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Juan S.

Pizzuti

De casa en casa

1
“Dedicado a los que de alguna manera componen esta
historia; a Diana; a Juan Carlos Esparza y a la vida, ya que


sin su aporte esto no hubiese sido posible

Agradecimientos:

Ariel González
Gabriel Sodikman

2
“Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra”
[Jn, 7,8]

3
PROLOGO

Cuando se me ofreció la inesperada


posibilidad de escribir un prólogo a estas
páginas sentí un cierto desasosiego por no
haberlo hecho nunca, pero al conocer el tema de
la obra experimenté ya algo más parecido al
temor.
Juan Pizzuti me entregó los originales
para darles una primera lectura y entonces me
invadió el respeto, frente a una serie de
confesiones en las que el autor ha comenzado a
levantar el velo que ocultaba hasta ahora,
acontecimientos que en cualquier humano
tienen que ver con los extremos que se parecen
al cielo y al infierno.
La segunda pregunta del relato, "¿acá es
donde voy a vivir?", denota no sólo la angustia
provocada por el desvalimiento que produce el
desamparo, sino además que dicha pregunta
reclama aún una respuesta convincente. En
ayuda de tal propósito Juan Pizzuti invoca a
manera de oráculo los nombres y rostros de
quienes fueron para él puntos de referencia con
los que pudo hacer frente a una vida nunca
imaginada de esa manera.
Me parece que uno de los méritos de estas
páginas lo encontrará quien las recorra, en el
desafío que Pizzuti se ha impuesto a sí mismo
de conocer el por qué y el para qué de la vida
misma.
Es un camino que recién se estrena, al
menos en la forma literaria, como parte de un
proyecto más amplio. Poder contarlo a otros con
tanta franqueza y frescura es un excelente
síntoma de buena salud espiritual.

Juan Carlos Esparza

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6
Llegando
-¿Falta mucho?- pregunté con voz sedienta.
Era casi verano y el sol parecía derretir las
sombras que yacían junto al suelo árido de aquel
frondoso paraje.
Con la misma expresión de sed y
cansancio, respondió mi tía:
-Ya casi llegamos.
Recorríamos un largo alambrado, que se
interrumpía en una tranquera abierta de par en
par, esperando no sé a quién.
Dentro del lugar se podían divisar algunos
animales pastando y pájaros que volaban por
todos lados, como queriendo pinchar una nube.
Al entrar, un repentino ataque de
melancolía se apoderó de mí, y dije:
-¿Acá es donde voy a vivir? ...
No recibí respuesta.
Cada vez me sentía más solo, más
desdichado.
Para mí era como morir de a poco
entre los árboles y los viejos tejados. El lugar
parecía
diseñado para el momento que yo estaba viviendo.
Todo esto pensaba mientras a mi vista se
agrandaba la figura del Padre Superior, de los
hermanos ayudantes y de los chicos que jugaban
un partido de fútbol.
La mirada del superior era agradable,
tenía el pelo un poco canoso (el poco que le
quedaba) y la expresión de un sacerdote amable
y comprensivo.
Luego de unos cuantos saludos afables y
de las típicas sonrisas, obligadas para estas
situaciones, se acercó el Padre Superior y me
preguntó:
- ¿Cuál es tu nombre?
- Javier –respondí.
- Bienvenido.
Yo hice un gesto de agradecimiento con
la cabeza entre las miradas inquisitivas de los
chicos. Nos hicieron pasar a una sala en la cual
momentáneamente depositamos el equipaje.
Luego de un rato de conversación nos
dirigimos al comedor. Era pasado el mediodía y
se disponían a almorzar.
Para llegar al comedor había que
atravesar un patio que se asemejaba a un
estacionamiento. De hecho había allí algunos
autos y camionetas.

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A un costado se podían apreciar unas
columnas y un largo pasillo con muchas
entradas. Imaginé que aquellos serían los
cuartos.
-La comida está servida- gritó una señora
que debía ser la cocinera.
El comedor era un salón grande lleno de
cuadros, las ventanas estaban cubiertas por unas
cortinas marrones y del techo colgaban cuatro
ventiladores que giraban al compás del tiempo.
-Acá me siento yo -dijo uno de los chicos.
-No, ese es mi lugar -replicó otro.
-¡Andate a la mierda! -gritó el primero.
La respuesta fue un gesto burlón con la
cabeza. En medio de la discusión se acercó un
hermano ayudante y se acomodaron en
cualquier lugar sin decir palabra.
Caí en la cuenta de que aquel hermano
debería ser temible. Era hosco e irascible. Ya
no me quedaban dudas, habría que cuidarse.
Las mesas estaban distribuidas de un
modo que me hacía pensar que aquello era un
bar y yo un comensal más en un paseo de
domingo.
Mi pensamiento fue interrumpido por el
griterío y el vehemente afán de los superiores

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por hacer callar aquel concierto de voces
desaforadas.
Después de aquel logro (el de hacerlos
callar), llegó la bendición de los alimentos entre
los chimentos de los chicos que por lo visto no
prestaban la menor atención.
-Ese hermano es muy malo -dijo uno,
como recordando la escena anterior y quizás
muchas otras no tan recientes.
Levanté las pestañas con un gesto de
aprobación.
-Yo soy Walter -se presentó uno.
-Yo soy Darío, me dicen "El Flaco".
-Yo soy Javier -dije, mientras les tendía la
mano.
Hablamos durante toda la comida y me
previnieron de algunos, que según ellos, no eran
muy confiables. Me contaron sobre sus estudios,
sobre el trabajo que allí se realizaba y algunas
otras cosas.
Yo permanecía atento, pero por
momentos mi mente parecía haberse ido.
La tarde transcurrió tranquila entre
chistes, juegos y presentaciones.
Recorrí el lugar acompañado por Walter,
quien me explicaba todo lo que íbamos viendo:
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el lavadero; el tambo que cuidaba un viejo
como de unos cincuenta años, alto, canoso y de
expresión vulgar pero amistosa; la sala de
juegos, tan común para mí un tiempo más tarde;
y la iglesia, donde concurrían ellos los
domingos de mañana para celebrar misa, y
tantas otras veces, imagino yo, para pedir,
agradecer o simplemente ofrecer un momento
de sus vidas convertida en oración.
Llegaba ya la hora de la despedida con mi
tía y del gran compromiso de quedarme solo.
Quizás "solo" no sea la expresión correcta, pero
sí algo desamparado. Mi estado de ánimo
decaía al compás de la despedida.
Se organizó un partido de fútbol en la
cancha central. Yo me acomodé como arquero
en el arco opuesto al que estaba lindando con la
calle por la que ingresé. El sol iba cayendo y
dentro de mí se había formado una confusión y
una amargura difíciles de explicar.
Los chicos en la cancha se disputaban la
pelota, y por momentos se acercaban a mi lugar
con intenciones de convertir un gol. Mis
esfuerzos por detenerlos eran precarios, por lo
que nos hicieron, o mejor dicho, me hicieron
muchos goles.
Mi cabeza parecía separada de mi cuerpo.
Llegaban a mí imágenes de personajes, hechos y

