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Contenido
Introducción 1
Marco conceptual 3
Contexto sociopolítico del país 12
Violencia juvenil, maras y pandillas 17
Respuestas a la violencia juvenil 26
Conclusiones 34
Referencias bibliográficas 35
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
Introducción
En los últimos quince años, la región norte de Centroamérica -Guatemala, El Salvador y Honduras-
presentan un acelerado crecimiento de violencia y criminalidad. Según cifras oficiales, Honduras
presenta una tasa de homicidios de 57.9 por cada cien mil habitantes. La cifra es alarmante y
rebasa el promedio de homicidios que ocurren en otros países de Latinoamérica. Esta situación de
violencia, asociada a múltiples factores históricos, políticos y sociales, contribuye a hacer de la
violencia un medio utilizado por muchos sectores y actores para mantener o ganar poder, resolver
conflictos y beneficiarse económicamente.
Los gobiernos de los tres países tienden a la implementación de estrategias reactivas para
responder a la violencia juvenil y detener la expansión de las maras y pandillas. Estas medidas
incluyen, entre otras, las detenciones masivas de jóvenes, porque se presume pertenecen a maras
y pandillas, y la imposición de sentencias drásticas de prisión (WOLA 2006). También, en algunos
países, se cometen ejecuciones extrajudiciales de niños y jóvenes y se observan prácticas de
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“limpieza social” por parte de grupos vinculados a las fuerzas de seguridad del Estado. En términos
generales, las políticas oficiales para combatir la delincuencia juvenil son reactivas, prestando poca
atención a la compresión y solución de las causas estructurales del problema y a promover medidas
preventivas. Estas prácticas demuestran ser ineficientes para detener la delincuencia juvenil y
violentan los derechos humanos, poniendo en riesgo la construcción del estado democrático de
derecho en la región.
A partir de julio de 2007, la Alianza Internacional para la Consolidación de la Paz (INTEPEACE por
sus siglas en inglés) inicia la implementación del programa “Políticas públicas para prevenir la
violencia juvenil” (POLJUVE). Este Programa busca fortalecer la capacidad de los Estados y de la
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Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
INTERPEACE es una organización internacional con sede en Suiza, que trabaja en estrecha
colaboración con las Naciones Unidas para apoyar a sociedades con serias divisiones y
conflictos sociales para contribuir con procesos de diálogo y buscar soluciones pacíficas y
sustentables a sus conflictos. INTERPEACE promueve la participación activa de actores locales,
nacionales e internacionales en procesos de diálogo e investigación para enfrentar, de manera
más efectiva, los desafíos sociales, económicos y políticos.
INTERPEACE trabaja con socios locales en todos los países donde interviene. En el caso del
Programa POLJUVE colaboran organizaciones con amplia experiencia en el tema. En Honduras, el
Programa se realiza en colaboración con Unidos por la Vida, Organización JHA-JA y el Centro de
Investigación y Promoción de los Derechos Humanos (CIPRODEH); en El Salvador se lleva a cabo
con el apoyo de la Fundación para el Estudio de la Aplicación del Derecho (FESPAD) y el Centro de
Formación y Orientación Padre Rafael Palacios (CFO); y, en Guatemala, con el Instituto de Estudios
Comparados en Ciencias Penales de Guatemala (ICCPG). Estas organizaciones realizan actividades
de investigación y facilitan espacios de diálogo con representantes del Estado, de la sociedad civil y
de la cooperación internacional, para discutir sobre las causas y manifestaciones del problema de la
violencia juvenil, buscar soluciones y alcanzar consensos para promover políticas públicas para
prevenir la delincuencia juvenil.
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A partir de 2009, el Programa POLJUVE, en colaboración con los socios locales, realiza un análisis
preliminar del problema de la violencia juvenil y la proliferación de las maras y pandillas en cada
país. En Honduras, Guatemala y El Salvador se lleva a cabo una revisión documental sobre el tema.
En los dos primeros países, además, se realizan mesas de trabajo con diferentes grupos sociales
para recoger sus percepciones sobre las causas del problema, sus manifestaciones y posibles
soluciones. En estas mesas de trabajo participan representantes de instituciones de gobierno y del
sistema de administración de justicia, representantes de organizaciones de niños y jóvenes, de
organizaciones de mujeres, de derechos humanos y de organismos internacionales, así como de
algunos ex miembros de maras y pandillas.
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
El presente informe para la discusión contiene un análisis preliminar del problema de la violencia
juvenil y la proliferación de las maras y pandillas en el norte de Centroamérica y, específicamente
en Honduras, analizando las respuestas del Estado y de la sociedad civil.
Este análisis se basa en estudios previos sobre el tema y en las percepciones de actores clave que
participan en las mesas de trabajo organizadas por el Programa POLJUVE. En algunos casos
también se realizan entrevistas individuales a informantes clave, éstas incluyen a funcionarios
públicos, representantes de la sociedad civil y de la cooperación internacional.
Este informe busca proporcionar información inicial para un proceso de investigación y de diálogo,
amplio y permanente, entre representantes de diferentes sectores sociales (Plenario) en relación a
la violencia juvenil y la proliferación de maras y pandillas. Además, se propone la conformación de
mesas específicas de trabajo para realizar investigaciones puntuales y formular propuestas de
políticas públicas para prevenir la violencia juvenil y la proliferación de las maras y pandillas. El
trabajo de las mesas se dirige a la búsqueda de acciones en los tres niveles de prevención:
primario, secundario y terciario. Este proceso inicia en julio 2009, siendo facilitado por los socios
locales del Programa POLJUVE en cada país.
Este espacio de diálogo (Plenario) es apropiado para promover el debate público sobre el tema,
alcanzar consensos y formular propuestas de estrategias y políticas públicas con un enfoque
integral para enfrentar el problema. El informe para la discusión es un instrumento que aporta
información para promover el diálogo, pero es un estudio en construcción. En este sentido, su
propósito es motivar a diferentes actores sociales a conversar sobre el tema, compartir sus
conocimientos y experiencias y trabajar juntos en la búsqueda e implementación de soluciones a un
problema que genera enorme preocupación en las sociedades de la región.
El informe está organizado en cuatro capítulos: el primero presenta un marco conceptual que
plantea conceptos clave relacionados al problema de la violencia juvenil, la proliferación de las
maras y pandillas en Centroamérica, así como las respuestas estatales y de la sociedad civil. El
segundo capítulo describe el contexto social y político de Honduras y la situación de la niñez y
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juventud en el mismo. El tercer capítulo examina el problema de la violencia juvenil y su
manifestación a través de las maras y pandillas juveniles. Y, el cuarto capítulo analiza las
respuestas del Estado y de la sociedad civil al problema de la delincuencia juvenil y de las maras y
pandillas. Finalmente se presentan las conclusiones.
La violencia juvenil y las formas en que los Estados y las sociedades interpretan y responden a este
problema son ampliamente estudiadas por distintas disciplinas. Existen varias teorías que explican
las causas y manifestaciones de la violencia juvenil, así como distintos enfoques en relación a cómo
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En este capítulo se examinan conceptos clave para entender el problema de la violencia juvenil,
particularmente la proliferación de las maras y pandillas en Centroamérica, y las respuestas que
ofrecen los Estados y las sociedades al mismo.
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Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
En este marco conceptual se presenta una síntesis sobre los principales argumentos teóricos y
políticos para comprender el problema de la violencia juvenil como expresión de un conflicto social
profundo, los múltiples factores y actores que intervienen en el conflicto, la forma en que
interactúan, así como los distintos enfoques que existen para interpretar y abordar el problema. En
este sentido, se aborda: a) conflicto social, b) violencia y delincuencia juvenil, c) maras y pandillas
en Centroamérica, d) enfoques para responder a la violencia juvenil, y, e) transformación de
conflictos y construcción de paz.
Finalmente, se presentan los principios y la metodología propuesta por INTERPEACE para buscar
soluciones sustentables al problema de la violencia juvenil en Centroamérica, el marco de la
construcción de una sociedad incluyente y respetuosa de los derechos humanos.
Conflicto es un término amplio que hace referencia a una relación entre dos o más partes que
tienen algún grado de desacuerdo o incompatibilidad. Existen distintos tipos de conflictos:
interpersonales, laborales, religiosos, políticos, sociales y de otra naturaleza. El conflicto social se
refiere a una disputa o problema que afecta a diferentes actores sociales o colectivos e impone la
necesidad de respuestas por parte del Estado y los grupos involucrados.
El conflicto es una parte natural de las relaciones sociales, y aunque las relaciones son algunas
veces pacíficas y predecibles, en ciertas ocasiones algunos eventos y circunstancias generan
tensión e inestabilidad entre individuos o grupos sociales (Lederach y Maiese 2003). En todo
conflicto intervienen al menos dos o más partes y existe una situación o motivo de disputa. Los
conflictos se pueden clasificar por su naturaleza, por los actores que participan, por el objeto de la
disputa o por las formas en que se confrontan. Los conflictos pueden operar en distintos niveles y
pueden ir desde una riña entre dos personas hasta un conflicto internacional.
Existen varias teorías que explican los conflictos sociales. Una de las teorías sociológicas más
aceptadas actualmente es la teoría de Ralf Dahrendorf, quien sugiere que el conflicto es inherente
a la dinámica social y es motor de cambio social. El origen de un conflicto social puede ser variado:
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lucha de clases, desigualdades en las relaciones de poder, lucha por los recursos, disputa por
ideologías o creencias y defensa del honor y el prestigio, entre otros motivos.
En muchas ocasiones los conflictos tienen manifestaciones violentas. Para defender o imponer sus
intereses, las partes en conflicto actúan violentamente. Por ejemplo, en el conflicto entre palestinos
e israelíes las partes en pugna utilizan actos violentos para expresar sus diferencias. Lo mismo
ocurre en conflictos de tipo político, religioso, étnico, racial, ideológico, etcétera.
