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Entre todos lo mataron...

(La destrucción de un expediente de peligrosidad por razones de intimidad)

Daniel de Ocaña Lacal

Publicado en Archivamos, Asociación de Archiveros de Castilla y León, núm. 38 (2000), p. 60-62.

No hay Patrimonio más frágil que aquel que no se protege por quienes tienen la
obligación de hacerlo. En este sentido, documentos y archivos se llevan la palma.
En enero de 2000 apareció en el diario EL PAIS el primer artículo de una serie cuyo
desenlace final se publicó ocho meses después: nos referimos al proceso iniciado por el
valenciano Antonio Ruiz i Sáiz con la finalidad de destruir el expediente que en 1976 se le
abrió al amparo de la siniestra Ley de Peligrosidad Social por su condición de homosexual 1
y que le supuso tres meses de condena. Según Antonio, en el expediente aparecía, además
de sus datos personales, una serie de manifestaciones falsas que le obligaron a firmar.
Casi veinte años después, en 1995, al comprobarse sus datos en un control policial el
comentario despectivo de un agente sobre su condición le reveló que los datos de aquel
expediente aparecían todavía en alguna base de datos, perpetuándose así el carácter
reprensible de sus preferencias. Antonio solicitó la destrucción del expediente al
correspondiente Juzgado, cuya Comisión de Expurgo decidió transferir la documentación a
los archivos históricos pertinentes debido a que “por su evidente interés histórico” era
conveniente “la conservación en su totalidad como ejemplo de algo que no se debe repetir
y debe mantenerse en la memoria de todos”. El afectado recurrió y el asunto pasó a
conocimiento del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) a instancia del Tribunal
Superior de Justicia de Valencia. Este último, por cierto, entendía que la pervivencia de
tal documentación no parecía acorde con los principios y derechos reconocidos en la
Constitución, como si tal pervivencia implicase su utilización con los fines originarios de
los organismos de la dictadura. El CGPJ decidió suspender el envío del expediente a los
archivos históricos hasta la resolución del recurso. Finalmente, el CGPJ autorizó la
destrucción, ejecutada por el propio interesado el 26 de septiembre de 2000 en acto público y
ante los medios de comunicación.
Se trata de un caso claro de asesinato de expediente y creemos necesario determinar
quién o quiénes son los culpables. Examinadas las pruebas nos encontramos con tres
responsables nada presuntos:
El primero es el propio Antonio Ruiz i Sáiz, condenado por ser homosexual en
tiempos en que las personas, por no poder, ni siquiera podían amar con libertad. Sin
embargo, al perseguir la destrucción del expediente Antonio erró el disparo que debió
haber dirigido contra el uso antidemocrático y anticonstitucional de la información
recogida en la dictadura y alcanzó de lleno al único testigo de sus penalidades. Su
pretensión se apoyaba en dos argumentos:
 la vulneración de su derecho a la intimidad y que ni en la Constitución
ni en los convenios internacionales de derechos humanos aparece el interés

