para tener nuestros
pecados perdonados, ni siquiera para vivir una vida santa. Fuimos redimidos para
tornarnos un arreglo de plata. Las manzanas de oro, cuando son colocadas en ese
arreglo de plata, simbolizan las palabras habladas adecuadamente. Por lo tanto, nuestra
carga es considerar delante del Señor cómo podemos hablar de parte de él la Palabra
de manera adecuada, o sea, cómo hablar la Palabra en el lugar y momento correctos,
con la actitud, el contenido y el espíritu correctos.

Las escuelas bíblicas enseñan metodologías para predicar un mensaje. De acuerdo con
sus métodos, Pablo no sería bien calificado porque uno de sus sermones fue tan largo
que un joven cayó de la ventana. Según los métodos que conocemos hoy, no se predica
un sermón muy largo. Las personas dicen: «Veinte minutos bastan». Además de eso, se
enseña que quien desea ser un buen predicador, deberá ser capaz de cautivar la
atención de la platea en los primeros cinco minutos. Si alcanza ese objetivo, entonces le
irá bien en el resto del sermón.

No solamente la introducción es importante, también lo son el desarrollo y la conclusión;


por eso también debemos prestar atención esos aspectos del mensaje. Es así como se
aprende en una escuela bíblica. Al estudiar la Palabra de Dios vemos que los sermones
de Esteban, de Pedro y de muchos otros no tienen esas tres partes.

Habiendo sido redimidos por él ¿cómo podemos presentarnos como arreglos de plata
para ser usados por el Señor? Las manzanas de oro colocadas en ese arreglo nos
hacen recordar no sólo que la palabra debe ser la adecuada, sino que esa palabra debe
ser hablada adecuadamente.

El ministerio de la Palabra

Debemos tener un concepto correcto de lo que es el Ministerio de la Palabra. En la


Iglesia tenemos el Ministerio de la Palabra. Esa expresión se encuentra en el libro de
Hechos: «...Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra» (6:4).

El pronombre nosotros se refiere a los doce apóstoles. En aquella época, los apóstoles
se dedicaban a la oración y al ministerio de la Palabra. Dedicaban sus vidas y todo su
tiempo a la oración y al ministerio de la Palabra, exactamente como en la época cuando
nuestro Señor estaba sobre la tierra.

En el milagro de la multiplicación, cuando el Señor alimentó cinco mil hombres, además


de las mujeres y los niños, él sirvió una mesa y dio un banquete en el desierto. Las
familias judías ricas, cuando ofrecían un banquete al convidado, dejaban que los siervos
recogiesen lo que sobraba y lo llevasen para sus casas.

El Señor hizo muchos milagros, y, en la mayor parte de ellos, los discípulos sólo fueron
observadores. Sin embargo, en la multiplicación de los panes y peces a los cinco mil,
los discípulos participaron. Cuando distribuyeron los alimentos, cinco mil personas
fueron saciadas. Lo que tenían en sus manos eran sólo cinco panes y dos pececitos; y
lo que hicieron fue, simplemente, pasar la comida a los demás. El Señor hizo el milagro,
pero ellos fueron participantes.
La responsabilidad de ellos era sólo pasar la comida a los otros. No conseguían
explicarlo, pero el milagro sucedió. Ellos fueron exactamente como los siervos en el día
del banquete. De acuerdo con la costumbre, los siervos debían recoger lo sobrante. La
Biblia dice que recogieron doce cestas llenas. Tales cestas no son como la pequeña
cesta que llevamos al supermercado. Cuando los judíos viajaban tenían bastante
cuidado, porque no querían tener contacto con cosas impuras. Ellos mismos cuidaban
de todos los detalles relativos al dormir. En aquellas cestas no sólo colocaban comida,
sino también paja.

La Biblia dice que fueron doce cestas llenas. Al principio eran sólo cinco panes y dos
peces, pero después de la bendición del Señor más de cinco mil fueron alimentados.

¿Será que cuanto más demos, más trabajemos, más distribuimos, más hambre
tendremos? No. Al contrario, tendremos una cesta llena. Cuanto más ministramos,
cuanto más compartimos el alimento, más seremos alimentados.

Así es la matemática espiritual: todo incremento resulta en una disminución. La


multiplicación siempre nace de una división. Cuando ellos repartieron, muchas personas
fueron alimentadas y cada uno de ellos llevó una cesta llena.

Esos doce discípulos fueron ministros y siervos al distribuir la comida. La iglesia en


Jerusalén quería que Pedro y los apóstoles continuasen haciendo lo mismo, ya que
ellos habían servido aquella mesa en el desierto. (Hechos 6:2,4).

La misión de los doce apóstoles era alimentar multitudes. Era como si estuviesen
alimentando cinco mil personas, pero no con la comida material. Se habían entregado al
ministerio de la Palabra. Esa Palabra es la Palabra de Dios y está en la mano del Señor,
que la bendijo y la dio a esos ministros para que la distribuyesen. Eso es el ministerio de
la Palabra.

Todo ministerio de la Palabra comienza con el mismo milagro. Quien desea hoy hablar
por el Señor y se entrega al ministerio de la Palabra, será traído al mismo punto de
partida. Ese es el milagro de alimentar cinco mil. Somos apenas los ministros, los
siervos de la Palabra.

Cuando nos entregamos al ministerio de la Palabra, la iglesia es multiplicada y


enriquecida. La pobreza de la iglesia hoy está exactamente en la falta del ministerio de
la Palabra. Todo lo que aprendimos fue en la escuela y fueron sólo técnicas. Pero toda
vez que entregamos la Palabra de Dios, lo que sucede es la repetición del milagro de
alimentar a cinco mil. No sólo nuestros hermanos serán alimentados, sino que nosotros
también nos sentiremos satisfechos, pues al recoger la cesta llena diremos: «No somos
nosotros. Es un milagro del Señor; es su obra». Ese es el resultado del ministerio de la
Palabra.

Dos ministerios

En la iglesia en Jerusalén había dos tipos de judíos: los judíos hebreos (que hablaban
hebreo) y los judíos griegos. Las viudas de los judíos griegos habían sido olvidadas;
había reclamos y los apóstoles tenían que resolver ese problema. Ellos dijeron: «No es
justo que nosotros dejemos la Palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues,
hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu
Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo» (Hch. 6:2-3). Ellos eran
ministros de la Palabra y tuvieron que escoger a otros para servir a las mesas.

Para servir a las mesas no debemos solamente ser buenos en administración. Pedro
dice que para que alguien sirva a las mesas primero debería tener buena reputación y
ser lleno del Espíritu Santo.

Para servir a las mesas necesitamos ser llenos del Espíritu Santo y fue precisamente lo
que sucedió. Felipe y Esteban fueron escogidos, junto a otros cinco judíos griegos. Por
lo tanto, en ese texto se encuentran los apóstoles, ministros de la Palabra de Dios, y los
siete diáconos, que debían servir a las mesas.

No todos son ministros de la Palabra. Esteban era lleno del Espíritu Santo y de
sabiduría, pero, estrictamente hablando, estaba sirviendo a las mesas y no ministrando
la Palabra.

En la iglesia encontraremos hermanos que se entregan al ministerio de la Palabra, que


son ministros. Sin embargo, no todos son ministros de la Palabra. Aunque seamos tan
buenos como Esteban y tan espirituales como Felipe, es posible que sirvamos a las
mesas y que no seamos ministros de la Palabra. Percibir esto es muy importante y lo
menciono para mantener un cuadro bien equilibrado. Algunas personas se van a los
extremos. Mientras algunos piensan que pocos tienen algo que ver con el ministerio de
la Palabra, otros piensan que todos pueden manipular la Palabra de Dios. Debemos
tener bastante cuidado.

En la Palabra de Dios encontramos el ministerio de la Palabra. El Señor levantó algunos


ministros que se entregaron al ministerio de la Palabra, tales como Tozer, Austin-
Sparks, Darby, Wesley y la hermana Penn-Lewis, para citar algunos.

Hay personas que son ministros de la Palabra, pero también hay personas como
Esteban y Felipe que son diáconos y están ocupados en servir a las mesas. Ellos
también están sirviendo al Señor. ¡No hay diferencia! Estos sirven al Señor con la
Palabra y aquellos sirven a las mesas. Toso eso forma parte del servicio en la iglesia.

De acuerdo a lo que es revelado en esta porción de la Palabra, el Señor puede hacer


algo muy interesante. Ni Esteban ni Felipe eran ministros de la Palabra. Pero los que
reciben la Palabra de Dios deben saber predicarla, aunque no sea en la misma medida
de un ministro de la Palabra como Spurgeon o Wesley.

Si fuéremos como Esteban o como Felipe, fieles en las pequeñas cosas, él nos dará
grandes cosas. El problema es que cuando somos escogidos para servir a las mesas,
pensamos que es una cosa pequeña y la despreciamos, porque todo lo que queremos
es predicar la Palabra.

Eso hoy es un problema porque muchos piensan que ser ministros de la Palabra es la
mayor gloria. ¡Están equivocados! Si servimos a las mesas como si estuviésemos
sirviendo al Señor, descubriremos que seremos colocados en una posición de honra,
tanto como un ministro de la Palabra.

Frecuentemente el Señor nos coloca a propósito en tal posición, pues desea probarnos.
Si somos fieles en las pequeñas cosas, él nos concederá grandes cosas. Muchos
luchan y pelean por tener este ministerio. Somos miembros del cuerpo de Cristo, pero
no todos los miembros son boca. Tal vez seamos nariz u ojo, pero muchas personas
son ojos y quieren ser boca. Ese es el problema. Todos saben que los ministros de la
Palabra son boca para el Señor.

Lo importante es no quedarnos diciendo: «¿Por qué los demás no permiten que yo


hable?». Porque después de tantos años, ellas le conocen bien y saben que no es boca.
Tal vez seamos buenos como mano, como ojo o como oído. Por ejemplo, podemos ver
alguna cosa que los otros no pueden. Pero si insistimos y decimos: «Quiero ser boca,
porque ser un ojo es muy poco. Quiero hablar para que los demás aplaudan»,
estaremos buscando la gloria de los hombres.

Aunque no seamos boca, pero si estuviéremos deseosos de obedecer al Señor,


diremos: «Señor, te agradezco porque después de tantos años descubrí que no soy
boca». Por otro lado, si fuéramos boca, las personas lo sabrán y conocerán nuestro
corazón y el Señor podrá usarnos para ministrar su Palabra. Es por eso que el cuerpo
de Cristo es tan importante, porque no nos conocemos.

Las personas podrán hasta invitarnos para hablar, pero si no somos ministros de la
Palabra, sólo lo harán una vez. Debemos conocernos a nosotros mismos y no esperar
que las personas se impacienten con nosotros. Algunas veces, por educación, dicen:
«Oh, qué mensaje maravilloso», pero no nos invitan más. Cuando eso sucede
descubrimos que tenemos mucho que aprender. Es así como crecemos.

Recuerde que en la iglesia están los ministros de la Palabra. Si, como Esteban y Felipe,
fuéremos fieles en las pequeñas cosas, sirviendo a las mesas, el Señor nos sorprenderá
haciendo una obra maravillosa con cada uno de nosotros.

Traducido y condensado desde el portugués.

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Septiembre - Octubre 2006
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Claves para el estudio de la Palabra.

1 y 2 Reyes

A. T. Pierson

Palabra clave: Realeza · Versículo clave: 1 Reyes 2:12; 11:13.

Estos dos libros, que también forman uno en el original, relatan el curso de la monarquía
comenzando desde su mayor gloria, pasando por la declinación y división hasta la caída
final. Bajo Salomón, la realeza llega a su cenit, teniendo el templo como su corona.
Gastos y ostentación extravagantes, esposas paganas y adoradoras de ídolos,
culminaron con la división del reino y cada una de sus partes acabó en cautiverio y
dispersión. Autor: Jeremías.

El intento de Adonías de usurpar el trono abre el primer libro, seguido de la coronación


de Salomón, y de las muertes del usurpador, de Joab y de Simei, de la destitución de
Abiatar el sacerdote y del establecimiento del reino en las manos de Salomón.

La dádiva divina de sabiduría a Salomón parece haber sido una rara combinación de
capacidad mental y sagacidad moral. A las generosas dotes, él agregó significativos
conocimientos en ciencias naturales y morales. Sabios como la reina de Sabá vinieron
de lejos para oír sus discursos y descubrieron que los hechos excedían a su fama. Sus
Proverbios eran maravillas de buen sentido y sabiduría práctica.

Gastos excesivos marcaron su reino. Además del templo, que erigió en Moriah como un
santuario de alabastro y oro, edificó un palacio con un trono de marfil y otras estructuras
caras; las ciudades, piscinas y obras públicas que construyó sobrepasaron cualquiera
otra de su tiempo. Él hizo alianzas con reinos extranjeros y mantuvo un vasto harem. El
costo de todo ese esplendor mundano fue elevado y resultó en impuestos pesados. La
murmuración del pueblo antecedió a la división del reino bajo Roboam. Judá,
parcialmente apoyado por Simeón y Benjamín, permaneció leal a la casa de David; las
otras tribus, confederadas bajo Jeroboam, hicieron de Siquem su capital, y colocaron
becerros en Dan y Betel para que el pueblo no fuese a Jerusalén para adorar.

Elías y Eliseo, los dos notables profetas del reino del norte, forman un paralelo curioso.
Elías aparece súbitamente, un profeta maduro, enfrentando a Acab con reprobación.
Hay una atmósfera sobrenatural sobre él, alimentado y guardado por medio de milagros;
sus oraciones desatan las lluvias y el fuego del cielo, al cual, finalmente, él subió en una
carroza de fuego (el único hombre, excepto Enoc, en ser trasladado). Él es como león,
fuerte, severo, un hijo del desierto, viviendo en las cavernas en Orbe, en las grietas de
Querit, o en los peñascos del Carmelo. Él entra en la ciudad con vehemente reprensión
y parte en soledad ascética. Él se viste de un manto tosco y viene como destructor de
ídolos.

Eliseo es su complemento; como una oveja, manso y humilde; habita en ciudades, es


urbano y cortés; y es visto entre los hijos de los profetas y ancianos. Él usa ropas
comunes y un cayado, es tolerante y benigno, viene para curar y ayudar. Incluso los
mismos nombres Elías (Jehová mi Dios) y Eliseo (Jehová mi Salvador) sugieren la
diferencia. Uno puede representar la ley y el otro la gracia.

Esta historia muestra la ruina que el falso liberalismo puede traer. La poligamia de
Salomón y las esposas paganas lo llevaron a admitir ritos paganos y después a
construir altares a falsos dioses contra el templo de Jehová. Esto es la adoración del
becerro, que quebrantó el segundo mandamiento, pavimentó la vía que llevó a la
adoración a Baal bajo Acab y Jezabel, que quebrantó el primero.

DIVISIONES

1. 1 Reyes caps. 1 - 11: De la coronación hasta la muerte de Salomón.


2. 1 Reyes 12 - 2 Reyes 17: De Roboam al cautiverio de Israel bajo los asirios.
3. 2 Reyes caps. 18 - 25: De Ezequías al cautiverio de Judá bajo los caldeos.

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Tomado de "Chaves para o estudo da Palabra".


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Epístola a los Filipenses.

Viendo a Cristo en la experiencia cristiana

Stephen Kaung

Lecturas: Filipenses 1:21; 2:5-8; 3:13, 14; 4:13.

La carta a los Filipenses nos muestra la profundidad del vivir cristiano. En Efesios nos
es mostrado el punto culminante de la enseñanza, y nada puede estar en una posición
más elevada que la enseñanza que nos es dada en Efesios – el eterno propósito de
Dios, el cual es Cristo Jesús.

La voluntad de Dios es que su Hijo tenga preeminencia sobre todas las cosas, que todo
converja hacia él, que él sea todo en todos. No hay una enseñanza más alta que esa. Y
cuando llegamos a la carta a los Filipenses, llegamos a las profundidades mismas del
vivir cristiano, porque está escrito: «Para mí el vivir es Cristo». ¿Puede existir una vida
más profunda que esa?

Estas dos epístolas fueron escritas por una misma persona, Pablo, lo cual nos
demuestra que la enseñanza y la vida son inseparables. Nosotros necesitamos de la
enseñanza; sin embargo, la enseñanza sin la vida es apenas una teoría. Vivir sin la
enseñanza apropiada es vivir de una manera limitada e indisciplinada. Damos gracias a
Dios, porque tenemos la carta a los Efesios y la carta a los Filipenses, una al lado de la
otra. Necesitamos de la enseñanza y de la vida.

En la carta a los Filipenses, veremos a Cristo en nuestra vida diaria, es decir, veremos a
Cristo en la experiencia cristiana. De todas las cartas escritas por el apóstol Pablo a la
iglesia, ésta es la más íntima.

Al leer Hechos 16, sabemos que Filipos fue el primer lugar en Europa donde fue
predicado el evangelio. Antes de eso, el evangelio había sido proclamado en Jerusalén,
en Samaria y en Asia. Entonces el Espíritu Santo condujo a Pablo a través del mar
Egeo, y Filipos fue el primer lugar donde el evangelio de Jesucristo fue anunciado en
Europa. Allí el Señor reunió a un grupo de creyentes en el nombre de Jesús, y en la
iglesia de Filipos se estableció una relación íntima con el apóstol Pablo.