El caso de la violencia juvenil o la violencia provocada por las maras y pandillas juveniles no puede
considerarse un conflicto social en sí mismo, pero si la manifestación de un conflicto social
profundo que cuestiona, o al menos debe preocupar, a una sociedad. Los niños, adolescentes y
jóvenes no son violentos por naturaleza, sus actos violentos generalmente responden a un entorno
que le empuja a actuar de esta manera. En muchas ocasiones, la violencia juvenil es la expresión
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Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
los años setenta y ochenta. Estos períodos históricos se caracterizan por sus intensos conflictos de
poder, lucha de recursos, control, desigualdad, discriminación, diferencias ideológicas y otros
conflictos, donde los Estados y los grupos en pugna utilizan la violencia. Este contexto tiene un
impacto acumulado y negativo sobre la niñez, la adolescencia y la juventud, grupos
tradicionalmente marginados y excluidos socialmente.
Los conflictos sociales se pueden abordar por medios pacíficos o por medios coercitivos y violentos.
Actualmente existen distintos enfoques para enfrentar la conflictividad social. Por un lado, a través
de medidas punitivas por parte del Estado que, generalmente, se orientan a combatir las
manifestaciones del conflicto y no sus causas; y, por otro, a través de estrategias alternativas de
resolución pacífica de conflictos, como la gestión o la transformación de los mismos. (Estos
métodos se examinan al final de este capítulo).
En términos generales, la violencia juvenil se refiere a actos violentos propiciados por niños,
adolescentes y jóvenes. Generalmente, en la legislación interna de cada país se establece el rango
de edad para cada uno de estos grupos sociales. En Honduras, por ejemplo, según el Código de la
Niñez y la Adolescencia, la niñez abarca el período entre 0 y 18 años de edad; pero ésta se
subdivide en dos categorías: la infancia, que va de 0 a 12 años en los hombres y de 0 a 14 años en
las mujeres; y la adolescencia, que va de 12 a 18 en los hombres y de 14 a 18 en las mujeres.
Mientras que la juventud está comprendida entre los 18 y 30 años de edad en hombres y mujeres,
según lo establece la Ley Marco para el Desarrollo Integral de la Juventud. Sin embargo, en otros
países esta distinción o clasificación por grupos etáreos no es tan precisa.
Entre los profesionales de las ciencias sociales no existe consenso en la separación estricta por
edades entre adolescencia y juventud, ya que consideran que en el proceso de desarrollo humano
intervienen factores demográficos, sociales, psicológicos y culturales que afectan de distinta
manera a cada individuo. Algunos autores se niegan a hablar de "juventud", refutando la posible
homogeneidad del concepto y hablan de "juventudes", las que coexisten incluso dentro de un
mismo país o ciudad. En este sentido, la adolescencia y juventud no son sólo procesos biológicos,
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sino psicológicos, sociales y culturales, por lo tanto asumen características diferentes de acuerdo a
las distintas estructuras sociales y culturales.
Las causas de la violencia juvenil son múltiples y operan en distintos niveles. En el nivel macro, los
estudios especializados en el tema señalan que la violencia juvenil es el resultado de problemas
estructurales profundos como la exclusión social y la desigualdad que sufren ciertos grupos; y la
incapacidad del Estado para ofrecer a todas y todos los ciudadanos –en especial a la niñez y la
juventud- un acceso igualitario a los servicios básicos como la educación, la salud, el empleo, la
seguridad y la justicia, entre otros. En este mismo nivel, la exclusión de la niñez y la juventud
también se relaciona con la globalización y el consumismo. Mientras que la globalización es
eficiente en la promoción del consumismo y la creación de expectativas económicas, es ineficiente
en la provisión de los medios para que todos por igual puedan satisfacer esas expectativas. Las
crecientes expectativas económicas creadas por la globalización y el consumismo contrastan con las
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En el nivel intermedio, la violencia juvenil puede ser resultado de la falta de apoyo social y
comunitario. En el cuarto volumen del estudio sobre maras y pandillas en Centroamérica publicado
por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) de El Salvador, se señala que existen
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muy pocos programas en el nivel comunitario para la niñez y la juventud (2006). En las zonas
marginales urbanas el espacio público es inapropiado y no existen centros de recreo para el
deporte y la socialización. En algunos casos las iglesias se convierten en un espacio de socialización
para la niñez y la juventud, pero muchas veces no cuentan con programas específicos ni
especializados para prevenir la violencia juvenil (Winton 2005).
En el nivel micro, los estudios señalan a la violencia intrafamiliar y a la falta de cohesión familiar
como los factores que estimulan la violencia juvenil. El abandono de los padres, las madres o los
adultos responsables del cuidado de niños y jóvenes (madres apesadumbradas y padres desertores
o ausentes), los empuja muchas veces a las calles y estimula su agresividad (Cruz y Portillo, 1998;
UCA, 2004). Además, están los factores psicológicos y culturales que motivan a muchos niños y
jóvenes a involucrarse en actividades violentas y/o delictivas como el uso y tráfico de droga y la
“cultura de la calle”, entre otros.
En el ámbito penal, diversas acciones violentas se consideran delitos y son objeto de castigo. El
asesinato, el secuestro, el robo, la violación sexual, la tortura y otro tipo de conductas violentas que
causan daño a una o varias personas están tipificadas como delitos en el Código Penal de cada
país. Sin embargo, las leyes no penalizan todas las manifestaciones violentas y ofrecen una visión
reduccionista del problema de la violencia juvenil. Esta visión reduccionista de la violencia genera
respuestas también reduccionistas, limitándose a atacar exclusivamente el delito y no a combatir
las causas que provocan los actos violentos y delictivos.
En Honduras, por ejemplo, la mayoría de edad se alcanza a los 18 años y a partir de esta edad la
persona goza de sus plenos derechos económicos, sociales, políticos y culturales como ciudadano.
La normativa interna establece que los niños menores de 12 años son inimputables, es decir, que
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no se les puede atribuir responsabilidad penal por sus actos, debido a que no han completado su
proceso de socialización. En el caso de los adolescentes entre los 13 y 17 años, la normativa
contempla un procedimiento especial para atenderlos en caso que infrinjan la ley. Además, la ley
establece una serie de sanciones específicas con fines socioeducativos, para contribuir a que los
adolescentes completen su proceso socialización, conforme lo establece la Convención sobre los
Derechos del Niño.
Las pandillas juveniles no son un problema nuevo ni exclusivo de Centroamérica. Por muchos
años, las pandillas han existido en países como Irlanda, los Estados Unidos, Brasil y Colombia. Sin
embargo, en la región centroamericana llama la atención la proliferación de maras y pandillas en
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los últimos quince años, especialmente en Guatemala, El Salvador y Honduras, así como el nivel de
violencia que se les atribuye. De tal manera que es importante entender los factores que explican
su expansión y sus acciones violentas.
Los expertos no tienen una definición unificada sobre el término pandilla juvenil. Algunos estudios
sociológicos presentan a las pandillas juveniles como agrupaciones de jóvenes “desviados” o
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“antisociales” que cometen actos delictivos; y otros las definen como agrupaciones de individuos
que viven en la pobreza y la marginación, encontrando en las pandillas, un grupo social que ofrece
una alternativa de identidad y autoestima (Sanchez-Jankowski 2003). Una caracterización universal
sobre las pandillas juveniles es difícil de lograr, ya que éstas varían en composición, estructura,
tamaño, organización y actividades, de acuerdo al contexto en que se encuentran.
El surgimiento de las pandillas juveniles lo estudian diversas disciplinas. Algunas argumentan que
las pandillas juveniles son el resultado de la exclusión social y de la “violencia estructural”
(Anderson 1998, Spergel 1995, Virgil 2002). Esta violencia estructural crea una violencia reactiva –
criminal o política- por parte de quienes son excluidos. Las condiciones de miseria, frustración y
desesperación son un potencial para el surgimiento de conflictos, actos violentos y hechos delictivos
(Briceño-León y Zubillaga 2002).
También se tiene el enfoque socio-ecológico, que considera que las pandillas juveniles son un
producto de la desorganización de las zonas urbanas y, en determinados casos, son una estructura
que reemplaza parcialmente a instituciones sociales como la familia. Las teorías culturales que
califican a las pandillas juveniles como una subcultura que surge de las clases pobres urbanas. Las
concepciones económicas que las identifican como negocios informales vinculados al narcotráfico y
el crimen organizado. Y, las concepciones psicológicas que señalan que niños y jóvenes se integran
a las pandillas como parte de un proceso de maduración y formación de su identidad (Rodgers,
2003). Aunque cada enfoque define una dimensión diferente de las pandillas juveniles, en la
práctica no puede separarse fácilmente.
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una situación difícil: en Los Ángeles, algunas áreas en donde se establecieron los migrantes
estaban dominadas por pandillas juveniles, siendo la más conocida la Pandilla 18, integrada por
mexicano-americanos y que había surgido en la década de los 60. En este contexto surge la Mara
Salvatrucha (MS13), formada por inmigrantes salvadoreños y de otros países centroamericanos,
como una respuesta a la necesidad de protección de los hostigamientos y discriminación de las
otras pandillas juveniles (Del Banco 2005).