1
Diario EL PAIS, ediciones de 14 de enero ("El Poder Judicial impide que circule una ficha de peligrosidad
de un homosexual"); 27 de enero ("El Poder Judicial ordena destruir el expediente de un homosexual") y 27
de septiembre de 2000 ("Antonio ya no es un peligro social").
histórico como derecho fundamental que esté por encima del derecho a la
intimidad.
 que el expediente debería destruirse por la incompatibilidad con la
Constitución que suponía la conservación del mismo.
En cuanto al primer argumento, la publicación con pelos y señales de sus
desventuras y su final colofón fotográfico en la contraportada de un diario rasgando el
expediente no parecen mecanismos apropiados para proteger su intimidad. Incluso cabría
mencionar el afán de notoriedad como móvil de sus actos. Su intimidad habría
permanecido mucho más celosamente protegida si tan sólo se hubiese aplicado la
legislación específica y si, desde luego, no hubiese alimentado las hemerotecas de todo el
país, que esperamos no se conviertan en su próximo objetivo. El derecho a la intimidad es
el único derecho de los enumerados en, por ejemplo, el artículo 57.1.c de la Ley 16/1985,
del Patrimonio Histórico Español (en adelante LPHE), susceptible de constituir un límite
efectivo al derecho de acceso2. Allí se establecen plazos precisos para proteger ese derecho
(veinticinco años tras la muerte del afectado o cincuenta desde la fecha de los documentos
si la fecha del fallecimiento se desconoce). Nadie podría haber consultado el expediente
antes de finalizar esos plazos. Tampoco nadie discute el derecho a la intimidad de Antonio,
su poder para decidir mantenerla a salvo de las miradas ajenas o a pulverizarla, como
finalmente ha hecho. Sin embargo, la intimidad no es algo inmutable: poco a poco el
tiempo la erosiona hasta que llega un momento en que desaparece. Podemos solazarnos
entonces con las encendidas cartas de Fernando VII a su esposa o indignarnos con las
desgracias de los pobres soldados españoles en la trocha cubana. Ése y no otro es el sentido
de los plazos legales de restricción al acceso. A su término se impone otro derecho, el de la
sociedad a la información, a la investigación y a la cultura mediante el acceso a un bien del
Patrimonio Documental como es (era) el expediente de Antonio. Un bien que, no lo
olvidemos, desde el advenimiento de la democracia nos pertenecía a todos en tanto
testimonio de un pasado común más allá de las individualidades. Antonio nunca fue
propietario exclusivo del expediente, aunque su destrucción parezca indicar lo contrario.
En cuanto al segundo razonamiento no hace falta ser archivero ni fan del
patrimonio documental para tener que sujetarse los ojos dentro de sus cuencas: por la
incompatibilidad con la Constitución que suponía la conservación del expediente. Tal
interpretación confunde conservación con uso anticonstitucional de la información.
Evidentemente los datos sobre la vida sexual de Antonio no se hubiesen recogido nunca
con la Constitución vigente3. Pero en 1978 no empezó la Historia, sino que hay un pasado
desgarrado anterior a ese año y que conocemos o conoceremos, entre otras muchas cosas
por los papeles y documentos que de él nos quedan. Si considerásemos jurídicamente
(¿políticamente?) incorrecto conservar los documentos que testimonian el ejercicio de la
represión física, ideológica y moral por el franquismo y llevásemos el razonamiento un
poco más allá, ¿por qué no incinerar todos los documentos de 1975 hacia atrás? ¿Es que la
Inquisición sería hoy compatible con la Constitución? ¿O el voto censitario? ¿Y la exención
de impuestos para la nobleza o el clero en el siglo XVII? Claro que, pensándolo bien, puede
que algunos estuviesen encantados con la cremación. Al fin y a la postre no resultaría muy
difícil encontrar aún en activo a numerosos actores de la maquinaria de la dictadura, al

