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CONSIDERACIONES ACERCA DE LA PERCEPCIÓN SENSORIAL

EN LA META-TÉCNICA

Alfredo Vallota

La percepción sensorial (oler, ver, tocar, oír y gustar) es considerada nuestra vía de
acceso al mundo exterior. Si bien todos reconocemos que es plausible que ocurran errores
en tales percepciones, también admitimos que se les puede corregir o compensar de forma
que muchos pueden mantenerla como la condición para un contacto con la alteridad o como
la fuente de todo conocimiento de ella. De manera que la percepción sensorial es lo que nos
pone en contacto con el mundo exterior, y es a través de los sensorios naturales que nos
conectamos con las cosas y podemos conocerlas. Esta primera aproximación, que podríamos
asociar con la del sentido común, se resume en los siguientes aspectos:

• La percepción sensorial es una relación entre un percipiente y otras entidades


públicas (o interpersonales) que pueden ser percibidas por otros percipientes.
• Esta relación, que se establece a través de los sensorios naturales, es directa. A
pesar de que caben variaciones personales, estas pueden explicarse sin afectar
el carácter directo o inmediato de la relación.
• Sólo la percepción permite conocer las características y la naturaleza de otras
entidades, a pesar de las dificultades que se encuentren en el proceso.

Esta manera de entender la percepción, ha sido objetada y rechazada por muchos


filósofos para quienes la percepción sensorial no puede considerarse una fuente confiable de
conocimiento, y ni siquiera el origen de conocimientos ciertos. En términos generales, las
objeciones abarcan los tres aspectos vistos anteriormente:

1. Existen, además de los numerosos errores y diferencias perceptuales, las


alucinaciones, las ilusiones, los delirios y los sueños, que ponen en tela de juicio
que la percepción sea una relación entre un percipiente y otras entidades
públicas. En algunos casos, como los que señalamos, ni siquiera hay tales
entidades, o tienen propiedades que para otros no son tales. Nada hay en una
percepción que pueda mostrarnos que se origina genuinamente en un objeto
exterior.
2. La relatividad de la percepción, que cambia con el estado del percipiente, con su
fisiología así como con la naturaleza del medio, nos conduce a objetar que la
percepción sea una relación directa con la alteridad. El color o el sonido o el
gusto, más que propiedades de un objeto público, parecen experiencias privadas,
reacciones personales frente a lo externo, pero no una relación directa con él.
3. Frente a la pretensión de que la percepción, de una manera u otra, nos permite
conocer la alteridad, la ciencia ha venido a reforzar la objeción de Descartes
cuando se pregunta acerca de cuál es el sol real, si el que vemos del tamaño de
una moneda o el que inteligibilizamos como un cuerpo millones de veces más
grande que la Tierra. Desde Galileo el uso de instrumentos es admitido como un
medio para agudizar nuestra percepción, y sin embargo tal uso introduce
problemas. Por ejemplo, si observamos al microscopio ese líquido que llamamos
leche, que a simple vista percibimos uniforme y blanco, lo vemos como una
suspensión heterogénea de microgotas incoloras. Luego, parece que nuestra
aproximación inicial es una apreciación subjetiva a las características reales de la
leche, que serían las que revela el aparato. Más aún, ni siquiera cabe esperar que
las imágenes que nos da el microscopio sean las definitivas, pues un nuevo
instrumento puede darnos unas mejores u otras diferentes. De hecho, hoy se
admite que los constituyentes últimos de la materia son átomos, moléculas,
protones, electrones, quarks, etc., a los que no les podemos atribuir las
características de solidez, olor o gusto con que se la percibe sensorialmente, por
lo que los sentidos no parecen ser el mejor camino a la realidad, al menos tal
como lo concibe la ciencia hoy.

De manera que se abre para la percepción sensorial una serie de preguntas acerca de
su naturaleza, alcance cognoscitivo y utilidad, al menos si la interpretamos aisladamente y
tratamos de relacionarla posteriormente con las otras actividades cognoscitivas. Por ello no
parece que podamos enfocar estos interrogantes sin atender simultáneamente al marco
teórico en que se inscriben las posibles respuestas. Dicho en otras palabras, estimo que en
lugar de una pregunta directa o ingenua como ¿cuál es la naturaleza de la percepción
sensorial? cuya respuesta trataríamos luego de hacer consistente con la interpretación de
otros aspectos del conocimiento, deberíamos asumir un esquema teórico y preguntarnos qué
papel juega la percepción sensorial en él, cómo ha de satisfacerlo, cómo se la explica desde
un tal esquema.
Si adoptarnos una perspectiva como la enunciada, entonces cabe preguntarse qué
idea de la percepción sensorial es compatible con lo que se lee en los Fundamentos de la
meta-técnica de Mayz Vallenilla:

Uno de los rasgos más peculiares de la meta-técnica, en tal sentido, radica en su intento de
crear o producir una modalidad de logos o pensar no-humano –trans-humano, meta-humano–
cuyas formas, leyes y principios, no son idénticos ni similares a los que informan y sostienen el
discurso humano. Para lograr tal finalidad, no sólo se recurre a la variación, modificación o
alteración de la constitución y funcionamiento ingénitos de los sensorios cognoscitivos del
hombre, sino a la sustitución de éstos por instrumentos o aparatos en cuyos mecanismos y
operaciones puedan quedar eliminados (o ser reemplazados por otros) aquellos sensorios...
produciéndose en consecuencia un logos o pensar meta-humano –no antropomórfico,
antropocéntrico ni geocéntrico– cuyos correlatos configuran una alteridad trans-humana y
trans-finita1.

A juicio del autor, el presente desarrollo de la técnica permite una “modificación,


variación o alteración” de nuestras capacidades sensoriales que daría lugar a un logos o
pensar meta-humano o trans-humano, debiendo entenderse por tal a uno distinto del
humano congénito, y no algo divino, sub-humano o extra-humano. La razón de ello es que
todo nuestro repertorio de categorías y principios con que inteligibilizamos al mundo y a
nosotros mismos tienen un claro fundamento óptico-lumínico, derivado de nuestra innata
dependencia de la visión como el sensorio primordial de nuestra relación con el mundo. Al
modificarse esta dependencia por obra y gracia del avance técnico, se hace necesario un
“cambio radical en su basamento dóxico de sustentación”2.
En vista de esta propuesta y sin entrar a discutir aquí sus alcances y validez3, en este
trabajo quisiera considerar de qué manera podría interpretarse la función de los sentidos,
tanto de los órganos sensoriales naturales como la de aquellos instrumentos que los
complementen, modifiquen o sustituyan, para que lo que entendamos por percepción
sensorial pueda cumplir la función señalada por Mayz. En otras palabras, ver de qué manera
ha de pensarse la percepción sensorial para que la propuesta de Mayz sea factible. Mi
intención es tratar de entender a la percepción sensorial mediante un modelo que funcione
como una “hipótesis” compatible con la propuesta meta-técnica, es decir, como una
explicación de los hechos que permita fundamentar la generación de este nuevo logos, y que
pueda ser comparada y probada con otras teorías alternativas. En términos generales la
propuesta que podría considerarse como la mejor hipótesis es entender a la percepción
sensorial como una de las contribuciones a la elaboración de una representación, un mapa,
un modelo inteligibilizador y ordenador de la alteridad, lo que se logra entendiéndola como
un intercambio de información entre la alteridad y el percipiente. La bondad de entender a la
percepción como un intercambio de información sólo puede derivarse de la posibilidad que
pueda brindar para explicar los hechos dados de manera sistemática y comprensiva, así
como para predecir exitosamente nuevas experiencias.

1
E. Mayz V.: Fundamentos de la Meta-técnica, Caracas, Monte Ávila, 1990, pp. 12-13.
2
Ibid., p. 14.
3
Cfr. A. Vallota: Meta-technics, Antropocentrism and Evolution (en prensa).
Para esta consideración revisemos la noción tradicional de percepción signada por el
predominio de lo óptico-lumínico al que se ha hecho referencia, así como su crítica, para
luego considerar a la percepción como un fenómeno informativo.

La percepción como objeto interior

Si la percepción sensorial puede entenderse como la vía de acceso a la alteridad,


entonces se puede establecer una cadena causal que, partiendo de algo exterior, tenga
como efecto final “algo percibido”. Sin embargo, en esta descripción los extremos de la
relación quedan abiertos, o su determinación es oscura y confusa. Por un lado, desde
Descartes, la verdadera naturaleza del agente que nos afecta está en entredicho, y se
mantiene vigente, de una manera u otra, el dictum kantiano “la cosa en sí es incognoscible”.
En lo que respecta al carácter de eso exterior, no es un aspecto que será considerado por el
momento.
Por otro lado el proceso por el que tal cadena transcurre puede ser cubierto por el
trabajo científico, en especial el neurofisiológico, que determina, o podría determinar, todas
las etapas que transcurren entre la afección del sensorio y los cambios que se producen en
el sistema nervioso4.
Finalmente, el efecto final, aquello que constituye la percepción misma (lo que
percibimos), también constituye un interrogante. En este trabajo atenderemos
principalmente a este último aspecto, al que, por otra parte, tampoco la ciencia ha dado
respuesta. Sin duda que se puede señalar cuál es la zona del cerebro que está afectada
cuando “vemos” una silla, o qué alteraciones fisiológicas se producen en qué neuronas, pero

