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EL "PELIGRO DE LA IMBECILIDAD" (T.S.)

Este peligro está conectado con el cerebro, y puede llamarse el peligro de la


imbecilidad. Es primeramente el resultado de nuestra prisa. Queremos cambiar nuestra
naturaleza en un tiempo muy breve, una naturaleza que hemos estado construyendo
durante siglos indecibles. Queremos ser iluminados, sabios, poderosos, sanos y
transfigurados. Todos éstos son buenos deseos, o aspiraciones, pero la obra oculta debe
efectuarse lenta, coherente y sabiamente. Debemos dar tiempo a las células y átomos de
nuestros cuerpos para que se ajusten a las nuevas energías que entran, a las nuevas
ideas, nuevas visiones y nuevos ritmos o si no se romperán, quemarán, sobreestimularán
o congestionarán y crearán grandes trastornos psicosomáticos y físicos, que empezarán
con desasosiego, depresión, fatiga, y que conducirán a la insania y la imbecilidad. Si en
cualquier tiempo el aspirante se siente cansado, deprimido; si no puede dormir bien; si
está nervioso, o siente fatiga, inercia, somnolencia, y no quiere leer, investigar, trabajar; si
está en una pesada disposición anímica de pereza; deberá detener inmediatamente su
meditación, demorar sus aspiraciones espirituales, y tratar de averiguar las causas de su
condición general.
1. Se nos dice que una de las causas es la devoción mística: cuando el aspirante trata de
“elevarse para pugnar rumbo a la meta”, “de llegar hasta el Alma”, o “hasta la amada
visión del Alma, hasta el Señor”, y así sucesivamente. Cuando este género de meditación
aspiracional se hace durante largo tiempo con intensidad, causa la elevación o surgimiento
de los vehículos sutiles, incluyendo el etérico, fuera y encima de la cabeza. Esto produce
un anclaje demasiado flojo del cerebro etérico en el cerebro físico. Esta condición se
extiende por todo el cuerpo físico y eventualmente el aspirante sufre fatiga e inercia y a
veces inanición cerebral. Lo etérico subyace en el sistema nervioso y el sistema venoso, y
en este caso no transfiere energía a estos dos sistemas. El aspirante siente fatiga, y a
menudo se queda dormido o cae en un semisueño o tiene una ausencia mental. La cura
para esta situación es cambiar el modo en que el místico medita. Así deberá centrar su
atención dentro del centro del cráneo donde penetra el cerebro etérico. Aquí está el lugar
para anclar el Hilo del Alma, o el hilo de la inteligencia, donde deberá entonar los OMs,
invocando a las energías superiores para que tomen firme asiento dentro del cerebro
etérico y las mantengan allí. Esta es la sede donde el aspirante deberá volver su atención
en cualquier tiempo en que su naturaleza aspiracional quiera elevarse. Es aquí que él
trabaja en la luz del Alma, y así todo el trabajo hecho en el cuerpo mental se mantiene en
la alineación directa con la consciencia cerebral, mediante el mantenimiento del cuerpo
etérico apropiadamente anclado en el cerebro físico. Cuando esto se hace exitosamente,
el hombre empieza a despertar, y primero sus gunas rajásicos y luego sattvicos empiezan
a vivificarse y dar energía a todo el cuerpo físico. He aquí por qué es necesaria una
educación mental para que el aspirante no se escabulla y cree una conexión floja entre su
contraparte etérica y sus contrapartes físicas.
2. Otra causa de inercia física y cerebral es una condición general de un vehículo etérico
anclado flojamente en el cuerpo físico, lo cual es causado por una incapacidad del
organismo físico para absorber calcio de las comidas. En este caso la cura es el calcio,
que junto con la luz solar y la vitamina D, actúa como un ancla para lo etérico en lo físico.
Se nos dice que el mejor modo de tomar calcio es a través de una inyección en la
corriente sanguínea, tal vez no menos de doce “inyecciones”, y unas pocas inyecciones
cada seis meses.
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3. Hay otra causa de somnolencia, inercia, fatiga, etc. Esta es una cantidad excesiva de
insulina que algunos organismos físicos producen. Necesitan azúcar y una dieta
apropiada.
4. Otra causa es una vida sexual superactiva. Sería muy sabio si el aspirante retirase su
interés de las actividades sexuales y ahorrase su energía por un tiempo para su
regeneración física y mental. Las energías creadas o liberadas en la meditación siguen
usualmente la línea de mínima resistencia, y el sexo es la línea de mínima resistencia en
esta era actual. He aquí por qué deberá tenerse extrema cautela para no desperdiciar las
energías extraídas mediante meditación en actividades sexuales exageradas. Este peligro
puede evitarse si el hombre efectúa algún género de trabajo creador, que absorba su
aspiración y energía. De esta manera, la dirección de la energía podrá cambiarse hacia el
centro de la garganta y resultar en expresiones creadoras.
El Maestro Tibetano nos aconseja no exagerar la meditación sino ser lento y cauteloso
hasta que desarrollemos un alto grado de sublimación sexual. Una vez que nuestra vida
sexual esté bajo control, entonces serán seguros períodos más largos de meditación si
nuestros otros centros están también en buena forma. (15)
Las tareas más difíciles de un discípulo son: cómo relacionar la prisa y la lentitud, o como
se dijo, “cómo hacer de prisa, lentamente”; cómo relacionar las grandes visiones con las
inconvenientes condiciones existentes; cómo relacionar la luz creciente y la revelación
creciente con nuestros múltiples obstáculos; cómo relacionar la llamada del espíritu con la
llamada de las responsabilidad diarias. Estos son los cuatro problemas que un discípulo
deberá resolver antes de ingresar en un campo mayor de utilidad.

