sacrificio en la cruz y su resurrección, a recibir salvación y vida eterna y a entrar en su reino y formar parte de él, “todo aquel que en él cree”.
Únicamente porque Dios llama al hombre y a la
mujer, estos pueden responder, y sin embargo el llamado del Señor no obliga, ambos pueden decidir por sí mismos y pueden rehusar contestar, pueden resistir y ciertamente resisten, la gracia de Dios, el regalo supremo de la salvación.
Es curioso que Jesús hace esta aclaración en el
texto de hoy. Jesús está enseñando que esta salvación “tan grande”, requiere compromiso, lealtad, entrega, demanda un costo, un precio. Podríamos decir que Jesús, no sólo está enseñando a la multitud que le seguía, sino que también les estaba lanzando un gran desafío. Jesucristo tenía muchos seguidores. No hemos de olvidar que él vivió haciendo mucho bien y sanando y esto era muy atractivo para las gentes, y sigue siendo así hoy en día. Nos gustan las cosas fáciles, buenas, sobre todo no tener que sufrir. Pero Jesús no vino a hacer adeptos, seguidores, simpatizantes o votantes. Jesús no necesitaba ni necesita la gloria de los hombres; él es quien él es, el Dios vivo, el Todopoderoso, el Señor y Salvador, el Rey de la Gloria. Jesús no necesita ni busca nuestro aplauso.
Jesús vino a darnos vida cuando estamos muertos
en nuestros pecados por puro amor y pura gracia, a levantarnos del polvo y restaurarnos, a darnos nueva vida, transformándonos de día en día a su imagen, a hacernos brillar, a dar verdadero sentido a nuestras vidas, a hacernos personas responsables, discípulos verdaderos que le aman, que aman su palabra, la cual produce en las vidas valores eternos y permanentes. Sus motivos para nada tienen que ver con su ego, sino más bien con el amor que el siente por cada uno de nosotros. Jesús vino a instaurar su reino y a enseñarnos una nueva forma de vida que no es temporal sino eterna.
Jesús conoce nuestros corazones y nuestras
intenciones. Jesús pone a sus seguidores en la realidad de su elección. De esta manera Jesús criba a la multitud y separa a los verdaderos discípulos. Así serán conocidas las verdaderas intenciones del corazón.
I. Mira antes de saltar
Jesús narra la historia de un hombre que quiere
construir una torre, probablemente una atalaya para su viña a fin de protegerse del pillaje. Pero antes de ponerse a edificar, debe calcular el costo de tal edificación.
En el caso de no actuar así, puede convertirse en el
hazmerreír de la gente, un objeto de burla. Una edificación a medio construir habla mal de la persona que empezó la construcción. ¿Qué pensamos cuando vemos un edificio sin acabar?
• La persona se arruinó. • Quizá murió. • Cambió de opinión y está construyendo en otro lugar. • Han surgido problemas insalvables.
De la misma forma, antes de decidirse uno a seguir
a Cristo, tal persona debiera sentarse a considerar que ser cristiano no es un camino de rosas. Jesús lo dejó muy claro en multitud de ocasiones, especialmente en este pasaje, tanto los versículos que lo preceden como los que lo suceden.
¿Estamos dejando nuestra torre a medio construir?
¿Qué pueden pensar de nosotros las personas que cuando miran la iglesia ven siempre a las mismas personas haciendo las mismas cosas y haciéndose las mismas preguntas? ¿Qué pueden pensar de nosotros si ven que ponemos un ladrillo al año? ¿Pueden confiar en que acabemos alguna vez la obra?
Es posible ser un seguidor de Jesús sin ser su
discípulo, seguir al campamento sin ser un soldado, estar en una guerra sin entrar en combate. Alguien le dijo una vez a un erudito: “Fulano me dijo que fue alumno suyo”, a lo que el hombre respondió: “Puede que haya asistido a mis clases, pero no fue uno de mis alumnos”. Hay una gran diferencia entre un estudiante y otro que sólo va a las clases. No es lo mismo seguir a Jesús en la distancia que ser su discípulo.
