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Ciencias Sociales 2.

º | Capítulo 15 | Versión impresa

EL SIGLO XVI EUROPEO:


RENACIMIENTO Y REFORMA
Ciencias Sociales 2.º | Capítulo 15 | Versión impresa

humanismo y renacimiento
Entre los siglos XIV y XV, mientras la mayoría de la población europea seguía anclada en
la tradición medieval, algunas minorías cultas de las grandes ciudades italianas adopta-
ron una nueva forma de pensamiento.

Este nuevo pensamiento reivindicaba una visión del mundo centrada en el hombre (an-
tropocentrismo), en contraposición a la visión del mundo centrada en Dios (teocen-
trismo) de la Edad Media. Por eso recibió el nombre de Humanismo, porque reivindica-
ba que el «hombre era la medida de todas las cosas».

Los humanistas pensaban que la vida se tenía que basar en la razón humana y en el pre-
sente; hecho que contrastaba con el punto de vista medieval, que defendía que la vida
se tenía que basar en la fe en Dios y que sólo servía de preparación para el más allá. Los
humanistas, en cambio, pensaban que el hombre podía determinar su destino a partir
de su voluntad.

Todos estos valores los recuperaban de las civilizaciones griega y romana que, reinter-
pretadas por los renacentistas, se convertían en el modelo cultural del nuevo mundo.
Los humanistas recreaban la Antigüedad en la literatura, el pensamiento, el arte y los
comportamientos. Recuperaron muchos textos clásicos y restablecieron la proporción y
la armonía como ideales de belleza.

En cuanto al ser humano, el patrón de perfección era el hombre completo y polivalente,


capaz de conciliar pensamiento, acción y sensibilidad. Por este motivo, en esta época
apareció la figura del artista-ingeniero: un hombre que poseía, al mismo tiempo, cono-
cimientos científicos, la práctica de un oficio y la sensibilidad estética de un artista. Leo-
nardo da Vinci fue uno de los ejemplos más claros de esta figura. Además de ser uno
de los artistas más destacados de la época, también reflexionó sobre aspectos de física,
anatomía y ciencia experimental, y fue el artífice de varios inventos mecánicos.

Finalmente, respecto a la política, los humanistas también se inspiraban en la cultura


grecorromana y su modelo lo constituían el ciudadano libre y la república. En aquel mo-
mento se estaban configurando muchos estados absolutistas en Europa y, como el Hu-
manismo nació en las repúblicas de Florencia y Venecia, los humanistas reivindicaban
los ideales de la República romana porque querían mantener su autonomía respecto a
los grandes estados dinásticos que los querían absorber.

En el siglo XVI, esta nueva forma de pensar se difundió por toda Europa, e influyó en el
inicio de la Edad Moderna europea. Fueron los mismos humanistas los que pusieron el
nombre de Renacimiento al nuevo movimiento cultural. Estos eruditos admiraban el
mundo antiguo y querían tomarlo como fuente de inspiración en todas las manifesta-
ciones artísticas y culturales. Por lo tanto, según los renacentistas, el período de tiempo
entre el mundo antiguo y su propia época representaba una edad oscura, de transición
entre un período de esplendor y el otro. Por ese motivo empezaron a denominarla Edad
Media. Se trata de una visión parcial, ya que en la actualidad se considera que sin los
progresos realizados en la Edad Media el Renacimiento no hubiera sido posible.

La nueva mentalidad humanista o renacentista emergió en las grandes ciudades italia-


nas gracias al desarrollo económico de estos centros urbanos, causado –a su vez– por el
aumento de los intercambios comerciales de estas ciudades del Mediterráneo oriental.

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Los grupos dirigentes de las ciudades (príncipes, altos cargos eclesiásticos y alta burgue-
sía) representaron un estímulo clave en el desarrollo del Renacimiento, y le dieron un
gran impulso ejerciendo de mecenas.

Un mecenas es una persona que fomenta las actividades culturales y artísticas, de ma-
nera que ayuda económicamente a las personas que se dedican a ello. Por ejemplo,
encarga obras a los artistas y se las paga. La familia de mecenas más importante del
Renacimiento fue la familia florentina de los Medici.

Por otro lado, la difusión de la imprenta fue un factor clave para la aparición del Huma-
nismo, ya que permitió la divulgación de los textos clásicos. Asimismo, hizo accesible
la lectura, hecho que llevó a la gente a descubrir puntos de vista diferentes y a adquirir
nuevos conocimientos. Efectivamente, gracias a la imprenta, la cultura dejó de ser patri-
monio casi exclusivo de los eclesiásticos. Eso, a su vez, posibilitó una actitud más crítica
respecto al papel de las autoridades y los estilos de vida tradicionales. Finalmente, la
imprenta también contribuyó a extender la nueva visión del mundo.

El arte del Renacimiento

El arte del Renacimiento intentó imitar el de la civilización grecorromana. Así pues,


la proporción, la simetría, la armonía, el equilibrio, el orden, la unidad, etc., juntamente
con la belleza y la juventud, se convirtieron en los ideales artísticos de la época. De esta
forma, en el arte del Renacimiento, el hombre, que se convirtió en el centro del interés
artístico, apareció idealizado.

