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MI VIDA
SUBTERRÁNEA
EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
Barcelona-Buenos Aires-Bogotá
TÍTULO ORIGINAL:
MA VIE SOUTERRAINE
TRADUCCIÓN DE
CONCHA BORRAS
INTRODUCCIÓN
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rráneas, ni para los descensos a las simas bajo las glaciales poder viajar por los océanos o adentrarnos en un país lejano
cascadas. Además, esta vecindad, esta verdadera simbiosis y maravilloso? Yo, por mi parte, he tenido muy a menudo
en la que yo vivía con el Carona (he pasadb días enteros en estos sueños, pero desde hace mucho tiempo han ido a reu-
sus orillas, pescando, soñando, o nadando y remando en nirse con otras tantas ilusiones de juventud nunca realizadas.
esquifes); esta pasión por el Carona ha sido para mí una No habiendo podido hacer realidad este entusiasmo juvenil,
incesante fuente de evocaciones y de evasiones siempre nue- no habiéndome nunca las circunstancias permitido que ini-
vas, hacia regiones desconocidas y lejanas, que me atraían ciara una carrera de explorador, y puesto que esta vocación
y me han seguido atrayendo extraordinariamente toda la la tuve ya desde muy joven, fue entonces que de una manera
vida. casi instintiva, providencial, logré encontrar otro campo de
Mirando sus aguas fluyentes y cambiantes, cuyo mur- acción y evasión.
mullo continuo acunó mis primeros años, ¡cuántas veces he Si nuestro planeta ha sido recorrido —incluso volado—
evocado e imaginado los paisajes que este río atravesaba, en todos los sentidos, si se han surcado ya todos los mares
que tanto tiempo he creído —y creo todavía— los más bellos del globo, queda sin duda poco que descubrir sobre la su-
de la tierra! Escuchaba con avidez todo lo que me contaban perficie de la Tierra. Pero queda por el contrario el subsuelo
de él. El Carona, primer arroyuelo salvaje salido de los por explorar; hay que penetrar aún en los misteriosos arca-
glaciares, después torrente impetuoso procedente de España, nos de millares de mundos subterráneos ignorados, que cons-
de más allá de los Pirineos, que se ven como una muralla tituven verdaderas «tierras inexploradas».
desde Saint-Martory. Detrás de esta cordillera franco-espa- He aquí lo que inconscientemente he debido sentir desde
ñola había, según afirmaban, otras montañas todavía más mis once años, y lo que me ha orientado hacia las cavernas
altas, con glaciares, rebecos, osos y águilas. El río venía de donde durante tanto tiempo iba a practicar la espeleología.
allí, de aquellas regiones fabulosas a mis ojos, y penetraba Pasemos eso de espeleólogo inconsciente —digamos me-
en Francia por un desfiladero abrupto y estrecho: el Paso jor intuitivo—. Falta todavía encontrar las cavernas y ver
del Lobo (Passus Lupi añadían en latín, lo que naturalmente así la posibilidad de saciar esta pasión. Ello iba a suceder,
todavía me impresionaba más). lentamente sin duda, pero intensamente, a escala de mi pron-
Sus aguas límpidas —que arrastraban oro, según me ase- ta edad y de mis tímidas ambiciones. En efecto, cerca de
guraban— pasaban rápidas y presurosas bajo los arcos del mi pueblo, a apenas algunos centenares de metros de la
puente que databa del reinado de Luis XIV, y desaparecían casa donde nací, el Carona choca contra un escarpe rocoso,
hacia otras regiones, quizá menos abruptas, pero también por donde la carretera de Bayona a Perpiñán pasa en cor-
desconocidas para mí, donde había grandes ciudades: Tou- nisa. Este pequeño acantilado de caliza amarillenta, conocida
louse, Agen, Burdeos. ¡ Burdeos con su puerto y sus grandes por los geólogos con el nombre de Frente de Saint-Martory,
barcos! Más allá un estuario increíble: la Gironda. Después, oculta algunas grutas pequeñas, de acceso bastante difícil,
tras un curso de quinientos ochenta kilómetros, veía este abiertas a diferentes alturas en el muro vertical.
Carona, tan largo y majestuoso, entrar y perderse en el mar, Aquel microcosmos subterráneo de pequeños tragaluces
en el inmenso océano Atlántico. abiertos para servir de nido a milanos y buhos, de resque-
I Cuántos corchos, cuántas rámitas recuerdo haber con- brajaduras rocosas frecuentadas por garduñas y raposas, iba
fiado a la corriente del río para que se los llevara hacia a convertirse en mi campo de acción y de exploración. Era
Toulouse o Burdeos, lo más lejos posible, hasta el océano! allí donde tenía mi jardín secreto, un refugio inaccesible,
Mensajes pueriles pero ardientes de un alma de niño ávida como un lugar escondido y cómplice en el que nada me im-
de aventuras. pedía seguir soñando con los ojos abiertos, lo cual constituía
¿Cuántos de nosotros, en su juventud, tras la lectura de mi ocupación favorita en cuanto me hundía por aquellos
un viaje alrededor del mundo o de una gran exploración no pasillos solitarios.
hemos soñado en ser un día navegantes o exploradores para Había emprendido con gran misterio la exploración de
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Un segundo inconveniente del mismo origen, y quizá to-
las grutas de Escalére, complaciéndome en otorgarles nom- davía más grave, era el hecho de que, trepando por las grie-
bres dignos de ellas: Gruta de los Buhos, Gruta de la Hi- tas arcillosas la mayor parte del día, me destrozaba mi ropa
guerra, Gruta de los Lagartos, y sobre todo la Gruta del Ene- de una manera realmente vergonzosa, y que revelaba a las
bro. La investigación de los pasillos más bajos, hasta los que claras mi pasatiempo favorito.
trepaba con un fervor casi ritual, era causa de fuertes emo- En lo concerniente a los zapatos —vivía en la época de
ciones, acaso demasiado fuertes para mi edad. En estas oca- las alpargatas— había resuelto fácilmente el problema. Como
siones aprendía a orientarme mientras reptaba, a dominar- un musulmán antes de entrar en su mezquita, yo me quitaba
me a mí mismo, exigiéndome cada día ir hasta más allá de mi calzado ante mi gruta. Dejaba las sandalias y calcetines
donde el día anterior me había atrevido a ir. Cada éxito fuera, y entraba descalzo, cosa que no me molestaba en
se me subía a la cabeza y me daba la impresión de ser el absoluto, ya que estaba acostumbrado a ello.
descubridor de aquel mundo desconocido que yo seguía des- Para la ropa había encontrado asimismo una solución
cifrando y descifrando. Cierto que me arriesgaba, pero tam- satisfactoria a mi ver, o por lo menos eñcaz en apariencia.
bién tomaba mis precauciones. Así, por ejemplo, no dejaba Me quitaba la camisa y el pantalón y me los ponía del revés.
de hacer un gran barullo prorrumpiendo en amenazas y A la salida hacía la operación inversa, y volvía a casa tran-
denuestos contra las alimañas: contra zorros, garduñas y quilamente, más o menos presentable en apariencia, mientras
horresco rejerens, el temible tejón, con objeto de ponerlos las manchas de que estaba lleno por dentro acababan de
en fuga y evitar su encuentro. En cuanto a los murciélagos, secarse encima de mí.
nunca he tenido miedo de ellos, al contrario, han sido siem- Contrariamente a lo que había previsto, mis padres no se
pre para mí buenos amigos, los únicos seres que a lo largo dejaron engañar mucho tiempo por mis argucias y precau-
de mi carrera me han honrado con sus visitas y su com- ciones. Pero tenía unos padres magníficos, muy «compren-
pañía en las negras estancias. sivos», como se dice hoy día. Hube de confesar bien pronto
Cuando se es explorador hay que contar ya desde el prin- que en realidad me iba a «pasear» por las grutas de Esca-
cipio con una serie de dificultades a vencer; yo me acomo- lére, aunque sin precisar más, sin darme cuenta exacta de
daba a ellas, y las alegrías y satisfacciones de los obstáculos las tonterías e imprudencias que cometía.
