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CASA DE FORMACIÓN STA.

VERÓNICA
AÑO DE LA EUCARISTÍA
Retiro cuaresmal, sábado anterior a Cuaresma
5 febrero 2005
fr. Rufino María Grández, capuchino

Folleto 2

HIJOS DE LA LUZ
(Lc 16,6; hijos de luz: Jn 12,36; 1Ts 5,5)

I
JESÚS, PRESENCIA Y GUÍA DEL
“SACRAMENTO CUARESMAL”

Pascua y Cuaresma

El “ejercicio” de la Cuaresma es, en rigor, la


celebración de la Cuaresma.
La Iglesia celebra la Cuaresma porque Jesús ha
vivido la cuaresma del desierto.
No nos extrañe que la liturgia, al inaugurar
solemnemente la Cuaresma en la Celebración
Eucarística del primer domingo de Cuaresma, hable del

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sacramento cuaresmal (quadragesimalis exercitia
sacramenti, los ejercicios del sacramento
cuadragesimal, cuaresmal).
Si no pasamos de la “praxis” cuaresmal (ascesis) al
“sacramento” cuaresmal (realidad mística), nos
quedamos a medio camino de la Cuaresma.
La Cuaresma no es otra cosa que entrada en la
Pascua, introducción a la Pascua. La Pascua es el
centro y el todo; es la realidad mística de Cristo
presente en su Iglesia, dado que el estado actual de
Cristo no es otro que el estado pascual. Ahora bien, el
Misterio pascual es simultáneamente Cruz-
Resurrección-Ascensión-Espíritu. Intrínseco al
misterio pascual es la Cruz. La Cuaresma es Via
Crucis, lo cual resulta ser Via Lucis.
Destruiríamos el Misterio pascual, si borráramos la
Cruz. Y, hablando de un proceso espiritual completo,
hemos de decir:
- No hay Pascua sin Cuaresma,
- ni Cuaresma sin Pascua;
- pero la luz de Cuaresma viene de la Pascua, no a
la inversa.

La Cuaresma de Cristo sustenta hoy la Cuaresma


de la Iglesia

Mistagogía de la Cuaresma de Jesús


¿Qué fue la Cuaresma de Jesús? Los Evangelios la
han recibido como un hecho salvífico, para él y para su
santa Iglesia.
Marcos, a quien en estas tradiciones consideramos
como primer testigo, dice: “A continuación el Espíritu
lo empuja al desierto, y permaneció en el desierto
cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre
los animales del campo y los ángeles le servían” (Mc

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1,12-13).

1. Jesús va al desierto impulsado por el Espíritu. El


desierto es la continuación del bautismo, momento en
que “el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él” (v.
10). El Bautismo y el Desierto son consagración de
Jesús para su misión. En el Bautismo y el Desierto
queda igualmente consagrada la Iglesia con Cristo. El
desierto está expresando el amor tiernísimo de Jesús a
su santa Esposa, que fue santificada en el bautismo de
su santificador y ahora es amada en el combate.

2. San Marcos no mencionada para nada el ayuno


de Jesús. Ya se sabe que ir al desierto es ir al ayuno,
pero el ayuno no es el elemento característico del
desierto de Jesús.
Mateo y Lucas hablan del ayuno de “no comer”: ayuno
de pan, pero no ayuno de agua, como de una forma
estereotípica de la Escritura de Moisés: “Moisés estuvo
allí con Yahvé cuarenta días y cuarenta noches, sin
comer pan ni beber agua. Y escribió (¿él o Yahvé? Ex
34,1) las tablas de la Alianza” (Ex 34,28-29).

3. Jesús en el desierto derroca a Satanás (“Nadie


puede entrar en la casa del fuerte y|saquear su ajuar, si
no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su
casa” Mc 3,27). Jesús ya puede entrar en su casa.

4. “Y los ángeles le servían”. Jesús es el nuevo


Adán y su Tierra prometida, y en su Paraíso, los
ángeles le servían.
Así quiere entrar la Iglesia en el Sacramento del
desierto.

Conclusiones

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Primera. Jesús está presente en la Pascua, porque
sin él la Pascua no existe. Exactamente igual Jesús está
presente en el desierto; sin él la Cuaresma no existe.
Segunda. Jesús quiere hacer en mí en Cuaresma su
obra pascual:
- el derrocamiento de Satanás,
- y la infusión de la vida nueva.