Los artistas del Renacimiento siguieron trabajando en pequeños grupos o talleres, como
en la Edad Media. En los inicios del Renacimiento, las artes plásticas se continuaban
considerando trabajos mecánicos. Pero, poco a poco, adquirieron el prestigio de artes,
como la literatura, y ya empezaron a destacar ciertas individualidades creativas.

La pintura
Los pintores tuvieron que hacer frente a bastantes dificultades a la hora de imitar a los
antiguos, ya que los restos de pintura clásica eran muy escasos. Por eso, cogieron la es-
cultura como modelo, lo cual estimuló el retrato como género independiente.

Trasladar las esculturas a la pintura comportó una búsqueda que desembocó en el des-
cubrimiento de las leyes de la perspectiva. Los pintores empezaron a representar las
escenas con profundidad, tal y como el ojo humano capta lo que está lejos o cerca.

Mediante el trazado de unas líneas que van a parar a un punto de fuga, se crea una cuadrícula que deter-
mina la situación de los objetos dentro de la obra.

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Leonardo da Vinci introdujo también el sfumato, un efecto pictórico basado en las gra-
daciones de luz y sombra. Con este efecto se consigue unos contornos imprecisos que
también producen una sensación de profundidad o perspectiva.

La Mona Lisa y San Juan Bautista, de este mismo artista, ilustran claramente la nueva técnica.

Todo esto hizo que los artistas se preocuparan por mostrar la realidad tal y como la
percibe el ojo humano. La pintura gótica se interesaba en que se extendiera el con-
cepto representado y no era fiel a la realidad. La pintura renacentista, en cambio, pasó
a representar los objetos de manera muy realista. Esto también se nota en el fondo,
que en el gótico eran simplemente dorados. En cambio, en el Renacimiento el dorado
empezó a ser substituido por paisajes de la naturaleza.

Algunas de las obras pictóricas más emblemáticas del Renacimiento son La escuela de
Atenas, de Raffaello Sanzio; La Capilla Sixtina, de Miguel Ángel Buonarroti; y El nacimien-
to de Venus, de Sandro Botticelli.

La arquitectura
En cuanto a la arquitectura, la recuperación de las formas clásicas tomó impulso gracias
a la existencia de edificios y ruinas en muchas de las principales ciudades italianas, prin-
cipalmente en Roma.

Los edificios construidos por los renacentistas también se basaron en los conceptos ar-
quitectónicos clásicos de proporción y armonía. Se pasó de edificios verticales, cons-
truidos para glorificar a Dios, como las iglesias góticas, a edificios horizontales, hechos a
medida del hombre.

Uno de los ejemplos más claros de arquitectura renacentista es la fachada de la iglesia


florentina de Santa María Novella de Leon Battista Alberti, uno de los principales arqui-
tectos del Renacimiento.

En esta fachada se puede apreciar la recuperación del arte clásico, así como su gusto por el equilibrio y la
unidad. La fachada está formada por tres cuadrados: dos en la parte inferior y uno en la parte superior, al

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cual Alberti añadió unas volutas para compensar el desnivel entre la altura de las dos partes. Esto, junta-
mente con el hecho de que es una fachada completamente simétrica, crea equilibrio y unidad. Por otro
lado, Alberti coronó la fachada con un elemento arquitectónico típicamente grecorromano: el frontón.

Otro elemento arquitectónico clásico recuperado en este período fue la cúpula o duo-
mo, introducida por el arquitecto Filippo Brunelleschi, que proyectó una para la catedral
de Santa María del Fiore, en Florencia.

El diseño de la cúpula de Brunelleschi resultó extremadamente original por el hecho de ser octogonal y
porque se levantó sin necesidad de utilizar andamios. Gracias a este método constructivo, la cúpula de
Brunelleschi fue la más grande que se había construido hasta entonces.

La escultura
El Renacimiento dio lugar a una verdadera fiebre coleccionista de esculturas clásicas
originales por parte de magnates, papas, príncipes y eruditos. Se encontraron nuevas
piezas como el Apolo del Belvedere, el Laooconte o la Venus de Medici; y los artistas empe-
zaron a imitar sus temas y formatos. Así pues, proliferaron los bustos, las representacio-
nes mitológicas y los retratos individuales.

En el arte gótico, la escultura forma parte de la arquitectura. Pero durante el Renaci-


miento, la escultura se separó de la arquitectura y se convirtió en una obra de arte inde-
pendiente. Además, igual que la pintura, se vuelve extremadamente naturalista.

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Una de las esculturas renacentistas más impresionantes es el David de Miguel Ángel,


actualmente expuesto en la galería de la Academia, en Florencia.

Esta obra representa un episodio del Antiguo Testamento en que David, el segundo rey de Israel, mató a
un gigante llamado Goliat, después de lanzarle una piedra. El David de Miguel Ángel es un ejemplo de es-
cultura renacentista: se puede observar una representación del ideal clásico de belleza y una glorificación
del ser humano.

copÉrnicO Y el fin del geocentrismo


Como hemos dicho, el Renacimiento produjo un gran número de nuevas ideas y cono-
cimientos. Los renacentistas confiaban en la razón humana; de modo que los científicos,
en vez de dedicarse a estudiar la Biblia, se dedicaron a observar a los seres humanos y la
naturaleza, e hicieron importantes descubrimientos.

Una de las ideas más revolucionarias del siglo XVI tuvo lugar en el terreno de la astrono-
mía y fue formulada por el clérigo polonés Nicolás Copérnico, que vivió entre los siglos
XV y XVI.

