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EN LA META-TÉCNICA
Alfredo Vallota
La percepción sensorial (oler, ver, tocar, oír y gustar) es considerada nuestra vía de
acceso al mundo exterior. Si bien todos reconocemos que es plausible que ocurran errores
en tales percepciones, también admitimos que se les puede corregir o compensar de forma
que muchos pueden mantenerla como la condición para un contacto con la alteridad o como
la fuente de todo conocimiento de ella. De manera que la percepción sensorial es lo que nos
pone en contacto con el mundo exterior, y es a través de los sensorios naturales que nos
conectamos con las cosas y podemos conocerlas. Esta primera aproximación, que podríamos
asociar con la del sentido común, se resume en los siguientes aspectos:
De manera que se abre para la percepción sensorial una serie de preguntas acerca de
su naturaleza, alcance cognoscitivo y utilidad, al menos si la interpretamos aisladamente y
tratamos de relacionarla posteriormente con las otras actividades cognoscitivas. Por ello no
parece que podamos enfocar estos interrogantes sin atender simultáneamente al marco
teórico en que se inscriben las posibles respuestas. Dicho en otras palabras, estimo que en
lugar de una pregunta directa o ingenua como ¿cuál es la naturaleza de la percepción
sensorial? cuya respuesta trataríamos luego de hacer consistente con la interpretación de
otros aspectos del conocimiento, deberíamos asumir un esquema teórico y preguntarnos qué
papel juega la percepción sensorial en él, cómo ha de satisfacerlo, cómo se la explica desde
un tal esquema.
Si adoptarnos una perspectiva como la enunciada, entonces cabe preguntarse qué
idea de la percepción sensorial es compatible con lo que se lee en los Fundamentos de la
meta-técnica de Mayz Vallenilla:
Uno de los rasgos más peculiares de la meta-técnica, en tal sentido, radica en su intento de
crear o producir una modalidad de logos o pensar no-humano –trans-humano, meta-humano–
cuyas formas, leyes y principios, no son idénticos ni similares a los que informan y sostienen el
discurso humano. Para lograr tal finalidad, no sólo se recurre a la variación, modificación o
alteración de la constitución y funcionamiento ingénitos de los sensorios cognoscitivos del
hombre, sino a la sustitución de éstos por instrumentos o aparatos en cuyos mecanismos y
operaciones puedan quedar eliminados (o ser reemplazados por otros) aquellos sensorios...
produciéndose en consecuencia un logos o pensar meta-humano –no antropomórfico,
antropocéntrico ni geocéntrico– cuyos correlatos configuran una alteridad trans-humana y
trans-finita1.
1
E. Mayz V.: Fundamentos de la Meta-técnica, Caracas, Monte Ávila, 1990, pp. 12-13.
2
Ibid., p. 14.
3
Cfr. A. Vallota: Meta-technics, Antropocentrism and Evolution (en prensa).
Para esta consideración revisemos la noción tradicional de percepción signada por el
predominio de lo óptico-lumínico al que se ha hecho referencia, así como su crítica, para
luego considerar a la percepción como un fenómeno informativo.