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momentos agradables y desagradables del
pasado, confusamente trenzados en un duelo
que dejó como resultado el brillo de una lágrima
dibujada en mi rostro.
Terminó el partido y todos fuimos a
ducharnos entre risotadas y frases irónicas
respecto a mí actuación en el partido, lo que me
hizo olvidar durante un buen rato mi deplorable
estado.
Me adapté rápidamente al grupo, lo que
facilitó en parte el trabajo de los superiores que
se veían acosados por las responsabilidades
religiosas y por la difícil tarea de mantener un
cierto orden y ayudarnos a crecer.
Yo decía para mí: "Si se hubieran casado,
tendrían a lo sumo tres o cuatro hijos que
educar, mantener, dar amor y todo lo demás...
Pero nosotros éramos más de veinte, cada uno
con un pasado diferente, un modo de pensar
respecto a la vida sombrío y sin esperanzas, y
muchos de nosotros, quizás también el terrible
tormento de sentirnos discriminados por la
sociedad como 'el chico de la calle'".
Pero había una fuerza insoslayable en
aquellos religiosos que por momentos (y era
cuestión también de abrirnos un poco nosotros),
nos hacían ver el futuro como un camino lleno
de posibilidades, lleno de rosas a las que había

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que sacarles las espinas y lleno de Dios, que
según ellos nos amaba más a nosotros que a la
gente con mucho dinero y sin preocupaciones.
¿Sería cierto eso? Al fin y al cabo qué me
podría importar un ser al que no conocía
personalmente y cuyo nombre sólo había
escuchado en las expresiones: "¡Mi Dios!"
"¡Por Dios!".
Yo contaba con trece años de edad en esa
época. Había terminado los estudios primarios,
comunión y confirmación, pero no sabía mucho
sobre Dios, los problemas del mundo y menos
conocía el futuro. Sólo conocía un pasado, el
mío, lleno de angustia por la muerte de mi padre
al que no conocí y por la enfermedad de mi
madre por la que me vi en muchas
oportunidades alejado de ella, viviendo en casas
de familiares o conocidos que de muy buena
gana me aceptaban y me prometían felicidad.
Pero nada de eso aceptaba puesto que nadie se
parecía a mi madre.
Mi vida era un tormentoso ir y venir,
siempre tratando de adaptarme a situaciones
diferentes, de familias diferentes, con
costumbres diferentes. Y yo allí, sin saber cómo
comportarme para complacerlos, siendo que se
mostraban, en algunos casos, tan atentos
conmigo.

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Lo cierto es que ahora me encontraba
aquí. Aunque no sabía por cuanto tiempo, intuía
que podía llegar a aprender y comprender
muchas cosas. Y a pesar de ser una familia, no
era del tipo convencional, con el papá, la mamá,
los dos o tres hijos, el perro y el gato.
El primer fin de semana lo tomé libre y
fui a visitar a mi madre que se alojaba en un
hogar en la ciudad de Rosario, lugar donde
también tenía algunos parientes, y en cuya casa
pernoctaba.
-¿Qué tal es el lugar? -preguntó mi mamá
después del beso de bienvenida.
-Aceptable -respondí.
-¿Qué hacen, trabajan, estudian o joden
todo el día? -preguntó con una sonrisa.
-Un poco de cada cosa... ¿Pero no hay
nada para masticar? -pregunté haciendo una
mueca de que masticaba algo.
-En la heladera es probable que
encuentres algo -dijo con una voz que yo
conocía y que hacía pensar, quizás, en alguna
sorpresa.
No fue poco mi asombro al ver allí dentro
una caja llena de sandwiches de miga, comida
preferida entre muchas, más cuando se tiene el
hambre que tenía yo.
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En un momento dispusimos todo para que
la mesa quede servida y nos sentamos, yo a
devorar (si me permiten la expresión) ese
manjar, mi madre más por chusmerío que por
otra cosa.
Ahora mientras almuerzo y comento con
ella algunas cosas de mi llegada y estadía, los
invito a conocerla.

33
Elena

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8.00 de la mañana de un 17 de Agosto.
Los niños provenientes de distintos colegios
caminaban en fila hacia la Plaza Central, para
recordar y rendir homenaje con sus cantos y
silencios al padre de nuestra Patria el General
San Martín. Y ese mismo día en el que
recordamos la muerte de un gran hombre, nacía
Elena Varane, mi madre, una gran mujer.
Corría el año 1936, "época infame".
Muchas carretas, muchas preocupaciones,
quizás algunas bicicletas, sobre todo si tenemos
en cuenta que es un pueblo alejado y de campo.
Elena nace y se cría en la casa materna.
Siempre tuvo problemas mentales y mis abuelos
tuvieron que luchar demasiado para mantenerla
dentro de lo que se puede llamar "normalidad".
A los doce años ve caer muerta a su madre por
un golpe eléctrico, y el problema que traía de
niña se complicó para siempre.
A los dieciocho años entra en un hogar de
monjas, y un día antes de su consagración se
quema con agua hirviendo y no puede ser
consagrada. Queda en coma 3 pero se salva
milagrosamente.
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Vivió en el Cottollengo, se escapó,
fracasó con sus parejas siempre por el mismo
motivo. Su vida parecía estar destinada a un
constante ir y venir hasta que al cumplir los
cuarenta años aparece mi padre. No voy a entrar
en detalles porque tampoco sé mucho de él, de
hecho sé mucho menos que de mi madre, puesto
que no lo conocí, o sí, lo conocí, pero la raza
humana desgraciadamente no está preparada
para tener memoria de esos momentos que son
los más importantes, me refiero al nacimiento, y
a los primeros contactos con este mundo.
Parece que él la cortejó a través de cartas.
Papá vivía en Tres Arroyos (Ciudad en la que
nací) y mamá en La plata, y antes de conocerse
personalmente sabían mucho el uno del otro, por
que cuando alguien abre su corazón no
importan mucho las distancias, sino el amor que
uno deposite al momento de darse a conocer.
El casamiento fue conflictivo, la familia
"cuerda" de mi padre no estaba muy feliz con la
nueva buena, pero hubo arreglos entre partes o
algo así y lograron casarse. Vivieron en una
casa propiedad de mi padre. Él era actor y
cantante, en el pueblo era conocido como “el
payaso Pirulín”. Por lo que cuentan los que los
conocieron y mi madre, el poco tiempo que
pasaron juntos vivieron tranquilos y se llevaron
bien.
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Nací, y parece que mi padre estaba muy
contento. Me llevaba a todos lados ataviado con
prendas de Racing.
Fui aparentemente una época feliz para él.
Y si así fue, entonces mi vida ya tuvo algún
sentido.
Espero no haberlo defraudado cuando me
hice hincha de Boca.