La pregunta. ¿Estoy dispuesto a que se realice en


mí esta obra sacramental?

II
EL DERROCAMIENTO DE SATANÁS
GRACIA DEL PROCESO DE CUARESMA

El desierto, tiempo largo, de iluminación, de


ofrenda y de encuentro

1. Unas verdades de fe, que sólo desde la fe se


conocen. La existencia del mundo angélico y del
mundo demoníaco son verdades que pertenecen al
misterio; por lo tanto, solo mediante la fe se puede
acceder a ellas.
La existencia del demonio nunca podemos
considerarla como una evidencia, bajo ningún
concepto. Paralela a ella, la existencia de la
condenación eterna. Teológicamente nunca se podrá
demostrar que eternamente exista el mal frente a Dios;
el mal sería un estorbo frente a Dios, que es la sola
Bondad.
El teólogo se queda sin palabras. Acepta y adora el
misterio, incluso sin saber cómo formularlo.

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2. Cómo descubrimos la existencia del mal en
nosotros mismos, un dato de la experiencia humana
iluminada. Pero de hecho, en el momento actual de la
historia, el ser humano observa en sí mismo,
asomándose a su mera conciencia psicológica, la
existencia de un mal, cuya explicación nos transciende.
Existe el mal en el mundo, y más radicalmente
existe en mí.
A lo largo de mi vida, hasta el instante de mi
muerte, me acompaña la experiencia de que “soy
malo”. El mal tiene sus raíces en mí, y lo siento, a
veces de forma dramática.
El Concilio de Trento nos ha adoctrinado diciendo:
- que el pecado ha sido perdonado totalmente: soy
constituido santo en el bautismo;
- pero queda la concupiscencia, el fomes peccati
(como la levadura del pecado), que procede del mal y
lleva al mal.
Soy, pues, testigo de mi propio pecado, que trata de
aniquilarme y destruirme.

3. Los siete pecados capitales y un solo pecado


capital: la soberbia. Puedo ver la presencia del pecado
en la enumeración de los siete pecados capitales. Todos
y cada uno de ellos pueden hacer su aparición en el
ámbito de mi conciencia.
Pablo ha descrito la situación pavorosa de la
humanidad en Rm 1,18-32.
Ha descrito la situación del “hombre en sí” en Rm
7,7-25. Parece que uno queda amordazado por el
pecado, sin salida, hasta proferir este grito de angustia:
“¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que
me lleva a la muerte?” (v. 24). Pero de esta esclavitud
surge un grito de libertad y victoria, cuando dice a
renglón seguido: “¡Gracias sean dadas a Dios por

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Jesucristo!” (v. 25).
Y en el capítulo siguiente describe la situación
nueva: la vida del cristiano en el Espíritu (Rm 8):
incluso psicológicamente esta debe ser la experiencia
dominante, para poder vivir la vida con una grande paz
en el Señor. De lo contrario, estaríamos perpetuamente
traumados y caeríamos psíquicamente en un callejón
sin salida, con una tristeza que nos agarraría el alma.
No puede ser la amargura (que es un purgante sanador
en determinado momento) la situación permanente de
la psyque.
Si la amargura se aposenta en el alma como estado
continuo, lleva al suicidio; se trataría de una
enfermedad, no de un pecado digno de condenación
eterna. Un suicida es un desestructurado digno de
compasión, no de reprobación.

Para un análisis personal de la fuerza del mal en mí,


no hace falta hacer un repaso de los siete pecados
capitales, porque del mismo modo que todos los
mandamientos se resumen en dos: amar a Dios y amar
al prójimo, según la palabra del Señor (“De estos dos
mandamientos penden toda al Ley y los profetas” Mt
22,40), del mismo modo, todos los pecados se resumen
en dos:
- no amar a Dios
- y no amar al prójimo.
Lo cual, a su vez, se resume en uno: no amar,
según san Juan: “Si alguno dice: « Amo a Dios », y
aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no
ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a
quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento:
quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn
4,20-21).