superados me recompensaban con largueza. Fue así como un día inicié el descenso de un pozo natu-
Tenía yo por aquel entonces dos preocupaciones acucian- ral que se abría sobre el llano de Escalére, situado muy cerca
tes: la primera, primordial e imperiosa, era la de la ilumi- del reborde de la gran roca que domina la carretera y el
nación. Lo hacía con la ayuda de velas que sustraía de una Carona. La garganta de esta sima es impresionante, y tenían
provisión por fortuna bastante extensa, que podía encontrar verdaderamente que moverme una curiosidad y una pasión
en una alacena determinada de mi casa. En aquella época irresistibles para arriesgarme a una aventura como aquélla.
la iluminación eléctrica no existía aún en Saint-Martory, y Además, el material con que contaba era escaso, insuficien-
utilizábamos una gran lámpara de petróleo, a la vez que un te; mis velas de costumbre y una cuerda demasiado fina y
enorme surtido de palmatorias y candelas destinado a circu- de solidez dudosa. Pero a los once años no se pesa mucho,
lar por entre los pasillos y las numerosas habitaciones de y en definitiva se simplifican mucho los problemas... Yo es-
nuestra casa. Estas sustracciones clandestinas, y el consumo taba en aquellos momentos absorbido y preocupado por el
de velas, tan rápido en las grutas a causa de las corrientes complicado nudo con que tenía que atar mi cuerda al tronco,
de aire, me causaban serios escrúpulos de conciencia; pero bastante menudo, de un enebro enano que nacía al borde
el dilema se me planteaba entre revelar mis ocupaciones del boquete, lo que me incitó, naturalmente, a bautizar el
tenebrosas, que indudablemente no habrían sido alentadas lugar con el nombre de «La sima del enebro».
y aun ni siquiera autorizadas, o bien seguir quemando velas Antes de empezar a narrar mi descenso, me permitiré
por los dos cabos, es decir, en casa y en las grutas de Es- hacer una pequeña aclaración en relación con aquellos de
calére al mismo tiempo.
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mis lectores, jóvenes de dieciséis a diecisiete años, que sa- Así, pues, apretando la cuerda entre las dos manos, con
ben ya lo que es espeleología y que han tenido quizá ocasión la vela encendida entre los dientes, vuelvo a reemprender mi
de participar en visitas o exploraciones de simas. Estos jóve- descenso en la oscuridad, ahora ya completa. Rozando la
nes podrán sonreírse ante lo que voy a relatar, quizá porque pared por delante y por detrás, palpando con precaución,
todo les parecerá poco sensacional y bastante pueril. A ellos me dejo deslizar en silencio mientras la bujía me molesta en
les pido que no olviden que precisamente yo estaba en la la boca, sofocándome y deslumhrándome. De pronto el pozo
edad pueril y que es un niño de once años el que aquí habla. se hace completamente vertical, ya que mis pies sólo en-
Heme, pues, a punto de descender por la cuerda lisa cuentran el vacío... Miro por debajo de mí... y me quedo
en el estrecho tubo rocoso donde la luz del sol se apaga estupefacto al vislumbrar, en lugar de las más completas
rápidamente. El trepar por los árboles ka constituido siem- tinieblas, un resplandor misterioso, un resplandor de día.
pre una de mis ocupaciones favoritas, y por ello no me sien- Sin embargo, este fenómeno, verdaderamente sorprendente,
to demasiado extraño en este primer ejercicio; pero lo que era natural, y se debía al hecho, como iba a saber a conti-
impresiona y me causa una verdadera angustia es, el ir vien- nuación, de que la parte inferior de la Sima del Enebro
do desaparecer por encima de mi cabeza el pequeño pedazo desembocaba sobre la bóveda de una pequeña gruta casi en la
de cielo azul, al que miro intensamente mientras me hundo base del acantilado, por donde la luz del día penetraba per-
a cortas brazadas en la negrura y el frescor. A varios metros fectamente.
de profundidad, mis pies se posan en un saliente que marca No tuve el valor de afrontar el descenso hasta la gruta
un recodo del pozo, que se me presenta por otra parte bajo subyacente, y por fortuna no lo hice, porque, como también
el aspecto de un canal muy en pendiente, pero no vertical, pude apreciar después, no me hubiera quedado bastante
hundiéndose en la oscuridad. Aprovechando la situación de cuerda para llegar hasta allí.
aqu^l momento saco cerillas y velas de mi bolsillo y consigo Bajo tierra, iba a aprenderlo entonces, las sorpresas; y
encender una, sin dejar la cuerda, a la que sigo agarrado los golpes teatrales son frecuentes; son el atractivo de la
con una mano. exploración. Cuando ya iba a reemprender el ascenso, en el
La luz vacilante que ilumina aquel túnel en pendiente da momento en que me apoyaba en el saliente dominando la
súbitamente precio y valor a mi aventura. ¿Qué voy a des- segunda sección vertical del pozo, sentí en mis pantorrillas
cubrir? ¿Qué hay debajo de mí, en aquel vacío negro que un ligero soplo de aire procedente de una tronera abierta
me aterra y me atrae al mismo tiempo? A más de cincuenta en la pared rocosa. Me agaché para mirar por ese canal, me
años de distancia puedo decir que, en aquel pozo, el niño metí por él, y he aquí que salgo, horizontalmente ahora, a
agarrado sin aliento a su cuerda sostuvo una lucha en la que una sala iluminada también por la luz del sol, ya que éste en-
todo su porvenir estaba en juego. Me sentí tentado violen- traba perfectamente por una ventana natural situada hacia
tamente de volver a subir, de salir de aquel agujero negro la mitad del escarpe rocoso.
y recuperar el cielo, la luz, y el sol; pero pude finalmente, Iba verdaderamente de sorpresa en sorpresa. Quedé bas-
por fortuna, y no sin lucha, obedecer a una voz interior más tante intrigado al divisar sobre el piso de esta gruta una
noble y dar preferencia a la llamada del silencio, de la gran cantidad de bolas negras, flexibles, como de fieltro, y
soledad y de las tinieblas que subían hacia mí. muy ligeras; más tarde supe que se trataba de unas pelotas
Ha sido Alfred de Vigny quien ha expresado con admi- de pelos que los buhos vomitan después que han tragado
rable concisión y maestría que, muchas veces, «una vida muchas ratas y ratones. Esto me llevó, por consiguiente, a
grande es un pensamiento de juventud realizado en la ma- bautizar este lugar con el nombre de Gruta de los Buhos,
durez». Yo por mi parte diría, modestamente pero con con- y me la anexioné con el orgullo del conquistador.
vicción, que mi carrera ha dependido de un gesto, de una Pero el encuentro de estos ovillos no iba a ser más que
decisión tomada en la juventud, mantenida y prolongada un incidente fortuito e insignificante comparado con el es-
durante toda mi existencia. plendor del panorama que se veía por aquella ventana aérea,
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una vista magnífica sobre la carretera y el Carona, mientras en una sala, también a medio acantilado, iluminada por la
a lo lejos se recortaban las perspectivas lejanas de la ca- luz del sol. Esta se convirtió en la Gruta de la Higuera, ya
dena de los Pirineos. Sentado al borde de este mirador ma- que allí, en plena roca, había una higuera retorcida que
ravilloso, me quedé casi en éxtasis, más feliz y satisfecho había conseguido enraizarse no sé cómo y vegetar, casi sus-
que un rey en su trono. La Gruta de los Buhos iba a con- pendida en el vacío: Al fondo de esta pequeña gruta se hun-
vertirse en un paraíso para mí. Volví allí a menudo por el día en la montaña una red espesa de galerías exiguas y com-
solo placer de descender a cuerda lisa en el oscuro pozo del plicadas, en las que di mis primeros pasos de espeleólogo
Enebro, por el gusto de aislarme y de jugar al ermitaño y al en ciernes.
