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TRADICIÓN - VOCTEO

Es propio del ser humano transmitir los contenidos que constituyen parte de su historia. Transmitir es un
acto típico de la cultura que tiende a conservar los elementos que la caracterizan, como la investigación,
la reflexión y las expresiones materiales y espirituales más significativas. Puesto que el hombre vive
constantemente en una tensión entre la propia finitud y el sentido de trascendencia que lo acompaña, la
tradición le permite mantener viva esta tensión y expresarla como fenómeno universal. Mediante la
tradición, los grupos étnicos y culturales se comunican entre sí y la historia de un pueblo se le da a
conocer a otro. El instrumento esencial de la tradición es el lenguaje, en su expresión más amplia, ya que
permite la comunicación y la transmisión de los contenidos, creando a su vez con ello más tradición.
Con la tradición cada uno se forma a sí mismo y se forja su personalidad, se autocomprende como
inserto en una genealogía que lo ha preparado y que lo sigue condicionando, pero sobre todo descubre
que es creador de una nueva tradición y transmisor primero entre sus contemporáneos. En una palabra,
es un dato adquirido por la reflexión especulativa el hecho de que sin tradición no se da ninguna
posibilidad de comprensión de uno mismo ni de la historia.

También la Iglesia conoce su tradición, que le permite concebirse como sujeto histórico con la tarea
específica de la transmisión. En la concepción teológica de tradición se suelen distinguir tres elementos
que forman conjuntamente el fenómeno: el proceso de la transmisión, que, técnicamente, se define como
actus tradendi; el contenido que se transmite, definido como traditum o traditio objectiva; y los sujetos
de la tradición, llamados tradentes o traditio subjetiva. En el origen de la tradición cristiana está la
persona misma de Jesús de Nazaret, que, convocando a su alrededor a un grupo de discípulos, les
transmitió su propia enseñanza para que la mantuviesen íntegra y se la comunicasen a todos los que
creyeran en su predicación. En efecto, su mandamiento final se resume en estas palabras: "Se me ha
dado todo poder en el cielo y en la tierra: id, pues, y haced discípulos míos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo
que os he transmitido a vosotros» (Mt 28,18-20). A la luz de esta palabra, la comunidad primitiva fue
tomando progresivamente conciencia de la tarea y de la misión que se le había confiado: transmitir
universalmente y en todos los tiempos la palabra de salvación del Señor, tal como se la había transmitido
a ella el mismo Jesús de parte del Padre.

En este proceso, la comunidad ve constantemente presente la acción del Espíritu del Resucitado que la
acompaña en la conservación íntegra y pura de todo lo que el Maestro le había confiado, y al mismo
tiempo se abre a sí misma para crear una tradición que logre expresar la fe de siempre a las generaciones
futuras.

Ya desde los primeros siglos, provocada por las primeras herejías, la comunidad especifica
ulteriormente este concepto llegando a distinguir entre la Escritura y la Tradición. En contra de las
sectas gnósticas, se empieza a formular un primer criterio de tradición que se centra en la regula fidei.
Ireneo y Tertuliano fueron los primeros en explicitar el concepto de los verdaderos transmisores del
kerigma, es decir, los apóstoles, porque mediante la imposición de manos hicieron a sus sucesores los
transmisores garantizados de la verdadera y correcta tradición. La síntesis de todo este procedimiento es
formulada por Vicente de Lérins con una fórmula que pasó a ser clásica en toda la historia de la teología
para descubrir e interpretar la verdadera Tradición de la Iglesia: “quod ubique, quod semper, quod ab
omnibus creditum est” [“lo creído en todos lados, siempre y por todos”].

