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1 . T a h ô k
D
– weg knotz est bjhugg! – bramó el Príncipe Valkynaz, el gobernante del plano en el
que me encontraba. Literalmente, “traedme esa basura”. Al fin y al cabo, las largas
horas de estudio de monolitos y ruinas daédricas en Vvardenfell me habían servido para
algo, porque comprendía lo que decía.
Dependía de unas pocas pociones para pasar desapercibido y llegar hasta la torre
principal de la ciudadela. Me arriesgaba en mi improvisado escondite, agazapado tras un
enorme banco olvidado.
En el gremio conocíamos los signos y estudiábamos volúmenes y pergaminos casi
quemados a causa del lugar del que procedían, los planos abrasadores de Oblivion.
Pero no sabíamos casi nada de su sociedad, apenas unas pocas notas sobre una
organización de tipo piramidal.
Por ese motivo la escena me intrigaba sobremanera. Presenciaba un castigo.
Reconocí al reo cuando le vi. Era el dremora guardián del Sigillum Sanguis de la
fortaleza daédrica que había amenazado la ciudad de Skingrad.
Así que entre ellos también existen penalizaciones y recompensas… También me
preguntaba si experimentarían la amarga sensación del fracaso o saborearían la victoria
como cualquier etnia. Porque eso eran. Y ahora me daba cuenta.
Empecé a distinguir entre machos y hembras, o mejor debería decir, varones y féminas
dremora. Pensaban, reaccionaban, pasaban incluso por algún tipo de infancia y eran
criados de algún modo. Esta experiencia cambiaba mi modo de ver la guerra por
completo. Ya no eran nuestros ejércitos contra hordas de monstruos con el único
instinto de matar, sino que nos enfrentábamos contra fuerzas organizadas que formaban
parte de una sociedad estructurada.
El dremora Kynmarcher apareció con los brazos apresados por dos guerreros
Markynaz que llevaban la característica armadura daédrica negra veteada de rojo casi
completa, pues se habían quitado el casco. Él llevaba solamente la túnica negra de mago
y un báculo colgado a la espalda.
Quería ver la escena más de cerca, me sentía arrastrado hacia el suceso que presenciaba
por completo accidente, así que me camuflé lo suficiente para pasar inadvertido
utilizando la columna que tenía a tan sólo unos metros.
Avancé muy lentamente y pegué el cuerpo a la piedra, que pareció latir a mi contacto.
Decididamente, casi todo en esta tierra estaba vivo. Tomé una posición cautelosa y
estiré el cuello para ver la cara del Kynmarcher. Me quedé helado. El dremora estaba
asustado. Pude ver en sus ojos la certeza de la muerte tras un castigo ejemplar.
¿Qué tipo de penas se infligirían entre ellos? Por una parte, no quería ni pensar qué
clase de atrocidades podía cometer esta raza en sus dominios, aunque ya había visto con
creces qué era capaz de hacer en los nuestros.
Los Markynaz seguían aferrando al preso, quizás le matarían allí mismo, pero de
momento sólo le inmovilizaban. Como si esperaran algo.
Otro Markynaz apareció en escena, un mago de rango superior.
Portaba una botella de color verde oscuro. El Kynmarcher tenía los ojos muy abiertos y
las pupilas fijas en el recipiente que le tendía su superior de gremio.
¿Iban a envenenarle?
Un procedimiento demasiado refinado, me parecía a mí. Esperé.
1
Compasión Organizada Zimnel
–Dehetz… – Con esta orden le desposeían del báculo que rompieron ante sus ojos.
Primero, yo no tendría que estar aquí y, segundo, no debería estar haciendo esto. De
acuerdo, estoy desperdiciando recursos para aumentar mi conocimiento sobre la
sociedad dremora…
2
Compasión Organizada Zimnel
Dos arqueros lanzaban flechas con fuego a las masas de carne más voluminosas. Tres
magos reducían a polvo los huesos apilados a los lados.
Limpiaban el escenario antes de comenzar la función. Qué considerados.
3
Compasión Organizada Zimnel
El grito del Kynmarcher fue una mezcla de rugido y borboteo, pues la sangre se
agolpó en su boca amortiguando el sonido.
Al retirar el metal, el Xivilai repitió la reverencia y se retiró hacia el fondo de la sala,
colocándose al lado de la puerta.
Pronto lanzarían al condenado a la Arena. Sin magia y sin armas. Drogado y marcado
como un animal.
No podía permitir que la rabia y la impotencia que sentía en ese momento echaran la
espera a perder. Iba a hacerlo. Le sacaría.
Entonces me encomendé a Sheogorath, a Vivec y Azura para que velaran por mí una
vez más. Sólo una más.
Me acerqué todo lo que pude al borde del muro de la Arena. Caminé
sigilosamente, examinando el suelo casi a cada paso para evitar perniciosos crujidos
bajo mis botas.
Inspiré y me concentré en el conjuro de telequinesia. Debía prepararlo con tiempo para
que surtiera el efecto deseado…
La verja de la Arena se abrió con estrépito. El acero oxidado se deslizaba para descubrir
una figura descomunal.
El rugido del daedroth inundó el estadio. La bestia lucía un grillete encantado en
una de las voluminosas patas. La extensión de la cadena estaba calculada para que el
daedra pudiera moverse por la Arena sin problemas. El monstruo repitió el bramido y
mostró la increíble dentadura que le daba fama. Las sierras que eran sus fauces se
prolongaban hacia una garganta tan profunda como un pozo de inmundicia.
El animal podría compararse a un lagarto sobredimensionado puesto de pie, con una
cola capaz de barrer a diez hombres sin dificultades.
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Compasión Organizada Zimnel
Los Daedroth eran los daedra más primitivos y bestiales. Obedecían a los
dremora por naturaleza y, los que alcanzaban tamaños superiores a los previstos, se
destinaban a lugares específicos como el espacio en que me encontraba ahora. Un
estadio para los condenados a muerte convertidos en alimento de una bestia de
pesadilla. Los Markynaz se acercaron a la Arena con el condenado. Me situé justo
detrás del grupo para localizar la puerta del muro que daba paso al lugar del combate.
Uno de ellos colocó la mano enguantada en la piedra y pronunció un hechizo de
apertura que podría recordar. El otro se adentró unos segundos en el espacio circular y
lanzó el preso a la Arena. Al salir, invocó una daga que dejó en el suelo. Me quedé al
lado de la puerta del muro que estaba de nuevo cerrada y tan invisible como yo. Empecé
a concentrarme en el hechizo de telequinesia. Me llevaría un poco de tiempo conseguir
uno fuerte y lo necesitaba.
La bestia dio unos pocos pasos hacia adelante, quería saborear cada momento de
la caza. El Kynmarcher percibió el destello del arma invocada. Conocía el hechizo y
también su temporalidad. Se puso de rodillas y avanzó a gatas hacia la daga. El daedroth
le seguía con la mirada. Sabía que el mago no estaba en condiciones y que no era rival
para él. Pero en ese momento no necesitaba luchar, sino saciar su apetito, así que su
espíritu combativo no resultaría herido.
Seguí concentrándome… no podía seguir el desarrollo del desesperado combate que se
libraba a pocos metros de mí.
Oí un rugido, un golpe seco y luego otro ruido, el de un cuerpo desplomándose en el
suelo. Escuché la respiración acelerada del Kynmarcher. Era evidente que el daedroth
jugaba con él. Los pasos del monstruo resonaron en mi organismo, retumbaron en mi
cerebro como una maldición. Se me acababa el tiempo.
Distinguí un zarpazo en el aire, un golpe sordo y un grito ahogado en sangre. El
hechizo estaba casi a punto, visualicé cada uno de los caracteres que lo formaban y
avancé despacio bordeando el muro hacia la parte trasera. El punto ciego vital para el
desarrollo de mi plan. Di un nuevo repaso mental a los símbolos y los tracé
mentalmente, uno por uno. Al llegar al último me descubrí. Vislumbré el cuerpo
maltrecho del Kynmarcher. ¿Había tardado demasiado? Tenía que arriesgarme y
continuar. El hechizo cobró forma y el rayo anaranjado cruzó la Arena hasta encontrar
el cuerpo cubierto de sangre del reo. Lo rodeó y lo alzó a mi voluntad. Acto seguido
lancé un segundo hechizo, aprendido en mi tierra natal, Vvardenfell. El segundo rayo
también alcanzó al dremora y le borró de la vista de los sorprendidos presentes, que
vislumbraron unas pocas líneas de mi figura durante un instante. Los magos no tardaron
en lanzar sus hechizos de detección. Mientras se concentraban, tomé la última poción de
camuflaje del cinto, bebí, y dirigí el cuerpo del dremora hacia el interior del cubil del
daedroth. Salté hacia la Arena y pasé justo al lado de la confundida bestia, la más
adecuada para cubrir la huida. Era enorme y un blanco estupendo para despistar los
hechizos de detección. Cobijado por la oscuridad, aproveché los siguientes segundos
para lanzar un hechizo de pluma sobre el dremora, no quería arrastrarle penosamente y
arruinar la escapada. Sin un instante para comprobar su estado, cargué con él y noté que
estaba tibio.
Cinco dremora Caitiff entraron en el refugio, pero cuando inspeccionaron el
lugar ya nos encontrábamos lejos de ellos, chapoteando en la única salida de agua que
nos llevaría lejos de la Arena. Camuflé el orificio por el que nos habíamos colado con
un hechizo de ilusión de alto nivel que casi me había agotado. Los magos tardarían el
tiempo justo en desactivar el falso muro que se alzaba delante de la entrada de agua.