Robinsón. Animándome cada día más, sobre todo bajo la influencia
En aquella época, el azar jugó un papel importantísimo, del profesor Lidenbrock, con el que había llegado a identifi-
casi capital. En las distribuciones de premios de final de carme, me encontraba en cierta ocasión por esas madrigue-
curso me fue entregado el Viaje al centro de la Tierra, de ras tortuosas cuando fui detenido en seco por un obstáculo
Julio Verne. Ya no se podía exigir más de la suerte: habían formado por una losa vertical completamente lisa. Abajo,
sido demasiadas cosas. Las aventuras del profesor Liden- apenas a dos metros, se distinguía una pequeña sala redon-
brock y su sobrino Axel, en compañía del guía Hans, tuvie- da y un corredor, los cuales me hipnotizaron de tal manera
ron el poder de galvanizarme, de desbordar mi imaginación que no pude resistir la tentación y me dejé deslizar a lo
y afirmar por entero mi vocación naciente. Desde aquel día largo de la losa hasta aterrizar suavemente en la sala. Aca-
soñaba secretamente y en serio en el momento en que alcan- baba de realizar una maniobra muy simple, pero fatal, y
zaría el centro de la Tierra. tuve conciencia de ello inmediatamente; por desgracia, de-
Celebro, por tanto, la acción entusiasta ejercida en mí masiado tarde.
por el libro de Julio Verne en los comienzos de mi carrera, Un pánico mortal se apoderó de mí: me era imposible
tímidos e ingenuos, pero debo señalar también con el mis- volver a subir y salvar el obstáculo, y sabía que jamás na-
mo agradecimiento el hecho, bastante raro según creo, de die podría encontrarme y venir a socorrerme en aquella
que mi vocación no fuera nunca contrariada ni prohibida trampa natural... Y como circunstancia agravante y desola-
por mis padres, cosa que hubiera parecido lo más normal. dora, el corredor acababa en un callejón sin salida, así que
Mi padre y mi madre, los dos con una formación y un espí- no rne era posible el retroceso en aquella dirección. Medí con
ritu deportivo verdaderamente excepcionales en aquella épo- la mirada la roca, demasiado elevada para mi pequeña esta-
ca —ellos mismos eran dos magníficos nadadores, de quie- tura: sin asperezas, desesperadamente lisa; y experimenté
nes recibí las primeras lecciones de natación y salto— no la primera sensación de pánico de mi carrera. Siendo yo tan
pusieron nunca ninguna objeción a mi manía de las ca- joven, el único desenlace posible de mi situación me parecía
vernas. una muerte lenta en el fondo de aquel calabozo subterráneo.
Es verdad, lo repito, que nunca les hablaba exactamente Sin embargo, existía una solución tan sencilla como efi-
de las imprudencias que en mi exceso de confianza e in- caz, y afortunadamente todavía no había perdido del todo
consciencia del peligro cometía en mis solitarias explora- mi sangre fría. Advertí sobre el suelo unas placas calcáreas
ciones subterráneas. Por esto no dije ni una palabra de lo caídas del techo a lo largo de los años. Las acarreé y las
que me ocurrió un día en una sala que yo bauticé —veremos apilé unas sobre otras al pie del muro, edificando así bastan-
por qué— la Sala del Montón de Platos. te rápidamente una especie de escalón, oscilante, pero capaz
Siempre a la busca de nuevas exploraciones que efectuar de alzarme y permitirme alcanzar lo alto de la losa. Estaba
en el escarpe de Escalére, que yo creía casi inagotable, y que salvado; pero había vivido unos minutos de angustia que se
se había convertido en mi paraíso terrestre, conseguí des- grabaron en mi conciencia de espeleólogo. Incluso llegué a
cender un día a la cuerda lisa en una grieta bastante grande. jurarme a mí mismo por un momento que no volvería allí
Esto me hizo desembocar, como en la Gruta de los Buhos, nunca más... aunque sabía que al día siguiente volvería a
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empezar de nuevo. En efecto, estuve varias veces en aquel lluvia, que no me permitiría el ascenso. Sabía evidentemen-
lugar para revivir este incidente, y por el mero placer de te que las abejas no se movían durante la noche; pero por
volver a amontonar aquellos «platos». diversas razones me era completamente imposible acudir
Entre las grutas de Escalére, cuya exploración no había más que de día.
intentado todavía, había una que no puedo dejar de men- Finalmente escogí un término medio, es decir, de ir a la
cionar porque me opuso un obstáculo excepcional, como yo cornisa por la mañana temprano. La idea fue buena, ya
no volvería a conocer otro igual en mi carrera. Desde la ca- que no registré en aquellos momentos ninguna señal de agi-
rretera había reparado en una estrecha ventana natural tación en el enemigo todavía dormido. Pasé pues arrastrán-
disimulada en parte por la maleza, a unos diez metros por dome y reteniendo el aliento por delante de la colmena
encima de la base de la roca. Para llegar hasta ella había salvaje, y después de recorrer la cornisa me cogí a unos
que subir aquel talud abrupto y lleno de matorrales, que se arbustos de retama y alcancé sin dificultad la entrada de la
eleva desde la carretera hasta el pie de la pared rocosa. Al gruta. Encontré allí una grieta vertical, bastante estrecha,
llegar a este punto divisé una cornisa, que muy posiblemen- por la que me metí, aunque terminaba al cabo de algunos
te me permitiría alcanzar la gruta deseada, o por lo menos metros en un callejón sin salida. Pero había también al final,
el agujero negro que me parecía debía ser la entrada de una poco antes de su término y en la pared de la derecha, una
gruta. El subir reptando a lo largo de la cornisa, bastante abertura baja que me dio acceso a una sala cuyas propor-
estrecha e inclinada hacia el vacío, fue una operación poco ciones me entusiasmaron extraordinariamente: era la sala
fácil, incluso delicada. Sin embargo iba progresando, y em- más vasta de las que había encontrado en toda Escalére.
pezaba a entrever ya la victoria deseada, cuando de pronto Recibió muy a menudo mi visita, cuando, por propia ex-
me sentí como clavado en el sitio al oir un ruido insólito, un periencia, pude comprobar que las abejas no se preocupa-
zumbido intenso del que no comprendí el origen, hasta que ban en absoluto de mí, y me dejaban pasar a todas horas
levanté la cabeza y vi a un metro por encima de mi cabeza del día. Fue en esta Gruta de las Abejas, como yo la bauticé,
una nube de insectos que giraban como en un remolino al- donde comencé por primera vez un trabajo de excavación.
rededor de una mata de brezos. Al mirar con más atención Había encontrado ya anteriormente sobre el piso de otras
pude observar que en realidad se trataba de un enjambre grutas huesos de animales, y algunos fragmentos de potes de
de abejas entrando y saliendo de una grieta rocosa. barro. Estos vestigios provenían de una ciudad gala situada
Había tenido que ver ya anteriormente con abejas, im- sobre la meseta, en el llano, ciudad que debería descubrir
prudentemente importunadas —de las que guardaba el re- y estudiar mucho más tarde. Estos pequeños hallazgos su-
cuerdo doloroso de su aguijón— y retrocedí arrastrándome cesivos me había incitado a coleccionarlos y a instalar en
lo más rápidamente posible hasta el pie de la roca, escon- un rincón del desván de mi casa un embrión de museo, es
diéndome tras unas matas protectoras desde donde pude decir, algunas cajas de cartón conteniendo el producto de
estudiar mejor la situación. Me pareció que desgraciada- mis investigaciones. El conjunto de todo ello representaba
mente no iba a serme posible el acceso a la gruta más que una carretilla de restos de vasijas, piedras y algunos fósiles.
por la cornisa defendida por aquel enjambre de abejas. Ello Había también algunos huesos, que no tenían nada de pre-
constituía un verdadero suplicio de Tántalo para mí. histórico ni de protohistórico, ya que habían sido llevados
En repetidas ocasiones volví a este lugar para observar a las grutas por los zorros. Pero yo me ocupaba poco de
el comportamiento de las abejas. Incluso un día, lloviendo cronología; estaba completamente convencido de que todo
a cántaros, me llegué hasta allí esperando encontrar la en- aquello se remontaba a los galos, y sólo esperaba encontrar
trada de la colmena desierta. La agitación era en aquellos un día un arma o una joya, como en los libros o en los mu-
momentos en verdad casi nula, pero conocía la vigilancia y seos de verdad.