“Bien”, puede pensar alguno, “quizá pueda
mantenerme en una posición neutra”. Sigamos leyendo la enseñanza de Jesús. II. Debes saltar
Este rey no está en la misma situación que el
constructor de la parábola precedente. Ese hombre tenía libertad para actuar o no actuar, edificar o no hacerlo. El rey, sin embargo, está siendo atacado. Alguien viene en su contra con veinte mil soldados cuando él sólo cuenta con diez mil. Luego debe tomar una decisión. Y esa decisión probablemente sea enviar una delegación para pactar la paz con su enemigo.
La ilustración es muy adecuada. El enemigo es
formidable. Y en cualquier batalla que no se gane terreno, se está perdiendo. No hay posibilidad de una posición neutra. Jesús dijo:
Porque el que no es contra nosotros,
por nosotros es. (Mr. 9:40)
Los cristianos hemos de actuar, no nos podemos
quedar con los brazos cruzados. Y si lo que hacemos no tiene unos resultados satisfactorios, hemos de probar otras estrategias. No se trata sólo de “estar”, sino de “estar de la forma adecuada”. Un cristiano que no crece es un enano. Es alguien en quien hay una disfunción que debe ser tratada médicamente. Y recordemos que sólo van al médico aquellos que reconocen que están enfermos. “Está bien”, puede pensar alguno, “ya sé que debo saltar, pero ya lo haré otro día cuando tenga más ánimo o cuando esté más seguro”.
III. Y debes hacerlo ya
La vida consiste en el pasado, el presente y el
futuro. La mayoría de la gente vive ya sea en el pasado por medio de arrepentimiento, o en el futuro por medio de ilusiones. Pero el único día que realmente puedes vivir es el hoy, y es una lástima que el arrepentimiento del pasado o los sueños del futuro nos impidan hacer de hoy el mejor día de nuestras vidas.
Existen algunos malentendidos sobre el hoy:
• Hoy es el mañana por el que te preocupaste ayer.
• Hoy es el ayer que lamentarás mañana. • No puedes cambiar el ayer. • No puedes garantizar el mañana.
Hemos de aprender a usar correctamente el “hoy”:
• Aprende las lecciones del ayer y olvídate del
mañana. • Planifica, pero no vivas para el mañana. • Da gracias a Dios por el día de hoy. • Haz con el “hoy” lo mejor que puedas. • Asume todas sus responsabilidades. • Aprovecha todas sus oportunidades. • Vive como el que tendrá que dar cuentas de él.
Conclusión
Así, pues, cualquiera de vosotros que
no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo. (Lc. 14:33)
Este sea probablemente el versículo más impopular
de la Biblia, y no hay forma de eludir, de evadir el sentido de estas palabras. No dice que hemos de estar dispuestos, sino que debemos abandonarlo todo.
Jesús sabía lo que decía. Si hemos creído en el,
confiemos también en él. El sabía que la obra jamás se llevaría a cabo de ninguna otra manera. ¿Te imaginas que los discípulos y todos los grandes siervos de Dios que han cambiado la trayectoria del mundo hasta nuestros días, hubiesen sido solamente cristianos de etiqueta? Dios busca hombres y mujeres verdaderamente comprometidos con Él por encima de todo, que le amen de verdad y sientan su misma carga amorosa por el mundo que no le conoce. Que participen con Él en la extensión de su Reino.
Quizá no todos tendremos la buena disposición para
escuchar al Señor y sus condiciones para ser buenos discípulos, pero si tu estás dispuesto a seguir al Señor Jesús, sea cual sea el coste, entonces debes oírle y seguirle.
Hay una frase de Calvino que dice así: “lo he dado
todo por Cristo y ¿qué he encontrado? Lo he encontrado todo en Cristo”. Medita esto en tu corazón.
Seguidor: Renunciar a mí mismo y seguir a Jesús para vivir el discipulado radical y la obediencia a Cristo. Experimentar una vida de fe radical y entrega total a Dios