Las rejas habían sucumbido ante la poción de ácido que llevaba en el cinto.
Me acababa de meter en un lío tremendo. No completaría la misión que me habían
confiado y tendría que dar muchas explicaciones en la Universidad Arcana.
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Compasión Organizada Zimnel
2. A t e h a k
Me acerqué con la habitual bandeja de médico de los últimos días. Tenía que
sacarle todo el veneno que había ingerido a base de sangrías y brebajes purgantes.
No era agradable, pero no había proferido una sola queja. Simplemente, se dejaba hacer.
Se incorporó para sentarse. No le gustaba estar mucho tiempo echado y se sentaba
siempre que podía. Aunque se recuperaba rápidamente, yo no le dejaba levantarse
porque sus articulaciones estaban muy afectadas. Un humano o un elfo no habrían
aguantado dos días después del envenenamiento.
Quería convencerme de que mejoraba articulando los brazos, cogiendo cosas (que casi
siempre se le caían)… Más de una vez le había encontrado en el suelo quieto,
intentando comprender por qué no podía levantarse.
Tardaría otra semana en poder hacerlo. Probé de explicárselo y, aunque yo le entendía,
me costaba expresarme en su idioma. Jamás podría vocalizar del mismo modo que él y,
en consecuencia, comprendía la mitad o menos de lo que intentaba meterle en su
maldito cerebro daédrico.
3 . Lo r e d a s
–Cinta… una.
Me quedé donde estaba, sentado, con los ojos muy abiertos. No esperaba oírle hablar
cirodílico tan pronto.
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Compasión Organizada Zimnel
Le tendí una cinta azabache que encontré en un cajón de la mesilla y él ató los
voluminosos mechones rojos y negros. Me acerqué al armario más cercano a la mesilla
y elegí una túnica grisácea y unas botas de cuero. Dejé la túnica sobre sus rodillas y las
botas al lado de la silla.
–Bajamos. – Le dije con calma para que no lo interpretara como una orden.
–Falta algo. – Añadí con una ligera sonrisa. Tenía que utilizar pequeñas frases para que
se acostumbrara a utilizar el idioma que estaba aprendiendo a marchas forzadas y
mezclar de vez en cuando palabras en el suyo para aligerar la conversación.
Negó con la cabeza y se levantó despacio, apoyándose en el respaldo de la silla. Se
acercó a la mesa de trabajo y tomó un pergamino desenrollado que me había pedido el
día anterior. Me acerqué intrigado. ¿Qué intentaría decirme?
–Nombre… no hay. – Frunció el ceño y se pasó una mano por la barbilla, intentando
encontrar la palabra adecuada para transmitir su mensaje.
No entendía por qué no me decía su nombre. Era algo sencillo que facilitaría
enormemente la comunicación. Se había negado a decirlo desde el primer día y ahora
reclamaba uno. No entendía nada.
–Nombre muerto, en Oblivion. – Se puso una mano en la espalda. –Marca de muerto. –
– ¿Tu nombre murió en la fortaleza?
Asintió y leí el pesar en los ojos llameantes que había aprendido a odiar en su raza. Al
fin empezaba a contestar a mis preguntas, aunque sus respuestas manaban como la
sangre de una herida que nunca se cura.
–Impedir combate. ¿Por qué?
Me quedé helado. Realmente no sabía qué responder. ¿Por qué le había sacado de allí?
No lo sabía ni yo.
–Eso no era un combate, sino una ejecución y lo sabes bien.
–Hay guerra. – Siguió. –Fracasos son castigo, expulsión de Oblivion con muerte.
Y olvido.
–Jamás podrás volver con los tuyos… – Más que hablarle, pensaba en voz alta.
Empezaba a decirle frases complejas y dudaba que me comprendiese por completo.
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Compasión Organizada Zimnel
–Está bien. Entonces, ya no hay marcha atrás. – Sin saber muy bien por qué lo hice,
completé el improvisado ritual colocando la palma de mi mano derecha sobre su cabeza
y el extremo de mi báculo sobre su hombro izquierdo. Una pequeña luz dorada brilló
durante breves instantes antes de extinguirse.
–Levántate, Loredas. A partir de hoy eres miembro de mi casa.
De algún modo, sabía que esto era lo correcto.
Presentí que él ya no pondría reparos a la visita en el almacén cuando se levantó con el
ánimo renovado.
–Ahora, ¿bajar?
Asentí y le tendí el brazo para ayudarle a caminar. Muy pronto podría apoyarse en su
propio bastón.
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Compasión Organizada Zimnel
Abrí el armario caoba donde se encontraban mis bastones y los examiné uno por uno.
Este no, este tampoco… siempre me había costado decidirme con los objetos
encantados. Y un báculo era algo importante, maldita sea.
Volví a cogerlos, y esta vez dediqué un poco más de tiempo y concentración a cada
bastón, para sopesar si el hechizo que contenía era adecuado o no.
Vaya. Cómo no se me había ocurrido antes. No hacía falta ser muy original para
adivinar qué era lo más adecuado para un mago de batalla entrenado en el arte de la
destrucción.
Tomé el báculo y se lo ofrecí con un gesto rápido. Cuanto más lo pensara, peor.
Lo sostuvo con ambas manos. Sin duda, era distinto al que había poseído, pero el
hechizo…
–Fuego. –Examinó la madera y se colgó el báculo a la espalda. –Sus llamas abrasar tus
enemigos.
–Eso espero, amigo. Eso espero. Ahora debemos descansar. Mañana nos espera un día
duro.
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Compasión Organizada Zimnel
4 . C o n c iliu m
Se habían dispuesto los sitiales para los asistentes, una butaca para el archimago
y un sillón adjunto para su agregado. Loredas y yo entramos casi los últimos y
ocupamos nuestro lugar en el centro de la pieza, donde se realizaban las peticiones… o
se juzgaban conductas consideradas impropias o muy dañinas para la continuidad del
gremio. Todas las miradas se clavaron en nuestras figuras. Evaluaron y sacaron sus
conclusiones y juicios, miraron de soslayo al archimago y a su agregado. Raminus Polus
susurraba al oído de Aníbal Traven. No me atreví a lanzar un hechizo de escucha aquí,
pero estaba seguro que Loredas sí les había oído. Aún no se había descubierto el rostro,
pero pronto debería hacerlo.
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Compasión Organizada Zimnel
Las manos ocultas entre las mangas de la túnica ocultaban el color de su piel. Él
tampoco parecía tener prisa por mostrarse.
Traven se levantó y alzó una mano. El Concilio había empezado.
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Compasión Organizada Zimnel
– ¡Has traído al enemigo al corazón del Imperio! ¿Qué puedes decir ante esto?
–Mantener con vida a un demonio. ¡Es algo que no se puede permitir!
– ¡Cuánta sangre de nuestros parientes habrá derramado! ¿Qué decisión
podemos tomar? ¡Sólo existe una!
– ¡Expulsemos a este traidor y demos muerte a ese ser del averno!
Loredas miraba imperturbable a Raminus, como si esperara una intervención del
agregado.
La voz del otrora discreto mago retronó en la cúpula y vibró con todos sus
matices. Sus ojos parecían más llameantes que los de Loredas.
– Se prestará atención a la argumentación de Dartz y sólo se escuchará la palabra
de aquellos que la hayan solicitado.
Había autoridad en cada sílaba que había pronunciado. La sala calló. Comprendí
en el acto la elección de Traven. El agregado parecía débil a primera vista. No era
demasiado hablador, sino prudente, considerado y amable. Jamás le había oído alzar la
voz de ese modo, con una contundencia que atemorizaba. Hasta hoy. Y esperaba tardar
tiempo en repetir la experiencia.
Una mano se alzó al fondo de la sala.
– Bothiel. ¿Qué deseas aportar?
– Se ha hablado de métodos justos para conocer el motivo de la presencia de un
dremora en el corazón del Gremio de Magia. Deseo conocer esos procedimientos, si es
posible.
– La narración de Dartz no se basará en el discurso, miembros del consejo y
asistentes. Puede apoyarse en él más tarde. También entonces se conocerán la voz del
Consejo y la voz del gremio. Devuelvo la palabra a nuestro Archimago.
Traven se levantó y oteó con calma a los presentes.
–No harán una excepción con Dartz. Será agraciado con la Visión, un regalo
reservado a unos pocos elegidos. – Caranya avanzó hacia el centro de la sala y ayudó a
Raminus a preparar el Glóbulo. Se dispuso una mesilla y otro miembro del consejo
apareció con el artefacto, una gran bola de cristal con un cinto metálico en su centro del
que colgaban dos cadenas rematadas por argollas.
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Compasión Organizada Zimnel
Loredas extendió las manos y ofreció sus muñecas sin rechistar, pero articuló
dos palabras:
– ¿Hasta cuándo?
Raminus respondió mientras le ajustaba el metal.
–Hasta que él vuelva. Esto no te permitirá usar la magia. Toda la gente que ves
aquí te tiene miedo. Temen lo que eres y en qué puedes convertirte. Esperarás tras ese
campo de fuerza. Él estará bien. Velaré por que así sea.