Cuando escribió su carta a los Filipenses, habían transcurrido diez años desde que él
estuviera con ellos por primera vez. A lo largo de esos años, ellos mantuvieron una
relación muy estrecha. Ahora, Pablo estaba preso en Roma, desde donde les escribe a
aquellos a quienes amaba tan profundamente. Filipenses es, por tanto, una carta de
amor.
Aunque esta carta contenga una profunda enseñanza acerca de Cristo (por ejemplo, en
Filipenses 2), ella es básicamente un compartir de amor, una comunión. Entre todas las
cartas escritas por el apóstol, hay dos que revelan más claramente su personalidad.
Una es la 2ª carta a los Corintios, y la otra es Filipenses. En la 2ª a los Corintios, Pablo
se nos muestra como persona, y el énfasis está en la autoridad espiritual; pero en
Filipenses el acento está en el amor. Así, pues, vemos que en esta carta Pablo se
revela a los santos de Filipos, y revela asimismo el secreto de su vida como cristiano.

La vida está compuesta de experiencias. Aquello que experimentamos cada día es lo


que, en definitiva, constituirá nuestra vida. Es más que un mero saber; es un
conocimiento vivencial. El conocimiento al que se refiere la Biblia es la epignosis, que
significa un conocimiento pleno y experimental.

El conocimiento de Jesucristo no es un conocimiento teórico, especulativo; al contrario,


es pleno y experimental. Por tanto, conocer a Cristo no es simplemente acumular
informaciones con respecto a él. Conocer a Cristo es experimentarlo. Cuanto más
experimentas a Cristo, más profunda se torna tu vida cristiana.

Sabemos que, cuando Pablo escribió esta carta a los Filipenses, estaba preso en Roma
por amor del evangelio. Aunque se le permitió vivir en una casa alquilada, era vigilado
en forma permanente. Se cuenta que, mientras él estaba preso en Roma, durante las
veinticuatro horas, había un soldado de la guardia imperial encadenado a él. Nunca
tenía privacidad – los ojos del guardia estaban siempre sobre él.

Pablo estaba esperando ser juzgado por el emperador; en aquella época, era Nerón.
Nunca sabía cuando habría ocasión de tener una audiencia; tenía que aguardar cuando
el emperador se dispusiera a oírlo. Pablo permaneció allí por dos años. Todo era
incierto; no había nada definido. Él desconocía lo que iba a acontecer después de eso.
Pablo, una persona muy activa, ahora estaba confinado a su residencia; no podía viajar,
no podía salir a encontrarse con las personas. Vivía, por tanto, una vida muy restringida,
confinada.

El mismo Pablo dice que, mientras él estaba preso, todos sabían que él estaba preso,
no por haber cometido delito, sino por causa del evangelio de Cristo. Ese mismo hecho
estimuló a algunos cristianos a predicar el evangelio por amor; otros, en cambio,
predicaban por envidia. No se sabe con certeza quiénes eran estas personas. Es
probable que fuesen judaizantes, los cuales siguieron a Pablo durante toda su vida; o
quizás fuesen otras personas. Sin embargo, no importa quiénes eran ellos realmente.
Estas personas no predicaban por causa de Cristo, sino con el propósito de aumentar la
aflicción del apóstol Pablo.

Si nosotros estuviésemos viviendo en esas circunstancias, ¿cuál sería nuestra actitud?


Es probable que estaríamos abatidos por todas esas adversidades. Pablo, en cambio,
no estaba abatido. El triunfó por sobre todas ellas, y escribió una de las cartas más
alegres de la Biblia. En su carta a los Filipenses, él menciona en forma reiterada la
expresión ‘regocijaos’, y esta expresión, o palabras equivalentes, se repiten dieciséis
veces en esta breve epístola. Él estaba rebosante de gozo, y podía compartir ese
regocijo con sus hermanos filipenses.
La vida es vivida en muchas y diferentes situaciones. No vivimos en un vacío, sino que
enfrentamos diversos tipos de circunstancias. Algunas personas llegan a afirmar que
nosotros somos el producto de aquello que vivenciamos; pero, ¿es eso verdad? De
hecho, estamos más cercanos a la verdad si decimos que somos el producto de
nuestras reacciones a las situaciones.

¿Cómo reaccionamos ante nuestras circunstancias? Ellas varían con mucha frecuencia;
son como las cuatro estaciones. A veces, estamos en primavera, otras en verano, otras,
en otoño o invierno. Sin embargo, nosotros creemos que todo lo que acontece en
nuestras vidas es ordenado por Dios. Dios gobierna las situaciones y tiene dominio
sobre ellas. Es verdad que a menudo las circunstancias que nos envuelven son
causadas por el adversario, pero es Dios quien le da la autorización para ello.

Nuestro Señor Jesús dijo: «No temáis ... pues aun los cabellos de vuestra cabeza están
todos contados». Cada mañana, al peinarnos, perdemos algunos cabellos. Es probable
que nunca hayas contado cuántos cabellos cayeron y de seguro no sabes cuántos
cabellos tenías originalmente. Sin embargo, nuestro Señor Jesús dice: «Aun vuestros
cabellos están enumerados» – No sólo contados, sino enumerados. Cada cabello en tu
cabeza tiene un número, y por la mañana, cuando te peinas, tal vez hayan caído los
cabellos número 1003 y 1800. Dios sabe exactamente el número del cabello que cayó
de tu cabeza. Es un detalle muy pequeño e insignificante, algo a lo cual los hombres ni
siquiera prestan atención; mas nuestro Padre celestial está atento a todas las cosas. Tal
es el cuidado que nuestro Padre tiene para con nosotros.

El Señor dice: «¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos?». Esos pajarillos
costaban tan poco que por dos monedas podrías comprar cinco de ellos. En verdad el
dinero correspondía al precio de cuatro pajarillos, pero tú recibías cinco. O sea, el ave
extra era gratis. El Señor estaba diciendo que aquel pajarillo extra no valía nada. Sin
embargo, aun así, ni siquiera una de aquellas avecillas que nada valía podía caer en
tierra sin que Dios lo supiera. «Más valéis vosotros que muchos pajarillos». Este es el
amoroso cuidado que tiene nuestro Padre para con nosotros.

Recuerden, por tanto, que es este Padre celestial quien ordena todas nuestras
circunstancias. Sean ellas favorables o adversas, están todas bajo el control de nuestro
Padre celestial. Él nos coloca en determinadas situaciones con un único objetivo – para
que en ellas podamos conocer a Cristo. Él quiere que descubramos el secreto del vivir
cristiano. Las circunstancias son oportunidades para que aprendamos a Cristo.

Es interesante notar que dos personas pueden enfrentar situaciones semejantes y, sin
embargo, tener reacciones totalmente diferentes. Por ejemplo, Abraham y Lot. Ambos
dejaron juntos Ur de los caldeos, fueron juntos a Canaán, descendieron juntos a Egipto,
y juntos retornaron a Canaán. Enfrentaron idénticas circunstancias, ¡pero tuvieron un
final tan diferente!

Otro ejemplo es David y Saúl. Ambos enfrentaron las más diversas circunstancias, pero
Saúl fracasó en medio de la prosperidad, en tanto que David tuvo éxito en medio de la
adversidad. No pensemos que ambientes o circunstancias favorables producirán
siempre una vida calificada. No son las circunstancias las que determinan – el secreto
está en nuestras reacciones. Este es el secreto de la vida interior. Si te apropias de este
secreto, podrás encontrarte en cualquier situación, y el resultado será crecimiento, será
una experiencia más profunda de Jesucristo.

Pablo estaba en una situación muy humillante; pero los cristianos de Filipos estaban
libres. Sus circunstancias eran mucho mejores que las de Pablo. Sin embargo, ellos
estaban perturbados, porque estaban enfrentando algunos pequeños problemas. Dos
hermanas destacadas entre ellos, que amaban al Señor, de alguna manera empezaron
a disentir, haciendo que un clima desagradable envolviese a toda la asamblea. Con eso,
ellos perdieron el gozo. Ellos fueron dominados por las circunstancias; en cambio,
Pablo, estaba por sobre las circunstancias. ¿Cuál era el secreto?

El secreto de la victoria

Pablo abrió su corazón a aquellos hermanos y hermanas a quienes amaba. Él quería


decirles que, para enfrentar todas las circunstancias, había un secreto. Si ellos conocían
aquel secreto, entonces las situaciones externas perderían toda relevancia. Lo
importante es conocer ese secreto. ¿Cuál es el secreto? Pablo lo reveló: «Para mí, el
vivir es Cristo».

Pablo no dijo: «Yo soy el Cristo». Pablo tampoco dijo: «Para mí, el vivir es para Cristo».
Aunque esto último ciertamente es verdad. Nosotros vivimos para Cristo. Si no estamos
viviendo para Cristo, ¿para quién vivimos? No hay nada por lo cual valga la pena vivir.
Sin embargo, no es eso lo que Pablo está diciendo en ese versículo.

Pablo no dice: «Para mí, tengo esperanza que el vivir sea Cristo». Si él hubiese dicho
eso, estaría diciendo que esta era su esperanza, su anhelo. Pero Pablo está declarando
un hecho: «Para mí, el vivir es Cristo». Yo no soy Cristo; mas, para mí, el vivir es Cristo,
porque no soy yo, sino Cristo, quien vive en mí. La explicación para ese versículo está
en Gálatas 2:20: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me
amó y se entregó a sí mismo por mí».

Amado hermano, si tú vives por medio de tus propias fuerzas, no importa quién seas,
jamás podrás vencer a las circunstancias. Tarde o temprano, las circunstancias te
derrotarán. Puedes vivir algún tiempo basado en tus propias fuerzas, inteligencia,
sabiduría o voluntad; sin embargo, llegará un punto en que descubrirás que tus
circunstancias son mayores de lo que puedes soportar. Porque nadie es capaz de vivir
la vida cristiana en este mundo – ni siquiera Pablo.

Hay sólo una forma de enfrentar todas las situaciones, sean ellas fáciles o difíciles,
buenas o malas, prósperas o adversas, de necesidad o de abundancia. Hay sólo una
manera de vivir la vida cristiana, y esta es teniendo la revelación: «No más yo, sino
Cristo». Yo sé que no puedo vivir la vida cristiana; sé que no puedo enfrentar todas las
circunstancias en el mundo; sé que si hago esto, tarde o temprano, fracasaré. Gracias a
Dios, cuando Cristo murió en la cruz, Dios me puso en él y me crucificó con él. Pablo
reconocía ese hecho.
Hermanos, ¿saben ustedes que Dios ya pronunció su veredicto sobre ustedes, y que
ese veredicto fue cumplido hace dos mil años atrás en la cruz del Calvario? El veredicto
es que tú debes morir, porque no eres digno de vivir. Tú no puedes ser reformado,
mejorado, cambiado. Dios dice que tú estás acabado. «Yo acabé contigo en el Calvario.
Cuando Cristo murió, tú moriste en él y con él». ¿Aceptas eso? ¿O piensas que eres
demasiado bueno o demasiado poderoso para morir?

¿Tú piensas que aún puedes vivir? Si piensas así, entonces, no aceptarás este hecho.
En cambio, si reconoces que en ti, esto es, en tu carne, no mora el bien, que no hay
ninguna fuerza en ti, que no puedes hacer eso porque está fuera de tu alcance,
entonces eso es lo más natural y lo mejor que puedes hacer. Declara como Pablo:
«Estoy crucificado con Cristo, ya no vivo yo». Entonces, ¿quién está viviendo? «Es
Cristo quien vive en mí».

Esa es la razón por la cual Pablo dice: «Para mí el vivir es Cristo». Sí, estoy viviendo
algunas circunstancias; pero ya no soy yo el que vivo, es Cristo quien vive en mí. Él está
viviendo su vida a través de mí, y ninguna situación es demasiado difícil o desagradable
para Cristo. Esa es la vida de resurrección; es vida que nace de la muerte, y ella
siempre nos conduce hacia lo alto, nunca hacia abajo. «Para mí el vivir es Cristo».

Amados hermanos, ¿hemos descubierto ese secreto? Bastaría que estuviésemos


conscientes de eso, y entonces, día a día, nuestros ojos serían abiertos y podríamos
elevar nuestros corazones al Señor y decir: «Gracias, Señor, por un día más de vida.
Gracias por las circunstancias que voy a vivir en este día; pero no soy yo, sino Cristo
quien vive». Si sólo te afirmas en ese hecho cada día ¡cuán diferente sería tu vida! No
hay nada imposible para él. No mires las circunstancias, mira a Cristo, no culpes a las
circunstancias; si tienes a Cristo, las circunstancias le servirán.

«Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a
los que conforme a su propósito son llamados» (Rom. 8:28).

Se cuenta la historia de un talentoso joven llamado Agustín. Antes de ser salvo, cuando
tenía cerca de veinte años de edad, el llegó a ser maestro de Retórica, ocupando la más
alta posición como profesor en una universidad de su época. Él vivía en el libertinaje,
cometiendo muchos pecados. Pero un día, gracias a Dios, él fue salvo. Después de eso,
en cierta ocasión, mientras caminaba por una calle, oyó tras él una voz femenina
llamándole por su nombre. Él no se volvió para mirar quién era, pero finalmente la mujer
lo alcanzó, y mirándolo de frente, le dijo: «Agustín, ¿no me reconoces?». A lo cual él
respondió: «¿Con quién habla usted? Aquel Agustín que usted conoció está muerto».

Hermanos, este es el secreto: «Para mí el vivir es Cristo». No obstante, a menudo tú


podrás aún pensar: «Sí, es verdad que tengo la vida de Cristo en mí. Sé que Cristo vive
en mí. Entonces, ¿por qué aún siento que soy yo quien vive y no Cristo? ¿Cómo puedo
liberar su vida en mí? ¿Qué es lo que impide eso? ¿Existe alguna llave que abra la
puerta de modo que la vida de Cristo pueda salir en lugar de la mía?». ¡Sí! Y es por eso
que Pablo hablará con respecto a la mente de Cristo en el capítulo 2 de su carta a los
Filipenses.
La liberación de la vida

«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús» (Flp. 2:5). La
vida puede ser liberada o aprisionada a través de la mente. Es como un grifo de agua
en la casa. El estanque puede estar lleno, pero si la llave está cerrada, el agua no
saldrá. Es necesario abrir la llave para que el agua pueda salir.

Lo mismo acontece con la vida cristiana. Todos nosotros tenemos un depósito en


nuestro interior. Cristo, nuestra vida, es nuestro depósito, nuestro depósito
inescrutablemente rico y abundante. Un depósito infinitamente grande que jamás se
agotará. Hay, no obstante, sólo una cosa que impide que ese depósito derrame su
contenido; hay algo que lo cierra. Todo lo que necesitas hacer es abrir el grifo. Y este
grifo es tu mente.

Podemos entender mejor este hecho con ayuda del libro de Romanos. La carta a los
Romanos puede ser dividida en dos partes. En los capítulos 1 al 11 encontramos las
misericordias de Dios. ¡Dios ha hecho tanto por nosotros en Cristo Jesús! En verdad, lo
ha hecho todo por nosotros en Cristo Jesús. Si quieres tener perdón de tus pecados, es
en Cristo Jesús. Si quieres tener victoria sobre el poder del pecado, está en Cristo
Jesús. Si deseas vivir una vida santa, está en Cristo Jesús. Todo está en él. Dios, en
sus misericordias, te ha dado a Cristo. Este Cristo está en ti, y todas las bendiciones en
los lugares celestiales están en él y en ti.

Romanos 12 al 16, por otra parte, nos habla de la vida práctica. Después de haber
recibido todas las misericordias de Dios y tenerlas almacenadas dentro de nosotros,
entonces debemos dejarlas fluir hacia fuera, para la gloria de Dios.

Sin embargo, entre los capítulos 11 y 12 hay una etapa de transición. Todo lo que le
antecede se refiere a aquello que Dios hizo por ti en Cristo Jesús. Podemos percibir eso
al leer Romanos 12:1-2: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios,
que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad
de Dios, agradable y perfecta».

Tú tienes la vida de Cristo en ti mismo. Sin embargo, esta vida necesita ser liberada.
Pero, ¿cómo se puede hacer eso? Por la renovación de tu mente. Tal vez hayas oído la
afirmación de un filósofo griego que dijo: «El hombre es aquello que él piensa», es decir,
tu modo de pensar está muy relacionado con aquello que tú eres. ¿Con qué tienes
ocupada tu mente? ¿Qué piensas que es lo importante? ¿Cuál es tu sistema de
valores? Tu punto de vista, el modo como ves las cosas, todo eso está íntimamente
relacionado con tu forma de vida. Tú tienes una vida en ti mismo, pero, ¿cómo vas a
vivir esa vida? Eso está íntimamente relacionado con tu mente.

