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UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL TÁCHIRA

Encuentro de Identidad UCAT


4 de mayo 2004

UNIVERSIDAD Y ESPIRITUALIDAD IGNACIANA


F. Javier Duplá sj.

Comienzo sin preámbulos y les invito a adquirir una espiritualidad,


- no como una obligación derivada del carácter católico de la Universidad, porque eso
iría contra el espíritu de libertad de conciencia que debe reinar en la Universidad y en la
sociedad, además de atentar contra la normativa legal,
- sino como la respuesta a una oferta de sentido, que las universidades de inspiración
cristiana dirigidas o encomendadas a la Compañía de Jesús hacen a los miembros de la
comunidad universitaria y por medio de ellos a la sociedad en general.

La espiritualidad es la consecuencia de una fe viva y actual. Para definir la espiritualidad


apelo a una comparación: usted a un ciego de nacimiento no puede hacerle “ver” los colores
aunque se los describa, porque no tiene término de comparación en el que apoyarse. La fe,
como la espiritualidad, son como los colores, una visión distinta y nueva. El que no la posee no
tiene punto de referencia para entenderla. Simplemente se encoge de hombros y dice que es
algo subjetivo. Tiene, desde luego, un componente subjetivo, como todo lo humano, pero se
trata de una nueva forma de ver la realidad, de entender el mundo y a los seres humanos,
compartida con muchos y, en ese sentido, objetiva. ¿En qué consiste esa visión? En una
inteligencia nueva de la realidad, en una fe y una esperanza que transforma la vida. Una
persona sin espiritualidad vive el día a día y no se preocupa mucho del futuro, menos aún del
futuro después de la muerte. Una persona con espiritualidad cree en un Dios amoroso,
providencial, cercano y esa vivencia la convierte en un ser distinto, con esperanza, y le da una
seguridad que no posee el que no tiene fe religiosa.
Esta invitación a adquirir una espiritualidad es oportuna y conveniente en un mundo que
ha perdido la brújula, en una sociedad que se rige por un pensamiento deshumanizador, que
promueve el placer, tener y poder como ídolos que exigen sacrificios humanos. Esos sacrificios
son reales: víctimas mortales, peor calidad de vida humana, insolidaridad e indiferencia de los
privilegiados frente a los demás.
Decía C. G. Kemps hace ya bastantes años (“Intangibles in Counseling”, Boston,
Houghton Mifflin, 1967):

Deseamos sentido pero no estamos seguros de lo que buscamos. Apenas conscientes


de lo que nos falta, buscamos en los sitios equivocados y hacemos las preguntas
equivocadas. Las respuestas que recibimos apuntan a los viajes, al turismo, a la
promoción, a la posición social, a las posesiones. La calidad de nuestras metas revela
nuestro horizonte vital, nuestra inmersión en un mundo de razón técnica. Si los
resultados no son del todo satisfactorios nos aseguramos a nosotros mismos que con
más conocimiento e investigación se encontrarán mejores soluciones”.
Esta actitud y manera de vida fue llamada por Tillich ‘la dimensión horizontal’. Él
dice; ´Sin duda nuestra vida diaria, en la casa y en el trabajo, en carros y aviones, en
fiestas y conferencias, mientras leemos revistas y vemos televisión, mientras vemos
anuncios y escuchamos radio, es un continuo ejemplo de una vida que ha perdido su
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dimensión de profundidad. Corre hacia delante, cada momento está lleno con algo
que debe hacerse o verse o decirse o planificarse´. Tal comportamiento nos impide
pues preguntarnos las cuestiones fundamentales, aquellas que nos ayudarían a
entendernos y a relacionarnos con los demás con honestidad y sinceridad”.

Las universidades católicas ofrecen una cosmovisión basada en el Espíritu de Jesús de


Nazaret, en su vida y enseñanzas, que han iluminado a millones de personas a lo largo de la
historia y han hecho mucho bien a la humanidad. Las objeciones de personas no religiosas que
se oyen a veces (la más reciente es la del Código da Vinci) no van contra Jesús, sino contra la
Iglesia, o sea contra la forma en que los cristianos hemos llevado su mensaje a la práctica.