En aquel momento, la visión predominante del universo era la de los griegos, que situa-
ba la Tierra en el centro del mismo (geocentrismo). Según los cristianos, el hombre era
la criatura divina más valiosa. Por eso, les interesaba esta visión que situaba al hombre
en el centro del cosmos.

Sin embargo, los movimientos de los astros observados por los astrónomos no se co-
rrespondían con este modelo y, para conciliar la teoría con la observación, se habían
introducido tantas correcciones que el sistema resultaba ininteligible.

Copérnico, que había estudiado matemáticas, estaba preocupado por la complejidad


del geocentrismo y, para resolver los problemas que planteaba este modelo, propuso
una solución muy simple: situar el Sol en el centro del cosmos (heliocentrismo). De este
modo, la Tierra pasaba a formar parte del sistema solar y muchas de las complicaciones
del modelo tradicional quedaban resueltas. Nuestro planeta tenía un doble movimien-
to (de rotación y de translación), lo que explicaba el aparente movimiento del Sol y las
estrellas.

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No obstante, esta teoría no gustaba a la Iglesia católica, que consideraba indiscutible el


hecho de que la Tierra fuera el centro del universo.

Así pues, durante el siglo XVI, nadie defendió seriamente el modelo de Copérnico; ni
siquiera él mismo, ya que de hecho el libro en el cual Copérnico defendía el heliocen-
trismo se publicó el mismo año de su muerte. Sin embargo, la idea de Copérnico sería
recuperada y adoptada más adelante, lo que reafirmaría la gran confianza en la razón
humana que caracterizó los inicios de la Edad Moderna.

LA REFORMA PROTESTANTe
Durante el siglo XVI, los cristianos de Europa occidental, que hasta entonces habían for-
mado parte de una misma Iglesia, se dividieron en iglesias diferentes. Cada una de ellas
defendía una doctrina, una organización política y un estilo de vida distintos.

Desde finales de la Edad Media, los europeos habían ido perdiendo la confianza en la
Iglesia católica debido a la evidencia de su corrupción. El clero se limitaba a administrar
los rituales a los feligreses y no vivía según las reglas de sus órdenes, sino que faltaba a
los votos de pobreza y castidad. Los papas se habían convertido en cargos políticos, y
estaban más preocupados por conservar sus territorios que por las necesidades espiri-
tuales de los fieles. Además, durante el Renacimiento, se hicieron construir edificios muy
lujosos en Roma con el dinero que obtenían de la venta de indulgencias.

La Iglesia medieval obligaba a los feligreses a confesar los pecados cometidos al rector
de su parroquia. Para compensar los pecados, el rector asignaba a los fieles la realización
de penas como –por ejemplo– peregrinaciones, lo cual les permitía ganar indulgencias
(es decir, hacerse perdonar los pecados). Con el tiempo, los eclesiásticos empezaron a
vender las indulgencias a cambio de dinero, hecho que resultaba escandaloso ya que la
Iglesia siempre había defendido que el dinero no tenía importancia.

La pérdida de confianza en la Iglesia provocó una relajación en las costumbres, y tam-


bién que los europeos empezaran a entender la vida sin necesidad de una religión. Sin
embargo, esto les producía una gran inquietud porque dejaba sin respuesta todas las
cuestiones que antes solucionaba la religión: «¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos?,
¿a dónde vamos?». Por eso, mucha gente volvió a creer en antiguas supersticiones como
la magia y la brujería, y también surgieron varios movimientos que querían reformar la
Iglesia y que terminaron creando unas nuevas.

El éxito de las iglesias reformistas en los diferentes territorios tuvo mucha relación con
los intereses sociales y políticos de sus clases dirigentes, en un proceso que empezó a
configurar los futuros estados europeos.

Martín Lutero

Martín Lutero, un monje germánico, inició la Reforma protestante a principios del si-
glo XVI. Como el resto de los europeos, Lutero había perdido la confianza en la Iglesia
católica a causa de la corrupción y de su distanciamiento de la religión. Además, había
viajado a Roma, donde pudo observar el lujo que rodeaba a los papas del Renacimiento.
Le molestaban los abusos de la Iglesia y quería solucionarlos para retornar al cristianis-
mo primitivo.

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En 1517, Lutero colgó, en la puerta de una capilla de la ciudad donde vivía, un docu-
mento con 95 tesis contra la venta de indulgencias. La protesta hizo que el papa lo ex-
comulgase; es decir, lo echase de la Iglesia. Entonces, Lutero fue a pedir ayuda a Carlos
V, el hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, emperador de los territorios germánicos.
Carlos V lo trató de hereje y quiso condenarlo. Entonces, Lutero se escondió en el castillo
de un amigo suyo. Pasado el peligro, volvió a su ciudad y empezó a predicar su propia
doctrina, a la que pronto se adhirieron otros pastores.

La doctrina de los reformadores

Lutero y sus seguidores defendían que las buenas obras no ayudaban a salvar el alma.
Las ceremonias religiosas y las indulgencias no tenían ningún valor. Los hombres se sal-
vaban por la propia fe. Era la gracia divina quien salvaba a algunos hombres dándoles
fe, y condenaba a otros.