Amados hermanos, incluso después de haber sido salvos y haber recibido una nueva
vida en nosotros, nuestra mente aún es la mente antigua, todavía piensa del mismo
modo que piensan las personas del mundo. Nuestras mentes necesitan ser renovadas,
pero, ¿cómo se hace eso?
Dios ya lo hizo todo por nosotros al darnos a su amado Hijo, y en su vida tenemos todo
lo que necesitamos. Hay, no obstante, una cosa que Dios no hace, ni va a hacer por ti.
Sólo tú puedes presentar tu cuerpo en sacrificio vivo. Aunque Dios te haya comprado al
precio de la sangre de su amado Hijo, y tú, por derecho, le perteneces a él, Dios nunca
fuerza a nadie. Él desea un servicio voluntario.

¿Qué es un sacrificio? Es algo dado a Dios para que él lo consuma. Es por eso que el
sacrificio también es llamado alimento – alimento de Dios. Dios debe quedar satisfecho
con el sacrificio. Así, pues, hoy, aquellos que pertenecemos al Señor, debemos ser un
sacrificio vivo. Cada día que vivimos, vivimos para su satisfacción. Estamos viviendo en
esta tierra por causa de Dios, para su satisfacción, para su voluntad, para su propósito.
Lo que necesitas darle a él eres tú mismo. ¡Eso es maravilloso!

Cuando presentas tu cuerpo en sacrificio vivo para Dios, algo ocurre en tu mente. El
Espíritu Santo va a renovar tu mente de tal forma que pasarás a ver las cosas de modo
diferente. Aquello que apreciabas tanto antes, ahora pierde todo su valor, o aquellas
cosas que despreciabas, de pronto se tornarán preciosas.

Podemos entender mejor esa cuestión a través de la vida de Pablo. Antes de conocer al
Señor, Pablo se gloriaba en su linaje. Él era judío de la tribu de Benjamín, la cual nunca
se había rebelado. Había sido circuncidado al octavo día según la ley, y educado para
ser un fariseo. De acuerdo con la justicia que era según la ley, él era irreprensible. Él
dijo: «Viví como fariseo».

Sin embargo, después que Pablo entregó su vida al Señor, ¿qué aconteció? Él dijo:
«Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de
Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo
por basura, para ganar a Cristo». Eso es una mente renovada.

Nosotros necesitamos tener una mente renovada; mas, para eso, algo necesita ser
hecho – presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo. Tienes que entregarte a Dios.
Necesitas renunciar a cualquier derecho sobre tu vida, y permitir que Dios dirija tu vida,
y si lo haces así, el Espíritu Santo hará la obra de renovación de tu mente. Sólo
entonces descubrirás que el grifo está abierto.

Cuando tu mente está renovada, ¿qué ves? Veras que en ti mismo, esto es, en tu
carne, no mora bien alguno. Por tanto, Dios es justo al crucificar tu carne con Cristo. Tú
aceptas eso, y con una mente renovada, comienzas a ver que debes continuar
luchando. Cristo vive en ti. Si Cristo vivió una vida gloriosa cuando estuvo en la tierra,
¿por qué no dejarlo vivir otra vez en ti, a través de ti? La mejor cosa que puedes hacer
es dejarlo vivir a él, y la vida será liberada.

Corriendo hacia la meta

Esta vida no es estática. Es una vida en constante crecimiento, y por eso Pablo dijo: «...
no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que
queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del
supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús ... prosigo, por ver si logro asir aquello
para lo cual fui también asido por Cristo Jesús».

Esa vida es emocionante. Ella está en constante progreso para conocer a Jesucristo, «
y el poder de su resurrección y la participación de sus padecimientos, llegando a ser
semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los
muertos». Es estar continuamente ganando a Cristo, y a medida que experimentas más
de Cristo, más profunda se torna tu vida cristiana.

A menudo, utilizo una ilustración que, aunque no es muy buena, ayuda a comprender
ese punto. Cuando yo era niño, había en Shangai una carrera de cachorros galgos. Yo
nunca asistí a una de ellas, pero contaban que no se conseguía hacerlos correr si no se
les proporcionaba algo para perseguir. Por esa razón, utilizaban un conejo eléctrico.
Cuando accionaban ese conejo, todos los cachorros lo perseguían tratando de
alcanzarlo. De esa forma se lograba que los cachorros corriesen velozmente.

Algunas veces siento que nuestra vida cristiana es algo semejante. Estamos
constantemente corriendo; pero no se puede correr sin objetivos, sin una meta definida.
Entonces, aquí descubrimos que Cristo es nuestra meta. Él es no sólo la vida dentro de
nosotros, sino también algo fuera de nosotros que estamos intentando alcanzar. Lo
interesante en este caso es que, aunque nunca logremos alcanzarlo, nunca
quedaremos decepcionados. Entonces, de tiempo en tiempo, tú descubres que él
permite que lo alcances, pero, después que eso acontece, de pronto él ya corre
adelante y tú necesitas correr de nuevo.

Esa es la vida cristiana, y por esa razón Pablo dice: «...no pretendo haberlo ya
alcanzado...». Sí, él ya había alcanzado mucho, pero todavía dice: «Él está delante de
mí. Tengo que andar en pos de él, olvidando las cosas que quedaron atrás». Ese es el
vivir cristiano. Es una vida vivida por Cristo, una vida corriendo tras él – una vida
gloriosa.

El inicio del vivir en Cristo

Nuevamente preguntamos: ¿Cómo entramos en ese tipo de vida cristiana? No es un


vivir natural. Tú necesitas ser enseñado, necesitas entrar en ese modo de vivir. Pablo
dijo: «Yo fui enseñado en ese tipo de vida: sé estar satisfecho y sé pasar hambre; sé
vivir en la riqueza y sé vivir en la adversidad. Fui enseñando con respecto a estas
cosas». Y dijo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».

¿Quieres aprender a vivir de esta forma? ¿Deseas ser capaz de declarar: «Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece»? ¿Cómo? Es a través de experiencias y
circunstancias. Dios proveerá situaciones para que tú puedas aprender a vivir en Cristo
– en toda la suficiencia de Cristo.

Podemos decir que Pablo empezó a aprender esa lección en 2ª Corintios 12. Pablo
tenía un aguijón en su carne, y a menudo le oímos decir que no era un aguijón pequeño.
Esto lo debilitaba y lo avergonzaba; le era un impedimento en la predicación del
evangelio de Jesucristo, y por esa razón, él oró tres veces: «Oh, Dios, retira esta estaca.
Tú puedes hacerlo. Cambia mis circunstancias para que yo pueda ser fuerte». Sin
embargo, Dios le respondió: «Bástate mi gracia» (2 Co. 12:9a).

En lugar de retirar la estaca o cambiar las circunstancias, lo que Dios hizo fue conceder
a Pablo la gracia suficiente para que él pudiese superar las circunstancias. Es como
dice nuestro hermano Watchman Nee: «A veces, Dios puede retirar la roca, de modo
que la barca pueda navegar sin impedimento, y otras veces, él puede elevar el nivel de
las aguas, de tal forma que la barca pueda navegar sin chocar contra las rocas». En esa
situación de Pablo, descubrimos que Dios dijo: «Yo no voy a retirar la estaca, voy a
elevar el nivel del agua; bástate mi gracia». Y Pablo aprendió este secreto: «Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece».

Hermanos, no desprecien sus circunstancias. No murmuren contra ellas. No oren


siempre para que Dios cambie sus circunstancias. A veces, él hace eso, pero asuman
esas situaciones como oportunidades a través de las cuales ustedes podrán
experimentar a Cristo. Si tú aprendes a experimentar a Cristo en una determinada
circunstancia, cuando viniere la próxima, ya habrás aprendido esa lección, y serás
capaz de superarla, y pasarás a conocer a Cristo en tu vida diaria.

Esa es la carta a los Filipenses. Pablo nos comparte el secreto del vivir cristiano. Que
nosotros podamos aprenderlo.

Tomado de Vendo Cristo no Novo Testamento, Tomo III.

***
.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
...
Estudiando los Salmos con C. H. Spurgeon.

El tesoro de David (VI)

C. H. Spurgeon

Salmo 97

Así como el Salmo anterior cantaba las alabanzas del Señor en conexión con la
proclamación del Evangelio entre los gentiles, en éste se prefigura la obra poderosa del
Espíritu Santo en la sumisión de los sistemas colosales del error y derribando los dioses
idolátricos.

Salmo 98

El presente Salmo es una especie de Himno de Coronación, que proclama oficialmente


al Mesías o Monarca vencedor sobre las naciones, con el sonido de las trompetas, los
aplausos y el regocijo y celebración de los triunfos. Es un cántico singularmente osado y
vivo. Los críticos han establecido plenamente el hecho de que hay expresiones
similares en Isaías, pero no vemos fuerza en la inferencia de que, por ello, su autor
haya de ser Isaías; si nos atenemos a este principio, la mitad de los libros escritos en
lengua inglesa podrían ser atribuidos a Shakespeare.

Salmo 99

Éste puede ser llamado el Sanctus, o «El Salmo santo, santo, santo», porque la palabra
«santo» es la conclusión y el coro de las tres divisiones principales. Su tema es la
santidad del gobierno divino, la santidad del reino medianero.

«Hay tres Salmos que empiezan con las palabras «El Señor (Jehová) reina» (Salmos
93, 97, 99). Este es el tercero y último de estos Salmos; y es notable que en este Salmo
las palabras El es santo sean repetidas tres veces (versículos 3, 5, 9).

Así, este Salmo es uno de los eslabones de la cadena que conecta la primera
revelación de Dios en el Génesis con la plena manifestación de la doctrina de la bendita
Trinidad, que es revelada en la comisión del Salvador resucitado a sus apóstoles: «Id,
pues, y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo», y que prepara al fiel para unirse al aleluya celestial de la
iglesia glorificada. «Santo, santo, santo es el Señor Dios Omnipotente, el que era, el que
es, y el que ha de venir».

Los otros eslabones de esta cadena en el Antiguo Testamento son: la bendición


aarónica en Números 6:24-27, y el trisagio seráfico en Isaías 6:1-3. (Christopher
Wordsworth).

Salmo 100

«Salmo de alabanza»; o más bien, de acción de gracias. Éste es el único Salmo que
lleva esta inscripción precisa. Todo él arde de agradecida adoración, y por esta razón ha
sido uno de los predilectos del pueblo de Dios desde que fue escrito.

Este Salmo contiene una promesa del cristianismo, como el invierno a su término
contiene la promesa de la primavera. Los árboles están preparados para brotar, las
flores esperando escondidas bajo el suelo, las nubes cargadas de lluvia, el sol brilla con
fuerza; sólo el viento del sur falta para dar una nueva vida a todas las cosas. (The
Speaker’s Commentary).

Salmo 101

Éste es precisamente un Salmo que «el hombre según el corazón de Dios» redactaría
cuando estaba a punto de llegar a ser rey de Israel. Es de David por completo,
directamente, decididamente; no hay indicio de vacilación; el Señor le ha designado
para ser rey, y él lo sabe; por tanto, se propone en todas las cosas comportarse como
corresponde a un monarca a quien el mismo Señor ha escogido.

Si le llamamos el «Salmo de las resoluciones piadosas» podremos, quizá, recordarlo


más fácilmente. Después de varios Salmos de alabanza, un Salmo de práctica no sólo
ofrece variedad, sino que es muy apropiado. Nunca alabamos mejor al Señor que
cuando hacemos las cosas que son agradables a su vista.

Este es el Salmo que los antiguos expositores acostumbraban a designar «El espejo
para los magistrados»; y es, en realidad, un excelente espejo. Aceleraría muchísimo la
llegada del tiempo en que toda nación sería la posesión de Cristo y cada capital una
«ciudad del Señor» si todos los magistrados pudieran ser persuadidos de revestirse del
espíritu de este Salmo cuando van a ejecutar las funciones que corresponden a su
oficio.

Salmo 102

Este es el lamento sobre la triste situación de su país de uno que ama a su patria. Se
reviste de las aflicciones de su nación como uno que se pone un cilicio y echa ceniza
sobre su cabeza, exhibiendo con ello los motivos y causas de su pena. Tiene sus
propias quejas y enemigos personales; además, se ve afligido en su cuerpo por la
enfermedad, pero las desgracias de su pueblo le son una mayor causa de angustia, y
éstas las derrama en una lamentación patética y sincera. Sin embargo, éste que se
lamenta no lo hace sin esperanza; tiene fe en Dios y espera la resurrección de la nación
a través del favor omnipotente del Señor.

La palabra «queja» no da aquí la idea de hallar faltas o acusaciones, sino la de gemido,


lamento, como expresión de dolor, no de rebelión. Nos ayudará recordar que este
Salmo es «la queja del patriota».

Salmo 103

¡Cuántas veces cantaron este Salmo los santos de Escocia cuando celebraban la Cena
del Señor! Por ello, es especialmente conocido en nuestro país. Está relacionado
también con un caso notable ocurrido en los días de John Knox.

Elizabeth Adamson, que asistía a su predicación «porque Knox estaba más plenamente
abierto a la fuente de las misericordias de Dios que los demás», fue llevada a Cristo y al
reposo al oír este Salmo, después de sufrir una agonía del alma tal que, refiriéndose a
sus terribles dolores del cuerpo, dijo: «Diez mil años de este tormento, y diez veces más
añadidos, no son comparables con un cuarto de hora de la angustia de mi alma.»

Antes de partir pidió de nuevo este Salmo: «Fue al recibirlo que mi alma turbada
saboreó primero la misericordia de Dios, que es ahora más dulce para mí que si se me
diera posesión de todos los reinos de la tierra.» (Andrew A. Bonar).

Salmo 104

Este poema contiene todo un cosmos: mar y tierra, nubes y sol, plantas y animales, luz
y tinieblas, vida y muerte, y de todo ello se muestra que expresa la presencia del Señor.
Son evidentes en él los rastros de los seis días de la creación, y aunque no es
mencionada la creación del hombre, que fue la obra que coronó el sexto día, se da por
descontado por el hecho de que este hombre es él mismo el cantor. Es una versión
poética del Génesis.

No tenemos información sobre su autor, pero la Septuaginta lo asigna a David, y no


vemos razón alguna para atribuirlo a otro. Su espíritu, estilo y forma de escribir se
manifiestan en él, y si el Salmo ha de ser atribuido a otro, ha de ser a una mente muy
similar, y podríamos sólo sugerir al hijo de David, Salomón, el poeta predicador, cuyas
notas sobre historia natural, en los Proverbios, tienen gran semejanza con algunos de
los versículos del Salmo.

Salmo 105

Este Salmo histórico fue, evidentemente, compuesto por el rey David, porque los quince
primeros versículos del mismo fueron usados como un himno en el traslado del arca
desde la casa de Obed-edom, y leemos en 2 Crónicas 16:7: «Aquel día, David,
alabando el primero a Jehová, entregó a Asaf y a sus hermanos este canto.»

Nuestro último Salmo cantaba los capítulos iniciales del Génesis, y éste lo hace
respecto a los capítulos finales y nos conduce al Éxodo y a Números.

Nos hallamos ahora entre los Salmos largos, como en otras ocasiones habíamos estado
entre los cortos. Estas variaciones en la longitud de los poemas sagrados deberían
enseñarnos a no establecer leyes respecto a la brevedad o prolijidad de la oración o de
la alabanza.

Salmo 106

Este Salmo empieza y termina con un «¡Aleluya!» «Alabado sea el Señor». El espacio
entre estas dos exclamaciones de alabanza está lleno de tristes detalles del pecado de
Israel y la paciencia extraordinaria de Dios; y, verdaderamente, hacemos bien en
bendecir al Señor tanto al comienzo como al fin de nuestra meditación cuando el
pecado y la gracia son los temas.

Es muy probable que fuera escrito por David; en todo caso, sus versículos primero y los
dos últimos se hallan en el cántico sagrado que David entregó a Asaf cuando éste trajo
el arca del Señor (1º Crónicas 16:34-36).

Al estudiar este santo Salmo considerémonos nosotros mismos entre el antiguo pueblo
del Señor y lamentemos nuestras propias provocaciones al Altísimo, y al mismo tiempo
admiremos su infinita paciencia y adorémosle debido a la misma. Que el Espíritu Santo
lo santifique para el incremento de la humildad y de la gratitud.

Salmo 107

Este es un cántico escogido para los «redimidos de Jehová» (vers. 2). Aunque celebra
liberaciones providenciales y, por tanto, puede ser cantado por todo aquel cuya vida ha
sido preservada en tiempo de peligro, con todo, y tras esto, engrandece principalmente
al Señor por bendiciones espirituales, de las cuales los favores temporales son sólo
tipos y sombras.

El tema es la acción de gracias y los motivos de la misma. La construcción del Salmo es


altamente poética, y como mera composición sería difícil hallar otras comparables entre
las producciones humanas.

Salmo 108

Un cántico o Salmo de David. Para ser cantado jubilosamente como un himno nacional
o solemnemente como un Salmo sagrado.

Tenemos delante «El Cántico matutino del guerrero» con el cual adora a su Dios y
corrobora su corazón antes de entrar en los conflictos del día. Como el antiguo oficial
prusiano acostumbraba a orar para invocar la ayuda del «aliado augusto de su
majestad», así David apela a su Dios y levanta su bandera en nombre de Jehová.