Todo el quehacer universitario – docencia, investigación y extensión – pretende


sustentarse en una comprensión del mundo y de la realidad que se apoya en la epistemología de
la ciencia como paradigma de la verdad. Esto responde a una concepción que data de hace
varios siglos, consiguiente al enorme desarrollo de la ciencia y de la tecnología y a la confianza
irrestricta en la razón que impuso el Iluminismo del siglo XVIII. Ahora bien, las grandes
catástrofes humano-sociales, especialmente la colonización europea de África y Asia en el
siglo XIX y las dos grandes guerras del siglo XX, demostraron la fragilidad de esta
cosmovisión tan optimista. La razón humana sola ha fracasado en su afán de resolver los
problemas humanos. La ciencia y sus aplicaciones técnicas han abierto las fronteras hasta casi
el infinito en el espacio y en el tiempo, pero no han sabido dar razón del comportamiento
humano y mucho menos orientarlo hacia una convivencia social armónica. La razón va
perdiendo su dominio exclusivo sobre el comportamiento humano. Cada vez nos damos mayor
cuenta de que no son los conceptos los que separan a los seres humanos, sino los afectos: el
temor a lo desconocido y a los desconocidos, el apego exclusivo a lo propio, el rechazo a lo
que anuncia inseguridad. Se echan en falta por lo tanto en la vida humana, tanto personal como
social, otros elementos además del racional y estos se pueden englobar bajo el término de
espiritualidad, que abarca lo afectivo, lo volitivo y lo religioso.

Una espiritualidad para las Universidades

Suena a primera vista extraño esta fusión de institución de nivel superior y espiritualidad.
No estamos acostumbrados sino a la visión de corte racionalista que describíamos antes. Pero
se va abriendo paso una comprensión más amplia del quehacer humano que reclama
fundamentos axiológicos. Se va abriendo paso, tanto en el intercambio internacional de
naciones y pueblos, como al interno de las empresas e instituciones sociales una necesidad de
horizonte que se expresa en los términos de visión y misión. Ese horizonte es proposicional y
de sentido y consiste en una visión de la realidad que engloba lo estrictamente racional en una
esfera superior de racionalidad compasiva. Compadecer es comprender y sentir con, mirar al
otro con ojos de simpatía y ofrecerle una mano para caminar juntos. Eso es otra manera de
hablar de espiritualidad.
La UCAT – así como la UCAB, el IUJO en Venezuela y 26 universidades más dirigidas
por la Compañía de Jesús en Latinoamérica se inspiran en una espiritualidad, es decir, en una
comprensión del mundo de las cosas y de las personas, y en la pedagogía ignaciana, en una
forma de entender la comunicación docente. Esta espiritualidad se expresa en dos documentos
Características de la Educación de la Compañía de Jesús (1986), Pedagogía Ignaciana: un
planteamiento práctico (1993). En esta conferencia sólo hablaremos del primero. La
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espiritualidad ignaciana, que debe estar presente en la vida de esta Universidad, tiene las
siguientes características:

Es CONTEMPLATIVA
• Afirmación de la bondad radical del mundo (Características, 23-24)

Sentido de admiración y de reconocimiento por la grandeza de todo lo creado, que nos


remite al Creador. Esta actitud es básica en la cultura occidental desde los griegos (Zaumasein
= admirarse es el comienzo de la sabiduría), en las culturas semíticas desde los hebreos (cf.
Salmo 8). Esta actitud de admiración hacia la naturaleza y hacia el ser humano contrasta con la
actitud exteriorista de la cultura occidental moderna, que se ha “infantilizado” y pone su
admiración en los objetos externos que el hombre fabrica.
Una universidad debe enseñar a admirar, a contemplar con ojos asombrados y
agradecidos, cada uno desde su propio ángulo de experiencia. No debe dar las cosas por
supuestas. Son obra del amor creador de Dios y del talento agradecido de los hombres.

Es PERSONALISTA Y PERSONALIZADORA
• Afirmación de los seres humanos y atención e interés cada persona en particular
(Características, 40-44. 63)