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El único pecado que comete el hombre es oponerse
a Dios, que en el relato del pecado original se expresa
como desobediencia.
El que se opone a Dios, el que se afirma a sí mismo
frente a Dios, permanece en pecado; por el contrario, el
que se abre a Dios y se entrega él, está en la gracia.
Este único pecado puede concretarse en una única
palabra: la soberbia, que es la afirmación del yo frente
a Dios. Y esto es la fuente caudalosa de todos los
demás pecados. El odio, en su raíz, es soberbia,
En definitiva, se trata de aceptar o no a Dios como
único dueño de mi vida.
Esta realidad se percibe a distintos niveles, y cuanto
se va afinando la conciencia de uno, mejor se capta la
dura realidad del pecado dentro de uno mismo.

4. Observación del pecado en mí. Es gracia que yo


pueda escribir, ante mi propia conciencia, el elenco de
mis pecados, es decir, cómo el espíritu de soberbia
brota en mí, cómo se representa en mí la oposición a la
gracia de Dios, al amor de Dios.
- Hay muchas reacciones primarias en mí, que
brotan de dentro y que se oponen a la imagen de Dios
en mí.
- Hay un embotamiento de las facultades
espirituales para no vivir de continuo en la verdad y el
amor. El no ver mi propia situación espiritual es fruto
de mi propio pecado oculto.
- Hay reacciones frente a la convivencia: hay una
coraza defensiva, al mismo tiempo que utilizo armas
agresivas. Ya se ve que, si me dejo llevar de mis
pensamientos, fragua de malos deseos, las pequeñas
venganzas saltarían rápidas.
- Hay un cúmulo de inercia, que paraliza mi
potencia de entrega. El no ser absolutamente todo para

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todos es un freno oscuro que ponen en mí la presencia
del pecado.

5. Observación del pecado en mi propia familia


religiosa, en mi Iglesia. Si hay un pecado estructural
que vicia fuertemente la sociedad, por ejemplo, en la
explotación del débil frente al poderoso, no puedo
negar que la Iglesia esté padeciendo hoy de pecados
estructurales, que deben ser derrocados.
La vanidad espiritual de los eclesiásticos, que se
filtra sutilmente, es un pecado estructural que, a lo
mejor, uno dentro no lo nota; y que sólo es patente a
cierta distancia.
La vida religiosa lleva también consigo un lastre de
pecado que le impide reconocerse como “resto de
Israel”.
Ciertas actitudes de superiores y superioras en
relación con los hermanos o hermanas, que se
trasmiten de generación en generación, son indicio de
que para una purificación a fondo es necesario haber
pasado por la prueba. La propia ignorancia del pecado
procede del pecado, aunque uno no lo presente como
pecado, por no haber intervenido tu voluntad. Y, con
todo, tú ves que hay una anomalía...
Todos necesitamos un “¡alto!” para apreciar cuán
lejos estamos del Evangelio.
Centrándonos en la vida religiosa femenina, activa
o contemplativa: en una comunidad, se debe creer
plenamente en cada una de las hermanas, para que se
puedan expandir en libertad, gozo... El ejercicio de la
autoridad y de la obediencia, con tantos permisos (que
no se corresponden con la edad adulta de una persona
normal), con tantas cautelas, con tantas vigilancias
sutiles... (como detallaremos luego) dan a entender que
no se ejerce la autoridad desde la simplicidad del

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Evangelio, sino desde la cautela y la estrategia de los
comportamientos humanos... Todo ello, lo perciba uno
o no lo perciba, es fruto del pecado, por el cual no nos
atrevemos a manifestarnos como somos, a aceptar que
la comunidad religiosa no es una “institución sacra”,
sino una “familia” espiritual en el Señor, lo cual lleva a
planteamientos diferentes.
Todo esto procede del pecado, de la tenebrosa
presencia del pecado en el fondo del ser, que se
arrastra. Cuando la Iglesia pide perdón por “pecados
históricos”, como lo ha hecho reiteradamente en el
Jubileo del 2000, no es que hoy sean pecados y antes
no lo fueran, sino que, por cierta deformación, no se
clasificaba así en nuestros catálogos.
La excusa de que: “Los tiempos eran distintos”, es
una excusa muy superficial, pues lo que ha sido pecado
ha sido pecado siempre, aunque no lo considerara así.
Es un examen que nos concierne a todos, y muy
especialmente a quienes tienen función de guía ante los
demás. El prestigio espiritual se presta al abuso.
La lucha contra el pecado debe ir por ahí.

III
LA VICTORIA DE CRISTO,
VICTORIA PARA CREAR VIDA NUEVA EN MÍ

He aquí grandes directrices de vida, claros ideales


para trabajar como designio de Dios sobre la victoria
de su Hijo sobre el pecado.

