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Nos encontramos con que la institución que establecería las bases para las
Cruzadas sería la Iglesia, la cual durante los siglos IV y V ante la necesidad de defender las
fronteras del Imperio, entonces Cristiano, llevó a todos los creyentes a tomar las armas para
enfrentar a los bárbaros, elaborando como fundamento una verdadera “Teología de la
Guerra Cristiana”, que permanecería viva durante los siglos siguientes, aquí es donde
encontramos la distinción entre “Guerra Justa” y “Guerra Injusta”, declarando que los
cristianos podían tomar parte de las primeras con total serenidad. La Guerra Justa para
llevarse a cabo debía satisfacer tres requisitos: primero debía ser una guerra defensiva y
tener por único objetivo la reparación de la injusticia; segundo, debía ser declarada por una
autoridad oficialmente constituida y reconocida y, en consecuencia, no debía ser el efecto
de cualquier voluntad personal y tercero, el objetivo final de este tipo de guerra debía ser la
restauración de la paz, alumbrada por una justicia auténtica. Este último elemento da a la
ceremonia caballeresca y a los caballeros medievales la obligación de ser pacíficos y buscar
la paz, y no una paz cualquiera, sino que una paz justa. El Cristiano además, tenía que
adoptar una actitud adecuada a su manera de hacer la guerra, o sea, evitar cualquier
violencia inútil, combatir desprovisto de cualquier sentimiento de odio y de espíritu
vindicativo y mostrarse despierto para no efectuar nunca acciones susceptibles de pone en
aprietos a los débiles o de violentarles. El Caballero Cristiano entonces, debía entrar en
batalla vigilando constantemente que los vicios, los deseos y pasiones no se apoderasen de
él, enfrentando una lucha entre el vicio y la virtud que con el tiempo se volvería la
verdadera Guerra Cristiana.