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Caballería, Islam y Cruzada en el Occidente Medieval

Antes de referirme a la Cruzada y sus elementos, es necesario tener claro que la


Edad Media es un periodo de inseguridad, en el cuál el uso de las armas está debidamente
justificado en pos de la supervivencia y de la restauración de un equilibrio claramente
dañado, y ante esto poco a poco son los dueños de las armas los que se hacen con un
control político, jurídico y moral, y aquí es donde encontramos un primer elemento, al ser
éstos hombres los dueños del orden, se veían regulados por una condición y dignidad
caballeresca, muy propia del periodo, que exigía que no se hiciera uso de la fuerza más que
de forma moderada y en conformidad con una ética de la justicia y al servicio de Dios y de
los pauperes (pobres, humildes o débiles), serían éstos los que formarían la fuerza militar
de la época y junto con los mercenarios, la base de lo que se sería más adelante los ejércitos
profesionales al mando del soberano. Así se entiende que el primer tópico a abordar, y que
tiene que ver con la Cruzada es la Guerra, la cual posee tres fenómenos que nos permiten
explicar su concepción y percepción: primero, el fin del Imperio Romano de Occidente, lo
que conlleva el fin de una época donde el orden, la paz y la justicia estaban garantizados;
segundo, la integración de todos los elementos sociales y culturales germánicos, que
vinieron a agudizar el desorden generalizado y por último, los largos e intensos siglos de
inestabilidad y violencia que abrumaron Europa, y que terminaron por generar la necesidad
de una fuerza guerrera capaz de restaurar el orden de antaño.

Nos encontramos con que la institución que establecería las bases para las
Cruzadas sería la Iglesia, la cual durante los siglos IV y V ante la necesidad de defender las
fronteras del Imperio, entonces Cristiano, llevó a todos los creyentes a tomar las armas para
enfrentar a los bárbaros, elaborando como fundamento una verdadera “Teología de la
Guerra Cristiana”, que permanecería viva durante los siglos siguientes, aquí es donde
encontramos la distinción entre “Guerra Justa” y “Guerra Injusta”, declarando que los
cristianos podían tomar parte de las primeras con total serenidad. La Guerra Justa para
llevarse a cabo debía satisfacer tres requisitos: primero debía ser una guerra defensiva y
tener por único objetivo la reparación de la injusticia; segundo, debía ser declarada por una
autoridad oficialmente constituida y reconocida y, en consecuencia, no debía ser el efecto
de cualquier voluntad personal y tercero, el objetivo final de este tipo de guerra debía ser la
restauración de la paz, alumbrada por una justicia auténtica. Este último elemento da a la
ceremonia caballeresca y a los caballeros medievales la obligación de ser pacíficos y buscar
la paz, y no una paz cualquiera, sino que una paz justa. El Cristiano además, tenía que
adoptar una actitud adecuada a su manera de hacer la guerra, o sea, evitar cualquier
violencia inútil, combatir desprovisto de cualquier sentimiento de odio y de espíritu
vindicativo y mostrarse despierto para no efectuar nunca acciones susceptibles de pone en
aprietos a los débiles o de violentarles. El Caballero Cristiano entonces, debía entrar en
batalla vigilando constantemente que los vicios, los deseos y pasiones no se apoderasen de
él, enfrentando una lucha entre el vicio y la virtud que con el tiempo se volvería la
verdadera Guerra Cristiana.

Los Caballeros fueron incorporando a la Guerra diversos elementos, como la


práctica consistente en combatir a caballo y vistiendo pesadas armaduras de hierro, que
hicieron de la condición de caballero y guerrero un privilegio costoso que no sólo exigía
fuerza y valentía, sino también la posesión de riquezas materiales, fueron estos mismos
caballeros los que con estos elementos se volvieron bárbaros y crueles, volviendo la guerra
una verdadera carnicería que no conocía limites y que no respetaba ninguna prohibición
llevando a la existencia de rodelas hechas añicos, cotas de mallas de hierro incrustadas en
carne viva, cuerpos humanos partidos en dos de un tajo hasta la silla de montar, cráneos
aplastados por golpes certeros y miembros desgajados del tronco volando por los aires.
Existía también y de forma más insistente el sufrimiento de los pobres, la violencia
infligida a mujeres y niños, aldeas incendiadas, cosechas arrasadas e iglesias y monasterios
profanados con furor. A medida que Europa se levantaba poco a poco en el siglo X fue
evidente que el principal obstáculo para el desarrollo era la Guerra, que se había
transformado poco a poco en frecuentes combates entre señores feudales, los que se
traducían en crueles sufrimientos infligidos a las poblaciones indefensas y en un espiral de
destrucciones y masacres que impedían el retorno a una vida civil y económica próspera y
es en esta ocasión la Iglesia, la que comienza a delinear el camino para establecer
relaciones humanas, organizar concilios y ligas que permitieran el desarrollo de la paz.
Debido a las fragmentaciones de los poderes centrales, que había hecho desaparecer o
vuelto inertes a los soberanos, los cuales se suponía debían imponer justicia y paz, es la
Iglesia por medio de sus obispos y de la orden benedictina, la que se encargaría de
organizar a las comunidades e incluso a los señores dispuestos a agregarse a sus
intenciones. Se pudo establecer entonces la Pax Dei, que protegía al clero, los
comerciantes, los peregrinos y en general a todas las personas indefensas y ciertas
categorías de lugares (monasterios, santuarios, mercados), así como también se establece la
Tregua Dei, la cual establece que se consideraría un sacrilegio combatir durante ciertos
periodos del año (Adviento, Cuaresma) e incluso durante algunos días de la semana (desde
jueves por la noche al lunes), a esto hay que agregar los llamados “sínodos de la paz”, que
dictaron de forma detallada las normas de comportamiento a seguir por los soldados que
deseaban seguir este nuevo ideal. Entre estos mismos guerreros sin embargo se estaba
dando un curioso proceso de conversión, en el cual estos hombres dejaban de lado las
armas y decidían recluirse en un monasterio, ante esto la Iglesia alentó a los guerreros a
conservar sus lugares en el mundo y obrar en pro del triunfo de los programas de paz,
luchando contra dos categorías de guerreros: los tyrannus (tirano) que no aceptaban los
programas de paz y los effractor pacis (transgresores de la paz) que violaba estos
programas, contra ambos tipos se lanzaban duras campañas militares tratando de
reprimirlos. Más tarde en 1095, el Papa Urbano II advertiría en Francia que todos los que
hasta entonces habían vivido como bandidos, martirizando a sus hermanos Cristianos,
podían dirigirse a Oriente, donde los Cristianos vivían amenazados por los musulmanes y
donde podrían emplear sus energías en su lucha contra los infieles, esta advertencia se
masificaría por toda Europa y se convertiría en la primera piedra de las futuras cruzadas.

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