Cada ser humano es único e irrepetible, es una maravilla de la creación y refleja el talento
amoroso de Dios. Por eso la actitud de encuentro con cada persona ha de ser de admiración y
de respeto. La educación de las instituciones de la Compañía de Jesús quiere fomentar ese
respeto admirativo ante cada persona, que se refleja en la manera como se aborda el acto de
enseñanza-aprendizaje. La educación se centra en la persona. El profesor debe conocer a cada
alumno, sus características personales, sus circunstancias particulares, su entorno. La relación
profesor – alumno cobra una importancia particular, a medio camino entre la relación paterno-
filial y la relación de amistad. Es algo parecido a lo que era la tutoría en la literatura
pedagógica clásica. El tutor o mentor conoce al alumno, lo aprecia, le ayuda, le corrige, le
anima, está pendiente de su proceso de formación como persona.
Una de las características más admirables de cada ser humano es su libertad, que lo hace
irrepetible e inclasificable. La educación de la Compañía de Jesús reconoce ese don y lo
orienta hacia el servicio: no se trata de ser libres de, sino ser libres para. O mejor dicho se trata
de liberarse de las ataduras o apegos excesivos por la riqueza, la fama, la salud, el poder, y
hacerse libres para responder al amor de Dios.
Una de las objeciones más comunes a la religión por parte del hombre moderno es que
coarta la libertad, obliga a creencias y comportamientos que el ser humano no tiene por qué
tener ni realizar. En primer lugar, esta objeción no toma en cuenta que la libertad absoluta es un
mito. Más bien, existe una enorme presión que la cultura dominante ejerce sobre el hombre
moderno, especialmente sobre los jóvenes, para que adopten las creencias de la época: la
confianza ilimitada e ingenua en el progreso humano, una visión materialista y hedonista de la
vida, etc. Pero, además, esta objeción no toma en cuenta que la oferta religiosa no es coactiva.
A nadie se le obliga a ser religioso y, mucho menos, a tener una espiritualidad. Los que
hacemos esta oferta estamos convencidos de que es lo mejor que podemos ofrecer al ser
humano y a la sociedad para alcanzar una paz siempre difícil y para asegurar una convivencia
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positiva y armónica; pero si no se acepta la oferta las consecuencias se ven posteriormente y


las estamos viendo de hecho todos los días.

• Orientación hacia los valores: conocimiento, amor y aceptación realista de sí mismo y


conocimiento realista del mundo (Características, 51-58)

“La educación de la Compañía incluye formación en valores, en actitudes, y en una


capacidad para evaluar criterios; es decir, incluye la formación de la voluntad”. La educación
se desarrolla en un contexto moral, en un continuo ir y venir de juicios valorativos sobre lo que
ocurre en la sociedad y lo que ocurre a cada uno. Por eso es tan importante la formación de
criterios, de elementos que permiten dar un juicio más humano, más cercano, más compasivo y
más orientado a la acción positiva.
La educación proporciona o debe proporcionar un conocimiento realista de sí mismo, de
las posibilidades, capacidades y competencias, de las lagunas y carencias de sí mismo en todos
los terrenos: cognoscitivo, afectivo, de voluntad. Este conocimiento favorece una aceptación
realista de sí mismo que se traduce en un carácter positivo y abierto.
La educación debe también proporcionar un conocimiento realista del mundo en que
vivimos, de lo mal que lo hemos hecho como seres humanos, de las enormes desigualdades, de
las injusticias de todo tipo. Cada carrera tiene que tener muy presente esta realidad y se debe
enfocar a remediarla. Debe formar personas íntegras, incapaces de recibir un soborno, de
doblegarse ante el poder abusivo, de trascender el ejercicio mediocre de la profesión y buscar
la excelencia.
Las estructuras sociales injustas que los hombres hemos hecho son reformables, aunque a
cierto costo, a veces muy alto. La educación de una universidad católica busca equipar a los
futuros profesionales con una comprensión global de la realidad y de las múltiples
interrelaciones entre sus partes, y también quiere dotar de una entereza de ánimo y capacidad
organizativa para incidir en esas estructuras.

Es INTEGRAL (Características, 25-36)

Busca la formación total en lo intelectual, en el cultivo de la imaginación y de la


creatividad, en la apropiación de las técnicas de la comunicación, en la formación física, en la
formación del carácter, en la formación solidaria, en la formación religiosa.
Busca la excelencia, pero una excelencia entendida como superación personal, y no como
capacidad de triunfar en competencia con otros. La excelencia no se refiere solamente a los
logros académicos, sino al crecimiento integral como persona completa, con una dimensión
social hoy día más que nunca necesaria. Se habla mucho actualmente de las múltiples
inteligencias: abstracta, social, organizativa, estética, creativa, etc. En todas ellas quiere incidir
la educación de la Compañía hasta formar una persona equilibrada y completa.
Esto exige naturalmente que el acto educativo trascienda el aula. Educar se hace también
en los pasillos y en el cafetín, en el estacionamiento y en los jardines, en el saludo y en la
despedida, en el vocabulario que se usa y en la atención que se brinda a las peticiones de
orientación y de ayuda, en el tiempo que se dedica al alumno particular y al grupo y en el
talante con el que se dedica ese tiempo.
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Es CRISTOCÉNTRICA
• Cristo, modelo de persona (Características, 61-62. 64)