Salmo 109

«Al músico principal»; está destinado, pues, a ser cantado, y cantado en el servicio del
Templo. Con todo, no es fácil imaginar a toda la nación cantando estas tremendas
imprecaciones. Nosotros, en todo caso, bajo la dispensación del evangelio, hallamos
muy difícil infundir en el Salmo un sentido evangélico, o un sentido incluso compatible
con el espíritu cristiano; por tanto, uno prefiere pensar que los judíos han de haber
hallado difícil cantar en un lenguaje tan extraño sin sentir estimulado el espíritu de
venganza; y el despertar este espíritu nunca puede haber sido el objeto del culto divino
en ningún período, bajo la ley o bajo el evangelio.

«Un Salmo de David»; no son, por tanto, los razonamientos de un ermitaño malicioso, o
las execraciones de un espíritu vengador y fogoso. David no quiso herir al hombre que
procuraba derramar su sangre; con frecuencia perdonaba a los que le trataban
indignamente; y, por tanto, estas palabras no se pueden leer en un sentido rencoroso,
de desquite, porque esto sería ajeno al carácter del hijo de Isaí.

La ira contra el pecado y el deseo de que los malhechores sean castigados no se opone
al espíritu del evangelio o a este amor a los enemigos que nuestro Señor mandó y del
cual dio ejemplo. Si la emoción de pronunciarlo fuera esencialmente pecaminosa,
¿cómo podía Pablo desear que el enemigo de Cristo y pervertidor del evangelio fuera
maldito?; y, especialmente, ¿cómo podía el espíritu de los santos martirizados en el
cielo clamar venganza a Dios y unirse para celebrar su ejecución final?

Sí, el resentimiento contra los malos dista mucho de ser por necesidad pecaminoso,
puesto que lo hallamos manifestado en el mismo Santo y Justo cuando en los días de
su carne miró a su alrededor a los que le escuchaban, «con enojo, agraviado por la
dureza de sus corazones»; y cuando en «el gran día de su ira» dirá a todos los
obradores de iniquidad: «Apartaos de mí, malditos» (Mt. 25:41). Benjamin Davies.
(Continuará).

Extractado de El Tesoro de David, de C. H. Spurgeon.

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Septiembre - Octubre 2006
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Los nombres de Cristo.

El Esposo

Harry Foster

Con encantadora ingenuidad, Juan, nuestro sufriente hermano y compañero, nos cuenta
cómo llegó a estar tan asombrado por la grandeza de sus visiones en la isla de Patmos
que a él le pareció bien adorar a un ser celestial, y sólo fue disuadido por la severa
reprensión del ángel en cuestión (Apocalipsis 19:10).

Esta sucesión de multitudes cantando, las trompetas, las bestias y las terribles
manifestaciones de juicio, eran suficientes para desconcertar a la mente más fuerte. No
obstante, ninguna de ellas detuvo a Juan: él enfrentó todo con firmeza y lo registró
fielmente. La visión que le hizo caer a los pies del ángel fue la verdad que debe
sobrecogernos completamente: la revelación del Señor Jesús como el Esposo. Juan el
Bautista se había referido a este aspecto de la gloria de Cristo, pero sin identificar a la
esposa (Juan 3:29). Otra vez, el Señor mismo había hablado en parábolas acerca de su
boda (Mat. 22:1, 25:6), pero no había señalado quién sería la esposa.

Pablo anhelaba persuadir a los rebeldes cristianos de Corinto (2 Co. 11:2) y buscaba
inspirar a los santos de Éfeso a la luz de este gran ‘misterio’ (Ef. 5:32). Ahora, sin
embargo, Juan vio la perspectiva vaga transformada en una impactante realidad. En
medio de los coros de alabanza celestial, él oyó que habían llegado las bodas del
Cordero, y encaró el hecho asombroso de que los pecadores justificados
proporcionarían al Esposo su esposa amada.

Juan se derrumbó. Indudablemente, grande es este misterio de la intimidad eterna de


Cristo y su iglesia. Al principio Juan no podría creer a sus ojos y oídos. El ángel tuvo
que enfatizar: «Estas son palabras verdaderas de Dios» (Ap. 19:9). ¿No era verdadera
cada palabra de esa revelación? ¿Tenía Juan algún motivo para dudar de las
expresiones angélicas que habían estado viniendo a él durante esos días de visión
celestial? ¿Por qué, entonces, la especial insistencia en que estas palabras sobre la
cena de las bodas del Cordero eran auténticamente de Dios?

Ciertamente porque la verdad es tan admirable que parece increíble y nos corta la
respiración. Si sólo los falsos reclamantes de ser la especial ‘esposa de Cristo’ y los
disputadores teológicos sobre su identidad, y el resto de nosotros que tomamos a la
ligera las verdades proféticas sin alterarnos, comprendiésemos de verdad lo que esta
boda significa –lo que significa para nosotros– caeríamos postrados tal como le ocurrió
a Juan.
Sin embargo, el punto importante no es su sentido para nosotros, sino lo que significa
para nuestro Señor. Éste deberá ser Su Día. Él lo planeó. Él sufrió y murió por este día.
Paciente y persistentemente, él prosigue su obra de santificación en la iglesia para esto
– para su propio día de bodas. Nosotros debemos sentir como Juan el Bautista;
reconociendo que nuestra parte es hallar nuestro supremo gozo en Su felicidad. Sin
duda, son bienaventurados los llamados a la cena de las bodas del Cordero, pues ellos
podrán testificar de lo que Isaías quiso decir cuando afirmó: «Verá el fruto de la aflicción
de su alma, y quedará satisfecho» (Is. 53:11).

Mil años después del día de la boda, la consorte de Cristo todavía es llamada: «la
desposada, la esposa del Cordero» (Ap. 21:9). Toda la maravilla inicial de esta la más
íntima de todas las relaciones sólo dará lugar a una siempre renovada y profunda
maravilla, con los santos viviendo y reinando con su amadísimo Esposo. Aunque nos
parezca increíble, Juan cometió de nuevo el error de intentar rendir culto a un ángel, al
parecer como efecto de esta completa visión de la ciudad que es la esposa del Cordero
(Apocalipsis 22:8).

El ángel heraldo rechazó la adoración de Juan, declarando ser un consiervo suyo y de


nosotros, los que servimos a Dios aquí en la tierra. Esto sugiere que este punto
culminante de la historia del hombre con Dios, la boda de su Hijo, es también el objetivo
del servicio celestial y terrenal. Todos los siervos de Dios han de concentrarse en el
propósito del Padre – que su Hijo halle satisfacción plena en su esposa.

Es importante subrayar que a ella se le ha concedido vestirse de justicias (Ap. 19:8).


¿Por qué el plural?1 Quizás éste es un recordatorio de que la justicia imputada dada tan
gratuitamente a los creyentes deberá ir acompañada por la apropiación y la expresión
de la justicia impartida. Nuestra preparación consiste en aprender a vivir justa y
piadosamente en este mundo presente. Ésta es nuestra primera prioridad. Si nosotros
reclamamos a Cristo como Esposo, hemos de ser diligentes en prepararnos
espiritualmente para el día de Su felicidad suprema.

De "Toward the Mark", Vol. 2, N° 5, Sep - Oct. 1973.

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¿Cuánto sabe de la Biblia?

---La Tierra Santa con su rica geografía es un asunto de conocimiento obligado para
todo lector y estudioso de la Biblia. Cuán importante es conocer la ubicación de lugares,
ríos, ciudades, montes y valles, para una correcta comprensión del registro bíblico.
---Por eso, le invitamos a revisar sus conocimientos acerca de este asunto. Responda
sin buscar ayuda. Hallará las respuestas correctas AQUÍ.

1. Río que salía desde el huerto de Edén 12. País de donde procedía la reina que
y cuyo nombre conserva hasta hoy: visitó a Salomón admirada de su
a. Hidekel b. Pisón sabiduría:
c. Eufrates d. Gihón a. Etiopía
b. Sabá
2. La primera ciudad que se menciona en c. Egipto
la Biblia fue edificada por Caín, quien la d. Persia
llamó:
a. Nínive 13. País notable por su producción de
b. Ur finas maderas:
c. Enoc a. Líbano
d. Tebas b. Ofir
c. Edom
3. Lugar donde reposó el arca de Noé al d. Filistea
finalizar el diluvio:
a. montes de Ararat 14. Lugar donde se escondió el profeta
b. el Neguev Elías, y era alimentado por unos cuervos:
c. valle de Hinom a. Sarepta
d. valle de la Sal b. monte Ebal
c. arroyo de Querit
4. Lugar donde habitaba Abraham d. Samaria
cuando fue visitado por tres personajes
celestiales: 15. Puerto hacia el cual se embarcó
a. monte de Seir Jonás, intentando huir del mandato del
b. encinar de Mamre Señor:
c. llanura de Paran a. Tiro
d. valle de Sidim b. Tarsis
c. Sidón
5. Pequeña ciudad donde Lot fue d. Seba
guardado del juicio de Dios sobre
Sodoma y Gomorra: 16. Allí empezó su predicación Juan el
a. Beerseba b. Siquem Bautista:
c. Sehón d. Zoar a. desierto de Judea
b. desierto de Gabaón
6. En el Antiguo Testamento es c. desierto de Sinaí
denominado «el Mar Grande»: d. desierto de Zin
a. el mar de Galilea
b. el mar Rojo 17. Aldea donde el Señor Jesús tenía
c. el mar Mediterráneo muy buenos amigos:
d. el mar Muerto a. Emaús
b. Nazaret
7. Río que nace a los pies del monte c. Betsaida
Hermón y desemboca en el mar Muerto: d. Betania
a. Nilo
b. Quebar 18. El Señor Jesús sanó a un paralítico
c. Escol junto al:
d. Jordán a. estanque de Siloé
b. estanque de Betesda
8. Ciudad que el Señor entregó c. estanque de Gabaón
milagrosamente en poder de los israelitas d. pozo de Jacob
a su arribo a la Tierra Prometida:
a. Jericó 19. Ciudades impenitentes a las cuales el
b. Hai Señor reprende con ‘ayes’:
c. Salem a. Tiro y Sidón
d. Gilgal b. Capernaum y Nazaret
c. Gadara y Magdala
9. Rut, la esposa de Booz, no era d. Corazín y Betsaida
israelita, sino gentil; ella procedía de:
a. Egipto 20. Isla en la cual Pablo y sus
b. Moab acompañantes hallaron refugio después
c. Babilonia del naufragio del barco que les llevaba a
d. Etiopía Roma:
a. Malta
10. Lugar de refugio de David y sus b. Creta
hombres: c. Patmos
a. viña de Nabot d. Sicilia
b. valle de Sinar
c. cueva de Adulam 21. Escenario de la última batalla que
d. Siria aparece en la Biblia, conocido también
como el valle de Meguido:
11. Lugar donde David perdona la vida a a. Sidim
Saúl: b. Jerusalén
a. monte de Gilboa c. Armagedón
b. valle de Ajalón d. Laodicea
c. valle de Acor
d. desierto de En-gadi
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Preguntas y respuestas

En Lucas 16 tenemos la historia de un hombre rico y de Lázaro.


¿Pereció el rico porque había recibido cosas buenas en esta vida,
en tanto que Lázaro fue salvado porque había recibido cosas malas en su
vida,
o bien se trata de otra cosa?

Algunos sostienen que el rico pereció porque había gozado de cosas buenas en su vida,
en tanto que Lázaro se salvó sólo porque sólo había sufrido males. Basan su conclusión
en las palabras dirigidas por Abraham al rico, registradas en Lucas 16:25. ¿Es así?

En verdad, en el verso 25 Abraham estaba meramente comparando las condiciones


respectivas del rico y de Lázaro después de la muerte de uno y otro. Es sólo en el
versículo 29 que se nos da la razón básica para la perdición y la salvación. Tomemos
nota cuidadosa de ello. «Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen, óiganlos».
Esto revela que el rico pereció porque no había oído a Moisés y a los profetas, en tanto
que Lázaro fue salvado porque había oído a Moisés y a los profetas.

¿Cuáles son las palabras de Moisés y los profetas? Después de su resurrección, el


Señor tuvo una conversación con dos discípulos camino de Emaús; y Lucas, en 24:27,
hace el siguiente comentario: «Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los
profetas», el Señor Jesús «les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían». Y
la misma noche apareció a sus discípulos en Jerusalén y les dijo: Estas son las palabras
que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo
que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les
abrió el entendimiento, para que se cumpliesen las Escrituras; y les dijo: Así está
escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer
día».

Según esto, las palabras de Moisés y los profetas significan todas las palabras dichas
con referencia al Señor Jesús. El rico pereció porque no había aceptado al Salvador que
había muerto y había resucitado de los muertos por él, en tanto que Lázaro fue salvo
porque había aceptado al Salvador.

Dios ya nos ha dado la Biblia. Por tanto, nosotros tenemos las palabras de la Escritura
para que las creamos: Él no va a enviar a otro, levantado de los muertos, para que nos
predique el evangelio.

Él tiene tanta longanimidad y no castiga al punto al que lo merece, que no manda sus
rayos para que destruyan al que le ofende. Los hombres siguen blasfemando a Dios y
no reciben el castigo inmediato de él.
Dios no ha dispuesto las estrellas en el cielo de manera que proclamen de modo
explícito la verdad de su existencia o el pecado de la humanidad; no hace uso de
formas espectaculares para probarse a sí mismo; simplemente quiere que los hombres
crean en su palabra.

«Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se


levantare de los muertos» (Lc. 16:31). Aquí se nos da una revelación, que es: que si la
gente no cree en Moisés y los profetas, no se persuadirá aunque alguno se levante de
los muertos. El que no acepta el testimonio de la Biblia no va a creer aunque alguien se
levante de los muertos.

(Preguntas vitales sobre el Evangelio, Watchman Nee).

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Una visión científico-bíblica de la longevidad humana.

Límites de la vida humana

Ricardo Bravo

La longevidad de los seres humanos ha variado considerablemente en los últimos 400


años. Si miramos a la Europa de los alrededores de 1600, el promedio de vida no
superaba los 30 años, mientras que en el siglo veinte, el ciclo de vida del hombre
aumentó a más del doble, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Por ejemplo en EE. UU., se pasó desde una expectativa promedio de vida de 50 años
en los inicios del siglo XX, a un promedio de 77 años a comienzos del siglo XXI,
esperándose que ésta se incremente hasta los 85 años en el 2125 (Roberts &
Rosenberg. 2006).

La OMS predice que si ahora hay en el mundo 380.000 personas que han sobrepasado
la frontera de los 100 años, dentro de cincuenta años serán más de 3 millones los que
alcancen una longevidad igual. Este tema de la longevidad tiene actualmente una
relevancia crucial en la ciencia, siendo abordado con múltiples líneas de investigación.

Teorías sobre la longevidad

Los científicos llevan años debatiendo sobre la longevidad humana y el proceso del
envejecimiento. Enormes cifras de dinero se gastan en investigación en laboratorios de
países desarrollados sobre este tema. Los factores involucrados son variados,
destacando los genéticos, ambientales y la calidad de vida (alimentación y ejercicio
físico).

Desde mediados del siglo pasado han surgido teorías acerca de cómo llegamos a
envejecer. Una de las primeras fue la teoría nerviosa, la cual señala que este proceso
ocurre desde el nacimiento, debido a la muerte de células nerviosas que en su mayoría
no se reproducen. Una segunda teoría es la de las mutaciones; esta se basa en las
alteraciones que experimenta el ADN de nuestras células a lo largo de la vida, y que
dependiendo del ambiente más o menos contaminado en que nos haya tocado vivir, o
del tiempo que hayamos sido expuestos a algún tipo de radiación ionizante, habrá más
o menos mutaciones en nuestras moléculas de ADN. El ADN es el que tiene la
información clave del ser vivo, ya sea para regenerar células y tejidos que se van
dañando, o para producir moléculas importantes para la célula.

Recientemente han surgido teorías un poco más complejas, como la de los radicales
libres; moléculas que se generan continuamente en nuestro organismo como resultado
del metabolismo celular. Estas moléculas tienden a reaccionar con otras moléculas y
dañarlas. Entre las víctimas de estos radicales libres están el ADN, las proteínas y los
lípidos, es decir, las estructuras vitales de las células. Como resultado, se producen
enfermedades asociadas con la edad como el Alzheimer, la arteriosclerosis, o con
desórdenes en el funcionamiento celular como el cáncer. Algunos estudios indican que
una dieta rica en sustancias antioxidantes (vitaminas E, C), presentes en frutas y
verduras, podrían retardar el envejecimiento y algunas enfermedades que se le asocian.
Se ha comprobado además que las dietas pobres en calorías disminuyen la generación
de radicales libres con los consiguientes beneficios sobre la longevidad.

Los años y los telómeros

Pero sin duda, la teoría que ha suscitado la mayor atención de los biólogos moleculares,
con una profusa investigación de excelente calidad, es aquella referida a unas
importantes estructuras ubicadas muy al interior de las células, las que se denominan
telómeros (Zakian 1995, Chong et al. 1995, De Lange 1998, Vogel 2000, Sinclair &
Guarente 2006). Los telómeros protegen los extremos de los 46 cromosomas que están
en el núcleo de nuestras células, en donde se encuentran los genes con su valioso ADN.

