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y Primer año EGB

Raquel M. Barthe

Cómo se relaciona el lector con el cuento, con el libro, con la lectura:


No es novedoso decir que el lector comienza a formarse aun antes de aprender a leer. Sin embargo, no está de más
recordarlo.

El primer contacto del/la niño/a con la literatura es a través de las canciones de cuna, es decir, a través de la literatura
oral. Más tarde será el cuento narrado o leído por la madre, la abuela o algún otro ser querido. Luego prosigue en el
jardín de infantes donde el libro-objeto cobra importancia material y se transforma en un juguete más al alcance de
los/as nenes/as (o, por lo menos, sería deseable que así fuese) y, finalmente, llega a la lectura directa por parte del/la
niño/a que comienza su alfabetización en el primer año de la EGB.

Y aunque en el nivel inicial todavía no sabe leer, el/la niño/a se acerca a los libros con curiosidad y placer y, mientras
juega a que lee, va descubriendo que hay diferencia entre lo que son letras, los números o cualquier otro signo o dibujo;
descubre también que no sólo hay letras, sino que éstas forman palabras y que las mismas se leen de izquierda a
derecha y de arriba hacia abajo. Sabe, además, que la fascinación del cuento que el adulto narra o lee, se escapa de ese
libro que él puede hojear, tocar y sentir. Es, por lo tanto, en esta etapa inicial cuando debemos comenzar con el fomento
y desarrollo de la lectura. Es entonces cuando tenemos que comprender la verdadera importancia que tiene ese
contacto físico con el libro-objeto, para su formación lectora.

Ante la posibilidad de leer o narrar un cuento, las maestras se plantean algunos interrogantes tales como: para qué sirve
el cuento, qué hacer con él, cómo evaluar la tarea y muchos más. Luego surge la decisión de leer o narrar el cuento
elegido, que ya es una opción, puesto que el docente deberá resolver entre una forma u otra, según el momento y las
circunstancias.

La mayoría de las veces, motivados por el argumento y una vez finalizada la narración (o la lectura), los nenes dibujan,
pintan e inventan nuevas historias que, en ocasiones, la maestra transcribe, logrando de esta manera un texto colectivo,
producido por los/as alumno/as.

Y cuando el/la niño/a ya está en condiciones de comenzar a leer por sí mismo, se hace necesario crear una situación de
lectura auténtica, donde se lea con un propósito de lectura asumido por el lector porque, de lo contrario, este
aprendizaje no tendrá sentido. Es por eso que es importante e imperioso que el/la alumno/a pueda incluir el proceso de
apropiación de la práctica de la lectura.

Sin embargo, lo más importante al contar un cuento es el hecho de que la historia no termina con la palabra FIN. Es
entonces cuando el relato se prolonga en los diálogos que se suscitan a partir de él y los/as nenes/as, sin darse cuenta,
empiezan a relacionar los hechos relatados con su vida cotidiana, con su realidad inmediata y con sus propias
experiencias. Y el diálogo lleva a la reflexión, al pensamiento profundo y al juicio crítico. Es un proceso que nace en el
interior de cada persona y aflora a través de la expresión oral.

Pero para que todo esto suceda, la maestra tendrá que elegir cuidadosamente el cuento: que sea un texto portador de
sentido. Entonces se preguntará qué criterio de selección adoptará.

El texto puede ser breve y muy sencillo, pero no por eso "simple". Con un lenguaje accesible y que pueda comprender
el/la niño/a, aunque siempre introduciendo algún término nuevo que enriquezca su vocabulario.

Cabe recordar que, entre los tres y los cinco años, los/as niño/as utilizan un lenguaje reducido (lenguaje activo), pero
pueden comprender mayor número de palabras de las que manejan (lenguaje pasivo). Ellos ya son capaces de enumerar
los personajes y objetos que aparecen en las láminas; juegan con las palabras y disfrutan con su sonoridad; les encanta
aprender nuevos vocablos y se divierten con la rima. Además desean que le cuenten el mismo cuento hasta la saciedad.
Les gustan los cuentos que responden a su realidad (hogar, jardín de infantes, sus animales y juguetes). Tienen sentido
del humor y se interesan por lo cómico y el absurdo. Les deleita fantasear.

Y llega el ansiado momento en que el cuento se apodera del auditorio infantil. Durante su lectura o narración, no
importa que los/as nenes/as interrumpan de vez en cuando; pronto se acostumbrarán a no hacerlo si saben que tendrán
la oportunidad de expresarse libremente al finalizar la historia.