1. Ser consciente de mi propia dignidad humana, y


apreciar de nuevo, más sabiamente, el bautismo como
agua santificadora que Dios me da.
2. Ser consciente de la libertad para que Cristo no ha

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liberado y cultivarla en toda etapa de mi vida.
3. Llegar a la madurez personal.
4. Cultivar un trato de hermano cual corresponde a los
hijos de Dios.

1. Ser consciente de mi propia dignidad humana, y


apreciar de nuevo, más sabiamente, el bautismo
como agua santificadora que Dios me da.

La dignidad superior la he recibido yo en el


bautismo. Mantener incólume esta dignidad es tarea de
toda la vida, de que no la puedo abdicar ante nadie ni
en favor de nadie.
Si alguien quiere humillarme, se envilece a sí
mismo, pero el desprecio, la postergación, no pueden
violar para nada mi propia dignidad. Por mucho que
me humillen, yo no quedo humillado ante Dios, ante
quien mi alma resplandece.
Jamás en la vida humillaremos a nadie para hacerle
más humilde. Dios, sí, y solamente él, puede
humillarnos de la manera que él sabe hacerlo, como ha
humillado a su Hijo Jesús, Siervo de Dios; pero nadie
tiene derecho a apropiarse esta pedagogía divina, para
suplantar a Dios o para ayudar(?) a Dios en mí. A Dios
se le ayuda mediante el amor que nos debemos unos a
otros, manifestado en el cariño y la deferencia que
debemos tributarnos.
Si Dios humilla no daña, porque su humillación, en
la verdad del corazón, es sanación.
Por el contrario, la humillación que me viene de
otros, deja heridas que difícilmente cicatrizan. Yo no
puedo dar la confianza de mi corazón, que es don
gratuito, a quien me ha humillado... Ni la merece él, ni
Dios me pide que se la dé.

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La humillación del hermano rompe por dentro la
vida fraterna.

2. Ser consciente de la libertad para que Cristo no


ha liberado y cultivarla en toda etapa de mi vida.

“¡Para ser libres Cristo nos ha liberado Cristo!” (Ga


5,1). Experimentaré la libertad cristiana (que puede
convertirse en voluntaria y dulce “esclavitud” al
hermano por amor) si siento que no me domina el
pecado.
La libertad tiene un parentesco próximo con la
verdad. La persona libre se alimenta de la verdad,
defiende la verdad - se le comprenda o no -, y esto con
los modales propios de la genuina convivencia.
Ante una injusticia que uno sufre, se pueden tomar
dos actitudes virtuosas:
- una, callar por amor a Cristo paciente,
- otra, hablar con humildad y valentía, por amor a
Cristo que defendió al Padre hasta la muerte,
aceptando su propio desprestigio e, incluso, su
condena..
Si en otros tiempos se ha insistido en el silencio
virtuoso y oblativo por amor, bien podemos insistir hoy
en la otra posibilidad: hablar con humildad, con
firmeza, con valentía. Nos va a dar disgustos, si
actuamos así ante nuestros superiores, que, a lo mejor,
no llegan a comprender nuestra óptica. Con humildad,
y en ejercicio de la libertad con que Cristo nos ha
liberado, podemos dar testimonio de la verdad que
advertimos, se nos comprenda o no se nos comprenda.
No es soberbia, aunque externamente parezca un
enfrentamiento.
Este ha sido un punto clave de la vida de Jesús,

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que, bien a pesar suyo, ha ejercido una dura oposición
frente a los espirituales del tiempo.
El ejercicio de la propia libertad en el Señor es la
fuente de los goces más puros, más consistentes,
aunque uno haya pasado por la calle de la amargura.
Todo ello sin fanatismo, sin insolencia.
Sólo el corazón purificado e iluminado - frutos del
proceso cuaresmal - es libre con la libertad con que
Cristo nos ha liberado.
3. Llegar a la madurez personal.

