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Principio y Fundamento II
‘Un fuego que enciende otros fuegos’. Redescubrir nuestro carisma
Romanos 8, 38-39
1. Método: Adiciones [76-77] – Saber comenzar, estar, terminar y examinar
Esta posibilidad de elegir constituye un gran privilegio del hombre con respecto a los
demás seres de la creación, pero es, al mismo tiempo, algo que puede destruir su vida
entera, llevar sus planes al fracaso y hacerlo desgraciado. De ahí que la elección seria de
una profesión sea el primer deber del joven que inicia su carrera en la vida y no quiere
encomendar al azar sus asuntos más importantes. Cada cual tiene ante sus ojos una
meta que a él, por lo menos, le parece grande y que lo es, siempre y cuando que su
convicción más profunda, la voz más recóndita del corazón, la considere así, ya que Dios
no deja nunca al hombre sin consejo y, aunque hable en voz baja, su voz es siempre
segura.
Sin embargo, esta voz es ahogada, a veces, por los ruidos de fuera y lo que se nos antoja
entusiasmo puede ser un capricho del momento, que el momento mismo se encargue
también de disipar. Puede ocurrir que nuestra fantasía se sienta inflamada, que nuestros
sentimientos se vean estimulados, que se proyecten ante nuestros ojos imágenes
engañosas y nos precipitemos afanosamente hacia una meta que creemos nos ha sido
trazada por Dios, para ver luego que lo que habíamos abrazado tan apasionadamente nos
repele, y toda nuestra existencia amenaza con derrumbarse. (…)
Pero la gran preocupación que debe guiarnos al elegir una profesión debe ser la de servir
al bien de la humanidad y a nuestra propia perfección. Y no se crea que estos dos
intereses pueden ser hostiles o incompatibles entre sí, pues la naturaleza humana hace
que el hombre sólo pueda alcanzar su propia perfección cuando labora por la perfección,
por el bien de sus semejantes. Cuando el hombre sólo se preocupa de sí mismo, puede
llegar a ser, sin duda, un famoso erudito, un gran sabio, un excelente poeta, pero nunca
llegará a ser un hombre perfecto, un hombre verdaderamente grande.
Los más grandes hombres de que nos habla la historia son aquellos que, laborando por el
bien general, han sabido ennoblecerse a sí mismos; la experiencia demuestra que el
hombre más dichoso es el que ha sabido hacer dichosos a los demás; y la misma religión
nos enseña que el ideal al que todos aspiran es el de sacrificarse por la humanidad,
aspiración que nadie se atrevería a destruir. Quien elija aquella clase de actividades en
que más pueda hacer en bien de la humanidad, jamás flaqueará ante las cargas que
puedan imponerle, ya que éstas no serán otra cosa que sacrificios asumidos en interés de
todos; quien obre así, no se contentará con goces egoístas, pequeños y mezquinos, sino
que su dicha será el patrimonio de millones de seres, sus hechos vivirán calladamente,
pero por toda una eternidad, y sus cenizas se verán regadas por las ardientes lágrimas de
todos los hombres nobles”.
KARL MARX,
Obras fundamentales de Marx y Engels, Tomo I, FCE, México, 1987, 1.
Trabajo presentado como examen de grado de Bachillerato en 1835.