la irascibilidad de aquellos insectos, y desconfiaba por otra Había oído decir que para recoger tales objetos se debían
parte de la cornisa chorreante y resbaladiza ahora por la practicar excavaciones, y por lo tanto decidí cavar el suelo
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de la Gruta de las Abejas, que me parecía haber sido habita- tropólogo y prehistoriador de Toulouse, que circulaba a ve-
da por los misteriosos galos, puesto que habían roto allí va- ces por aquella región practicando excavaciones en busca de
sijas y potes, de los que estaba yo encontrando los frag- antigüedades «antediluvianas», como se decía entonces. En
mentos ahora. definitiva, no pude resignarme a tirar el cañón de pipa:
Subí, pues, con un instrumento apropiado y me puse a tuvo también un lugar en mi colección, aunque en una caja
cavar con ardor. El suelo era bastante polvoriento en la su- aparte y sin etiqueta...
perficie, y fue en esa capa delgada donde hice algunos ha- En aquel tiempo yo era muy celoso de mis cavernas, por
llazgos. Luego me encontré con una arcilla seca, dura y ese sentimiento que experimentan los buscadores solitarios,
llena de piedras, prácticamente inatacable, que me detuvo. quienes no gustan de ver popularizar o vulgarizar, y en mu-
Así es que me limité a la capa fácil de trabajar, la superfi- chas ocasiones profanar, lo que ellos han descubierto a base
cial, que me dio sus inevitables cascos, a más de algunos de esfuerzos de voluntad y fatigas físicas a menudo tan me-
huesos de pájaro y una pata de cabra momificada, con sus ritorias.
tendones todavía. Todo esto provenía naturalmente del mo- Así pues, estaba yo bastante celoso de «mis» cuevas de
lino de Escalére, y representaban el producto de los mero- Escalére, pero no hasta el punto de no describírselas a mi
deos de los zorros; pero yo le atribuía, sin la mínima duda, hermano mayor Juan y a nuestros amigos. Por desgracia,
un origen y una antigüedad que se remontaban a la época no manifestaron ningún entusiasmo por esos lugares, y tuve
gala. que continuar solo mis investigaciones hasta el día en que
En una ocasión exhumé un objeto que me intrigó y puso cometí la locura de arrastrar allí a mi hermano pequeño
a prueba mi sagacidad. Era como de unos diez centímetros Marcial.
de largo y del grosor de un lápiz; se trataba de un tubo La de pruebas y esfuerzos a que he sometido yo a un
cilindrico agujereado y traspasado de parte a parte por un niño de seis años, de una manera insensata, no tiene per-
hilo fino. No era ni un hueso ni cerámica, y yo decreté que dón. Mi hermano tenía una agilidad increíble. Su escasa
debía ser marfil. El objeto estaba roto por las dos extremi- corpulencia y su paso ligero me daban la posibilidad de
dades, y presentaba una pátina de un blanco amarillento bajarle y subirle por una cuerda a través de fisuras y grie-
que resultaba completamente venerable. tas donde yo nunca hubiera podido introducirme, y donde
Me llevé mi hallazgo a casa, después de envolverlo res- jamás nadie podrá aventurarse. Su estatura me permitía
petuosamente en mi pañuelo, y lo sometí al examen paterno. hacerle pasar por corredores casi imperceptibles, por don-
El examen no fue largo, y acabó en un jovial estallido de de se metía sin el más mínimo titubeo, informándome sobre
risas que atrajo la atención de mi madre y de mis herma- posibles prolongaciones de las galerías, hasta las que trepá-
nos, quienes se acercaron para asistir al veredicto. ¡Lo que bamos como topos.
acababa de encontrar era un cañón de pipa, de una de esas Si él hubiera sido miedoso, o si mis aventuras no le hu-
vulgares pipas de yeso que se pulverizan a tiros de cara- bieran agradado, no hubiera podido abusar de esta manera
bina en las ferias! de él. Pero el pequeño tenía una confianza ilimitada en mí;
El golpe fue muy duro para mí y a punto estuvo de com- era de una docilidad absoluta y se mostraba siempre pron-
prometer mi naciente vocación de espeleólogo. to a obedecer mis sugestiones más arriesgadas. Ello tenía
Pero finalmente acepté sin demasiada confusión el con- una explicación bien simple: le había inoculado el microbio,
tratiempo; en realidad, lo más sensible —un verdadero dis- estaba ya completamente infectado, y tenía madera de gran
gusto— fue la revelación de que yo no había sido en definiti- espeleólogo. Pero, lógicamente, todo esto amenazaba acabar
va el descubridor de la Gruta de las Abejas, sino que alguien mal, y no tardó mucho en presentarse la ocasión.
había llegado a ella antes. Para atenuar mi desilusión mi Le había incitado un día a atravesar, arrastrándose sobre
padre me aseguró, medio en serio medio en broma, que de- el vientre, una gatera particularmente exigua y complicada,
bía tratarse de la pipa de Emile Cartailhac, un sabio an- y tras haberlo hecho le resultó imposible volver a arrastrar-
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se en sentido contrario. Yo le había ido aconsejando mien-
tras se deslizaba por ese agujero, un verdadero ojo de
cerradura; yo le había colocado, le había desplazado las
piernas y los pies para que le fuera posible pasar como un
hombre-serpiente. Ahora estábamos separados por aquella
angostura, y no podía volver a su posición inicial...
Tras vanas tentativas y un diálogo angustioso, opté con
gran decisión por la única solución eficaz y razonable: la de
ir a buscar ayuda. Caín, comido por los remordimientos, no
fue sin duda más desdichado que yo a lo largo de la salida
de la gruta y de mi carrera hasta casa. ¡Caín había matado REPTANDO
a su hermano, pero yo lo había enterrado vivo!... A pesar
de todo, no me atreví a confesar mi fechoría. Considerando
que una persona mayor no conseguiría nunca meterse por Por más apego que pudiera tenerles a las grutas de Es-
aquellas galerías rocosas, en las que nosotros debíamos tre- calére, acabé por conocerlas tan a fondo que me paseaba
par a gatas, cogí un martillo y un buril de acero y volví sin con los ojos cerrados por sus más pequeñas galerías; nada
aliento junto al cautivo. Le señalé mi llegada y mi presen- ofrecía ya misterio para mí.
cia allí con gritos. Pero él tenía una confianza inquebranta- Llegó por tanto el momento en que deseé conocer otras
ble en su hermano mayor, no se había asustado en absoluto, cuevas y extender mi radio de acción.
y esperaba, no diré plácidamente, pero sí con valor y pa- Empecé a recorrer en bicicleta los alrededores de Saint-
ciencia. El principal obstáculo para sacarle de allí era una Martory. Preguntaba tímidamente a los campesinos que en-
cortina estalagmítica formando saliente. Masa calcárea, por contraba en campos próximos a lugares rocosos, suscepti-
fortuna tierna y esponjosa, que pude serrar fácilmente con bles de ocultar grutas.
mis instrumentos. Muy pronto estuvo lo suficientemente Pero mis sondeos no dieron el más mínimo resultado. Mi
abierta como para permitir la salida al pequeño empareda- voz insegura y mis preguntas mal formuladas y azoradas no
do, quien no dijo una palabra de aquella aventura, y que no producían otra reacción que la incomprensión o la sospe-
guardó un recuerdo demasiado malo de ella, ya que con- cha. Sólo cosechaba fracasos, malas respuesta y frases re-
tinuó secundándome, en el peor de los casos con una cierta probatorias. Los interrogados parecían juzgar insensato
antipatía por las gateras, de las que desconfiaba, creo que aquel deseo mío, incomprensible, de penetrar en lugares
con razón. subterráneos inciertos y peligrosos.
Un día, una vieja, en los linderos de un bosque, donde
estaba recogiendo ramas del suelo, quedó verdaderamente
desconcertada ante mi pregunta.
—¿Si conozco una gruta? —repitió asombrada y casi
como atontada—. Sí, conozco una —acabó por decirme,
mientras yo la miraba suspenso de sus palabras—. Estuve
en ella hace mucho tiempo. Únicamente que está algo lejos
de aquí.
—¿Dónde? —le pregunté esperanzado.
—En Lourdes. ¿No ha oído nunca hablar de la «Gruta
de Lourdes»?