2
FERNANDEZ RAMOS, Severiano, "El derecho de acceso a los documentos públicos en el marco del Sistema
Archivístico", conferencia dictada en la Jornada Técnica El derecho de acceso de los ciudadanos a la
información contenida en los archivos, organizada por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha,
Toledo, 29 de junio de 2000 (en prensa).
3
Véase OCAÑA LACAL, Daniel de, "Ignorancia, ilegalidad y otros males: panorámica del derecho de acceso a los
archivos públicos en España", en Actas del VII Congreso Nacional de ANABAD, Boletín XLXIX, 1999, 3-4, p. 205.
igual que nos tropezamos con situaciones propias de ese oscuro período como es el uso por
la policía de la información contenida en el expediente asesinado.
He aquí nuestro segundo responsable: las fuerzas policiales y el Departamento del
cual dependen. ¿Acaso las fuerzas de seguridad están por encima de la Constitución y de
las Leyes? Si no es así, ¿cómo es posible que sus bases de datos sigan considerando a un
ciudadano sospechoso, si no peligroso por razón de su homosexualidad? Uno se pregunta
por la virtualidad de normas como la extinta Ley Orgánica 5/1992, de 29 de octubre, de
regulación del tratamiento automatizado de datos de carácter personal (LORTAD).
¿Existirían razones de interés general que hicieran necesario mantener fichado a Antonio
por lo que la dictadura consideraba delito y la Constitución democrática protege como una
opción personal? ¿O quizá la secreta misión los responsables del fichero es la elaboración
de estadísticas sobre el estado de la virilidad machohispánica?4. Por ello resulta aún más
grotesco leer en uno de los artículos referidos que, en cambio, no ha prosperado la
petición de Ruiz de que se destruyan también de los archivos policiales y de Instituciones
Penitenciarias cuantas referencias les consten en relación con el expediente de
peligrosidad social indicado, sin perjuicio de comunicar la destrucción en los archivos
judiciales a los organismos de Interior a los efectos que estimen procedentes. Muerto el
perro... la rabia persiste. ¡Pobre expediente, vapuleado por los dos primeros responsables
mientras un tercero acude a rematar!
Poner en solfa un dictamen del pleno del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ)
es ciertamente arriesgado. Aunque cuando el hidalgo Don Quijote avistaba gigantes era el
humilde Sancho quien veía los molinos. ¿Por qué el pleno del CGPJ dictaminó a favor de la
destrucción del expediente? Al parecer ignoraban que la Constitución, en su artículo 46,
establece la obligación de conservar los bienes del Patrimonio Histórico; que los
documentos públicos son parte de ese Patrimonio (LPHE, artículo 49.2); que existe la
obligación legal de los poseedores de bienes del Patrimonio Documental de conservarlos,
protegerlos y destinarlos a un uso que no impida su conservación (LPHE, artículo 52.1); y
que, ante el hecho de que el documento más secreto es el que se destruye, el legislador ha
reaccionado estableciendo el principio de que los documentos no se pueden destruir en
tanto conserven interés histórico o administrativo5. Que no se diga que destruir el
expediente equivale a cancelar datos personales cuando son precisamente los recogidos en
las bases de datos policiales los que debieron desaparecer con la entrada en vigor de la
LORTAD y aún antes6. Es más, la nueva Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de
4
Así, los puntos 3 y 4 del artículo 7 de la Ley dicen: 7.3.- Los datos de carácter personal que hagan
referencia [...] a la vida sexual sólo podrán ser recabados, tratados automatizadamente y cedidos cuando
por razones de interés general así lo disponga una Ley o el afectado consienta expresamente. 7.4: Quedan
prohibidos los ficheros creados con la finalidad exclusiva de almacenar datos de carácter personal que
revelen [...] la vida sexual. Y los puntos 2 y 3 del artículo 20, sobre los ficheros de las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad: La recogida y tratamiento automatizado para fines policiales de datos de carácter personal por
las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad sin consentimiento de las personas afectadas, están limitados a
aquellos supuestos y categorías de datos que resulten necesarios para la prevención de un peligro real
para la salud pública [...](20.2). Y el 20.3: La recogida y tratamiento por las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad de los datos a que hacen referencia los apartados 2 y 3 del artículo 7 podrán realizarse
exclusivamente en los supuestos en que sea absolutamente necesario para los fines de una investigación
concreta.
5
FERNANDEZ RAMOS, Severiano, op. cit., epígrafe 5.5.4.
6
Tanto la Ley 16/1970, de 4 de agosto, de Peligrosidad Social, como la Ley 43/1974, de 28 de noviembre, por
la que se modificaron varios artículos de la anterior contemplaban las prácticas homosexuales como motivo
para la declaración del estado de peligrosidad. Esto fue derogado con carácter definitivo por la Ley 77/1978,
de 26 de diciembre, como resultado de la necesaria adaptación al nuevo orden constitucional. Por su parte la
nueva Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de Protección de Datos de Carácter Personal establece en su
artículo 22.4 que los datos personales registrados con fines policiales se cancelarán cuando no sean
Protección de Datos de Carácter Personal (LOPDP), al referirse expresamente a los
expedientes de las derogadas Leyes de Vagos y Maleantes y de Peligrosidad y
Rehabilitación Social, dice en su Disposición Adicional tercera:
Los expedientes específicamente instruidos al amparo de las derogadas Leyes de
Vagos y Maleantes de Peligrosidad y Rehabilitación Social que contengan datos de
cualquier índole susceptibles de afectar al honor, a la intimidad o a la imagen de las
personas no podrán ser consultados sin que medie consentimiento expreso de los
afectados o hayan transcurrido cincuenta años desde la fecha de aquéllos. En este último
supuesto, la Administración General del Estado, salvo que haya constancia expresa del
fallecimiento de los afectados, pondrá a disposición del solicitante la documentación,
suprimiendo de la misma los datos aludidos en el párrafo anterior mediante la
utilización de los procedimientos técnicos pertinentes en cada caso7.
No parece existir en la Disposición anterior contradicción alguna entre protección
de la intimidad y conservación del Patrimonio Documental, como no se aprecia tampoco
en el artículo 57.1.c de la LPHE, en el artículo 37 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de
Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo
Común, etc. Antítesis que, sin embargo, sí parece clara para el CGPJ y que resuelve
mediante la destrucción del expediente. El precedente que surge es de sudor frío: si la
protección de la intimidad (este caso aireada por el propio afectado en la plaza pública)
requiere la destrucción de los documentos ¿para qué sirven las normas que establecen
plazos temporales de restricción de acceso y que ni muchísimo menos son exclusivas de
nuestro ordenamiento jurídico? En nuestra opinión su finalidad no es otra que impedir la
pérdida irremediable de otras muchas historias que
dormirán a esta hora en unos polvorientos archivos. Pero podrán recordar a los
venideros aquella España en la que los militares y el clero administraban el perdón en el
nombre de Dios, de Franco y de la Falange8.

necesarios para las averiguaciones que motivaron su almacenamiento.