Lo importante es permitirles decir lo que sienten y no inducirlos a las respuestas deseadas por el adulto. En muchas
ocasiones el diálogo se transforma en un interrogatorio donde los/as nenes/as están más pendientes por complacer al
docente que por decir lo que piensan y sienten; se sienten obligados a dar la respuesta que suponen es apropiada y
esperada. En estos casos es el adulto quien pone las palabras en boca del/la niño/a. Y no siempre la interpretación del
cuento es única o correcta porque es la que hizo la maestra. La literatura permite un plural de lecturas, ofreciendo
diferentes niveles de comprensión; se puede leer y releer un texto descubriendo múltiples significados subyacentes que
estimulan el juicio crítico y la sagacidad del lector, que se tornará capaz de desentrañar lo implícito.

Es por esta particularidad del texto literario que la elección del cuento resulta muy importante y nunca debe tener un
significado unívoco ni un mensaje explícito; debe permitir que el chico descubra por sí mismo lo que subyace, "lo escrito
entre líneas" y que se esconde en su significado más profundo. La historia debe admitir tantas interpretaciones como
lectores/as accedan a ella, aunque en esta etapa los/as nenes/as todavía no tengan dominio de la lectura. Además, más
allá de la formación del lector/a, el cuento es importante por el aspecto lúdico, por el juego, por el placer y, además, por
la fantasía y estos "no lectores" del jardín de infantes son ya lectores en potencia o pre-lectores.

Pero no es sólo por eso que se los debe motivar con la literatura, sino porque dialogando acerca de lo que sucede en el
relato y reflexionando acerca de estos hechos, los/as niño/as se acercan también a la filosofía, puesto que la práctica
filosófica nace de esta manera: de la capacidad de discernir, preguntar, cuestionarse y discutir.

Como propuesta práctica transcribo un cuento de mi autoría para los más chiquitos:

POMPÓN
Se llamaba Pompón porque era chiquito, peludo, tibio y suave como un copo de algodón.
Y si Pompón hubiera nacido conejo, su mamá habría estado muy orgullosa.
Pero Pompón... ¡era un sapito! Y cada vez que se metía en la laguna, había que secarle el pelo con pétalos de margarita
silvestre.
Y, a medida que fue creciendo, también el pelo le creció.
Y fue el único sapo con trenzas.
Y también fue el único sapo que nadaba con gorra de baño.

Pompón es un cuento que apenas tiene seis párrafos y sólo ochenta y dos palabras, contando el título, y entonces, ¡el
desafío! de dejar hablar a los chicos y recoger sus preguntas y sus respuestas y también las reflexiones y los
comentarios. ¿Cuánto puede prolongarse el tiempo posterior a la lectura? Y lo más sorprendente: ¿qué podemos
aprender de ellos?

Un texto dice muchas cosas, más allá de las palabras escritas y los/as niño/as tienen la habilidad de descubrir estos
significados ocultos. Ellos pueden interrogar al texto en lo que no está expresado con palabras, pero que sin embargo
está implícito.
Seguramente que esta experiencia será la mejor "receta" para continuar trabajando de la mano de la literatura infantil.

Es posible que al escuchar a los/as nenes/as nos sorprenda descubrir que se pueden establecer paralelos con otros
cuentos que ellos conocen. Por ejemplo con El patito feo, de Hans Christian Andersen, donde no se acepta la diversidad
y se considera que el patito es "feo" porque no se ajusta al modelo de normalidad dado por los patos. El paradigma es
único y el patito es rechazado e infeliz.

Sin embargo Pompón no es "diferente" por pertenecer a otro género, sino que es distinto a todos los de su misma
naturaleza. No obstante, y pese a esa particularidad de ser "chiquito, peludo, tibio y suave como un copo de algodón",
no parece que se sintiera infeliz o rechazado. El cuento dice que, "si Pompón hubiera nacido conejo, su mamá habría
estado muy orgullosa", pero no parece haber rechazo, puesto que le secaba el pelo con pétalos de margarita silvestre, le
hacía trenzas y solucionó el problema de su hijo con un gorro de baño. Los hechos narrados muestran a una madre
amorosa y dedicada. Es evidente, además, que todos los sapos de la laguna aceptaban su alteridad. Aunque en ningún
momento el cuento dice que había otros sapos, al decir que "...fue el único sapo que nadaba con gorra de baño", se
puede entender que había otros.

Es posible que la maestra pueda guiar a los/as chicos/as a buscar los puntos en común entre los dos cuentos y también
sus diferencias. Y probablemente, llevarlos hacia el plano personal para que cada uno pueda expresar verbalmente sus
sentimientos hacia sí mismos y en relación a los otros.