Si la vida espiritual no me plenifica como persona


humana, es engañosa vida espiritual.
Dios no quita humanidad si nos espiritualiza, al
contrario, nos convierte en más humanos, más
entrañables, más “mundanos”, si por mundano se
entienden (como se debería entender) más amantes de
los valores que Dios, Creador, ha puesto en el conjunto
de sus criaturas, que se llama “el mundo”.
Tantas veces observamos que a la vida religiosa le
falta humanidad... y cariño. Sería bien triste una vida
ascética perfecta, pero ¡sin corazón!
La virtud, por sí misma, debe ser fascinante.
Esa apertura radical del corazón humano a todo lo
que en el mundo vibra como vida, es un signo de mi
progresiva deificación.
El hombre espiritual es, por esencia, profundamente
comprensivo. Ante dos novios que se están besando,
llevados or un revoltijo de amor, pasión e insgtinto, la
persona asceta acaso vea el pecado... (¡Qué
exageración, qué lujuria!). Y el místico, olvidado del
pecado..., quizás exclame: ¡En medio de todo, qué
ternura...! (¡Cómo quisiera yo esa pasión para tu divino
cuerpo, Dios mío!). Son dos modos de mirar la vida...

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4. Cultivar un trato de hermanos, de hermanas, cual
corresponde a los hijos de Dios.

Pareciera que los que hemos profesado la vida


franciscana en esto debiéramos ser especialistas.
Pese a todo el cambio de mentalidad que se ha dado
a partir del Concilio, el camino que queda por hacer es
grandísimo.
Caben, por razones espirituales, - obsérvese bien:
¡por razones espirituales! - dos modelos de vida
religiosa.
Primero. El modo de la “institución religiosa”,
libremente aceptada.
Segundo. El modelo de una “familia”, creada por el
Señor.

El primer modelo es el que ha estado vigente en la


vida religiosa.
Al superior, a la superiora, se le rodea de un culto
especial, porque es el representante objetivo de la
autoridad de Dios. Puede leerse con atención el
Manual Seráfico: Costumbres de los monasterios de
Monjas Clarisas Capuchinas (edición del año 1958,
poco antes de anunciarse el Concilio, en 1959). Por
ejemplo: “Y cuando la madre abadesa salga o entre en
un acto de comunidad, se pondrán todas de pie, y si
ocurre en tiempo de lectura, se interrumpirá hasta que
esté sentada” (núm. 116).
“Es costumbre laudable y santa, practicada en la
orden, que cuando dos hermanas han de hablar algo, no
brevísimo, fuera de recreo u oficina en que están
destinadas, se hable de rodillas; lo cual se ordena al
respeto mutuo, a despertar la presencia de Dios, y por
ella la fidelidad al silencio evangélico que prohíbe no

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sólo lo inconveniente, sino aún lo innecesario. Las
Preladas no se arrodillan, ni cuando hablan entre sí ni
cuando las hablan” (en el apartado “santa
conversación”, letra K). El teólogo se pregunta con
honestidad si las tres razones espirituales aducidas, que
sustentan este uso, (respeto mutuo, presencia de Dios,
silencio evangélico) no son igualmente válidas para las
Preladas...
En este sistema de institución religiosa, se
considera a la abadesa como “mediación” espiritual de
cuanto sucede en el convento, y tantas cosas pasan por
el conocimiento y el “permiso” de la abadesa, para
mejor estar en la voluntad de Dios.
Da mucho que pensar las medidas y cautelas que se
han tomado. Un uso que ha durado siglos (que no
porque así se hiciera estaba exento de crítica) ha sido el
de las “escuchas”, uso común en la vida contemplativa.
“A la visita de la hermana asistirán siempre dos
escuchas (que, como se dice en otro momento, han de
estar ocultas sin ser vistas, y no podrán hablar). Y si se
trata de postulantes, novicias o jóvenes de votos
simples, asistirá siempre la Maestra en lugar de una de
las escuchas” (núm. 177, letra c). La escucha, que debe
guardar secreto, puede comunicar a la Madre lo que ha
escuchado.
El que está hablando con la religiosa ¿sabe que hay
detrás un monja silenciosa que está escuchando...? ¡Es
esto transparencia evangélica? ¿No es, más bien, una
ofensa a la dignidad personal, por siglos que se haya
practicado?
Una hija ¿dejará de ser hija por ser monja? ¿No
podrá desahogarse ante la madre que le ha dado a luz,
que le ha educado en la fe, que, quizás, le ha animado
para entrar en el convento? ¿No podrá decir su pena y
su amargura, por la crisis que está pasando, para recibir

