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Angélica Liddell
EL MATRIMONIO PALAVRAKIS
ELSA.- ¡Quiero que mis hijos sean tan hermosos como los rascacielos
de Nueva York!
ELSA.- ¡Quiero que mis hijos sean tan hermosos como los rascacielos
de Nueva York!
ELSA.- ¡Quiero que mis hijos sean tan hermosos como los rascacielos
de Nueva York!
MATEO.- ¡Vamos al cementerio!
MATEO.- ¡Vamos!
MATEO.- ¡Ganaremos!
ELSA.- ¡Y volveremos a ganarlo! ¡Una y otra vez!
MATEO.- ¡Ganaremos!
ELSA.- ¡Ganaremos!
ELSA.- ¡Quiero gritar! ¡Quiero que mis hijos sean tan hermosos como
los rascacielos de Nueva York! ¡Quiero que mis hijos sean tan
hermosos como los rascacielos de Nueva York! ¡Quiero que mis hijos
sean tan hermosos como los rascacielos de Nueva York!
MTEO.- Ha hablado.
ELSA.- ¿Qué?
ELSA.- Tranquilízate.
MATEO.- ¿Te das cuenta? ¡No podrá elegir a sus padres! ¿Con quién
se va a encontrar?
MATEO.- ¿Y cómo sabes qué eres mejor? ¿Sólo por ser diferente a
ellos, opuesta a ellos?
MATEO.- Yo no.
ELSA.- Tú también.
ELSA.- Pero ahora el mundo debe ser hermoso, la comida debe ser
hermosa, las sillas deben ser hermosas, el suelo, los vasos, el agua,
la leche, las puertas, las ventanas...El desayuno debe ser hermoso y
el olor a verdura y muchas cosas que antes no lo eran. Y tú y yo
deberíamos ser hermosos también.
ELSA.- ¡Escucha!
MATEO.- Silencio...
ELSA.- ¿Qué?
MATEO.- Shu...
ELSA.- ¿Qué?
MATEO.- (Silencio.)
ELSA.- ¿Qué ha dicho?
MATEO.- Sí.
MATEO.- Sí.
ELSA.- No es posible.
MATEO.- Lo es.
ELSA.- No.
MATEO.- Sí.
ELSA.- No pueden.
MATEO.- Sí pueden.
MATEO.- Sí.
MATEO.- Sí.
ELSA.- No.
ELSA.- Sí.
MATEO.- No hay mucho más que sentir. Los niños somos pequeños, y
los asesinos de niños son grandes. Y nos comen. Eso es todo.
MATEO.- Sí. A los conejos niño con los niños y a los conejos niña con
las niñas.
MATEO.- Y los mezclan también con pan y con vino, sobre todo con
vino, litros y litros de vino.
Silencio.
ELSA.- No lo sé.
ELSA.- Sí.
ELSA.- ¿También?
ELSA.- Te quiero.
MATEO.- Te quiero.
ELSA.- Te quiero, cásate conmigo.
MATEO.- Claro, como los perros. Los asesinos de niños tienen dientes
de perro. Fíjate en los dientes de tu padre.
ELSA.- Te quiero.
MATEO.- Más.
ELSA.- Esto.
MATEO.- Segundo sueño: mi hija llora sin parar. Lleva días llorando
sin parar. La cojo en brazos y me escupe entre los ojos. Me inunda de
babas. Me orina con todas sus fuerzas. Me llena las manos con sus
desperdicios. Huele mal. La meto en una bolsa de basura y la tiro al
río.
ELSA.- Eso pienso yo. Es bueno que los niños coman dulces.
ELSA.- ¿Cómo?
Silencio.
Silencio.
ELSA.- Los muertos son todo. Todo lo que no son los vivos.
ELSA.- Les entra curiosidad por saber lo que se siente. Estoy segura.
Buscan en sus vidas algo horroroso, algo que se parezca a lo nuestro.
ELSA.- Me lo prometiste.
ELSA.- Nunca.
ELSA.- ¡No! ¡No te daba nada a cambio! ¡Sólo las putas podían darte
algo a cambio! ¡Por un hombre como tú sólo puede sentirse
repugnancia!
ELSA.- Los degenerados. Los asesinos y los locos. Esos son los
únicos que no intentan perpetuarse. Los que malgastan el semen con
las rameras.
Mateo.- ¡Soy repulsivo, una escoria, nunca fui lo bastante bueno para
ti!
ELSA.- ¡Nunca me fiaría de un hombre que no es capaz de crear una
familia!