Estas eran todas las nociones de espeleología que tenían
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entonces los campesinos. Todos ellos profesaban un ver- pareció ni sorprendido ni incomodado por ello; se contentó
dadero terror por todo lo subterráneo: grutas o abismos. Se con declarar que seguramente habría habido un hundimien-
horrorizaban, se indignaban o se enfadaban al solo hecho de to, pero que él había visto allí positivamente «la galería y
hablar de ello; y todavía más cuando sabían que buscaba la sala grande como un establo». Tuve la ingenuidad de
estos lugares oscuros y peligrosos, tan temidos y de tan creerle, y sólo posteriormente, tras varias experiencias de
mala fama, para penetrar en ellos «¡solo y a su edad!»... este mismo género, llegué a la conclusión de que todas esas
De ocurrir unos cuantos años antes, creo que hubiera historias de grutas ciegas que anteriormente habían sido
estado a punto de ser quemado en la hoguera. vastas salas, no eran más que jactancias y mentiras de re-
Sin embargo, conseguí un día convencer a un cazador domados fanfarrones. Aquel hombre no había entrado nun-
furtivo, un hombre que colocaba trampas. Me indicó una ca en la gruta; la ocasión le pareció propicia para hacer en-
pequeña gruta en pleno bosque. Había entrado una vez tras trar a otro en su lugar, y había abusado de mi candidez. El
de su perro. La cavidad se hacía más grande hasta convertir- resultado de mi investigación le interesaba indudablemente
se en una galería de vastas proporciones, de la que no había desde el punto de vista de su oficio, dada su condición de
alcanzado a ver el fondo... cazador, y más en su especialidad de trampero.
Como estábamos en los parajes de los alrededores de El fracaso de esta tentativa no me afectó en absoluto,
esta gruta inexplorada, consintió en guiarme hasta la entra- tanto era mi deseo de seguir explorando más y más, de ex-
da. Asistió a mis preparativos de costumbre, que consistían plorar siempre. Los fracasos constituyen la regla, el éxito
en descalzarme y encender la bujía. Al estar él presente no es la excepción.
me atreví a desnudarme y volver del revés mis ropas, así Así no desprecié nunca la más pequeña fisura, el menor
que empecé a introducirme arrastrándome boca abajo por agujero que pudiera haber en las rocas, incluyendo las ma-
esa madriguera, exigua en efecto, pero que sabía debía de- drigueras de zorras, excepto aquellas, claro está, que estu-
sembocar en seguida en un vestíbulo, seguido de una sala ' vieran abiertas en la tierra.
«grande como un establo». Ahora me pregunto: ¿Me ha recompensado en algo esta
En el momento en que estaba a punto de desaparecer de línea de conducta? ¿No perdí con ello únicamente tiempo y
su vista el hombre pareció preocupado. esfuerzos, trepando y arrastrándome por pasillos sin interés
—¡Tenga cuidado! —me gritó—. No vaya a hacerse daño. y sin posibilidades de aportar algo nuevo?
Debía haber tenido más en cuenta aquel «no vaya a ha- No entra ahora en mis propósitos enumerar todas mis
cerse daño», porque tras apenas una docena de metros de tentativas de este tipo; sería abusivo el querer hacerlo. Re-
adentrarme reptando como pude por aquel pasadizo polvo- lataré únicamente tres, escogidas, no al azar, sino teniendo
riento y maloliente, topé con un callejón sin salida tapizado en cuenta lo diferente de sus resultados y su especie dis-
de musgo y de hojas secas hormigueantes de pulgas. tinta.
Tuve que retroceder arrastrándome hasta llegar de nuevo Algún tiempo después de la infructuosa exploración que
a la luz, donde el cazador me esperaba. Al verme aparecer acabo de narrar, tuve la satisfacción de descubrir yo mismo
mostró una expresión de alivio en su cara, y le divirtió mu- otra madriguera en el mismo término municipal de Saint-
cho el verme cubierto de pulgas. Estaba verdaderamente Martory, en el lugar llamado Téoulé. Paseándome por los
acribillado de ellas, y a falta de la exploración que esperaba, bosques me di cuenta de la existencia de una roca calcárea
pude en cambio aprender aquel día por experiencia propia en cuya base se abría un conducto horizontal, en el que las
que, cuando se pasa bajo tierra cerca de una madriguera huellas de pisadas y otros indicios atestiguaban que los zo-
de zorras, puede uno estar seguro de que se llevará todas rros habían hecho de él su madriguera.
las pulgas con él a la salida. Como en un ritual me descalcé y me quité la chaqueta.
Informé ingenuamente al cazador del estado de la gruta Esta prenda constituye no solamente un estorbo, sino un
y de que sólo había encontrado un callejón sin salida. No peligro bastante importante en caso de que uno deba arras-
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trarse, por ejemplo, hacia atrás en un pasillo estrecho; si la da. Durante esos instantes recobraba el aliento y dejaba
chaqueta empieza a retorcerse y forma como un cojinete sosegar mi corazón, ya que debido a la respiración entrecor-
alrededor del cuerpo, puede aprisionaros sin remedio en un tada que producen las contorsiones y el esfuerzo continuo,
rincón de la galería. La experiencia me había enseñado tam- así como la escasa ventilación, el corazón efectúa un trabajo
bién este detalle tan importante, cuya no observancia ha cos- extraordinario y se excita tumultuosamente.
tado la vida a más de una persona que ha quedado inmovili- En el curso de una de estas paradas percibí un ruido
zada bajo tierra y ha tenido así un fin verdaderamente insólito, una especie de gruñido corto y sordo que me pare-
horrible. ció que provenía del exterior, como uno de tantos otros rui-
Heme aquí, pues, una vez más, arrastrándome boca abajo dos atenuados. El canto de un gallo, la voz de un campesino.
por un tubo cilindrico casi de mi mismo volumen, en el Llegó hasta mí muy débil y no presté gran atención a este
que voy adentrando por una sucesión de extensiones y dis- ruido no identificado. Por otra parte me había puesto de
tensiones : el máximo de la reptación, reptación pura, lo que nuevo en marcha, y me arrastraba con ardor con la cara
espeleólogos belgas, especialistas en este género de ejercicio, contra el suelo, cuando de repente quedé como clavado en
han llamado «la lombriz», y no metafóricamente. Todo un el sitio por un rugido fuerte, rabioso, aterrador. Levanté
programa. rápidamente la cabeza y vi a apenas dos metros delante de
Lo hago adoptando la posición más acertada de los bra- mí, acorralado en el fondo de la cueva y haciéndome frente,
zos: uno proyectado horizontalmente hacia adelante para ¡a un animal con garras y dientes amenazadores! Me encon-
sostener la vela y tantear el terreno, y el otro replegado, traba frente a un tejón al que acababa de sorprender; le
disimulado contra el pecho. El hombro que corresponde a había obligado a retroceder, hasta el momento en que, aco-
este brazo replegado, igualmente hundido hacia atrás, con rralado, estaba dispuesto a defenderse y a desgarrarme la
objeto de disminuir la anchura de espaldas. Es imposible cara con sus temibles garras. Como tenía los brazos en
reptar con los dos brazos tendidos hacia adelante, ya que cuña, no pudiéndole oponer más que la débil defensa de la
ello no es anatómicamente posible y ensancha demasiado llama de mi bujía, y el animal ostentaba sobre mí el derecho
los hombros. de prioridad incontestable de quien está en su propia casa,
La galería es horizontal, aunque sus paredes presentan no tuve más remedio que cederle el sitio y retirarme, apre-
ligeras ondulaciones, como unas minúsculas montañas ru- suradamente. Aquel día tuve ocasión de practicar la repta-
sas que tengo que ir nivelando con la mano libre, tras haber ción acelerada hacia atrás, batiéndome en retirada lo más
plantado mi bujía en el suelo. Adelanto evidentemente con de prisa posible.
mucha lentitud y trabajo, aunque el ejercicio no carece de Sabía perfectamente la animosidad con que el tejón se
fuerte carácter deportivo. Creo que «reptar», llevado a este defiende de los perros, destripándolos con ayuda de sus
extremo, constituye el deporte —digamos ejercicio— más fuertes y largas garras. El tejón es de la familia de los ursi-
penoso y más completo al mismo tiempo, que pueda existir. nos, una especie de oso pequeño de unos quince kilos, al que
Participa en él todo el cuerpo, sin olvidar un solo músculo. no es recomendable ir a molestar en su propia madriguera.