A partir de 1996, el gobierno federal de los Estados Unidos inicia una estrategia de deportaciones
masivas de jóvenes, por su presunta participación en pandillas juveniles o maras. Muchos de los
deportados vivieron en Estados Unidos casi toda su vida y al regresar a su país de origen se
encontraron en un ambiente prácticamente ajeno: Centroamérica iniciaba un proceso de
reconstrucción después de la violencia política, la pobreza y el desempleo estaban extendidos y la
institucionalidad era débil. El gobierno estadounidense prestó poca atención a las consecuencias de
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El problema de las maras y pandillas va en aumento: cada vez más niños y jóvenes, la mayoría
hombres de las zonas marginales urbanas, se integran a estas agrupaciones. Se estima que el
número de miembros oscila entre los 50 y los 100 mil en la región norte de Centroamérica. Estas
agrupaciones actúan en forma de pequeñas células, denominadas clicas, que operan en
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En cuanto a las actividades de las maras y pandillas, los gobiernos de la región las señalan de
cometer actos delictivos y violentos como extorsiones, robos, asesinatos, tráfico y consumo de
drogas, entre otros. Incluso, algunos informes vinculan a la Mara Salvatrucha y a la Pandilla 18 con
crímenes internacionales en las fronteras de los Estados Unidos y Centroamérica (USAID 2006). Sin
embargo, no siempre se tiene la certeza sobre estos señalamientos debido a las deficiencias de la
investigación criminal y la persecución penal del sistema de justicia –policía, fiscalía y organismo
judicial-. Además, el problema empeora debido a la proliferación de armas de fuego y a la
expansión del crimen organizado. En diversidad de ocasiones, las autoridades asocian las maras y
pandillas juveniles con las bandas del crimen organizado, sin comprobar dicho vínculo. Las
actividades violentas provocadas por las maras y pandillas juveniles son acrecentadas por notas
periodísticas sensacionalistas de los medios de comunicación que estimulan la percepción de
inseguridad entre la población.
Los Estados y la sociedad civil implementan diferentes estrategias para combatir y prevenir la
violencia juvenil, pudiéndose clasificar en dos tipos de políticas: reactivas y preventivas.
Las políticas reactivas son las más comunes en Estados Unidos y Latinoamérica. Éstas se centran
en la persuasión y el control de la violencia juvenil a través de extensas aprehensiones de niños y
jóvenes que cometen actos delictivos, imposición de penas drásticas y programas de rehabilitación
para niños, adolescentes y jóvenes en conflicto con la ley penal. Desde este punto de vista, la
violencia juvenil, y la violencia de las maras y pandillas en particular, es interpretada como una
desviación vinculada al tráfico de drogas y al crimen organizado que representa una amenaza para
la seguridad pública (Curran and Renzetti, 2000; USAID, 2006). En muchos casos, este enfoque
deriva en violaciones a los derechos humanos de niños, adolescentes y jóvenes, incluyendo
prácticas de tortura, violación sexual y ejecuciones extrajudiciales por parte de agentes de las
fuerzas de seguridad del Estado o de grupos afines a éstos (Moser, 2005; Spergel 1995; WOLA
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2006; UN 2006; UN, 2007).
Por su parte, las políticas preventivas se orientan a evitar o reducir los riesgos de actos violentos o
delictivos. Dentro de esta visión preventiva existen distintos enfoques, destacándose los de: salud
pública, desarrollo, derechos humanos, sociológico y criminológico, y transformación de conflictos.
pandillas.
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campañas de orientación afectiva y apoyo psicológico, entre otros.
En el ámbito internacional existen instrumentos legales que ofrecen lineamientos para prevenir la
violencia juvenil y garantizar los derechos de los menores de edad en conflicto con la ley penal.
Entre éstos destacan: las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la Administración de la
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Justicia de Menores (Reglas de Beijing), aprobadas en 1985; las Reglas de las Naciones Unidas para
la Protección de los Menores Privados de la Libertad, aprobadas en 1990; y las Directrices para la
Prevención de la Delincuencia Juvenil (Directrices de Riad), aprobadas en 1990.
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jóvenes y evitar que éstos se involucren en actividades delictivas. Las Directrices presentan
lineamientos en relación a la prevención en general y a la prevención en espacios específicos de
socialización para los jóvenes como la familia, la escuela, la comunidad y los medios de
comunicación. Además, incluyen lineamientos para que los gobiernos definan e implementen
políticas sociales para los jóvenes y para que se promuevan y promulguen leyes para la protección
de sus derechos y su bienestar.
Las Directrices de Riad establecen que en todos los niveles del gobierno deben formularse planes
generales de prevención que entre otras cosas, comprendan: a) análisis a fondo del problema y
reseñas de programas y servicios, facilidades y recursos disponibles; b) funciones bien definidas de
los organismos, instituciones y personal competentes que se ocupan de actividades preventivas; c)
mecanismos para la coordinación adecuada de las actividades de prevención entre los organismos
gubernamentales y no gubernamentales; d) políticas, estrategias y programas basados en estudios
de pronósticos que sean objeto de vigilancia permanente y evaluación cuidadosa en el curso de su
aplicación; e) métodos para disminuir eficazmente las oportunidades de cometer actos de
delincuencia juvenil; f) participación de la comunidad mediante una amplia gama de servicios y
programas; g) estrecha cooperación interdisciplinaria entre los gobiernos nacionales y municipales,
con la participación del sector privado, de ciudadanos representativos de la comunidad interesada y
de organismos laborales, de cuidado del niño, de educación sanitaria, sociales, judiciales y de los
servicios de aplicación de la ley en la adopción de medidas coordinadas para prevenir la
delincuencia juvenil y los delitos de los jóvenes. h) participación de los jóvenes en las políticas y en
los procesos de prevención de la delincuencia juvenil, incluida la utilización de los recursos
comunitarios, y la aplicación de programas de autoayuda juvenil y de indemnización y asistencia a
las víctimas; i) personal especializado en todos los niveles.
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de este enfoque es el análisis de las causas estructurales del conflicto, el establecimiento o
restablecimiento de las relaciones entre los involucrados en el conflicto y la promoción de
soluciones sustentables de corto, mediano y largo plazo en los niveles personal, relacional,
estructural y cultural.
Cambiar estructuras y sistemas que provocan desigualdad e injusticia. Se deben mejorar, e incluso
igualar, las condiciones de acceso a los recursos y reducir las desigualdades estructurales con el fin
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La transformación de conflictos no se limita a una negociación entre las partes en pugna sino que
involucra a todos los actores sociales que pueden aportar a una solución sustentable para alcanzar
cambios sociales, económicos y políticos sustantivos. En este proceso el diálogo y la capacidad de
escuchar son fundamentales, no se puede avanzar en el análisis y la solución del conflicto sin la
voluntad de los actores y el respeto mutuo. La transformación del conflicto es una construcción
colectiva que toma tiempo y requiere esfuerzo y creatividad de todos.
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el marco del respeto a los derechos humanos y la construcción de una sociedad equitativa e
inclusiva.
El diálogo pertenece a los propios actores. Por esta razón, INTEPEACE trabaja en
asociación con actores locales en cada país para diseñar, desarrollar e implementar
programas en correspondencia cultural, política y social para su sociedad. Además, los
equipos de trabajo utilizan los recursos, habilidades y conocimientos de las organizaciones
locales.
a los actores clave en un mismo espacio, lo que permite obtener soluciones representativas
y legítimas.
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Compromiso de largo plazo. INTERPEACE sabe que no existen soluciones rápidas a este
problema. Atacar las causas estructurales del problema, superar las desconfianzas y
divisiones profundas, así como restablecer las relaciones sociales, provocadas por el
conflicto, requieren de tiempo y trabajo constante.
Honduras es uno de los países más pobres y desiguales de Latinoamérica. El 59.2 por ciento de la
población vive bajo la línea de pobreza y 36.2 por ciento bajo la línea de extrema pobreza. Se
estima que 29.3 por ciento de sus habitantes tiene un ingreso diario de un dólar o menos,
especialmente en el área rural donde la indigencia se eleva al 45.9 por ciento (INE, 2008). Así,
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mientras el 10 por ciento más rico del país percibe el 42.2 por ciento del ingreso total, el 10 por
ciento más pobre sólo tiene el 0.9 por ciento del ingreso (PNUD, 2004 citado por ACJ, 2005: 3).
Los estudios indican que la “participación” de los ricos y los pobres sigue exhibiendo casi el mismo
cuadro de inequidad desde que inició la aplicación de las reformas económicas neoliberales hace 17
años. Esta situación la constata el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que
establece que Honduras continuaba teniendo para el 2002, el más alto nivel de concentración en el
quintil de mayores ingresos (2006: 63).
En 1998, la situación económica del país y las condiciones de vulnerabilidad de estos grupos
sociales se agravan con el pasó del huracán Mitch. Los sectores afectados, directa o
indirectamente, buscan sobrevivir y sobrellevar la crisis mediante estrategias de sobrevivencia. Por
ejemplo, las cifras de trabajo infantil y de hondureños emigrantes aumentan considerablemente: el
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incremento de niñez trabajadora fue del 42 por ciento, es decir, que de 100 mil 213 niñas y niños
en el mercado laboral se pasó a 142 mil 170 (IPEC-UNICEF, 2001: 17). Mientras que el 61.4 por
ciento del total de emigrantes que se encuentran fuera del país, salen entre 1998 y 2005. PNUD,
2006: 150).
La situación generada por el huracán Mitch aumenta los grupos de alto riesgo y contribuye a que
miles de jóvenes ingresen a las pandillas. En esa lucha por la sobrevivencia, la violencia contra las
personas fue un recurso utilizado por estos grupos, aunque no fue exclusivo de ellos.