4
Gilbert Ryle objeta la interpretación de la percepción como un proceso, un fenómeno, una actividad o el tipo
de cosas que puede ser observado, sino que es la exitosa completitud de uno de ellos (Dilemmas, cap. V). Si bien
su intento es principalmente lingüístico, sus argumentos son objetables. Así su afirmación de que nadie “can catch
me in the act of seeing a tree –for seeing a tree is not the sort of thing in which I can be caught” (pág. 102),
encierra una ambigüedad en el uso del término “fenómeno” referido a la percepción. Por un lado, “fenómeno” es
una aparición u ocurrencia y ver un árbol innegablemente lo es en este sentido e incluso puede ser datado. Pero por
otro, en tanto se lo entiende como “algo apareciendo” o “algo siendo observado”, permite dar cuenta de cuando
alguien está mirando un objeto o escuchando un sonido. Claro es que no podemos establecer que el que mira al
objeto lo “ve” o el que escucha el sonido “lo oye”. Pero esto se debe a que la percepción presupone experiencias
privadas del percipiente, no de que no se trata de procesos o actividades por lo que no pueden ser el estado final
de ninguno de ellos y por tanto no pueden ser observados. En cuanto a la observación de que ni yo mismo puedo
capturarme en tal situación involucra la crítica de Ryle a la introspección (The Concept of Mind, pp. 163 y ss.). En
este sentido el principal argumento de Ryle es que no podemos prestar atención a dos cosas al mismo tiempo,
como ver un cuadro y pensar acerca de que estamos viendo el cuadro. Bastaría preguntar en este caso cómo es
que Ryle descubre esto, si no es por una atenta introspección. De hecho aunque pueda hacerse distinto hincapié en
que se trata de una intro o una retrospección, en términos generales es innegable que tenemos un acceso
privilegiado a nuestros pensamientos y experiencias. Desde otro punto de vista, H. Frank sostiene (“Información y
Pedagogía”, en El concepto de información en la ciencia contemporánea, Coloquios de Royaumont, Ed. Siglo XXI,
1966, p. 183) la posibilidad de alrededor de 30 objetos co-presentes en la conciencia, que no es un número
pequeño.
de ninguna manera se puede dar cuenta sobre qué es “percibír” la silla. Es innegable que
una cierta actividad neuronal acompaña el “ver” algo, pero el verlo es algo más, o distinto,
que la mera actividad.
La respuesta que la filosofía moderna dio a esta cuestión, y que aún sigue vigente en
muchos autores de este siglo, es la que podemos denominar como la del objeto interior.
Percibir se concibe como un “ver” mentalmente un objeto interior que, de alguna manera, es
la imagen o el resultado de lo que causa la percepción sensorial. Algo exterior nos afecta y
se origina una cadena causal cuyo efecto final es una “imagen mental” que nuestra
conciencia “ve”. Lo visto en este ver recibió diferentes nombres, tales como idea, impresión,
representación o imagen, pero es fácil entender la pertinencia del escepticismo cartesiano, y
a partir de él de toda la modernidad, en tanto que no es posible garantizar que tal objeto
interior sea similar a nada exterior, y lo que es más aún, que eso exterior sea la causa de tal
imagen, entre otras cosas debido al status que habría que asignarle a las alucinaciones,
ilusiones y sueños. Lo que sí cabe señalar es la impronta que lo visual tiene en esta
concepción, pues es más difícil pensarla si nos apoyarnos en otros sentidos, como el tacto o
el olfato.
A pesar del cambio de nomenclatura (contemporáneamente se habla de sense data,
noción que ha recibido algún apoyo de la ciencia), el esquema para entender la percepción
se ha mantenido invariable. Es un “ver” interior, sean que los sense-data actúen como
intermediarios entre las cosas y el percipiente, constituyentes de las cosas o entidades
independientes. Un aval de que lo percibido es un objeto interior, que en última instancia es
de naturaleza privada, lo da la ciencia. Si se acepta que la velocidad de la luz es finita,
entonces el cielo estrellado que “vemos”, aún apoyando un realismo epistemológico fuerte,
no se corresponde con nada real exterior, debido a que durante el tiempo en que tardaron
los rayos luminosos en alcanzarnos, son enormes los cambios que pueden haberse
producido en las fuentes que los originaron. Luego, lo que percibimos sólo tiene una realidad
“interior” que cobra existencia en el momento de ser “visto”, y el ámbito de su existencia es
esencialmente mental.
Otros ejemplos de distinto origen se orientan en la misma dirección, que no es otra
que la de avalar la existencia de este “objeto interior” como aquello que es percibido en la
percepción. Tales son los casos que se refieren a la relatividad de la percepción. En efecto
cuando se intenta establecer cuál es la forma de una moneda, que puede ser un círculo o
una elipse según el ángulo con que la vemos, o el color de un objeto que cambia con el
ángulo de incidencia o el tipo de luz que la afecta, a lo único que podemos referirnos con
certeza es a la forma de la “moneda interior” percibida en la percepción. En este sentido
parece obvio que debemos desechar toda consideración referida a la independencia de tales
objetos vistos, más aún si no olvidamos el famoso argumento del sueño cartesiano, que
señala que podemos percibir objetos sin que tales objetos estén realmente presentes, por lo
que lo percibido sólo puede tener el carácter de un “objeto interior”. De esta forma, aunque
esta poderosa argumentación ha sido suficiente para minar el realismo epistemológico que
avala a la percepción sensorial como una vía de acceso confiable y directo a la alteridad,
algunos autores sostienen una nueva forma de realismo, al considerar la existencia de los
sense-data como independientes de nosotros y los que conforman realmente al objeto, pero
no parecen caber dudas de la privacidad que encierran las percepciones5.