Sabía lo que hacía y cómo convencer. Era su fuerte. Acompañó a Loredas hasta
el habitáculo en que permanecería hasta mi regreso. Los miembros del Concilio no se
calmarían si no procedía así. Los magos de batalla habían acabado los preparativos del
Glóbulo bajo las indicaciones de Caranya y se colocaron a mi lado. Me enfundaron las
argollas respetuosamente. Qué ironía. Aunque de formas muy distintas, estábamos los
dos encadenados, pero pronto olvidaría las tenazas de mis muñecas y todo lo que me
rodeaba.
La regresión me sacaría de la sala para devolver mi mente a la fortaleza, al momento en
que interrumpí mi búsqueda de la joya-sello para salvar una vida.
Había preparado mi mente para esto. O al menos creía que lo había hecho. Había
reunido y recopilado mentalmente los pedazos de recuerdos desperdigados en mi
cerebro en una zona en concreto para lograr una historia coherente que se alejara de la
parte que mostraba las dudas y la incertidumbre, el miedo… Aunque era consciente de
que no podría ocultar ciertos sentimientos que me desagradaban particularmente.
Caranya activó el Glóbulo posando la palma de la mano sobre la refulgente
superficie.
–Que el ojo de este artefacto arcano penetre en tus pensamientos y nos muestre
actos puros, generosos y justos.
El Glóbulo se aclaró y las argollas brillaron, envolviéndome con una ligera luz
azulada. Primero vino el mareo y luego el vértigo, como en los viajes… Perdía la
sensibilidad del cuerpo por momentos. Me sentí flotar. Las manos que tenía sobre la
mesa yacían ingrávidas, buscando algún soporte. Se me emborronó la vista, una neblina
negra me rodeaba. Los asistentes sólo veían la luz azulada y una imagen que,
perezosamente, comenzaba a formarse en el globo hasta que lo rebasó y quintuplicó el
tamaño de la esfera.
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Compasión Organizada Zimnel
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Compasión Organizada Zimnel
5 . D e h n e r z u (E l d e s p e r ta r )
¡Al fin! Una de las losas cedió a la presión. Me resistí al deseo de dejarme caer
de rodillas pensando en mi carga. Un pasadizo aún más estrecho quedó al descubierto.
Una luz diminuta coronaba el fondo. La oquedad quedaba a la altura de mi cintura y
advertí con desaliento que no podría caminar a través de ella. Tendría que arrastrar el
cuerpo a gatas. Lo alcé hasta la boca de la abertura y empecé a arrastrarlo. El pasadizo
era tan estrecho que apenas dejaba lugar para el eco. Avancé penosamente tirando del
Kynmarcher como pude hasta que conseguí colgarlo a mi espalda y avanzar a gatas de
una forma constante. Tenía las rodillas destrozadas. La sangre comenzó a teñir mis
manos, ateridas por la humedad y la piedra helada. La ignoré la mayor parte del trayecto
hasta que se me fue la cabeza. Rodé hacia un lado con el cuerpo, que cayó a mi lado.
Tenía ganas de gritarle a las piedras, pero no me quedaban fuerzas. Me pregunté si los
Caitiff y los magos del estadio habrían logrado traspasar el muro ilusorio. Empezaba a
costarme incluso respirar. Así uno de los brazos del Kynmarcher e intenté colgármelo
de nuevo a la espalda. Resbalé y acabé de mojarme los pocos pedazos de túnica seca
que me quedaban. La armadura me oprimía los pulmones. Tosí una vez, dos… no podía
parar. A pesar del ambiente húmedo que me rodeaba, tenía la garganta seca.
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Compasión Organizada Zimnel
La tos del Kynmarcher me sacó de mis cavilaciones. Miré hacia atrás, al parecer
no habían logrado seguirnos. Este pasadizo debía quedar en algún lugar olvidado,
perdido en las canalizaciones que comunicaban los subterráneos entre las torres de la
fortaleza. El dremora se llevó las manos a la cabeza entre temblores y logró entreabrir
los ojos. Inspiró y abrió la boca. Soltó aire. Intentaba hablar. Leí la frustración en su
rostro. Si estaba consciente, la huída sería un poco más sencilla. Eso si en realidad
comprendía que estábamos escapando y que él tenía que abandonar la fortaleza.
La tos sacudió de nuevo su castigado cuerpo y retrasó la marcha unas cuantas veces
más. Mi estado tampoco era óptimo, así que no teníamos que reprocharnos nada.
Llegamos al final del conducto, donde una pequeña antorcha iluminaba el recodo del
pasadizo. Éste se transformaba en un habitáculo sin salida aparente. ¿Habíamos llegado
a un punto muerto? Señaló hacia el agua estancada, en el centro.
¿Una salida bajo el agua?
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Compasión Organizada Zimnel
Estaba decidido a bajar. Tendría que encontrar una forma de neutralizar el liche.
Un hechizo de fuego con parálisis me daría una oportunidad, así que empecé a
concentrarme. El dremora se dio cuenta y me dejó marchar. Me dejé caer por la abertura
y me adherí a la pared. Apenas había luz, aunque el hueco iluminaba tenuemente la
zona. El agua había desaparecido por completo. Sólo se podía adivinar su paso reciente
por el suelo mojado y algunos charcos aquí y allá. El aura del liche seguía ahí, pero
todavía no podía verlo. El resplandor mortecino atravesó la pared junto a una ráfaga de
viento helado. La luz verdosa dejaba entrever una forma humanoide de rasgos
cadavéricos que se confundían con la pared.
La corona incrustada en el cráneo me decía que este era un rey entre los suyos.
Un rey caído que vagaba entre las ruinas y los planos de Oblivion a voluntad. No podía
escapar de él. Me escudriñaba curioso, quizás pensando en la forma más retorcida
posible de acabar conmigo. Estas almas corruptas no se contentaban con dar muerte.
Se regocijaban en ella y disfrutaban con el dolor y la agonía de sus enemigos. Tenía mi
hechizo a punto. Lo lanzaría en el momento en que él alzara la mano para invocar a su
criatura, cualquiera que fuese. Levantó el brazo y sus ojos de ultratumba emitieron un
destello desafiante. El combate comenzaría en cualquier momento. Salté hacia atrás
para ganar distancia y me cubrí de sombra, lejos del hueco y de cualquier fuente de luz.
A diferencia de él, yo no resplandecía, así que tenía esto a favor. Una espada era
completamente inútil contra un rey liche. Descolgué el báculo y lo empuñé con la mano
derecha, dejando la izquierda libre para lanzar el hechizo.
El círculo de invocación apareció casi delante de mí. Salté hacia un lado y lancé
la descarga, que dio de lleno en… la segunda invocación del rey liche. Los huesos del
esqueleto saltaron en pedazos, golpeando las paredes del pasillo. Había previsto ese
movimiento y, además, disponía de la primera invocación. Qué rápido era, el maldito.
Los dedos del primer esqueleto atenazaron mi garganta. El rey liche se adelantó. Se
acercaba siseando junto al aire gélido que le acompañaba en su viaje eterno. Si pensaba
que podía detenerme con un saco de huesos estaba equivocado. Cogí la cabeza del
esqueleto con las dos manos y la explosioné con una bola de fuego.
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Compasión Organizada Zimnel
El rey liche se apartó a un lado y señaló el fondo del pasillo con su bastón.
Me fijé en el bastón, una vara de metal blanco coronada por una cabeza animal
reducida. En las cuencas de los ojos había dos rubíes y, en la frente, un cuerno de
diamante. Un Bastón de Almas. Conocía la existencia de estos báculos, pero era la
primera vez que veía uno. El no muerto esperaría con ansia el resultado del próximo
combate. Entorné los ojos para ver a través de la niebla que cubría el pasillo. De repente
oí un ruido sordo. El Kynmarcher había bajado por el hueco. Concretamente, había
caído por él. Dada su reducida movilidad, no había podido hacer otra cosa. Le oí
respirar trabajosamente. Cuando vio que el liche no se movía, sino que esperaba
expectante, se volvió hacia el pasillo. Parecía que conocía el lugar o, al menos, una
parte de él. Debería haberse quedado donde estaba, pero ya era tarde para pensar en eso.
Tenía al rey liche por un lado, y una amenaza desconocida por otro.
Entonces los oí. Pasos metálicos. Cada vez más cerca. El verdadero guardián
venía, aquél que había conseguido subyugar al no muerto.
Una forma se recortó entre la niebla. La figura armadurada avanzaba firme. La garra
sobre el puño de la espada y el brazo bajo el escudo. Un haz rojizo brillaba bajo el casco
y se escapaba por los orificios de los ojos, dándole un aspecto aún más terrible.
Cerré los ojos y maldije mi suerte. No había previsto un combate así. Yo no era un
maestro con la espada aunque hubiera recibido un entrenamiento adecuado.
Podría lanzar dos o tres hechizos más, pero no sabía si esto sería suficiente contra él.
Esa armadura estaba encantada, despedía una magia tan fuerte que cualquier
aprendiz la habría notado. No tenía más remedio que enfrentarme a él. Avancé por el
pasillo, hacia él. Me colgué de nuevo el báculo a la espalda. Tenía que guardar toda la
magia que pudiera. Nos rodeamos, estudiándonos. Desenvainamos a la vez y el primer
golpe me hizo dar un paso atrás. Era realmente fuerte. Los choques se sucedieron. Mi
armadura ligera no me protegería de un golpe certero, así que agucé mis reflejos para
evitar las estocadas y parar todos los golpes. Ningún miembro del gremio salía sin
encantar su arma. También yo lo había hecho. Además, teniendo muy en cuenta el lugar
al que me dirigía. Si lograba alcanzar algún punto vital, la electricidad de la espada
haría el resto. El organismo de los habitantes por excelencia de Oblivion no la soportaba
demasiado bien.