Jesús es el modelo de la vida humana, es el hombre que supo vivir mejor, más
completamente, que dio a su vida el máximo de sentido positivo. Jesús fue un testimonio vivo
de la cercanía y el amor perdonador de Dios Padre, vivió en solidaridad con todos los que
sufrían y entregó su vida en servicio de los demás. Todo el mundo, aunque no sea religioso o
profese otra religión distinta de la católica, puede sentirse atraído por el talante de Jesucristo,
que “pasó haciendo el bien y curó a los poseídos por el diablo, porque Dios estaba con él”,
como dice Pedro al capitán Cornelio en Cesarea (Hech 10, 38).
“Los miembros cristianos de la comunidad educativa se esfuerzan por adquirir una
amistad personal con Jesús, que nos consiguió el perdón y la verdadera libertad, mediante su
muerte y su resurrección y que está presente y activo hoy en nuestra historia”. Aquellos
profesores universitarios que no tuvieron formación religiosa sería muy bueno que se acercaran
a quienes en la Universidad pueden facilitarles el estudio de la persona de Jesús. No les va a
quitar libertad, se la va a enriquecer; no va a ser algo obligatorio, pero se alegrarán
enormemente si se animan a hacerlo, porque su vida adquirirá un nuevo sentido.

Es de DISCERNIMIENTO, de juicio y valoración.

• Diálogo entre fe y cultura (Características, 38-39)

Fe y cultura, fe y ciencia. El diálogo entre estas disciplinas es hoy más que nunca
necesario. El hombre moderno que no ha recibido formación religiosa se pregunta con razón si
todo el mundo de la fe no es sino una gran construcción de la mente humana, una gran ilusión.
A partir de la Ilustración en el siglo XVIII y del auge de la ciencia experimental en el
siglo siguiente, la religión cristiana renuncia en el mundo occidental, no sin resistencias
internas, a su pretensión de ofrecer la explicación última de los fenómenos tanto naturales
como sociales. Los relatos de la creación del mundo y de las especies, interpretados en un
sentido literal, como se hizo hasta mediados del siglo XX, dieron paso a una visión más acorde
con los datos de la ciencia, con lo que el cristianismo recuperó credibilidad en ambientes donde
la había perdido. No vamos a detallar el catálogo de explicaciones racionales que dan cuenta de
los fenómenos naturales y que antes intentaban explicar las religiones atribuyéndolos a la
intervención directa de alguna deidad. La religión no está en el mismo plano que la ciencia y
de ahí que cualquier enfrentamiento entre ellas arguye ignorantia elenchi, desconocimiento del
asunto que se discute. Pero esta es una conclusión de la segunda mitad del siglo XX, no
aceptable para mentes racionalistas, que excluyen a la religión como innecesaria y residual.
Esta posición se refuerza con los extraordinarios adelantos de la técnica, no solo ni
principalmente en el mundo de las comunicaciones, sino sobre todo en el novísimo terreno de
la manipulación genética. El hombre está a punto de fabricar hombres. ¿Qué pinta Dios en todo
esto?
Actualmente son muchas las personas que no creen en Dios: “La negación de Dios o de la
religión no constituyen como en épocas pasadas un hecho insólito e individual; hoy en día, en
efecto, se presentan no rara vez como exigencia del progreso científico y un cierto humanismo
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nuevo”. (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 7). ¿Cómo ha influido en este fenómeno la
credibilidad de las religiones? Cada vez más, la adhesión a la fe religiosa es personal y no tan
dependiente del entorno social que la favorece. Esa adhesión se dará si la persona ve que la
religión da respuesta a los interrogantes profundos de su existencia: “¿Qué es el hombre? ¿Cuál
es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten
todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre
a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?” (GS, 10).
Esas preguntas se las hacen todos los seres humanos. Cada uno se las responde desde su
propia cosmovisión, con expresiones aprendidas en su educación religiosa. Sin embargo, cada
vez nos damos mayor cuenta de que no son los conceptos los que separan a los seres humanos,
sino los afectos: el temor a lo desconocido y a los desconocidos, el apego exclusivo a lo propio,
el rechazo a lo que anuncia inseguridad. Para los cristianos, por ejemplo, el dogma de la
Trinidad nos parece una expresión maravillosa del amor de Dios, que es esencialmente
comunitario, que constituye familia, que “no quiere estar solo”. Y no nos hubiéramos atrevido
a pensarlo si no nos lo hubiera revelado Jesucristo. Esto en cambio es abominación para otras
religiones estrictamente monoteístas, que juzgan intocable lo que consideran que es la auténtica
revelación divina. El apego afectivo a la persona de Jesús nos predispone favorablemente a la
aceptación de todo lo que de Él provenga.