MATEO.- ¡No puedo creer que insistas! ¿Quieres decir que permitirías
que te follara, que metiera mi polla dentro de tu coño, que jadeara
sobre ti, permitirías que te chorreara el semen entre los muslos,
pegajoso y caliente, permitirías mis babas fétidas, permitirías todo
eso a pesar de lo que nos hemos dicho, a pesar de lo que sentimos el
uno por el otro?
ELSA.- ¡Un hijo más! ¡Sólo te pedí un hijo más, uno más, uno más!
¡Uno que hubiera crecido del todo, sin centímetros de más o de
menos! ¡ Ni siquiera mereció la pena el esfuerzo del parto!
MATEO.- ¿Para qué, para borrar a la otra? ¿Es eso, quieres borrarla?
ELSA.- ¡No!
ELSA.- Nunca.
ELSA.- ¡Nunca!
ELSA.- Nunca.
ELSA.- ¿Alegrarme?
ELSA.- (Silencio.)
ELSA.- ¿Cuchillos?
ELSA.- Es verdad.
MATEO.- Has puesto sólo cuchillos. Tres cuchillos alrededor del plato.
Dos cuchillos a la derecha y uno a la izquierda. Tres alrededor de mi
sopa y tres alrededor de la tuya. Seis cuchillos sobre la mesa. Has
puesto seis cuchillos sobre la mesa. Seis cuchillos.
ELSA.- Yo tampoco.
ELSA.- Nada.
ELSA.- No.
ELSA.- Déjame.
MATEO.- ¿Son para eso los cuchillos? ¿Son para mi cuello? ¿Seis
cuchillos para mi cuello? ¡Bah! ¡Pones seis cuchillos sobre la mesa y
ni siquiera tienes valor para pincharme!
ELSA.- Chloé tenía siete años y era preciosa. No había nacido criatura
más linda en decenios. No se tenía noticia de semejante hermosura.
Las madres me pedían los bucles de su deliciosa cabellera. Todas
querían tocar sus bucles. Todas. Hay bucles del pelo de mi hijita en
todas las casas. La invitaban a todas las fiestas, ganaba todos los
concursos de belleza, ganaba siempre. La retrataron miles de veces.
Era preciosa, preciosa. Cualquiera que se cruzara con ella empezaba
a adorarla instantáneamente. Cuando sonreía, dios mío, cuando
sonreía ... Nada era tan dulce como su sonrisa. ¡Nada! Pero las niñas
hermosas siempre llevan una manada de lobos a sus espaldas, seres
perversos surgidos de las entrañas de la tierra con el único objeto de
destrozar la pureza. No son capaces de enfrentarse a lo bello sin
aniquilarlo. No se detienen hasta no dar con la niña más preciosa del
mundo, y entonces piensan que la belleza es injusta, que la belleza
engendra lascivia, y sólo desean destruirla. Porque mi hijita era uno
de esos seres encantadores que poseen la capacidad de reducir a sus
semejantes a la más absoluta de las fealdades. Nadie corre más
peligro que las niñas hermosas, nadie lleva más sombras tras la
nuca. Las niñas hermosas, allá donde van son acompañadas por el
horror.
MATEO.- No.
MATEO.- No.
ELSA.- Cumpleaños feliz.
ELSA.- Su cama...
MATEO.- ¿Qué?
MATEO.- ¿Quién?
ELSA.- Todo.
ELSA.- Sí.
ELSA.- ¡Sí!
MATEO.- ¿Qué más has visto? ¿Qué hay en su habitación? ¿Qué más
ha hecho?
ELSA.- Entra tú en su habitación.
ELSA.- Escucha.
MATEO.- Es el viento.
MATEO.- Es el viento.
MATEO.- Nada.
ELSA.- Mírate.
ELSA.- ¡Mira!
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
ELSA.- Sí.
NARRADORA.- ¿Automutilación?
ELSA.- El día que cumplió siete años la niña se cortó las venas de los
brazos con el cuchillo de partir la tarta. Corrió hacia su padre con los
brazos chorreando sangre y se abrazó a él con todas sus fuerzas. Le
adoraba. Me lancé sobre ella para socorrerla, pero ella se abrazó a su
padre. A su padre. Como una novia. Le manchó la camisa. Creo que
en el fondo vivieron una historia de amor. Eran un hombre y una
mujer. A mí nunca me quisieron, y yo tampoco fui capaz de
quererles, ¿verdad? Nunca quise a mi hijita, ¿es eso lo que piensa?
Nunca cuidé de ella lo suficiente. Nunca.
ELSA.- Un día dijo algo que me hizo llorar. Chloé aún estaba viva.