La institucionalidad del Estado hondureño está alejada de un verdadero estado de derecho porque
su actuar político-institucional es incongruente con sus preceptos jurídico-formales. Asimismo, la
democracia hondureña está lejos de ser una democracia participativa, como lo establece la
Constitución Política, pues sólo roza la categoría de una democracia electoral, en la cual las
dictaduras y los pueblos oprimidos son sucedidos por el caudillismo y el clientelismo político. En
este sentido, la práctica de una ciudadanía crítica, proactiva y participativa, a través de los canales
formales y oficiales, es una tarea difícil en el país. En la última década, la situación de pobreza,
inseguridad y las cuestionables actuaciones de la clase política, obliga a la población a refugiarse en
el ámbito privado y a abandonar y/o rechazar el espacio público –lo político- para la solución de sus
problemas, situación que no beneficia a un régimen realmente democrático (PNUD, 2006: 111).
En el área de los derechos humanos, Honduras tiene importantes avances formales, siendo
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signataria de casi todas las convenciones internacionales sobre la materia. Pero en la práctica, el
Estado, por acción y omisión de las instituciones ejecutoras y auditoras, no cumple con lo
establecido en esos instrumentos. El modelo económico y social excluyente, la ineficiencia
burocrática estatal y la corrupción predominante son generadoras de violaciones a los derechos
humanos, pues limitan el acceso de la población a los servicios básicos.
No obstante, la forma más grave de violación a los derechos humanos es la eliminación física de las
personas, práctica que se consideró en desuso en los años 80. Actualmente, miles de jóvenes
marginales son asesinados sistemática e impunemente por grupos de “desconocidos”, por
presumirse que son miembros de pandillas juveniles (Casa Alianza, 2008). De igual forma son
interpuestas denuncias de asesinatos de líderes ambientalistas, étnicos, campesinos, sindicales y
populares, sin que el sistema de justicia logre la persecución penal de los mismos. En este
contexto, Honduras presenta un cuadro de grave violación a los derechos humanos, que contrasta
con el discurso y la legislación vigentes sobre la materia.
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La violencia es motivo de gran preocupación para la población. Honduras se ubica entre los países
con las mayores tasas de homicidios en Latinoamérica. En 2005, el promedio mundial fue de 8.8
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homicidios por cada cien mil habitantes, mientras que la tasa en Honduras fue de 45.9 homicidios
por cada cien mil habitantes, la más alta de la región latinoamericana, incluso superior a la de
Colombia (44.9), El Salvador (41), Guatemala (34.7) y Brasil (25) (Gaborit, 2005).
En 2007, la tasa alcanza los 49.9 homicidios por cada cien mil habitantes, pero en 2008 llega a 57.9
homicidios por cada cien mil habitantes. En términos relativos, se eleva un 25.2 por ciento la
cantidad de homicidios en 2008 respecto a 2007; es decir, que de un promedio de 10 homicidios
diarios se pasa a 12 en término de un año. Es importante mencionar que algunas tasas de
homicidios en el nivel departamental son superiores, como la Atlántida que tiene una tasa de 108.4
homicidios por cada cien mil habitantes y su cabecera departamental, La Ceiba, que registra 149.5.
Con estas tasas, la Atlántida desplaza al tradicionalmente violento departamento de Cortés con 92.1
homicidios por cien mil habitantes (Observatorio de la Violencia, 2009).
También, en 2008 en relación a 2007, aumentan las lesiones físicas en un 27.2 por ciento y los
suicidios en un 25.4 por ciento. Mientras que la modalidad de homicidios más común es el sicariato
–asesinatos a sueldo generalmente asociados al crimen organizado-, que representan el 36.2 por
ciento de la totalidad de homicidios (Observatorio de la Violencia, 2009).
La delincuencia es uno de los problemas sociales más apremiantes. Desde 1996, la encuesta de
opinión, realizada en Tegucigalpa, muestra que el 41 por ciento de las y los ciudadanos consideran
a la delincuencia como el principal problema de Honduras, en relación al 17.4 por ciento que señala
el costo de vida y el 12.7 por ciento que se inclina por el desempleo (Leyva, 2001: 17). Esto indica
que hay una opinión generalizada sobre el problema y que éste es serio y se agrava (ACJ, 2005).
Fuera del ámbito público, la violencia en los espacios privados es igualmente grave, aunque menos
visible. Por ejemplo, la violencia intrafamiliar y doméstica tiene dimensiones difíciles de medir,
debido al sub-registro de los casos. Un bajo porcentaje se anota en las estadísticas de las
14 INTERPEACE y Programa POLJUVE
Consejerías Familiares y en la Unidad Tecnica de Reforma penal (UTR) de la Corte Suprema de
Justicia. Por ejemplo, en el período de enero a junio de 2007, se presentan 3 mil 795 denuncias de
violencia doméstica a nivel nacional (UTR, 2008).
En Honduras habitan aproximadamente 3.7 millones de personas menores de 18 años de edad, que
Página
equivale al 48 por ciento de la población total, siendo la mitad hombres y la mitad mujeres. Ahora
bien, las personas entre 12 y 30 años –definición legal de juventud- ascienden a 2 millones 845 mil
63 jóvenes, que representan el 38% de la población en general (INE, 2009).
En los últimos veinte años, se producen avances notables en algunos indicadores de la niñez. Se
redujo la tasa de mortalidad infantil así; de 39 por cada mil nacidos vivos en 1991 se pasa a 32 en
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
2003; en niños menores de cinco años, el promedio de mortalidad pasa de 55 muertes en 1991 a
42 en 2003 (COIPRODEN, 2005). Este avance sanitario se debe a una mayor cobertura de la
atención primaria en salud, incluida la vacunación. La cobertura escolar aumenta, alcanzándose el
96 por ciento en el nivel primario. Y la situación de las niñas y niños en conflicto con la ley mejora
al no ser recluidos, desde 1990, en las cárceles para adultos.
A pesar de estas mejoras, subsiste la precaria calidad de vida de la niñez hondureña: aunque el
porcentaje de desnutrición crónica en menores de cinco años se reduce en un 13.6 por ciento, de
1987 a 2004 (0.76 por ciento anual), aún persiste en el 26.2 por ciento de menores de cinco años,
cifra que se eleva a 34.8 por ciento en el área rural (COIPRODEN, 2005). Cerca de 400 mil niños y
niñas menores de diez años trabajan en labores de riesgo y alto riesgo para su salud – física y
psicológica-. Mientras que los avances en materia educativa no son suficientes para evitar que el 40
por ciento de niñas y niños, entre 7 y 14 años, experimenten una de las tres barreras para el
desarrollo normal de su educación: ingreso tardío, deserción escolar y repitencia -no progreso de
grado a grado esperado- (COIPRODEN, 2005).
En relación a los adolescentes y jóvenes, la situación es más difícil porque el Estado no muestra el
mismo interés que con la niñez.
El 52 por ciento de la juventud habita en las áreas rurales y el restante 48 por ciento en las
ciudades. En las áreas urbanas existe un 9.5 por ciento de analfabetismo con 6.8 años de estudio
promedio, mientras que en las áreas rurales llega a 26.5 por ciento con 4 años de escolaridad
promedio (PNUD, 2006). En el caso de la población joven (15 a 24 años), el 7.8 por ciento es
analfabeta y en el área rural el 12 por ciento. En cuanto a la asistencia a centros educativos se
tiene que: de la población joven entre los 12 y 14 años sólo asiste el 79.9 por ciento, cifra que se
reduce en la población entre 15 y 19 años a 46.2 por ciento y en la población entre 20 y 24 años a
19.4 por ciento. El 11.1 por ciento repite el año escolar; sólo el 36.4 por ciento de jóvenes
concluyen la educación secundaria; y, aunque el 15.3 por ciento ingresa a la educación superior,
únicamente finalizan la carrera universitaria el 4 por ciento (Casa Alianza, 2008).
En 2006, las cifras oficiales indican que, en el rango de edad de 15 a 18 años, 278 mil 461
15 INTERPEACE y Programa POLJUVE
adolescentes estaban empleados con un ingreso mensual promedio de 1 mil 739 lempiras (92
dólares) y 157 mil 329 se encontraban desempleados o subempleados. Mientras que en el rango de
19 a 24 años, 457 mil 111 jóvenes tenían empleo con ingresos mensuales de 3 mil 208 lempiras
(170 dólares) y 225 mil 888 estaban desempleados. En ese mismo año, considerando únicamente a
los menores de 18 años: 400 mil 69 comparten el estudio con el trabajo o sólo trabajan, mientras
que 466 mil 911 no estudian ni trabajan (INE, 2006). La situación descrita indica que una buena
parte de la juventud no encuentra posibilidades de ingresos equivalentes al salario mínimo de 290
dólares (Andino, 2008ª).
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
inadecuadamente o como delincuentes por un Estado que no les retribuye el aporte de 2 mil 300
millones de dólares en remesas con que sostienen la economía nacional.
También la juventud evita la realidad a través del consumo de droga. Las investigaciones realizadas
por el Instituto Hondureño de Alcoholismo, Drogadicción y Fármaco-dependencias (IHDFA)
demuestran que la droga de mayor consumo entre adultos y jóvenes es el alcohol, seguida del
tabaco y pastillas para no dormir, y la marihuana y cocaína. Además, establecen que en el 24.5 por
ciento de los hogares se consumen bebidas alcohólicas (ACJ, 2005).
Las principales víctimas de la violencia son personas jóvenes y niños y niñas, aunque en diferentes
proporciones según las categorías de violencia y edad. Por ejemplo, la niñez menor y mayor de 12
años es víctima de maltrato y abuso. “En Honduras se reportan anualmente más de 4 mil denuncias
de casos de maltrato y abuso infantil. El 50 por ciento de esas denuncias se refieren a acciones
cometidas por familiares, y las víctimas tienen edades comprendidas entre 3 y 12 años”. (Casa
Alianza, 2008). En cambio, los homicidios registran un menor número de víctimas niños y niñas
menores de 14 años (1.56 por ciento), pero un mayor número de víctimas jóvenes, entre 15 y 24
años. Las estadísticas reportan un aumento de víctimas entre los 15 y 29 años –edad mínima y
máxima del término juventud-, con 45.1 por ciento de los casos del total de homicidios, lo que
convierte a las y los jóvenes en las víctimas principales de la violencia homicida (Observatorio de la
Violencia, 2009).