***************************
10:30 de la mañana de un 9 de Agosto.
Fallece por muerte natural en su domicilio
particular el Sr. ...
Y mi padre murió.
Mamá se puso mal, cuando digo mal me
refiero a un decaimiento de su enfermedad. La
llevaron a un hospital, desde donde más tarde y
sin el alta médica se escapó para rescatarme de
unos parientes sin hijos que estaban deseosos de
adoptarme. Según cuenta ella fue una lucha
feroz, que culminó cuando me arrancó de la
cuna y huyó conmigo sin saber muy bien a
donde.

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Vendió las pocas cosas que quedaban en
la casa, y se fue para siempre de aquel lugar.
No puedo más que asombrarme de la
valentía y fortaleza de mi madre, que después de
quedar sola, no sólo no se rindió sino que salió
adelante, y a pesar de que cualquiera pudiera
pensar que en su estado, y después de la pérdida
sufrida ella podría haberse rendido, y hubiese
estado justificado. Ella armó un pequeño bolso,
me cargó en brazos y salió nuevamente a
hacerle frente a la vida.
Yo tenía cuatro meses de edad.
De ahí en adelante mi vida se convirtió en
el título de este libro.
Parece que mis primeros años los pasé
más que de casa en casa, de convento en
convento, sin ir más lejos aprendí a caminar con
un curita muy simpático, que según me cuentan,
pasaba más tiempo conmigo que oficiando sus
tareas religiosas “La naturaleza del hombre es
más fuerte, a veces, que su propia vocación”.
Las religiosas después del almuerzo, me
depositaban alegremente en un cajón de
manzanas y me llevaban a la terraza del
convento, luego se iban, no sin antes darle
estrictas instrucciones al curita de cómo debía
cuidarme:

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-Vigile que no salga del cajón, y no se le
ocurra intentar enseñarle a caminar, es
peligroso, acá está muy alto -le decían en un
tono entre displicente y amenazador.
Él asentía con la cabeza, siempre
manteniendo firme su sonrisa, y las monjitas se
iban confiadas y tranquilas.
No pasaban más de dos o tres minutos,
para que yo, ayudado por el simpático
sacerdote saliera del cajón y comenzara a
probar lo que se suele llamar como: “darse
contra el piso para hacerse hombre.”
Un día parece que el curita se descuidó y
caí por las escaleras, generando la
desconfianza y posterior cancelación de mis
visitas a la terraza acompañado por él, pero ese
es otro tema.
Mamá trabajaba cuidando ancianas en
ese tiempo, por eso yo quedaba a cargo de las
monjas. Más adelante decidió llevarme con
ella a todas las casas donde trabajó, incluso era
parte esencial del contrato el hecho de que me
permitieran vivir con ella. Pasábamos el
tiempo en una casa, hasta que la anciana que
mamá cuidaba, cambiaba de cuidador, para
pasar a ser cuidada, según las creencias
cristianas, por nuestro creador. Entonces era
momento de partir, y buscar un nuevo lugar.

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Llegar y partir, cuestiones que hacen al
destino, mi madre lo sabía, y jamás la escuché
maldecir su destino, todo lo contrario,
agradecía y agradece cada parte de su vida
como un milagro. Ante esa muestra de fe, no
queda más que agachar la cabeza y sacarse el
sombrero en señal de respeto.
Espero que ahora conozcan más a mi
madre. Si es así, podemos continuar.

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El lugar y yo

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Fue largo ese fin de semana, y no
precisamente porque hubiera algún feriado
marcado en el almanaque, sino porque volví un
martes cuando en realidad debí haber vuelto un
domingo.
Era difícil para mí volver a aquel lugar
tan alejado de todo aquello a lo que estaba
acostumbrado.
En el camino de regreso (había que
recorrer cerca de dos kilómetros desde la
terminal), se acercó una camioneta tocando
bocina. Era el hermano más hosco.
Me invitó a subir y me dijo en tono
irónico: "Rápido, rápido que llegamos tarde a
misa". Escucharlo decir eso en ese tono me
tranquilizó un poco. Por otro lado me dejó
desorientado. En el poco tiempo que llevaba de
conocerlo no había visto en él esa actitud
bromista.
Eran bastante estrictos con el tema de las
reglas. Claro que eso lo supe después, de otra
forma me hubiese sentido peor.
Llegamos, me propinaron unos regaños
un tanto comprensivos, y la cosa fue olvidada.

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*********************************
"¡Arriba! ¡Arriba!" se escuchaba. La voz
parecía taladrarnos el sueño. Eran las 6.00 de la
mañana. Las luces se prendían una a una como
indicando que algo se debía poner en marcha.
Sonaba una FM a todo volumen y nuestros pies
iban quedando cada vez más al descubierto
según pasaran los minutos y no diéramos señal
de vida.
Para las 6.35 estábamos todos despiertos,
perdón, todos levantados. Despiertos a esa hora
era imposible.
Luego de un desayuno, se repartían las
tareas. Estaban los que iban a la escuela de
mañana, otros de tarde. Y otros, como yo, no
teníamos actividad escolar por el momento.
Las tareas eran simples, y no demandaban
mucho tiempo ni un gran esfuerzo. Pero no era
cuestión de hacerles la vida muy fácil a aquellos
religiosos, así que todo lo íbamos a hacer con un
"¡Ufa!" "Otra vez" "Pero si limpié ayer..", y
cosas así.
Incluso los considerados “más llorones”,
al “Pero si limpié ayer...”, le agregaban la
palabra “Hermano”, en un tono muy lastimero,
que hacía pensar que aquello que nos mandaban
a hacer era en realidad una forma de
castigarnos.
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De a poco me fui acostumbrando al lugar
y a la gente, y viceversa.
Conocí historias fantásticas del lugar,
como la de la novia vestida de blanco, que
asustaba a los colectiveros de noche y por eso
no había transporte después de las 22:00 hs.
Cabe mencionar que la chica estaba
muerta y donde los asustaba era en el
cementerio, última parada de los colectivos.
*************************************
No recuerdo exactamente quién fue el que
decidió cortarme el sueño, sólo recuerdo que un
día cualquiera me encontraba despertando a las
vacas, que se preguntarían lo mismo que yo:
¿Por qué a esta hora?.
Después vi a Oscar, el encargado del
tambo. Él no parecía pensar lo mismo y si lo
pensaba no lo demostraba. Se lo veía hacer todo
con gran entusiasmo. Yo intentaba imitarlo
aunque no me resultaba fácil hacer un trabajo
tan sacrificado con tanto esmero.
Pasamos muchas mañanas y tardes juntos,
era un buen hombre. Sin que nos diéramos
cuenta nos enseñaba, ya que éramos aprendices
en este asunto del ordeñe, y él luchaba con los
animales y con nosotros.