A pesar de ello, la necesidad de objetividad reclamada tanto por la ciencia como por
nuestro sentido común que nos lleva a tener que admitir por lo menos algún grado de
publicidad en lo que percibimos, presenta un difícil dilema a esta manera de entender la
percepción como la visión de un objeto interior. En este sentido, el mejor argumento en
favor de esta objetividad sigue siendo el kantiano, que se apoya en una manera común que
tenemos de compartir el ordenamiento que conduce a la constitución del objeto interior.
Si aceptamos esta forma de entender la percepción sensorial, la propuesta de Mayz
se enfrenta a una fuerte oposición. En efecto, si toda percepción consiste en la construcción
y la aprehensión de ese objeto interior, de una manera que es común a todos los hombres,
a partir de nuestros sensorios naturales, cualquiera que fueran las modificaciones de nuestro
aparato sensorial, el efecto final del acto perceptivo será siempre, en última instancia, ver la
imagen interior que será lo percibido en la percepción sensorial. La relación así planteada se
define en términos de acto/objeto, en el que el acto es ver y el objeto esa imagen interior,
cuyo carácter interpersonal será el centro de toda discusión acerca del valor de conocimiento
de todas las creencias que podamos desarrollar al respecto.
Sin embargo, esta concepción de la percepción sensorial como la visión de un objeto
interior no está exenta de dificultades. Entre ellas cabe señalar la que, a mi juicio, es la más
importante, por no decir insalvable: ¿Qué debemos entender por “ver una imagen mental”?
¿Es la mente una especie de pantalla cinematográfica en la que se proyecta lo transmitido
por el sistema nervioso que conforma la imagen? Si así fuera, ¿qué o quién la ve? O,
escapando a la indudable predominancia de lo visual que esta concepción encierra, ¿cuáles
son las características de ese objeto interior y de qué manera la conciencia podría acceder a
él? Este esquema parece que no hace sino reproducir en la mente lo que la hipótesis del
“objeto interior” intenta resolver para la percepción del objeto exterior, tal como lo expone
5
H.H. Price en su Perception, Cap. V, expone lo que considera las características destacadas de los sense
data, a las que no puede sino calificar de paradójicas. Así concluye que son existentes particulares que no son
sustancias, que no son estados de nada material aunque pertenecen a lo material, que no son fases de la psiquis
del percipiente aunque dependen de ella, que son acontecimientos pero que a nada les suceden (happen to
nothing) ni suceden en el vacío.
Ryle. Claro que aunque la fuerza de la argumentación de Ryle se ve atenuada por su acento
en el aspecto lingüístico y orientado a una crítica de la Teoría de los Sense-Data de H.H.
Price, sin duda que es válida más allá de la circunscripción de sus intereses cuando la
propuso6.
Claro que los que sostienen que la percepción se refiere a sense data podrían objetar
que su propuesta difiere de la que identifica la percepción como una imagen. Si así fuera,
podría resolverse este problema, pero se abriría uno más serio, como es el del papel que
entonces jugarían los sense data y el de su utilidad. ¿Cuál sería su función y cómo
explicarían la percepción?
De modo que si se entiende la percepción como un mecanismo causal7 por el que
accedemos al mundo exterior, obviando las dificultades en torno a la causa exterior, hemos
detallado un serio problema en lo que se refiere al efecto final si entendemos por tal a un
objeto interior, cuya imagen sería vista por algo así como un ojo de la mente. Se hace
necesario una nueva manera de entender la percepción sensorial y establecer si la propuesta
que hace Mayz puede dar lugar a la misma.