Los reformadores defendían una relación más personal y directa con Dios. Según Lutero
y sus seguidores, la comunidad, las ceremonias y la guía de los eclesiásticos alejaban a
los hombres del Señor. De aquí que su doctrina se centrara en la libre interpretación de
la Biblia por parte de cada cristiano. Evidentemente, esto sólo era posible gracias a la
imprenta, que había facilitado la difusión de libros y, por tanto, también había facilitado
la difusión de la Biblia. Ahora bien, como la Biblia estaba en latín y la gran mayoría de la
población no la entendía, los reformadores abandonaron el latín como la lengua de las
ceremonias religiosas y la sustituyeron por las lenguas propias de cada comunidad. El
propio Lutero trabajó gran parte de su vida en la traducción de la Biblia al alemán.

Los reformadores defendían que la adoración de imágenes religiosas no servía para


nada y reivindicaban una relación más personal y espiritual con Dios. Por tanto, en el
protestantismo las imágenes religiosas dejaron de tener sentido. Este es el motivo por el
que las iglesias protestantes son locales muy austeros, sin representaciones de la Virgen
ni de los santos.

Lutero también estableció que los pastores protestantes podían casarse. Además, par-
tiendo de la idea de que los fieles debían tener una relación más directa con Dios, los
reformadores defendieron que los feligreses tenían que participar más activamente en
las misas mediante cantos, lecturas, preguntas, respuestas y comentarios.

La expansión de la Reforma

La expansión de la Reforma tuvo mucho que ver con los intereses sociales y políticos
de los europeos del momento. En un principio fueron los campesinos aquellos que más
defendieron la Reforma, con el objetivo de conseguir libertad e igualdad entre los cris-
tianos. Los campesinos protagonizaron las primeras revueltas, pero fueron demasiado
desordenadas y no llegaron a buen puerto. Finalmente, fueron los grupos locales más
ricos o, lo que es lo mismo, la nobleza rural y la burguesía de las ciudades los que im-
plantaron la Reforma para satisfacer sus intereses particulares.

Entre 1520 y 1540, la Reforma luterana se extendió rápidamente por el Sacro Imperio
Romano Germánico. La nobleza del Imperio utilizó la Reforma como arma política con
el fin de romper los vínculos políticos con Roma. Los nobles germánicos compartían,
desde hacía tiempo, un espíritu antirromano, provocado por la antipatía que sentían
hacia el papa y el emperador. Tanto uno como otro vivían lejos y no hacían nada por

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ellos y, además, les cobraban impuestos. Los dirigentes del Imperio querían librarse de
la dependencia de unos «extranjeros» que les imponían tributos.

Por otro lado, las nuevas fuerzas económicas, como la burguesía, se adhirieron al lute-
ranismo para ganar influencia: pretendían aumentar su poder político controlando la
nueva Iglesia. Asimismo, los nobles vieron en la Reforma la posibilidad de enriquecerse,
ya que al establecerse el luteranismo en una ciudad se suprimían los monasterios y con-
ventos, lo cual suponía un traspaso de bienes y rendas que los nobles no querían echar
a perder.

Finalmente fueron las autoridades de cada localidad las que nombraron unos admi-
nistradores de la nueva Iglesia, que establecieron en cada uno de los territorios. Esto
desembocó en una guerra de religión, fruto de la rivalidad que ya existía entre las au-
toridades locales del Imperio y el emperador. Hubo dos grandes batallas, los católicos
ganaron la primera y los protestantes la segunda. Finalmente, se firmó la Paz de Augs-
burgo (1555), en que se estableció el nuevo principio de territorialismo religioso, y que
permitía a la nobleza rural y a las ciudades independientes escoger la forma de religión
que quisieran e imponerla a los súbditos. De este modo, el Imperio romano germánico
quedó dividido a grandes rasgos entre un sur católico y un norte protestante.

El luteranismo también se extendió a las monarquías bálticas, así como a los países es-
candinavos e Islandia. En el siglo XVII, se extendería también por América gracias a los
emigrantes germánicos y escandinavos. Poco después, los misioneros luteranos la da-
rían a conocer a los continentes de Asia, África y Australia.

Lutero asentó los principios básicos de la Reforma, pero después surgieron otros movi-
mientos reformadores en otros lugares de Europa. Los que han tenido más repercusión
son el calvinismo y el anglicanismo.

Calvinismo
Juan Calvino fue un reformista francés establecido en Ginebra que fundó su propia
Iglesia, mucho más estricta que la luterana.

El punto de partida de la doctrina calvinista era la idea de predestinación. Lutero había


afirmado que era la gracia divina quien salvaba o condenaba a los hombres. Calvino
fue más lejos, ya que afirmaba que Dios ya tenía decidido a quién salvaría y a quién
condenaría, y que el hecho de pertenecer a la Iglesia calvinista indicaba que Dios había
escogido a aquella persona para salvarla. Según Calvino, los hombres no deciden su
pertenencia a la Iglesia calvinista, sino que tiene que ver con la fe de cada uno. Además,
la doctrina calvinista establece que los hombres tienen que trabajar mucho y vivir de
una manera sencilla. Así, según el calvinismo, aquellos que perseveran en estos objeti-
vos es porque Dios ya los ha escogido para salvarse.