Mi estructura me protegía de la fuerza formidable del enemigo, que propinaba
una estocada detrás de otra sin descanso. Por herencia, y por suerte en este momento, yo
era más alto y corpulento que otros elfos oscuros. De hecho, empuñé antes la espada
que el báculo. Mi madre, una nórdica de Skyrim, había abandonado su tierra por amor y
decidió pasar el resto de su vida en Vvardenfell, en los campamentos dunmer junto a mi
padre, y formar una familia.
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Compasión Organizada Zimnel
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Compasión Organizada Zimnel
–Caminas entre los planos igual que atraviesas paredes, ¿no es cierto? – inquirí.
–Aprendes rápido, elfo, sabes que no puedo acabar contigo y aprovechas la situación,
¿eh? Qué gracioso. Si no puedo tener tu alma… ni la suya, ¿qué gano?
Volví a sentir el viento helado, pero tenía que seguir. Le sonsacaría todo lo que pudiera.
No podía perder nada.
Antes de que pudiera decirle nada más, atravesó la columna que tenía al lado y se coló
por la pared. El resplandor verduzco brilló un momento antes de desaparecer por
completo.
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Compasión Organizada Zimnel
La regresión había acabado con éxito, pero la parte que mi mente se había
negado a recordar tras el viaje me había sido arrancada por la fuerza, anulando la
consciencia que me unía al Concilio. Aunque la había recuperado, necesitaba
explicaciones. Se habían rebasado los límites de la regresión y se habían utilizado las
capacidades prohibidas del Glóbulo. El artefacto navegaba por las mentes, pero también
era capaz de abrir puertas que, al accionarse, podían dejar al individuo reducido a poco
más que un vegetal. Y un miembro de esta sala había logrado manipular el Glóbulo a tal
efecto, arriesgando mi vida.
Debía hablar con Traven lo antes posible, pero antes aún tenía que esperar a que el
Concilio deliberase y emitiese su veredicto.
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Compasión Organizada Zimnel
–¿Doler?
Me pregunté si le habrían dado nunca antes las gracias. Y si era la primera vez que
había hecho algo desinteresadamente. Tanto como para arriesgar la vida por alguien a
quien apenas conocía. Era raro que los magos de Oblivion aprendieran la Transfusión.
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Compasión Organizada Zimnel
Eso quería decir que valoraban las vidas de algunos miembros, aunque sólo
fuera por las habilidades que poseían o por su cargo.
Aunque no contestó, vi la satisfacción en su cara. Me levanté y estiré un poco las
piernas. La espera comenzaba a inquietarme. Eché un vistazo a los sitiales vacíos y me
dejé embargar por la solemnidad del lugar que, extrañamente, emanaba paz. Quise
absorber esa paz y tener la falsa impresión de que me solazaba. Caminé por el centro de
la sala con pasos cortos y gesto nervioso, impaciente. Casi como el criminal que no era.
Esperando sentencia.
Vi la mano negra y rojiza delante de mi cara. Loredas señaló hacia el fondo de la sala.
Una mano se alzó con ímpetu entre los miembros del Consejo.
–No pongo en duda la visión que hemos obtenido a través del Glóbulo Altarion, pues
tanto el artefacto como su poder son infalibles. Pero pensemos por un momento, si no
podríamos haber caído bajo el embrujo de nuestro enemigo. ¿Estamos dispuestos a
cobijar a un espía? Aunque su esencia y unión con los planos esté rota, ¿quién nos
asegura que el mismísmo Mehrunes Dagon no está detrás de todo esto?
Un murmullo se elevó durante unos instantes, para apagarse rápidamente ante la mirada
escrutadora de Raminus Polus.
La maga se volvió sorprendida hacia Dagail, la veterana líder del gremio de Leyawiin.
Probablemente, la orgullosa alta elfa no esperaba tener que contestar ninguna pregunta
de carácter personal.
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Compasión Organizada Zimnel
Aunque la mayor parte de magos que alcanzaban cierta categoría conocían los
principios de la Transfusión, pocos habían llegado a darla y vivir para contarlo. ¿Por
qué? Demasiado riesgo. Ésa era la respuesta. Pero Caranya dio otra muy distinta. Jamás
arriesgaría su vida por nadie. Y si un dremora lo había hecho, ella no estaría dispuesta a
quedar por debajo.
Aunque la elfa parecía contrariada, no podía negar los hechos y debía ceder la palabra a
otros miembros del Concilio que deseaban expresar su opinión. Carahil, la guía de
Anvil, pedía la palabra.
–Tengo que decir, y creo que hablo por muchos, que todos esperábamos encontrar
pruebas que incriminaran tanto al dremora como a nuestro propio compañero. Me
avergüenzo por ello, pues no deberíamos emitir juicios precipitados. Queremos vengar a
todos los amigos y seres queridos que hemos visto morir ante nuestros ojos. Pero no lo
hagamos así. Tenemos la oportunidad de conocer la raza que nuestro enemigo utiliza
como ejército. Y apenas hacemos invocaciones por miedo a los lazos inversos. Sólo os
pido que no la desperdiciemos.
–He visto lo mismo que todos vosotros y esas imágenes han quedado grabadas con
fuego en mi memoria. Ahora sabemos que los guerreros que nos envía el enemigo no
son pura fuerza bruta. Les hemos visto lanzar conjuros, empuñar armas mágicas y llevar
corazas encantadas... Nos hacen frente de un modo que nos supera. ¿Y por qué? ¡Porque
están organizados! ¡Por eso! Mehrunes Dagon no está sentado en su trono de sangre
creando simples bestias para su guerra. Ha moldeado una sociedad. Una etnia. Y eso es
más grave que el debate que nos ocupa. Han castigado a uno de los suyos, y no es que
me importe, ¡pero les ha salido mal!
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Compasión Organizada Zimnel
Y ahí estaba uno de los nuestros para modificar sus planes por poco que fuera.
La muestra es la marca que lleva ese demonio en la espalda. ¡Preguntadle si le gusta
llevarla! Yo veo un báculo más contra las hordas de Dagon. Y una oportunidad de oro
para saber más sobre los dremora. ¡Quién sabe si podremos librarnos de los lazos
inversos con su ayuda!
Arienne tomó aire tras el apasionado discurso. Se pasó el dorso de la mano por la
frente y vio aprobación en los rostros que le rodeaban. Los magos tendemos a ser
prácticos cuando se trata de tener fuerzas a nuestro favor. Aunque sea un dremora.
El Concilio tomaba un rumbo distinto al que esperaba. Yo sabía que la opinión de
Arienne tendría un gran peso e influencia sobre los demás, que le consideraban uno de
los puntales del gremio. Además, aún faltaba la opinión de Teekeus y Delmar, dos pesos
pesados que decidirían cuál de las dos facciones tendría más peso de decisión, los
Gremios o el Consejo.
Las palabras de Arienne dieron qué pensar a los asistentes, que murmuraban y
hablaban entre ellos muy agitados, algunos mirando de soslayo a Loredas, otros a mí.
Pero a pesar de eso, se mantuvo el orden. Los responsables de gremios menores
hicieron sus declaraciones. Inspiradas, airadas, contundentes, interesadas,
sentenciadoras… Cada miembro del Concilio tuvo la oportunidad de expresar en voz
alta qué pensaba. No pude oír bien a los miembros que quedaban más al fondo de la sala
y sólo capté algunas frases sueltas, unas más afortunadas que otras:
–…permitir que ese demonio nos engañe de ese modo es insultar a los miembros de este
gremio.
–Aún no habéis digerido la prohibición de la Nigromancia y utilizáis este Concilio para
renovar alianzas. ¡Eso sí debería daros vergüenza!
–La forma de actuar del dremora al que llaman Loredas es inédita. Podemos
encontrarnos de verdad ante un ser modificado. ¿No os dais cuenta?
–Se nos ha mostrado una parte de una sociedad que desconocemos. ¿Qué hemos hecho
hasta ahora? ¡Invocar criaturas de las que no sabemos nada!
–¿Y qué conocen ellos de nuestra forma de actuar? ¿De nuestras organizaciones y
estructura social? ¿A cuántos espías hemos abastecido durante esos lazos aparentes,
esos vínculos en los que confiábamos? ¡Nos han podido engañar durante más tiempo del
que jamás estaremos dispuestos a admitir!
–Decís bien, pero no discutimos ni una cosa ni otra. Discutamos si es correcto aceptar
entre nosotros a un miembro de la raza dremora a quien hemos visto salvar a uno de
nuestros magos. Uno que le salvó la vida a él primero. Todos lo hemos visto.
–Ha sido duro para mí quedarme sentado en el mármol cuando ese ser se ha descubierto
el rostro. La visión del Glóbulo ha despertado en mí muchas dudas, pero no puedo
permitir que la rabia y el resentimiento nublen mi juicio. He visto al dremora jugarse la
vida por Dartz, igual que vosotros. Al igual que muchos en esta sala, elegí como
especialidad la Ilusión, una disciplina que se basa en confundir a nuestros rivales y que,
como todos los tipos de magia, tiene limitaciones.