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Si las 6:00 a.m. era un horario totalmente
desconsiderado, las 3:30 lo era mucho más.
Siempre creí que las 3:00 de la mañana
era el horario menos indicado para hacer
cualquier cosa. He aquí mi razonamiento que de
seguro no compartirán aquellos que gustan de
los bailes y fiestas nocturnas.
A partir de las 5:00 a.m. o antes ya se
pueden encontrar panaderías, comienzan a
funcionar los trenes, etc. Y por la noche a partir
de las 23:00 o 24:00 todo va quedando vacío. Y
esa tendencia continúa hasta la 1:00 o 2:00 de la
mañana, pero a las 3:00 a.m. ¿qué hay? ¿qué
existe? Piensen en algo que abra o cierre a las
3:00 a.m. ¿algo? ¿nada, verdad? Bien, la cosa es
ésta, no tengo nada contra este horario, sólo
digo que es como una horrible transición entre
la noche y el nuevo día y que a mí
particularmente me gusta pasarlo durmiendo.
Pues bien, ésta era la hora elegida y dos
chicos más y yo nos dirigíamos por aquellos
campos. Cruzábamos la cancha de fútbol, y
hacia el otro lado se encontraban Oscar y los
dadivosos animales. Después de despertarlos los
llevábamos a un galpón que estaba preparado
para el ordeñe y se procedía al trabajo.
Oscar era un hombre simple y no se
andaba con rodeos, siempre que tenía que decir

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algo uno escuchaba exactamente lo que tenía
que escuchar. Ni más, ni menos. Como a todo
hombre simple no le gustaban las cosas
rebuscadas o vagas “¡Al grano!” decía, cuando
uno intentaba explicar con excusas algún error o
pedir algo.
Hacía ya mucho tiempo que trabajaba con
estos sacerdotes, siempre encargado de la
granja, la quinta y el tambo. Vivía con su esposa
en una pequeña casa que había hecho en algún
tiempo de granero. En general se llevaba bien
con la mayoría de los superiores, los que habían
pasado y los actuales. Sin embargo con el
hermano Ramón (el hermano hosco), había una
cierta distancia. Aparentemente a Oscar
tampoco le gustaba el autoritarismo disfrazado
de autoridad y no faltaba ocasión para que este
superior sea nombrado por él para terminar con
un "¿qué se cree éste?", y cosas así. Y así era, la
mayoría de los que allí vivíamos estábamos un
poco en desacuerdo con la forma de actuar del
hermano Ramón. Pero eso lo dejo para más
adelante. Ahora sigamos con Oscar y el tambo.
Pasé bastante tiempo con Oscar, aprendí
cosas del campo, del ordeñe, del cuidado de los
animales y de cómo a veces ellos saben
comportarse mejor que nosotros.

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Pasó el tiempo y al parecer el trabajo de
tambo no era lo mío y no sólo por la hora a la
que había que levantarse, si no porque cuando
uno ya está despierto se supone que tiene que
ordeñar correctamente a estos dadivosos
mamíferos. No era mi caso, y así parece que
también lo vieron los que decidían nuestros
trabajos y me fui del tambo.
Probaron dándome una cortadora de
césped, la responsabilidad de cuidarla y todo
eso.
El nuevo trabajo me cayó bien, pero debo
decir que era un poco frustrante ver cómo el
césped crecía nuevamente después de haber
terminado todos los sectores del lugar.
Me divertía formando figuras en el
césped, pensaba bastante y lo más importante
me sentía útil y responsable, eso aunque en
pequeña escala como en este caso forma la
confianza y la seguridad en uno mismo.
Pasaba el día con la máquina, parando
cada tanto para ponerle nafta, limpiarla, etc.
Tengo que decir que la nafta, cuando hacía calor
daba la sensación de acabarse a cada rato. O por
lo menos a mí me parecía que así era.
Pronto se terminaría también esto pero no
por mi falta de desempeño sino porque era
momento, otra vez, de partir...
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Listo para partir
(otra vez)
-¿ Ya hiciste la tarea?
- No tengo tarea, yo no voy a la escuela.
- ¿Qué te dijo el hermano?
- Nada, no me dijo nada.
- ¡Ah!, ¡no te dijo nada!, ¡mirame cuando
te hablo!
Levanté lentamente la vista, y vi el
célebre manojo de llaves que al parecer tanto
llanto había causado.
- En un mes te vas al hogar de Gerly. Vas
a empezar el colegio secundario, hace un año
que no leés nada, ya mismo agarrás un libro y
te ponés a leerlo”.
- Pero el hermano Julián me dijo que
mañana me iba a dar una clase y algo para
estudiar.
El manojo de llaves comenzó a girar en el
dedo índice al tiempo que decía:
-Agarrá ya un libro y te ponés a leerlo.
-Está bien -dije al final resignado pero
sano.

32
Fui a la biblioteca, tomé un libro de tapa
verde "Biología de quinto grado" creo que
decía, en ese momento qué importaba, lo
importante era tener un libro en la mano.
A lo lejos vi un termo que se agitaba,
detrás estaba Walter que me llamaba, mientras
me acercaba, recordé la siguiente escena de mi
llegada a este lugar.
Ese día al terminar la cena vi como todos
salían corriendo y conversaban alegres. Yo, en
cambio, salí despacio y comencé a caminar por
aquel pasillo sin saber muy bien qué hacer,
sumido, podría decirse, en una profunda tristeza.
En ese momento se acercó Walter y me dijo:
-¿Sabés jugar al ping-pong?
-Si!!!!!!!!!- dije sin dudar.
-Vení, vamos a jugar ahora que no hay
nadie.
Comenzamos a jugar, y en el transcurso
del juego quedó más que claro que yo no tenía
ni la menor idea de lo que era el juego. Walter
se dio cuenta y me dijo:
-¿No tenés ni idea de cómo se juega, no?
-No -dije agachando la cabeza.
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¿Pero cómo podía en ese momento de
profunda tristeza rechazar un ofrecimiento?, se
lo expliqué a Walter y cuando paró de reírse
debido a mi formar de hacer amigos me explicó
cómo era el juego y a partir de ese momento
nuestra amistad creció día a día.
Cuando terminé de recordar esto me
encontraba junto a él, lo miré con
agradecimiento, por la escena recordada.
-¿Ahora estudias biología?- preguntó con
una mueca de ironía.
Miré el libro y le conté lo que había
pasado.
-No te hagas drama, se ve que no tiene
nada que hacer.
-Es la primera vez que me trata así mal -
le dije.
-¡Qué suerte la tuya! -dijo Walter
mientras me alcanzaba un mate.
-¿Por qué? - le pregunté.
-Porque siempre trata mal a todos.
-Debe ser porque soy "nuevo"...
-Sí, puede ser.
Hablábamos del hermano Ramón (el
hermano hosco).