La Reforma calvinista triunfó en Ginebra y Calvino gobernó en la ciudad durante más de


veinte años. Durante este tiempo, la Iglesia calvinista lo controló absolutamente todo,
desde la comida que se consumía hasta la fe que cada uno tenía. Sólo se podía comer
dos platos por comida, verduras y carne, y no se podían comer postres. Se prohibieron
los bailes y, en las tabernas, no se podía servir comida ni bebida pasadas las nueve de la
noche. Los domingos, todos los ciudadanos estaban obligados a ir a misa si no querían
ser condenados por la justicia, que en seguida enviaba a los herejes a la hoguera. Se
organizó un servicio de espionaje que inspeccionaba las casas e interrogaba a sus habi-

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tantes, que estaban obligados a denunciar a los que hubiesen cometido algún pecado.
Como en el caso de la Inquisición hispánica, esta dictadura del calvinismo sólo creó una
gran desconfianza entre los vecinos.

El calvinismo también se estableció en Escocia y en Inglaterra, desde donde se extendió


a los Países Bajos y a Norteamérica. En Escocia, los calvinistas pasaron a ser nombrados
presbiterianos. En Inglaterra, en cambio, fueron denominados puritanos por la sencillez
o pureza de sus hábitos y, en seguida empezaron a ser perseguidos por las autoridades
inglesas. Algunos emigraron a los Países Bajos y consiguieron establecerse en la parte
norte (futura Holanda); pero no en la parte del sur (futura Bélgica), mayoritariamente
católica y que contaba con el apoyo de Carlos V. Otros embarcaron, ya en el siglo XVII,
hacia la costa de Norteamérica, descubierta y colonizada por los ingleses unos decenios
antes. Gran parte de la cultura norteamericana actual todavía mantiene una estrecha
relación con la estricta moral de estos primeros colonizadores ingleses de Norteamérica.
El famoso sueño americano, por ejemplo, se basa en la creencia calvinista de que el di-
nero y el éxito social, conseguidos mediante el trabajo, son un claro indicio de que Dios
ha escogido a aquella persona para salvarla.

Por otro lado, según algunos historiadores y sociólogos europeos, esta insistencia calvi-
nista en el trabajo ayudó, en gran parte, al desarrollo de la mentalidad capitalista occi-
dental. El catolicismo, al contrario que el calvinismo, tradicionalmente ha condenado el
afán de ganar dinero y ha promovido la caridad. En cambio, el calvinismo defiende que
la caridad propicia la gandulería, y que el trabajo y el dinero que se consiguen indican
que una persona ha sido elegida por Dios.

Anglicanismo
En el contexto de una Europa donde habían surgido diversas iglesias y donde unos más
que otros aprovechaban la religión para satisfacer sus intereses políticos, Enrique VIII
de Inglaterra descubrió que su mujer no le podría dar un descendiente varón. Entonces,
para asegurarse la continuidad dinástica, intentó anular su primer matrimonio y casarse
de nuevo. Evidentemente, el papa no se lo permitió y Enrique VIII decidió romper con la
jurisdicción de la Iglesia católica de Roma.

El arzobispo de Canterbury anuló el primer matrimonio y validó el segundo; y el Parla-


mento de Inglaterra, interesado –como las autoridades alemanas– en dejar de pagar
impuestos a Roma, estableció que el rey de Inglaterra sería el único jefe de la Iglesia
anglicana.

Progresivamente, el anglicanismo fue adoptando diversos elementos reformistas. Así,


los altares se sustituyeron por simples mesas de madera, las ceremonias religiosas pasa-
ron a hacerse en inglés y los eclesiásticos se pudieron casar.

Sin embargo, cuando María Tudor subió al trono el 1553, intentó restaurar el catolicismo
y envió a muchos reformistas a la hoguera.

Finalmente, la Reforma triunfó en Inglaterra y la Iglesia anglicana devino una varian-


te más de la Reforma protestante, aunque el anglicanismo compartiese muchas de las
ideas de la doctrina católica. Desde entonces, tanto los católicos como los puritanos que
defendían una Reforma más profunda, fueron perseguidos. Por este motivo, algunos
puritanos emigraron a Norteamérica.

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LA contrarreforma
Ya desde finales del siglo XV, se habían iniciado reformas dentro de la misma Iglesia ca-
tólica para solucionar el problema de la corrupción.

No obstante, ninguna de estas reformas abordaba el problema de manera general. Ade-


más, a mediados del siglo XVI, al problema de la corrupción se le había sumado el pro-
blema del protestantismo que ya había sido adoptado en muchos lugares y amenazaba
con expandirse todavía más.

En cuanto a los principios esenciales del catolicismo, la Iglesia rechazaba la visión de Lu-
tero y Calvino según la cual era Dios quien condenaba o salvaba a los hombres, y conti-
nuaba defendiendo que las obras buenas podían salvar el alma. Los católicos tenían que
interpretar la Biblia de acuerdo con la forma como se había entendido tradicionalmente
y como la interpretaban los dirigentes de la Iglesia. La versión oficial de la Biblia era la
versión latina, que no se difundió entre los fieles.

Entre algunas de las nuevas órdenes religiosas que se crearon con motivo de la Contrarre-
forma destacó –principalmente– la fundada por el guipuzcoano Ignacio de Loyola, llamada
Compañía de Jesús. Esta comunidad creció mucho y se extendió por todas las provincias
del mundo católico. Los jesuitas, nombre con que se los llama, fueron los responsables de
la conversión al catolicismo de los habitantes de las Indias occidentales. También funda-
ron escuelas en las que se formaron muchos de los nuevos dirigentes católicos.

