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Para el corazón quebrantado

La paz os dejo, mi paz os doy. No como el


mundo la da, yo os la doy. No se turbe
vuestro corazón, ni tenga miedo. (Jn. 14:27)

Introducción

Ya estamos en la cuarta semana de adviento y hemos


encendido la última vela de la corona de adviento, la vela de
la Paz, así, en mayúsculas. Hay muchas cosas que marcan
la diferencia entre los creyentes y los no creyentes, y
también entre los creyentes reales que confían en el Señor y
los que meramente asisten a la iglesia de cuando en cuando.
Posiblemente una de las más importantes es disfrutar la paz
en medio de las dificultades. Sí, es ahí, en medio de las
dificultades, cuando la paz interior tiene su verdadero
sentido, no en medio de un discurso utópico, repetitivo y
cansino.

Jesús, el Príncipe de Paz (con mayúsculas), les dijo a sus


discípulos que lo que les había compartido era para que
tuvieran paz en Él. Es decir, ninguno de ellos podía aducir
que nadie les había advertido lo que les esperaba como
consecuencia de ser discípulo del Mesías. Se reducía, de esta
manera, un importante obstáculo en el manejo de conflictos.
Declaró que, como hijos de Dios, tenían acceso a la paz.
Esta es, de hecho, la característica más sobresaliente de
aquellos que viven conforme al Espíritu, y no a la carne. No
es que están libres de las dificultades, los contratiempos, y
los sufrimientos, sino que en medio de las más feroces
tormentas experimentan una quietud y un sosiego interior
que no tiene explicación. Son inamovibles en sus posturas,
porque lo que ocurre fuera de ellos no logra derribar la
realidad interna.

Cristo les hizo notar, sin embargo, que esta paz la tenían
en Él. No era producto de la disciplina, ni del cumplimiento
de una serie de requisitos religiosos, ni de una decisión que
habían tomado en el pasado de seguir a Jesús. La paz estaba
en la persona de Cristo y solamente tendrían acceso a ella
quienes estaban cerca de Él. La paz es, en última instancia,
el resultado directo de Su victoria, no de la nuestra.

I. Concepto de paz

• Virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego.


Contraposición a la guerra. Concordia y buena
correspondencia de unos con otros. Genio sosegado
y apacible.

• Hay un sinfín de guerras y conflictos bélicos en todo


el mundo. Quizá en nuestro mundo interior pasa
algo similar y necesitamos paz.

• Jesús era un judío, no un griego a una persona


occidental y moderna. Él tenía en mente la shalom
de Dios. En realidad, la vida “en abundancia” en
referencia a la cual Jesús define su misión es la vida
que en el Antiguo Testamento se define en términos
de shalom. Shalom es prosperidad, salud integral,
bienestar material y espiritual, armonía con uno
mismo, con Dios, con el prójimo y con la creación.
Shalom es plenitud de vida.

• En contraposición, la paz que el mundo nos ofrece


es la de la evasión, la que viene de evitar los
problemas o de no enfrentar nuestra responsabilidad.
La paz que Jesús nos ofrece es la de la victoria:
ninguna experiencia de la vida nos la puede quitar,
ni ningún pesar ni peligro ni sufrimiento nos la
puede ensombrecer. Es independiente de todas las
circunstancias exteriores.

• Esta paz es no solamente cuantitativamente mayor


(más paz) sino cualitativamente mejor (¡es la paz del
señor, es Jesús quién la da!). Lo que Jesús dejaba,
como donación o legado, no era riqueza material, ni
posesiones de valor, sino una quietud espiritual del
alma por medio del Espíritu Santo. Hay que notar
también el contraste entre el mundo… da y yo… doy,
ambos dan paz, pero la diferencia es abismal.
Cuando el mundo habla de “paz”, no es más que un
deseo expresado, muchas veces como si fuera nada
más que un una forma de quedar bien. Pero Cristo
no sólo desea, sino efectúa, la paz para los que creen
en Él. Un comentarista apunta que “Jesús da lo que
es suyo propio, lo que podría haber retenido, lo que
le costó una vida de sufrimiento y una muerte cruel,
lo que está abierto a amigos y a enemigos por
igual”.

• Basado en esta afirmación, Jesús manda dos cosas,


ambas prohibiciones. Ambos verbos son imperativos
en el tiempo presente dirigidos al corazón.
Literalmente Él dice: “no siga turbándose el
corazón, ni siga teniendo miedo”. El verbo traducido
“ni tenga miedo” se encuentra solo aquí en el NT y
tiene la idea del temor de un cobarde. Un derivado
de este verbo describe el temor de los discípulos en
la tormenta (Mat. 8:26). A pesar de todo lo que Jesús
les había dicho para calmar sus temores, leía en sus
rostros la gran preocupación por su inminente
partida. ¿Y no pasa lo mismo en nosotros? ¿No
estamos faltos de paz en muchas ocasiones?