Para entender mejor la forma y función de esta pequeñísima estructura, se ha hecho


una analogía muy práctica entre un cromosoma con sus telómeros en los extremos y un
cordón de zapato con sus trozos plásticos en las puntas. En ambos casos las
protecciones de las puntas evitan que se desintegre el cromosoma o que se deshilache
el cordón. Los telómeros al mantener íntegro el cromosoma, permiten que éste posibilite
una división celular adecuada. Si no hay división celular, no se pueden reponer los
millones de células que se pierden constantemente en nuestro tubo digestivo o en
nuestro sistema sanguíneo, por ejemplo.

Hace unos años se descubrió que con cada nueva división celular, se perdía una
pequeña fracción de estas secuencias protectoras o telómeros. Así los telómeros se van
acortando con cada división de las células hasta que llega un momento en que ya no
pueden mantener la estabilidad de los cromosomas y la célula muere. Por esto las
células de una persona adulta tienen menor capacidad para dividirse que las células de
una persona joven.

De este modo los telómeros controlan el envejecimiento, funcionando como un reloj de


la división celular, y jugando un rol fisiológico fundamental en la mantención de
diferentes procesos malignos. Por ello, algunos científicos creen que durante la vejez,
aumenta la vulnerabilidad a las enfermedades y a la muerte, debido a que las mismas
células se encuentran ya en el límite de sus posibilidades, con sus telómeros muy
reducidos. Pero curiosamente, este mecanismo no funciona así en algunas células
como las embrionarias o las cancerosas, las cuales se dividen sin límites,
convirtiéndolas en células prácticamente «inmortales» (King et al. 1994, Shay 1998,
Pérez et al. 2002). Ello da pie a pensar que las otras células del cuerpo pudieran tener o
haber tenido una capacidad similar de reproducción y con ello, permitir una longevidad
al ser humano mucho mayor.

El envejecimiento humano actual se nota muy claramente en la piel, en el debilitamiento


de la musculatura corporal y en la atrofia de cartílagos y huesos, pero los numerosos
estudios realizados apuntan a que los responsables últimos de estos procesos de
deterioro son los telómeros cromosómicos. Esto último ha abierto una importante línea
de investigación científica por medio de la cual se espera dentro de pocos años utilizar
medicamentos que controlen la longitud e integridad de los telómeros y con ello, tratar
distintas enfermedades. Por ejemplo, la artrosis podría ser controlada por medio de
sustancias potenciadoras de la enzima telomerasa, restituyendo la actividad
reproductora de las células, en tanto que para frenar el cáncer, cuyas células se
reproducen sin control, se utilizarían inhibidores de la telomerasa para que dejaran de
reproducirse y de este modo, ya no formen tumores.

Si se llegaran a controlar en forma adecuada algunas de las variables que influyen en la


longevidad (factores genéticos, radicales libres, telómeros), la esperanza máxima de
vida a la que podría aspirar un ser humano, aumentaría considerablemente. De acuerdo
al registro Guinness, la persona más longeva que ha vivido hasta la fecha, y de la cual
se tiene su registro oficial de nacimiento, ha sido la francesa Jeanne-Louise Calment,
quien alcanzó a vivir 122 años y 164 días (1875-1997).

Curiosamente, esta edad coincide con el registro bíblico, el cual señala que son 120
años la edad máxima a la que podría llegar una persona (Génesis 6:3), aunque en
promedio, el Salmo 90 declara que la vida del hombre es 70 años. Por cierto que la
edad máxima de Génesis, Dios la establece después de concluir que el aumento de la
población humana traía consigo un aumento también de la maldad. Antes de esta etapa,
en los albores de la humanidad, las personas podían vivir hasta 8 veces más de lo que
vivió la francesa Jeanne-Louise Calment, quien tiene el récord de longevidad. ¿Suena
irracional esto de vivir 900 años?.

¿Edad literal o simbólica?

Con cierta frecuencia la Biblia es denostada porque ciertos pasajes se refieren a temas
que parecen inverosímiles o que no se ajustan al conocimiento científico vigente,
aunque muchas veces no se hace el esfuerzo por relacionar ciertos hallazgos de la
ciencia con relatos bíblicos que han sido estigmatizados en otro tiempo, y por tanto, han
quedado marcados con una etiqueta de absurdos. En Génesis se señala que antes del
diluvio, las edades a las que podían llegar las personas eran varias veces más de las
que podemos alcanzar en la actualidad. Allí se registra que Adán murió a los 930 años
(Génesis 5:5), que Set vivió hasta los 912 años (5:8) y Matusalén (el más longevo de
esa época) alcanzó hasta los 969 años de edad (Génesis 5:27).

Es cierto que a primera vista, y con nuestra experiencia del ciclo de vida actual, resulta
difícil aceptar estas enormes edades para el ser humano: es como vivir un promedio de
8 vidas respecto a lo que vivimos hoy. Se ha escrito bastante al respecto, sin embargo
todos los esfuerzos que se han hecho para explicar esta gran longevidad de manera
distinta a la forma literal en que se señala en La Biblia, han fracasado. Se ha dicho, por
ejemplo, que un año equivaldría a un mes o a tres meses (Siculus 1985), porque se
habría usado el ciclo lunar para establecer las edades.

Este argumento se desarma por varias razones, pero sólo dos de ellas bastan para
desecharlo. En primer lugar, al rebajar la edad de este modo, varias personas de esa
época terminan siendo padres con edades infantiles; por ejemplo si dividimos por 12 (1
año = 1mes), Enoc, habría engendrado a Matusalén entre los 5 y 6 años de edad
(Génesis 5:21), Set, habría sido padre de Enos con alrededor de 9 años de edad
(Génesis 5:6). En segundo lugar, el término «año» nunca es usado en función del ciclo
lunar en el Antiguo Testamento.

Otro argumento en contra de una interpretación literal de los años en Génesis 5, ha sido
que el registro bíblico no representaría edades personales sino dinastías o líneas
familiares (Borland 1990). Pero esta teoría se derrumba cuando descubrimos relatos
bíblicos de encuentros y relatos personales entre padres e hijos como es el caso de
Génesis 5:32; «y siendo Noé de 500 años, engendró a Sem, a Cam, y a Jafet», y
posteriormente aparecen coexistiendo dentro del arca en Génesis 7:13; «en este mismo
día entraron Noé, y Sem, Cam y Jafet, hijos de Noé.....».

Tampoco concuerda esta postura con otros pasajes tales como Hebreos 11:5,7, en
donde se hace referencia a las personas (Enoc y Noé en este caso) y no a sus clanes o
familias.
Se ha dicho también que la visión de tiempo hebrea en el periodo que se gestan los
hechos señalados en Génesis (más de 2000 años A. C.), se basaba en el sistema de
numeración sexagesimal sumerio o babilónico (de donde provienen las unidades del
tiempo, por ejemplo), y no en el sistema con base decimal, que habrían adoptado
después, cuando Abraham, luego de abandonar Mesopotamia, habitó Palestina, donde
él y sus descendientes entraron en contacto con los egipcios, quienes usaban el
sistema decimal (Hill 2003).

El resultado de la larga edad de los patriarcas, según esta propuesta, sería simbólica y
no literal, en donde se ha de hacer una rebuscada multiplicación y suma de la edad
cronológica de la persona con números considerados preferidos (el 3 y 7 por ejemplo).
Esta laberíntica y subjetiva propuesta ha sido cuestionada al hacerse los cálculos con
algunas edades. Por ejemplo, la edad de Lamec (Génesis 5:31), sube de 777 años de
acuerdo al registro bíblico, a 3333 años, al convertirlo a la notación numérica con base 6
(Godfrey 2005). Además, se ha de tener en cuenta que el escritor de Génesis fue
Moisés, formado con los más altos estándares de la cultura egipcia, teniendo por tanto
el sistema decimal como base numérica.

Otras críticas apuntan generalmente a que no existen evidencias científicas para


corroborarlo. Sin embargo, la enorme cantidad de estudios realizados sobre genética y
reproducción celular, algunos de los cuales han sido citados a propósito en este artículo,
aportan evidencias más que suficientes para replantear la veracidad literal del relato
bíblico. Por ejemplo, el rol que cumplen los telómeros en la división celular, el cual está
estrechamente ligado con la longevidad del ser humano, y corroborado por las células
embrionarias y cancerosas que se dividen casi sin limitaciones. Esta capacidad enorme
de reproducción celular bien pudo haberle ocurrido no sólo a algunas sino también a las
demás células del organismo al inicio.

Nos sobra ADN

Otros interesantes trabajos realizados en la Universidad de Glasgow, en el Reino Unido


(Monaghan and Metcalfe, 2000, 2001), han descubierto una relación significativa entre
la longevidad de un organismo y el tamaño del genoma (conjunto de ADN que guarda la
información para «construir» el organismo entero). Son estudios complejos que han de
aclarar aún varias dudas, pero que ya han arrojado importantes resultados. Estos
trabajos analizaron la variación entre el tamaño del genoma y la longevidad en 67
especies de aves y encontraron que las aves con genomas más largos viven más
tiempo que aquellas aves en que su genoma es más corto. ¿Qué relación tiene esto con
nuestro genoma? Tiene una importante relación a la luz de los resultados de un enorme
y largo estudio conocido como «Proyecto Genoma Humano». Este estudio ha mostrado
que los humanos tenemos un genoma muy extenso, sin embargo el ADN activo o útil de
nuestras células es sólo de un 3% (Glad 2006). Es decir, existe un 97 % de nuestro
ADN que esta inactivo o que no codifica (hablando en lenguaje genético), el cual
engloba diversos tipos de secuencias, tanto únicas como repetidas.

¿Para qué sirve esta gran cantidad de genoma inactivo? La ciencia no lo tiene claro. Lo
cierto es que el informe científico sobre el desciframiento del genoma humano, en
particular sobre este ADN inactivo, está repleto de términos como «misterioso»,
«función desconocida», «enigma no resuelto» (Murphy et al., 2001). A este ADN de
función desconocida se le llamó en principio ADN selfish (egoísta) y luego, con el
avance de las investigaciones, y el tal vez aumento de la frustración por no llegar a
comprender su función, se le ha llamado ADN «junk» (desperdicio o chatarra).

¿Tiene sentido biológico que la mayor parte de nuestro ADN sea desperdicio? Tal vez
habría que formular la pregunta de otra forma. Este enorme ADN que está hoy inactivo
en nuestras células, ¿pudo alguna vez ser funcional, en cierta etapa de la historia
humana en que las células pudieran haberlo ocupado, por ejemplo para codificar
proteínas y prolongar la vida del hombre mucho más tiempo de lo que vive ahora?
Algunos biólogos evolutivos podrán plantear diversas hipótesis al respecto, pero creo
que también es perfectamente válido plantear la hipótesis que esa gran cantidad de
ADN pudo utilizarse en un porcentaje mucho mayor alguna vez en la historia biológica
humana, para posibilitar una longevidad varias veces superior a la actual; ateniéndose
estrictamente a la evidencia científica.

Si los biólogos moleculares dentro de poco podrán regular la longevidad humana a


través del control de la reproducción celular, ¿habrá podido el Autor de la vida en la
tierra, condicionar una larga vida primero a sus criaturas y luego dejarla delimitada por
medio de estos factores que hemos visto? (telómeros y longitud del genoma), porque
éstas no respondieron a su plan primigenio de morar con el hombre en comunión
largamente. El Señor nos recuerda en Isaías cual es el propósito por el cual Él creó a
los que debían ser su pueblo, «....Para gloria mía los he creado, los formé y los
hice» (43:7); Contrariamente, sus criaturas sólo deseaban separarse de su Creador y
practicar lo malo, por lo que Dios antes del diluvio muestra su desencanto con ellas, y
pensó eliminar de la tierra al género humano (Génesis 6:7), pero Noé halla gracia antes
los ojos del Señor, quien decide darle al hombre una nueva oportunidad (Génesis 6:8).

El Señor dio muestras, en la Biblia, de regular la cantidad de años de sus hijos en


función de si éstos son o no obedientes a sus mandatos. Una importante proposición de
prolongación de la vida humana en la tierra, está establecida como mandamiento desde
el inicio de la relación entre Dios y aquél que será su pueblo. Se trata de una poderosa
promesa en los momentos en que se establece el pacto de Dios con el pueblo hebreo,
luego de su liberación de Egipto. Leemos en Éxodo 20: 12: «Honra a tu padre y a tu
madre para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová, tu Dios, te da». Con esto
el Señor nos señala en forma categórica, que la longitud de la vida humana está bajo su
control, por encima de factores tales como la genética u otros, los que quedan
relegados a segundo plano.

El freno de la vida

El Señor enuncia en Génesis 6:3, 5 que el ser humano continuamente mostraba


inclinación al mal, por consiguiente perdía sentido el que viviese tanto tiempo, y por ello
modifica su plan original, disminuyendo la edad del hombre hasta un máximo de 120
años. Además de las probables modificaciones biológicas a nivel celular y molecular
(ADN) que habrían acortado la vida, algunos cambios ambientales importantes
ocurridos después del diluvio pudieron haber afectado también la longevidad humana.
Las condiciones atmosféricas prediluvianas habrían sido muy diferentes a las actuales,
debido a que la atmósfera tenía incorporada una gran cantidad de agua, seguramente
en forma de vapor (Gén. 1:6-8), la cual actuaba como un filtro natural ante ciertas
radiaciones cósmicas y solares dañinas que limitan fuertemente la vida. Esta capa de
agua atmosférica habría precipitado durante el diluvio (Gén. 7:11-12), dejando a los
organismos vivos sobre la superficie terrestre más expuestos a mutaciones y daño
celular por radiación.

El hecho de que esté tan marcadamente expuesta la fecha de muerte en varias partes
del capítulo 5 de Génesis, sugiere que Moisés al escribirlo, fue especialmente dirigido
así por Dios, para que pudiésemos hacer la diferencia entre las dos etapas de la historia
humana en la tierra. Una en los inicios, con el primer plan de Dios, en que el hombre
viviría por muchos años, incluso después de la caída de Adán y Eva en desobediencia;
y otra, en una segunda etapa, la que producto de la enorme multiplicación de la maldad
humana, el Señor decide disminuir los años de vida del hombre a alrededor de un 10%
de la edad considerada originalmente, cambiando incluso sus hábitos alimentarios de
vegetariano, a incluir en la dieta alimento animal (Génesis 9:3).

Esto último también trajo una serie de consecuencias nefastas para su salud, como el
aumento de radicales libres dañinos, acortando con ello su vida y acarreando otras
importantes alteraciones en la naturaleza creada inicialmente perfecta por Dios, pero
desvirtuada por el hombre, las cuales se expresan claramente en la ecología y zoología
actuales (Bravo 2005).

Edad milenaria restaurada

Las importantes evidencias provenientes de la biología molecular, en el sentido de que


puede existir una biología distinta respecto al funcionamiento celular y la longevidad
humana, apuntan a otorgarle credibilidad literal a las largas edades vividas por personas
antes del diluvio, reseñadas en la Biblia. Sin embargo, tan o más importante aún, es el
hecho que al enfatizarse vez tras vez en Génesis 5 los largos años de vida del hombre
al comienzo, permite relacionar el propósito inicial del Señor de vivir en armonía en la
tierra con su criatura especial por largo tiempo, con su promesa apocalíptica de retomar
este propósito primigenio de reinar con el hombre, ahora restaurado por el sacrificio de
Cristo, en la era milenial descrita en Apocalipsis 20. Si se recuerda que Matusalén vivió
cerca de un milenio, tiene mucho sentido el paralelo de estos párrafos bíblicos de inicio
y final de la Escritura.

Bibliografía
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.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
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Cuando la palabra de salvación alcanza a un hombre, Dios continúa
ese plan a través de su familia.

Como saeta en manos del Valiente

Cynthia Alvarez

Dios Padre, desde el comienzo, traza un plan de redención sobre su creación caída y
apartada de él. Cuando la palabra de salvación alcanza a un hombre, Dios continúa ese
plan a través de su familia. Dios no termina su obra con la primera generación, sino que
continúa a través de ellas, pues Dios trasciende su plan de generación en generación,
hasta el cumplimiento perfecto de su voluntad. De modo que, tanto padres, como hijos y
nietos, estamos involucrados en llevar a cabo el sentir de Dios para el tiempo que nos
toca vivir. Dios expresó su voluntad en su Hijo.

¿Cuántos de ustedes se sienten separados de la fe de sus padres, o piensan que no


tienen nada que realizar en el plan de Dios?

Una joven llamada María

Quiero, a partir de una joven llamada María, contarles lo que Dios hizo, está haciendo y
hará con cada hijo de creyentes que se pone en las manos de Dios. En un mundo tan
cambiante, él sigue manteniendo incólume su propósito eterno.

En el tiempo antiguo, Dios prometió la venida de un Redentor. Sus profetas lo


anunciaron generación tras generación. Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo,
Dios miró desde los cielos y halló una mujer, una mujer en cuyo cuerpo se formó este
Redentor tan ansiado y esperado (Gál. 4:4).