Según Casa Alianza, desde 1998 fueron asesinados 4 mil 700 jóvenes menores de 21 años de edad
en campañas de exterminio, impulsadas por escuadrones de la muerte, bandas del crimen
organizado, pandillas y agentes policiales (Casa Alianza 2009). En cuanto al sexo y edad de las
víctimas, se establece que los hombres son asesinados, en promedio, once veces más que las
mujeres, y que la edad de mayor riesgo es la comprendida entre los 20 y 29 años (ACJ, 2007).
El suicidio es otra forma de violencia (auto violencia) que pocas veces es considerada y que afecta
a un considerable número de personas. Al igual que el homicidio se presenta principalmente en
jóvenes y en hombres -en una proporción de 5 a 1 o más, según la edad- (ACJ, 2008).
16 INTERPEACE y Programa POLJUVE
En cuanto a la violencia en las escuelas, el PNUD (2008a) determina que el 44.5 por ciento del
alumnado del nivel primario está expuesto a algún tipo de maltrato físico o emocional, una o más
veces a la semana, y que el 18.48 por ciento sufre un sistemático maltrato diario.
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
En Honduras, la tendencia histórica indica que los niños en conflicto con la ley penal son una
minoría respecto de la totalidad de personas que violan dicha ley, como lo muestra la gráfica
siguiente:
90%
80%
70%
60%
50%
17 INTERPEACE y Programa POLJUVE
40% NIÑOS
30% ADULTOS
20%
10%
0%
1978- 1980- 1982 1983 1984 1985 1992 1996-
79 81 2004
Fuente: Construcción propia con base en Salomón, L., (1993) La Violencia en Honduras. 1990-1993, CEDOH; Castellanos, J.,
(1995) Violencia y delincuencia en Honduras, Revisa Hondureña de Sociología; y UNICEF, 2005.
El Estudio Análisis Cuantitativo Justicia Penal Juvenil, de la Corte Suprema de Justicia (2002),
permite establecer las proporciones de los delitos cometidos por menores de edad: a) el robo y el
hurto en un 22.9 por ciento de los casos; b) los asesinatos y homicidios en un 10 por ciento; c)
daños a la propiedad en un 6.5 por ciento; d) lesiones en un 11.4 por ciento; e) amenazas en un
Página
4.8 por ciento; f) rapto y estupro en 1.7 por ciento; y, g) tráfico de estupefacientes en 1.7 por
ciento. Los restantes casos, de menor gravedad, totalizan el 41% de los casos. Estos datos indican
que no existe evidencia que respalde la creencia común de que los niños infractores de la ley son
los responsables de la mayoría de las violaciones a la ley y tampoco es cierto que cometan los
delitos más graves, ya que son las personas adultas las sindicadas.
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
De igual manera, este estudio establece que el promedio de encausados por proceso es de 1.42, lo
que significa que una cantidad considerable de niños comete las infracciones con sus pares y no de
forma individual (UNICEF, 2005).
Además, un estudio realizado por el gobierno del Presidente de la República, Ricardo Maduro,
revela que la adopción de medidas de mano dura como la reforma al Código Penal en agosto de
2003 (reforma al artículo 332), no se justifica con el argumento de la creciente participación de
niños y niñas pandilleros en la comisión de delitos. El siguiente gráfico ilustra la tendencia.
7,000
6,120
6,000 5,388
5,000 Falta contra las personas
4,000
3,124 3,168
Falta contra la propiedad
3,000
1,742 Falta contra las buenas
2,000 1390 1,492
costumbres
1,000 564
0
0
2001 2002 2003
18 INTERPEACE y Programa POLJUVE
Las cifras anteriores demuestran que niñas y niños en conflicto con la ley no son los causantes
principales de la grave violencia que se registra en el país. Ahora, la pregunta es: ¿sucede lo mismo
con los jóvenes mayores? Las tendencias hasta el momento planteadas parecen invertirse
pronunciadamente cuando se habla de la población juvenil adulta.
No se tuvo acceso a las estadísticas desagregadas para determinar la cantidad de jóvenes, entre 19
y 30 años, que participan en la comisión de faltas y delitos. No obstante, la tendencia se pudo
establecer por la composición de la población penitenciaria. Según el informe del Centro de
Prevención, Tratamiento y Rehabilitación de Víctimas de la Tortura y sus Familiares (CPTRT) a la
Página
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
Cabe mencionar que este informe refiere las formas de violencia social organizada de jóvenes, pues
son éstas las que mayor daño producen. Algunas de las expresiones más graves de violencia social
en las que la juventud y un segmento minoritario de menores de edad se involucra, son todas las
formas de rebeldía condenadas por la sociedad: los delitos juveniles.
Las maras y pandillas son las expresiones más visibles de la violencia social organizada de jóvenes
en Honduras, aunque no las únicas. En los últimos quince años acaparan la atención pública,
debido a sus expresiones extremas de violencia social como los homicidios, las mutilaciones, las
torturas y las extorsiones, entre otros delitos. El problema de las pandillas no es nuevo en el país,
puesto que han sido formas tradicionales de expresión de la juventud marginal.
Su surgimiento y evolución varía conforme los períodos históricos. Se registran pandillas juveniles
desde los años 70, con influencia cultural de las pandillas norteamericanas. Éstas se diferencian de
las posteriores por tener un sentido territorial localizado, un nivel de violencia que compromete la
vida de las personas, un armamento hechizo o casero, aunque ocasionalmente usan armas de
fuego, y un vínculo con la droga caracterizado por el consumo y no por la distribución (Andino,
2006).
En los primeros años de la década de los 90, surgen pandillas juveniles diferentes a las pandillas
tradicionales que operaban en Honduras. Estas nuevas pandillas se denominan “maras” y adoptan
modalidades contraculturales inexistentes en el país, respondiendo a las características de pandillas
californianas: sentido territorial expansivo, uso de armamento, participación en el tráfico de droga y
otras modalidades del crimen organizado, uso de la muerte como instrumento de sanción, etcétera.
19 INTERPEACE y Programa POLJUVE
En ese sentido, las “maras” conforman un complejo fenómeno social asociado a expresiones de
extrema violencia organizada, que lleva a sus integrantes a ser objeto de persecución por parte de
los sistemas de seguridad.
Aunque el modelo fue importado de Estados Unidos, especialmente por los inmigrantes deportados
masivamente, el terreno para su rápida propagación estaba listo: centenares de adolescentes y
jóvenes en situación de riesgo, propensos a la aventura y al dinero fácil, en conflicto con sus
familias, con la escuela y sin empleo encontraron en las maras una alternativa de vida. En esas
condiciones el fenómeno pandillero se multiplicó exponencialmente entre 1996 y 2003.
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
Las principales pandillas son la MS-13 y 18, que muestran su predominio sobre el resto de pandillas
juveniles durante los últimos quince años. Las razones del predominio sobre las pandillas
tradicionales pueden ser: la temprana desarticulación de éstas por la represión policial, la
integración de las mismas a cualquiera de las pandillas predominantes a través de una política de
alianzas y su eliminación mediante una política de destrucción o limpieza de sus competidores. En
el mundo de las pandillas se observa un entramado de relaciones a través de alianzas de pandillas
menores alrededor de las predominantes, siendo una minoría la que se mantiene al margen de
éstas (Andino, 2006).
20 INTERPEACE y Programa POLJUVE
clandestinidad, mimetizándose con el resto de la sociedad; endurecen sus reglas para evitar
deserciones, llegando al extremo de un exterminio irracional contra sus propios ex camaradas
cuando ello implica una mayor seguridad –al estilo de la mafia-. (Andino, 2006)
La actividad de las grandes pandillas californianas se ve mermada a partir de esa fecha, cuando
pierden su encanto ante la población adolescente, cada vez menos dispuesta a involucrarse; y las
deserciones se multiplican continuamente durante el período de 2003 a 2005. Por ejemplo, JHA-JA
reporta que en el Valle de Sula se levantan lista de miles de jóvenes que solicitan quitarse los
tatuajes por temor a la represión del gobierno.
represión, que no son tan efectivas como años atrás y que aún representan un riesgo para la niñez,
adolescencia y juventud.
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
Entre los diferentes corredores de movilidad se encuentran: Corredor A: San Pedro Sula, Choloma,
Puerto Cortés y Omoa. Corredor B: San Pedro Sula, La Lima, El Progreso, Santa Rita y El Negrito.
Corredor C: San Pedro Sula, Villanueva, San Manuel, Pimienta, Potrerillos, San Antonio de Cortés,
San Francisco de Yojoa, Santa Cruz de Yojoa. Corredor D: San Pedro Sula, Petoa, Quimistan. Todos
los corredores tienen como punto de confluencia y divergencia el municipio de San Pedro Sula, de
manera que éste se convierte en uno de los puntos obligados tanto de partida como de llegada. De
la misma manera que atrae jóvenes pandilleros de toda la Zona Metropolitana del Valle de Sula
(ZMVS) y de otros departamentos como Francisco Morazán, Atlántida y Yoro, también expulsa hacia
el resto de municipios que forman los diferentes corredores (Bardales, 2003).