7
Por lo demás, la redacción de este párrafo es muy confusa. El tenor es idéntico al del artículo 57.1.c de la
LPHE, pero desaparece el plazo de veinticinco años que también se cita allí. La frase salvo que haya
constancia expresa del fallecimiento de los afectados parece indicar que se trata simplemente de un olvido.
Lo que sí parece claro es que el legislador se niega a reconocer la concreción del plazo de incomunicabilidad
cuando, superado el mismo -cincuenta años- dispone que se supriman los datos que afecten a la intimidad,
obviando que una vez transcurrido el plazo referido el límite impuesto por el derecho a la intimidad cede ante el
interés público.
Por otra parte, ¿cómo entender la alusión a la Administración General del Estado si estamos hablando
de documentos generados en el ejercicio de la función jurisdiccional? Sólo hay una interpretación: que el
conjunto de documentos que no se refiriesen a actuaciones judiciales pendientes de resolución o de ejecución
definitiva respecto de las cuales no esté agotado el ejercicio de la función jurisdiccional deberían estar en
archivos dependientes de las administraciones competentes en materia de cultura. Y es que así se afirmaba en un
informe aprobado por acuerdo de la Comisión Permanente del propio CGPJ de fecha 3 de noviembre de 1994:
allí se dice que dicha documentación constituiría una segunda fase de archivo […] en la que ciertamente no
puede desconocerse la existencia de la LPHE que, al igual que el artículo 3.1 del Código Civil […] contiene
prevenciones tendentes a garantizar la conservación de documentos que pudieran existir de algún valor de
carácter jurídico, histórico, cultural o científico… La documentación integrante de esta "segunda fase" habría de
conservarse en archivos cuya dotación, existencia, control, dirección y llevanza [correspondería] a las
autoridades a que se refieren los artículos 59 y ss. de la LPHE.
8
TRAPIELLO, Andrés, "Dossier 48, el caso abierto" en el suplemento dominical del diario EL PAIS de fecha
28 de noviembre de 1999, reportaje sobre la documentación de la Comisaría General Político-Social hallada
de forma casual y referente a la detención, juicio sumarísimo y ejecución de siete militantes comunistas por
el asesinato de dos falangistas. Vid. también OCAÑA LACAL, Daniel de, op. cit., p. 206 y ss.
En palabras de Francisco Tomás y Valiente, reconciliación no equivale a olvido
histórico9. Por ello precisamente en el seno del colectivo homosexual se han alzado voces
en contra de la destrucción de este tipo de expedientes, testimonio de la durísima
persecución sufrida10. No ha tenido suerte el expediente de Antonio Ruiz i Sáiz. Tampoco
él, aunque esté en todo su derecho de pensar lo contrario. Sí la ha tenido el régimen
responsable de su desgracia: tiene ahora un testigo menos de su repulsivo quehacer...
Estos son los ejecutores. Pero nos falta algo o alguien…En la escena del crimen se
intuye (porque no se le llega ni a ver) un cuarto sujeto cuyo delito es la omisión del deber
de socorro. Y es reincidente hasta la extenuación. Mientras el expediente-víctima
agonizaba hasta morir los responsables de la protección del patrimonio hicieron mutis por
el foro. ¿Dónde estaban los organismos competentes en materia de protección de
patrimonio histórico y documental? ¿Cuántos archiveros se han escandalizado por lo que
supone el luctuoso suceso? ¿Cuántos de ellos han reflexionado sobre lo que puede suceder
a partir de este momento con los fondos de innumerables archivos que contienen
informaciones análogas? Menos mal que, como puede comprobarse en algunas
declaraciones a la prensa efectuadas con motivo del reciente XIV Congreso Internacional
de Archivos, comenzamos a preocuparnos por la pérdida de los e-mail…

9
TOMAS Y VALIENTE, Fco., (“Discurso de clausura de las Jornadas” en Justicia en Guerra. Jornadas sobre
la Administración de Justicia durante la Guerra Civil Española: Instituciones y fuentes documentales,
Ministerio de Cultura, Madrid, 1990, p. 625-631)
10
MARTINEZ GARCIA, L., “El Sistema Español de Archivos y la Constitución de 1978: la confrontación entre
teoría y realidad” en Boletín de ANABAD, 3-4 (1999). Actas del VII Congreso Nacional de ANABAD.
Información y derechos de los ciudadanos. Toledo, 22 a 24 de abril de 1999, p. 104, nota 23.

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