Es COMUNITARIA
• La educación es un instrumento al servicio de la Iglesia: fomenta la participación activa
y construye la comunidad (Características, 82-83. 116-130)

La cultura moderna favorece el individualismo a ultranza. Muestra desinterés por el bien


común, la atención y el interés por el otro, sobre todo si es diferente, porque se percibe como
amenazador o como competidor. Tiende a formar guetos, grupos cerrados de intereses comunes
y excluyentes. Pues bien, la educación de las instituciones de la Compañía de Jesús trata de
romper esa mentalidad cerrada y excluyente y favorecer actitudes prácticas hacia el bien
común y hacia las instituciones que lo procuran.
Trata de dar conciencia de pertenencia a una misma Iglesia católica, que está abierta al
diálogo con los creyentes de otras religiones y con los agnósticos. Trata de dar conciencia de
pertenencia a las instancias eclesiales más reducidas, como lo son la diócesis y la parroquia. Y
estimula a tomar un rol activo en todos los movimientos eclesiales.
Por otra parte, y como dice el P. Thomas Roach, Secretario para la Educación de la
Compañía de Jesús”, “Los retos que se nos presentan son demasiado complejos y técnicos para
que un centro educativo e incluso una Provincia puede por sí sola enfrentarse a ellos. Pensemos
a nivel global en las guerras, las migraciones forzadas de los pueblos, paro laboral, hambre,
corrupción política, fundamentalismo religioso, sida, secularismo, avaricia, consumismo y
destrucción del medio ambiente”. Son demasiados los problemas y es necesario el esfuerzo
conjunto de todos los hombres y mujeres de buena voluntad para luchar contra ellos.
Por ello, dentro de esta Universidad y de cada institución educativa se trata de favorecer
la conciencia de un común propósito y de un sentimiento compartido entre jesuitas y laicos que
trabajan en la misma obra en el enfrentamiento de los graves problemas de nuestro tiempo..
Las obras educativas de la Compañía de Jesús son llevadas mayoritariamente por laicos, que
participan en ellas desde tres posiciones fundamentales diversas: como simples asalariados,
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como simpatizantes y colaboradores, como miembros plenos con capacidad de gestión y poder
de decisión. El ideal es que se reduzca el número de miembros del primer grupo y se favorezca
la incorporación de los laicos a tareas de responsabilidad, de acuerdo con la propia vocación,
las cualidades personales y la voluntad de hacerse miembros plenos.
Y luego, los centros de educación primaria, secundaria y superior tienen que colaborar
entre sí, tienen que diseñar estrategias comunes de enfrentamiento de los problemas y de
formas de abordarlos desde la perspectiva de la educación.

Es para la ACCIÓN transformadora


• Compromiso de acción en la vida: hombres y mujeres para los demás; una
preocupación particular por los pobres (Características, 71-78. 80-81. 85-90)

