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Educación integral:

Experiencias

conversión de persona
Hace un tiempo conocí a un niño de siete años con problemas serios de conducta.
No fueron pocas las veces que fue llevado a la dirección por alguna travesura
o por algún comportamiento demasiado vulgar para su edad. En una ocasión
echó alcohol en los ojos a uno de sus compañeros y con eso se ganó la suspensión
de la escuela por unos días. No era la primera vez que le sucedía. Los profesores
y directivos se esforzaron y aplicaron las medidas correctivas habituales,
pero nada parecía ser suficiente para lograr ayudar a este niño.

Por Miguel Eduardo Martínez La Rosa


Educador de la I. E. San Antonio Marianistas (Callao)

Estoy seguro de que en la institución donde usted labora existe al menos un niño
como el que describo, quizá con otra edad, pero con problemas muy similares. ¿Qué
debemos hacer con estos estudiantes? ¿Por qué con ellos parece que ninguna de las
medidas tomadas es efectiva? Es difícil dar una respuesta definitiva, pues la realidad es
muy compleja y cada caso es muy distinto; pero sí se puede decir que sería importante
replantear la naturaleza de las medidas correctivas que aplicamos en las escuelas, y que
en muy pocos casos resultan en realidad efectivas.
Sucede que en la actualidad la gran mayoría de centros educativos cuenta con regla-
mentos inspirados en un modelo punitivo que sanciona sin rehabilitar verdaderamente al
infractor de las normas. Este modelo es ineficaz porque no promueve la transformación
de la persona sino que, simplemente, la castiga y evita temporalmente que continúe
con la conducta indeseada.
Y es que los problemas de conducta no se solucionan solo con una reprimenda o
con la represión; el tema es mucho más delicado. Para lograr solucionar los problemas
de conducta de los estudiantes necesitamos llegar más allá del simple castigo, pues
debemos lograr que los individuos que educamos cambien su actitud y su forma de
reaccionar.
La conducta violenta de un niño revela un tipo de rechazo frente a las normas esta-
blecidas, y se genera porque no se ha adaptado a lo que se puede considerar normal
en su entorno, no encuentra la forma de adaptarse. Nuestra misión como educadores-
formadores, entonces, no es la de reprender sino la de acompañar a los jóvenes en su
experiencia diaria para enseñarles a enfrentar las dificultades de una manera distinta y a
encontrar los caminos cuando no los hay. Educar se convierte en una manera de enseñar
a asumir la vida. Como dice Jungmann: “Educar es insertar al hombre en la sociedad”,
yo añadiría que es enseñarle a las personas a encontrar la manera de insertarse en esa
sociedad cuando esta no les ofrece las vías para hacerlo. Si dirigimos nuestros esfuerzos
a educar de esa manera, yendo mucho más allá del simple castigo y de las “medidas
de contención” y buscando cambiar la actitud de nuestros estudiantes frente a la vida,
estaremos logrando cambios que no serán ni superficiales ni breves, sino permanentes.
He ahí la verdadera rehabilitación y “conversión de la persona”.

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34 / El Educador

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