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Estos versos del poeta estadounidense nos sitúan en la senda por donde transitar hacia la
democracia, aportando el marco categorial desde el que concebir cualquier construcción
teórica sobre la misma.
La democracia del momento presente. Pensar así la democracia significa situar al ser
humano, con toda su complejidad y potencial creativo, en el centro del pensamiento
político. Significa apostar por una concepción normativa fuerte sobre derechos
humanos, que sirva de soporte a ulteriores construcciones teóricas. Estar atento a las
necesidades, inquietudes, anhelos e impulsos vitales de las personas. Significa cooperar
en lugar de competir, y ser en lugar de tener. Para ello es necesario construir desde lo
común, desde la base de un conocimiento mutuo y una experiencia compartida por
todos los miembros de una comunidad. Desde estas coordenadas es posible sostener un
cambio de paradigma que alumbre una nueva ontología constitutiva del ser humano.
Vivimos tiempos difíciles en los que la incertidumbre existencial amenaza con derribar
todas las certezas ontológicas en las que habíamos basado nuestra existencia.
Momentos de crisis en los que gran parte de las conquistas sociales alcanzadas en
materia de protección social y derechos laborales, que parecían irreversibles, están
ahora en entredicho o han sufrido ya un duro golpe. A diario se nos vende que el mundo
que conocíamos es insostenible, que deben hacerse sacrificios para preservar aquello
que con tanto esfuerzo habíamos logrado: la democracia y el progreso social. En la
conciencia colectiva se va instalando un discurso que viene haciendo mella desde los
años 80, auspiciado por el proyecto neoliberal. Nos referimos a toda la literatura
dedicada a cuestionar, para desmantelar después, el Estado del Bienestar, principal
bastión de la socialdemocracia europea.
El neoliberalismo certifica una idea muy sesgada, limitada y, desde luego, interesada e
ideológica, de la libertad: la libertad del consumidor. El individuo es libre sólo en la
medida en que puede obtener/comprar todo aquello que su dinero le permite. Ante sí
tiene multitud de productos entre los cuales escoger. Nadie lo coacciona a decidir en un
sentido u otro. Pero si ampliamos el horizonte y superamos esta estrecha concepción de
la libertad humana percibiremos enseguida que la libertad, como la seguridad, es una
ilusión. ¿O es que acaso nuestras opciones vitales son tan libres como nuestras
decisiones de consumo? ¿Tenemos libertad para determinar, o para negociar siquiera,
nuestras condiciones laborales o, por el contrario, se nos imponen unilateralmente?
¿Tenemos libertad para destituir a un gobierno que adopta medidas impopulares?
¿Tenemos libertad para decidir las políticas que afectan más seriamente muestras vidas?
¿O libertad en nuestras fábricas o en nuestras oficinas para resolver sobre las
condiciones en las que desarrollamos nuestro trabajo diario? Obviamente la respuesta a
todas estas preguntas es no. Y sin embargo, el relato neoliberal ondea la bandera de la
libertad como una conquista política y social que debe preservarse de cualquier
intromisión. Una idea de la libertad que enlaza con la visión del individuo como un ser
aislado. Sin embargo, necesitamos de un entorno, de una cultura, de unas bases y
acuerdos de convivencia, de todo un entramado social para desarrollar nuestra
existencia. Somos seres humanos en la medida en que nos situamos en un contexto e
interactuamos en él. Debemos, por tanto, concebir la libertad de un modo más realista,
acorde con la sociabilidad y la naturaleza humana. La libertad es un concepto amplio y
abierto del que se ha hecho, sin embargo, un uso interesado al identificársela con la
simple capacidad de actuar individualmente frente a los demás o como “metáfora
económica del organismo político”.1
La voluntad de lo mercantil se impone incluso por encima de las decisiones que pueda
tomar el cuerpo electoral en una votación. Aquéllos espacios en los que cristalizó la idea
de la soberanía nacional, los parlamentos nacionales, han ido perdiendo capacidad real
para señalar la dirección política en un país; primero, delegando parte de sus funciones
en el poder ejecutivo; después, siendo instrumentalizados por el poder fáctico que ejerce
el capital mundializado.3
La privatización domina todos los espacios de la vida: desde los espacios públicos como
las calles4, invadidas por la publicidad, hasta impregnar todos los escenarios de la
3
Al tiempo de escribir estas líneas puede leerse en la edición online de El País (El País, 10 de noviembre
de 2010) la siguiente noticia “Cameron mutila el Estado del Bienestar”. En ella el autor explica el mayor
recorte del gasto público en la historia del Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial: destrucción de
medio millón de empleos en el sector público, reforma de las prestaciones por desempleo, aumento de las
tasas universitarias, etc. El Reino Unido no es un caso aislado. Prácticamente todos los países de la
eurozona han adoptado diversas medidas severas de constricción del gasto público. Pero esta
homogeneidad a la hora de aplicar medidas de ajuste fiscal y el discurso imperante que las defiende
como las únicas vías posibles para salir de la crisis no debe engañarnos. Responde a una estrategia
planeada y dirigida por los centros de acumulación de capital contra cualquier obstáculo para la
consecución del objetivo que pretende: la privatización total de la vida en todos los sentidos y el dominio
absoluto del capitalismo más depredador y salvaje. No queremos decir con ello que haya que defender a
toda costa el carácter asistencialista que había adquirido el Estado del Bienestar. La pasividad y
dependencia que fomenta el asistencialismo no beneficia en absoluto a la sociedad. Sin embargo, la única
solución posible no es su destrucción sino su reconceptualización sobre bases distintas, que impriman
vigor e insuflen energía a una sociedad dormida. Se trata de atender a las necesidades sociales de un
modo integral, partiendo de un diagnóstico claro sobre las causas de la desigualdad social para incidir
directamente sobre ellas y paliar sus efectos.
4
“Lo que noté es que todos estos actos y acciones tenían un elemento común: RECLAMÁBAMOS. Ya
fuera que reclamásemos calles libres de automóviles, edificios para los okupas, el sobrante alimentario
para las personas sin hogar, las universidades como sitios para protestar o para hacer teatro o un entorno
visual sin anuncios, siempre reclamábamos. Que nos devolvieran lo que siempre debió ser nuestro. No en
el sentido que tiene nuestro como nuestro club o nuestro grupo, sino en el sentido de nuestro como
interacción humana. Los grandes centros comerciales son grandes espacios metafóricos
que conforman la realidad, el discurso y las prácticas sociales a la medida de la lógica
mercantil. En ellos cristaliza, quizás más que en ningún otro lugar, la libertad individual
del liberalismo. Centenares de seres humanos, reunidos todos en un mismo espacio, y,
sin embargo, invisibles entre sí excepto en el momento crucial del consumo en el que la
interacción social se reduce a un intercambio de coste/beneficio. El mercantilismo ha
logrado colonizar incluso la vida misma: tráfico de órganos, biopiratería5, prostitución
ilegal…. Nada escapa al sometimiento de las reglas del mercado: la maximización del
beneficio.
Pero no nos engañemos. Pese al carácter totalitarista del proyecto neoliberal nos
encontramos en un momento histórico en el que la irrupción de las ideologías y de la
acción política es cada vez más notoria. 6 Y sin embargo, se detecta también una
personas. Y como todas las personas. Nuestro como no de gobierno y no de las empresas. (…) Queremos
que el poder vuelva al pueblo en tanto que grupo. Queremos Recuperar Las Calles.” (Citado por KLEIN,
N., No Logo, Paidós, Barcelona, 2005). El movimiento Recuperar Las Calles (RLC) organiza desde 1995
fiestas espontáneas en las calles más concurridas e importantes de numerosas ciudades de todo el mundo
(Vancouver, Barcelona, Londres, Nueva York, etc.) en protesta por la privatización y comercialización de
los espacios públicos, la invasión publicitaria, el tráfico…
5
Uno de los perniciosos efectos de la biopiratería es que permite a las sociedades farmacéuticas
transcontinentales controlar, a escala mundial, la fabricación, distribución y comercialización de los
principales productos, como los antiretrovirales. La protección mundial de las patentes, cuya propiedad
está en manos de estas sociedades, excluye a prácticamente todos los enfermos de los países pobres de
poder pagar los tratamientos. Sin embargo, la OMC contabiliza en 40 millones las personas portadoras
del virus de la inmunodeficiencia adquirida, de las que 34 millones viven en países del Tercer Mundo. El
comercio, en este caso como en tantos otros, con vidas humanas es evidente y despreciable. No obstante,
organizaciones como la OMC promueven y amparan estas prácticas mediante diversos Acuerdos como el
relativo a los aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (TRIPS).
Citado por ZIEGLER, J. Los nuevos amos del mundo, Ediciones Destino, Barcelona, 2005. Págs. 182-
183.
6
Son numerosos los movimientos, asociaciones e iniciativas que cuestionan el actual sistema y
promueven formas de vida alternativas. Jean Ziegler los denomina frentes de resistencia. Movimientos
diversos que impugnan los fundamentos mismos del modo de producción y de dominación capitalista y
que actúan en los cinco continentes frente al capitalismo totalizador. La “nueva sociedad civil planetaria”
que, según el autor, está a punto de surgir agruparía estos frentes de resistencia en una lucha común y
global: las organizaciones obreras y sindicales, los movimientos campesinos, las mujeres que luchan en
todo el mundo contra la discriminación de género, los pueblos autóctonos y sus sociedades tradicionales
precapitalistas (como el Frente Zapatista de Liberación Nacional), los movimientos y asociaciones
ecologistas, y los grandes movimientos sociales u organizaciones no gubernamentales que no se limitan
una intervención sectorial sino que pretenden criticar y combatir el orden planetario del capital financiero
en su conjunto. Esta sociedad civil es hoy el lugar donde se despliegan los nuevos movimientos sociales,
profunda insatisfacción ciudadana con el sistema político y, aún más grave, una
connivencia consciente de los ciudadanos con la separación creciente entre gobernados
y gobernantes. El problema es grave porque a menos participación en la vida pública-
política menos capacidad de respuesta al diseño político de nuevas relaciones de poder y
mayor lejanía entre quienes gobiernan y los destinatarios de sus decisiones. La idea
democrática de gobierno del pueblo para el pueblo ha sido sustituida por una élite
política que gobierna siguiendo los dictados de una oligarquía financiera y empresarial.
La consecuencia de ello es que se produce un redimensionamiento, mercantil, de la
democracia. Cualquier construcción teórica sobre la democracia queda condicionada por
ideas externas a su propio significado y lógicas de funcionamiento que no son las suyas.
No puede medirse la democracia con criterios de mercado. No es cuantificable ni puede
sometérsela a ninguna prueba de racionalidad o factibilidad técnica.
donde se inventan estructuras y relaciones nuevas fuera de los cánones impuestos por la hegemonía
actual. (Ibíd., p.203)
tasas de interés…) llama poderosamente la atención la defensa a ultranza de la
propiedad privada y la negación de cualquier intromisión en los derechos de propiedad.
Se entiende que todas las concesiones hechas por el estado del bienestar en materia de
derechos de los trabajadores (salario mínimo, vacaciones pagadas, limitación de la
jornada de trabajo...) fueron intolerables ataques a la propiedad privada. Con el fin de
justificar el desmantelamiento del estado del bienestar se esgrimen dos tipos de
argumentos. El primero se apoya en principios filosóficos para sostener que este ataque
a los derechos de propiedad y a la libertad contractual es éticamente injusto por si
mismo, independientemente de sus consecuencias; el segundo, más pragmático, recurre
a las supuestas consecuencias desastrosas para la economía y para la sociedad en su
conjunto (incluidos los propios trabajadores) por su funcionamiento ineficaz.
Quizás la principal lección que pueda extraerse del relativamente tranquilo período del
Estado del Bienestar es que las concesiones en materia de derechos laborales, de
bienestar material y seguridad no son más que eso, concesiones. Que no pueden
defenderse si es a costa de renunciar a una aspiración secular en la historia de la
humanidad: el deseo de controlar democráticamente, de abajo a arriba, la vida
económica y social. El futuro de la democracia depende por lo pronto de si las
poblaciones trabajadoras son capaces de defender esos derechos que el consenso de
7
KERBO, H., Estratificación social y desigualdad, Mc Graw Hill, Madrid, 2003.
Washington pretende arrebatarles. Pero no sólo eso. Depende también de si consiguen
articular una respuesta sólida y coherente al proyecto neoliberal hegemónico.
(Subiéndose al escritorio)
Me he subido a mi mesa para recordar que
hay que mirar las cosas de un modo diferente.
El mundo se ve distinto desde aquí arriba.
(John Keating, en El Club de los Poetas Muertos)
Así que lo que late en el fondo de cualquier construcción teórica sobre la democracia es
la pregunta por el poder, por el fáctico y por el nominal. A lo que la democracia debe
dar respuesta es a la pregunta de quién detenta formalmente el poder, quién lo ejerce en
la práctica y cómo. Cuando los asuntos públicos se dilucidan en esferas que le están
vetadas a los ciudadanos; cuando estos pierden no ya el poder para decidir sino el
control democrático de las decisiones; cuando la atribución de responsabilidades se
dificulta hasta el punto de hacerse impracticable; y cuando la enorme capacidad para
dirigir la vida política e influir en la toma de decisiones de una minoría socava los
cimientos de la igualdad política… ¿qué poder real tienen los ciudadanos? ¿Quién
concentra el poder en los sistemas políticos representativos?
Pese a todo, la palabra democracia aún conserva la idea de poder popular en su seno. La
mayoría de la gente todavía asocia, en mayor o menor medida, la democracia con una
10
Manin denomina por ello a los sistemas representativos electorales “democracias de audiencia”. A
diferencia de la democracia de partido o del parlamentarismo, nuestros actuales sistemas electorales están
conformados por representaciones mentales difusas (tanto en lo que respecta a las imágenes de los
candidatos como en lo relativo a la imprecisión y confusión con que se elaboran los programas
electorales). Para Manin esto se debe, por un lado, al hecho de que gran número de votantes no son lo
suficientemente competentes como para entender los detalles técnicos de las medidas propuestas y, por
otro, al problema de los costes de diseminar información. Uno de los mayores problemas con que se
enfrentan los ciudadanos en los sistemas actuales es la desproporción entre los costes de la información
política y la influencia que con su voto esperan ejercer sobre el resultado electoral.
cierta noción de autogobierno colectivo, de gestión colectiva de los asuntos públicos
mediante procesos abiertos, participativos e igualitarios de discusión y deliberación
pública. La participación asociada a la responsabilidad son los dos pilares sobre los que
se sustenta la democracia. 11 Participación de los ciudadanos en todos los niveles del
proceso de decisión y acción política: desde la fijación de los asuntos que deben
conformar la agenda de gobierno (el control ciudadano en este nivel es imprescindible
para un ejercicio democrático pleno) y su deliberación, hasta la adopción final de la
decisión y su posterior ejecución y evaluación. La democracia participativa no hace
dejación de sus deberes para con la ciudadanía y no delega el poder para decidir. De
hecho, es la misma ciudadanía la que ejerce de un modo responsable, solidario y
cooperativo sus funciones como agentes activos de la acción política. El proceso de
toma de decisiones permanece a pie de calle. Es una democracia de la vida y para la
vida porque sitúa la vida humana (no el beneficio mercantil) en el centro de la acción
política y porque hace de las decisiones un ejercicio constante de aprendizaje cívico.
Aprendemos a ser ciudadanos en el proceso de participación. Es un proceso que se
retroalimenta. Todo ello en un marco institucional menos formal diseñado para
engendrar, con el concurso de los ciudadanos, el interés colectivo y atender a las
necesidades humanas desde la contingencia y la contextualización de los problemas.
Mediante el acto de la participación pública los fines públicos salen a la luz, son creados
y re-creados mediante el proceso deliberativo y finalmente cristalizan en las decisiones
adoptadas. Pero para que la participación como principio de acción política tenga pleno
sentido debe ponerse en relación con la idea de responsabilidad. La democracia
participativa restaura los derechos y deberes del ciudadano entendido, no como una
persona aislada, sino como un ser social que desarrolla su vida en un espacio
comunitario. Por ello la democracia participativa pone un especial énfasis en el valor
político de la comunidad como el espacio en el que los intereses privados e individuales
son mensurados por el interés colectivo. Un espacio en el que la búsqueda de un
nosotros no signifique la aniquilación del yo individual, sino todo lo contrario: su
fortalecimiento, y en el que los derechos individuales no supongan un obstáculo al
reconocimiento de derechos colectivos. Porque no debemos olvidar que los derechos
fueron conquistados merced a las reivindicaciones cívicas, que el disfrute de los
derechos depende de que somos ciudadanos y que somos ciudadanos en tanto miembros
de una determinada comunidad política.
Desde esta óptica no existe ningún conflicto entre el individuo y la comunidad o entre
derechos individuales y derechos colectivos. Si superamos la limitada visión del
contractualismo liberal percibiremos que conceptos que se nos presentan a menudo
como pares antagónicos (individuo/comunidad, libertad/igualdad, derecho
individual/derecho colectivo, libertad negativa/libertad positiva) no sólo son
dependientes, complementarios e inseparables sino que se encuentran imbricados
formando un único molde conceptual. Asimismo la idea de responsabilidad cívica, que
11
Barber opone a la democracia representativa (a la que califica de thin democracy, democracia blanda)
su concepto de democracia fuerte (strong democracy), que posibilite y afiance el autogobierno de los
ciudadanos, para que las personas puedan desarrollar todas sus potencialidades vitales y desenvolverse
plenamente en comunidad. Para ello alerta sobre la necesidad de instaurar un sentimiento cívico de
responsabilidades y obligaciones compartidas. (BARBER, B., Democracia Fuerte, Almuzara, Córdoba,
2004).
establece los necesarios deberes del ciudadano para con su comunidad, aparece como la
contraparte efectiva de los derechos y libertades que su status de ciudadanía le otorga.
El objetivo para la democracia debe ser construir un sentido de la libertad más acorde
con la realidad de los seres humanos: un concepto ampliado, abierto y contingente. Una
libertad contextualizada (concebida en interacción con la igualdad) y fuerte (como
contraparte necesaria de la responsabilidad), que haga del nosotros un futuro posible.
Ésa es la libertad democrática. Pero estas disposiciones presuponen una atmósfera
cultural, un marco cognitivo y un acercamiento al mundo y a los demás seres humanos
que equivalen a lo contrario de lo que representa el imaginario mercantil. Presuponen
también una autonomía individual muy diferente del individuo funcionalizado y
replegado sobre sí mismo amparado por la hegemonía neoliberal. Por ello, si queremos
avanzar por la senda de la democracia es preciso y urgente impulsar una educación
cívica que consiga estimular un cambio de mentalidad y de actitud en la ciudadanía. La
educación cívica se encuentra en la base misma de la democracia12 porque sin
ciudadanos activos, responsables y formados cívicamente no será posible la plenitud
democrática del autogobierno colectivo. La democracia permanecerá entonces como
una forma de gobierno instrumentalizada por un minoritario grupo social que ejerce el
control monopolístico del poder.
La crisis del Estado del Bienestar, la desafección y apatía política presente en nuestras
sociedades, el poder desmedido de las corporaciones y su influencia en la vida política y
social, la pérdida de legitimidad de las decisiones políticas… apuntan al fracaso de la
concepción liberal sobre el individuo y las instituciones políticas en términos puramente
individualistas e instrumentales. Las sociedades democráticas no pueden sostenerse
únicamente sobre derechos, libertades e instituciones. Dependen también de una cierta
idea de comunidad, de un sentimiento de identidad y adhesión al sistema político. Pero
cuando el mismo sistema que reclama la adhesión de los ciudadanos a sus principios y
propuestas normativas a la vez los extraña y excluye sistemáticamente del proceso de
adopción de las decisiones se corre el riesgo de estar alimentando una fractura
sociopolítica que, a largo plazo, puede ser irreversible. En el camino hacia el
12
RODRÍGUEZ PRIETO, R.; SECO, J.M “¿Ciudadanos o demócratas? El papel de la educación en la
democracia”. Derecho y conocimiento, volumen 3 (ISSN 1697-1582). Facultad de Derecho. Universidad
de Huelva.
autogobierno se necesitan ciudadanos comprometidos con su comunidad y con el interés
colectivo, y no simplemente titulares de derechos, contribuyentes y consumidores, y a
tal fin el papel de la educación es fundamental. Porque la ciudadanía democrática
(comprometida, participativa, responsable, cívica, cooperativa) no se adquiere al nacer.
Es un proceso de aprendizaje y ejercitamiento progresivo y colectivo en la medida en
que aprendemos integrándonos en una determinada comunidad.
Sin embargo nuestro sistema educativo parece no querer reconocer esta acuciante
necesidad y se ciñe a cumplir obedientemente su función de formar ciudadanos
adaptados a las exigencias del orden social dominante, reproduciéndolo
convenientemente. Como reflejo del modelo educativo imperante la privatización y la
comercialización se hacen cada vez más patentes en nuestros colegios y en nuestras
universidades. Por un lado, la enseñanza universitaria deja de ser una institución al
servicio de la sociedad para convertirse en una herramienta de transmisión ideológica
del capital, con un doble objetivo: la preparación profesional de los jóvenes y su
socialización y adoctrinamiento en los principios, normas y valores de la sociedad
corporativa. La universidad se postra ante los “dioses de la modernidad”: servicio al
mercado, investigación patrocinada por empresas privadas, convenios de financiación
con multinacionales, invasión publicitaria… son algunas de las señas de este modelo de
universidad que Barber denomina modelo vocacional y al que opone un modelo
dialéctico cuyo objetivo es “servir y desafiar a la sociedad al mismo tiempo, transmitir
simultáneamente valores fundamentales, como la autonomía y libertad de pensamiento
y crear una atmósfera donde los estudiantes no estén condicionados por lo transmitido
(la transmisión tiende a convertir en adoctrinamiento), y donde el pensamiento es
verdaderamente crítico, independiente y subversivo (que es lo que la libertad
significa)”.13
Hemos procurado esbozar los principales problemas que impiden conceptuar nuestros
sistemas liberales representativos como democráticos. La delegación permanente de la
acción política, la imposibilidad de un control ciudadano de las decisiones políticas, la
pérdida de legitimidad de las instituciones, la separación creciente entre gobernantes y
gobernados o la aniquilación de las condiciones que favorecen el desarrollo de una
educación cívica deben hacernos reflexionar: ¿estamos a gusto con lo que tenemos?
¿Nos conformamos con una democracia meramente formal y procedimental? ¿Es
posible pensar la democracia de un modo diferente? ¿Podemos diseñar instituciones
políticas más cívicas, más participativas, y a la vez compatibles con la complejidad de
nuestras sociedades? La respuesta a esta pregunta es sí. Es posible aprehender el
concepto de democracia en su totalidad, como un concepto rico y complejo cuyas
diferentes interpelaciones apuntan, en última instancia, a la distribución del poder entre
todas las personas con el fin de remover las causas que impiden un desarrollo armónico
y pleno de su existencia como seres humanos. Desde esta óptica la identificación de la
democracia con una forma de gobierno (liberal representativo) es una visión muy
limitada, interesada y, desde luego, ideológica, de lo que la democracia significa. La
democracia liberal representativa está seriamente comprometida con la defensa y el
mantenimiento de un sistema económico capitalista que prefigura una estructura social
14
Tan trágica historia está extraída del libro de ZIEGLER, ob.cit., pp.3-4. El facsímil de la carta está
publicada por la Oficina Europea de las Naciones Unidas con la referencia E/CN.4/2000/52, Ginebra,
2000.
atravesada por profundas desigualdades y cuyos valores, normas y principios son
abiertamente antidemocráticos. Por el contrario, teniendo como referentes las premisas
anteriores, la democracia apunta al autogobierno colectivo a través de instituciones que
propicien una participación cívica, responsable y continuada en la vida política.
15
La democracia requiere de un fundamento de valores y experiencias compartidas por los miembros de
una comunidad política de modo que el pueblo se identifique con el sistema político al que pertenece y
pueda confiar en él. Para Arblaster esto significa, no sólo que los procedimientos se consideren justos,
sino que los individuos y grupos sientan que son iguales respecto a su capacidad para influir en las
decisiones políticas y que éstas respondan a lo que el pueblo reconoce como los intereses generales de la
sociedad. Por tanto, señala, existe una relación directa entre democracia e igualdad económica y social
por dos razones: en primer lugar, porque un alto grado de desigualdad en una sociedad impide el
desarrollo de la voluntad general o interés común y amenaza la coherencia social; en segundo lugar,
porque las desigualdades sociales y económicas niegan el principio de igualdad política sin el que la
democracia no puede ser concebida. Por otro lado, si sostenemos (hay razones lógicas para ello) que la
riqueza es causa de la pobreza y debemos elegir entre tolerar ambas o abolir la pobreza es obvio que la
segunda opción es la más democrática. (ARBLASTER, ob.cit.)
fantástico estado de naturaleza sino que nace y se desenvuelve a lo largo de su
existencia en una determinada sociedad. La concepción antropológica del capitalismo se
enfrente a una visión realista y posibilista del ser humano. Porque es un hecho
incuestionable que las personas necesitan de sus semejantes para vivir sus vidas. Por
ello la democracia es más realista porque persigue desenmascarar las circunstancias del
entorno que condicionan, bien facilitando, bien constriñendo, los impulsos vitales de la
existencia humana.
16
El conocido dilema del prisionero presenta una hipotética situación en la que las actitudes egoístas que
buscan el mayor beneficio personal conducen a un resultado desastroso para el grupo y para sus
miembros e ilustra la utilidad social de la cooperación frente a la competitividad. Incluso la teoría
contractualista, que presupone individuos egoístas, calculadores e interesados en maximizar el beneficio
individual, recurre a la cooperación para solventar la inseguridad del estado de naturaleza inicial.
Imaginemos una situación estratégica como la descrita por Hobbes en el Leviatán: la “guerra de todos
contra todos”. El robo, la violación o el asesinato son sólo ejemplos extremos de lo que serían
comportamientos cotidianos basados en el convencimiento de que el hombre es un lobo para el hombre, y
de que mirar por el propio interés es el único comportamiento que vale, y más en una sociedad en la que
todos ponen en práctica este tipo de acciones. El desastre social al que conducen las estrategias egoístas
terminará provocando un cambio en el que se potencie la colaboración y se castigue el egoísmo. El poder
político surge entonces como un acuerdo de los individuos que se dan cuenta del perjuicio del egoísmo
generalizado. Luego, el Estado y la sociedad que emergen del pacto no habría sido posible si los
individuos en el estado de naturaleza no se hubiesen decidido a colaborar entre sí en la búsqueda del bien
común. Ciertamente el trasfondo motivacional del pacto social sigue siendo egoísta (pues se trata se
consentir un mal menor con el fin de salvaguardar mis bienes y proteger mi vida y mi libertad frente a la
de los demás) pero ello no invalida, antes bien, refuerza el argumento de que la cooperación beneficia a
todos y es más útil que el enfrentamiento. Ante la débil naturaleza humana, cada uno prefiere renunciar a
alguna de sus facultades y ceder parte de su libertad consintiendo un poder capaz de reglamentar la vida
en común. La reiteración de la peor solución para todos lleva a un pacto en el que un poder centralizado,
generado a partir de la renuncia individual de cada uno, penaliza el egoísmo y establece la colaboración
mínima que ha de ser respetada por todos los individuos. Incluso el mercado necesita de la cooperación
para su funcionamiento. De acuerdo con la racionalidad inherente al mercado, la del homo œconomicus, a
todos nos interesa que los demás, excepto nosotros mismos, respeten las normas. Así nos beneficiamos de
ellas sin coste alguno. Pero si todos actuáramos igual, el respeto y el compromiso con las normas y las
instituciones desaparecerían y, en esa circunstancia, el mercado se mostraría incapaz de producir esos
bienes públicos dado que, como bien público, no puede excluirse a nadie de su consumo y no hay forma
de hacer que todos paguen por él.
En tercer lugar, el capitalismo dificulta el reconocimiento de la voluntad general e
impide el disenso: por un lado, las opiniones tenidas por mayoritarias (lo que da forma y
sustancia a la opinión pública) pueden no ser tales en una situación en la que el sistema
político otorga más voz a los que más tienen de forma que las preferencias de un grupo
minoritario de la población acaban imponiéndose al resto; por otro, el disentimiento
tiene un coste y en circunstancias en las que los individuos dependen de otros para
desarrollar plenamente sus vidas es probable que las opiniones discrepantes no se
expresen. Cuando los republicanos norteamericanos vinculaban la propiedad con el voto
se referían, entre otras cosas, a que la seguridad económica favorece la autonomía de los
juicios y la independencia de criterio. Pero hay más. Cuando no se dan unas condiciones
de igualdad material y social entre los miembros de una sociedad y cuando el sistema
atiende preferentemente las demandas de un grupo minoritario de esa sociedad con
poder e influencia, es probable que las ideas contrarias a la opinión mayoritaria no sólo
no se expresen sino que se adulteren. Mecanismos psicológicos operan para que las
opiniones discrepantes se transformen hasta conformarse con la opinión mayoritaria,
aún cuando ésta resulte contraria a la propia práctica vital del individuo, que sabe, por
otra parte, que su opinión nunca “contará” para el sistema. Por último, un nivel mínimo
de seguridad material garantizada al margen de las incertidumbres del mercado evita
negociar cada elección vital en términos de coste-beneficio y permitiría que se
considerasen otros criterios (de justicia, de interés general o de otro tipo).
Por tanto, si se apuesta en serio por la democracia, por la justicia social, por la plena
realización de los principios de igualdad y libertad, por el autogobierno colectivo de los
seres humanos, se tiene que apostar necesariamente en contra de un sistema económico,
el capitalismo, que margina y excluye a una gran parte de la población, y en contra de
una filosofía política que instrumentaliza la libertad, la igualdad y la democracia en su
propio beneficio y que concibe la naturaleza humana y la sociedad exclusivamente en
términos utilitaristas.
Desde esta óptica la hegemonía alternativa debe orientarse a subvertir la ética del capital
por una ética de la humanidad. Una ética, no para el mejor de los mundos posibles, sino
para un mundo mejor.
17
La idea de metamorfosis, tomada del sociólogo y filósofo francés Edgar Morin, apunta a la amenaza de
la desintegración que se cierne sobre un sistema incapaz de resolver los problemas que atenazan su
existencia, a menos que esté en condiciones de originar un metasistema capaz de hacerlo y entonces de
metamorfosea. La formación de las sociedades históricas constituye un proceso de metamorfosis a partir
de un conglomerado de sociedades arcaicas de cazadores-recolectores que produjo las ciudades, el
Estado, la estratificación social, las artes, el comercio… A partir del siglo XXI se plantea el problema de
la metamorfosis de las sociedades históricas en una sociedad de un tipo nuevo: una sociedad-mundo que
englobaría a los estados nación sin suprimirlos. Para Morin la metamorfosis en el contexto actual de la
globalización capitalista, aunque improbable, es posible si las iniciativas locales puestas en marcha en
diferentes partes del mundo se conjugan y acaban confluyendo en una única Vía. Una Vía alternativa al
pensamiento hegemónico orientada en tres direcciones: mundialización/desmundialización,
crecimiento/decrecimiento, desplegar/replegar. (El País, 17 de enero de 2010. Elogio de la metamorfosis,
Edgar Morin)