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Domingo 13 de julio de 2008 Contacte con La Opinión de Malaga.

es
MaiteHernández
Ver en cada niño y cada niña un individuo bueno capaz de crecer en bondad e inteligencia
nos está resultando a los adultos cada vez más complicado. Es mucho más sencillo colgar
etiquetas que generalicen y alerten de los peligros de esas raras especies en propagación. Y
en parte es explicable; si vamos a la plaza nos encontramos con varias escenas de niños con
rabietas, vemos a abuelos orillados a cumplir los deseos de los niños comprando objetos
innecesarios, padres y madres rendidos ante la insistencia de algún hijo por cambiar el plan
familiar; escuchamos noticias de jóvenes que golpean a sus padres o maestras y del acoso y
la humillación entre los estudiantes como forma de obtener un estatus de poder en el grupo.
Pero debemos recordar que son muy raros los casos de maldad en los infantes. Es decir,
para que realmente podamos diagnosticar a un pequeño como un ser malévolo, se tienen
que dar varios factores emocionales, mentales y espirituales que disturben el centro de paz
que cada niño y niña tienen desde su nacimiento. Esos casos existen y lamentablemente nos
enteramos de ellos después de que estos pequeños cometen actos escabrosos. La fantasía
acompañada de dolor, baja autoestima, de un entorno de violencia, de escasez de límites, de
falta de amor, desconocimiento de consecuencias, baja moralidad, pueden (rara vez) dar
como resultado crímenes siniestros, dignos de las mentes más retorcidas.
Hoy no nos vamos a enfocar a ellos, pero me viene bien para confirmar que sí hay niños
malos y niñas malas, pero que estos casos son tan extraordinarios (afortunadamente) que
han merecido la atención de muchos especialistas, desde aquellos que se dedican a estudiar
el funcionamiento de la mente, hasta abogados que indagan la forma en la que se debe tratar
a estos pequeños ´demonios´ en un juicio.
El resto de los niños y de las niñas, me encanta decirlo, son buenos. Y con lo que nos
encontramos a diario no es con otra cosa que con malos comportamientos. Aislar esas dos
realidades es importante para poder entenderlos y ayudarlos a corregir sus errores. Cuando
hablamos de niños malos resulta verdaderamente complejo comprender las causantes, pero
cuando analizamos un comportamiento malo, las posibilidades se reducen. La mayoría de las
veces, un mal comportamiento es resultado de la imitación de formas de relacionarse no
adecuadas. Los maestros que no se interesan por el entorno familiar, les es difícil
comprender porqué algunos de los alumnos se comportan mal, así pues, un chiquito de cinco
años que maldice todo el tiempo, puede ser catalogado como malo, pero si se analiza a fondo
y se encuentra que tiene en casa hermanos adolescentes que utilizan ese lenguaje (a veces
sin que los padres se enteren), será fácil corregir el problema, que por cierto, no le atañe al
pequeño, sino a sus hermanos. Cuestiones tan simples como esta, ocurren a diario en el
mundo infantil. Entonces comprendemos que no hay culpables sino circunstancias. Algunas
otras causas que debemos tener siempre en cuenta son: exposición del infante a la violencia
social, falta de ambiente familiar seguro, autoridad poco definida, aburrimiento, límites poco
claros por parte de los adultos que lo acompañan, falta de escapes aceptables para los
sentimientos (diálogo), ataques a su dignidad, uso constante de comparaciones (sensación
de incumplimiento de expectativas del adulto), desesperanza ante las etiquetas (no sirves,
eres malo).
Recuerdo el caso de una niña que era catalogada como un ´bicho´ por sus padres. Nos llamó
especialmente la atención porque en el colegio era muy trabajadora y dedicada. Cuando les
preguntamos por la rutina diaria, nos dimos cuenta de que era una niña prácticamente
abandonada, se aburría y su única manera de mostrar su enojo era generando desastres en
casa. El problema se solucionó cuando se le ofreció una rutina de trabajo y mucho material
creativo. Un niño ocupado, decía María Montessori, no tiene tiempo para planear
travesuras.
Para contrarrestar las causantes expuestas, sugiero que revisemos en familia que tanto de lo
que hacemos o vivimos en familia puede ocasionar malos comportamientos. Hay hogares en
donde la televisión permanece encendida desde la mañana hasta la noche. Los niños
absorben toda la información y su cabeza no es capaz de discernir lo que es real de lo que
no. Ven las noticias cargadas de violencia con la misma indiferencia con la que adquieren
hábitos de consumo extremo. A ellos les parece que todo lo que anuncian es verdaderamente
necesario y no entienden porqué no lo tenemos en casa. Pero los padres y madres somos los
que abrimos la puerta a esos vendedores, dejamos que nuestros hijos escuchen todo su
discurso absurdo y luego les permitimos convertirse en un consumidor insaciable para
impedir las rabietas fuera del centro comercial. La mayoría de los progenitores no somos
selectivos con la programación infantil y otros tantos permitimos incluso que sean
espectadores de programas cargados de contenidos que requieren un nivel de comprensión y
madurez mayor al que poseen.
Muchos otros aburrimos a los niños hasta la saciedad porque no somos capaces de crear
nuevas propuestas de juegos, excursiones, dinámicas. Porque la rutina diaria se limita a la
tele, la cena, el baño y la cama. Otros tantos preferimos ser ´amigos´ antes que padres para
evitar enfrentarnos al mundo necesario de la autoridad. Dejamos de ser guías en la vida de
nuestros hijos para ser colegas sin normas. Hacemos de nuestros hogares espacios de
anarquía y después nos sorprende que no sepan comportarse en otros espacios en donde sí
se les pide que respeten las normas.
Veamos a nuestras hijas e hijos como seres maravillosamente perfectos y hagamos un
esfuerzo para evitar que las causantes del mal comportamiento empujen a nuestros niños y
niñas a abandonar su natural inclinación por lo que es bueno.

escuelapadres@hotmail.es

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