En Lucas 1:26 dice que el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen, para
comunicarle lo que sería el inicio de la salvación del mundo. Le dice: «¡Salve, muy
favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres». Cuando ella lo vio, no
entendía nada, y se preguntó: «¿Qué significa este saludo?». El ángel continuó
diciendo: «Has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu vientre, y darás a luz
un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo,
y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob
para siempre, y su reino no tendrá fin». «¿Cómo será esto?» dice María, «pues no
conozco varón». El ángel respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el Santo ser que nacerá, será llamado Hijo
de Dios». Entonces María dijo: «He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme
a tu palabra».
Desde ese día, María sufrió momentos muy especiales y difíciles. Junto a José tuvo que
viajar a Belén para ser censados (Lucas 2); su avanzado embarazo sufrió las
inclemencias del viaje pues no contaban con las comodidades que tenemos hoy. Debe
haber sido un viaje durísimo, con dolores y molestias típicas de un embarazo, pero lo
más probable es que ella se fortalecía en lo dicho por el ángel. «El Santo ser que
nacerá será llamado Hijo de Dios», y continuó su viaje. Llegando a Belén no hubo lugar
para ellos en el mesón, y, acomodándose en un establo, acogió a su hijo todavía en su
vientre con dolores de parto, pensando: «Dentro de mi vientre está el Hijo de Dios».

Otras madres también han concebido hijos para Dios

Así, muchas madres cristianas a través de las generaciones han concebido a sus hijos.
Muchas de sus madres les han concebido en esta pasión. En dificultades, escasez y
enfermedad, se han fortalecido en la fe, pensando: «Dentro de mí hay un hijo de Dios,
que viene a dar cumplimiento a la voluntad de Dios». Ellas han padecido situaciones
extremas para que ustedes, los hijos de hoy, sean lo que Dios les ha prometido, y den
cumplimiento al propósito por el cual Dios les ha traído.

Tal como el Hijo amado leyó en la sinagoga de Nazaret, diciendo: «El Espíritu del Señor
está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha
enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, y
vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del
Señor» (Lc. 4:18)

¿Alguno de ustedes puede tener tanta arrogancia en el corazón, como para pensar: «Yo
no tengo nada que ver con la fe de mis padres»? ¿Puede ser tan miope como para no
darse cuenta de que Dios ha estado presente transversalmente desde su concepción?
Dios tiene un propósito que cumplir contigo en esta generación. Dios necesita sembrar a
sus hijos a través de todo el mundo para libertar a esta creación caída que clama por su
Redentor.

El Señor no va a mandar ángeles a libertarles; él te necesita a ti. A sus hijos grandes y


pequeños, con muchas capacidades o con pocas capacidades, pero sus hijos... sus
santos hijos.

Mientras el enemigo dice de este mundo: «Perseguiré, apresaré, repartiré despojos, mi


alma se saciará de ellos. Sacaré mi espada, los destruirá mi mano…» (Éx. 15:9), Dios
quiere usarte a ti para que escapen de su lazo, al anunciar libertad a los cautivos, el año
agradable del Señor... anunciar a Cristo nuestro Señor.

Saetas en mano del Valiente

El Salmo 127:3-5 dice de ustedes: «He aquí, herencia de Jehová son los hijos. Cosa de
estima el fruto del vientre. Como saeta en mano del valiente, así son los hijos habidos
en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos. No será
avergonzado cuando hable con los enemigos en la puerta».

Este salmo frecuentemente se lee cada vez que se presenta un hijo al Señor. En esta
bendita acción de fe, los padres de ustedes les dedicaron al Señor para que se cumpla
su propósito en ustedes. Allí se nos dice que ustedes son la herencia de Dios, que la
concepción de ustedes es de un precioso valor. Son como saetas en manos del
valiente. Es decir, hijos con propósito, hijos con destino en manos de un valiente.

¿Quién es un valiente? ¿El que huye de la batalla? ¿El que va al medio, o al final de los
escuadrones? ¿O más bien el que va al frente, el que arriesga, el que lo deja todo, el
que entrega su vida. Lo opuesto a un valiente es, sin duda, el cobarde, aquel al que
llaman y dice: «No, yo no». El que siempre tiene excusas, buenas excusas.

Gracias a Dios, hubo Uno que fue valiente en extremo y dijo: «Yo, yo iré, Padre;
envíame a mí». Tal vez se le dijo: «Te van a escupir, te maldecirán, te escarnecerán, te
abandonarán». «No importa, Padre, envíame a mí».

«El Valiente», sin duda, es Jesús. Es Jesucristo el Señor, quien asume las demandas
de Dios. Y ahora nosotros somos saetas en manos de Jesús. Ustedes son flechas en
manos del Valiente. Él es el Valiente, que en el poder de Dios va adelante en la batalla,
con su aljaba llena de hijos, hijos del Padre, buscando el blanco perfecto donde enviar a
los suyos.

En Isaías 49:1b-3 dice: «Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi
madre tuvo mi nombre en memoria. Y puso mi boca como espada aguda, me cubrió con
la sombra de su mano (igual que a María), y me puso por saeta bruñida, me guardó en
Su aljaba, y me dijo: Mi siervo eres… porque en ti me glorificaré».

Cristo fue la primera flecha del Padre, concebida por el Espíritu Santo, ungida por Dios
para dar buenas nuevas, para predicar el año agradable del Señor. Luego nosotros, en
las manos del Valiente –hijos en el Hijo– tenemos la misma unción del Santo,
preparados en el carcaj del Padre para dar un blanco certero, para ser enviados a
donde el Padre ha puesto su mirada.

Cada uno puede pensar y recordar momentos de su vida cuando ha sido una lanza en
Su mano. Yo puedo recordar en forma especial hace algunos años atrás, cuando Dios
hizo blanco sobres dos vidas que le reconocieron y le aman, y siguen hasta hoy junto a
sus esposos e hijos. Dios anhela que nos pongamos en sus manos como flechas
dispuestas a hacer un blanco perfecto sobre otros que están siendo literalmente
devorados por el maligno. Deja ya de mirarte, y mira a tu alrededor para ver cuántos hay
que Le necesitan. Es Cristo en ti, el que quiere libertar a este mundo de la esclavitud a
la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Dios quiere que creas y digas junto a Jesús: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por
cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado a sanar a los
quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, vista a los ciegos:a poner
en libertad a los oprimidos, a predicar el año agradable del Señor ... Como saeta en
mano del Valiente». ¡Amén!

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Septiembre - Octubre 2006
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Una de las mayores necesidades en medio de las iglesias hoy es
fortalecer la vida familiar. ¿Cómo fueron los hogares de los grandes
hombres y mujeres de Dios del pasado?

La vida hogareña de Andrew Murray

D. Kenaston

Mientras uno se sumerge en la vida de Andrés Murray leyendo sus biografías, se da


cuenta inmediatamente que está en un lugar valioso. Vemos una fuente de gracia tan
bella y diversa fluyendo sobre este vaso.

El nombre de Andrés Murray es tan conocido que muchos hogares cristianos en el


mundo ya lo conocen. Su influencia no se puede medir antes que venga la eternidad.
Fue un marido fiel, y un padre piadoso de ocho hijos. Misionero, pastor, administrador,
predicador y autor, fueron algunas de sus ocupaciones en el servicio al Señor y a su
pueblo durante sus 88 años. Por medio de sus escritos (240 libros y folletos), Andrés
sigue vivo hasta ahora.

Este hombre santo no fue el primero de una herencia piadosa, como otros. Más bien, al
ponernos en la realidad de su época, podemos mirar al pasado y al futuro y visualizar
una herencia piadosa, rebosante de hombres y mujeres que creyeron a Dios en cuanto
al bienestar de sus familias.

Los antepasados de Andrés Murray fueron de Escocia. Su nombre, Andrés, fue puesto
a cuatro generaciones del linaje, y aun parece que hasta hoy hay un Andrés en cada
generación de los Murray. Su bisabuelo, abuelo, y padre llevaron el nombre Andrés.
Todos fueron hombres piadosos que pusieron sus corazones en amar y servir al Dios
vivo. Cada uno escogió una mujer piadosa para casarse y formar una familia.

Así que, en este escrito, llamamos a Andrés (el conocido autor) como Andrés IV, y a su
padre como Andrés III.

Andrés Murray III

Este hombre precioso y su esposa Susana son los héroes poco conocidos de los
Murray. A causa de que a Andrés IV le fue dada una posición prominente entre el
pueblo de Dios, hemos perdido la influencia escondida de Andrés III y Susana. Al día
del juicio, la justicia de esta pareja «resplandecerá como el sol en el reino de su padre».
Queremos extraer oro de este hogar piadoso.

Andrés III sufrió la muerte de su piadoso padre cuando tenía dos años. Su padre se fue
a la eternidad clamando fervientemente a Dios por el bienestar espiritual de sus hijos.
Los cuatro niños y su mamá, Isabel, estaban en la pobreza, confiando en el Dios vivo
por sus necesidades. Pero Dios escuchó el corazón gimiente del moribundo, y bendijo a
su familia después.

Los dos hijos, Juan y Andrés III, llegaron a ser predicadores del evangelio, y una de sus
hijas se casó con un ministro. Animémonos y esperemos en Dios por nuestras
situaciones presentes. Aquí vemos una madre dejada a solas para criar a una familia sin
el soporte de un hombre. Los parientes les ayudaban, y el hijo mayor, Juan, ayudaba a
guiar al menor, Andrés III; y por supuesto, el Dios vivo del cielo vino a su lado y edificó
un hogar de hijos piadosos.

El joven Andrés III tenía un deseo en su corazón: predicar el evangelio a los perdidos en
tierras lejanas. Tenía 26 años, cuando se extendió una invitación para ir a Sudáfrica; y
su corazón se ofreció al desafío. Pastoreaba una Iglesia Reformada de Holanda, y
evangelizaba a los incrédulos en las regiones de alrededor. Así, este joven misionero y
colonizador se fue de Escocia, lleno de ganas y visiones de servir al Dios de sus padres
en una tierra lejana. Se fue en el año de 1822 y de hecho, Sudáfrica en ese tiempo era
un territorio poco desarrollado. El viaje fue duro; duró diez días a caballo y en carruaje
hasta llegar al pueblo donde viviría hasta su muerte. Después de dos años encontró a
Susana Stegmann, con quien se casó, y juntos empezaron a criar una familia, para la
gloria de Dios.

Queremos echar unos vistazos santos a este hogar, porque su influencia levantó a
muchos siervos en el reino de Dios. Estos resultados no se obtienen por accidente, ni
sólo por la providencia de Dios. Hay principios específicos que se usaron en el temor de
Dios, y Dios dio abundante prosperidad espiritual.

De los once hijos de Andrés III con Susana, nueve entraron en el ministerio. Cinco
fueron predicadores ordenados, y cuatro hijas se casaron con predicadores. Ahora
miremos a los nietos, porque ellos son la prueba del hogar de un hombre. De los nietos,
32 trabajaron en el ministerio. 17 de los nietos fueron ministros, 12 de las nietas se
casaron con ministros, y tres más fueron misioneros en nuevos lugares. La genealogía
piadosa suma y sigue. En esta familia hubo muchos siervos de Cristo en las siguientes
generaciones y hoy en día sus descendientes son unos cuantos miles en sólo ocho
generaciones. Acuérdese también de las dos generaciones antes de Andrés III. Todos
suman diez generaciones. ¿Estás prestando atención? Miremos ahora algunos de sus
áreas de influencia poderosa.

El ejemplo del padre

Andrés III fue un hombre piadoso. Lo cual es muy fácil de comprobarse al ver su hogar.
También fue un predicador, un siervo celoso de Dios. «Cual el cuervo, tal su huevo», es
un principio que se cumplió en los Murray.

Su padre fue lleno del celo y amor por su Dios, y un hombre lleno de energía del
Espíritu de Dios. Predicaba varias veces en una sola semana. Se abocó ardientemente
a la fundación de iglesias, y en su labor durante cuarenta años fundó ocho iglesias. Fue
un hombre sin descanso en los rebaños que reunió. Los hijos miraban su celo por el
Señor, y todos dijeron «Soy del Señor». Vieron a su papá sirviendo al Señor con gozo, y
sin duda que esto les guió en las decisiones de entrar en la obra. Cuando el padre y la
madre aman al Señor, y aman al pueblo del Señor, esto se constituye en un imán
poderoso y continuo para cautivar a los hijos al servicio de Dios.

La reverencia

Si sólo hubiera una palabrita que describiera el espíritu prevaleciente en el hogar de los
Murray, la palabrita sería «reverencia». Esta reverencia fue del tipo antiguo, no la de
hoy. Un diccionario de esa época dice así: «Temor mezclado con respeto, estima, y
afectos bondadosos.»

Una de las hijas mayores de Andrés III escribió cariñosamente en un librito titulado
«Unto Children’s Children» (A los Niños de los Niños): «Reverencia por el nombre de
Dios, reverencia por el día de Dios, y reverencia por la Palabra de Dios se sintieron en
el hogar. La esposa reverenciaba a su marido, los niños a sus padres, y todos
reverenciaban a su Dios». ¡Qué ambiente tan bello creó esta reverencia en el hogar!
«Los niños fueron enseñados a obedecer de tal manera que fue natural y normal
hacerlo. La palabra del papá fue ley: de su decisión piadosa no había apelación. Su
sabiduría nunca fue puesta en duda». Este ambiente bello fue obtenido por medio de
tres maneras.

1. Por el espíritu del padre y la madre.


2. Por un movimiento cariñoso de amor entre los padres y los hijos.
3. Por el uso correcto de la vara cuando había necesidad de corregir a un niño para las
bendiciones futuras. Esta actitud respetuosa y sumisa se vio muchas veces, aun
después de que los hijos se fueron del hogar y formaron los propios.

Misioneros

Aquí hay un secreto escondido del hogar de los Murray, que fácilmente se puede pasar
por alto. El hogar de ellos estaba a 800 kilómetros en el interior de África. Estaba
ubicado junto al camino que entraba más allá del monte y la selva. Muchos misioneros
pasaron por la casa, y fueron invitados por Andrés III a pasar la noche. Pasaron
ingleses, franceses, escoceses, y alemanes, y todos dieron muchas interesantes
oportunidades para aprender otros idiomas.

Estos viajeros vinieron en sus carros tirados por caballos y otros animales, y traían
además varios ayudantes; lo cual resultaba muy oneroso a Andrés III. Pero este
sacrificio de su parte no le importaba mucho, porque amaba a los misioneros, y amaba
las misiones a tierras lejanas. Toda la familia se mostraba hospitalaria hacia los
misioneros cansados. La casa era grande, con patios, y huertos con frutales. Había
campo para relajarse, y las frutas les encantaban a los niños de los misioneros.

¿Dónde está la bendición en todo esto, aun más allá de las oportunidades que tuvieron
los niños de servir a otros? La bendición está en la influencia que los misioneros
tuvieron sobre todos en el hogar. Los misioneros son gente dedicada, su amor a Dios es
un ejemplo extraordinario. Las historias que narran de su fe en Dios son muy
inspiradoras.

Los Murray crecían escuchando a los soldados de Cristo contar de las batallas que
pelearon. El señor Moffat y el doctor Livingstone se cuentan entre los que visitaban el
hogar de Andrés III. Muchas veces se reunieron los niños para escuchar la lectura de
una carta recibida de ellos. La mayoría de nosotros no vivimos en el camino por donde
pasan misioneros, pero tenemos biografías y otras opciones. Lo importante es poner el
ejemplo de las vidas de los santos, vivos y muertos, ante nuestras familias. Hagamos lo
que tenemos que hacer para que ocurra esto.

Avivamiento

En el año 1860, una visitación del Espíritu Santo empezó en la iglesia de Andrés IV.
Hubo un sonido del cielo como viento recio, que prevaleció sobre un grupo de jóvenes
que estaban reunidos para orar. Dios visitó esta iglesia y muchas otras mientras el
fuego del avivamiento se esparcía. Es algo muy hermoso que esto sucediera a un
ministro joven, de 32 años, quien había orado por tal visitación por muchos años. En
este punto de su vida, Andrés IV fue guiado a la hermosa vida llena del Espíritu, por la
cual es tan conocido y amado hasta hoy. Pero, ¿dónde empezó esto?

Andrés III tenía un ejercicio santo al que se sometió cada viernes por la noche por casi
40 años. Todas las noches de los viernes entraba en su cuarto de estudio, e invertía
horas leyendo historias de avivamientos pasados, y luego oraba por un avivamiento en
su propia área. Muchas veces sus hijos recordaban a su papá llorando y gimiendo en
oración por un avivamiento en la iglesia. Aquí se sembraron las semillas en los
corazones de los hijos. Aquí sus apetitos se estimulaban con el deseo de que Dios
viniera y obrara entre su pueblo otra vez.

Muchas veces salió el padre gozoso de su cuarto, a leer a la familia una historia de una
visitación de Dios en alguna parte del mundo. Esta carga pasó a los hijos, y ellos
empezaron a orar mientras crecían. Andrés III vio la respuesta a sus oraciones en sus
últimos años, pues el Espíritu Santo se derramó en Sudáfrica al final de su vida.

Sus hijos y otros hombres llevaron su manto, y el fuego del avivamiento brilló muy lejos.
¿Entendemos por qué pasó esto? Hudson Taylor escuchaba a su papá orar con fervor
por China, y Hudson plantó allí muchas iglesias. Juan Patton escuchaba a su padre
gimiendo en su aposento por las gentes más allá, y Juan ganó multitudes. Y Andrés IV
escuchaba los gemidos de su padre por avivamiento, y Dios le levantó para que
continuara esta carga por el avivamiento en todas partes del mundo por 150 años. ¿Qué
anhelamos nosotros? ¿Qué ven y sienten los hijos de parte de nosotros? Lo tomarán y
llevarán más allá de lo que podemos imaginar.