Sobre esta cercanía con el crimen organizado, JHA-JA plantea que una de las características de este
proceso es el surgimiento de los llamados grupos banda: “Los grupos banda se caracterizan por
ser un grupo reducido, con miembros de mucha experiencia y respeto al interior de sus pandillas,
no integran nuevos miembros a menos de que el solicitante tenga experiencia (…). Al respecto,
varios miembros de una de las pandillas más conocidas comentan: ‘existe una conexión entre el
crimen organizado y las pandillas. Las bandas buscan a quienes llevan la palabra y los buscan para
bisnes como robos a carros repartidores, secuestro, robo de vehículos, tráfico de drogas’ [líder
pandillero recluido en un centro penal del país]; ‘existe relación entre las pandillas y el crimen
organizado, hay hommies que son familia de miembros de bandas. Los buscan por ser menores de
21 INTERPEACE y Programa POLJUVE
edad y por el valor (que éstos tienen), a veces les dan dinero, armas y drogas. Por muertes pagan
más o menos 2 mil lempiras; si es un robo a un banco, de cinco personas dos son pandilleros,
entonces les dan 10 mil lempiras. No sé si participan en secuestros, las armas son de las bandas´”
(Bardales, 2002: 8).
Rubio (2002), en un estudio para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), relaciona los
indicadores de percepción de la población sobre la influencia de las maras y el crimen organizado
en el Valle de Sula, descubriendo que: “tanto las maras como el crimen organizado no son
fenómenos difusos y homogéneamente distribuidos en la zona metropolitana del Valle de Sula, sino
que presentan una mayor concentración en ciertas zonas (…). Aún al interior de San Pedro Sula, la
calificación de la presencia varía considerablemente dependiendo del sector geográfico y (…) las
calificaciones promedio de influencia de uno y otro fenómeno –maras y crimen organizado- están
positiva y estrechamente relacionadas. Los municipios o sectores geográficos en donde los hogares
Página
le asignan una alta calificación a la presencia de uno de estos fenómenos se observa también una
alta calificación para el otro. Además, esta relación positiva entre la presencia de maras y de crimen
organizado no depende mucho del indicador que se utilice para medir la influencia de uno u otro
tipo de actor”.
Este mismo autor concluye que la explicación más probable es que: “el crimen organizado es una
de las causas de las maras: contrata ciertos servicios, los recluta y por esa vía estimula la
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
asociación de los jóvenes a tales grupos (…). La evidencia internacional tiende a corroborar esta
observación: es más común encontrar existencia de bandas juveniles sin crimen organizado que al
revés, lo cual constituye un argumento a favor del primer sentido de la causalidad” (Rubio, 2002).
Con base en testimonios recurrentes de los jóvenes se puede decir que se producen alianzas entre
algunas pandillas y sectores del crimen organizado, incluso alianzas con sectores corruptos de la
policía. Esas alianzas, sin embargo, son complejas porque un mayor involucramiento de las
pandillas en el negocio de la droga y el tráfico de armas tiene como consecuencia inevitable entrar
en competencia con otras bandas del crimen organizado que operan en el país, e incluso generar
sus propios intereses como banda.
Aunque en las altas esferas el negocio de la droga deriva en acciones como el lavado de activos en
la banca, el comercio, la industria, el sector servicios, la política y hasta en el deporte y el arte, el
mismo genera necesidades de tipo logístico, de mercadeo, de “limpieza” de la competencia o del
cobro de cuentas, que se satisfacen contratando a individuos y organizaciones nacionales,
regionales o locales.
La estructuración de la cadena de servicios, relacionada con las distintas esferas del crimen
organizado, no se da sin conflictos entre sus diferentes grupos y estamentos, y entre éstos y las
comunidades donde operan. Ahí donde funcionan frecuentemente entran en competencia o
22 INTERPEACE y Programa POLJUVE
rencillas por jugarse sucio (robando el botín o las armas) o por no cumplir las “misiones”. Así por
ejemplo, pandillas y bandas criminales, incluso policías corruptos, se disputan el mercado de la
droga en distintos escenarios (calle, cárceles, colegios secundarios, centros de internamiento,
etcétera) con los mismos métodos gansteriles con que las mafias “resuelven” sus conflictos:
masacres, asesinatos por encargo, secuestros, “desaparecimientos”. Los conflictos generados
tienen como costo la pérdida de vida de jóvenes hondureños en vendettas, caracterizadas por
enemistades a causa de una muerte u ofensa que se trasmite a toda la familia de la víctima o bien,
venganzas de un asesinato por medio de otro entre clanes; así como ajusticiamientos dirigidos,
principalmente, por el crimen organizado contra jóvenes pandilleros.
Esta dinámica expansiva y conflictiva, de la estructura derivada de los negocios del crimen
organizado, es la que agrava la violencia homicida a niveles alarmantes en la sociedad hondureña,
en donde el último eslabón lo constituye la niñez en riesgo social.
Página
Se tiene la hipótesis que las muertes masivas ocurridas en los presidios de El Porvenir (2003) y San
Pedro Sula (2004), en las que murieron horriblemente 172 jóvenes de la MS-13 y 18, son parte de
las confrontaciones entre sectores de las mafias que, en colusión con agentes de seguridad,
quieren sacar a las pandillas de la competencia por el mercado de la droga y del dominio de los
presidios, que es una plaza de poder importante en ese negocio. De esta cuenta, cada parte en la
colusión toma el control de una parte del negocio en el cual operan las pandillas y actuando de
forma independiente impiden a otras entrar en los negocios. Similares conflictos se presentan en
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
los centros de internamiento de menores de edad, a cargo del Instituto Hondureño de la Niñez y la
Familia (IHNFA), como lo revela la investigación sobre el Centro Renaciendo (Andino, 2006b)
En los últimos años, las maras encuentran nuevas formas más independientes de sobrevivir, sin
atenerse a la alianza con los narcotraficantes: la extorsión a empresarios y a particulares, el cobro
de peaje, el tráfico de armas, la explotación sexual comercial y el robo a pequeña escala.
Mientras se genera este cambio, el exterminio de jóvenes en las calles no varía, siendo ejecutados
alrededor de cuarenta jóvenes al mes. Para este año suman 4 mil los menores de 23 años
asesinados en operativos de “limpieza social” (Casa Alianza, 2009). Esta compleja situación
convierte a Honduras en uno de los países con mayores índices de violencia social en el mundo.
En los últimos cuatro años, tras el retroceso de las pandillas californianas, el eje de la violencia
juvenil se desplaza a las barras de los clubes deportivos más populares, como la “Ultra Fiel” del
Club Olimpia, los “Revolucionarios” del Motagua, los “Mega Locos” del Club Real España y la “Furia
Verde” del Marathon. Aunque los enfrentamientos entre miembros de barras no son nuevos,
normalmente se daban al calor de la efervescencia deportiva y desaparecían, generalmente, sin
mayores consecuencias al terminar los partidos de fútbol y la celebración inmediata posterior.
Además, los incidentes graves eran esporádicos.
Actualmente, el problema es más grave: la violencia es extrema porque causa la muerte o lesiones
graves a los hinchas; los episodios son repetitivos en cada partido; los jugadores son agredidos; la
violencia de los estadios se traslada a los barrios, donde se desata la persecución de los fanáticos
de un club contra otro, con saldo de heridos graves y muertos, como ocurre en Tegucigalpa y San
Pedro Sula; y el crimen organizado participa de acciones violentas.
La población se preocupa porque es imposible asistir al estadio a apoyar a su equipo sin ser testigo
o, en el peor de los casos, víctima de la furia de los jóvenes fanáticos. La violencia traspasa las
23 INTERPEACE y Programa POLJUVE
fronteras nacionales, como sucedió en el partido entre el Olimpia de Honduras y Los Caciques del
Diriangen de Nicaragua, el 24 de agosto de 2006, durante el Torneo Interclubes de la UNCAF, con
saldo de dos heridos de bala, decenas de golpeados y 132 detenidos, entre ellos pistoleros que
asistieron a apoyar a los hondureños (www.radiolaprimerisima.com).
Estas actividades violentas y delictivas convierten a las barras deportivas en grupos de alto riesgo.
Ese riesgo proviene de sectores vinculados al crimen organizado, al crimen común y a las pandillas,
que pueden haberse introducido en las barras para hacerlas nichos de reclutamiento o mercado de
droga –extremo que debe ser comprobado-. En este sentido se debe determinar, con precisión, el
tipo de organización detrás de la violencia en los eventos deportivos para no confundirla con la
barra deportiva.
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
Recientemente, las barras se estigmatizan socialmente y son objeto de una reacción policial y
legislativa desmedida, pues al igual que a las pandillas se las criminaliza como expresiones
delincuenciales. Si no se comprende el fenómeno, resulta improcedente aplicar las mismas políticas
punitivas y represivas dirigidas a las maras, las cuales fracasaron si se considera que los niveles de
violencia no variaron en relación a la época de apogeo de dichas organizaciones. Sin una
investigación objetiva ni la comprensión de la situación se establecen medidas superficiales,
cortoplacistas e ineficientes, como la penalización de la violencia en los estadios y la prohibición de
las barras y de las expresiones de simpatía hacia los equipos favoritos. La consecuencia puede ser
el agravamiento del problema, llevando a los jóvenes a radicalizar sus expresiones más violentas.
Caso contrario sucede con las acciones de negociación y solución no violenta del conflicto, que
involucra a jóvenes integrantes de las barras, que muestran mejores resultados.
Como en el caso de las barras deportivas, los conflictos y riñas entre grupos de jóvenes de los
institutos no son nuevos ni se limitan a la secundaria. La violencia en la escuela es un problema tan
antiguo como la escuela misma, pero pasa desapercibida para el observador común, aunque es un
serio problema de salud pública. La violencia escolar al pasar desapercibida no se considera una
conducta peligrosa, pero la percepción empieza a cambiar hace unos diez años y actualmente
existe cierto interés por conocer el problema. Sin embargo, los estudios realizados en Honduras no
se refieren a la educación secundaria, sino a la primaria, a pesar de lo cual sus resultados son
reveladores.