El Concilio de Trento

Entre los años 1545 y 1563, tuvo lugar un concilio o asamblea de los altos cargos de la
Iglesia católica en la ciudad de Trento, en los Alpes italianos. El motivo era afrontar las
críticas a la corrupción y promover una gran reforma que fortaleciera a la Iglesia católica
ante las nuevas Iglesias protestantes. En este concilio, se reafirmaron los principios esen-
ciales del catolicismo y se adoptaron una serie de medidas prácticas que tenían como
objetivo la recuperación de la confianza en la Iglesia por parte de los fieles.

En cuanto a las reformas prácticas, el Concilio de Trento obligaba a los arzobispos a tener
un buen nivel moral e intelectual, y a promover una buena formación moral e intelec-
tual entre el clero. Por eso, se ordenó la creación de un seminario en cada diócesis.

El Concilio también promovió marcar diferencias respecto al laicismo y la austeridad del


protestantismo. A diferencia de los protestantes, el clero católico no podía casarse, y se
fomentaba la suntuosidad en las iglesias y la proliferación de imágenes en contraposi-
ción al protestantismo. Otra de las consecuencias del Concilio fue que Roma vio reforza-
do su papel de capital del mundo católico.

La EUROPA DE CARLoS V
Carlos V fue el emperador de la potencia que dominó Europa en la primera mitad del
siglo XVI, formada por los territorios romanogermánicos y la Monarquía Hispánica. Su
idea era convertir el Imperio Romano Germánico en una monarquía absoluta, como la
hispánica, y crear una alianza de todos los cristianos europeos para enfrentarse al Impe-
rio Otomano, que no cesaba de crecer.

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Sin embargo, no consiguió llevar a cabo ninguno de los dos proyectos. La idea de con-
vertir el Imperio Romano Germánico en una monarquía absoluta no se pudo llevar a la
práctica porque, como hemos visto, muchos nobles germánicos adoptaron el protes-
tantismo y se rebelaron contra el emperador. Por otro lado, Carlos V tampoco pudo lide-
rar una alianza de todos los cristianos europeos, ya que Francia, Inglaterra, el papado y
el resto de estados itálicos no se lo permitieron. No les gustaba que tuviera tanto poder
y, en lugar de formar una alianza, le plantaron cara.

Las guerras de Italia

El ducado de Milán pertenecía a Francia, pero Carlos V tenía interés en dominarlo por-
que esto le permitiría conectar sus territorios del centro de Europa con el Mediterráneo.
Así pues, en 1521, con la excusa de que Francia había intentado invadir otros territorios
del Imperio, Carlos V conquistó Milán. Los franceses intentaron recuperar el ducado,
pero el emperador los venció e intentó que el rey francés se comprometiera a casarse
con su hermana.

Fue entonces cuando Inglaterra, el papado y el resto de los estados itálicos se dieron
cuenta de que Carlos V estaba acumulando demasiado poder, ya que en Italia dominaba
Milán, Sicilia y Nápoles. Así, Inglaterra, el papado y los estados italianos se aliaron con
Francia con el objetivo de debilitar el poder del emperador y echarlo de Italia.

Entonces, las tropas de Carlos V invadieron Roma en 1527 y el papa tuvo que huir. El rey
de Francia envió su ejército al reino de Nápoles, pero no consiguió dominarlo.

La muerte del hijo del rey de Francia

Unos años más tarde, Francia atacó a los Países Bajos y, cuando finalmente firmó la paz
con el emperador, el rey francés pidió a Carlos V la mano de su hija –o de la hija de su
hermano– para casarla con su hijo, el heredero del reino de Francia.

El emperador se lo pensó durante un tiempo. Conceder la mano de su hija al príncipe


francés quería decir ceder los Países Bajos a Francia. Concederle la mano de la hija de su
hermano quería decir ceder a Francia el ducado de Milán. Finalmente, el heredero al tro-
no francés murió inesperadamente y el emperador pudo conservar ambos territorios.

La herencia de Carlos V

Inicialmente, el emperador quería que su hijo Felipe heredara la Monarquía Hispánica y


las Indias, pero también los territorios germánicos. Esto provocó las quejas de los nobles
germánicos, que hasta entonces siempre habían elegido al emperador y no querían que
Carlos V convirtiera el Imperio en una monarquía hereditaria de la casa de Austria.

Esta situación dio lugar a una guerra en la que la nobleza germánica se alió con Fran-
cia. Finalmente, Carlos V, agotado por las continuas luchas, dejó que fuera su hermano
quien negociara la Paz de Augsburgo con los nobles protestantes del Imperio.

Fernando, el hermano de Carlos V, les permitió establecer la Reforma en sus territorios.


Esto le hizo quedar muy bien a él y muy mal al emperador, que nunca había cedido en
este tema. En el año 1555, Carlos V decidió abdicar y se retiró al monasterio de Yuste, en
la actual Extremadura.

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Fernando heredó el Imperio Romano Germánico; y Felipe, su hijo, heredó la Monarquía


Hispánica con el nombre de Felipe II.