La mamá de Andrés IV

Simplemente fue llamada «mamá». Fue un nombre de amor para los niños. Aunque
había un padre muy activo, es claro que esta mujer amada se ocupaba mucho en
moldear a la familia. Su marido fue un ministro muy ocupado, y había ocasiones cuando
él no estaba en casa por unos días. ¿Se detuvo todo en el hogar cuando no estaba el
papá? Sabemos que no era así.

Mamá tomó en el hogar la parte de su marido ausente. Los domingos por la tarde
cuando no estaba él, siempre enseñó a los hijos el Catecismo Corto. El día del Señor
fue guardado estrictamente, y sólo se permitió un paseo en la huerta con la familia. No
había juegos, ni carreras, ni se permitía subir a los árboles en ese día; todos tuvieron
que ir a la iglesia a escuchar la predicación de la Palabra de Dios. Una de las hijas
escribió: «Ella nos enseñó a leer antes de estar en edad de entrar la escuela, y los
himnos y versos de la Biblia que aprendimos en sus rodillas han quedado en la mente
por el resto de nuestra vida».

En los primeros años cuando hallar una escuela era difícil, enseñó a los hijos en el
hogar. ¡Oh, la hermosura de un hogar bien balanceado por los dos padres trabajando
unidos en criar una simiente piadosa sobre la tierra! ¿Cómo se puede medir su
influencia? Parece que Susana era una ayuda idónea a su esposo, y que él era la
cabeza y guía en el hogar. ¡Señor, dale a la iglesia muchos más de este tipo de padres
en los días venideros!

El altar familiar

En el hogar de los Murray tenían como práctica hacer un culto familiar. Parece que lo
hicieron igual que los puritanos primitivos. Es decir, mañana y tarde, cada día. Había en
los cultos familiares largos tiempos de alabanza, donde cantaba la familia con himnarios
en idioma holandés e inglés.

El padre fue un hombre de la Palabra, e invertía mucho tiempo enseñando y


amonestando a la familia con la Biblia. Esto se hacía al amanecer, mientras estaban
sentados en casa, mientras iban en el camino, y también al acostarse por la noche.

Los hijos bien podían recordar a su papá andando de aquí para allá en el comedor
después de cenar, explicando y diciendo un verso de las Escrituras con unción y
aplicación. Por esta práctica, muchos versos fueron puestos en los corazones de los
niños. Decía los versos vez tras vez con fervor e intensidad, su cara expresaba
emociones muy profundas. ¡Que Dios levante en nosotros padres llenos de celo y
convicción!

Memorias preciosas

Al estudiar más de las familias cristianas del pasado, queda claro que tuvieron tiempos
de diversión familiar. El perfil de un hogar que siempre es muy serio, donde nunca hay
sonrisas, no es un perfil piadoso. El gozo del Señor es una potencia en el hogar (Neh.
8:10), y un corazón alegre constituye buen remedio (Prov. 17:22). El hogar de Andrés
Murray era así. La familia tuvo muchos buenos tiempos como una familia unida. Sí,
vivieron lejos de la civilización, pero no se necesitan las mejores cosas materiales para
tener un hogar alegre y feliz. Los niños tuvieron memorias de paseos en el carruaje,
cuando su padre les hablaba y compartía algo interesante de la naturaleza o la
geografía. Hay mucha sabiduría en tener estos tiempos complacientes con la familia,
cuando fluye la buena charla. Jugaban los niños al escondite en la parte más baja de la
casa, y se escuchaba entre sus paredes los gritos de placer de los niños.

Cada cinco años, toda la familia Murray hacía en carruaje un viaje de diez días a la
ciudad de El Cabo. Se le pueden llamar «las vacaciones familiares». Este viaje se
esperaba desde muchas semanas antes, y el gozo entre los niños casi no podía
contenerse. ¿Parece igual a hoy, no? La excitación de los niños antes del viaje era casi
igual a la del viaje mismo. Cuando el gran día llegaba, todos se sentaban, sonaba el
azote, se movían las ruedas, y gritaban los niños de gozo. Ellos tuvieron muchas
memorias preciosas de estos viajes por el resto de sus vidas. Cantaban y charlaban
como familia durante estos viajes, pero nunca se perdieron los tiempos del culto familiar.

¡Oh, el sencillo gozo de estar juntos como familia! ¿Por qué son tan preciosos estos
tiempos? No existían los parques de recreo, ni las motos, ni los televisores, ni las radios.
Nosotros hemos perdido lo más importante, y nos hemos conformado a algo inferior en
nuestras diversiones familiares. Los tiempos andando juntos, charlando, compartiendo
nuestros corazones, y recordando lo pasado; estos son los tiempos en los que se hacen
buenas memorias. No es mirando el televisor, ni yendo a los parques de recreo, ni
gastando mucho dinero en cosas lujosas. Tenemos que escoger con sabiduría nuestros
tiempos familiares. Y, luego preguntémonos, ¿me dará esto una oportunidad para
acercarme a los corazones de mis hijos? Redimamos el tiempo, y ocupémoslo con
sabiduría, porque los días son malos.

Conclusión

Este es el tipo de hogar que ha producido a muchos siervos del Señor Jesucristo.
Andrés III y Susana pusieron el cimiento de muchas generaciones piadosas. Nosotros
no sabemos quién está en nuestros hogares. ¿Hay otro Andrés Murray, o Hudson
Taylor, o Juan Wesley en nuestros hogares actualmente? No nos es dado saberlo.
Nuestra responsabilidad es ser fieles y poner en práctica los principios bíblicos como los
que hemos estudiado, y otros más. Dios no hace acepción de personas. Sí, lo sabemos
en nuestras mentes, pero no en nuestros corazones. ¿Qué pasaría si una generación
entera de padres y madres se levantaran en fe y confianza, obedeciendo al Señor y
siguiendo sus caminos? Quizás te parezca un sueño a ti, o un ideal. Pero no podemos
dejar de pensar que eso es el anhelo de Dios.

http://www.elcristianismoprimitivo.com. Publicado con autorización.

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.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
...
La dramática historia de Robin Lynn Hale, una chica de 17 años, que
salió de un estado comatoso de tres meses para volver a reír.

Por el valle de sombra de muerte

Jeanne Hale

Un día de pesadilla

Aquel era un día común y ordinario de abril cuando sonó bruscamente el teléfono. De
inmediato, todo se volvió una pesadilla. Era la voz de Sandra Jordan, una amiga. Mi hija
Robin, de 17 años, solía ir a su casa para cuidarle los niños. Noté que trataba de
controlar su voz, con una calma forzada que me hizo entrar en sospechas. Algo grave
ocurría. «Jeanne, te necesito», me dijo. «Ven en seguida, por favor, a la sala de
emergencia del Hospital Kettering. Maneja con cuidado, pero apúrate». No me dejó
hacer preguntas, y me colgó.

Fui al tocador a peinarme un poco. Mi mente empezó a saltar de un pensamiento a otro.


¿Por qué Sandy me había llamado a mí, de entre todas sus amigas? Mientras me
contemplaba en el espejo me asaltó un pensamiento horrible. ¡Algo le había pasado a
mi hija Robin! Traté de alejar la idea de mi cabeza. Era ridícula. Si algo le había pasado
a Robin, ¿cómo habría de saberlo Sandy? No habíamos visto a Sandy por varios
meses, y además, Robin estaba trabajando hasta las nueve de la noche, en un trabajo
nuevo después del colegio.

Corrí al hospital. Sandy me estaba esperando en la emergencia. Una sola mirada a su


rostro confirmó mis temores. «Jeanne, Robin ha sufrido un accidente. Chocó y está mal
herida. Es en la cabeza. Los doctores la están atendiendo ahora. Quieren que firmes
unos papeles, así que ven conmigo». Y me arrastró a la sala de emergencia.

Hay cierto dolor en la vida que no le permite a uno el lujo de las lágrimas o de la histeria.
Más bien halla su expresión en un mudo, obstinado silencio. Firmé la autorización y
respondí las preguntas de rigor como sonámbula. Robin Lynn Hale, 17 años. Tenía dos
hermanos varones, Dan de 19, y Paul, de 10. La única hermana era Kathy, de 18,
ambas eran inseparables. Los cinco formábamos una familia muy unida. Hacía varios
años que yo nada sabía del padre de ellos.

Robin era fuerte, sana y normal. Su cuerpo, esbelto y delgado, estaba bronceado
todavía por el sol del verano. Era ágil y flexible por la práctica de los deportes. Estaba
llena de vida. ¡Pero no ahora! Nos indicaron unas sillas donde podíamos sentarnos.

Sandy me contó que ella y Robin habían hecho un trámite juntas y que venían en sus
respectivos autos, uno detrás de otro. Robin siguiendo a Sandy. De pronto, en una
traicionera curva a la izquierda, en lo alto de una loma, con poca visibilidad, un auto se
atraviesa y choca a Robin de frente. Interrumpí a Sandy, porque tenía deseos de orar.
Apoyando mi cabeza en la mesa comencé a orar. Un capellán se acercó y nos
acompañó gentilmente.

Por fin salió el doctor. El diagnóstico era lesión masiva de la base del cerebro. La
cabeza de Robin había golpeado el espejo del auto con tal fuerza que lo había
arrancado de cuajo. Ella estaba ahora en estado de coma. Por suerte, no había
hemorragia intercraneal. De otro modo, ella nunca despertaría. Ella estaría en cuidado
intensivo las 24 horas. «Si Robin se recupera», dijo el doctor, «no será sino hasta
después de mucho tiempo». ¿Cuánto? Era impredecible. Días, semanas, meses, quizá.

Fe en medio de la agonía

En la sala de emergencia me esperaba un espectáculo terrible. Nunca hubiera


reconocido a mi hija. Tenía el rostro intensamente blanco y parecía de cera. Respiraba
dificultosamente por un tubo insertado en su garganta. Parecía no tener mentón. Sus
delgadas manos se retorcían y crispaban incontroladas. Sus pies comenzaban a
curvarse hacia abajo, característica de las personas que sufren graves heridas
neurológicas. Se la veía increíblemente pequeña y rígida, salvo algunos breves
espasmos que sacudían su cuerpo.

Me incliné suavemente sobre su cuerpo. Le hablé en voz baja algunas palabras, pero no
hubo ni la más pequeña reacción. No había nada que pudiera hacer por ella. Tuve que
hacer un esfuerzo para salir del hospital. Sandy me acompañó. Recordé que una vez
me había dicho Kathy que si algo le sucediera a su hermana, no resistiría el dolor.
¿Cómo iba a darles la noticia? Pero ellos ya lo sabían. Todavía me maravillo de la
quieta y serena fortaleza que Kathy manifestó esa noche. Pero esa fuerza no procedía
sólo de Kathy. Ella tiene a Cristo; hacía más de un año ella había rendido por completo
su vida al Señor. Estoy segura que sin Cristo ella no hubiera resistido.

Antes de medianoche, estábamos todos reunidos en casa. Nos agrupamos callados en


la sala, tratando de soportar la tristeza. Al rato, Kathy regresó al hospital para estar al
lado de su hermana. Los demás, excepto Paul, el menor, hicimos una vigilia solitaria,
deambulando sin rumbo por las habitaciones.

Por fin se durmieron todos, pero yo permanecí despierta. En ese momento, tenía más
necesidad de orar que de dormir. ¿Dónde estaba Dios, ahora que yo lo necesitaba
mucho más que antes? ¿Desde cuánto tiempo atrás yo no había hecho más que
oraciones rutinarias? Yo sabía que en esos momentos no tenía ningún mérito para
acudir a Dios y demandarle su ayuda, pero sin él, nosotros nos hundíamos
irremisiblemente. Él era nuestra única esperanza. ¿Me oiría Dios? ¿Tendría él cuidado
de nosotros?

No hay palabras para describir el dolor, el temor y la pena que me envolvieron esa
noche y que amenazaron hundirme por completo. Mi clamor era un clamor sin palabras.
Por primera vez en mi vida, Dios tenía toda mi atención. De lo que no estaba segura era
de que yo tuviera la de él.

Durante mucho tiempo la fe cristiana había sido para mí la mera aceptación de un


credo, y eso, nublado con muchas dudas intelectuales. Durante algún tiempo había
buscado ávidamente a Dios, y había ido a varios lugares equivocados, el humanismo, el
liberalismo, misticismo metafísico y otra docena de caminos errados.

Cuando era niña yo había tenido esa fe infantil en Jesús; pero había crecido y había
perdido o descartado esa fe simple, creyendo que era inservible para vivir en un mundo
complejo y amenazador. La única cosa que había conservado hasta mi edad adulta era
el conocimiento de las Escrituras, que había adquirido en la infancia. Yo amaba la
Biblia, y me era fácil memorizar largos pasajes bíblicos. Pero, ¿dónde estaba mi
crecimiento en la gracia? Mi fe se había debilitado hasta perderse. Ahora deseaba
sacudir las puertas del cielo y gritarle a Dios que hiciera algo, ahora. Pero no tenía
derecho a demandar nada de Dios, y lo sabía.

Padre celestial –dije orando– no estoy tratando de hacer un negocio contigo. Pero tengo
mucho miedo. Sólo te estoy diciendo que si tú me ayudas ahora, si tú haces que Robin
se ponga bien, yo te pondré a ti primero en mi vida, desde ahora en adelante. Te daré el
resto de mi vida, si tú lo deseas realmente. Y haré todo lo que esté de mi parte para que
Robin haga lo mismo. Todo lo que puedo ofrecerte en este momento es mi vida, que
está hecha pedazos. Si tú puedes arreglarla, mi vida es para ti.

Dije cada palabra con claridad; pero no me pareció que se abrieran las puertas de los
cielos, y no cantó ningún coro de ángeles. Lo único que podía percibir era un silencio
absoluto. ¿Dónde estaba Dios? Estaba cansada, muy cansada. Traté de orar en todas
las formas que sabía. Pero dijera lo que dijera en esos balbuceos de oración, las
palabras parecían rebotar contra los oídos sordos de un Dios que no estaba allí.

A veces no me salían palabras, sino sólo un gemido de angustia. Fue entonces cuando
recurrí a las Escrituras. «Llegue mi oración delante de ti ... no me dejes ni me
desampares, oh Dios de mi salvación ... apresúrate a ayudarme, oh Señor». No
encontraba sostén ni apoyo en ninguna otra cosa, sino en la Biblia.

Recordé que en la cocina tenía una botella de licor. Había también píldoras
tranquilizantes. Consideré la cuestión cuidadosamente, y al fin voté contra ella. Yo
necesitaba fortaleza interior. En ese momento yo estaba aplastada por mi propia
impotencia. Mi impotencia... De pronto sentí un toque en mi espíritu, algo así como un
suave tirón. Estaba pidiendo a Dios, pero no tenía nada para ofrecerle, excepto mi
impotencia. ¿Podría Dios aceptar mi impotencia? Algo muy profundo, dentro de mi
espíritu, me decía que sí. «Nada en mi mano tengo; sólo a tu cruz acudo...»

Me dirigí a Dios, y sin decir palabras, le ofrecí mi impotencia, mi debilidad, mi pobre


fragilidad humana. Le ofrecí mis dudas, mis temores y desesperaciones. Y a cambio,
pedí grandes riquezas, pedí paz y serenidad y santidad. Pedí ser revestida de la justicia
de Cristo. Así podía presentarme sin mancha delante del trono de la gracia, y hacer mis
peticiones. Le dije al Señor que iba a confiar plenamente en sus promesas y que iba a
creer específicamente que él iba a sanar milagrosamente a mi hija. Después de
reflexionar, eso, por sí mismo, era excepcional.

Una promesa firme

Al día siguiente, el doctor nos informó que Robin se encontraba peor que cuando la
habían traído. Se iba debilitando gradualmente y su corazón apenas respondía. Tras
esa noticia desalentadora, fuimos con Kathy a la capilla del hospital, donde nos
arrodillamos y oramos. Las palabras de los himnos aprendidos venían a mi memoria, y
me ayudaban a orar.

Estábamos en Semana Santa, era viernes, pero aquel fue el día más largo de mi vida.
Esa noche, en casa de unos amigos, recibimos la necesaria cuota de calor y compasión
que tanto necesitábamos. Jane, mi amiga, me entregó el recorte de un diario que yo le
había dado hacía mucho tiempo, cuando ella había sufrido por su hijo que partía a la
guerra. Ella la había conservado, y ahora era mi turno: «Dios de toda gracia, cuyo poder
es capaz de sosegar las olas embravecidas del mar, estoy buscando quietud para mi
alma. Habla a las rebeliones ocultas de mi corazón contra las circunstancias adversas
de la vida. Haz que yo pueda ver más allá de la crisis de hoy, el plan que tú tienes para
mí mañana. A pesar de toda adversidad, hazme entender que hoy es un día que tú has
hecho, y permíteme alegrarme y ser feliz con él».