4
Gilbert Ryle objeta la interpretación de la percepción como un proceso, un fenómeno, una actividad o el tipo
de cosas que puede ser observado, sino que es la exitosa completitud de uno de ellos (Dilemmas, cap. V). Si bien
su intento es principalmente lingüístico, sus argumentos son objetables. Así su afirmación de que nadie “can catch
me in the act of seeing a tree –for seeing a tree is not the sort of thing in which I can be caught” (pág. 102),
encierra una ambigüedad en el uso del término “fenómeno” referido a la percepción. Por un lado, “fenómeno” es
una aparición u ocurrencia y ver un árbol innegablemente lo es en este sentido e incluso puede ser datado. Pero por
otro, en tanto se lo entiende como “algo apareciendo” o “algo siendo observado”, permite dar cuenta de cuando
alguien está mirando un objeto o escuchando un sonido. Claro es que no podemos establecer que el que mira al
objeto lo “ve” o el que escucha el sonido “lo oye”. Pero esto se debe a que la percepción presupone experiencias
privadas del percipiente, no de que no se trata de procesos o actividades por lo que no pueden ser el estado final
de ninguno de ellos y por tanto no pueden ser observados. En cuanto a la observación de que ni yo mismo puedo
capturarme en tal situación involucra la crítica de Ryle a la introspección (The Concept of Mind, pp. 163 y ss.). En
este sentido el principal argumento de Ryle es que no podemos prestar atención a dos cosas al mismo tiempo,
como ver un cuadro y pensar acerca de que estamos viendo el cuadro. Bastaría preguntar en este caso cómo es
que Ryle descubre esto, si no es por una atenta introspección. De hecho aunque pueda hacerse distinto hincapié en
que se trata de una intro o una retrospección, en términos generales es innegable que tenemos un acceso
privilegiado a nuestros pensamientos y experiencias. Desde otro punto de vista, H. Frank sostiene (“Información y
Pedagogía”, en El concepto de información en la ciencia contemporánea, Coloquios de Royaumont, Ed. Siglo XXI,
1966, p. 183) la posibilidad de alrededor de 30 objetos co-presentes en la conciencia, que no es un número
pequeño.
de ninguna manera se puede dar cuenta sobre qué es “percibír” la silla. Es innegable que
una cierta actividad neuronal acompaña el “ver” algo, pero el verlo es algo más, o distinto,
que la mera actividad.
La respuesta que la filosofía moderna dio a esta cuestión, y que aún sigue vigente en
muchos autores de este siglo, es la que podemos denominar como la del objeto interior.
Percibir se concibe como un “ver” mentalmente un objeto interior que, de alguna manera, es
la imagen o el resultado de lo que causa la percepción sensorial. Algo exterior nos afecta y
se origina una cadena causal cuyo efecto final es una “imagen mental” que nuestra
conciencia “ve”. Lo visto en este ver recibió diferentes nombres, tales como idea, impresión,
representación o imagen, pero es fácil entender la pertinencia del escepticismo cartesiano, y
a partir de él de toda la modernidad, en tanto que no es posible garantizar que tal objeto
interior sea similar a nada exterior, y lo que es más aún, que eso exterior sea la causa de tal
imagen, entre otras cosas debido al status que habría que asignarle a las alucinaciones,
ilusiones y sueños. Lo que sí cabe señalar es la impronta que lo visual tiene en esta
concepción, pues es más difícil pensarla si nos apoyarnos en otros sentidos, como el tacto o
el olfato.
A pesar del cambio de nomenclatura (contemporáneamente se habla de sense data,
noción que ha recibido algún apoyo de la ciencia), el esquema para entender la percepción
se ha mantenido invariable. Es un “ver” interior, sean que los sense-data actúen como
intermediarios entre las cosas y el percipiente, constituyentes de las cosas o entidades
independientes. Un aval de que lo percibido es un objeto interior, que en última instancia es
de naturaleza privada, lo da la ciencia. Si se acepta que la velocidad de la luz es finita,
entonces el cielo estrellado que “vemos”, aún apoyando un realismo epistemológico fuerte,
no se corresponde con nada real exterior, debido a que durante el tiempo en que tardaron
los rayos luminosos en alcanzarnos, son enormes los cambios que pueden haberse
producido en las fuentes que los originaron. Luego, lo que percibimos sólo tiene una realidad
“interior” que cobra existencia en el momento de ser “visto”, y el ámbito de su existencia es
esencialmente mental.
Otros ejemplos de distinto origen se orientan en la misma dirección, que no es otra
que la de avalar la existencia de este “objeto interior” como aquello que es percibido en la
percepción. Tales son los casos que se refieren a la relatividad de la percepción. En efecto
cuando se intenta establecer cuál es la forma de una moneda, que puede ser un círculo o
una elipse según el ángulo con que la vemos, o el color de un objeto que cambia con el
ángulo de incidencia o el tipo de luz que la afecta, a lo único que podemos referirnos con
certeza es a la forma de la “moneda interior” percibida en la percepción. En este sentido
parece obvio que debemos desechar toda consideración referida a la independencia de tales
objetos vistos, más aún si no olvidamos el famoso argumento del sueño cartesiano, que
señala que podemos percibir objetos sin que tales objetos estén realmente presentes, por lo
que lo percibido sólo puede tener el carácter de un “objeto interior”. De esta forma, aunque
esta poderosa argumentación ha sido suficiente para minar el realismo epistemológico que
avala a la percepción sensorial como una vía de acceso confiable y directo a la alteridad,
algunos autores sostienen una nueva forma de realismo, al considerar la existencia de los
sense-data como independientes de nosotros y los que conforman realmente al objeto, pero
no parecen caber dudas de la privacidad que encierran las percepciones5.
A pesar de ello, la necesidad de objetividad reclamada tanto por la ciencia como por
nuestro sentido común que nos lleva a tener que admitir por lo menos algún grado de
publicidad en lo que percibimos, presenta un difícil dilema a esta manera de entender la
percepción como la visión de un objeto interior. En este sentido, el mejor argumento en
favor de esta objetividad sigue siendo el kantiano, que se apoya en una manera común que
tenemos de compartir el ordenamiento que conduce a la constitución del objeto interior.
Si aceptamos esta forma de entender la percepción sensorial, la propuesta de Mayz
se enfrenta a una fuerte oposición. En efecto, si toda percepción consiste en la construcción
y la aprehensión de ese objeto interior, de una manera que es común a todos los hombres,
a partir de nuestros sensorios naturales, cualquiera que fueran las modificaciones de nuestro
aparato sensorial, el efecto final del acto perceptivo será siempre, en última instancia, ver la
imagen interior que será lo percibido en la percepción sensorial. La relación así planteada se
define en términos de acto/objeto, en el que el acto es ver y el objeto esa imagen interior,
cuyo carácter interpersonal será el centro de toda discusión acerca del valor de conocimiento
de todas las creencias que podamos desarrollar al respecto.
Sin embargo, esta concepción de la percepción sensorial como la visión de un objeto
interior no está exenta de dificultades. Entre ellas cabe señalar la que, a mi juicio, es la más
importante, por no decir insalvable: ¿Qué debemos entender por “ver una imagen mental”?
¿Es la mente una especie de pantalla cinematográfica en la que se proyecta lo transmitido
por el sistema nervioso que conforma la imagen? Si así fuera, ¿qué o quién la ve? O,
escapando a la indudable predominancia de lo visual que esta concepción encierra, ¿cuáles
son las características de ese objeto interior y de qué manera la conciencia podría acceder a
él? Este esquema parece que no hace sino reproducir en la mente lo que la hipótesis del
“objeto interior” intenta resolver para la percepción del objeto exterior, tal como lo expone