LA SOCIEdAd EUROPEA DEL SiGLo XVI


La sociedad estamental

Durante la Edad Media, la sociedad europea se dividía en tres grupos sociales o estamen-
tos bien diferenciados: la nobleza y el clero, los estamentos privilegiados, y por debajo,
el pueblo. La sociedad europea del siglo XVI, en cambio, era más compleja. Los grupos
sociales privilegiados eran la nobleza y el clero. No obstante, nuevos grupos sociales
ganaron en protagonismo, como los grandes burgueses y mercaderes, pero también los
pequeños burgueses, comerciantes y artesanos.

Separación entre privilegiados y pueblo

La rivalidad entre las minorías que mantenían algún tipo de posición dominante en la
sociedad y su afán de diferenciarse del pueblo hizo que, a lo largo del siglo XVI, todos
los grupos sociales privilegiados mostrasen una gran preocupación por que se les re-
conociera como tales. El comportamiento cortesano, basado en el honor, la virtud y la
cultura, cobró mucha importancia entre las minorías dominantes. Por eso las familias
más influyentes patrocinaban las artes y la literatura. Algunos nobles y burgueses da-
ban igual o más importancia al prestigio que comportaba la obtención de un título o
calificativo (duque, conde, Honorable, Ilustrísimo) que a los beneficios económicos y al
poder político.

Por otro lado, con la finalidad de consolidar su posición social ventajosa, estas mismas
élites promovieron el control social. Así, empezaron a decir que los pobres eran peligro-
sos y que se tenían que controlar. Esto provocó, por ejemplo, la creación de hospicios
que, aunque es cierto que ofrecían ayuda a los mendigos, vigilaban las calles y a los
pobres para que no se rebelasen.

La vida cotidiana

Tanto en el caso de los privilegiados como en el del pueblo, muchos miembros de una
misma familia vivían juntos en la misma casa. Pero, en cada caso, se hacía por motivos
diferentes. En el caso de los privilegiados, sólo se casaba un hermano, y el resto de her-
manas y hermanos solteros vivían juntos en el mismo palacio para mantener unido el
patrimonio familiar. En el caso del pueblo, en cambio, los miembros de una misma fa-
milia de campesinos o artesanos vivían juntos porque todos ayudaban en las tareas del
campo o en el trabajo artesanal.

Además, era frecuente que tanto los adolescentes de las familias privilegiadas como
los adolescentes de las familias más pobres se fueran de casa una temporada. Los hijos
privilegiados lo hacían para estudiar o hacer contactos que después les sirvieran para
tener aliados políticos y comerciales, o para casarse. Los hijos de las familias más pobres
se iban a trabajar de jornaleros al campo, de aprendices a talleres artesanales de las ciu-
dades, o de criados a las casas de los privilegiados.

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Ciencias Sociales 2.º | Capítulo 15 | Versión impresa

En cuanto a la vida social, había más diferencias entre la vida social de las pequeñas
comunidades y la de las grandes ciudades que entre la del pueblo llano y la de los ricos
y privilegiados. En las pequeñas comunidades, la vida social se desarrollaba en la parro-
quia y en sus alrededores. Allí, se celebraban las misas, las reuniones públicas y el merca-
do, y era donde se encontraba la gente para charlar. En cambio, en las grandes ciudades,
la vida social se desarrollaba –principalmente– en las cofradías, que eran asociaciones
religiosas formadas por personas laicas. Las cofradías ofrecían la posibilidad de desa-
rrollar alguna actividad fuera del ámbito familiar: algunas ayudaban a los pobres, otras
organizaban entierros, fiestas o peregrinaciones. La gran mayoría de las familias urbanas
del siglo XVI formaron parte de una cofradía en algún momento.

Finalmente, cabe añadir que, durante el siglo XVI, los habitantes de las grandes ciudades
devinieron más cultos y consumistas. Esto tuvo su reflejo en la decoración de sus casas,
pero también en el consumo de objetos de lujo.

EL IMPERIo OTOMano
En el siglo XVI, el Imperio Otomano se expandió por el Mediterráneo y la Europa conti-
nental.

En la Europa continental, conquistó Belgrado –la actual Serbia– y tres cuartas partes de
Hungría. Desde Hungría llegó hasta Viena, ciudad que asedió dos veces pero que no
llegó a conquistar.

En el Mediterráneo, tomó Rodas, una isla de la actual Grecia, y se alió con los estados
bereberes del norte de África. Su vasallo, el pirata Barbarroja, también conquistó Túnez.
Carlos V se alió, entonces, con el sultán de Túnez, reconquistó el reino musulmán y per-
mitió que su antiguo rey volviese a subir al trono. Como respuesta, Barbarroja saqueó
Mahón, en la isla de Menorca.

Unos años más tarde, otomanos y cristianos se volvieron a enfrentar en la batalla naval
de la Prevesa (1538), en la costa albanesa. Esta vez, Carlos V se había aliado con el papa
y Venecia, pero la flota otomana demostró una vez más que era muy superior a la euro-
pea.

Más adelante, Carlos V intentó invadir Argel, en el norte de África, a petición de los go-
bernantes de la Monarquía Hispánica, que estaban hartos de que las naves argelinas
saqueasen las costas de la Península Ibérica. Aún así, la expedición resultó desastrosa.

La colonizacióN dE AmÉrica
La conquista de México

Después de la llegada de Colón a América, los conquistadores castellanos se habían


establecido principalmente en las islas del Caribe, donde explotaban a la población in-
dígena para conseguir oro, plata y piedras preciosas.