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Compasión Organizada Zimnel
–Puede haber usado mil trucos antes, pero después de tragarse ese brebaje, dudo mucho
que fuera capaz de lanzar un hechizo de confusión que le hiciera ver a Dartz falsas
realidades. Lo dudo de veras. Deseo más que nada organizar de nuevo el gremio de
Bruma y vengar a mis compañeros, pero esas son otras batallas y deberé librarlas en
otro lugar. A este mago le están juzgando por segunda vez y a mí me parece que con
una ya tuvo bastante. Si logramos que reafirme su compromiso, habremos triunfado
sobre Mehrunes Dagon, robándole a uno de sus soldados y probando una teoría antigua.
Que los dremora sirven a aquéllos a quien les une un auténtico vínculo. Magnus nos
recordaba constantemente que la magia es una herramienta, y todo lo que creamos con
ella será nuestro mientras logremos mantener el vínculo con fuerza. ¿No os parece que
ya es hora de estudiar nuevas tácticas contra nuestro enemigo?
Loredas observó al khajiit con curiosidad. Diría que podía leer el sufrimiento en
el rictus del felino. Me hubiera gustado intervenir y responderle a J’Skar, pero yo sólo
podría hablar cuando acabaran las intervenciones y lo que tenía que declarar era más
importante que esto. Me dio la sensación que el khajiit también deseaba hablar con
nosotros, pero por el momento tuvo que contentarse con observar la reacción del
Concilio que, una vez más, se mantuvo a la espera de la próxima intervención en
silencio, digiriendo las palabras de J’Skar. Hacía tiempo que nadie hablaba de
Magnus… demasiado tiempo.
Entonces fue Delmar quien pidió permiso para hablar. Los murmullos se alzaron
levemente, ya esta era una de las declaraciones más esperadas, una que inclinaría la
balanza… hacia un lado u otro. También Raminus parecía expectante. Traven se
ocultaba bajo una máscara de impasibilidad. Delmar había sido uno de los candidatos
más fuertes para el puesto de archimago. Arienne quedó fuera del proceso de elección a
causa de su edad; era demasiado joven. Otro de los candidatos había sido Teekeus, pero
el argoniano no había defendido su candidatura con entusiasmo, pues era sabido que no
deseaba el puesto, y que soñaba con retirarse tranquilamente en Chorrol, donde tenía a
todos sus amigos y discípulos. Pero Delmar era harina de otro costal. Cumplía todos los
requisitos y contaba con el apoyo de varios personajes más que influyente en la Cámara
del Alto Consejo de Cyrodiil. Y su amistad con el canciller no era un secreto para nadie.
Se comentaba que contaba con el puesto gracias a eso. La decisión de Magnus, el
antiguo archimago, había sorprendido a todos. Y más aún su retiro a la isla de
Summerset, el hogar de los altos elfos. Se dice que Traven aceptó resignado, pues jamás
había querido ser archimago, pero por alguna razón no aceptaba que Delmar gobernara
el gremio. Eso sí era un verdadero misterio. Tras la elección se celebró un acto público
de conciliación entre los candidatos en el que también se invitó a Arienne. Teekeus
alegó “fiebres repentinas”, pero todos sabíamos que odiaba los actos oficiales. La
hipocresía y las falsas alabanzas sí le ponían enfermo de verdad.
Delmar no recurrió la decisión y pareció aceptarla incondicionalmente. Siempre había
mantenido una actitud de respeto y discreción hacia Magnus, pero el viejo cascarrabias
no le correspondía. Fue Traven quien le nombró miembro del Consejo, donde sufrió un
nuevo contratiempo al ser rechazado como agregado. En su lugar, Traven había
preferido confiar en el discreto Raminus Polus, un profesor de alquimia en quien la
gente apenas reparaba.
Delmar logró afianzar su posición en el Consejo y se convirtió en un valioso
apoyo para Traven. No fui el único en sorprenderse.
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Compasión Organizada Zimnel
–Las palabras de J’Skar me han conmovido igual que a vosotros. Y tiene razón, la
Ilusión es un arma poderosa, más aún si proviene de nuestros enemigos. He visto una
parte de la memoria de nuestro compañero, donde se suceden actos que jamás
habríamos esperado ver en un miembro de nuestro gremio.
El Glóbulo nos lo ha mostrado, no como una vivencia, recordad, sino como una parte de
su memoria. Un recuerdo o un conjunto de ellos. El enemigo cuenta no sólo con sus
armas y guerreros… También conoce nuestro dolor, nuestros sentimientos y la bondad
que anida en nuestros corazones. Yo os digo que nuestro rival ha aprovechado las
buenas intenciones de nuestro compañero para llevarnos a su campo y que este es un
paso más en su guerra, conquistando nuestras mentes y nublando nuestros recuerdos…
¿Acaso podemos permitir algo así? Yo también me enfrento a la incertidumbre. Quiero
creer que ese dremora luchará a nuestro lado, pero por otra parte, debo valorar todas las
posibilidades. La primera de ellas, no subestimar a nuestro enemigo. Ya lo hemos hecho
demasiado tiempo. Mehrunes Dagon nos ha mostrado a su organizado ejército para que
aumente nuestro temor, y quizá ha dejado que veamos que posee aliados poderosos
como los viajeros de planos. Todo lo que hemos visto ocurría en la fortaleza daédrica,
eso también debemos tenerlo en cuenta. Uno de sus centros de poder. La memoria de
nuestro amigo y compañero puede estar emponzoñada, encontrarse bajo el efecto de un
hechizo a largo plazo sin que él mismo lo sepa. Las posibilidades son tantas que no
podemos arriesgarnos de este modo. Traerles aquí a los dos también ha sido peligroso,
espero que comprendáis mi recelo, pero el actual estado de nuestra batalla contra los
planos de Oblivion no es óptimo y cualquier precaución es poca. Yo no culpo a Dartz,
ni deseo que se emprendan contra él acciones que le separen del gremio, pues ha
demostrado su valentía y lealtad en demasiadas ocasiones. Ayudémosle a recuperar sus
recuerdos y mantengamos al dremora bajo estricta vigilancia. Démonos un poco de
tiempo a nosotros mismos y planeemos un buen contraataque.
–No soy un artesano de las palabras, como algunos de mis compañeros aquí presentes,
así que en lugar de haceros una elaborada disertación sobre qué pienso, haré mi petición
directamente, y será la única vez que apele a mi título para realizarla porque me parece
algo necesario. Como líder de mi gremio y miembro de este Concilio, pido que Dartz se
someta al Glóbulo por segunda vez…
Creo que nos queda algo por ver fuera de la fortaleza que es importante. Me lo dice la
experiencia, lo que he visto en el Glóbulo y también una parte de las palabras de
Delmar. Todo lo que hemos visto ocurre en la fortaleza. Olvidamos que han
transcurrido más de dos semanas desde que Dartz logró escapar con vida de la fortaleza
hasta que sus propias heridas le han permitido acudir a la convocatoria del Consejo.
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Compasión Organizada Zimnel
Dagon puede haber influido en la mente de Dartz en sus dominios, pero fuera sólo
contaría con el dremora en el caso de que fuese un espía. En este tiempo tiene que
haberse recuperado. También debe conservar la marca que le infligieron sus semejantes.
Es más fácil acudir a hechos recientes, pero no podemos arriesgar de nuevo la
resistencia física de nuestro compañero. Yo le acompañaré.
-Teekeus, sabes que pides algo inusual. Aníbal Traven no se opone a ello, pero desea
que se le pregunte a Dartz. Si él se niega a colocarse de nuevo los brazales, o al hecho
de que vayas con él, deberemos aplazar la votación del Concilio hasta que el Consejo
apruebe tu petición.
-Sé que guardan un segundo juego de brazales en algún lugar… He estudiado este
artefacto, joven. Y no se encuentra entre mis pasatiempos preferidos, pero sabes igual
que yo que deben ver algo más. No te puedo decir exactamente qué, pero intuyo que
fuera de la fortaleza también se produjo un cambio. Y, maldita sea, eso es lo único que
puede decantar la balanza.
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Compasión Organizada Zimnel
-Ya estamos otra vez con los pies en el suelo, chico. Despídete de las argollas y del
maldito globo. Por mi parte, espero que no vuelvas a verlo en tu vida.
Él parecía despejado y ajeno a la experiencia. Sin duda, había pasado por trances
peores. Leves murmullos nacían de las bocas sorprendidas y reverberaban calladamente
en la cúpula nívea. No vi llegar al mago de batalla que examinó mi estado de salud. Su
compañero desasió mis argollas y las de Teekeus. Hecho esto, se inclinaron
respetuosamente ante el agregado del archimago, que se había acercado hasta la mesa.
Hizo una reverencia en dirección al archimago, giró sobre sus talones y caminó
decididamente hacia el portal de salida. Nadie le detuvo.
La sorpresa se había apoderado de todos y cada uno de los presentes.
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7. S e t t a h ( L o s a p r e n d i c e s )
El despacho del archimago no era espacioso. Lo iluminaban las velas de dos atriles y
una antorcha. La pluma garrapateaba el papiro con soltura y gracia. La elaborada
caligrafía completaba el párrafo que contenía mis órdenes. Una rúbrica sencilla remató
el documento, que selló con lacre caliente y el símbolo del gremio de magos. Aníbal
Traven alzó el rostro y me tendió el papiro enrollado.
-Las votaciones del Concilio fueron ajustadas y sabes lo que eso implica. Los gremios
están de tu parte, pero dos miembros del consejo no aprueban tus actos. Son magos
influyentes que creen firmemente en sus convicciones. Su fuerza llega hasta las puertas
del palacio imperial, no lo olvides.
Por cierto, tus aprendices llegarán mañana a FrostCrag Spire. He elegido dos alumnos
aventajados en alquimia que no ven la hora de comenzar tu programa avanzado.