34
Según me contó Walter, que vivía acá
hace mucho más tiempo, no era un "mal tipo",
pero sus métodos para educar no eran de lo más
refinados o escolásticos.
El manojo de llaves era su especie de
"convencedor automático". Supongo que
cuando uno debe recurrir a la violencia para
intentar educar a alguien es por falta de
capacidad, pero no soy quien para juzgar a
nadie, así que aquí lo vamos a dejar.
-¿Vos también venís a Gerly?- le pregunté
a Walter.
-Sí
-¿Y quién más va?
-El flaco, Mateo y Tango.
El flaco era Darío y al final no vino con
nosotros. Mateo era un pibe muy inteligente que
no había logrado conocer bien y Tango era
Gustavo, de quien un tiempo después me hice
muy amigo.
Otra vez estaba listo para partir, no había
pasado mucho tiempo en este lugar y era
probable que no lo extrañara, aunque de todas
formas había desarrollado un mecanismo de
autodefensa que me permitía vivir partiendo y
llegando sin tener que extrañar.

35
Nos habían dicho que el lugar al que
íbamos era mucho mejor ya que estaba muy
cerca del "centro" con todo lo que
aparentemente eso significaba.
Se fueron haciendo los arreglos
necesarios para la partida. Teníamos todos los
días un rato de actividad "escolar" y de
convivencia urbana, por llamarlo de alguna
forma. En Gerly ya vivían otros chicos que
habían estado previamente aquí, y nos
preparaban un poco para lo que sería la
convivencia allá.
Fue una lenta despedida, todos los días
que pasaban me iban acercando a un nuevo
"hogar" y alejando del actual.
Y el día llegó. Cargamos los bolsos en la
camioneta, subimos y ya nos disponíamos a salir
cuando uno de los hermanos me dijo:
-Yo que vos, bajo y saludo a todos los que
se quedan.
-Los saludamos, por la ventanilla-le dije.
-Javier, a mucho de estos chicos es
probable que no los vuelvas a ver nunca más.
Lo miré y lentamente bajé, me acerqué a
ellos y los abracé uno por uno, no creo que ellos
lo hayan entendido, ya que con algunos no tenía
una relación ni acercamiento. Me fui triste
36
recordando las palabras de este hermano, pero
también recordando las caras de los chicos
cuando me acerqué a saludarlos.
El viaje fue relajado, tomábamos mate,
intentábamos cantar alguna canción al compás
de mi paupérrima forma de tocar la guitarra,
estábamos contentos, no sabíamos bien lo que
nos esperaba pero estábamos juntos, y eso
parecía importante, nos hacía sentir más fuerte.
Estamos llegando... Los invito a conocer
el hogar de Gerly.

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38
Gerly

39
Puerta grande, aparentemente antigua y
tres escalones de mármol, adentro a la derecha
la puerta de entrada a una pequeña capilla, a la
izquierda un cuadro del Papa Juan XXIII.
Cruzando otra puerta se llegaba a una
bifurcación, a la derecha una sala de estar, y
más lejos el comedor y la cocina. A la izquierda,
un pasillo largo donde estaban las habitaciones.
Desde la sala de estar se podía salir a un
patio-parque que ocupaba toda la cuadra, como
el hogar.
Cuando llegamos muchos de los chicos
que vivían aquí no estaban Era enero y estaban
casi todos con sus familias.
-¿Cómo andan? Bienvenidos -se oyó una
voz mientras se abría una puerta.
-Hermano, ¿cómo va?
-Bien. Los estábamos esperando.
-Hay poca gente parece.
-Y sí, ahora los chicos que pueden
aprovechan y se van con su familia. La idea es
que de a poco se vaya formando el vínculo de
nuevo.
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-Me parece bien. Te presento a Walter,
Gustavo, Mateo y Javier.
-¿Cómo andan? –preguntó.
-Bien -dijimos casi al unísono.
El que nos presentó era el hermano
Ramón con el que yo particularmente y sin que
él lo supiera, había hecho las paces. Tal vez
“hecho las paces” no sea la frase más correcta,
pero sí puedo decir que había llegado a entender
su forma de ser y hasta había llegado a
entenderla. El que nos recibió era el hermano
Julio, quien junto al padre Luis manejaban el
hogar.
OTRA VEZ ESTABA LLEGANDO...
El ritual de acomodar los bolsos y hacer
reconocimiento de territorio era casi una rutina
para mí. Entonces, a las típicas presentaciones
de lugares, sectores y personal, o familiares en
caso de familias tipo, yo reaccionaba de forma
automática y mis respuestas eran casi siempre
un susurro muy parecido a un ¡Ajá!, pero muy
suave y casi inentendible
Al concluir la ceremonia de presentación
fuimos a almorzar. Por la tarde fuimos a un club
a jugar tenis y llegando la noche salimos a
caminar por el barrio.

41
Acababa el día y afortunadamente no
sentí la tristeza de aquel domingo cuando llegué
al hogar del campo. Se ve que campo, atardecer,
hogar y soledad no son una combinación muy
saludable para un niño, acá me sentía más
protegido.
Pasaron los días y la casa se fue
acomodando al ritmo normal de año.
Empezaban a volver los chicos y comenzaba
una nueva parte de mi vida.
******************************
Se escuchaba una guitarra, ejecutada casi
a la perfección, me fui acercando lentamente
hasta encontrarme junto a la puerta de la que
parecía salir aquella fantástica melodía. Con
cierta timidez me paré frente a la puerta,
suponiendo que desde adentro sería visto, ya
que a la altura de la cabeza y hasta casi la
cintura había un vidrio.
La guitarra seguía sonando, yo seguía
esperando, la figura que formaban la guitarra y
el ejecutante jamás se separaron. Como el vidrio
no era completamente liso se me hacía difícil
saber quién era el que estaba adentro. Tampoco
quería interrumpir la música, entonces mi
timidez y yo decidimos irnos, despacio, para no
levantar sospechas. Me sentía como un espía, mi
corazón latía más fuerte que de costumbre,