Si atendemos a algunos elementos que parecen estar más allá de toda discusión,
como son que la percepción sensorial nos vincula con la alteridad (de la manera que sea y
con el grado de confianza que se le quiera dar), y con todo lo que quiera discutirse su valor
epistemológico, no cabe duda que la función mínima que podemos adjudicarle, si no es la
única o la esencial, es que por su intermedio recibimos algún tipo de información de lo otro
de nosotros mismos. A partir de esa información elaboramos nuestro conocimiento de lo que
llamamos mundo y sentamos nuestras creencias respecto de él, aunque no podamos
asignarle a tal conocimiento y a tales creencias el valor de un fiel reflejo de la realidad. Es
decir, conformamos y organizamos lo que nos llega de la alteridad en un modelo o pintura, a
lo que llamamos mundo exterior o naturaleza, pero cuyo valor de verdad, entendida como
adecuación, puede discutirse. Precisamente, lo que nos interesa destacar es el hecho de que
la percepción sensorial es esencialmente recibir ese material y adquirir una información que
no se identifica con, ni se reduce a, conformar una imagen para ser vista por un supuesto
ojo mental, sino a construir un modelo interpretativo de la alteridad.
6
Cfr. G. Ryle: The Concept of Mind, VII. 3, Hutchinson & Co. LTD, Londres, 1949.
7
En el planteo del problema hemos introducido como central la noción de causalidad entre algo exterior a
nosotros y la percepción de ese algo. No dejamos de atender al hecho de que la noción misma de causalidad desde
Hume está en entredicho. Sin embargo, es bueno destacar que muchas de las objeciones no dejan de tener un
fundamento óptico-lumínico que las vicia. Si tomamos el ejemplo clásico utilizado para objetar a la causalidad como
es el de las bolas de billar, es fácil apreciar que, efectivamente, si vemos una bola que avanza y se aproxima a otra,
la toca, queda detenida y la segunda empieza a moverse, en ninguna parte vemos ese poder o fuerza que en la
primera es capaz de producir el movimiento de la segunda. De ello se infiere que no existe tal fuerza, pero esta
limitación deriva de la importancia que otorgamos a lo visual. En este caso paradigmático, sin embargo, lo visual
puede superarse fácilmente si ponemos el dedo entre las dos bolas. No cabe duda que entonces podremos apreciar
que la primera bola acarrea o importa un poder, una fuerza que apreciamos en el dolor cuando choca con nuestro
dedo. La fuerza o el poder no es apreciado visualmente sino táctilmente.
Para simplificar el tema no vamos a considerar aquí los casos en que haya fallas en el
sistema perceptivo que distorsionen la información, afectando su supuesto valor y fidelidad
con el mundo exterior. Nos situamos en el intento de concebir la percepción como la
adquisición de una información vía receptores a partir de la cual se elaboran nuestras
creencias que permiten inteligibilizar la alteridad.
Entender la percepción como información para inteligibilizar la alteridad o elaborar
nuestras creencias presenta algunas ventajas destacables. En primer lugar, no cabe el
problema de entender la percepción de algo exterior como un simple desplazamiento a la
problemática percepción de algo interior ya que no hay tal cosa en la elaboración de una
creencia o en la inteligibilización de una información. En segundo lugar, la propuesta parece
ayudar a resolver el problema de la contribución del percipiente a la percepción. Si la
percepción no consiste en “ver” un objeto interior sino en un paso en la elaboración de un
orden, sin duda que a él pueden contribuir creencias e informaciones que se poseen
previamente, así como intenciones, deseos y otros estados psicológicos, de manera que a la
percepción de algo contribuye tanto la información que ella misma aporta como la que
integra el propio receptor. En la sección siguiente desarrollaremos esta noción de percepción
como información.
Una segunda vertiente meta-técnica se halla representada por instrumentos o aparatos que −al
introducir cambios o modificaciones en la disposición, grado y códigos de las propias estructuras
somáticas y psíquicas del hombre (o de otros seres)− alteran el congénito o connatural
funcionamiento de ellas... creando o propiciando variaciones o innovaciones tanto en su
comportamiento como en el despliegue y distribución de sus energías.