5
H.H. Price en su Perception, Cap. V, expone lo que considera las características destacadas de los sense
data, a las que no puede sino calificar de paradójicas. Así concluye que son existentes particulares que no son
sustancias, que no son estados de nada material aunque pertenecen a lo material, que no son fases de la psiquis
del percipiente aunque dependen de ella, que son acontecimientos pero que a nada les suceden (happen to
nothing) ni suceden en el vacío.
Ryle. Claro que aunque la fuerza de la argumentación de Ryle se ve atenuada por su acento
en el aspecto lingüístico y orientado a una crítica de la Teoría de los Sense-Data de H.H.
Price, sin duda que es válida más allá de la circunscripción de sus intereses cuando la
propuso6.
Claro que los que sostienen que la percepción se refiere a sense data podrían objetar
que su propuesta difiere de la que identifica la percepción como una imagen. Si así fuera,
podría resolverse este problema, pero se abriría uno más serio, como es el del papel que
entonces jugarían los sense data y el de su utilidad. ¿Cuál sería su función y cómo
explicarían la percepción?
De modo que si se entiende la percepción como un mecanismo causal7 por el que
accedemos al mundo exterior, obviando las dificultades en torno a la causa exterior, hemos
detallado un serio problema en lo que se refiere al efecto final si entendemos por tal a un
objeto interior, cuya imagen sería vista por algo así como un ojo de la mente. Se hace
necesario una nueva manera de entender la percepción sensorial y establecer si la propuesta
que hace Mayz puede dar lugar a la misma.
Si atendemos a algunos elementos que parecen estar más allá de toda discusión,
como son que la percepción sensorial nos vincula con la alteridad (de la manera que sea y
con el grado de confianza que se le quiera dar), y con todo lo que quiera discutirse su valor
epistemológico, no cabe duda que la función mínima que podemos adjudicarle, si no es la
única o la esencial, es que por su intermedio recibimos algún tipo de información de lo otro
de nosotros mismos. A partir de esa información elaboramos nuestro conocimiento de lo que
llamamos mundo y sentamos nuestras creencias respecto de él, aunque no podamos
asignarle a tal conocimiento y a tales creencias el valor de un fiel reflejo de la realidad. Es
decir, conformamos y organizamos lo que nos llega de la alteridad en un modelo o pintura, a
lo que llamamos mundo exterior o naturaleza, pero cuyo valor de verdad, entendida como
adecuación, puede discutirse. Precisamente, lo que nos interesa destacar es el hecho de que
la percepción sensorial es esencialmente recibir ese material y adquirir una información que
no se identifica con, ni se reduce a, conformar una imagen para ser vista por un supuesto
ojo mental, sino a construir un modelo interpretativo de la alteridad.