Instrúyelos con sabiduría. Respecto a tus órdenes… Asignaremos un protector a la torre
durante vuestra ausencia.
-El proyecto que tengo en mente les mantendrá ocupados, archimago. Aún queda
tiempo para prepararles.
-Así sea.
La cuenta atrás había comenzado. Sabía que me vigilarían. Oh, sí. El poder de
Delmar rivalizaba con el del archimago tanto en la capital como en los ducados de
Cyrodiil y las pequeñas provincias. Traven no me prevenía directamente contra él
porque sabía que otras fuerzas actuaban en la sombra. Esos poderes habían llegado hasta
el Concilio y habían manipulado el Glóbulo. También habían atentado contra mi vida.
Y ahora debía responsabilizarme de dos aprendices, como correspondía a mi
rango, seguir con mis deberes en el gremio y… satisfacer las dudas planteadas por el
Consejo mediante unas órdenes que no podía cuestionar.
Los Gremios y el Consejo habían consensuado unas pruebas de entrada para Loredas y
se impuso que yo debía acompañarle como responsable directo.
El consenso se registró en la memoria del Concilio y dio fin al acto extraordinario.
Loredas me esperaba en la torre. Le había contado vagamente que seríamos los
instructores de dos aprendices del gremio en una fase importante de su educación.
Yo había expresado mis reservas a Traven. Aún era pronto para comprobar la
sociabilidad de Loredas…
Quería que avanzara más con el idioma y también contarle de algún modo qué se
esperaba de él. No tenía clara su integración en la sociedad cirodílica y todo ocurría
precipitadamente. Había jurado protegerme, pero… ¿cómo actuaría con el resto de
magos? ¿Y con el resto de humanos, khajiits y argonianos? Esa era mi verdadera
responsabilidad y no imaginaba hasta dónde podía llegar.
Tenía unas horas para hablar con él y asegurarme que comprendía sus tareas.
Hasta ahora no se había negado a completar ninguna, aunque había una costumbre que
no lograba quitarle por más que lo intentara.
Montaba guardia en lo más alto de la torre durante las primeras horas de la
noche. A veces bajaba, se internaba en el bosque helado y volvía con alguna pieza de
caza. Si alguien nos espiaba no habría pasado por alto la vigilancia del dremora ni las
incursiones nocturnas. Tendría que intentar convencerle de nuevo de acompañarle de
día si le apetecía que fuésemos a cazar. La torre poseía potentes encantamientos que
revelarían la presencia de un espía en su interior.
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Compasión Organizada Zimnel
Pero los que más me preocupaban eran los aprendices. Concretamente, su reacción ante
su segundo instructor. Loredas había logrado aumentar el nivel de producción del jardín
con un encantamiento que regulaba flujos controlados de lava en la sección dedicada al
cultivo de ingredientes de Oblivion. Les enseñaría el encantamiento a los aprendices y
les mostraría combinaciones de ingredientes de los planos del averno con los que
preparar potentes pociones.
Le encontré examinando a conciencia el primer volumen de la Historia del
Imperio. Al lado había varios papiros con palabras que se había traducido al daédrico
para agilizar la lectura. Más de una vez había pensado en sugerirle una recopilación de
esas notas para realizar un compendium daédrico-cirodílico que nos haría avanzar
notoriamente en la investigación de los planos gobernados por Mehrunes Dagon.
La llegada de los aprendices podría ser propicia también para eso. La ordenación de las
notas sería una de sus tareas. Aunque un bibliófilo experto o un lingüista supondrían
candidatos más acertados, Loredas necesitaba un motivo para implicarse con los
aprendices. O más de uno.
La cera colmaba los platos donde se asentaban las velas y formaba decenas de pequeñas
estalagmitas que habían convertido la mesa en un peligro potencial de incendio. La
concentración que nos impide ser prácticos alcanzaba también a los magos de
Oblivion…
Aparté dos platos cuidadosamente y apagué varias velas. La interrupción y la
disminución de la luz le hicieron advertir mi presencia. Aún tenía una de las negras uñas
sobre una línea del texto. Le señalé la pequeña alacena que tenía en el estudio donde
guardaba queso y frutos secos para las ocasiones en que el estómago no era una
prioridad. Por el estado de la mesa, hacía horas que trabajaba. Probablemente no habría
probado bocado. Yo no lo habría hecho en su lugar. En mi época de estudiante me había
ganado muchas reprimendas por no comer. No era algo que no quisiera hacer. Tampoco
menospreciaba los platos de nuestro cocinero. Sencillamente, los libros me absorbían
demasiado. Habían pasado los años y seguían haciéndolo, pero la experiencia me había
enseñado a tomar precauciones.
Sólo era un aprendiz cuando oí estas palabras por boca de Magnus. Siempre
brillante, aunque humilde. Inspirador.
¿Qué impresión les causaré a mis propios aprendices? ¿Se sentirán seguros? ¿Esperarán
más de lo que puedo enseñarles? Había tenido alumnos antes. Pero no aprendices.
Los alumnos asisten al aula, escuchan atentamente; bien, unos más que otros… Y toman
sus notas para superar pruebas que los calificarán como magos. Los aprendices toman
apuntes para calificarse en la vida. El maestro debe proporcionarles conocimientos y
una filosofía para vivir. Debe darles tareas que les inspiren y ser un guía inquebrantable
que les muestre el camino.
¿Qué maestros había tenido Loredas? Qué rápido apagaron la luz que iluminaba sus
pasos… Di un golpe sobre la mesa con el puño cerrado. Lo hice sin darme cuenta, así
que el impacto de la madera de la mesilla me sobresaltó. Me llegó el eco de pasos en el
piso inferior. Habían llegado.
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-Le he pedido que os suelte. Este dremora no es vuestro enemigo, y tampoco es una
invocación. Vive en esta torre, conmigo. Soy consciente que no os han contado nada
sobre él, pero tranquilizaos, todo está bien.
Los aprendices eran poco más que adolescentes. En lo que habían vivido de guerra,
jamás habían oído a uno de los suyos pronunciar una sílaba en el idioma con el que se
comunicaban los dremora. Cuando Loredas les dejó en el suelo, uno de ellos habló:
-Yo… Nosotros no… No sabíamos que… Y nunca habíamos visto un… un…
La joven maga que estaba a su lado le fulminó con la mirada y le reprobó algo
ininteligible en voz baja. Vi reír al dremora. Era evidente que podía seguir cualquier
murmullo a la perfección. Fue ella quien retomó el discurso del azorado aprendiz:
-Maestro. Lo que Ios quiere decir es que lo sentimos. Es cierto, nadie nos ha avisado de
la presencia de un dremora en esta torre. Maestro, te rogamos que aceptes nuestras
disculpas y que nos aceptes como aprendices.
-¡Perdónanos, Maestro!
-Levantaos los dos. Bienvenidos a FrostCrag Spire. Siento que hayáis tenido una
llegada accidentada. El dremora que tenéis delante me salvó la vida una vez.
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Compasión Organizada Zimnel
Aún estaban conmocionados. Probablemente era el primer dremora vivo que veían.
Decidí que movernos y caminar un poco relajaría su ánimo y nos ayudaría a resolver la
situación. Seguí hablando mientras atravesábamos la amplia planta baja de la torre. Me
dirigía a la entrada del ala oeste, el lugar ideal para acomodarles, pues había varias
habitaciones desocupadas. La pronta llegada de los Ios y Maetze me había impedido
preparar las habitaciones como era debido, pero la actividad nos distrajo y nos ayudó a
establecer un pequeño vínculo. Quise que Loredas se quedara para que se
acostumbraran a él. Adecentamos dos habitáculos con rapidez desempolvando sábanas
y mantas, despejando armarios y cajones, barriendo, sacudiendo el polvo de las
alfombras… Luego nos ocupamos de las cansadas bestias del carromato que habían
utilizado para su viaje. Les preparamos un mullido suelo de paja y rellenamos los
bebederos. Mientras Maetze retiraba las bridas del caballo más rechoncho, se quedó con
las tiras de cuero en las manos, observando a Loredas mientras daba de comer al otro
animal. La expresión tranquila y confiada de la bestia le hizo hablar en voz alta:
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Compasión Organizada Zimnel
El gremio cubriría los gastos, pero mi vida cambiaba una vez más.
Mi existencia solitaria de los últimos años como erudito en esta torre, alterada
únicamente por mis contribuciones en la guerra en forma de estudiadas incursiones a los
planos del averno, había dado un gran giro a raíz de los acontecimientos recientes.
Desde que saqué a Loredas de la ciudadela de Skingrad había cambiado mucho. Los dos
lo habíamos hecho. Volver a tener un amigo y un compañero, alguien en quien confiar.
No había tenido eso desde que mi primo, al que consideraba mi hermano, abandonó el
campamento Ashlander donde crecimos.
Podía contar con Loredas para casi cualquier cosa, pero seguía siendo muy reservado
con su pasado. Los largos años de soledad no me convertían en el conversador ideal, así
que las ocasiones en que intercambiábamos más palabras eran las clases de cirodílico
que él absorbía con avidez. Sin duda, era un alumno brillante, pero su capacidad
también me hacía preguntar si la compartía con el resto de dremora. Un grupo de magos
así… No quería imaginar lo que podían llegar a hacer.