Quizá puedan vivenciar, y ver con mayor claridad, los problemas de discriminación, marginación o exclusión que se
plantean a diario dentro y fuera de la escuela.
En este tipo de trabajo el maestro puede llegar a sorprenderse ante la diversidad de temas que pueden surgir. A modo
de ejemplo mencionaré las reflexiones que hicieron unos/as niño/as de primer año de EGB en una escuela de Villa
Lugano: ellos le dijeron a la maestra que, "también Pompón era el único sapito capaz de tener piojos".
Esta práctica de "cuento-debate" entrenará a los/as nenes/as en la escucha atenta porque ellos mismos se sentirán
escuchados y, no sólo aprenderán a escuchar a la maestra, sino a escuchar al Otro, a respetar el turno para hablar sin
interrumpir y, en definitiva, a dialogar.

Por otro lado, y de manera placentera, se irá potenciando su capacidad lectora y se irán formando (de adentro hacia
fuera) como lectores/as competentes, con "libertad para leer y leer para ser libres".

Y para que los maestros tengan alguna posibilidad de seleccionar cuentos breves, agregamos algunos más.

EL JUNTADOR DE LETRAS PERDIDAS


¿Sabías que... cuando los chicos están aprendiendo a escribir, resulta fácil equivocarse y perder alguna letra?
El duende de las letras perdidas es el encargado de buscarlas y, cuando las encuentra, las guarda en un cofre muy
grande, con siete cerraduras. Ese cofre lleno de letras es su gran tesoro.
Pero a veces, cuando los chicos son descuidados, el duende junta tantas letras que ya no caben en el cofre. Entonces
llama a sus amigas las hadas y les regala las que le sobran y ellas se pasan siete días eligiendo las que necesitan. Luego se
las llevan a la nube 28, donde escriben los "cuentos de hadas", para regalárselos, más tarde, a los chicos.

Quizá sea bueno, para quienes se están alfabetizando, darse cuenta de que además de tener el derecho de aprender,
también tienen el derecho a equivocarse, a perder letras y que el error no debe ser sentido como una culpa ni ser
castigado, sino que es una consecuencia lógica de todo aprendizaje. Y que además puede ser útil si se lo sabe
aprovechar. Y también ellos/as pueden jugar a imaginar cuentos para luego escribirlos.

LAS COSAS RARAS


Felipe piensa que hay cosas muy raras que él no entiende:
¿Por qué los plumeros tienen plumas y no vuelan?
¿Por qué las mesas tienen patas y no caminan?
¿Por qué los libros tienen hojas que no se caen en otoño?
¿Por qué se oye el murmullo del agua, si ella no tiene boca?
¿Y por qué si el buzón tiene boca, no habla?
Son tantas las cosas que Felipe no entiende, que se cansa de pensar y juega a las escondidas con su oso Bernardo.

Un cuento que plantea interrogantes invita a buscar respuestas imaginativas que desarrollarán la creatividad y que
provocarán nuevas preguntas, dudas y más propuestas. En definitiva, un juego que puede sobrevivir al cuento durante
mucho tiempo.

HISTORIA DE UNA NENA


No era linda, ni era fea.
Tampoco podía decirse que fuese buena.
Pero nadie podía asegurar que fuese mala.
A veces se portaba un poquito mal y otras, ¡requetebién!
Unos días obediente y algunos desobediente.
Tan limpita por la mañana y tan sucia cuando llegaba la noche...
¿Quién era esta nena tan especial?
Nada menos que Lucrecia, una niña como todas.
Pero el papá la llamaba "Lucrecia la bella" y le decía que era una princesa.
Y Lucrecia imaginaba que vivía en un castillo muy hermoso en la punta de una montaña.
Este breve relato, por lo real y cotidiano, permite a los/as nenes/as identificarse con la protagonista: una niña normal
que es querida por su padre no por lo que hace, sino por lo que es y, sobre todo, por ser "Lucrecia, una niña como
todas". Un amor incondicional y sin exigencias que le permite ser feliz y desarrollarse plenamente.
Sólo debemos dejarlos hablar y que cada uno exprese sus propias vivencias.