6
Cfr. G. Ryle: The Concept of Mind, VII. 3, Hutchinson & Co. LTD, Londres, 1949.
7
En el planteo del problema hemos introducido como central la noción de causalidad entre algo exterior a
nosotros y la percepción de ese algo. No dejamos de atender al hecho de que la noción misma de causalidad desde
Hume está en entredicho. Sin embargo, es bueno destacar que muchas de las objeciones no dejan de tener un
fundamento óptico-lumínico que las vicia. Si tomamos el ejemplo clásico utilizado para objetar a la causalidad como
es el de las bolas de billar, es fácil apreciar que, efectivamente, si vemos una bola que avanza y se aproxima a otra,
la toca, queda detenida y la segunda empieza a moverse, en ninguna parte vemos ese poder o fuerza que en la
primera es capaz de producir el movimiento de la segunda. De ello se infiere que no existe tal fuerza, pero esta
limitación deriva de la importancia que otorgamos a lo visual. En este caso paradigmático, sin embargo, lo visual
puede superarse fácilmente si ponemos el dedo entre las dos bolas. No cabe duda que entonces podremos apreciar
que la primera bola acarrea o importa un poder, una fuerza que apreciamos en el dolor cuando choca con nuestro
dedo. La fuerza o el poder no es apreciado visualmente sino táctilmente.
Para simplificar el tema no vamos a considerar aquí los casos en que haya fallas en el
sistema perceptivo que distorsionen la información, afectando su supuesto valor y fidelidad
con el mundo exterior. Nos situamos en el intento de concebir la percepción como la
adquisición de una información vía receptores a partir de la cual se elaboran nuestras
creencias que permiten inteligibilizar la alteridad.
Entender la percepción como información para inteligibilizar la alteridad o elaborar
nuestras creencias presenta algunas ventajas destacables. En primer lugar, no cabe el
problema de entender la percepción de algo exterior como un simple desplazamiento a la
problemática percepción de algo interior ya que no hay tal cosa en la elaboración de una
creencia o en la inteligibilización de una información. En segundo lugar, la propuesta parece
ayudar a resolver el problema de la contribución del percipiente a la percepción. Si la
percepción no consiste en “ver” un objeto interior sino en un paso en la elaboración de un
orden, sin duda que a él pueden contribuir creencias e informaciones que se poseen
previamente, así como intenciones, deseos y otros estados psicológicos, de manera que a la
percepción de algo contribuye tanto la información que ella misma aporta como la que
integra el propio receptor. En la sección siguiente desarrollaremos esta noción de percepción
como información.