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lo más humano que existe: una caricia, una ternura; un
¡Hija mía, ánimo, no te apures...! ?
¿Qué inhumano sistema de hacer santas es éste...?
Este sistema de cautelas es riguroso en las cartas.
“Las cartas de las monjas se entregan abiertas a la
Madre, y ésta, una vez vistas y cerradas, las llevará al
torno por sí misma o por alguna hermana distinta de la
que escribe” (núm. 203).
“Las cartas dirigidas a las monjas también deben
ser revisadas por la Madre y si son de novicias,
postulantes, o jóvenes del Jovenado, por sus
respectivas Maestras a quien la M. Abadesa las
entregará” (núm. 204).
Una hermana, que se ha entregado sin reservas a
Dios, puede aceptar perfectamente este sistema de ser
vigilada e inspeccionada. Y otra hermana, que se ha
entregado con la misma entrega incondicional, puede
preguntarse con razones sobrenaturales: Pero ¿tan poco
valgo yo?, ¿es que no se fían de mí, de la consagración
que voluntariamente he hecho al Señor? Ciertamente
que en mi casa, mi mamá de ninguna manera me habría
tratado así... Y por ser religiosa ¿he perdido esta
confianza que antes se tenía en mí?

NOTA. Se dirá que estamos ennegreciendo las tintas,


que estos usos (vigentes en 1958) ya han pasado... A lo
cual se responde:
- Que el simple hecho de haber existido durante
siglos ya nos hace qué pensar sobre cómo se trataba a
las personas.
- Y por otra, si los usos han pasado - no todos -
perdura una mentalidad..., como puede mostrarse con
ejemplos y minucias.
En el sistema a que nos referimos no existen en el
Manual reuniones espirituales para opinar todas y

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cada una sobre la marcha espiritual de la comunidad,
para aportar lo que el Señor me sugiere a mí. Se
entiende que todo está garantizado por la Madre.

El segundo modelo es distinto. Es el intento de


hacer de la comunidad religiosa una verdadera familia
espiritual en el Señor.
- Aparentemente más liberal.
- En realidad mucho mas exigente, porque no se
puede llevar a efecto:
a) Sin la transparencia.
b) Sin la confianza que nos otorgamos unos a
otros, sin ser necesaria la vigilancia (quién llama por
teléfono, cuánto dura esta visita...)
c) Sin la corresponsabilidad y diálogos de todos
en la marcha espiritual, y la plena información
detallada de todo cuanto afecta en verdad a la buena
marcha de la comunidad, de mi comunidad que la
siento “mía” (responsablemente mía) igual que si
ejerciera una autoridad.
No es verdad que cuantos más permisos más
obediencia; sí es verdad que cuanto más transparencia
más obediencia.
No es verdad que cuanto más control más voluntad
de Dios; sí es verdad que cuanto más confianza mutua,
más cooperación a la acción salvadora que Dios hace
en esta comunidad.
No es verdad que cuanto más control, más garantía
de acertar y de evitar peligros; sí es verdad que cuanto
más libertad y más espacios de iniciativa personal, más
estímulos para el crecimiento personal y para la
propia generosidad.
Esta vida, aparentemente más profana, es, si se
tiene altura espiritual para aceptarla, es más sencilla y
pura, más evangélica, más fragante. Si, por el

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contrario, no se tiene altura para ello..., ¡ah!, entonces
es mejor sujetarse a la esclavitud de múltiples leyes y
permisos....

En refrendo y prueba de cuanto exponemos léase,


medítese, estúdiese el documento de la VII Consejo
Plenario de los Capuchinos (Asís 2004), aprobado para
toda la Orden por el Ministro general y Definitorio:
Nuestra vida fraterna en minoridad. Proposiciones.
El documento consta de 55 proposiciones. (Entre ellas:
8 Autoridad y animación; 10 Aceptación de los demás;
11 El capítulo local; 12 El trabajo en grupo; 18 La
autoridad querida por Jesús; 19 El uso capuchino del
poder; 20 La autoridad según las Constituciones; 21
Cometido del ministerio fraterno de la autoridad; 22
Cuando el poder se convierte en abuso; 23 Las
persuasiones ocultas del falso poder).
***
Todo esto lo expresamos como una tarea profunda
de Cuaresma:
- tarea de purificación,
- tarea de iluminación,
- tarea de transformación espiritual...
A vino nuevo, odres nuevos.

Cuautitlán Izcalli, 5 de febrero de 2005

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