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JUN

02
2011
Política Global
Los Balcanes del siglo XXI
La liquidación del presunto Osama bin Laden se inserta en un cuadro de tensiones regionales muy
inquietante, donde podrían autocumplirse algunas de las profecías enunciadas por el Pentágono de
unos años a esta parte.

La escasa atención que los medios argentinos prestan al escenario internacional está dejando
pasar, inadvertida, una suba pronunciada en la temperatura política en la región que se
constituye, hoy por hoy y probablemente por mucho tiempo más, en el eje geoestratégico donde
se leerán los registros de la balanza del poder mundial en el presente siglo. Esto es, el Asia
central. Las potencias con aspiración a convertirse en superpotencias y los estados emergentes
que se encuentran en condiciones de alcanzarlas ya están allí y es allí donde se proyecta
también la voluntad estratégica de los planificadores del Pentágono, en su monumental apuesta
hegemónica.

Al referirnos al Asia central nos estamos refiriendo a las naciones que ocupan el centro de la
escena en ese lugar. Esto es, China, Pakistán, la India y Rusia, todas afectadas o soliviantadas
por la política estadounidense de inserción en el área. Las administraciones norteamericanas han
querido siempre que su accionar en la zona sea leído como parte de una “guerra contra el
terrorismo”, pero esta es una pretensión peregrina que resulta eficaz sólo entre la masa de
espectadores desaprensivos y desinformados que conforma el público de occidente. El resto sabe
a qué atenerse. No es la persecución a los terroristas de Al Qaeda ni a los barbados talibanes lo
que mueve a Washington a desplegar su abrumadora panoplia en esa zona ni a invadirla y asentar
allí las bases que necesita para ulteriores desarrollos, sino el valor que supone como posible
punta de lanza contra China o Rusia, y como paraguas protector de los oleoductos y las fuentes
del crudo y gas en Medio Oriente, en el Mar Caspio y en el conjunto de los países del Asia
central. La presencia norteamericana en ese lugar, jugada con efectivos más bien reducidos pero
altamente tecnificados y armados, sustentada con el apoyo de gigantescas flotas, es un factor
que pesa en la adecuación y orientación de una nación como la India, posible subdelegada
imperial –por el juego de sus propios intereses que la oponen a Pakistán y a China- y en el papel
que podrían jugar países como Turquía e Irán, asimismo con intereses competitivos. La zona es
también un caldero étnico y confesional, donde se pueden poner a prueba los presupuestos del
Choque de las Civilizaciones, teorizado por Samuel P. Huntington.

Es en aras a este diseño, activo desde que el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre
del 2001 suministró el pretexto ideal para actuar esa política, que hay que evaluar todos y cada
uno de los fenómenos que se suceden allí. El asesinato de Osama bin Laden, hecho confuso si los
hay (40 minutos de enfrentamiento y caída de un helicóptero norteamericano, todo sin bajas
propias; el cadáver de Osama arrojado al mar) representó un hito; no por el personaje abatido,
sino porque para llevar adelante ese emprendimiento el presidente Barack Obama pasó por
encima de la soberanía de un presunto aliado y agravó, con ese acto, las ya grandes tensiones
que existen entre Washington e Islamabad.

Ningún desarrollo político y estratégico en el mundo moderno puede ser comprendido si no se


toman en cuenta los factores históricos que lo sustentan. La existencia misma de Pakistán
dependió de la acción del imperialismo: nace de una segmentación debida a la acción del
imperialismo británico en la India: si bien existía una rivalidad confesional muy importante entre
hindúes y musulmanes, fue la acción sutil del virreinato inglés lo que avivó esa contradicción que
terminó en la fragmentación del subcontinente en una parte islámica y otra brahmánica. Los
contenciosos fronterizos pendientes entre ambos países los llevaron a una brutal depuración
étnica, a tres guerras y a muchos enfrentamientos armados a lo largo de medio siglo. Pakistán se
recostó en Estados Unidos para enfrentar a una India muy superior en reservas humanas y en
riqueza, y esta última se apoyó en la Unión Soviética. El posterior ingreso soviético a Afganistán
reforzó este esquema: Pakistán se convirtió en un aliado preciado para sustentar la insurgencia
de los “luchadores de la libertad”, como los llamaba Ronald Reagan, empeñados en derrotar al
gobierno impuesto por su enemigo global. El crecimiento paquistaní y su logro de armamento
nuclear lo fueron convirtiendo sin embargo en un socio poco seguro, recorrido por una sorda
resistencia al manejo puramente instrumental que hacían los norteamericanos del
fundamentalismo islámico, resistencia que potencia la peligrosidad de la anarquía propia de un
país desgarrado entre políticos y militares, con fuertes tensiones intrínsecas y con un potencial
bélico temible.

Esto hizo que, para Washington, Pakistán se haya convertido en un estado fracasado y quizá
pronto inviable. Las comunidades militares y de inteligencia estadounidenses parecen haber
recibido la orden de incidir para que ese proceso de licuefacción se acelere y ellas mismas son
capaces, por decisión propia derivada de su “deformación profesional”, de fomentar aun más la
desarticulación de ese país. El deseo de fragmentarlo y neutralizar su armamento nuclear se ha
convertido en una pulsión difícil de resistir para Washington, tomando en cuenta también que
con el creciente desarrollo de vínculos militares entre Pekín e Islamabad la ecuación se torna
todavía más antipática. Todo esto suma para tornar a Pakistán en un blanco probable: una
aproximación con el enemigo –en términos objetivos- número uno para Estados Unidos, convierte
a Pakistán en un obstáculo para el logro de la supremacía global a que aspira la Unión.

La incursión para eliminar a Bin Laden debe ser vista en este contexto: la ligereza con que se
violó el espacio aéreo de un país “aliado”, la ignorancia en que se mantuvo al gobierno
paquistaní respecto de la operación, las órdenes específicas de barrer con toda posible
oposición, incluida la de tropas provenientes de la base del ejército de Pakistán que colindaba
con el búnker de Osama, son expresivas de una voluntad de provocación.

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