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No vamos a reflexionar sobre lo que la Iglesia debe ser y hacer, por esto sería
demasiado amplio, sino sobre lo que nosotros como Iglesia sí podemos intentar ser y
hacer, aquí y ahora en América Latina.
Se constata en nuestra sociedad, sobre todo entre los más jóvenes, actitudes de
búsqueda auténtica de algo valioso que pueda dar verdadero sentido a sus vidas, más allá
de lo que les ofrece el sistema actual: su referencia es en gran medida la Iglesia dada su
extensa presencia en nuestro pueblo y siendo, todavía, la institución que cuenta con la
mayor credibilidad.
A partir de ello hay, a mi parecer, una gran tarea que consiste en redescubrir un
nuevo estilo de vida y compromiso propios del cristiano y de la Iglesia como tal, para
nuestro mundo y la realidad de Latinoamérica en la actualidad, porque en nuestra sociedad
se da, en buena parte, hay que reconocerlo, un divorcio entre una fe supuesta (“sociedad
occidental y cristiana”) y la vida real de esa sociedad que es, muchas veces,
escandalosamente antievangélica e inhumana dados los signos de corrupción, amoralidad,
desmoralización, injusticia y finalmente de muerte que se dan en ella. Esto constituye sobre
todo para nosotros un cuestionamiento especial, dado nuestro compromiso con el servicio
de la fe y la promoción de la justicia que nos proponemos.
De forma más específica, la Christifideles Laici refiriéndose a los laicos dice: “En
su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida
‘espiritual’, por otra la denominada vida ‘secular’, es decir, la vida de familia, del trabajo,
de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura.” Y recuerda que el
Concilio Vaticano II señala que “La separación entre la fe y la vida diaria de muchos debe
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ser considerado - dice el Papa - como uno de los más graves errores de nuestra época” y
añade: “Por eso he afirmado que una fe que no se hace cultura, es una fe ‘no plenamente
acogida , no enteramente pensada, no fielmente vivida.’” En relación con la Compañía, el
padre Kolvenbach les decía a los laicos en 1998: “En nuestra misión tiene que resonar toda
la llamada de la Iglesia Latinoamericana en Santo Domingo, cuando invita a todos los
cristianos a comprometerse en una ‘nueva evangelización’, en una comprometida
‘promoción humana’ y en la inspiración de una ‘cultura cristiana’ que encarne, en nuestro
mundo, valores verdaderamente humanos. Así es como los laicos tiene un protagonismo
especial que los jesuitas queremos acompañar y servir.”
Por ello resulta cada vez más necesario acertar con un proceso de construcción de
Iglesia capaz de hacer posible la vivencia de una fe personalizada y experimentada, acogida
e inculturada, de tal manera que pueda ser vivida con sentido de misión.
Creo que cuando nosotros como Iglesia, nos “compremos el pleito” de los
hombres y mujeres, de nuestros países en concreto, con sus problemas, necesidades,
búsquedas y esperanzas, logrando que en medio de ello y del conjunto de sus vidas
descubran su sentido y la presencia actuante y benéfica del Señor. Esto significa salir del
individualismo y la indiferencia tan vigente en nuestras sociedades. No es posible, por
ejemplo, que nuestros colegios y universidades formen profesionales exitosos en
sociedades fracasadas.
Por otra parte, la Iglesia tendrá que desclericalizarse pues se comprenderá que su
labor principal recae sobre sobre los laicos; que las actividades “sacras” no pueden servir
para escapar de la realidad, esconderla o ser mero consuelo frente a ella, sino ser signos y
símbolos de la presencia de Dios en la vida y la realidad, lo cual es también la misma
Iglesia.
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lugar de la tendencia exclusiva que se viene promoviendo a diferentes niveles. La Iglesia
puede ayudar a visualizar y tomar conciencia que los problemas más serios y profundos de
nuestro país nos unen a todos y posibilitan una acción y esfuerzos conjuntos. Para ello es
necesario crear causes de participación e integración, pudiendo la misma Iglesia un ser uno
de ellos de forma significativa. Se trata de promover la unidad en la pluralidad y riqueza de
nuestra diversidad cultural evitando que la globalización, que tiene aspectos muy positivos,
arrase con esa riqueza.
Este aspecto tiene una especial relevancia en el grave momento actual que vivimos
en que por la acción demencial desatada por el terrorismo en los Estados Unidos, vemos no
sólo amenazada la paz mundial sino que hay el peligro de que nos sintamos arrastrados a
una especie de psicosis defensiva y agresiva que a la vez que cree más distancias y barreras
entre los seres humanos y países, con exacerbación de los nacionalismo, racismos y
fanatismos ya existentes. Tenemos, más bien, que tomar conciencia de la vulnerabilidad en
que todos nos encontramos, aún el país más grande del mundo, frente a la cual no tiene
eficacia ninguna arma por poderosa que sea sino la toma de conciencia de la
interdependencia en la que tanto para el bien como para el mal nos encontramos y que no
ganamos nada generando más violencia sino que tenemos que general una cultura de paz
y solidaridad, únicas defensas eficaces respecto a la amenaza que enfrentamos. Por eso
tiene especial actualidad el propósito de la Compañía de fomentar el dialogo intercultural
interreligioso en el mundo.
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Una consecuencia generalizada de la situación actual en nuestro continente es la
pérdida de fe y confianza de las personas en sí mismas, en lo otros y en las instituciones. La
capacidad de soñar en la solución de los problemas básicos se ha perdido. Algunos llaman a
eso pragmatismo pero parece más bien desesperanza. En este contexto, reconstruir la
confiabilidad y confianza mutua, comunicar de forma vital motivos para creer, esperar y
amar; la defensa por parte de la Iglesia, según su larga tradición, de la dignidad del ser
humano y la promoción del respeto de unas personas por otras, tienen una significación y
urgencia muy especial.
Nos hace falta como Iglesia una vena más profética, más libre, más valiente, más
cercana a los problemas de la gente y no tan cerrada en los problemas eclesiásticos, de tal
manera que “los gozos y esperanzas de los hombres” sean gozos y esperanzas de la Iglesia.
Es necesario que se vea de forma transparente que la Iglesia no defiende sus propios
beneficios e intereses sino el bien común de nuestro pueblo, y que se constituye como la
voz de los que no tienen voz.
En este sentido ustedes como laicos y la Compañía pueden y deben aportar análisis
y reflexión de altura a nivel del continente, juntamente con propuestas válidas,
discretamente ofrecidas, pero que tengan vigencia y puedan ser aplicadas.
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comporta consecuencias muy serias, puesto que los ciudadanos, además del
derecho, tienen también la responsabilidad de participar; cuando se les impide
esto, pierden la esperanza de poder intervenir eficazmente y se abandonan a una
actitud de indiferencia pasiva. De este modo, se hace prácticamente imposible el
desarrollo de un sistema democrático (n° 6)