El dremora me sacó de mis cavilaciones. Quería saber por qué no habían avisado a Ios y
Maetze. La verdad, yo también quería saberlo. Tenía que contenerme y no
transportarme hecho una furia al despacho del consejero del archimago. Había que
pensar con calma, pero el ambiente gélido que abrazaba la torre no me ayudaba. Y
tampoco se me contagiaba.
-Después de… ¿juicio? Envían aprendices. Pero no dicho nada de mí. ¿Traición?
Esto sí que me dejó helado. Era una palabra que no me había atrevido ni a pensar.
Traición. Era evidente que alguien se esforzaba en acabar conmigo y, además, apoyar
los argumentos de Delmar en el Concilio. La sospecha podía alcanzar a cualquiera.
Podía ser cualquiera. Y sólo había una persona que podía disipar una parte de mis
dudas: Teekeus, el líder del gremio de magos de Chorrol. El único que, a mi parecer,
había actuado con sabiduría durante el Concilio, dando un portazo en las narices a todo
aquél que quisiera seguir con la caza de brujas.
-Sí, Loredas, tenemos un saboteador en la Universidad Arcana y no será fácil
descubrirle. De momento poco podremos hacer, pues tenemos que concentrarnos en las
órdenes que he recibido del archimago. Para que te acepten en el gremio y puedas actuar
como instructor aquí, en la torre, tienes que pasar unas pruebas de admisión. Todos las
hemos pasado, créeme.
En ese momento me di cuenta de que mi expresión debía ser sufrida, pues Loredas me
estudiaba detenidamente. Desenrollé el pergamino que Aníbal Traven había firmado el
día anterior y leí en voz alta:
-“Por orden del archimago en funciones y de los miembros del consejo, el dremora que
recibe el nombre de Loredas se dirigirá las Cuevas del Solsticio, en la frontera de
Skyrim, para averiguar el paradero de dos miembros del Gremio que no han enviado
informes desde Última Semilla: el mago de batalla Aroul Artan, y un experto en magia
Telvanni, Dertheloth Aravanim. Se espera un informe satisfactorio durante los últimos
días de Fuego del Corazón”.
Respiré hondo, parecía una misión como cualquier otra. Las desapariciones no eran algo
extraño. Y más en una época agitada como la que vivíamos. Aunque había guerra, las
zonas fronterizas del imperio siempre habían sido problemáticas. Cyrodiil se había
construido arrebatando tierras a otros territorios. Las montañas de Valus protegían
Bruma y FrostCrag Spire, pero las poblaciones y asentamientos imperiales que se
encontraban más allá del Paso Pálido, no estaban tan a salvo de las incursiones norteñas,
cada vez más frecuentes desde que Mehrunes Dagon había desafiado a la dinastía de los
Septim.
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8. S a n c t u m
Loredas estaba batiendo la masa como si preparase una mezcla alquímica. Para él debía
haber poca diferencia.
–Siempre ha sido así. Al menos desde que la conozco— Dijo Ios. –Su padre la trajo de
Skaal a los nueve años y hemos ido juntos a la escuela desde entonces. –
La iniciativa de Maetze era envidiable. A su edad, yo estaba tan cohibido como Ios. En
mi caso, el que había llevado siempre la iniciativa era Zimnel. Yo le seguía a todas
partes. Era mi primo, pero se comportaba como si fuese mi hermano mayor. Aunque
nos llevábamos cuatro años, le gustaba cuidar de mí. Se sentía responsable de “su
hermanito”. Y de algún modo, Maetze se sentía responsable de Ios, pero no eran ni
parientes lejanos. En verdad formaban una extraña y curiosa pareja. Loredas había
puesto a cocer la masa bajo las atentas instrucciones de Maetze y se sentó a mi lado a
esperar. No pude reprimir la pregunta:
– ¿Sabes cocinar?
– ¿Qué es cocinar?
Ios estalló en carcajadas, y acto seguido, cuando se dio cuenta de lo que había hecho,
bajó la cabeza colorado como un tomate.
–Pues cocinar es lo que hemos estado haciendo hasta ahora. – Aclaró una sonriente
Maetze.
Un ligero ruido se convirtió en un temblor acusado que parecía amenazar los cimientos
de FrostCrag Spire. Una de las protecciones mágicas de la torre había saltado y daba la
alarma.
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El dremora, que ya había hecho ademán de saltar, listo para la carrera, se contuvo y se
quedó donde estaba. Abrí la puerta y subí escaleras arriba, hacia la planta baja. Si había
un intruso tenía que estar allí. Y si había llegado más lejos, la segunda alarma se
retrasaba. El aviso no llegó, la planta baja estaba desierta. Si el intruso no había entrado,
esta era otra clase de advertencia. Quienquiera que fuese, era lo suficientemente hábil
para manejar protecciones mágicas, pero no lo suficiente como para anular las de alto
nivel. Y sin duda, las de FrostCrag Spire lo eran.
El atacante nos decía que quizás no estábamos tan seguros y que conocía nuestro
paradero. Me encontraba entre la espada y la pared. Pronto tendría que acompañar a
Loredas a las Montañas de Valus y no me fiaba del instructor suplente que podía enviar
el Gremio para supervisar los progresos de mis aprendices. Sólo tenía dos opciones:
cancelar la prueba de Loredas, hecho que complicaría todavía más su entrada en el
gremio, o llevar a Ios y Maetze con nosotros, una elección poco segura, pues desconocía
el grado de dificultad de la prueba. Hacía años que nadie pisaba las Cuevas del Solsticio
o el Sanctus excepto los eruditos que habían desaparecido, y no era un pensamiento
alentador…
Aún quedaban unos días para el inicio de la prueba y tenía tiempo para pensar,
comenzar el programa de alquimia y comprobar qué conocimientos había adquirido mis
aprendices en la Universidad Arcana. También esperaba tener la ocasión de visitar a
Teekeus en Chorrol, con quien había deseado hablar desde que terminó el Concilio.
Volví a bajar a la cocina y tranquilicé a Ios y Maetze. No habíamos tenido
desperfectos, ni una sola grieta en la pared. Rescatamos lo que pudimos del desayuno y
comimos en silencio. Les di instrucciones a los aprendices para que se dirigiesen al
laboratorio de prácticas, un estudio que se había convertido en el aula principal por su
amplitud. Loredas dispuso una mesa con los aparatos necesarios: mortero, alambique,
calcinador y retorta. Elegimos los ingredientes entre los dos y concluimos que lo mejor
era comenzar con pociones defensivas utilizando elementos asequibles en el entorno.
Aunque las inmediaciones de la torre eran, en su mayor parte, hielo y nieve, florecían
pequeñas plantas con propiedades que, combinadas, eran beneficiosas para el
practicante de la alquimia. Y en este campo, era importante saber distinguir. La más
ligera variación en el tono o color de una hoja o tallo podía significar un cambio radical
en las características de una poción que podía causar incluso la muerte. Por ello, el
estudio de los ingredientes ocupaba la mayor parte del tiempo de los principiantes, así
como la memorización de las cantidades exactas que debían utilizarse en cada receta.
Los tiempos de cocción y la etapa de decantado y filtrado formaban parte de la fase final
del proceso de elaboración y costaban menos de aprender. Los dos aprendices tenían los
ojos puestos en las sales de escarcha que había sobre la mesa. Era un ingrediente difícil
de conseguir, pues sólo se encontraba en la piel de los gigantes de hielo creados por los
príncipes daédricos. Los atronachs de hielo no eran comunes, pues sólo se habían visto
protegiendo algunos santuarios en zonas agrestes de montaña. Lo más común era que se
les invocara como guardianes, aunque su fidelidad era voluble y su inteligencia, muy
primitiva. Junto a las sales, había colocado pedazos de patata, ajos y pulpa de raíz de
campanilla. No reconocieron la combinación para fabricar un escudo de escarcha.
Tenían claro que el elemento clave eran las sales, pero el aglutinante se les escapaba.
Loredas les señaló el resto de ingredientes y les dio una porción ajustada de cada uno
para que empezasen a machacarlos en el mortero.
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Los dos hicieron buen uso de sus plumas y tinteros y apuntaron con presteza la
receta que acababan de aprender. En una guerra la protección era esencial. Les enseñé
que el escudo podía fabricarse tan solo con los elementos que conformaban el
aglutinante. No sería tan potente, pero sin duda les protegería lo suficiente como para
aguantar unas cuantas bocanadas de fuego. Loredas insistió en que preparasen la poción
de los dos modos, pues las sales sólo las vendían en lugares selectos o las poseían
magos poderosos o alquimistas expertos. En el lugar del que él procedía, invocar un
atronach y destruirlo para obtener el ingrediente era lo habitual, pero no era algo que
desease contar. Mostraba el lado práctico de una disciplina que conocía y eso le
convertía en un buen profesor para mi sorpresa. Revisamos el proceso de preparado y
dejamos la cocción para la próxima clase, pues podía llevar una mañana entera o una
tarde, y lo mejor era combinarla con otras tareas turnando la vigilancia de los
calcinadores y alambiques.
Cada vez que me decía algo era para soltar verdades como templos. Quizás por eso
fuese tan parco en palabras, pero el hecho que hubiera hablado con los aprendices de su
prueba me dejaba atónito.
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Compasión Organizada Zimnel
Y era cierto. Incluso me había detenido por pura perplejidad. ¿Tanto respeto les
imponía a mis alumnos que intercambiaban antes sus impresiones con Loredas? A
sabiendas que no podía comprenderles perfectamente… Y a este respecto estaban los
dos de mi parte. Me alegré por ello. Me alegré por Loredas. Le habían aceptado.