El concilio de Trento tomó una postura fundamental. En la sesión IV, con el Decretum de libris sacris et
de traditionibus recipiendis, Trento ofrece una enseñanza que puede sintetizarse en estos puntos: a} La
Iglesia debe permanecer “en la pureza del Evangelio”, es decir, ligada al acontecimiento Jesucristo, que
constituye la fuente única y última de la verdad de fe y de la norma moral; por consiguiente, él es la
misma continuidad de la revelación. b}La revelación está contenida y mediada necesariamente "en los
libros sagrados y en las tradiciones no escritas»; el concilio, por consiguiente, reconoce dos mediaciones
de la Palabra de Dios: la Escritura y la Tradición. c} Se definen las tradiciones no escritas en las que el
Evangelio se transmite como todo aquello que " a partir de la voz del propio Cristo, de los apóstoles bajo
la inspiración del Espíritu Santo, ha llegado hasta nosotros como transmitido de mano en mano» (DS
1501).

A partir de Trento hasta el concilio Vaticano II es posible ver una triple interpretación teológica del
concepto de tradición: a} La teoría de "las dos fuentes» tiende a distinguir la Escritura y la Tradición
como dos fuentes independientes que transmiten cada una parte («partim») de la revelación. b} La teoría
de "la suficiencia de la Escritura», propone que la Escritura contiene ya en sí la parte suficiente de la
revelación, por lo que la Tradición tiene sólo un papel interpretativo y explicativo del contenido bíblico.
c} La teoría de «la suficiencia relativa de la Escritura" se sitúa como síntesis de las dos anteriores y
sostiene la unidad de la Escritura y de la Tradición; mientras que la Escritura contiene la substancia de
las verdades reveladas, su plenitud le viene de la tradición.

Con la Constitución dogmática Dei Verbum, el Vaticano II propone una enseñanza renovada sobre la
Tradición, más coherente con la nueva comprensión de lo que es la revelación. Se presenta más bien la
tradición a la luz de categorías personalistas, recuperando así a la persona de Jesucristo como fuente y
sujeto de tradición, ya que él a su vez transmite lo que ha recibido del Padre. Se la presenta como un don
que es participado y que, por tanto, tiene que permanecer íntegro para siempre de todas formas, se
inserta en un proceso histórico que garantiza su progreso (DV 7-8). La visión teológica del Vaticano II
sobre la tradición favorece la superación de las tres teorías presentadas y garantiza el hallazgo de la
enseñanza genuina de Trento. En efecto, la Escritura y la Tradición " brotan de la misma fuente divina»,
"están estrechamente unidas y se comunican entre sí», hasta el punto de formar «en cierto modo una sola
cosa». En efecto, la sagrada Escritura «es Palabra de Dios en cuanto que está escrita por inspiración» y
«se transmite íntegramente por la santa tradición» (DV 9).

En la relación entre la Escritura y la Tradición, el concilio cede a una fórmula de compromiso -que, de
todas formas, resulta clara si la ponemos a la luz de la enseñanza sobre la revelación y la Iglesia-,
cuando dice: «La Iglesia alcanza la certeza sobre todas las cosas reveladas, no sólo a partir de la
Escritura» (DV 9); al no definir un contenido formal, está claro que el concilio deja sitio para la
investigación y la reflexión teológica.

La tradición en la vida de la Iglesia es un hecho esencial, ya que, según las palabras de la Dei Verbum,
«contribuye a la conducta santa del pueblo de Dios y al incremento de la fe» (DV 8); por tanto, es
necesario que, una vez definida, se establezcan también los criterios a través de los cuales se haga
posible el reconocimiento de sus contenidos, su valor normativo y el sujeto capacitado para su recta
interpretación.

R. Fisichella

Bibl.: J M. Rovira Belloso, Tradición, en CFC, 1392-1403; K. H. Weger, Tradición, en SM, VI, 692-
703; Y Congar La Tradición y las tradiciones, 2 vols., Dinor San Sebastián 1966; K. Rahner - J
Ratzinger, Revelación. Tradición, Herder Barcelona 1971; R. Fisichella, La revelación: evento y
credibilidad Sígueme, Salamanca 1989.

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