II. La promesa de Dios

Dios es muy consciente de las tormentas que se


producen en el corazón y que arraigan en nuestra mente.
Estas tormentas producen desasosiego y torturan nuestro ser
interior. Ese miedo, que a veces es incontrolable e
indescriptible, agarrota nuestro cuerpo y nuestra mente, y no
podemos controlarlo de ninguna forma porque en muchas
ocasiones no es real. Y lo peor es que no compartirlo con
nadie porque ni siquiera sabemos explicarlo. Por eso el
Señor, que nos conoce tan bien, desde siempre nos ha
prometido su presencia fiel a nuestro lado que es lo que nos
garantiza la paz interior:
No temas, porque yo estoy contigo. No
tengas miedo, porque yo soy tu Dios. Te
fortaleceré, y también te ayudaré. También
te sustentaré con la diestra de mi justicia.
(Is. 21:10)

Cuando pases por las aguas, yo estaré


contigo; y cuando pases por los ríos, no te
inundarán. Cuando andes por el fuego, no
te quemarás; ni la llama te abrasará. (Is.
43:2)

Impresionante es el adelanto de la medicina y de la


cirugía para tratar de mitigar dolor del cuerpo. Sanatorios,
residencias y hospitales, se suman unos a otros para albergar
el no pequeño mundo de los cuerpos dolientes. El círculo
personal se conmueve preguntando y preocupándose por el
enfermo. Pero, ¿dónde están los hospitales para los que,
teniendo el cuerpo sano, están quebrantados de corazón?
¿Cuántos son los que tratan de simpatizar y comprender a
las almas turbadas?

Estar quebrantado de corazón no significa


necesariamente una manifestación lastimosa del individuo
en cuestión. Personas que muestran mucha normalidad,
pueden llevar en silencio cruces penosas y a menudo muy
pesadas. La altivez, la inhibición y actitudes no edificantes,
son los efectos de corazones afligidos. Tuve un amigo
doliente de los trastornos del alma que decía: “Si no hay
sangre no hay consideración. Un poquito nada más y ya te
atienden con esmero. Te mueres por dentro y ya es otra
cosa. Gracias a Dios que Él entiende y atiende a estas
necesidades del espíritu humano”.

Tener amargura en el alma es una tremenda prueba. ¿Te


duele a ti el alma? ¿Te ha dolido alguna vez? ¡Qué tormento
tan intenso y profundo! Y así como el dolor del cuerpo suele
expresarse para provocar simpatía y ayuda, no así ocurre con
el del alma que las más de las veces se “traga”, porque este
mal es muy complejo. Las penitas son difíciles de explicar.
Y a ver, adonde vas con ellas que no terminen llamándote
pesado. Por algo dijo don Quijote a Sancho: “Y cuídate de
que nadie te tenga lástima”. Sin embargo, amigo es aquél
que está contigo en todo momento, aquél que, a pesar de
escuchar por enésima vez tus mismos problemas, te escucha
pacientemente aunque no tenga nada que decirte, sólo
escuchar…

Los hombres de todos los tiempos han venido buscando


remedio para el dolor del alma. Por sí mismos, a lo más que
han llegado ha sido a las momentáneas inconsciencias, que a
la postre y en muchos casos, sólo han servido para acumular
todavía más conflicto.

Jesús ha venido a este mundo “a sanar a los


quebrantados de corazón”. Cuando el alma te duele,
Jesucristo es el médico, la medicina. La cirugía el suficiente
para el problema intangible que te oprime y te abate. El te
dice en su espléndida voluntad para restaurar: “el que a mí
viene no le echo fuera”.
Cristo viene a sanar a la humanidad, a convertir el
corazón, a acoger a quienes se sienten necesitados de la
misericordia y del perdón. Esa es la liberación fundamental:
de ahí se desprenden actitudes personales y sociales que
transforman totalmente la vida de seres humanos y pueblos.

Lo experimentó Mateo, el publicano. Su oficio maldito y


su misma persona considerada traidora para su pueblo,
quedaron atrás. Tras la invitación al seguimiento nació un
hombre nuevo: un Mateo que había pasado de la avaricia a
la generosidad, de la marginación social y espiritual a la
alegría de sentirse incorporado a la familia y a la
comunidad. Es que cuando se cree de verdad en el perdón de
Dios, es posible revertir el torrente de egoísmos que
amenaza el corazón de la humanidad.

Nuestra iglesia debe desapegarse de tantos equipajes que


se han inventado para anunciar el Reino de Dios. Hoy más
que nunca surge la necesidad de ser sobrios y coherentes en
la proclamación cristiana. Debemos imitar a aquellos
hombres y mujeres que con su sencillez y sobriedad en todo
lugar eran transmisores de la acción liberadora de Dios en la
vida individual y colectiva. Necesitamos una iglesia
reformada, que sea capaz de vivir íntegramente el Evangelio
enseñado por Jesús, pero sobre todo con capacidad de sanar
a los individuos del pecado.

Conclusión
Mañana es Nochebuena y casi seguro que ya todos
hemos comprado los regalos que queremos compartir con
nuestra familia, con las personas que queremos. Y debemos
plantearnos si el mundo, así en abstracto, pertenece a esa
categoría de personas que queremos. Si nuestra respuesta es
no, ¿entonces para que vino Jesús al mundo sino para salvar
a muchos? Si la respuesta es sí, entonces ¿qué regalo hemos
preparado para el mundo? Demos al mundo aquello que
tenemos porque lo hemos recibido como un regalo de parte
de Jesús: la paz de Dios.

Por nada estéis afanosos; Más bien,


presentad vuestras peticiones delante de
Dios en toda Oración y ruego, con Acción
de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa
todo entendimiento, Guardará vuestros
corazones y vuestras mentes en Cristo
Jesús. (Fil. 4:6-7).

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