La oración me parecía una burla. Era necesario mucha gracia de Dios para repetirla sin
un dejo de amargura. Cuando repetí la oración, poco comprendía que esas palabras
iban a ser no sólo una oración, sino toda una profecía. Esa noche oramos una y otra
vez, y también comimos. Damon, nuestro amigo, hizo una oración muy hermosa,
pidiendo a Dios una señal para que sintiéramos alivio. Cuando terminó de orar, tuve un
acceso de risa, como cuando uno emerge del agua después de una zambullida. Creo
que todos sentimos lo mismo. En ese cuarto estaba la real presencia de Dios.

Esa noche nos quedamos a dormir con ellos. Cuando ya estaba acostada, con los ojos
cerrados, me imaginé a Jesús parado ante la cama de Robin. Mientras oraba, pude ver
claramente a Robin acostada en su cama del hospital. La visión era perfectamente real.
Podía oírla respirar; ver la rigidez de su cuerpo y el temblor de sus manos. Entonces lo
vi a él. Estaba de pie al lado de la cama, bañado en luz radiante. Sus brazos estaban
extendidos hacia ella. Desde el lugar donde yo miraba distinguía sólo su espalda. Se
inclinó un poco, poniendo las manos sobre la cabeza de Robin.

Yo no soy persona propensa a alucinaciones, visiones y espejismos. Pero esta visión


era real. Luego el Señor fue hacia las otras camas de la sala, tocando a cada paciente.
Después fue hasta la estación de las enfermeras, para bendecirlas, y volvió al lado de
Robin por un momento. Luego se fue. Me sentí sumergida en un mar de intenso amor y
paz. Un bálsamo suavizante. Y oré a Dios entregándole mi carga, pidiéndole que sanara
a Robin, pero que, si su voluntad era otra, que me ayudara a soportarlo.

Yo no sé cómo Dios habla a otras personas, pero sé cómo me habló a mí. Una voz
suave y queda, inaudible, pero perfectamente comprensible. «Está bien. He oído tu
oración, y te devuelvo a Robin». Un torrente purificador y salutífero corrió a través de
mí. Hasta ese momento yo no había llorado; pero ahora las lágrimas corrían libremente
por mi rostro, copiosamente. ¡Alivio, bendito alivio! Esa noche nos unimos todos en
acción de gracias a Dios.

***

En los próximos tres meses, Jeanne Hale vivió experiencias sobrecogedoras; tanto de
desaliento como de esperanza. Aunque más de las primeras que de las últimas. Cuando
confiaba en Dios, lograba paz mental; cuando pensaba que ella tenía que hacer algo, se
sentía frustrada y temerosa. Intentó retomar su trabajo, pero no pudo; al poco tiempo,
tuvo que renunciar.

Por momentos, el estado de Robin empeoraba. Más de una vez tuvo que ser asistida
con un respirador artificial. En todo ese tiempo Jeanne recibió mucha ayuda de las
enfermeras, pastores y otros muchos que solidariamente se acercaron para animarla y
para orar con ella. Poco a poco, Dios la condujo por el camino de la fe, hasta lograr que
ella creyera totalmente en él y en su promesa, sin importar las circunstancias.
Finalmente, ella, osadamente, comenzó a hablar a la gente acerca de la sanidad de su
hija.

La rehabilitación fue lenta y trabajosa. Pero al cabo de tres meses, Robin salió del
estado de coma y pudo comunicarse. Su mente tenía un gran vacío respecto de todo
ese tiempo. Pasaron otros varios meses antes de que Robin, ya en casa, recuperara su
normalidad físico-sicológica, pero su madre supo que el propósito de Dios se había
cumplido, cuando le oyó decir: «Ahora soy diferente. Yo era muy egoísta y consentida.
En realidad, yo no estaba agradecida por todo lo que tenía. Todo lo tomaba como si
fuera derecho mío. Pienso que ahora estoy aprendiendo a ser más agradecida, más
considerada, y tener más cuidado de las otras personas, especialmente de mi familia y
de mis amigos. Creo que he madurado bastante».

En otro momento, mientras conversaban, ella dijo: «Mi accidente fue una bendición,
mamá. Yo creo que Dios permitió que sucediera por una razón. Él ha sacado una gran
cantidad de bien de ello. Antes del accidente yo estaba tomando el mal camino.
Probablemente habría hecho algo que dañaría para siempre mi vida. Entonces yo
carecía de verdaderos valores, como ahora los tengo».

Ciertamente, a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los
que conforme a su propósito son llamados. «Bendito sea Jehová, que oyó la voz de mis
ruegos. Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón, y fui ayudado, por
lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré» (Sal. 28:6-7).

Extractos condensados del libro «Ayer a las siete».

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.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
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Bocadillos de la mesa del Rey

Cinco mujeres

Cinco mujeres aparecen en la genealogía del Señor Jesucristo en Mateo capítulo 1, y


cada una de ellas tiene su historia.

La primera es Tamar, quien tuvo la desdicha de ver morir a dos esposos, ambos hijos
del patriarca Judá, a quienes Dios quitó la vida por malvados. Luego, mediante un ardid,
logró concebir de su propio suegro –Judá– a Fares, por quien siguió la línea
genealógica del Señor.

La segunda es Rahab, la ramera de Jericó. Ocupa en la galería de hombres de fe de


Hebreos 11 un lugar que ni siquiera tiene Josué, contemporáneo suyo. Ella recibió a los
espías hebreos, y los escondió, por cuya fe fue salvada de la destrucción de la ciudad,
junto a toda su familia.

La tercera es Rut, la moabita. Una mujer ejemplar, que dejó su tierra y su parentela por
allegarse al pueblo de Dios. Fiel a su suegra Noemí, se unió, en un matrimonio honroso
y feliz, a Booz, ejemplar carácter bíblico.

La cuarta es Betsabé, la mujer de Urías, madre de Salomón. Una mujer bella, pero poco
recatada. Mientras se bañaba en su terrado, provocó al rey David, el cual, por poseerla,
mandó a matar a Urías, uno de sus valientes.

La quinta es María, la nazarena. La mujer más bienaventurada de cuantas han pisado la


tierra. Más que Ana, la madre de Samuel, que Jocabed, la madre de Moisés, más que
Elisabet la madre de Juan el Bautista, el mayor de los profetas. Sin embargo, era ella
una mujer modesta de una pequeña ciudad de Galilea. En su regazo se recostó el
Bendito, y de sus pechos mamó Aquél que vino para salvar al mundo.

En esa genealogía hay implícitas 42 mujeres, pero sólo se mencionan cinco. Entre ellas,
tres gentiles, todas sufridas, una de ellas prostituta de oficio, otra prostituta de ocasión;
mujeres, en fin, que un rey no hubiera escogido, ni menos mencionado, en su
genealogía.

Pero de tal tipo de personas tuvo misericordia el Señor. El que no se avergüenza de


llamarnos hermanos, ni de haber nacido como un proscrito, escogió a estas cinco
mujeres para que formaran parte de su especial familia.

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Maravillas de Dios

El doble perdón

Cierta vez el predicador William Dawson (1773-1841) predicaba en Londres. Una noche
dijo en su mensaje que Cristo quería salvar al peor hombre de Londres, y que lo
salvaría si tan sólo ese hombre se rindiera a Cristo.

Una bondadosa y débil ancianita, que siempre procuraba hacer el bien, y que esa noche
estaba entre los presentes, salió para ver a un hombre que ella muy bien conocía, que
estaba moribundo en una cama de paja. Le dijo lo que le había escuchado decir al
predicador. El hombre no quiso creerlo y sacudió la cabeza. Había sido muy pecador en
su vida y duro de corazón.

La anciana fue, entonces, a ver al predicador y le dijo: «Usted tiene que venir a
ayudarle. Yo no soy capaz de hacerlo».

William Dawson fue. E inclinándose sobre su cama, le dijo: «¿Cómo está, amigo?». El
hombre le contestó: «Yo no soy su amigo, ni usted lo es de mí. No tengo amigos; no
tengo derecho a ninguno».

Pero Dawson prosiguió con palabras bondadosas, y dijo: «Sí, yo soy su amigo, y por
ello he venido». Siguió hablando y añadió: «Pero eso no es todo. Jesús, el gran
Salvador, es su amigo, y le ha amado lo suficiente para morir por usted, y si usted lo
quiere, él le tomará y le salvará, aun en esta terrible condición a que usted ha llegado».

El hombre escuchó y su corazón se suavizó, y respondió: «¡Oh si eso pudiera ser


verdad! Me gustaría ser perdonado! ¡Me gustaría ser salvado, si él quiere hacerlo!».

Entonces Dawson citó algunas de las grandes promesas: «Venid luego, dice Jehová, y
estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán
emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana». Y
también: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba». Así continuó citando pasajes, y
entonces dijo: «Amigo mío, voy a orar por usted, y mientras oro, diga usted al Salvador
lo pecador que es usted, pero que usted quiere rendirse a él, para que él sea su
Salvador». El pobre hombre hizo su rendición, y su gozo y su paz fueron entonces muy
profundos.

Entonces dijo: «Yo puedo morir en absoluta paz, si solamente se me otorgara una
cosa». «¿Cuál?», preguntó Dawson. El hombre replicó: «Yo soy la oveja negra en la
familia de mi padre. Cometí un horrendo crimen cuando era joven y quebranté los
corazones de mis padres y manché el hogar, y cuando al fin volví a casa, mi padre fue
muy severo. Salió a verme, y me dijo: «Joseph, si tú faltas así, allí está la puerta, y no te
molestes por nosotros». El hombre siguió diciendo: «Le tomé la palabra y no volví más a
ellos. Me hundí en las profundidades más hondas del pecado. Pero ahora, por fin, he
vuelto a Cristo, y en su maravillosa misericordia él me ha perdonado. Si solamente
pudiera oír a mi padre decir: ‘Joseph, yo también te perdono’, yo podría partir sin
ninguna nube».

William Dawson le dijo: «¿Dónde vive su padre?». El moribundo se lo dijo, y Dawson


fue, calle tras calle, hasta dar, por fin, con la casa. Tocó el timbre. La puerta se abrió y
un anciano de aspecto venerable y digno, salió, y le preguntó su nombre. Él era el padre
del moribundo. Entonces William Dawson comenzó a decir: «He venido para hablarle de
su hijo Joseph». La mano del anciano se levantó en un gesto de rechazo. «Yo tuve una
vez un hijo, pero él nos avergonzó, y yo le mostré la puerta de la calle. Si usted, señor,
tiene algo que decirme de él, allí está la puerta para usted también».

Dawson se detuvo. ¿Qué podía decir? Esperó un momento más, y dijo: «Bien, me iré,
señor. Lo siento. Su hijo Joseph está muriendo, y pronto pasará a mejor vida. Dios le ha
perdonado, y él suspira porque usted le diga que lo perdona también.»

Entonces la orgullosa cabeza de aquel anciano se inclinó, y lloró con gran dolor. «Oh
Señor, ¿está mi hijo muriéndose? ¿Mi pequeño Joseph? ¿Mi hijo, el que se sentaba
sobre mis rodillas? ¿Mi hijo se muere y quiere que yo lo perdone? ¡Oh, señor, lléveme a
verle tan pronto como usted pueda!».

William Dawson le dijo que se dieran prisa, pues podían llegar tarde. El coche de
caballos corrió por esas calles, y pronto estuvo el anciano junto al lecho del hijo
moribundo. Tomó ese esqueleto en sus brazos y lo abrazó como una madre aprieta a su
niño a su pecho, y sollozó de lo profundo de su atribulado corazón.

El hijo moribundo le dijo: «Padre, Dios me ha perdonado. Lo sé. Pobre pecador como
soy, me he rendido a él, y él me ha perdonado. Oh, padre, yo solamente quiero que me
perdone usted también».

El padre dijo: «¡Hijo mío, mi precioso hijo, si yo solamente hubiera sabido que querías
que te perdonara; yo nunca habría resistido tu deseo!».

G. W. Truett, en "Sermones escogidos".

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Citas escogidas

Todo verdadero predicador del Evangelio ensarta todas sus perlas en la cuerda roja de
la Expiación.
T. L. Cuyler

La muerte del gran yo borra un mundo de miserias y trae un cielo de gozo.


A. B. Simpson

El único sentido de esta vida consiste en ayudar a establecer el reino de Dios.


León Tolstoi

Si Jesucristo es Dios y murió por mi, entonces ningún sacrificio que yo haga por el
puede ser demasiado grande.
C. T. Studd

Cuanto más el alma se desnuda, tanto más queda de Dios vestida: y cuanto más queda
sola y vacía de sí misma, tanto más el Divino la llena.
Miguel de Molinos

Hubiera sido un milagro mayor inventar una vida como la de Cristo que serlo.
J. J. Rousseau

El secreto de la liberación del poder del materialismo no es huir de la sociedad, ni


abandonar los negocios, ni dejar a los demás las riquezas de la nación, sino el dar de
gracia.
R. Kent Hughes

Lleva la cruz abrazada y apenas la sentirás; porque la cruz arrastrada es la cruz que
pesa más.
Saetilla carmelitana

El término “afanosos” se emplea para denotar esa ansiedad que procede de la


desconfianza en la ayuda y el poder divinos.
Juan Calvino

La oración debería ser la llave del día y el cerrojo de la noche.


Thomas Fuller

Los que de veras buscan a Dios, dentro de los santuarios se ahogan.


Anónimo

El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir.
Albert Einstein

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Cartas

Alimento sólido
Doy gracias a Dios por su página, de enorme bendición para mi vida. Cuando tengo
oportunidad, la recomiendo a otros hermanos. Doy gracias a mi Padre Celestial por esa
nueva revelación que nos da de su Palabra, haciendo que gocemos de un alimento
sólido, como él mismo lo menciona en su Palabra.
Cesar Solís Ruiz, Monterrey, México.

Refrigerio
Para mí, Aguas Vivas representa un refrigerio, crecimiento y ayuda en mi ministerio
pastoral. Soy chileno, hace 23 años que vivo en Brasil, y trabajo como pastor en un
lugar lejano de todo centro urbano. La revista y otros materiales son de ayuda para mí y
para aquellos a quienes comparto lo recibido.
José Davinson, Apiai, Sao Paulo, Brasil.

Maná
Somos un grupo pequeño de hermanos, que desde hace unos 20 años estamos
reuniéndonos como iglesia. Ya va para más de un año que nos estamos nutriendo de la
página web. Le estamos muy agradecidos al Señor por habernos abierto esta puerta
para recibir el precioso Maná que nos brinda «Aguas Vivas», sobre todo en un momento
en que fuimos muy atacados por el enemigo y nos quedábamos a la deriva. ¡A Él sea la
Gloria!
Alberto Oliva Mancilla / La Línea de la Concepción, Cádiz, España.

Desde Cuba
He estado leyendo vuestra revista, y cierto es que me he familiarizado con el enfoque
que dan. Me alegra la sólida condición de fe de ustedes y lo provechoso que es para la
obra de Dios hombres dispuestos y puestos en función de dar un alimento espiritual
sólido y vitalizante.
Angel, Cuba.

Temas de enseñanza
Estoy muy agradecida por las revistas dedicadas al tema de cuerpo, alma y espíritu. Me
están ayudando a comprender y salir de dudas. Las estoy compartiendo con mis
hermanos de la iglesia, porque de allí estoy sacando temas para enseñanza.
Yolanda Trujillo Baltazar / Ambo, Huanuco, Perú.

Por razones de espacio, las cartas han sido resumidas.


Toda bendición procede de Dios; por tanto, toda la gloria es para Dios
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.Una revista para todo cristiano · Nº 41 ·
Septiembre - Octubre 2006
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Joyas de inspiración

Juan era la voz, Cristo es la Palabra

Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una
voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna.

Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que un ruido vacío.
La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón.

Pero veamos cómo suceden las cosas en la misma edificación de nuestro corazón.
Cuando pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente en mi corazón; pero, si
quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que está ya en el mío.

Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra que hay ya en el


mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el sonido de la voz hace llegar
hasta ti el entendimiento de la palabra; y una vez que el sonido de la voz ha llevado
hasta ti el concepto, el sonido desaparece, pero la palabra que el sonido condujo hasta
ti está ya dentro de tu corazón, sin haber abandonado el mío.

Cuando la palabra ha pasado a ti, ¿no te parece que es el mismo sonido el que está
diciendo: Ella tiene que crecer y yo tengo que menguar? El sonido de la voz se dejó
sentir para cumplir su tarea y desapareció, como si dijera: Esta alegría mía está
colmada. Retengamos la palabra, no perdamos la palabra concebida en la médula del
alma.

Y precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a Juan por
el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se reconoció a sí misma,
para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta.

Aprended del mismo Juan un ejemplo de humildad. Le tienen por el Mesías, y niega
serlo; no se le ocurre emplear el error ajeno en beneficio propio.

Si hubiera dicho: «Yo soy el Mesías», ¿cómo no lo hubieran creído con la mayor
facilidad, si ya le tenían por tal antes de haberlo dicho? Pero no lo dijo: se reconoció a sí
mismo, no permitió que lo confundieran, se humilló a sí mismo.

Comprendió dónde tenía su salvación; comprendió que no era más que una antorcha, y
temió que el viento de la soberbia la pudiese apagar.

Agustín de Hipona
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