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3 – OCHO AÑOS DESPUÉS

Era noche cerrada. Las pocas luces del navío de la Marina se divisaban cada vez más

cerca, mientras el suave murmullo de los remos hacía avanzar la barca. Llevaban ya dos

días siguiendo a aquel barco, y el capitán había decidido que ya era hora de hacerle una

visita. Jim miró con disimulo a cada uno de los hombres que le acompañaban:

Grimauld, Hawkins, Lomie, Balduin… Ninguno de ellos le preocupaba. Eran hombres

valientes, con mucha más experiencia que él en aquel tipo de empresas. La mayoría de

ellos llevaban embarcados en el barco de Mediabarba cerca de dos décadas. No podía

decir lo mismo del grumete.

Jake sólo llevaba con ellos un año, y en todo ese tiempo, aún no había matado a un

hombre, pese a sus quince años. Jim recordaba perfectamente la primera vida que

arrebató, y desde luego, había sido a una edad más temprana. Aquello le traía recuerdos

de su hogar, aunque ya le parecía algo completamente extraño. También le traía

recuerdos de una niña, con la que jugaba a ser pirata. “Y ahora soy un pirata”, pensó con

una triste sonrisa. Pese a sus ocho años embarcado con Belguen “Mediabarba”, en todo

ese tiempo, no había vuelto a saber nada de ella:

- Bell… – pronunció en un susurro.

- ¿Dices algo, desorejado? – preguntó Balduin extrañado.

- N-No, nada – se apresuró a decir abochornado – Sólo recordaba los viejos

tiempos – sonrió.

- Pues más te vale que te centres en el ahora – se apresuró a decir Grimauld en su

habitual tono cortante – No tenemos tiempo para ponernos nostálgicos – Jim

asintió y volvió a la realidad.


- Sigo sin entender porque tenemos que arriesgarnos en asaltar un navío enemigo

para esto – empezó a decir Jake – Y menos aún con tan pocos hombres – Jim le

sonrió. Sentía una especie de simpatía por el chaval. Le recordaba a él a su edad.

Casi como el hermano pequeño que nunca tuvo.

- Estamos faltos de munición y provisiones – le explicó – Sólo nos queda medio

barril de pólvora. Y por si fuera poco, la mayoría de nuestras espadas han

perdido el filo.

- Sí, bueno, – le interrumpió Lomie – eso tendrás que reprochárselo a gilipollas

como este, – señaló a Balduin con la cabeza – que ni siquiera se molestan en

mantener su espada como es debido.

- ¡Mi espada siempre está afilada como el primer día! – le increpó Balduin furioso

– ¡¡Cuando quieras te corto el gaznate con ella y te lo demuestro!!

- ¿¡Quieres pelea!? – soltó Lomie, llevándose la mano a la espada.

- ¡Ya basta los dos! – les reprendió Grimauld en un susurro cortante – ¿¡Es que

acaso queréis despertar a toda la guarnición de este puto navío!? – ambos

hombres cesaron la disputa. Para bien o para mal, el bote ya había tocado la

cubierta del barco enemigo.

- ¿Pero por qué robarlas? – preguntó en un susurro de nuevo el grumete –

Estamos a casi una legua de tomar tierra. ¿Por qué no comprarlas?

- Este chico es imbécil, incluso más que tú – añadió Grimauld mientras le

regalaba una de sus cortantes miradas a Jim – Porque es un precio más barato a

pagar – añadió mirando al grumete.

- ¿Barato? – inquirió Jim – ¿Consideras barato el hecho de pagar algo con acero,

pólvora y sangre? – pregunto con una sonrisa sarcástica. El otro pirata también

sonrió.
- Eres tú el que lo ve así – respondió – ¿Pago? Yo diría que más bien es un cobro.

Y uno muy gratificante, si se me permite añadir – dijo mientras desenvainaba la

espada. Jim frunció el ceño. Aquel hombre le repugnaba. Todavía no le había

perdonado lo de aquella vez.

El joven miró de nuevo a sus compañeros. Estaban todos preparados, aunque Jake no

agarraba su arma con la firmeza que se esperaría de él. Ahora venía la parte difícil, y

Jim tenía que hacer su papel:

- Desorejado, ¿cuántas voces oyes en cubierta? – le preguntó Grimauld

impaciente, mientras Hawkins ataba una cuerda al garfio. Jim se concentró en

percibir la presencia de los marines.

- Nueve… ¡No, diez! – dijo – La mayoría de ellas están dispersadas por todo el

barco.

- ¿Sólo diez? – preguntó extrañado el pirata.

- Está claro que son más – aclaró Jim – Sólo puedo percibir la voz de personas

conscientes. Si no los percibo, es porque están dormidos. O muertos – terminó.

- No caerá esa breva – se quejó Balduin.

- O sea, que podría haber toda una guarnición ahí arriba esperándonos – comentó

abatido Lomie.

- Dadas las dimensiones de este navío, y según los registros del capitán, – empezó

Jim – yo diría que la cifra asciende a treinta – explicó – Probablemente más.

- ¡Pues como despierten y den la alarma estamos jodidos! – se quejó Balduin.

- ¡Y como no cierres esa puta boca, la darán, tenlo por seguro! – le reprochó

Grimauld cortante – Desorejado, ¿oyes alguna voz cerca?

- ¡Mierda, sí! – exclamó – Hay una muy cerca. Probablemente un marine

haciendo patrulla. ¡Pasará por aquí de un momento a otro! – advirtió. Grimauld


soltó una maldición. A una señal suya, Hawkins lanzó el garfio hacia arriba y lo

enganchó en la cubierta del navío.

- Sube la cuerda y liquídalo antes de que nos vea y dé la alarma – le ordenó

Grimauld a Jim con premura – Danos una señal cuando esté todo despejado –

Jim obedeció, y agarró la cuerda con fuerza, apoyándose en la cubierta del barco

para subir hasta arriba.

Nada más llegar a cubierta, divisó al guardia al que había “oído” antes de subir. El joven

se armó de sigilo, y caminó con cuidado para ocultarse detrás del mástil principal. Al

cabo de pocos segundos, el guardia se giró en su ronda y caminó hacia la zona donde

hacía un rato, el pirata había abordado el barco. Justo cuando pasaba a su lado, el

marine pareció ver el garfio en cubierta y se dispuso a dar la alarma, pero antes de que

lograra decir nada, Jim le tapó la boca con la mano derecha y le cortó el gaznate con la

daga que empuñaba en la izquierda. El hombre se desangró en silencio, y el joven pirata

ocultó el cadáver como buenamente pudo. Al cabo de unos minutos, se asomó a

cubierta para dar la señal a los suyos.

- Informe de la situación – le instó Grimauld en un susurro cortante nada más

embarcar.

- Tres voces en popa y cuatro en proa – dijo él, que ya había hecho un examen

exhaustivo de la situación de los tripulantes del barco – También oigo una

arriba, en el puesto del vigía, así que habrá que avanzar con cuidado – señaló –

De todas formas, parece estar más pendiente de lo que hay en el cielo que de lo

que hay en el mar, porque con el ruido que hemos hecho esta noche, es un

milagro que no haya visto nuestra barca.

- Pese a todo iremos con cuidado – advirtió el otro – Continúa – Jim asintió.
- Percibo unas cuantas voces intermitentes en los camarotes – dijo – Supongo que

serán marines debatiéndose en sueños – señaló.

- En sueños húmedos – rió Balduin.

- Imbécil – dijo Grimauld entre dientes.

- Y si los planos del capitán son fiables, – añadió Jim ignorando el comentario de

Balduin – oigo una voz más que proviene de la capitanía.

- ¿Un capitán de la Marina? – preguntó Lomie.

- Es muy probable – corroboró Jim.

- Habrá que ir con cuidado entonces – advirtió Grimauld – Si es un usuario de las

habilidades podemos estar ante un serio aprieto.

- Tan simple como tirarlo al mar, ¿no? – apuntó el propio Jim. Grimauld lo miró

con frialdad.

- Ya me informó el capitán de cómo liquidaste a Damer hace ocho años – dijo en

su habitual tono cortante – Fue un truco pueril, arriesgado y estúpido – apuntó –

No vas a encontrar a muchos gilipollas que caigan en él. Menos aún con alguien

que ya es consciente de sus poderes y los domina a la perfección – Jim agachó la

cabeza abatido. En eso tenía razón – Sea como sea, evitaremos el combate –

indicó.

- ¿Cómo lo haremos? – preguntó Lomie.

- Nos dividiremos – señaló Grimauld. Sacó un plano de barco y lo extendió en

cubierta – Este es un plano del navío que encontramos hundido hará ya un año –

indicó – La estructura de los barcos de la Marina no parece haber cambiado

mucho desde entonces. Para empezar, – señaló una zona del plano – Balduin. Tú

y el desorejado os encargaréis de bajar a las bodegas y coger todo lo que podáis

– Jim frunció el ceño. Ocho años y aún no se había librado de aquel maldito
apodo. Pero asintió junto a su compañero – Hawkins, – Grimauld miró al vigía

de la tripulación – tú irás con ellos y les cubrirás – el hombre silencioso asintió

con solemnidad – Lomie y yo iremos a la armería – apuntó. Luego miró al

grumete – Y en cuanto a ti, irás con ellos tres. Vigilarás la zona y les avisarás en

caso de peligro. Pero hay de ti como te descubran – el grumete tragó saliva y

asintió – Si consiguen dar la alarma, nos joderán bien jodidos – advirtió. Todos

asintieron, y el grupo se dividió.

Sus compañeros dejaron actuar a Jim como guía de su grupo, dado que dependían de

sus capacidades para divisar posibles enemigos. Las cuatro voces que oyó en proa, no

obstante, parecían adormiladas. Por lo que percibía, ni siquiera parecían inquietarse por

un posible ataque en la noche. “Nos lo están poniendo muy fácil”, pensó Jim. Y aquello

le inquietaba. La cubierta crujía de forma demasiado ruidosa para lo que le habría

gustado, y el joven temía que cada crujido, fuera a ser el último. Finalmente,

encontraron lo que habían venido a buscar:

- Es aquí – anunció Jim. Y se permitió dar un suspiro aliviado.

- Muy bien – comentó Balduin – Hawkins, – indicó al vigía – cúbrenos mientras

bajamos. Jake, – miró al grumete – escóndete y vigila la entrada de los

camarotes. Si ves venir a alguien corre a avisarnos – el muchacho asintió – Y

por lo que más quieras, que no te vean – terminó. El chico volvió a asentir y los

dejó a solas. Jim se dispuso a bajar a las bodegas.

Habían dado en el clavo. Esa fue una de las muchas cosas que pudo comprobar al poco

de bajar. Aquel barco estaba repleto de provisiones: barriles de pólvora, cerveza y vino.

Varias cajas con fruta que parecía estar en buen estado. Quesos para los que necesitaría
toda la envergadura de sus brazos de querer cargarlos. Embutidos y carne en salazón

que hacían que el ambiente se llenara de un olor que le abría el apetito…

- ¡El premio gordo! – soltó Balduin.

- Baja la voz – le instó Jim.

- Vamos, Jimmy, sonríe por una puta vez en tu vida – río.

- ¿Ahora soy “Jimmy”? – aquello le traía recuerdos del pasado.

- Pero mira todo esto – señaló – Con todo lo que hay aquí, podemos abastecernos

durante un mes. ¡Puede que dos, incluso!

- Ya, pero primero hay que cargarlo – señaló Jim – Y después escapar con ello.

Yo no cantaría victoria hasta estar en nuestro barco – puntualizó.

- No tienes remedio, chico – le miró con seriedad, y luego rió – Si yo tuviera esa

carita tuya de no haber roto un plato, estaría desvirgando coños de aquí al alba.

¡Y sin necesidad de pagar por ellos! – río con fuerzas.

- Te repito que bajes la voz – pidió Jim, avergonzado.

- Pero vamos, chico. Sólo quiero señales de que no eres maricón – dijo sonriente

mientras apilaba un par de barriles.

- Y no lo soy – indicó – Me gustan las mujeres – señaló.

- Pues no es que lo hagas notar mucho – se quejó él, mientras cogía una caja de

madera a cuestas – ¿Qué me dices de la chica que secuestramos hace dos años?

Por la que pedimos aquel rescate. Creo recordar que el capitán la envió a tu

camarote – dijo – ¿No pasó nada entre vosotros?

- ¿Quieres decir que si me la follé? – preguntó él – No, no hubo nada.

- ¡No me jodas! – se sorprendió el otro – ¿Nada de nada? Pero si Lomie me dijo

un día que se asomó a tu camarote y la vio durmiendo abrazada a ti.


- ¿Ah, sí? – ya no recordaba muy bien aquello. Siempre se obligaba a olvidar –

Bueno, la chica ante todo estaba asustada, y con razón. Por aquel entonces yo

era el único que tenía más o menos su edad – señaló – Y nunca se me ha dado

bien ser un rufián – sonrió mientras cogía otro barril – Así que supongo que en

aquella tormenta embravecida que había pasado a ser su vida, yo era el único

trozo de madera al que aferrarse.

- Que poético – río Balduin – No conocía esa faceta tuya – señaló – ¿Sentías algo

por ella?

- Poco importa eso ya, ¿no? – dijo tajante. Aquello ya empezaba a molestarle. Le

traía recuerdos amargos – Esa chica está muerta – señaló – La Marina se negó a

pagarnos el rescate y Grimauld la mató.

- Cierto, ya lo había olvidado – dijo Balduin, de pronto apenado – Aquel animal

acabó con ella antes de que el capitán renegociara un nuevo acuerdo – comentó

– Por aquello lo mandó azotar. Yo lo habría mandado a hacer compañía a los

peces – apuntó mientras miraba a Jim compadeciéndolo.

- No me mires con esos ojos – señaló Jim – Fue a ella a la que mataron, no a mí –

dijo con frialdad. No había mostrado la misma frialdad las noches en las que

lloró amargamente su muerte. Ni el día en que murió, cuando se abalanzó contra

Grimauld lleno de rabia con intención de matarlo, hasta que el capitán le frenó

en el sitio de un puñetazo. Bethy, se llamaba. Bell. ¡Dioses, eran tan parecidos!

Una lágrima le resbaló por la mejilla – ¡Mierda, Balduin! – dijo mientras se

frotaba el ojo rabioso – ¿¡Por qué coño me la has tenido que recordar!?

- P-Perdona, chico – se disculpó su compañero – No tendría que haber sacado el

tema.
- Es igual – terminó Jim. No tenían tiempo suficiente como para perderlo en

rememorar el pasado. Cogió otra caja – Será mejor que carguemos esto antes de

que… – el sonido de un disparo perforó la noche.

- ¿¡Qué cojones ha sido eso!? – consiguió vocalizar Balduin tras el susto.

- Problemas – murmuró Jim, poco después de recobrar la compostura.

Ambos piratas dejaron sus quehaceres a un lado y salieron a la cubierta. Hawkins

permanecía allí donde lo habían dejado, impasible, aguardando por lo que quiera que

fuera a pasar a partir de aquel momento. Jim oyó las pisadas apresuradas y el jadeo de

alguien conocido. “Jake”, pensó, justo antes de que el muchacho apareciera ante ellos:

- ¡Tenemos que irnos! – anunció jadeante.

- ¿¡Qué diablos ha pasado!? – preguntó Balduin.

- Y-Yo… – tartamudeo Jake sin saber que decir – ¡Yo solo…!

- Jake – Jim agarró al chaval de los hombros para tranquilizarlo – Cuéntanos que

ha pasado.

- M-Me vieron – empezó el chico – Uno de los marines me vio. Entonces se

acercó a mí y… – el rostro del chico reflejaba confusión – ¡No sabía que hacer!

Así que… Yo… Le… Le…

- ¡Sigue! – le instó Jim.

- ¡Le disparé! – gritó el muchacho. Justo después comenzó a sonar una alarma.

Jake pegó un respingo.

- ¡Ahí arriba! – anunció Balduin señalando el puesto del vigía. El hombre que

acababa de dar la alarma tras divisarles se disponía a bajar.

- Mierda – murmuró Jim – ¡Hawkins! – gritó, pero su compañero ya estaba

preparado. El vigía de Mediabarba abatió al marine de un disparo certero.


- ¡Maldita sea! – Balduin se acercó al grumete – ¡¡Tu disparo nos ha delatado a

todos!! – gritó mientras zarandeaba al muchacho. Jim agarró con fuerza a

Balduin del hombro para que se detuviera.

- Déjalo – dijo.

- ¡Pero…! – fue a reprochar el pirata. Una sola mirada de Jim bastó para que

desistiera. El joven pirata le dirigió una mirada severa al grumete.

- L-Lo siento – tartamudeo Jake a modo de disculpa. Jim apartó la mirada del

chico.

- El hombre al que disparaste, – empezó – ¿murió?

- S-Sí – logró asentir el muchacho. Jim sonrió.

- Entonces no tienes nada por lo que disculparte – le dijo – Considera este día

como tu prueba de fuego – volvió a mirar al chaval y le dirigió una sonrisa – Si

sales vivo de esta, ¡serás todo un pirata!

- S… ¡Sí! – afirmó el grumete con un ánimo renovado. Jim volvió a sonreír y

regresó al lado de Balduin.

- Eres demasiado blando con el chico – le dijo el pirata.

- Prefiero que esté motivado a que esté asustado – le replicó él.

- Sabes que no pasará de esta noche, ¿verdad? – le dijo – Ninguno de nosotros lo

hará. Todos moriremos aquí – dijo con cansancio.

- Bueno, eso está por ver – con inferioridad numérica o sin ella, Jim llevaba

mucho tiempo sin una buena pelea. El estado anímico de su compañero no le iba

a agriar aquello. Necesitaba estar con la mente despejada y el nervio vivo si

quería salir de allí con vida – Y en caso de que muramos, – dijo – ¡nos

llevaremos a unos cuantos por delante! – anunció. Jake y Hawkins asintieron.


Tras un rato, Balduin hizo lo mismo, sonriente. Las pisadas de la tropa de

marines se oían cada vez más cerca.

- ¿Cuántos vienen? – preguntó nervioso Balduin.

- Dieciocho, diecinueve…, – empezó a contabilizar Jim – ¡Son cerca de veinte!

- Veinte para cuatro – anunció abatido el otro.

- Cinco para cada uno – dijo Jim divertido.

- Haces que parezca fácil – se quejó su compañero.

- La situación de Lomie y Grimauld probablemente sea peor – dijo él sacudiendo

los hombros – No tenemos derecho a quejarnos – Balduin sonrió.

- ¿El dicho del capitán? – preguntó.

- La suerte de matar – rememoró Jim.

- O me matas… - siguió Balduin.

- …o te mato – terminó él.

La puerta que daba a los camarotes se abrió, y los marines salieron en tropel. Jim sintió

un escalofrío al oír el primer disparo, pero luego sonrió aliviado al ver que provenía de

Hawkins, que había abatido al primero de los enemigos.

- ¡Vamos a ver de qué color es su sangre! – anunció Balduin eufórico. Jim le

siguió mientras desenvainaba con una sonrisa, y ambos cargaron contra el

contingente que ni siquiera había terminado de salir a cubierta.

Dos hombres cayeron antes de llegar a encañonarlos. El acero de Jim sesgó limpiamente

la vida de uno los marines. El joven alcanzó a verle la cara mientras el cuerpo caía. No

llegaría a los treinta años. El cadáver del hombre que había abatido su compañero cayó

encima de su primera víctima, y Jim se concentró en su siguiente objetivo.


El segundo fue más listo. Se llevó la mano a la espada para defenderse. De poco le

sirvió. Sus movimientos eran lentos a ojos de Jim. El pirata le cortó la mano antes de

que llegara a desenvainar, y aprovechó la fuerza de su estocada para girar, agacharse y

cortarle en la pierna, haciéndole doblar la rodilla. La cabeza del marine se puso a su

altura, y Jim la reclamó de un tajo certero.

Fue a girarse a buscar un tercer oponente cuando este le vino de sopetón. El marine

cargó dispuesto a matar, con suma rapidez. “¡No me va a dar tiempo a pararle!”, pensó

Jim con nerviosismo. El sonido del disparo de un fusil que conocía bien le salvó. Como

tantas otras veces lo había hecho. Quien fuera a ser su verdugo, cayó abatido con rostro

de incredulidad. Jim se giró hacia Hawkins con el corazón en un puño:

- ¡Ese era mío, vigía! – le reprendió. El pirata le sonrío y le mostró el dedo

corazón en un gesto grosero. Él sonrió a su vez, y se fue a echar una mano a

Balduin, que parecía apurado luchando contra dos enemigos al mismo tiempo.

Cuando un tercero se disponía a atacarlo por la espalda, Jim le lanzó un tajo por

detrás, que lo hizo caer de rodillas con un espasmo. Un segundo tajo en la

garganta puso fin a sus temblores. El joven placó al segundo marine de su

compañero, y este cayó rodando por el suelo.

- ¡No me robes mis presas! – le reprochó Balduin, mientras paraba una de las

estocadas de su adversario.

- Te veía apurado – río Jim, mientras se enfrentaba a su nuevo oponente.

- ¿Apurado yo? – inquirió el otro. Con un tajo limpio y certero rajó a su

adversario, de abajo arriba, desde la cadera hasta el hombro. Dio una patada al

cuerpo para quitárselo de en medio y se encaró con otro adversario – ¡Qué más

quisieras! – se aventuró a decir entre risas.


Jim volvió a sonreír, dejando una abertura a su oponente. El marine aprovechó el hueco

y se lanzó poniendo todo el peso en la espada. “Aficionado”, pensó. Con un rápido giro

concluyó la finta, poniéndose a espaldas de su rival, que había quedado desequilibrado

al errar su acometida. Jim le sacó de su error lanzándole un tajo a la nuca, que lo hizo

caer abatido. El pirata se giró:

- ¿Cómo lo llevas, Jake? – preguntó mientras buscaba con la mirada al grumete.

Al muchacho no se le veía por ningún lado. Alcanzó a ver a Hawkins, que seguía en su

posición, rifle en mano, con varios cadáveres alrededor. El vigía habría abatido ya a más

de seis hombres. Pero del grumete seguía sin haber ni rastro. Un nuevo marine

aprovechó su momento de desconcierto para atacar. Jim esquivó la estocada de su

adversario moviéndose a un lado, y le lanzó un tajo al vientre que le abrió las tripas. El

marine cayó:

- ¡Balduin! – dijo volviendo al lado de su compañero, que se cubría de las

estocadas enemigas con cierta dificultad – ¿Has visto a Jake? – el pirata se

lanzó hacia atrás para esquivar un tajo que habría sido mortal.

- ¡No! – gritó – ¡Deja al chaval y preocúpate de ti mismo!

Una bala perdida que pasó rozándole el hombro le hizo volver al combate. Jim

desenfundó la pistola y disparó a su agresor. El número de marines iba mermando poco

a poco, pero el no saber el paradero de Jake le dejaba intranquilo. Un repentino alarido

le hizo temer lo peor. Jim se giró hacia la fuente del sonido.

Hawkins acababa de caer abatido por un ataque por detrás. El joven vio como el acero

enemigo que había entrado por la espalda, salía del estómago del vigía hacia atrás:
- ¡¡Hawkins!! – gritó. Una nueva comitiva había surgido de una trampilla en

cubierta – ¡Balduin, tenemos visita! – su compañero se giró hacia él, tras sacar

su espada del cuerpo inerte del último hombre de la primera oleada.

- ¡Mierda! – escupió – ¡No se acaban nunca! ¿¡Es qué Grimauld y Lomie no están

haciendo nada allí dentro!? – se quejó.

- Hemos de ponernos en lo peor – indicó Jim – ¡De momento tendremos que

abrirnos paso nosotros mismos! – y se lanzó hacia delante espada en mano.

- ¡Son unos diez! – anunció Balduin – ¿Mitad y mitad? – ofreció.

- ¡Hecho! – Jim recibió la acometida de uno de los marines con la espada, guió el

arma de su rival hacia fuera, para lograr una apertura, y le encañonó el pecho

con la pistola. Un disparo bastó para quitárselo de en medio.

- ¿Usando tu arma a quemarropa? – indicó Balduin entre risas, mientras paraba las

estocadas de dos marines a la vez – ¡El cañón se te terminará atascando! –

indicó.

- ¡Cada uno combate como quiere! – de dos disparos se deshizo de sendos

marines – ¡Y tú no eres quién para darme lecciones! – rió. Balduin paró una

estocada enemiga, guió a su vez el arma del rival para parar la acometida de su

otro oponente, y desenfundó su pistola para abatirlos a ambos, también a

quemarropa.

- ¡Nadie sigue sus propios consejos! – indicó entre risas.

Cuando Jim y Balduin abatieron en compañía al último hombre de la comitiva, la puerta

que daba a los camarotes volvió a abrirse. Jim envainó el arma y se giró esperanzado en

busca de un rostro amigo, pero lo que encontró fue todo lo contrario:

- ¿¡A qué coño viene tanto jaleo!? – indicó un hombre que no había visto en su

vida. Por la chaqueta que llevaba, cubierta de condecoraciones, Jim supuso que
se trataba del capitán de aquel navío – ¿¡Qué diablos ha pasado aquí!? –

preguntó al ver el percal. Balduin dio un paso adelante, sonriente.

- Tus hombres son poco más que peleles – comentó – No nos ha costado

demasiado acabar con ellos.

- ¿Mis hombres? – repitió – ¿Acabar con ellos? ¿¡Acaso sois vosotros los

responsables de esta carnicería!? – dijo en tono crispado.

- Tranquilo, hombre – siguió Balduin con la puya – ¡Muy pronto te reunirás con

ellos! ¡Vamos, Jimmy! – el pirata cargó hacia delante.

- ¡Espera, Balduin! – gritó Jim – ¡No sabemos si…! – antes de que el pirata

alcanzara a su objetivo, el capitán de la Marina dio un fuerte pisotón al suelo, y

una sonora explosión hizo saltar a Balduin por los aires. El marine lo cogió por

el cuello al vuelo.

- ¿Q-Qué demonios? – sin que pudiera decir algo más, el capitán de la Marina

estrelló el cuerpo del pirata contra el suelo, provocando una segunda explosión

más devastadora que la anterior. Cuando la humareda se disipó, Jim se horrorizó

ante lo que vio. De lo que había sido Balduin, sólo quedaban unos pedazos de

carne ennegrecida y sanguinolenta.

- ¡Balduin…! – exclamó Jim en un grito ahogado. El marine lo miró con seriedad

– Tú… ¿Tú eres un usuario de las habilidades? – le preguntó, mientras volvía a

desenvainar.

- Así es – corroboró el marine – Me comí la fruta “Bomba-Bomba”. Y desde

entonces soy un “hombre bomba” – anunció – Todo lo que toco…, – el capitán

avanzó con una rapidez inesperada hacia él – ¡explota! – Jim esquivó el primer

golpe a duras penas. El marine quedó sorprendido ante esto, pero en seguida

respondió con rapidez con un segundo puñetazo descendente. El joven lo vio


venir con antelación y saltó hacia atrás para esquivarlo. La explosión resultante

dejó un boquete en la cubierta, allí donde hace poco había puesto los pies.

Miró al marine, sudoroso. El hombre alzó la mirada, aún sorprendido de haber fallado.

Una sonrisa se dibujó en su rostro:

- No eres ningún aficionado – le dijo.

- Tú tampoco – señaló Jim.

- De todas formas, no dejes que se te suba a la cabeza – indicó – Has esquivado

un par de golpes, ¡pero no esquivarás el siguiente! – el capitán de la Marina se

abalanzó hacia él de nuevo. Jim agarró la empuñadura de su espada con fuerza, y

se lanzó también de frente. El ataque del marine le pasó rozando. Fue a lanzar un

sablazo hacia el rostro del capitán, pero un segundo puñetazo le obligó a

retroceder.

Aquello no le gustaba. Era capaz de intuir los movimientos de su enemigo y

esquivarlos, pero de poco le servía aquello si se veía incapaz de atacar. Cansado de errar

el blanco, el marine lanzó ambos puños contra el suelo. Jim volvió a saltar hacia atrás,

para evitar la explosión resultante. Una nueva humareda de humo se extendió por la

cubierta:

- Ya lo entiendo – dijo el capitán con una sonrisa cuando el humo se disipó – Sin

duda eres un niñato muy peculiar – indicó – Kenbunshoku Haki. O “Ambición

con Rasgos de Observación” – señaló – Es gracias a ella que has podido

esquivar mis ataques, ¿me equivoco?

- No – señaló Jim jadeante – Estás en lo cierto.

- En ese caso, – le miró sonriente – ¡será muy fácil vencerte! – el marine se volvió

a lanzar hacia él. Jim podía oír la voz de sus movimientos. No le era difícil
evadirlos. Pero aquel hombre no cedía terreno, y sus acometidas eran demasiado

veloces y violentas como para hacer otra cosa aparte de esquivar.

- Tus ataques no pueden alcanzarme – señaló Jim – Y yo me veo incapaz de

atacarte. Creo que deberíamos dejarlo en tablas – apuntó sonriente. El marine lo

miró fijamente.

- ¿Quién ha dicho que necesite golpearte para hacerte estallar? – dijo. El capitán

chocó ambos puños delante suya, produciendo una gran explosión. Jim lo había

visto venir, aunque algo tarde. Pese a que logró saltar a tiempo, la explosión fue

más grande de lo que había esperado, y la onda expansiva lo lanzó hacia atrás

con fuerza, hasta hacerlo caer en cubierta.

Los brazos con los que se había cubierto el rostro le quemaban. Jim se levantó dolorido

del suelo entre toses. La humareda resultante de la explosión se disipó. El marine

sonreía mientras se sacudía las ropas manchadas de hollín:

- Has sobreestimado tus capacidades, muchacho – le dijo – Y me has subestimado

a mí. ¿¡Crees que me he pasado veinte años de instrucción y servicio en la

Marina para perder ante un piojoso como tú!? – le increpó – Puede que seas

hábil con la espada, pero si no eres capaz de alcanzarme con ella en un cuerpo a

cuerpo, jamás lograrás cortarme – Jim recogió la espada y se incorporó a duras

penas, empleando todas sus fuerzas en combatir el dolor. Sonrió al marine, pese

al malestar que sentía por todo el cuerpo.

- Eres tú el que me subestima – dijo – ¿Quién ha dicho que tenga que recurrir al

cuerpo a cuerpo para cortarte con mi espada? – inquirió – Yo tampoco me he

pasado estos ocho años durmiendo a pierna suelta, ¿sabes?

- ¿Y qué vas a hacerme tú, si apenas te sostienes en pie? – el marine lo miró

divertido – ¿Qué “no te has pasado estos ocho años durmiendo”, dices?
- Así es – Jim agarró con firmeza su espada – Durante estos ocho años no me he

dedicado a otra cosa más que a aprender, a crecer, y a madurar – remarcó – Y

junto a todo esto, aprendí lo siguiente – señaló con su espada al capitán – Un

estilo de pelea que combina la esgrima con el dominio del Busoushoku Haki.

- ¿“Ambición con Rasgos de Armamento”? – inquirió el marine – ¿Y qué hay con

eso? Cualquier marine que quiera llegar a vicealmirante debe tener

conocimientos de ello – señaló – ¡No es nada del otro mundo!

- Veo que sigues sin comprenderlo – indicó – Este es un estilo de esgrima

desarrollado expresamente para combatir a los que como tú, son usuarios de las

habilidades – Jim bajó el arma y comenzó a concentrar toda su voluntad en la

hoja de la espada. Notaba el crepitar del acero. Como subía aquel impulso

natural por toda la extensión de su brazo derecho. Con aquella estocada, pondría

fin a todo. El pirata miró a su adversario, que seguía observándole con

incredulidad, y una rabia cada vez más creciente.

- Tú… – dijo – ¡Tú! ¡¡No eres más que un crío demasiado pagado de sí mismo!! –

gritó, mientras se volvía a abalanzar contra él. Jim alzó su espada en el aire.

- Estilo de la Espada Imperial… – murmuró. El capitán de la Marina estaba a unos

pocos metros de él.

- ¡¡¡MUERE!!! – gritó, según preparaba su último golpe.

- ¡¡Camino de Reyes!! – el brazo de Jim descendió con todo su poderío, y el grito

del marine fue cortado en el acto, al igual que la carne, los músculos y los

huesos que hacían que su cuerpo se mantuviera entero.

Una potente estocada recorrió toda la cubierta, y cortó al capitán de la Marina en dos

mitades iguales. Era la primera vez que Jim probaba aquello en un combate real, y el

resultado fue sorprendente.


El joven dejó caer la espada como un peso muerto, y cayó de rodillas. Aquel golpe le

había dejado agotado. Recuperó el aliento con cierta dificultad, recogió de nuevo su

espada, y la envainó debidamente. Cuando finalmente se volvió a poner en pie, no pudo

evitar dirigir una mirada al cadáver de aquel capitán de la Marina. Jim recordó las

palabras que le había enseñado Mediabarba durante sus entrenamientos:

- “Entrar en comunión con el acero” – dijo – “Entrar en comunión con el mundo.

El acero formará parte de uno. Y uno formará parte del mundo. Así el acero

estará en comunión con el mundo, y formará a su vez parte de él. Y cuando el

mundo se descubra ante el acero, este será capaz de cortarlo todo” – sonrió al

cadáver del marine – “Una espada que corte el cielo y el mar”. Esa es la doctrina

que aprendí de mi maestro. Un simple bucanero: sin galardones,

condecoraciones, ni méritos de guerra – señaló – Pero un gran maestro, no me

cabe duda.

Jim caminó hasta la borda para llenarse los pulmones de aire fresco. El combate había

terminado por fin. El ruido de unas pisadas le hizo volver la cabeza.

Grimauld caminaba hacia él, mirando a su alrededor. Parecía no querer perder detalle de

la carnicería que habían montado en poco más de media hora:

- Veo que te has apañado bastante bien – miró de nuevo a su alrededor – Aunque

no puedo decir lo mismo de Balduin y Hawkins.

- Combatieron hasta dar su último aliento – indicó Jim, mirándole con frialdad. El

pirata le devolvió la mirada.

- Ya, eso salta a la vista – replicó tras detener la mirada en los cadáveres de ambos

compañeros.
- ¿¡Y tú qué se supone que has hecho!? – le increpó furioso – ¿¡Y dónde coño está

Lomie!?

- Muerto – se limitó a decir.

- ¿¡Muerto!? – se sorprendió – ¿Y Jake? – preguntó temiendo lo peor.

- ¿El grumete? – inquirió Grimauld – Lo ignoro. Y si te digo la verdad, me trae

sin cuidado – puntualizó.

- ¡Estás hablando de nuestros nakamas! – le recriminó Jim, furioso. La

indiferencia con la que hablaba de ellos le ponía enfermo – ¡Guárdales el respeto

que se merecen!

- ¿Nakamas? – inquirió él – ¿Respeto? – sonrió – Lo que tú digas – dijo

sacudiendo los hombros – Será mejor que terminemos de cargar las cosas y nos

vayamos cuanto antes – el pirata le dio la espalda y caminó en dirección a la

bodega. La mirada de Jim lo siguió con odio hasta que él también se decidió a

moverse.

Cuando ambos salieron cargando las cajas de la bodega, Jim apretó el paso, pese al

persistente escozor de las quemaduras, y adelantó a Grimauld con rabia. Al poco de

pasarle por delante, un fuerte golpe en la nuca le hizo caer al suelo y soltar la carga. No

perdió la consciencia de milagro:

- ¿¡Qué demonios!? – dijo volviéndose hacia su compañero. El sonido del

cargador de una pistola lo hizo callar en el acto. Grimauld lo miraba sonriente

desde toda su envergadura.

- Ese imbécil de Lomie debería cuidarse de a quién le da la espalda – comentó.

- ¿Lomie? – inquirió Jim extrañado – ¿No me digas que…?

- El pobre desgraciado es un espadachín deplorable – siguió – Un pelele habría

sido más difícil de ensartar.


- ¿¡Qué demonios has…!? – Grimauld apoyó con firmeza su pie en el pecho de

Jim, y le hizo pegar la espalda al suelo. El cañón de una pistola apuntaba a su

cabeza. Estaba a su merced.

- Luego vino el imbécil del grumete – continuó.

- Jake… – murmuró Jim, dolido.

- Menudo nenaza – sonrió Grimauld – ¡Había venido corriendo a pedirnos ayuda!

– rió – Si hubieras visto la cara que puso cuando vio el cadáver de Lomie a mi

espalda…

- Grimauld… – maldijo entre dientes.

- ¿A que no sabes que me dijo antes de volarle esa cabeza hueca que tiene? –

preguntó entre risas – Dijo que… Que… – la risa le impedía hablar

apropiadamente – Espera, espera, – se tranquilizó – es que es muy bueno – hizo

una pausa – ¡Dijo que no me saldría con la mía! ¡Que tú y el capitán daríais

buena cuenta de mí! – rió como un loco.

- ¡¡Grimauld!! – Jim se incorporó con rabia. El pirata levantó el pie que tenía

apoyado en él y le sacudió una patada en la cara que le partió el labio. El joven

pirata volvió a caer al suelo. El rostro le escocía, pero no era nada comparado al

ardor del odio que sentía por dentro – ¡Miserable! – escupió las palabras con

sangre. Miró al pirata con rabia – ¿¡Por qué has hecho esto, Grimauld!? – el

corsario lo miró con seriedad.

- ¿Qué “por qué lo he hecho”? – se agachó divertido hasta ponerse a su altura –

Por la misma ambición que tú atesoras – señaló.

- ¿La misma ambición? – repitió extrañado - ¿¡Qué quieres decir con eso!? –

Grimauld se incorporó y se alzó en toda su estatura.


- La ambición que llevó a Damer a abandonar la tripulación y buscar el poder en

tu isla natal – señaló – La ambición que condujo a Golber a intentar matar al

capitán – dijo – Y la misma ambición que me ha llevado a esto – el pirata se

metió una mano en el bolsillo y sacó un caracol del tamaño de la palma de su

mano.

- Eso es, ¿un caracolófono de bolsillo? – inquirió Jim.

- Así es – afirmó el pirata – Si te soy sincero, me costó lo suyo dar con él – dijo –

Con todo el escándalo que habíais armado, y la fuerte vigilancia que había en la

sala de comunicaciones, no podía hacerme con uno normal sin pelear – explicó –

Pero afortunadamente encontré a este bichejo en una cabina reservada para

emergencias.

- ¿Pero para qué querías tú…?

- Sigues sin darte cuenta, ¿verdad? – le cortó – Mediabarba no tiene el mismo

trato que a ti te profesa con el resto de sus hombres. Pero claro, ¿qué sabrá la

putita del capitán? – rió.

- ¿¡Qué me has llamado!? – se rebotó, pero la firmeza con la que Grimauld

sostenía la pistola le obligó a mantener silencio.

- Voy a hacerme a la mar, desorejado – explicó – Por mi propia cuenta. Seré mi

propio capitán y navegaré en este fabuloso barco que tan amablemente habéis

capturado para mí – observó a los cadáveres, sonriente. Jim frunció el ceño –

Pero no voy a irme así como así – el pirata lo miró fijamente – Ese hijo de puta

de Belguen me ha estado jodiendo durante veinte largos años. Tengo todo el

derecho del mundo a hacérselo pagar como es debido – sonrió para sí – La

Marina hará el trabajo por mí.

- ¿La Marina? – preguntó Jim.


- Sí – asintió él – Hay un cuartel en la isla más cercana. Tras el aviso que les he

dado, no creo que les lleve mucho tiempo movilizar a su flota – sonrió.

Finalmente, Jim lo comprendió todo.

- ¡Maldito miserable! – escupió. Grimauld volvió a agacharse entre risas y lo miró

cara a cara, divertido.

- ¿Y sabes qué es lo mejor de todo? – continuó – ¿A que no adivinas quién estaba

en aquel momento de visita en el cuartel? – lo miró fijamente – Nada más y nada

menos que “Rinoceronte de Piedra”. ¡Uno de los tres almirantes de la Marina!

- ¿U-Un almirante? – el color desapareció de su rostro. Grimauld le volvió a

sonreír.

- Supongo que una recompensa de noventa y cinco millones, sumado a la fama

que ya de por sí tenía ganada el capitán tras aquellos cinco años en el Grand

Line, son motivos suficientes para que hasta un almirante de la Marina se

interese y meta cartas en el asunto – su rostro reflejaba la diversión que le

producía aquello – El destino es caprichoso. ¡Al final mi plan va a salir mejor de

lo que esperaba! – se incorporó embriagado por el júbilo.

- ¡¡Grimauld!! – los dientes de Jim castañeaban de rabia.

- Joder, – siguió, divertido – creo que esto es aún mejor que cuando me cargué a

la zorra de tu amiguita. ¿Cómo se llamaba? – hizo una pausa - ¿Bilma? ¿Beckie?

¡Siempre he sido malo para los nombres! – rió. Jim lo miró con rabia. Su odio

era tal, que el cuerpo le temblaba de forma incontrolable – En fin – continuó el

pirata – Es una pena que esta vez no vayas a poder disfrutar del espectáculo – lo

encañonó con la pistola con una sonrisa en los labios.

“¡Mierda!”, pensó Jim. “¡Mierda, mierda, mierda! ¡Esto no puede acabar así! ¡No puedo

morir! ¡No quiero! ¡¡No debo!! ¡¡No puedo dejar que este cabrón se salga con la
suya!!”, de pronto recordó su infancia. Los días que pasaba con Bell, jugando a ser

pirata. Las vistas al mar que había desde la colina oeste del pueblo. Las historias de

bucaneros del cuentacuentos.

Cerró los ojos con amargura y los volvió a abrir para mirar una última vez el rostro del

que iba a ser su verdugo. “¡¡¡SE SUPONÍA QUE IBA A CONVERTIRME EN EL

PRÓXIMO REY DE LOS PIRATAS!!!”, se gritó así mismo en su mente. Grimauld le

dirigió una última sonrisa triunfal. El sonido de un disparo terminó con sus ambiciones.

“One Place”, una obra de Andrés Jesús Jiménez Atahonero. Fanfic original basado en la obra “One

Piece” del mangaka Eiichiro Oda. Hecho por fan para fans.

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