24 INTERPEACE y Programa POLJUVE
Un estudio reciente del Programa Armas Pequeñas, Justicia y Seguridad, del PNUD (2008), registra
que el 44.5 por ciento de los alumnos y alumnas del nivel primario sufren algún tipo de maltrato
físico o emocional, entre una o más veces a la semana, por sus propios compañeros; y que 18.48
por ciento sufre un sistemático maltrato diario (bullying) con graves consecuencias para su salud
mental. En comparación con México, donde el índice es del 10 por ciento, estos resultados son un
indicador alarmante.
El mismo estudio indica que la actividad violenta de muchos niños contra otros en las escuelas
primarias se desarrolla en forma grupal:
De acuerdo a lo reportado por los 465 niños y niñas agredidas que respondieron la pregunta, los
niños o niñas agresores actúan solos en el 48.17 por ciento de los casos, se hacen acompañar más
o menos frecuentemente en el 29.9 por ciento de los casos y siempre actúan acompañados en el
restante 21.93 por ciento de los casos. Al sumar las últimas dos categorías se tiene un 51.83 por
Página
ciento de niños y niñas, cuyos agresores están siempre, o con alguna frecuencia, acompañados de
otros.
Además de los niños y niñas agredidos por grupos, se dan en las escuelas públicas los conflictos
entre grupos. El estudio revela que el 15 por ciento de los niños y niñas reconocen haber
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
participado en algún pleito, formando parte de un grupo contra otro grupo de alumnos de la misma
escuela.
754
157
70 77
12 28
La mayoría de las peleas entre grupos se da por competencia entre los mismos: “se creen más que
nosotros”, “no saben perder” o “siempre hacen trampa para ganarnos”. Luego están quienes
afirman haberse autodefendido de la agresión de otros grupos, el 6.6 por ciento; y los que
atribuyeron la pelea a celos por la preferencia de la o el maestro, el 1.13 por ciento (PNUD, 2008).
25 INTERPEACE y Programa POLJUVE
Estos motivos son propios del ámbito escolar, en el cual se entra en competencia por alguna
circunstancia como el juego o el estudio, generalmente promovida con buena intención por el
personal docente.
Por su parte, la presencia de pandillas juveniles en este tipo de conflictos no está respaldada por
estos datos, sólo el 2.63 por ciento (28 niños y niñas) refiere haber peleado por problemas con
pandillas. Estos niños oscilan entre 1 ó 2 en las escuelas situadas en las zonas de alta conflictividad
pandillera, por lo cual no existe indicio, en este estudio al menos, que relacione en forma
contundente la incidencia de violencia grupal en las escuelas, con pandillas juveniles existentes en
los entornos comunitarios (PNUD, 2008).
En los institutos, los niveles de violencia no son especialmente elevados. Por ejemplo, en 2006, en
el Instituto Central Vicente Cáceres, el más poblado del país, se identifican doce grupos
estudiantiles calificados de violentos o pre-pandillas. Sin embargo, el único estudiante muerto a
Página
causa de violencia escolar, en los últimos diez años, fue por acción de la policía cuando interviene
en un conflicto entre grupos estudiantiles de ese instituto.
Documento para la discusión
Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
Aprovechando el debilitamiento de las maras dominantes y persistiendo las condiciones que dieron
lugar a éstas, muchos jóvenes en busca de identidad y de asociacionismo con sus similares,
continúan formando espontáneamente nuevos grupos en barrios y en otros espacios de
socialización. Estos nuevos grupos son independientes de la MS13 y 18, no debiendo ser
confundidas porque sus características responden a subculturas y no a pandillas.
Una característica común es que fanatizan a sus miembros alrededor de un aspecto cultural que
elevan a nivel de culto colectivo, como la música, la vestimenta o algún otro entretenimiento. Se
sabe poco sobre éstos, salvo que se limitan a compartir elementos propios de su subcultura, en
especial la música, como los HipHopers, Rockers, Punk, Cholos y Reguetoneros; o configuraciones
más elaboradas como los Punk, Emos o Góticos; o más sencillas como los Skaters.
Entre estos grupos existen rivalidades, pero no se conoce evidencia de que las resuelvan
violentamente. No obstante se tienen conjeturas sobre las tendencias suicidas de los Emos, que no
han sido documentadas. En todo caso, es un aspecto que merece ser profundizado.
Como un caleidoscopio, la expresión juvenil es una con múltiples facetas y ricas realidades, que
debe ser considerada al definir las políticas públicas. En este sentido, no se debe cometer el error
de confundirlas con las maras o pandillas ni tratarlas de la misma manera, porque se pierde la
oportunidad de evitar que los jóvenes pasen a estadios de compromiso antisocial.
El fenómeno de las pandillas juveniles se agrava por los vínculos con el crimen organizado o al
transformarse en bandas delictivas. Sin embargo, se tienen otras formas de grupos juveniles,
que no deben confundirse ni relacionarse con éstas, como las barras deportivas, los grupos de
pares violentos en los centros educativos y los grupos de sub culturas. Estos grupos son
relevantes y aún se está a tiempo de intervenir de forma preventiva.
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Capítulo 4. LA RESPUESTA A LA VIOLENCIA JUVENIL
Por mandato constitucional, el Estado de Honduras está obligado a velar por los derechos de la
niñez y la juventud, así como por la seguridad y el respeto de los derechos humanos de la
población en general. Adicionalmente, leyes secundarias como el Código de la Niñez y la Ley Marco
para el Desarrollo Integral de la Juventud definen los estándares jurídicos mínimos que cabe
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Aunque el fenómeno de las pandillas juveniles tiene quince años, la respuesta institucional del
Estado, basada en esos preceptos legales, es escasa y caracterizada por graves deficiencias y
contradicciones.
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Se tienen definidos tres etapas que definen la actitud del Estado frente al problema de las pandillas
juveniles: la etapa de la indiferencia (1992-1995), cuando el problema comienza pero el Estado
no tiene acción alguna frente al mismo. La etapa de la contención (1996–2001), cuando el
Estado reacciona y desarrolla una limitada represión, que aunque desarticulada inmersa en una
estrategia general, principalmente defensiva. Y la etapa de la ofensiva represiva (2002-a la
fecha), cuando el Estado asume una política agresiva para eliminar el problema, pero no sus
causas. La característica común es que el Estado de Honduras enfrenta el problema de las pandillas
juveniles a través de una respuesta represiva, descuidando la dimensión preventiva que requería
desde su inicio.
a) Prevención primaria
Otro programa preventivo, con población que no está en riesgo directo, es el Proyecto “Paz
y Convivencia” de las corporaciones municipales del Valle de Sula, patrocinado por el BID.
27 INTERPEACE y Programa POLJUVE
Este es un proyecto de dimensión regional, centrado en la dotación de infraestructura para
los municipios de la zona metropolitana. Su fortaleza es el énfasis que hace en la dotación
de servicios materiales comunitarios, siendo el primer proyecto de esa magnitud aborda
preventivamente la violencia social. Su debilidad es que descuida el tratamiento social de
los problemas que ocasionan la violencia en una región altamente conflictiva.
prevenir la violencia social, atendiendo las necesidades y los derechos de la población infanto-
juvenil, siendo éstos: el Código de la Niñez y la Adolescencia, la Convención sobre los Derechos del
Niño y la Ley Marco para el Desarrollo Integral de la Juventud.
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Además, el tema está presente en algunos instrumentos de planificación, elaborados por consenso
entre Estado y la sociedad civil, como la Estrategia de Reducción de la Pobreza (ERP), el Plan de
Oportunidades, el Plan de Acción Nacional de la Niñez y la Adolescencia y el Plan de Prevención del
Riesgo Social. Sin embargo, en el caso de la ERP tiene una pobre ejecución, como lo evidencia el
debate nacional sobre la misma; y el resto de propuestas no pasan de ser importantes documentos.
b) Prevención secundaria
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adicciones que lleva a cabo; y sus debilidades, al igual que el IHNFA, son la carencia de
presupuesto, personal técnico y apoyo político.
Aunque no hay un programa en sí mismo, existe una campaña diseñada por los medios de
comunicación, autoridades deportivas y poder legislativo para promover conductas no
violentas en los estadios. Esta campaña, acompañada de negociaciones con líderes de las
barras, comienza a tener efectos positivos en los estadios, aunque no alcanza la violencia
barrial de estos mismos grupos.
c) Prevención terciaria
Política represiva. Las medidas represivas constituyen la política de respuesta que privilegia el
Estado para enfrentar la violencia juvenil.
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del aparato represivo en una guerra de baja intensidad para combatir a los jóvenes organizados en
“maras” barriales. A partir de 2003, con la reforma del Artículo 332 del Código Penal, la policía y el
ejército combinados realizan los más grandes operativos anti-pandillas de la historia, encarcelando
a más de 5 mil 400 jóvenes sólo en los dos primeros años de su ejecución. De forma paralela surge
la llamada “limpieza social”, a través de la cual miles de menores de edad y jóvenes son
exterminados por escuadrones de la muerte. Según cifras de Casa Alianza, de 1998 a la fecha el
número de niños, niñas y jóvenes asesinados supera los 4 mil 500.
El Poder Legislativo promulga leyes de “mano dura” o “cero tolerancia”, orientadas a limitar al
máximo las libertades de los jóvenes, pandilleros y todo lo que se asemeje a éstos. Se ejecutan
planes de seguridad que consisten en verdaderas cacerías humanas y se fortalece el brazo policial-
judicial para colocar a miles de estos jóvenes en la cárcel. Esta violencia institucional está
estimulada por los medios de comunicación que la venden y promueven diariamente. A su vez, el
sistema de justicia continúa con su trato discriminatorio hacia estos jóvenes para quienes el acceso
a la justicia no es viable o es tardío.