En 1519, la expedición de Hernán Cortés, un colono de Cuba, salió en dirección a Meso-


américa para inspeccionar aquel territorio continental. A medida que se iban acercando
al actual México, le dijeron que allí había un gran imperio, el Imperio Azteca. Pero hasta

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Ciencias Sociales 2.º | Capítulo 15 | Versión impresa

que no se presentaron delante de él dos emisarios del emperador, azteca Moctezuma,


Cortés no se creyó lo del imperio y decidió ir. En el camino hasta la capital de los aztecas,
la ciudad de Tenochtitlán, Cortés fue atacado por varios grupos de indígenas, pero los
venció a todos. Algunos de ellos incluso se convirtieron en sus aliados en la lucha contra
los mexica, la etnia dominante del Imperio Azteca.

Finalmente, Cortés llegó a Tenochtitlán e hizo prisionero a Moctezuma. Pero más tarde
se tuvo que retirar de la ciudad porque los mexica tenían rodeados a sus hombres, que
se habían quedado sin provisiones. Poco después, Cortés consiguió vencer a los mexica-
nos en otra batalla y asedió la ciudad de Tenochtitlán hasta que ésta cayó, en 1521.

A partir de esta conquista, Cortés envió expediciones hacia Guatemala, la península del
Yucatán y California, y en 1534 se creó en esos territorios junto con el Imperio azteca, el
virreinato de la Nueva España.

Más adelante, hubo expediciones para encontrar un estrecho que comunicase por el
norte el océano Pacífico con el Atlántico, también se promovieron expediciones en las
costas de Norteamérica y se descubrieron la península de Florida, el río Misisipí, etc.

La conquista de Perú

En el año 1531, la expedición de Francisco de Pizarro salió desde Panamá en dirección


al sur y llegó al actual Perú. Allí, también, había un gran imperio, el Imperio Inca, que se
extendía desde el actual Ecuador hasta el norte del actual Chile, en 1553.

Pizarro y sus hombres se vieron beneficiados porque el Imperio Inca se encontraba en


aquel momento dividido entre dos hermanos, los incas Atahualpa y Huáscar, que se
peleaban entre ellos para subir al poder. Finalmente, Atahualpa subió al trono, pero los
hispánicos lo capturaron y conquistaron la capital del Imperio, la ciudad de Cuzco. Una
vez conquistada, en seguida cayó el resto del Imperio.

Durante cierto tiempo, hubo diversas rebeliones por parte de los incas, pero, aún así, en
1542 se creó en estos territorios el virreinato del Perú.

Como en el caso de la conquista de México, desde Perú se fueron conquistando otros


territorios y se fundó, entre otros, San Francisco de Quito, la actual Quito, capital de
Ecuador; Santa Fe de Bogotá, la actual Bogotá, capital de Colombia; Santa María del
Buen Aire, la actual Buenos Aires, capital de Argentina; y Santiago, la actual Santiago de
Chile, capital de Chile. También se descubrió el río Amazonas.

Explotación y colonización

Tal y como hacía con todos los conquistadores, la Monarquía Hispánica ofreció a Cortés
y a Pizarro una «capitulación» o licencia para administrar y explotar los territorios some-
tidos, a condición de que fueran enviando al rey la «quinta real»: una quinta parte del
oro, la plata y las piedras preciosas conseguidas.

Los Imperios Azteca e Inca fueron divididos en diferentes encomiendas; cada una de
ellas estaba regida por un colono que vivía en la ciudad hispánica más próxima a su en-
comienda. La recaudación de tributos y la organización de la mano de obra se dejaron
en manos de la nobleza nativa de cada encomienda.

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Cortés se quedó con la encomienda de Tenochtitlán y obligó a los indígenas a trabajar


en las minas de plata de Taxco. También extrajo oro en Oaxaca y estableció plantaciones
de caña de azúcar en el golfo de México.

En cuanto a Pizarro, fundó una nueva capital en Lima, explotó las minas de plata de Po-
tosí, y plantó caña de azúcar en la costa.

Como ya había pasado unos años antes en el Caribe, muchos indígenas murieron a cau-
sa de las pésimas condiciones de trabajo y porque los conquistadores castellanos les
contagiaron sus enfermedades. En lugares como Panamá o Nicaragua, más del 90% de
la población indígena fue exterminada, ya fuese por las armas o por las causas mencio-
nadas. Como consecuencia, se tuvieron que traer esclavos de África.

La Iglesia fue un elemento más de la colonización hispánica de América, ya que la pobla-


ción nativa fue obligada a convertirse al cristianismo.

El RESTo DEL MuNdo


Las grandes potencias de Oriente, China y Japón, quedaron otra vez incomunicadas en-
tre ellas. Los piratas japoneses, conocidos como wako o bahan, abordaban las naves
chinas y coreanas desde hacía años. El onceavo emperador de la dinastía Ming, harto de
soportar sus abusos, prohibió a los chinos que comercializasen con el exterior e, incluso,
mandó evacuar ciertas poblaciones de la costa hacia el interior. La prohibición de los in-
tercambios entre estos dos gigantes asiáticos vino de perlas a los portugueses, que unos
años más tarde se convertirían en los intermediarios del comercio entre China y Japón.

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