La percepción como información

La teoría de la información nació referida a un problema particular y técnico como fue


el de la transmisión de mensajes telegráficos, y de allí se extendió a otros temas, problemas
e intereses. Entre ellos, el que deseamos desarrollar es la noción informacional de la
percepción, referida al caso particular del hombre situado en su ambiente. Como una
aclaración necesaria antes de proseguir, digamos que entendemos a la “información” como
una noción cualitativa que podría enunciarse como “lo que determina una forma”, es decir,
lo que determina una estructura, un orden, como lo que no es azaroso. Así vista, el azar, el
caos, lo aleatorio, sería el dato primario en el que se “conoce”, “reconoce” o construye un
orden, una forma y así se obtiene información. De manera que informarse es ordenar,
mediante reglas de ensamblaje y eliminación, un modelo o estructura a partir de un
conjunto que primariamente es caótico y aleatorio. Por supuesto que pueden ser variadas
las reglas y distintos los ordenamientos que se pueden alcanzar y no cabe duda que el
“mundo exterior” de una mosca es muy distinto al de una rana o al del hombre.
Recordemos la situación fundamental de la teoría de la información: un emisor “A” se
comunica, mediante un canal físico, con un receptor “B”, es decir, “A” envía mensajes a “B”,
que son modificaciones físicas del medio que pueden registrarse. Aplicado a nuestro caso,
comencemos por la percepción tal como se da ingénitamente. “A” es, en este caso, el medio
ambiente, y “B” es el hombre. El canal físico es cualquier sistema de correspondencia a
través del espacio-tiempo entre el universo espacio-temporal de “A” (x, y, z, t) emisor, y el
universo espacio-temporal de “B” (x', y', z', t') receptor, no teniendo por qué ser ambos
universos los mismos y pudiendo diferir en una o todas las coordenadas. El mensaje se
soporta por el objeto físico de esta correspondencia, que en los casos comunes es la
transferencia de algo (apoyo del mensaje), como podrían ser ondas sonoras,
electromagnéticas, movimiento opresivo, etc. y que en el caso de mensajes inter-humanos
tal soporte puede ser una carta, voces, sonidos, señales, etc.
Claro que no toda transferencia es un mensaje entre “A” y “B”. Si se recibe una carta
escrita en un idioma desconocido o incide una radiación que no se puede procesar, no hay
mensaje. Para que haya mensaje debe haber, además del soporte físico, un repertorio de
signos compartidos entre el emisor y el receptor que permita ordenarlo para que pueda
interpretarse. De manera que “A” envía efectivamente un mensaje a “B” si envía una
secuencia de elementos que pueden ser signos para “B” y que “B” puede ordenar; de otra
forma, no hay mensaje. Dado que en la percepción sensorial es el receptor el que determina
cuáles elementos son signos y cuáles no, el convenio natural es esencialmente humano o
particular para cada uno de los seres vivos que perciben sensorialmente. Podemos decir
entonces que la percepción no consiste solamente en la presencia de algunos de los soportes
físicos del posible mensaje, como sería el caso de quienes sostienen la existencia
independiente de los sense-data o el caso de los sensibilia de B. Russell, sino que la
percepción es tal que se genera en el momento en que el soporte físico del mensaje es
interpretado por las claves del receptor. En este sentido podríamos hablar de “percepciones
posibles” no en tanto que preexisten a nuestra percepción sino que no existen en absoluto
en tanto percepciones pero pueden actualizarse como tales si el receptor tiene las claves
adecuadas para interpretar el soporte. De esta forma podemos referirnos a la naturaleza, o
a las cosas materiales, no como un correlato al cual debemos referir nuestras percepciones
sensoriales para luego adecuar nuestros juicios, sino como al resultado del
“emparejamiento” entre el emisor y el receptor, resultado del ordenamiento de las
relaciones entre los mensajes interpretados por los contenidos emocionales, experiencias,
creencias, categorías, expectativas, etc. que conforman nuestro repertorio de claves. Algo
similar, aunque con resultados que pueden ser totalmente disímiles a los nuestros, ocurre
con otros seres vivos.
Ahora bien, “A” envía innumerables soportes físicos que pueden convertirse en
mensajes y lo hace por infinidad de canales. El hombre naturalmente tiene acceso a un
número limitado de ellos que viene determinado por sus sensorios naturales así como a un
número también limitado de claves de interpretación (fijas o variables), al menos en la
concepción clásica. Por cada uno de esos canales vienen a su vez infinidad de posibles
mensajes, que, para poder ser tales, el receptor debe poder ordenar y distinguir, de forma
tal que un número de elementos del mensaje pueda converger en un signo discreto. Para
ello el receptor cuenta con ciertas claves que le permiten ordenar algunos de esos elementos
y destacarlos del conjunto, dándoles una forma. De manera que esta forma del mensaje no
existe sino en relación con un fondo del que se destaca y del que el perceptor lo extrae. Ese
fondo puede concebirse como un caos primario a partir del cual, mediante claves, el receptor
reconoce, ordena y extrae los elementos que conforman los signos que constituyen el
mensaje.
De esta apreciación se deriva que no es posible un mensaje sin “ruido”, sin ese fondo
caótico de donde emerge el mensaje. A su vez, fácil es ver que con diversas claves
interpretativas se pueden obtener diversos mensajes a partir de un mismo apoyo de
mensaje, como es el caso de los diferentes seres vivos. Este fondo caótico, que incluye lo
que se llama redundancia del mensaje, no se trata de un inobservable como los “ocupantes
físicos”, los no-observables de los que habla Price, los sensibilia de Russell o la famosa
“sustancia” de la tradición filosófica sino de un observable pero que no ha sido estructurado.
Visto así, estimo que nos acercamos mucho a la propuesta que la meta-técnica hace acerca
de un nuevo logos.

