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REFLEXIONES PREVIAS
En esta segunda parte del ejercicio aplicamos la parábola del rey temporal (o la
parábola de mi vida) directamente a la persona de Cristo nuestro Señor. El ejercicio
tiene un “con mayor razón” que nos remite a una realidad imponderable: «si tal
vocación consideramos del rey temporal a sus súbditos, cuánto es cosa más digna de
consideración ver a Cristo nuestro Señor, Rey eterno, y delante dél todo el universo
mundo, al cual y a cada uno en particular llama…» (EE 95).
Tus deseos más hondos van a ser evangelizados en el encuentro con la persona del
Rey eterno que fija su mirada en ti y te llama. Esta convocación no es un sobreañadido a la
vocación bautismal con la que fuiste consagrado y que reafirmaste con tus votos para vivir
y morir en la Compañía de Jesús, como «servidor de la misión de Cristo». Pero sentirás
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Pero aquí insistiré en pedir la gracia de ser captado y polarizado por la persona
de Jesús y su llamamiento, de sentir que Jesús me quiere y me llama nuevamente. La
gracia de vibrar por el Reino y su justicia, hasta el punto de que me haga salir de mis
parábolas y movilice todas mis energías, pasiones, deseos y aspiraciones para dar
una respuesta con lo mejor de mí mismo.
Durante toda la semana se podrán variar los aspectos de la petición, pero buscando
siempre lo que quiero: una fascinación por la persona del Rey y un deseo de seguirlo en el
trabajo y en la pena, conformando mis sentimientos con los suyos. Petición semejante a la
de San Pablo para los cristianos de Filipos: «pido en mi oración que su amor siga creciendo
más y más todavía, y que Dios les de sabiduría y entendimiento para que sepan escoger
siempre lo mejor. Así podrán vivir una vida limpia y podrán avanzar hasta el día en que
Cristo vuelva; pues ustedes presentarán una abundante cosecha de buenas acciones gracias
a Jesucristo, para honra y gloria de Dios» (Flp 1, 9-11).
TEXTO IGNACIANO
Esta segunda parte del ejercicio tiene tres puntos: en el primero contemplamos la
persona de Jesús, su llamamiento, y el estilo de su misión; en el segundo y tercero, las dos
formas de respuesta (EE. 95-98). Pero esta semana nos concentraremos solo en el primer
punto (EE 95).
sea un recuerdo de algo lejano en la historia, sino la experiencia de un misterio que se nos
hace nuevamente presente. La composición sugerida aquí consiste en ver con la vista
imaginativa sinagogas, villas y castillos por donde Cristo nuestro Señor predicaba. Lo de
los “castillos”, opinan algunos, es probablemente una referencia a los edificados en tiempo
de las cruzadas que San Ignacio vio durante su permanencia en Tierra Santa. Tenemos aquí
un detalle de cuán vivenciales quería el santo que fueran nuestras contemplaciones de la
vida de Jesús. El y sus compañeros se habían propuesto revivir en el siglo XVI la
comunidad misionera de Jesús con sus apóstoles, yendo a Jerusalén y conformando su
modo de proceder con el del colegio apostólico.
De la parábola pasamos, pues, a contemplar la vida del Rey eternal. El ejercicio nos
hace visualizar y sensibilizar la realidad con todos nuestros sentidos. La vida de Jesús es
contemplada en clave misionera. Cristo nuestro Señor es el Ungido, el enviado por el Padre
para realizar un encargo. En la misma clave de misión serán contemplados en adelante
todos los misterios de su vida. Los diversos resúmenes del ministerio de Jesús que
encontramos en los evangelios sinópticos vienen muy a propósito en estos momentos:
«Al anochecer, cuando ya se había puesto el sol, llevaron todos los enfermos y
endemoniados a Jesús, y el pueblo entero se reunió a la puerta. Jesús sanó de toda clase de
enfermedades a mucha gente, y expulsó a muchos demonios…de madrugada, cuando
todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario.
Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron:
“todos te están buscando”. Pero él les contestó: “vamos a los otros lugares cercanos;
también allí debo anunciar el mensaje, porque para esto he salido”. Así que Jesús andaba
por toda Galilea, anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los
demonios».1
«Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas de cada lugar.
Anunciaba la buena noticia del reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias. Al
ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas
que no tienen pastor. Dijo entonces a sus discípulos: ciertamente la cosecha es mucha, pero
los trabajadores son pocos. Por eso, pidan ustedes al Dueño de la cosecha que mande
trabajadores a recogerla»2 (9, 35-38).
trillados, pero sin decirles, sin embargo, cuál era el camino que cada uno personalmente
tenía que tomar y seguir adelante»3.
«Durante el tiempo que estuvo en París no solo prosiguió el estudio de las letras, juntamente
encaminó su corazón hacia donde lo conducía el Espíritu y la vocación divina, a la
institución de una orden religiosa; aunque con singular humildad seguía al Espíritu, no se le
adelantaba. Y así era conducido con suavidad adonde no sabía, porque ni pensaba entonces
en la fundación de una orden; y, sin embargo, poco a poco se abría camino hacia allá, y lo
iba recorriendo, sabiamente ignorante, con su corazón sencillamente puesto en Cristo»4.
Este es el tipo de llamado que escuchamos en el ejercicio del Rey y ante el cual
decidimos la respuesta que queremos dar.
El Cristo de las contemplaciones ignacianas es, por una parte, el Jesús histórico, el
de Nazaret, que vive, sufre y muere integrado muy concretamente en el contexto en que
vive el pueblo judío con su problemática real, que espera un Mesías liberador del poder
romano en un mundo en el que la imagen de Dios ha sido distorsionada y manipulada.
Jesús va a realizar su vida sumergiéndose totalmente en esa historia para proclamar en ella
la cercanía de Dios y su señorío como amor-misericordia que da vida. Pero es al mismo
tiempo el Cristo resucitado, eterno Señor de todas las cosas, sentado a la derecha del
Padre. «Porque Cristo tiene que reinar hasta que todos sus enemigos estén puestos debajo
de sus pies; y el último enemigo que será derrotado es la muerte. Porque Dios lo ha
sometido todo bajo los pies de Cristo. Pero cuando dice que todo le ha quedado sometido,
es claro que esto no incluye a Dios mismo, ya que es él quien le sometió todas las cosas. Y
cuando todo haya quedado sometido a Cristo, entonces Cristo mismo, que es el Hijo, se
someterá a Dios, que es quien sometió a él todas las cosas. Así, Dios será todo en todo» (l
Co 15, 25-28). A esta luz debemos contemplar al Rey eterno, que tiene delante el universo
mundo, y llama a todos y a cada uno en particular para «conquistar todo el mundo y todos
los enemigos», y así «entrar en la gloria del Padre» (EE 95).
3
LÉGAUT, MARCEL, Creer en la Iglesia del futuro. Sal Terrae, 1985, p.63.
4
Nadal V, Commentarii de Instituto S.I., Dialogus II, pp. 625-626; Diálogos, n.17, FN II, p.252.
5
religiones y culturas del mundo contemporáneo; opción por los pobres y por los jóvenes,
promoción de la dignidad de la persona humana.
«A medida que Jesús iba siendo más él mismo a lo largo de su camino, tanto más necesaria
se hacía una profundización humana de calidad excepcional para poder unirse a él y
seguirle. Sus oyentes tenían que dominar el ruido de las controversias, tenían que zafarse de
las pasiones que ellas desencadenaban, y, gracias a su presencia, a través de su decir y de su
hacer, reconocer su autoridad soberana. Poco a poco, a medida que se multiplicaban los
anatemas que lo condenaban y las amenazas que ponían su vida en peligro, fue abandonado
por la mayoría. Al final quedó prácticamente sólo»5.
Textos bíblicos
Textos de la Compañía
5
MARCEL LÉGAUT, Creer en la Iglesia del futuro, p. 62.
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Es tiempo muy propicio para una lectura espiritual, como podría ser: