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“La verdadera bondad del hombre sólo puede manifestarse con absoluta

limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna. La verdadera


prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda (situada a tal profundidad que
escapa a nuestra percepción), radica en su relación con aquellos que están a su
merced: los animales. Y aquí fue donde se produjo la debacle fundamental del
hombre, tan fundamental que de ella se derivan las demás. Una de las terneras se
acercó a Teresa, se detuvo y la miró largamente con sus grandes ojos castaños.
Teresa la conocía. Le llamaba Marqueta. Le hubiera puesto nombre a todas sus
terneras, pero no podía. Eran demasiadas. Antes, y seguro que hasta hace cuarenta
años, todas las vacas de este pueblo tenían nombre (y dado que el nombre es el signo
del alma, puedo afirmar que la tenían, a pesar de Descartes). Pero luego se hizo
cargo del pueblo una gran fábrica cooperativa y las vacas pasaron a llevar su vida en
dos metros cuadrados, en el establo. Desde entonces no tienen nombres y se han
vuelto "machinae animatae". El mundo le ha dado la razón a Descartes. Fue
precisamente él quien negó definitivamente que los animales tuvieran alma: el
hombre es el propietario y el señor mientras que el animal, dice Descartes, es sólo
un autómata, una maquina viviente, "machina animata". Si el animal se queja, no se
trata de un quejido, es el chirrido de un mecanismo que funciona mal. Cuando
chirría la rueda de un carro, no significa que el eje sufra, sino que no está
engrasado. Sigo teniendo ante mis ojos a Teresa, sentada en un tocón, acariciando la
cabeza de Karenin y pensando en la debacle de la humanidad. En ese momento
recuerdo otra imagen: Nietzsche sale de su hotel en Turín. Ve frente a él un caballo
y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzsche va hacia el caballo y, ante los ojos
del cochero, se abraza a su cuello y llora. Esto sucedió en 1889, cuando Nietzsche se
había alejado ya de la gente. Dicho de otro modo: fue precisamente entonces cuando
apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto
tiene un sentido más amplio. Nietzsche fue a pedirle disculpas al caballo por
Descartes. Su locura (es decir, su ruptura con la humanidad) empieza en el momento
en que llora por el caballo. Y ese es el Nietzsche al que yo quiero, igual que quiero a
Teresa, sobre cuyas rodillas descansa la cabeza de un perro mortalmente enfermo.
Los veo a los dos juntos: ambos se apartan de la carretera por la que la humanidad,
"ama y propietaria de la naturaleza", marcha hacia adelante.”

La Insoportable Levedad del Ser - Milan Kundera

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