42
decidí entonces salir al patio, como si ese fuera
el escape final a la libertad.
Al llegar al patio me encontré con el
padre Luis y le pregunté quien era el que estaba
en el cuarto N ° 9 tocando la guitarra;
-Marcelo -me dijo.
-Toca muy bien, le voy a pedir que me
enseñe.
-Anda - me dijo riéndose.
-Si, voy a ir, pero... ¿por qué se ríe?
-Porque me hacen cosquillas las medias.
Me reí de la ocurrencia, pero me fui sin la
respuesta, el padre Luis era así un poco bromista
y no siempre daba respuestas concretas, mi
labor como espía parecía continuar.
Fui hasta el cuarto N ° 9, la melodía había
terminado y decidí golpear la puerta.
-¿Quién es? -se escuchó.
-Javier.
-¿Javier?, ¿Qué Javier? Ah si, ya va.
Se abrió la puerta, entré, me invitó a
sentarme y me ofreció un mate.
-Che, qué bien suena eso que tocabas,
¿Qué es?

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-Dire straits -dijo muy suavemente.
-Ah, no los conozco.
-Es un grupo de afuera...
-¡Ah! -lo interrumpí. Yo estaba ansioso
por llegar a la pregunta que para mí era de vida
o muerte- ¿y dónde aprendiste a tocar así?
-Solo -dijo ya un poco molesto- se ve que
mi excitación no le caía bien.
-¿Solo?, tocás muy bien, ¿podrías
enseñarme?
-Mirá, acá hay otros chicos que tocan,
decile a ellos...
-Ah, bueno - dije con decepción. Su
mirada no había cambiado de posición, parecía
que mi presencia lo molestaba y la idea de que
fuera su alumno tampoco parecía hacerle mucha
gracia.
-Gracias por todo - dije mientras me iba,
¿me prestarías el cassette para escucharlo?
-Emh, si, después veo -dijo mientras
cerraba la puerta.
“¡Qué tipo más extraño!”, pensé, es más
tímido que yo, pero tengo que conseguir que me
enseñe a tocar. Fui a ver al padre Luis, mi
trabajo no había terminado aún.

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-¿Ya tenemos otro Segovia? -dijo al
verme llegar.
-¿Qué es eso? -pregunté un poco
irónicamente y otro poco por ignorancia.
-Qué es, no, quién es. Segovia fue un gran
guitarrista Español.
-Ah, yo creo que ni siquiera voy a ser un
gran guitarrista Gerlilense.
Se rió, y preguntó:
-¿Cómo te fue con Marcelo?
-Sentí como que le molestaba, no me dio
mucha bolilla.
Esbozó una leve sonrisa y me dijo:
-A Marcelo le gusta estar solo, es muy
tímido y callado, además... -hizo una pausa-
...por ejemplo, ¿a vos qué te gusta? Ó, ¿Qué es
lo que más te enorgullece?
No supe bien qué decir, pensé un instante
y dije:
-Tocar la guitarra me gusta, y lo que me
enorgullece es..., no sé qué me enorgullece -dije
al fin resignado.
-Está bien -dijo comprensivo, él sabía a
donde quería llegar- A Marcelo -prosiguió- le
gusta la música y los instrumentos musicales, si

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querés acercarte a él, hablale de lo que a él le
gusta, pero nunca con ironía o falsedad. Si lo
hacés sinceramente tenés el ochenta por ciento
del camino hecho. El resto depende de vos.
Me quedé pensando, el padre Luis tenía
razón, yo había ido a hablarle a alguien que ni
siquiera conocía, y lo primero que se me ocurría
era atropellarlo diciendo:
¡ENSEÑÁAAAAAME!, como si tuviera la
obligación de hacerlo, en vez de acercarme a él,
como decía el padre Luis, interesándome por sus
gustos.
Hoy Marcelo es violinista de un
importante cantautor de música folklórica y
aunque por la distancia ya nos vemos poco,
somos amigos y no fueron pocas las veces que
íbamos cada cual con su instrumento (Marcelo
decidió cambiar de instrumento. Yo seguí con la
guitarra, aunque a él no había instrumento que
se le resistiera, a todos les extraía alguna cosa
interesante, aunque fuera la primera vez que lo
tocara). Son cosas que nunca voy a olvidar,
tampoco voy a olvidar las cargadas de los otros
chicos cuando desde la cancha que cruzaba el
patio nos invitaban a jugar y ante nuestra
negativa se metían de lleno con nuestra
sexualidad al grito de:

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-¡Vayan maricones a tocar la guitarra y
esa otra más chiquita que se toca con un palo,
acá se hacen los hombres!
-Violín... violín se llama -decía Marcelo
un poco enojado, yo sonreía y seguíamos
nuestra marcha.

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¡Llegó Ernesto!

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49
Si bien teníamos las libertades típicas
de muchachos de 15 ó 16 años, una cierta rutina
era inevitable, el grito de ¡A comer! del
mediodía; la hora de levantarse (bastante más
flexible que en el hogar anterior); las tareas, que
se dividían por grupo de 2 ó 3 personas casi
siempre abiertas a la negociación y al diálogo.
Entonces una limpieza completa de baños
pasaba a ser simplemente unos pocos cigarrillos
y la promesa de cebar mate. Eso sí, las promesas
se cumplían, y así transcurría nuestra libre
rutina. Claro que todos teníamos estudios, y por
momentos trabajos temporales fuera de ahí, pero
ciertas partes del día eran para todos casi igual.
Los viernes nuestra rutina era
abruptamente interrumpida cuando el padre Luis
caminaba por los pasillos, patios y cuanto rincón
pudiera haber al grito de: ¡Llegó Ernesto!.
Ahí comenzaban nuestras negociaciones
más duras, ya unos pocos cigarrillos no eran
suficientes, se pasaba directamente a cosas
terribles como: “Limpiás mi cuarto por una
semana”, ”Te encargás de la limpieza de la
cocina el fin de semana”, y otras cosas más
espeluznantes que no me atrevo a describir.
50
Todo esto tiene un sentido, nadie quería
que Ernesto fuera el primero en verlo a las 9.30,
horario en el que llegaba, los horarios ideales
eran 11.45 ó 13.30, ¿por qué?, 11.45 faltan
quince minutos para el ¡A comer!, 13.30 falta
media hora para que se vaya, además después de
comer no dan ganas de trabajar.
Como ya se habrán dado cuenta Ernesto
era nuestro psicólogo, claro que no teníamos
nada contra él, era una buena persona y buen
profesional (lo sigue siendo), pero juventud y
psicología no se llevan bien y nosotros a la
rebeldía natural de los quince años le
agregábamos la que nos dio nuestra forma de
vida. Por lo tanto Ernesto solía pasar un buen
rato en su oficina antes de que alguno de
nosotros golpeara tímidamente a su puerta.
A pesar de no ser muy amigo de los
psicólogos, debo reconocer que disfrutaba
mucho hablando con él, también que una
decisión suya me hizo vivir cosas muy
importantes más adelante.
Un día después de un test vocacional en el
cual no se sabía muy bien si yo quería ser
corredor de bolsa, veterinario, estrella de cine o
almacenero de barrio, tuve una charla con él y
como el resultado del test no le daba muchas
certezas, me preguntó a secas:

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-¿Qué es lo más te gusta hacer?
-¿Ver los Simpsons? -dije a modo de
respuesta mezclada con pregunta.
Sonrió y me dijo:
-La música, ¿te gusta?
-Si, es interesante, ¿por qué lo pregunta?
-Te observé cantando y tocando y lo
hacés bien.
-Gracias, Marcelo me está enseñando.
-¡Qué bien! Ahora decíme, ¿te gustaría
continuar estudiando, pero en un
conservatorio?
-¿Conservatorio? -dije entre asombrado e
intrigado.
-Si, un lugar donde podrías aprender a
leer y escribir música; su historia; estar en
contacto con otros músicos...
-Suena interesante, ¿pero le parece que
estoy para hacer eso?
-¿Por qué no?, ¿Querés probar? -me dijo
mientras levantaba el tubo del teléfono y su
dedo índice se disponía a marcar.
-Está bien, ¿a quién llama?
-A una persona que nos puede ayudar.

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No dije nada más y esperé a escuchar la
conversación con la persona que me iba a
ayudar a entrar a ese lugar.
-Hola, ¿con el conservatorio Julián
Aguirre?
Ah, encima el contacto es del mismo
lugar, pensé, ya está estoy adentro, seguro.
-Mire, hay un chico acá que quiere
anotarse, ¿cómo tendría que hacer? -preguntó
Ernesto
Mi expresión cambió de complacida a
horrorizada en menor tiempo que un parpadeo,
¿qué es eso de “¿cómo tiene que hacer?”. Se
suponía que había alguien que me iba a ayudar a
entrar, pensaba yo.
-Muchas gracias, hasta luego.
Eso es lo último que escuché después del
¿Cómo tiene que hacer?
-Ya está -me dijo mientras me extendía un
papel- Andá mañana acá con el DNI. Te van a
tomar una prueba y si todo va bien estás
adentro.
Mientras agarraba el papel le pregunté
entre indignado y temeroso:
- ¿Y la persona que me iba a ayudar? -
dentro de mi se escondía la remota esperanza de

53
que me dijera: No te hagas problema el que
toma la prueba y te anota es amigo mío, o algo
así.
-Bueno, la señorita que me atendió fue la
que nos ayudó. Me dio la dirección, los horarios
y me dijo lo que tenías que llevar.
-Claro, claro, si, tiene razón, sólo que yo
pensaba... no importa, muchas gracias.
-Suerte, el viernes que viene me contás
como te fue.
-Seguro, hasta luego.
Ese día Ernesto me había ayudado más
que nunca, ni que nadie. Me había conseguido
una cita en el conservatorio, al cual entré y aún
sigo agradeciendo haberlo hecho, y también me
había mostrado que las cosas las tiene que
conseguir cada uno por si mismo. De nada
hubiera servido que yo entrara "acomodado" a
aquel lugar, se hubiera notado muy rápido si yo
no tenía condiciones para ser músico, y si las
tenía ¿por qué no ganarme un lugar por mi
propia cuenta?. Había sido una linda lección,
por eso, y, ante el asombro de mis colegas
negociadores, en adelante era yo quien entraba a
hablar con Ernesto a las 9.30.

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Los por qué

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Como quedó claro en el capitulo II, la
falta de mi padre y la enfermedad de mi madre
fueron determinantes en mi vida, pero ¿por qué
un hogar? ¿por qué no vivir con familiares
cercanos? (que los tengo).
Con casi todos mis familiares tuve una
experiencia de casa en casa, pero al crecer
parecía que no había para mi ningún otro lugar
que no fuera un hogar, suena a queja de mi
parte, pero en realidad le estoy agradecido al
destino por la experiencia vivida en esos
tiempos.
Existen muchas formas de vida y todas
son válidas si las rige el respeto, la educación y
el cariño. La de un hogar es un tipo de vida que
no se puede explicar, no es peor o mejor que
otras, pero sí muy diferente.
Pero para entender un poco porqué el
hecho de vivir en una casa, un hogar, colegio de
monjas, familia sustituta, o lo que sea, depende
de uno y no del lugar hay que entender la
diferencia entre vivir y estar vivo o la
tranquilidad y la paz. ¿Por qué? porque si uno
prefiere vivir a sólo estar vivo, y la paz a la

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tranquilidad, no importa el lugar que uno ocupe,
ya estamos listos para aprender y saber
aprovechar las oportunidades que nos da el
destino.
El padre Luis lo explicó, en una de sus
homilías de la siguiente forma: “La tranquilidad
es un colectivo donde la gente va sentada
leyendo, durmiendo, o escuchando música. La
paz es un colectivo de egresados, donde todos
saltan, cantan y nunca se quedan quietos”.
Me gustó esa forma sencilla de explicar
una diferencia que siempre se toma como si no
existiera.
La tranquilidad es estar sentado,
distendido...
La paz es estar en movimiento, en sana
rebeldía, en replanteo constante, en querer
descubrir cada vez más cosas, eso hace a la paz.
Y si uno vive en paz verdadera, no es tan
importante el lugar físico, sino el espacio vital
que uno genere en él, por eso si bien la vida no
se me presentó de una forma tradicional, me dio
muchas chances de conocerle secretos que de
otra forma hubiera sido imposible.
Los porqué, más allá de lo poco que sé,
no los comprendo, pero creo que de eso se trata,
la vida se nos presenta de algún modo sin

57
darnos muchas explicaciones, y yo ante la
imposibilidad de comparar lo que viví con lo
que podría haber vivido elijo lo vivido y lo
agradezco.