(15) Para desarrollar un centro, uno no trabaja directamente en él: Uno hace lo que lo desarrollará como
resultado de hacer. Por
ejemplo, amar abre el centro del corazón. Trabajar en cualquier campo creativo vivifica el centro de la
garganta, etcétera.
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PNL JOSEPH O’CONNOR

Una noche, uno de los invitados era un gran actor conocido por su enorme talento
en el cine como en los escenarios. Era, en particular, uno de mis héroes y disfruté
escuchándolo hablar.
Mucho más tarde uno de los invitados le preguntó cuál ra el secreto de su arte. —
Bueno —dijo el actor—, es curioso, pero aprendí mucho aciendo siempre la misma
pregunta cuando era joven. De Niño, me encantaba el circo: todo colorido, ruidoso,
extravagante y excitante. Me imaginaba que yo estaba allí en la pista bajo las luces,
sintiendo los rugidos de la gente. Me sentía estupendamente. Uno de mis héroes era un
funambulista de una Compañía circense famosa; tenía un equilibrio y una gracia en cuerda
extraordinarios. Entablamos amistad un verano; yo estaba fascinado por su habilidad y por
el aura de peligro que rodeaba, pues muy rara vez usaba la red. Una tarde, a fínales de
verano, estaba yo triste porque el circo se marchaba al día siguiente. Busqué a mi amigo y
charlamos en la oscuriad. En ese instante, lo único que quería era ser como él; queria
meterme en un circo. Le pregunté cuál era el secreto de su habilidad.
»Primero —me dijo—, veo cada paso en la cuerda como el más importante de mi
vida, el último que voy a hacer, y quiero que sea el mejor. Planeo cada paso con mucho
cuidado; muchas cosas de mi vida las hago por hábito, pero esto no. Me cuido de todo: de
la ropa que llevo, de lo que como, de mi imagen. Repaso mentalmente cada paso y lo veo
como un gran éxito antes de hacerlo; me imagino lo que veré, oiré y cómo me sentiré. Así
no tendré sorpresas desagradables. También me pongo en lugar de la audiencia, y me
imagino lo que verán, oirán y sentirán. Hago todo esto antes de actuar. Cuando estoy
arriba, en la cuerda, aclaro la mente y me concentro profundamente en lo que hago.
No es esto exactamente lo que yo quería oír en aquel momento, aunque por alguna
extraña razón, siempre recuerdo sus palabras. —¿Tú crees que no pierdo el equilibrio? —
me preguntó. —Nunca he visto que lo perdieras —contesté. —No es cierto —me dijo—.
Siempre estoy perdiéndolo. Lo que pasa es que siempre lo controlo con los límites que me
pongo. No podría pasar por la cuerda a menos que perdiera el equilibrio constantemente,
primero hacia un lado y luego hacia el otro. El equilibrio no es algo que se tiene como los
payasos tienen una nariz falsa, es un estado controlado de movimiento de un lado a otro.
Cuando termino de pasar, repaso todo para ver si hay algo de lo que pueda aprender, y
luego me olvido de todo. —Yo aplico estos mismos principios a mi forma de actuar —dijo
el actor.
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INTELIGENCIA EMOCIONAL (Daniel Goleman)