Percepción sensorial y meta-técnica

Hemos presentado la percepción sensorial como un mecanismo por el que recibimos


información de la alteridad. Una alteridad “A” que por medio de un canal físico hace llegar a
“B” una materialidad que “B”, mediante claves, ordena y organiza como un mensaje. En las
concepciones clásicas, como la aristotélica o la kantiana, los canales físicos son innatos,
comunes a todos los miembros de la especie humana, y las claves de interpretación, las
categorías, son a priori.
La propuesta de Mayz introduce importantes novedades en este cuadro básico así
presentado. La primera es que, gracias al desarrollo técnico, el hombre ha sido capaz no
sólo de expandir las capacidades receptoras naturales por las que se comunica con la
alteridad, sino que ha podido inventar nuevos e insospechados canales a través de los cuales
relacionarse con ella, sin que por ello se eliminen las congénitas8. De esta forma, las
alternativas radicalmente nuevas de comunicación que no son ya miméticas del hombre, y
por tanto, tampoco antropocéntricas o que guarden con él ninguna dependencia en cuanto a
sus límites, hacen que el receptor ya no pueda ser considerado un hombre natural, sino que
el receptor pasa a estar conformado por el hombre y los resultados de su hacer técnico. En
otras palabras, pierde su carácter antropocéntrico, si por tal entendemos al hombre y su
dotación sensorial innata.
En segunda instancia, los nuevos receptores y la habilitación de nuevos canales
hacen necesaria la elaboración de nuevas claves para interpretar los mensajes, lo que es
posible en tanto...

Una segunda vertiente meta-técnica se halla representada por instrumentos o aparatos que −al
introducir cambios o modificaciones en la disposición, grado y códigos de las propias estructuras
somáticas y psíquicas del hombre (o de otros seres)− alteran el congénito o connatural
funcionamiento de ellas... creando o propiciando variaciones o innovaciones tanto en su
comportamiento como en el despliegue y distribución de sus energías.

Los instrumentos meta-técnicos, en tal sentido, construyen una nueva alteridad... cuya propia
estructura óntico-ontológica impone concomitantes variaciones tanto en su eventual
objetivación e inteligibilización epistemológicas como en el campo de su construida y rediseñada
teleonomía9.

Lo que es digno de destacar es que en estas claves ya no está involucrado solamente


el logos o la razón congénita humana, sino que también hay una participación de los
instrumentos, que conforman con el hombre una nueva unidad receptora-interpretativa,
surgida de la necesidad que imponen los nuevos instrumentos, que constituye el logos
meta-técnico, que ya no está limitado a las ingénitas potencialidades humanas ni a su
natural dotación interpretativa, sino que se expanden a los resultados de su hacer técnico
creador. En ese sentido es, como lo llama Mayz V., trans-humano y trans-finito10.
Ahora bien, entre esas claves interpretativas de nuestro logos natural, las más
destacadas son el espacio y el tiempo. Pero tal capacidad ordenadora (espaciar y
temporalizar) están ingénitamente ordenadas a nuestra principal vía perceptiva, la visión.
De allí que toda la ordenación natural que hacemos de la alteridad tenga ese carácter
óptico-lumínico. Pero si la capacidad receptora se expande y modifica radicalmente, y los