58
Cruzando la última puerta

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Para mí los finales no existen. Todo lo
que tiene una apariencia de final o culminación
deja abierta una puerta a la reflexión posterior, a
una segunda parte, que dará comienzo a una
tercera y así sucesivamente.
Algunos dicen que el único final
inevitable es la muerte, hasta hoy no he pasado
por esa situación, así que no puedo opinar.
Aún recuerdo el día en el que el padre
Luis nos avisaba de una reunión al anochecer.
Se pactó el encuentro para las 20:00 hs. en el ex
salón de televisión, convertido ahora en salón
escolar para apoyo.
El ambiente estaba raro. Ese día todos nos
preguntamos cuál sería el tema esa noche.
Solíamos hacer reuniones con el Padre
Luis y los demás directivos para tratar diversos
temas. Pero esta vez el tema parecía adquirir
una importancia mucho más relevante. Al Padre
Luis se lo veía cabizbajo y meditabundo hacía
ya algunos días.
-Che, ¿tenés alguna idea de lo de hoy?

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-No, pero espero que no sea para
decirnos lo que ya sospechamos desde hace
tiempo.
-¿Qué?
-Que los jugos que vienen de Arabia están
podridos.
Nos reímos con ganas, pero estábamos
preocupados.
Llegó la hora, se armó el círculo de sillas
y con el Padre ya con nosotros comenzamos la
reunión en un clima tenso y como se suele decir
en estos casos "El clima se cortaba con tijera".
Comenzó a hablar el Padre Luis:
-Como todos saben el próximo año ya no
voy a estar acá. ¡Vaya a saber Dios dónde!,
pero acá seguro que no.
Nosotros nos mirábamos sin entender
mucho, el tono solemne de su voz nos ponía un
poco nerviosos, ya que era tan afecto a las
bromas. Siguió:
-El Hogar, por órdenes de nuestros
superiores va a estar más abocado al servicio
de chicos pequeños como se hacía en Mercedes,
de donde Ustedes vienen. No tiene sentido que
se críen en el campo para pasar su juventud en
la ciudad.

61
“Tendremos que convivir con nenes de
cinco años”, pensaba yo. Habrá que ver si nos
habituamos.
-Así que -prosiguió Luis- el año que viene
y tomando en cuenta que ya son mayores,
tendrán que dejar el Hogar, para dar paso a los
más jóvenes y continuar su camino.
El silencio que se generó después de la
última palabra del Padre Luis, aún puedo
recordarlo.
-¡Hey, muchachos, el velorio es a la
vuelta! -dijo Luis.
Intentamos esbozar una sonrisa, pero en
realidad no encontrábamos nada gracioso aquél
comentario.
Claro que no era su culpa nuestro estado
de ánimo. O sí, al fin y al cabo él nos había dado
la noticia, pero estoy seguro que a él le causaba
tanto dolor como a nosotros.
Los últimos meses fueron turbulentos.
Cada uno armando planes de partida y fijando
algún destino, ya que la sentencia parecía
inapelable.
La casa comenzó a llenarse de chicos de
menor edad que la nuestra, y no hubo mejor idea
que acomodar a cada uno de ellos con uno de
nosotros para que los guiáramos.
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Nunca me resultó más difícil una tarea.
Me gustaba tener mi lugar privado (supongo que
a todos les gusta). Pero para mí era algo muy
preciado y no podría permitir que me invadieran
sin dar algún tipo de pelea.
Golpeé la puerta del cuarto del Padre Luis
con cierta vehemencia, vi la sombra que se
acercaba y me preparé con todos mis
argumentos y mi bronca para que fueran
notorias.
-Hola, ¿cómo andás?
-Más o menos ¿y usted?
-Esperando que llegue la noche.
Por lo general me causaba gracia esa
respuesta, pero en mi estado, no hice caso a las
buenas costumbres y ni siquiera dibuje un rictus.
-¿Puedo pasar?
-¿Por qué no?- dijo
-Yo le venía a hablar de eso de los chicos
que van a vivir en nuestros cuartos...
-Y yo te estaba esperando -me
interrumpió.
-No entiendo.

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-Sí, sabía, o estaba entre mis opciones
que algunos de ustedes vinieran a intentar
proteger su espacio, y me pareció bien.
Mi cara cambió, mi postura ya no era tan
tensa, y todo el caudal de argumentos que traía
ya no me servían, una vez más el Padre Luis
había logrado ganar mi atención.
Sólo alcancé a balbucear.
-Sí, pero...yo...eh...
-Esos chicos están muy solos -me
interrumpió nuevamente. Y aunque es
comprensible que quieras resguardar tu
privacidad, pensá en el bien que le podés hacer a
alguien tan sólo con aceptarlo.
-Sí -dije por obligación. Al parecer se dio
cuenta de que no terminaba de entender su idea
y me dijo:
-Andá a hablar con algunos de los chicos
nuevos y ofrecele vos tu cuarto al que
consideres que podría ser quien mejor se
llevaría con vos.
-Me parece buena idea.
Al salir me di cuenta de lo que había
pasado, Luis había usado toda mi energía
negativa para convertirla en una buena acción
de una forma tan exquisita que me dejó

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asombrado y confundido a la vez. Pero después
al reflexionar tranquilamente caí en la cuenta de
lo maravilloso de aquello.
Por supuesto que al ir a hablarle a aquel
niño para ofrecerle mi cuarto, lo hice de la
manera más amable y sincera posible. No quería
fallarle al Padre Luis.
***************************************
Esos últimos días me sentí muy bien de
poder ayudar a alguien, también me reconfortó
el hecho de saber que le dejaba a alguien más el
espacio que tantas cosas me había dado. Ahora
había otra historia que iba ocupar este lugar, y
yo y mi historia nos íbamos a otra parte, sin
resentimientos, y con la sensación de haber
cerrado una parte de mi destino.
Y como todo llega en la vida el día de
partir llegó. Fue una despedida doble, una con
las personas, la otra con una parte de mi
historia, aquella que por tantos años me había
llevado de casa en casa. Llegaba el momento de
cruzar la última puerta e intentar formar un
hogar propio, y aunque aún lo sigo intentando
creo ir por el camino correcto.

Fin
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Quien es quien

Javier = Yo
Walter = Quique
El flaco = Méndez (creo)
Mateo = Matías
Gustavo(Tango) = Mendieta
Oscar = Ramón (El tambero)
Elena = Emma ( Mamá)
Ramón = Sergio Ugalde (Quiqui)
Julián = Mauricio
Julio = Sergio Regner
Luis = J.C.Esparza
Marcelo = Mariano
Ernesto = Carlos (Psicólogo)

Este libro se terminó de imprimir cuando se


acabó la tinta.

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Indice

I. Llegando ................................................. 11
II. Elena .......................................................
III. El lugar y yo ............................................
IV. Listo para partir (otra vez) ......................
V. Gerly.........................................................
VI. ¡Llegó Ernesto!.........................................
VII. Los por qué ..............................................
VIII. Cruzando la última puerta .......................
IX. Quién es quien..........................................

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