Sin embargo, en 2008 frente a las nuevas modalidades de violencia juvenil en el deporte y
superando la primera medida adoptada –la represión-, el Poder Legislativo y otras instancias
practican la negociación con el liderazgo de las barras. Este cambio estratégico para el tratamiento
de la violencia hincha empieza a dar resultados positivos, reduciendo relativamente los incidentes
en los estadios. Aunque la medida se muestra insuficiente porque no resuelve las causas del
problema y porque no toma en cuenta la violencia de generada en los barrios.
La situación exige, al Estado, políticas preventivas para responder a las necesidades de niños, niñas
y jóvenes. Sin embargo, éste no logra formular y ejecutar una política nacional para la niñez y la
juventud ni aborda estratégicamente la eliminación de las causas del problema. De esta cuenta, las
prácticas más usuales son de carácter caritativo, a cargo de las Primeras Damas de la Nación; y las
prácticas criminalizantes y represivas en contra de dicha población.
La fortaleza de la política represiva es que hace que las pandillas juveniles decrezcan en
importancia en el escenario nacional, registrándose este retroceso en algunas investigaciones (ACJ,
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2007). Sin embargo, ese “progreso” tiene un alto costo social, si se considera el encierro, la muerte
y el destierro de miles de jóvenes.
violan los derechos humanos y las garantías constitucionales de los jóvenes, afectándolos
física y psicológicamente. Dos instrumentos legitiman la represión –el Artículo 332
reformado del Código Penal y la ley de Policía y Convivencia Social- y contradicen la
normativa constitucional, las convenciones ratificadas por el Estado hondureño y la
legislación secundaria vigente.
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Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
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Se cuenta con dos tipos de programas: uno, para adultos conforme lo establece la Ley de
Rehabilitación del Delincuente; y, otro, para menores de 18 años de edad, según lo refiere el
Código de la Niñez y la Adolescencia.
En el caso de las personas adultas son casi inexistentes los programas gubernamentales que hacen
rehabilitación con pandilleros. Los centros de internamiento para menores y los centros
penitenciarios para adultos, con excepción de un modesto programa de rehabilitación en el Centro
Penal de Comayagua, carecen de personal capacitado y de condiciones logísticas y presupuestarias
para procesos de "rehabilitación". Además, en estos centros se violan los derechos humanos de los
presuntos pandilleros: segregación respecto al resto de la población penitenciaria y en algunos
casos aislamiento total, malos tratos y torturas, desprotección frente a amenazas de muerte por
parte de otros internos y masacres o muertes masivas por negligencia de las autoridades y de los
guardias penitenciarios.
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Para el caso de los menores de edad, el IHNFA es la entidad responsable de la rehabilitación de los
menores infractores, pero no cuenta con programas adecuados ni personal actualizado ni
condiciones presupuestarias. La institución requiere reformarse para abordar correctamente la
rehabilitación. Sin embargo, varios sectores del Estado muestran tendencia a transferir la
rehabilitación de los jóvenes pandilleros a organizaciones no gubernamentales y municipalidades,
con lo que eluden su responsabilidad sobre estos programas.
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Además, el Estado no muestra voluntad política para atender la demanda de diálogo del liderazgo
pandillero –pandilla 18-, pues no propicia las condiciones de seguridad para jóvenes que
abandonan o que desean abandonar estos grupos. Por ejemplo, los representantes de los jóvenes
pandilleros que participaron en las negociaciones con el gobierno del Presidente Ricardo Maduro,
fueron detenidos o asesinados porque el Estado no consideró las medidas cautelares necesarias
para garantizar su integridad física y su vida.
El Estado tampoco muestra interés para combatir la ejecución sumaria de jóvenes, que afecta a los
programas de rehabilitación. Esta posición es evidente al no haber asignado el presupuesto
necesario para el funcionamiento de la Unidad Especial de Investigación de Muerte de Menores del
Ministerio de Seguridad, lo que representa una negativa para mejorar su eficiencia y efectividad en
la investigación y persecución penal de estos asesinatos.
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Los derechos procesales de los niños, niñas y jóvenes son violentados con la pérdida de las
garantías del debido proceso, la independencia judicial y un inquietante abuso policial. Para
los jóvenes de las barriadas, las medidas anti pandillas son una prohibición a sus libertadas
públicas y, en consecuencia, un deterioro del estado de derecho.
Probablemente las dos principales consecuencias del enfoque anti maras sean: el asesinato
de niños, niñas y jóvenes por los escuadrones de la muerte –“limpieza social”-; y la
reconversión de algunos subgrupos de maras en grupos de choque y sicariato del crimen
organizado.
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Las repercusiones de esta nueva política ponen en riesgo al Estado hondureño, pues son
especialmente graves para continuar la construcción de una cultura democrática, basada en los de
derechos humanos y la tolerancia. El crecimiento desproporcionado del aparato policial, la creciente
militarización de la sociedad, la pérdida de garantías ciudadanas, la erosión del debido proceso y,
sobre todo, la generalización de una cultura de miedo y sospecha, constituyen los principales
débitos de esta situación, que debilita en alto grado el capital social de la sociedad de este país.
En los últimos ocho años se asiste a una involución o retroceso en las políticas de Estado, pues
no se diferencian de la Doctrina de la Seguridad Nacional de la década de los 80, salvo porque
el objetivo son pandilleros y antes fueron guerrilleros. En este sentido, la estrategia anti maras
provoca un grave retroceso en el Estado de Derecho hondureño.
Las organizaciones de la sociedad civil que abordan directamente el tema de las pandillas juveniles
o maras en Honduras son pocas, siendo más numerosas la que tratan el tema de forma indirecta.
Se tienen cuatro niveles de intervención:
Nivel preventivo secundario: las organizaciones desarrollan un trabajo de prevención con niños
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y jóvenes que salen o muestran voluntad de salir de las pandillas juveniles. En éstas se ofrecen los
servicios de albergue, desintoxicación, rehabilitación ocupacional, recreación y apoyo educacional.
Dentro de este grupo de organizaciones se tiene a: la Fundación Unidos por la Vida, el Proyecto
Victoria, el JHA-JA, el Movimiento Juvenil Cristiano y el Proyecto Paz y Justicia (menonita).
Nivel preventivo terciario: las organizaciones están vinculadas a las instancias de aplicación de
la ley penal, como los juzgados y penitenciarías, en apoyo a procesos de rehabilitación de
adolescentes y jóvenes que han sido sometidos al sistema de justicia juvenil. Entre éstos se tiene:
el programa Pastoral Penitenciaria, el Centro de Prevención de la Tortura (CPTRT), el Orphan
Herlpers y el Proyecto Paz y Justicia (menonita).
Las fortalezas de las acciones de la sociedad civil en su respuesta a la violencia juvenil son:
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Dado que muchas ONG trabajan con un enfoque de derechos humanos, cuentan con la
legitimidad y autoridad moral ante la población beneficiaria para incidir en las
organizaciones pandilleras.
Existe una práctica de red funcional para la derivación de casos en las áreas de
especialidad que no pueden cubrir. Por ejemplo, las organizaciones del Valle de Sula
remiten al Proyecto Victoria casos de adicción a drogas.
Algunas de las ONG tienen relaciones de cooperación técnica e incidencia política con
organismos internacionales u organizaciones de otros países con experiencia en el tema,
como es el caso de JHA-JA, Casa Alianza y el Equipo de Reflexión Investigación y
Comunicación (ERIC) que coordinan con el Centro por el Derecho y la Justicia Internacional
(CEJIL).
No hay información sobre todas las iniciativas de la sociedad civil que operan en materia de
rehabilitación de jóvenes pandilleros o ex pandilleros. Existen muchas iniciativas
comunitarias (comités barriales, redes de empresarios, grupos juveniles de iglesias) no
registradas.
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En cuanto a los modelos de abordaje: la mayoría de las organizaciones privadas de
desarrollo, que trabajan con pandilleros o ex pandilleros, utilizan el modelo clínico de
rehabilitación, que busca producir cambios conductuales a través de terapia ocupacional o
artística, capacitación vocacional, organización productiva y recreación; dos organizaciones
tienen programas de rehabilitación de adicciones (Proyecto Victoria y Casa Alianza); y sólo
una trabaja el método de "integración-transformación comunitaria" (JHA-JA), por lo que
son escasas las actividades de reinserción social o no existen.
Son pocas las organizaciones que trabajan con pandilleros activos y las que lo hacen
trabajan en los presidios con una marcada tendencia religiosa (Pastoral Penitenciaria de la
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Son pocas las organizaciones que trabajan con pandilleros en programas de incidencia
política y participación (JHA-JA, ACJ y Fundación Unidos por la Vida).
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Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
La sociedad civil no tiene capacidad de integrarse para incidir políticamente en este tema.
La única iniciativa es la Red Centroamericana de Prevención de la Violencia Juvenil (filial
Honduras), cuyo protagonismo en el nivel nacional es limitado.
Conclusiones
La violencia juvenil en Honduras es una consecuencia de las condiciones de exclusión,
violencia y desinterés estatal y social que padece la sociedad hondureña en su conjunto y
la juventud en particular.
La violencia juvenil es un fenómeno con diversas manifestaciones de una misma causa. Las
pandillas juveniles o maras son la manifestación más visible y grave, pero también hay
otras como las barras deportivas y los grupos estudiantiles violentos.
Las pandillas juveniles o maras son un fenómeno cambiante que evoluciona a formas más
duras de conflictividad social, sin que el Estado actúe para solucionarlo de forma adecuada,
pues la represión únicamente lo agrava.
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Violencia juvenil, maras y pandillas en Honduras
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