“Hombres y mujeres para los demás”, como dijo el P. Arrupe. “La misión de la
Compañía de Jesús hoy es el servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye
una exigencia absoluta”, como dice la CG 32 en su decreto 4º. Hombres y mujeres que dan una
respuesta libre al amor de Dios. Ese es el ideal de la formación de las instituciones jesuíticas.
Una respuesta que se muestra en obras más que en palabras, como lo expresaba sobriamente
Ignacio. Pero en nuestro mundo latinoamericano, dar esa respuesta es abrir los ojos y el
corazón a nuestras realidades inhumanas.
“La meta de la fe que realiza la justicia y trabaja por la paz es un nuevo tipo de persona y
de sociedad, en el que cada individuo tiene la oportunidad de ser plenamente humano y cada
uno acepta la responsabilidad de promover el desarrollo humano de los demás”
(Características, 76). Un nuevo tipo de persona significa una persona que no discrimina por
raza, condición social, posición política, género, religión, etc., sino que trabaja con todos y por
todos. Y trabaja por crear un mundo nuevo, una sociedad distinta, en la que todos tengan
cabida y todos se ayuden.
Aprender a convivir es la gran asignatura pendiente en la humanidad de hoy, y ese
aprendizaje ocurre sobre todo en la familia y en las instituciones educativas. La educación
contribuye a paliar los cuatro aspectos de exclusión que son producto de la inequidad social:
pobreza y desempleo (exclusión económica), marginación y desviación (dimensión cultural),
no acceso a la ciudadanía (dimensión política) y aislamiento y segregación (dimensión social).
Una universidad proporciona medios para no vivir en la pobreza y el desempleo, ciertamente,
pero debe también proporcionar sentido de coherencia con el todo social para luchar contra la
marginación cultural que muchos padecen, debe luchar para que todo el mundo pueda expresar
libremente sus opiniones políticas y contribuya con el buen ejercicio de la ciudadanía, y debe
luchar contra el aislamiento y la segregación sociales.

Medios para adquirir esta espiritualidad de la Compañía de Jesús

1. Los Ejercicios Espirituales


San Ignacio decía que eran lo mejor que él podía pensar para ayudar a una persona en su
camino hacia Dios. No consisten en unos ejercicios piadosos, en muchas oraciones, etc. sino en
una forma de examinar el espíritu, el interior de cada uno, la dirección de su vida, y disponerse
para recibir la gracia o iluminación de Dios. Ayudan a la profundización personal, a la
disposición interior hacia grandes empresas, al cambio de vida. Disponen al ejercitante a entrar
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en un contacto afectivo muy fuerte con Jesucristo, y de esa transformación afectiva se dreivan
acciones transformadoras de la propia vida.

2. Una formación continua y sistemática, al menos en los siguientes aspectos: desarrollo


personal, conocimiento histórico, mejoramiento profesional, aplicación práctica. No es el
momento para hablar de estos aspectos, sino sólo mencionarlos para tomar conciencia de su
necesidad.

Conclusión

Ser buen cristiano hoy no es fácil. Ser universitario, ser profesional hoy no es ni mucho
menos sencillo, si es que se quiere enfocar la profesión desde la perspectiva de actuar en
cristiano hacia las exigencias del mundo de hoy. Somos conscientes de esa dificultad, pero
también de la ayuda de Dios que nunca falta a los que se la piden. Disponemos de ayudas
institucionales como los Ejercicios Espirituales y los planes de formación que puedan
diseñarse.
Tener un título universitario significa contraer una gran deuda social, tener conciencia de
este privilegio y estar dispuesto a usar los talentos adquiridos en pro de una transformación
social profunda. Si algo es característico de la espiritualidad ignaciana es que es una
espiritualidad de servicio, de entrega a un ideal de excelencia personal y de cambio social.
Les animo por tanto a que sigan en este camino emprendido de fortalecer la identidad de
la Universidad desde la perspectiva que ofrece la espiritualidad de la Compañía de Jesús. Es la
mejor respuesta que podemos dar y es la que espera la gente. No hay lugar para la
desesperanza sino para la esperanza en un futuro mejor que podemos ayudar a construir.

Cuestionario para la reflexión

1. A primera vista, las ideas presentadas en la conferencia pueden parecer utópicas, pero no hay
que perder de vista que se trata de la presentación de un ideal sobre la espiritualidad. Ahora
bien, ¿cuál o cuáles de los aspectos presentados considero yo más cercanos a mis cualidades e
historia personal y cuáles más alejados?

2. ¿Qué características de la espiritualidad ignaciana (contemplativa, personalista y


personalizadora, integral, cristocéntrica, de discernimiento, comunitaria, para la acción
transformadora) considero que se cumplen mejor y cuáles no se cumplen o se cumplen peor en
la UCAT?

3. La profesión que ejerzo y la materia que explico ¿están orientadas exclusivamente hacia el
provecho personal o tienen también una dimensión de transformación social? ¿En qué
consiste?

4. ¿Cuál de los medios mencionados al final estoy dispuesto a tomar para mejorar mi identidad
universitaria?
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