Melburn McBroom era un jefe autoritario y dominante que tenía atemorizados a todos sus
subordinados, un hecho que tal vez no hubiera tenido mayor trascendencia si su trabajo se
hubiera desempeñado en una oficina o en una fábrica. Pero el caso es que McBroom era
piloto de avión. Un día de 1978, su avión se estaba aproximando al aeropuerto de
Portland, Oregón, cuando de pronto se dio cuenta de que tenía problemas con el tren de
aterrizaje. Ante aquella situación, McBroom comenzó a dar vueltas en torno a la pista de
aterrizaje, perdiendo un tiempo precioso mientras trataba de solucionar el problema.
Tanto se obsesionó que consumió toda la gasolina del depósito mientras los copilotos,
temerosos de su ira, permanecían en silencio hasta el último momento. Finalmente el
avión terminó estrellándose y en el accidente perecieron diez personas. Hoy en día, la
historia de este accidente constituye uno de los ejemplos que se estudia en los programas
de entrenamiento de los pilotos de aviación.’ La causa del 80% de los accidentes de
aviación radica en errores del piloto, errores que, en muchos de los casos, podrían
haberse evitado si la tripulación hubiera trabajado en equipo. En la actualidad, el
adiestramiento de los pilotos de aviación no sólo gira en torno a la competencia técnica
sino que también presta atención a los rudimentos mismos de la inteligencia social (la
importancia del trabajo en equipo, la apertura de vías de comunicación, la colaboración, la
escucha y el diálogo interno con uno mismo). La cabina de un avión constituye un
microcosmos de cualquier tipo de organización laboral. Pero, aunque no dispongamos de
la evidencia dramática que supone un accidente de aviación, no deberíamos pensar que
una moral mezquina, unos trabajadores atemorizados, un jefe tiránico y, en suma,
cualquiera de las muchas posibles combinaciones de deficiencias emocionales en el
puesto de trabajo, carezca de consecuencias destructivas. En realidad, los costes de esta
situación se traducen en un descenso de la productividad, un aumento de los accidentes
laborales, omisiones y errores que no llegan a tener consecuencias mortales y el éxodo de
los empleados a otros entornos laborales más agradables. Este es, a fin de cuentas, el
precio inevitable que hay que pagar por un bajo nivel de inteligencia emocional en el
mundo laboral, un precio que puede terminar conduciendo a la quiebra de la empresa. El
hecho de que la falta de inteligencia emocional tiene un coste es una idea relativamente
nueva en el mundo laboral, una idea que algunos empresarios sólo aceptan con muchas
reservas. Un estudio realizado sobre doscientos cincuenta ejecutivos descubrió que la
mayoría de ellos sentía que su trabajo exigía «la participación de su cabeza pero no de su
corazón». Muchos de estos ejecutivos manifestaron su temor a que la empatía y la
compasión por sus compañeros de trabajo interfirieran con los objetivos de la empresa.
Uno de ellos llegó incluso a decir que consideraba absurda la idea misma de tener en
cuenta los sentimientos de sus subordinados porque, a su juicio, «es imposible
relacionarse con la gente». Otros se disculparon diciendo que, si no permanecieran
emocionalmente distantes, serían incapaces de asumir las «duras» decisiones propias del
mundo empresarial, aunque lo cierto es que les gustaría poder tomar esas decisiones de
una manera más humana. Ese estudio se realizó en los años setenta, una época en la que
el ambiente del mundo empresarial era muy distinto del actual. En mi opinión, estas
actitudes, hoy en día, están pasadas de moda y se está abriendo paso una nueva realidad
que sitúa a la inteligencia emocional en el lugar que le corresponde dentro del mundo
empresarial. Como me dijo Shoshona Zuboff, psicóloga de la Harvard Business School,
«en este siglo las empresas han experimentado una verdadera revolución, una revolución
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que ha transformado correlativamente nuestro paisaje emocional. Hubo un largo tiempo
durante el cual la empresa premiaba al jefe manipulador, al luchador que se movía en el
mundo laboral como si se hallara en la selva. Pero, en los años ochenta, esta rígida
jerarquía comenzó a descomponerse bajo las presiones de la globalización y de las
tecnologías de la información. La lucha en la selva representa el pasado de la vida
corporativa, mientras que el futuro está simbolizado por la persona experta en las
habilidades interpersonales».
Algunas de las razones de esta situación son bien patentes, imaginemos, si no, las
consecuencias de un equipo de trabajo en el que alguien fuera incapaz de reprimir una
explosión de cólera o que careciera de la sensibilidad necesaria para captar lo que siente
la gente que le rodea. Todos los efectos nefastos de la alteración sobre el pensamiento
que hemos mencionado en el capitulo 6 operan también en el mundo laboral. Cuando la
gente se encuentra emocionalmente tensa no puede recordar, atender, aprender ni tomar
decisiones con claridad. Como dijo un empresario: «el estrés estupidiza a la gente».
Imaginemos, por otra parte, los efectos beneficiosos del dominio de las habilidades
emocionales fundamentales (ser capaces de sintonizar con los sentimientos de las
personas que nos rodean, poder manejar los desacuerdos antes de que se conviertan en
abismos insalvables, tener la capacidad de entrar en el estado de «flujo» mientras
trabajamos, etcétera). El liderazgo no tiene que ver con el control de los demás sino con el
arte de persuadirles para colaborar en la construcción de un objetivo común. Y, en lo que
respecta a nuestro propio mundo interior, nada hay más esencial que poder reconocer
nuestros sentimientos más profundos y saber lo que tenemos que hacer para estar más
satisfechos con nuestro trabajo.
Existen otras razones menos evidentes que reflejan los importantes cambios que están
aconteciendo en el mundo empresarial y que contribuyen a situar las aptitudes
emocionales en un lugar preponderante. Permítanme ahora destacar tres facetas
diferentes de la inteligencia emocional: la capacidad de expresar las quejas en forma de
críticas positivas, la creación de un clima que valore la diversidad y no la convierta en una
fuente de fricción y el hecho de saber establecer redes eficaces.

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