Abrí el portón del habitáculo superior de la torre. Habíamos llegado. Por si me
había recuperado de sus palabras, se aseguró de volver a sorprenderme cuando subimos
a la plataforma que nos llevaría a Chorrol en pocos instantes.
–También ser luz para mí. Motivo para vivir y volver a morir.
El transporte se activó sin darme tiempo a reaccionar o responder y una luz cegadora
dejó paso a la desagradable y nauseabunda sensación que sufría cada vez que utilizaba
las plataformas. Me apoyé en el báculo e intenté dar dos pasos a derechas sin
conseguirlo. Busqué un segundo punto de apoyo y encontré el hombro de Loredas,
quien me hizo sentar en el banco más cercano a la plataforma del gremio de magos de
Chorrol.
Agradecí el momento de tranquilidad sentado en ese banco. Sin duda, Teekeus ya habría
detectado nuestra llegada, pero acostumbraba a dejarme unos minutos de gracia antes de
encontrarnos.
Loredas no se bajó la capucha. Sabía que Teekeus sería el único que no se
sorprendería al verle. Mi organismo se recuperó casi por completo y me volví hacia el
dremora para que viese que mi cara había vuelto a tener el color que debía.
Un aprendiz nos dio la bienvenida y nos llevó a una pequeña salita donde nos esperaba
una mesa austera, tres asientos y unas tazas de caldo humeantes. El líder del gremio de
magos de Chorrol no nos hizo esperar demasiado y se sentó a nuestro lado. Loredas
torció levemente el gesto ante un nuevo y extraño sabor, aunque no me pareció que le
desagradase. Tras los saludos de rigor y unos sorbos del casi ígneo líquido (el paladar
del argoniano no parecía notar el exceso de calor), Teekeus se dirigió a mí con voz
grave:
–No recibo muchas visitas, Dartz, pero si he de serte franco, como acostumbro
aunque a algunos les pese, la tuya la esperaba. Sin embargo, es una sorpresa volver a
ver al joven de tez oscura tan pronto.
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–Harían falta varios magos para quebrantar las defensas de Frostcrag Spire,
joven. Magos espía, Morag Tong… a saber a quién han acudido tus enemigos. También
te habrán enviado espías.
–He percibido su presencia varios días, sobretodo cuando Loredas sale a cazar.
No pude evitar lanzarle una mirada reprobatoria al dremora, mirada que acabó
en su taza de caldo, sabiamente esquivada.
–Y temes por tus aprendices si les dejas allí, ya veo. En primer lugar… si
abandoné el Concilio fue porque desprecio la burocracia injustificada, ya lo sabes.
Aunque desde mi punto de vista, casi toda la burocracia lo está. A Traven no le quedó
otro remedio que celebrar el maldito Concilio. Le falta mano dura, eso está claro, y en
los tiempos que corren… El enemigo busca cualquier brecha que le sirva para
destruirnos, y si seguimos dando prioridad a las guerras de intereses perderemos la otra
guerra, la que cuenta, la que nos está diezmando, maldita sea. Llévalos contigo, Dartz,
pero no al interior de la morada. El patio se creía un lugar deshabitado hasta que Aroul
Artan y Derveloth Aravanim desaparecieron. Dentro puedes esperar encontrar cualquier
cosa, bandidos y peor escoria.
– ¿Hay noticias de nuevas incursiones norteñas en las Cuevas del Solsticio?
–Esas noticias debían traerlas Aroul y Derveloth. Yo diría que su ausencia las
confirma.
–Si al menos tuviera un mapa, aunque fuera antiguo, de las Cuevas…
–Las Cuevas, como las llamas, fueron una vez una residencia que se construyó
como antesala de las cavidades por los mismos Ayleid. Antes de que nuestro amado
Imperio reconvirtiera la morada en altar para los Nueve Divinos, esas paredes vieron
rituales y oyeron hechizos arcanos que despertarían la codicia de conocimiento de más
de uno. Probablemente Traven quiera tener controlado el lugar para preservarlo de los
necromagos.
– ¿Disponemos de algún tipo de información sobre antiguos asentamientos
Ayleid? No puedo creer que esté todo en Cyrodiil… no puedo buscar allí.
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– Cierto, demasiados ojos, aunque después de este viaje deberás volver para
enfrentarte a ellos, chico.
– Los Ayleid… Terribles y magníficos a la vez. Destruidos por su propia sed de
poder. Nos dejaron muchos misterios, quizás demasiados. Existe una
recopilación de cartas entre comerciantes muy antigua. Se dice que es una copia
de cartas de la era de decadencia Ayleid, cuando la raza dejaba estas tierras y sus
fortalezas comenzaban a ser ocupadas por gobiernos, gremios y otros
indeseables. En esa época la nigromancia no estaba prohibida y se establecieron
muchos pactos. Acuerdos que hoy en día siguen teniendo influencia.
No podía creerlo. Pactos con los necromagos. La más despreciable de las variantes de
magia, que todos despreciábamos, y a cuyos practicantes activos considerábamos
criminales. Otros tiempos, sin duda, y tabú en la Universidad Arcana, pero no aquí,
donde la simple conversación con el líder del gremio a quien nadie parecía escuchar o
tener en cuenta, se revelaba como conocedor de una época prohibida que muchos se
habían afanado en esconder.
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9 . N a rt u k (A s es in o s )
Durante un tiempo absorbí con avidez todo lo que pude encontrar sobre mi raza,
los dunmer. Redoran, Telvanni, Indoril… Nombres que hasta mi adolescencia me
habían sido totalmente ignotos, cobraron relevancia y significado. Morrowind, una
tierra con una tradición de veneración hacia los antepasados, tenía que estar relacionada
con el origen de la nigromancia.
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Teekeus nos llevó hasta un habitáculo especial del gremio de magia de Chorrol,
una pequeña biblioteca abarrotada de volúmenes, pergaminos y viejos papiros. También
vislumbré losetas de piedra y algunos bajorrelieves sueltos con inscripciones rúnicas,
conservados en pilas ordenadas. Mis ojos curiosos se distraían con cada detalle mientras
intentaban no perder de vista al argoniano y a Loredas, que le seguía solo dos pasos por
detrás. Nos detuvimos frente a una trampilla que se encontraba en el extremo de la
habitación, en la planta baja. El sonido de la llave al girar dio paso a un crujido y a una
serie de chasquidos que parecían proceder del sótano en el que nos disponíamos a
entrar. Teekeus levantó la tapa y nos deslizamos por el orificio rectangular. Unas
escaleras sólidas recibían mis pasos inseguros, que recordaban su última experiencia en
un subterráneo, durante la huída con Loredas. Aunque nuestra situación era
completamente distinta, no podía quitarme de la cabeza la luz rojiza de los ojos vacíos
del guardián que casi había acabado conmigo ese día.
Al terminar el descenso seguimos avanzando por un corredor estrecho hasta
llegar a una puerta enmarcada en una entrada sin adornos rematada con una única
inscripción: “Bienvenidos los que poseen sed de conocimiento. Ésta es vuestra casa”.
El líder de gremio hizo girar la llave dos veces y, acto seguido, colocó la palma
escamosa sobre la madera añeja, cuchicheó un hechizo y no se movió hasta que oyó un
ligero chasquido. Un resplandor casi imperceptible rodeó los cantos de la entrada y, solo
entonces, Teekeus retiró la llave.
Nos encontrábamos en un curioso y espacioso cuarto circular con una cúpula por
techo. El estilo me recordó a la arquitectura de las bóvedas en las que se celebró el
Concilio.
– Lo encontraron los fundadores del gremio, Dartz. Casi todos los gremios de
magia se asientan sobre construcciones aylédicas. – Reveló Teekeus.
– Magnus traspasó ese conocimiento a los líderes de gremio de su confianza. Lo
que albergan estos lugares es la herencia de aquellos con los que firmamos la
paz hace siglos. Una paz que no hubiera sido duradera si hubiésemos abierto
estas puertas a todos los hambrientos del saber. Pero las actuales circunstancias
han trascendido a los viejos temores, y desde luego, mucho de lo que saldrá a la
luz no gustará… Nada de nada.
Al parecer, antes de su marcha, los Ayled, los magos tecnócratas que habían arrasado a
su propia prole con líderes enloquecidos y ebrios de poder, habían cedido el dominio de
Cyrodiil a los imperiales y tan sólo confiaron los restos de sus secretos a los magos, a
quienes consideraban lo más próximo que podían tener a un igual.
Durante mi etapa de estudios en la Universidad Arcana siempre he había preguntado
adónde habían ido los Ayleid y por qué tan pocos de los nuestros se dedicaban al
estudio de lo que la poderosa cultura había dejado.
El gremio de Arqueología siempre había sido minoritario y dependiente del de
magia. Magnus lo había fundado y actualmente se mantenía por respeto a su memoria,
pero sus integrantes decían sentir verdadera pasión por sus estudios y atesoraban cada
descubrimiento en vitrinas y espacios especialmente construidos para ellos.
Aunque no estábamos muy pendientes de las excavaciones comprendía que no era algo
que interesase difundir en el estado de alerta continuada y guerra abierta en que nos
encontrábamos desde hacía años.
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Estar junto a Teekeus en este lugar y oír al reservado y parco mago revelarme el
verdadero origen de nuestros gremios, me hacía evocar mis preguntas de estudiante.
El argoniano había colocado sobre una mesa varios volúmenes empolvados y unos
pergaminos amarillentos.
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