Creemos y proclamaremos siempre que un ejercicio diario Tuve la suerte en esta ocasión de salirme del atolladero con
de reptación sería el mejor remedio contra la obesidad, la la sola emoción del encuentro frente a frente. Cierto que
celulitis y otros tantos malestares y penas físicas. Pero me en otra ocasión me encontraría en una inmensa caverna
temo que resulte bastante difícil que se nos crea, o por lo con un oso y dos leones. Pero esto es ya otra historia, y ya
menos que se nos imite. se contará más adelante.
A todo esto mi adentramiento por aquella grieta de Téou- También en otra circunstancia, que tuvo por escenario
lé se eternizaba, y sólo había avanzado penosamente unos un corredor rocoso, no llegué a ir más lejos que en la ma-
quince metros. A cada momento me detenía a descansar y driguera de Téoulé, y sin embargo escapé allí, igualmente,
relajar un poco los músculos, echado sobre la tierra húme- por muy poco de unas terribles mandíbulas que hubieran
podido atraparme y desfigurarme. Esto pasó en el valle del No, no había ninguna, estaba seguro; pero al preguntarle
Carona, no lejos de Bagnéres-de-Luchon, en la época en que si a falta de cavernas existían simplemente grietas o res-
había sustituido ya mis primitivas e insuficientes bujías por quebrajaduras rocosas, me respondió que conocía un agu-
una lámpara de acetileno. Un boquete en una roca que se jero que servía de madriguera de tejones. Ante mi insisten-
hundía en el flanco de una montaña había llamado mi aten- cia, se hizo más explícito y me confió que su perro penetraba
ción. Me metí en él arrastrándome sobre el vientre, según a veces en él, se quedaba dentro algún tiempo, y le había
el método ya descrito, cuando de repente me fue arrancada oído ladrar bastante lejos.
la linterna de las manos, al mismo tiempo que oía un chas- Como consecuencia normal de estas confidencias, media
quido terrible y un ruido metálico. ¡Una trampa de acero hora más tarde estaba ya examinando, arrastrándome boca
con unas quijadas con dientes de sierra había sido colocada abajo, la entrada del susodicho agujero adonde Bertrand
y disimulada en el polvo, apenas a dos metros de la entra- Abadie, que así se llamaba el cazador, me había llevado. El
da, y yo acababa de cerrarla al tocarla con mi lámpara! Sólo orificio era completamente impenetrable, pero había un in-
algunos centímetros más, y hubiera tenido la cara o la mano dicio que me animó: una corriente de aire bastante apre-
triturada por el terrible cepo. A menudo las grutas más ciable corría por él.
modestas, qué digo, las grietas o los corredores rocosos más Era mediodía. Decidí tomar primero un bocadillo antes
insignificantes no son en modo alguno un lugar seguro, y de empezar el trabajo de agrandar la entrada con ayuda de
sería necesario que los cazadores de trampas pusieran cerca mi bastón.
de ellas un letrero o alguna señal marcando los «lugares en Bertrand Abadie volvió a la pequeña aldea de Saint-Mar-
que las han colocado. De la misma manera que se encuen- tin, donde vivía, pero me prometió regresar en cuanto hu-
tran en campos cercados o incluso en jardines pancartas con biera acabado su almuerzo, con una pala y un pico para
la advertencia «trampa de lobo», debería haber también le- colaborar. No solamente fue puntual, sino que vino con un
treros mencionando «trampa de zorros» a la entrada de amigo suyo, Bertrand Escoubas, igualmente cargado con he-
ciertos agujeros. Con la falta de tales indicaciones los espe- rramientas. Al cabo de una hora habíamos limpiado la en-
leólogos se exponen a las heridas graves que pueden ocasio- trada de un montón de tierra acumulada allí por generacio-
nar estos instrumentos; tienen el derecho de confiscarlos, lo nes y generaciones de tejones. (Los «residuos», tal como se
que yo dejé de hacer aquella circunstancia, así como un se- dice en términos de montería, atestiguaban que se trataba
gundo cepo que descubrí en otra ocasión en el pasillo de ciertamente de tejones.) Ahora ya podía introducirme en
una gruta. El primero lo eché al Carona, y el segundo a un aquel pasillo tan estrecho, pero que juzgué accesible. Aba-
precipicio natural que había por aquellos parajes. Que sirva die y su amigo se opusieron, asegurándome que no me sería
esto de aviso para cazadores inconscientes o criminales que posible pasar por allí; pero yo había ya desaparecido bajo
colocan sus trampas indiferentemente para zorros, tejones... tierra, y les iba teniendo al corriente de mi adentramiento
y espeleólogos. por el agujero. Fue difícil y largo; mis señales acústicas no
Hemos ya relatado tres historias que tuvieron por esce- les llegaban, más a causa de las gateras que por lo exiguo
nario madrigueras de animales. He aquí la cuarta. Como la del orificio. Estuvieron muy inquietos por mí. Pero tras un
anterior, no data de mis primeros tiempos, pero completará penoso reptar a lo largo de treinta metros, desemboqué en
esta documentación. un vestíbulo amplio y elevado en donde operé un primer
Era hacia 1930. Cierto día, yendo a la busca de nuevas reconocimiento de unos doscientos metros.
exploraciones en pleno bosque por los parajes de Saint-Ber- Al volver a la luz, describí a mis compañeros, que me es-
trand-de-Comminges, encontré a un joven cazando. Entabla- cuchaban estupefactos y entusiasmados, lo que había visto.
mos conversación, y no tardé mucho en preguntar a aquel Se redoblaron los esfuerzos para limpiar la entrada y los
muchacho, a quien el bosque era familiar, si conocía alguna primeros metros del agujero, mientras yo efectuaba un se-
gruta por allí. gundo reconocimiento que me reveló un laberinto y un piso
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inferior bastante importante. Abadie y Escoubas, al no estar
en absoluto familiarizados con la reptación, e impresionados
por lo angosto del pasadizo, no se atrevieron a aventurarse
por él el primer día. Pero más tarde se enardecieron, rep-
taron tras mis huellas, y pude hacerles recorrer hectómetros
de pasillos adornados de estalactitas y solidificaciones deco-
rativas que les maravillaron, ya que no habían visto nunca
grutas, y aquélla se presentaba verdaderamente espléndida.
La exploración completa, que requirió varias semanas,
me aportó más de un kilómetro de extensión en tres pisos,
con arroyo, lago subterráneo y varias cascadas. Dimos a EMILE CARTAILHAC Y EL MUSEO
esta cavidad el nombre de Gruta de Coume Nére, del nom- DE TOULOUSE
bre «patuá» del lugar (Coume Nére = Valle Negro).
Sin ser excepcional, este ejemplo del descubrimiento de
una vasta caverna a partir de una madriguera completa- La necesidad, o en todo caso la comodidad de agrupar
mente impenetrable, es una prueba característica de lo que en un solo párrafo lo que acabamos de relatar sobre ma-
puede reservarnos a veces el penetrar difícilmente, reptando drigueras, grietas y otros pasadizos, nos ha llevado de una
algunas decenas de metros. manera excepcional a anticiparnos a los acontecimientos por
dos veces consecutivas, y a trastornar la cronología de estas
Memorias. Pedimos disculpas por ello.
Por otra parte, es conveniente precisar que, después de
lo que yo llamaría mi primera infancia, un período de mi
vida maravilloso pasado en Saint-Martory —donde asistí a la
Escuela Municipal—, había estado varias veces con mis her-
manos en Toulouse, a donde mis padres se trasladaron du-
rante el período de nuestros estudios. Por ello, únicamente
volvíamos a Saint-Martory en las vacaciones de Pascua y
durante el verano. Indudablemente estos tres meses se pre-
sentaban de lo más favorables a mi pasatiempo favorito:
explorar grutas.
En Toulouse vivíamos cerca del Jardín de Plantas, donde
se encuentra el Museo de Historia Natural, y yo solía pasar-
me allí las tardes del jueves y los domingos, en la sala lla-
mada de las Cavernas, inclinado sobre las vitrinas que en-
cerraban colecciones inestimables de armas e instrumentos
prehistóricos, de sílex tallado, huesos y otros objetos en
hueso y marfil trabajados por nuestros antepasados de la
Edad de la Piedra.
Había también en el museo, y yo los contemplaba con
gran respeto, esqueletos completos de animales prehistóri-
cos, contemporáneos del hombre de las cavernas: un gran
ciervo de Irlanda (megaceros), un oso de las cavernas
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(ursus spaelaeus), una hiena y un lobo. Una gran vitrina mu- un muchacho enamorado de las cavernas, pero sin espe-
ral encerrando una colección, creo que única en el mundo, cialización y sin las más mínimas nociones sobre la pre-
de cráneos del ursus spaelaeus, uno de los cuales, recuerdo, historia. Entonces, en unas horas que para mí fueron memo-
de 0*67 metros de largo, poseía unos caninos del tamaño de rables, me trazó un cuadro de los tiempos prehistóricos,
un plátano. En un pasillo estrecho y oscuro había instalada procurando familiarizarme con términos como achelense,
otra colección de cráneos; cráneos humanos éstos, delante musteriense, auriñaciense, magdelaniense, etc., que son los
de los que no me paraba con demasiado gusto. Estas cabe- nombres de los diferentes períodos de civilización prehistó-
zas de muertos, de perfil más o menos borroso, me impre- rica. Todos estos nombres ya hacía tiempo que me tenían
sionaban extraordinariamente; formaban una panoplia ma- intrigado, y aquel día aprendí su significado; además, me
cabra, y sus órbitas negras y vacías, que me parecía que reveló los lugares a que correspondían estos períodos. Gra-
miraban eternamente la nada, me estremecían. Agradecía cias a su amabilidad y a la claridad de sus explicaciones,
casi inconscientemente al encargado de la conservación de puestas a un nivel donde yo pudiera entenderlas, me trans-
aquellas «Antigüedades Prehistóricas», el no haber expuesto portó en unos momentos, sin un tropiezo, a los umbrales
los restos de nuestros antepasados a plena luz, y haberlos de la prehistoria, y me entregó el sésamo sin el cual las
apartado piadosamente en la parte más oscura del Museo. puertas de ésta hubieran permanecido cerradas. Llevó su
No tardé en conocer al conservador que con tanto cui- condescendencia al extremo de indicarme algunas obras de
dado y erudición organizaba y perfeccionaba la presenta- vulgarización que podría consultar en la biblioteca del Mu-
ción de la Sala de las Cavernas. seo, cuyo acceso me autorizó desde aquel momento. Termi-
Un día estaba contemplando en una vitrina una colección nó nuestra conversación —mejor su monólogo, ya que yo
de sílex tallados encontrados en la gruta de Mas de Azil, por mi parte no llegué a pronunciar diez palabras seguidas—
cuando oí llegar con pasos menudos a un anciano de levita animándome con unas frases amables y un amistoso apretón
y con la cabeza descubierta. Encorvado y quebrado por la de manos.
edad, tenía unas patillas blancas y vaporosas, y a pesar de su Mientras se alejaba con pasos pequeños arrastrando los
calvicie pronunciada, una corona de cabellos largos, e igual- pies, yo me quedé clavado como petrificado frente a la vi-
mente blancos, le rodeaban la cabeza como una aureola. trina de las «hachas de mano» chelenses, hasta donde me
Unos lentes muy finos, de cristales ovales muy pequeños había llevado en su explicación. Intentaba darme cuenta de
rodeados por dos hilos de acero, acababan de dar a su ros- lo que acababa de ocurrir, procurando ordenar mis emo-
tro arrugado el aspecto y la figura tradicional del sabio, del ciones; en aquel momento oí un ruido al otro lado de la
ratón de biblioteca, espécimen de los que quedan todavía sala. Era el guarda del museo (no había más que uno); se
algunos supervivientes, tal como eran típicos del siglo xix. trataba del pintoresco y simpático Bruniquel, cuyo nombre
Este anciano que se paseaba con la cabeza descubierta le había predestinado a la vigilancia de colecciones prehis-
por las salas y galerías, se encontraba en el Museo en sus tóricas (1).
propios dominios. Tenía ante mí al conservador, a Emile Puso rumbo hacia mí y me abordó con su risa fuerte y
Cartailhac en persona, el eminente arqueólogo y prehistoria- su terrible acento tolosano. Sin que me hubiera dado cuenta
dor, el fogoso campeón del danvinismo. había asistido de lejos a la entrevista, y había tenido cierto
Estábamos solos en la Gran Sala de las Cavernas. Se paró derecho a ello, ya que había sido él quien la suscitara.
al llegar a mi lado y me dirigió la palabra con una amabili- Hacía tiempo que había advertido mi asiduidad alrede-
dad que me confundió. Se enteró de mi interés por la pre- dor de las vitrinas de prehistoria, y se encariñó conmigo en
historia, de mis aspiraciones y del nivel de mis conocimien-
tos en esta materia. Mis respuestas ingenuas, llenas de la
gravedad de una timidez consustancional en mí, aumentada (1) Bruniquel es el nombre de una famosa estación prehistórica de
Tarn-et-Garonne, cuyos importantes vestigios figuran en las vitrinas
entonces por las circunstancias, le afirmaron en la idea de del Museo de Toulouse.
32
3 - VIDA
seguida, siempre bromeando sobre «las viejas piedras», como
él decía, y mi pasión por ellas. Había hablado de ello con
Emfle Cartailhac, señalándole el caso bastante insólito del
rapazuelo prendado de la prehistoria, que tanto le había
intrigado. i -^
Así, pues, el encuentro y la lección no fueron fortuitos;
el sabio se había preocupado de esclarecer un poco las ideas
a un debutante, y trató de hacer de él, sin duda, un posible
discípulo. Discípulo suyo fui, ciertamente, ya que por otra
parte había conseguido entrada en la biblioteca; pero una
absurda timidez crónica me impidió siempre abordar al ar- CELEBRE Y DECEPCIONANTE
queólogo, que, sin embargo, fue quien había dado los pri- GRUTA DE AURIGNAC
meros pasos, y que no supo nunca el agradecimiento y la
veneración de que le hice objeto siempre, veneración que
guardo todavía a su memoria. Emile Cartailhac, al enterarse del lugar en donde pasa-
Con la complicidad de Bruniquel pude llegar un día a ba yo mis vacaciones y donde efectuaba mis actividades
penetrar en el «sancta santorum» del Museo, en el labora- trogloditas, me indicó el hecho de que a unos diez kilóme-
torio de taxidermia. Allí conocí a otro sabio: Philippe La- tros de Saint-Martory, cerca de la pequeña ciudad de Aurig-
comme, el conservador técnico de la colección, con el que nac, se encontraba una famosa gruta, célebre en el mundo
me unió una indefectible amistad. entero por haber dado su nombre al período auriñaciense,
Hoy puedo confesar que mis sesiones de lectura sobre uno de los más importantes de la prehistoria.
prehistoria en la biblioteca del Museo, y mis largas conver- Me faltó tiempo en las vacaciones siguientes, en cuanto
saciones con Philippe Lacomme, no ocuparon únicamente llegué, para coger mi bicicleta (sin repuestos y sin cambio
algunas de mis tardes de jueves, libres. En muchas ocasio- de velocidad) y tornar la dirección de Aurignac y su gruta.
nes fueron motivo de hacer novillos a la escuela. Puedo tam- Mi primera impresión fue de decepción, ya que su aspecto
bién declarar que no sentía por ello ningún remordimiento, exterior es el de un simple abrigo bajo la roca, poco más
y que si mis estudios en el instituto de Toulouse sufrieron elevado y profundo que un armario grande. Pero poco im-
algún retraso por esta causa —digamos, incluso, no algún, portaba: de todas maneras me encontraba en el umbral
sino bastante— no he conservado nunca ningún pesar al de una cavidad famosa.
respecto, en absoluto. Hacía más de un siglo, en 1842, un hombre salía una
tarde de la pequeña ciudad de Aurignac, situada allá en lo
alto de un montículo, como un burgo feudal. Este labriego,
llamado Bonnemaison, llevaba los instrumentos de su pro-
fesión al hombro: un pico y una pala. Andu*o a lo largo de
un kilómetro por la carretera de Boulougne, pasó el arroyo
que se encontraba más abajo del camino, y tras subir algu-
nos metros de la loma de Faloje, se detuvo y dejó sus he-
rramientas en el suelo. El trabajo que iba a emprender allí
no le había sido encomendado por nadie; le animaba sólo la
curiosidad, y he aquí el porqué.