VERDE, VERDE...
El Verde ya estaba aburrido de hacer siempre lo mismo: desde hacía seis meses que trabajaba pintando el paisaje,
mañana, tarde y noche, sin parar.
Entonces decidió tomarse vacaciones y le pidió a su amigo el Amarillo que lo pintara en su lugar.
El Amarillo era un buen amigo y empezó con mucho entusiasmo, pero... a él nunca le había gustado trabajar y pronto se
cansó.
Se sentó a descansar y pensó qué fácil sería su trabajo si los árboles no tuvieran hojas.
Llamó a su amigo el Viento y le pidió que soplara muy fuerte.
Y el Viento sopló y sopló; sopló tanto que todas las hojas salieron volando y los árboles se quedaron desnudos.
Y, sin hojas para pintar, el Amarillo se fue a dormir la siesta y, ¡durmió durante seis meses!
Hasta que volvió el Verde y lo despertó muy enojado:
-¡Qué hiciste! ¿Dónde están los colores? ¿Qué pasó con las hojas verdes...?
El paisaje estaba triste y descolorido.
-Y, ¿a dónde se fueron los pájaros y las mariposas? -siguió protestando el Verde.
Todos se habían ido al país de los Colores a pedir ayuda para volver a pintar el paisaje.
Y, ¿qué creen que pasó? Sí, durante los siguientes seis meses, y con la ayuda de todos, el paisaje volvió a llenarse de
colores.
Hasta que el Verde volvió a cansarse y se fue nuevamente de vacaciones... y la historia se repitió otra vez.
¿Hasta cuándo?
¡Hasta dentro de otros seis meses!

Un cuento cíclico que puede ser narrado o leído en cualquier época del año y que pone a los/as chicos/as en contacto
con la naturaleza. Es posible que luego de finalizada la lectura no surjan comentarios en forma inmediata. Tampoco es
necesario presionar para que aparezcan porque entonces, quienes escucharon, pueden sentir que detrás del cuento se
esconde la exigencia del trabajo y este sentimiento negativo los alejará de la literatura.
El docente debe tener paciencia y confiar en la memoria de sus alumnos/as. Entonces aparecerán situaciones de
observación donde se pede sugerir "¿recuerdan el cuento de Verde, verde...?, y preguntas que obligarán a mirar y ver y,
sobre todo, a reflexionar y a relacionar el cuento con la realidad. Descubrir como nuevo aquello que de tan repetido,
habían dejado de percibir. Entonces el mundo será como una eterna caja de sorpresas. El mismo árbol que está frente a
la escuela cambia constantemente sin que nos demos cuenta: hoy está lleno de hojas verdes y tiene una ramita nueva y,
pasan los días, las hojas cambian de color, caen y el árbol queda desnudo, pero si sabemos mirar pronto veremos los
brotes nuevos y... florece...

Este ejercicio se puede repetir en distintas épocas para que el cuento tenga significado y se establezca una referencia
con las diferentes estaciones y meses del año, y no solamente como un mero reconocimiento de los colores básicos.
Recordemos que en esa etapa de la infancia hay un marcado gusto por la repetición de los relatos. Y un cuento no es un
contenido a enseñar y que una vez aprendido desaparece de la clase. Por el contrario, es beneficioso recordarlo y volver
sobre él cuantas veces sea necesario para establecer nuevos significados y relaciones. Será siempre un aliado del
docente.

Para finalizar, un cuento para que vos, colega docente, descubras con tus alumnos/as todos los significados que encierra
y puedan disfrutarlo juntos, porque un cuento, debe ser siempre, y ante todo, un placer.

EL CÉLEBRE MAQUINISTA DAGOBERTO


Y LA INCREÍBLE HISTORIA DE
LAS VÍAS DEL TREN
Hace muchos, muchos años, los trenes no iban por la vía. Como no existían las vías, los trenes podían ir por donde
querían.
Los maquinistas eran los encargados de manejar las locomotoras que arrastraban a todos los vagones.
Estos expertos maquinistas sabían muy bien cuál era la ruta a seguir y, continuamente, iban y venían por el mismo
camino. Siempre igual. Día tras día, durante meses y meses y hasta, ¡por años!
Pero un día Dagoberto se aburrió de recorrer tantas veces el mismo camino y se fue con su tren, lleno de pasajeros, a la
playa.
Pasaron un día muy lindo y nadie protestó por no haber llegado a destino en el horario correspondiente.
Ya muy tarde, subieron a los vagones para seguir viaje y, como era una noche sin luna, estaba muy oscuro y Dagoberto
no pudo encontrar el camino y se perdió.
Cuando salió el sol el tren estaba en la punta de una montaña. El paisaje era tan lindo, que los pasajeros le pidieron a
Dagoberto que se detuviese un ratito. Entonces, todos se bajaron a recoger flores y a correr un poco para estirar las
piernas.
Y así fue como ese tren llegó a la estación con, ¡quince días de retraso!
Fue por eso que el maquinista Dagoberto se volvió célebre.
Y también fue por eso que los dueños del ferrocarril inventaron las vías: para que nunca más un maquinista aburrido se
fuese de paseo o se pudiera perder por el camino.
Desde entonces, todos los trenes del mundo van por la vía.