8
Cfr. E. Mayz: op. cit. “Pero la construcción de semejante supra-naturaleza meta-técnica no significa la
desvalorización o negación de la naturaleza ingénita ni de su primaria inteligibilización y ordenación −como si ellas
encarnasen sólo algo defectuoso o privado de posibilidades− sino, al contrario, un recurso que permite superar los
límites de la exclusiva interpretación óptico-lumínica de sus correspondientes realidades y fenómenos”.
9
E. Mayz: op. cit., p. 23.
10
Para un desarrollo más amplio de esta noción, Cfr. A.D. Vallota, Meta-technics, Antropocentrism and
Evolution (en prensa), y para una tesis opuesta Cfr. Garber: “Notas en torno al logos metatécnico en Fundamentos
de la Meta-técnica de Ernesto Mayz Vallenilla”, en este número.
canales sufren la misma alteración, entonces el espaciar y el temporalizar, a la par que toda
la actividad inteligibilizadora y ordenadora de los signos que permiten elaborar un mensaje,
también se modifican11.
De esta manera, a partir de un mismo material que la alteridad nos envía, a partir de
ese caos originario, es posible construir infinidad de mensajes diferentes según el canal, el
receptor y la clave interpretativa, todos ellos dependientes de los instrumentos que el
hombre construye. La alteridad deja así de ser una Naturaleza respecto de la cual podemos
aspirar a conformar una imagen única, al menos para todos los hombres, sino que deviene
una Supra-Naturaleza, fuente del ruido caótico que toma infinidad de formas a partir de la
infinidad de mensajes perceptivos que podemos destacar de ese fondo, cada uno de ellos
dependientes de instrumentos técnicos:

Ahora bien, aunque todavía en nuestro tiempo sea posible acusar la persistencia y preeminencia
de semejantes rasgos (antropomórficos, antropocéntricos y geocéntricos) comienza no obstante
a advertirse un cambio radical no sólo en el repertorio de categorías que posibilitan la función
proyectante de la ratio technica, sino incluso en la propia índole y límites del logos que, como
auténtico fundamento y expresión de aquella, cumple la función de inteligibilizar y ordenar la
alteridad en cuanto tal12.

En otras palabras, la multiplicidad de vías perceptivas que el hombre puede


desarrollar con su hacer, le permitirán construir múltiples modelos o representaciones de
esa alteridad, ninguna de las cuales podrá considerarse privilegiada frente a las otras, como
sucede ahora con nuestra dependencia de lo visual. Como bien lo dice Mayz:

Sobre la naturaleza, como integrante de semejante alteridad, no sólo es posible constatar al


respecto el inicio de una inteligibilización trans-óptica y trans-finita (con la consiguiente
transformación de sus ejes de ordenación espacio-temporales), sino asimismo su progresiva
des-antropomorfización y la creciente pérdida de sus limitaciones geocéntricas y
antropocéntricas.

En su lugar, como expresión de una germinal supra-naturaleza meta-técnica, ha comenzado a


plasmarse un proyecto o modelo de la misma donde los correspondientes fenómenos, ya sean
considerados individualmente o en sus plurales interrelaciones, en vez de ser interpretados
exclusivamente mediante los restringidos cánones óptico-lumínicos, admiten la intervención
inteligibilizadora y ordenadora de otros códigos [...] complementando o potenciando aquellos,
no sólo son capaces de modificar y trascender sus límites, sino de crear una deliberada
artificialidad (trans-humana y trans-finita) con respecto a ellos13.

11
Cfr. E. Mayz: op. cit., p. 67: “En semejante horizonte o dimensión pueden y deben incluirse las múltiples y
variadas formas de inteligibilizar el tiempo y sus fenómenos que recojan −a través de los correspondientes
instrumentos meta-técnicos que las reproduzcan, modifiquen o potencien− no sólo aquellas que despliegan otros
seres vivos no-humanos (sea cual fuere su grado de complejidad), sino también las que no respondan al primado
de lo óptico-lumínico en el propio hombre, como asimismo las que sean producto de artefactos que no se reduzcan
a copiar o imitar la organización y funcionamiento de los sensorios humanos en su limitada jurisdicción
geocéntrica”.
12
E. Mayz: op. cit., p. 100.
13
E. Mayz: op. cit., p. 100.
Claro que esto llevaría a plantearnos el problema de cómo alcanzar la definición de
un objeto si sólo contamos con percepciones subjetivas, que resultan de infinidad de datos
que se reciben a través de los sensorios naturales y artificiales, interpretadas por claves
individuales. Parecería imposible alcanzar una única definición para ningún objeto. Pero en
tanto podamos establecer patrones de datos afines relacionados, podemos referirnos a los
casos particulares a partir de estos patrones generales, de manera que entre nuestras
percepciones y las palabras con que nos referimos a los objetos materiales sólo es necesario
que haya una equivalencia genérica, siempre abierta a nuevas percepciones derivadas tanto
de los casos particulares como de nuevas alternativas de percepción. Si extendemos esto a
nuevos sensorios, que requieren nuevas categorías interpretativas, entonces es clara la
necesidad de generar un nuevo lenguaje que permita expresarlo.

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