Los instrumentos meta-técnicos, en tal sentido, construyen una nueva alteridad... cuya propia
estructura óntico-ontológica impone concomitantes variaciones tanto en su eventual
objetivación e inteligibilización epistemológicas como en el campo de su construida y rediseñada
teleonomía9.
8
Cfr. E. Mayz: op. cit. “Pero la construcción de semejante supra-naturaleza meta-técnica no significa la
desvalorización o negación de la naturaleza ingénita ni de su primaria inteligibilización y ordenación −como si ellas
encarnasen sólo algo defectuoso o privado de posibilidades− sino, al contrario, un recurso que permite superar los
límites de la exclusiva interpretación óptico-lumínica de sus correspondientes realidades y fenómenos”.
9
E. Mayz: op. cit., p. 23.
10
Para un desarrollo más amplio de esta noción, Cfr. A.D. Vallota, Meta-technics, Antropocentrism and
Evolution (en prensa), y para una tesis opuesta Cfr. Garber: “Notas en torno al logos metatécnico en Fundamentos
de la Meta-técnica de Ernesto Mayz Vallenilla”, en este número.
canales sufren la misma alteración, entonces el espaciar y el temporalizar, a la par que toda
la actividad inteligibilizadora y ordenadora de los signos que permiten elaborar un mensaje,
también se modifican11.
De esta manera, a partir de un mismo material que la alteridad nos envía, a partir de
ese caos originario, es posible construir infinidad de mensajes diferentes según el canal, el
receptor y la clave interpretativa, todos ellos dependientes de los instrumentos que el
hombre construye. La alteridad deja así de ser una Naturaleza respecto de la cual podemos
aspirar a conformar una imagen única, al menos para todos los hombres, sino que deviene
una Supra-Naturaleza, fuente del ruido caótico que toma infinidad de formas a partir de la
infinidad de mensajes perceptivos que podemos destacar de ese fondo, cada uno de ellos
dependientes de instrumentos técnicos:
Ahora bien, aunque todavía en nuestro tiempo sea posible acusar la persistencia y preeminencia
de semejantes rasgos (antropomórficos, antropocéntricos y geocéntricos) comienza no obstante
a advertirse un cambio radical no sólo en el repertorio de categorías que posibilitan la función
proyectante de la ratio technica, sino incluso en la propia índole y límites del logos que, como
auténtico fundamento y expresión de aquella, cumple la función de inteligibilizar y ordenar la
alteridad en cuanto tal12.
11
Cfr. E. Mayz: op. cit., p. 67: “En semejante horizonte o dimensión pueden y deben incluirse las múltiples y
variadas formas de inteligibilizar el tiempo y sus fenómenos que recojan −a través de los correspondientes
instrumentos meta-técnicos que las reproduzcan, modifiquen o potencien− no sólo aquellas que despliegan otros
seres vivos no-humanos (sea cual fuere su grado de complejidad), sino también las que no respondan al primado
de lo óptico-lumínico en el propio hombre, como asimismo las que sean producto de artefactos que no se reduzcan
a copiar o imitar la organización y funcionamiento de los sensorios humanos en su limitada jurisdicción
geocéntrica”.
12
E. Mayz: op. cit., p. 100.
13
E. Mayz: op. cit., p. 100.
Claro que esto llevaría a plantearnos el problema de cómo alcanzar la definición de
un objeto si sólo contamos con percepciones subjetivas, que resultan de infinidad de datos
que se reciben a través de los sensorios naturales y artificiales, interpretadas por claves
individuales. Parecería imposible alcanzar una única definición para ningún objeto. Pero en
tanto podamos establecer patrones de datos afines relacionados, podemos referirnos a los
casos particulares a partir de estos patrones generales, de manera que entre nuestras
percepciones y las palabras con que nos referimos a los objetos materiales sólo es necesario
que haya una equivalencia genérica, siempre abierta a nuevas percepciones derivadas tanto
de los casos particulares como de nuevas alternativas de percepción. Si extendemos esto a
nuevos sensorios, que requieren nuevas categorías interpretativas, entonces es clara la
necesidad de generar un nuevo lenguaje que permita expresarlo.