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Una manera de estimular el lenguaje y la imaginación, es a través de los cuentos, relaja a la madre o padre y al niño
también, creando unos lazos más fuertes entre ellos. Escuchar los cuentos les permite además desarrollar la capacidad
reflectiva, pues siempre vamos a tener un mensaje en el contenido del cuento, generando de esta manera comprensión de
cómo debe comportarse por ejemplo o que está bien o mal.

El cuento es una de las bases para el desarrollo intelectual del niño, gracias a el podemos lograr que entienda las cosas con
mas rapidez, que su cerebro trabaje con mayor certeza.

Al momento de contarle el cuento a tu niño, lo tienes que hacer de la mejor manera, con todas las ganas y amor del
mundo, porque la manera en que lo cuentas, es la manera en que el niño comprenderá el significado del cuento, si lo haces
con desgano romperás la ilusión que existe.

Es bueno fomentar la lectura o el amor por los libros en nuestros hijos, a que padre o profesor no le gustaría ver que sus
niños aprenden y aprenden cada día mas, por eso también te recomiendo que al terminar de contarle el cuento le hagas
preguntas relacionadas a este, como por ejemplo si le gusto, que le pareció, quienes estaban en el cuento, etc. De esta
manera también estimularas su memoria y sus ganas de expresarse.

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April 8th, 2008 audrey Posted in Ser padres | 1 Comment »

De pequeños hemos leído mil cuentos, en el cole, en nuestra casa o en casa de los demás. Para los niños, leer
un cuento es entrar en un mundo de fantasía a parte del suyo propio. Y hay niños cuya fantasía debe ser
estimulada y quién mejor que los padres para introducirles en este mundo.

Es la mejor manera de que los pequeños empiecen a leer. Papá o mamá se sentará con el niño y juntos leerán
el cuento. Para quienes están empezando a leer, señalaremos con nuestro dedo índice por donde vamos
leyendo. Y cuando ellos ya sepan como se hace, podrán ayudarnos a leer.

Los minutos en los que se leen los cuentos son para los niños los más gratificantes del día, porque sus padres
les prestan atención, charlan sobre lo que han leído y comparten emociones, lo que hace que los lazos padres-
hijo estén, aún si cabe, más estrechos. Además, si quién lee el cuento lo escenifica poniendo las voces de los
protagonistas, la lectura será aún más interesantes. Podéis jugar a ver qué voces tienen los personajes o qué
caras pondrían en cada momento. También encontrarás en el mercado cuentos con CD donde podéis poner
una música determinada en cada momento de la acción.

Si no recuerdas muchos cuentos, si no quieres gastarte el dinero en comprarlos o si prefieres sencillamente


manejar Internet para buscar cuentos, aquí tienes 10 cuentos para refrescar tu memoria.

Y para los más curiosos, hay un cuento mágico, El mágico libro de los infinitos cuentos, que contará un
cuento diferente cada día y que sólo puede ser leído por papá o mamá para que no pierda su magia. Además
lleva todo un ritual mágico y hay que empezar diciendo las palabras mágicas para que podáis empezar a leer
el cuento.

Las ruinas circulares


[Cuento. Texto completo]

Jorge Luis Borges

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango
sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era
una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma
zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó
el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las
carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de
piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que
devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los
hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las
heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por
determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito;
sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo
propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia
la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un
cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su
amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y
se tapó con hojas desconocidas.

El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería
soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio
entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida
anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un
mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a
sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo,
consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se
soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de
alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a
una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de
cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento,
como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana
apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las
respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades
una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos
que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción
razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los
últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no
velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con
un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los
de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su
progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la
catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz
de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y
todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse;
apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo
rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de
exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos
ojos.

Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los
sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden
superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara.
Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había
desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición
de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto
continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no
reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la
tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un
nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.

Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un
cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada
noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a
corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche
catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El
examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el
nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al
esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un
mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo
soñaba dormido.

En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan
inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían
fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido
destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal
vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua.
La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas
vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre
terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y
que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo
y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo
enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo
glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.

El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los
arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la
necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho,
acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general,
sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: V  
  . O, más raramente:  


 
   
.

Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre
lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más
audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa
noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas
leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que
se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.

Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se
prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en
otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres.
Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas
disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de
éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en
lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre
mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente
las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que
sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió
que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero
simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable,
qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera
confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por
entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.

El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una
larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía
el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las
noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las
ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio
cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero
luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra
los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin
combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que
otro estaba soñándolo.

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