En este mismo lugar, unos días antes, a Bonnemaison,
que era cazador —y algo cazador furtivo— le había desapa-
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recido un conejo en una madriguera. Metió el brazo en el cabeza, muy conmovida, se presentó en la siniestra gruta. El
agujero y sacó de él un hueso bastante pesado y volumino- alcalde, que era médico, identificó diecisiete esqueletos; en
so. Intrigado, el hombre había decidido volver otro día y cuanto al párroco, procedió al levantamiento de los restos,
agrandar la madriguera. que fueron inhumados en el cementerio. Entre las osamen-
A pequeña causa, un gran efecto; la ilusión Por un buen tas, esparcidos por la gruta, testigos de la ceremonia reco-
guisado de conejo y una pieza que se eácap'a, iban a tener gieron cierto número de unos objetos redondos y agujerea-
una resonancia considerable, a suscicar problemas y . dis- dos que se llevaron como recuerdo.
cusiones científicas y polémicas apasionadas, y finalmente a Dieciocho años más tarde, en 1860, el sabio Edouard
inmortalizar el nombre de un humilde pueblo. Pero no nos Lartet pasó por Aurignac. Según su costumbre se hizo mos-
anticipemos, y volvamos al hombre que está desenterrando trar todas las curiosidades arqueológicas de la localidad, los
la madriguera. minerales y los fósiles. Entre otras cosas se le mostraron
Desde los primeros golpes de pico, el labriego pudo ob- algunos de los redondeles recogidos en la gruta de los es-
servar la presencia de una losa rocosa que se hundía verti- queletos. Lartet los identificó inmediatamente como restos
calmente, y que parecía encerrar una abertura abovedada de conchas marinas empleadas por las poblaciones prehis-
comparable a la entrada de una gruta o de un subterráneo. tóricas para la confección de collares y redecillas.
Intrigado y deseando esclarecer este misterio, el hombre
empezó a picar el talud, cavando primero una zanja de arri- A las preguntas del arqueólogo le fue narrado el hallazgo
ba abajo, y tras el trabajo de algunas horas consiguió des- de Bonnemaison. Lartet preguntó entonces por los diecisie-
pejar una pesada placa de gres. Bonnemaison, felicitándose te, esqueletos, pero a dieciocho años de distancia los recuer-
de su tenacidad y de su buen olfato, pues no dudaba que dos del enterrador eran demasiado vagos y el sabio no tuvo
allí había escondido un enorme tesoro, separó el abstáculo... otro remedio que hacerse conducir a la gruta, que había
¡y quedó petrificado a la vista de un amontonamiento de quedado intacta, donde decidió comenzar sus investigacio-
esqueletos humanos en el fondo de una gruta! nes. Estas últimas, efectuadas metódicamente, aportaron un
Horrorizado de haber profanado una sepultura —tan ines- resultado muv interesante: si la gruta había servido de se-
perada en aquel lugar— volvió a tomar rápidamente el ca- pultura neolítica y había sido cerrada artificialmente por
mino de su casa, y no dejó naturalmente de contar su aven- una losa, había sido además, aún más antiguamente, el habi-
tura. tat durante muchísimo tiempo de gentes prehistóricas, que
¿Víctimas de la Revolución? ¿Víctimas de las guerras habían acumulado en el suelo de la caverna y en la terraza
de religión? ¿Mártires del tiempo de las catacumbas? Tales exterior grandes hogares. En las cenizas de estos hogares,
fueron las suposiciones y las interpretaciones que se die- Lartet encontró numerosos restos de animales de los que
ron para explicar la presencia de esqueletos en aquel lugar. se alimentaba el hombre: osos de las cavernas, bisontes, re-
Los comentarios se sucedieron en este sentido, hasta que un nos, caballos, mamuts, rinocerontes, etc. Pero el resultado
viejo del pueblo aventuró una última hipótesis, más plausi- más relevante de las excavaciones fueron los instrumentos
ble, que fue generalmente adoptada. en hueso y sílex, de una talla hasta entonces desconocida.
Medio siglo antes una banda de falsificadores de mone- El trabajo en hueso, en particular, fue revelador de formas
da y salteadores había asolado el país. Se habían producido y usos nuevos; en cuanto a la talla del sílex, mostró igual-
numerosas desapariciones entonces, ya que aquellos ban- mente procedimientos inéditos.
didos no retrocedían ante el asesinato. Según esto, los esque- Lartet estudió y clasificó minuciosa y metódicamente el
letos descubiertos por Bonnemaison podrían pertenecer a las resultado de sus investigaciones. Publicó un estudio com-
víctimas de aquellos malhechores que allí escondieron los pleto sobre todo lo encontrado en la pequeña gruta de Au-
cadáveres. rignac, que revelaba un estadio especial de la civilización en
La población entera, con el alcalde y el párroco a la la Edad de Piedra. Más tarde las características de todos
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estos instrumentos aparecieron también en numerosas ca-
vernas de la región, más o menos distantes.
La cronología de los tiempos prehistóricos ha ido elabo-
rándose lenta y pacientemente, a medida que los sabios se
iban proveyendo de elementos de comparación. Durante mu-
cho tiempo no se supo cómo clasificar los vestigios aporta-
dos por las excavaciones de Lartet. Sólo hacia 1908 el padre
Breuil, eminente prehistoriador, tuvo la idea de hacer de la
gruta de Aurignac una estación epónima, es decir, dar el
nombre de auriñaciense a una fase determinada de la civili-
zación en la Edad de Piedra. MI PRIMERA GRUTA: MONTSAUNES
En la actualidad el período auriñaciense tiene su lugar
entre las grandes subdivisiones de la prehistoria, entre el
musteriense y el solutrense. El auriñaciense representa uno Un hallazgo fortuito efectuado no como hubiera sido lo
de los períodos más largos y más interesantes de los tiem- normal en la biblioteca del Museo, sino en una caja de libros
pos prehistóricos, uno de aquellos cuya área geográfica está viejos, olvidados en el desván de nuestra casa de Saint-Mar-
más extendida, puesto que se encuentra desde el África del tory, iba a llevarme a un sensacional «descubrimiento», y me
Sur hasta Siberia, englobando con ello a toda Europa. haría posible penetrar en una gruta inexplorada —lo cual
Yo ignoraba todas estas cosas cuando en 1911 llegué, ato- constituía mi sueño dorado desde hacía largo tiempo— con-
londrado e ignorante como un pobre onagro, ante la gruta forme a mis ambiciones, que fue realmente mi primera gru-
de Aurignac. Pero pese a todo me encontraba en el umbral ta digna de ese nombre.
de la venerable cavidad como en el umbral de mi carrera, y Ojeando dicha caja encontré un pequeño folleto con las
mi visita —a falta de la sesión de reptación que yo espera- páginas todavía por abrir, una especie de número extraor-
ba— fue como una peregrinación a aquel lugar sagrado de dinario de una revista científica, con un título llamativo en
la prehistoria. primera página: La guarida de hienas de la Gruta de Mont-
Quizá hayáis pasado por delante de la gruta de Aurignac saunés.
y la consideraseis un tanto distraídamente; pero concededle Montsaunés era un pueblecito a tres kilómetros de Saint-
algo más que una simple mirada, ya que ella simboliza una Martory... ¿y allí había una gruta? ¡Y una gruta que había
etapa decisiva en la evolución de la humanidad. Allí, nues- servido de refugio a las hienas!
tros más remotos antepasado, hace unos cuarenta mil años, Mi asombro y mi curiosidad llegaron a su punto cum-
vivieron miserablemente. Allí lucharon contra animales sal- bre, fácil es imaginarlo, puedo añadir que se colmaron, con
vajes y contra la hostilidad de una época feroz y cruel. Es la lectura de esta memoria debida a la pluma de un paleon-
un lugar donde ha apuntado j^r Inteligencia humana. tólogo, Edouard Harlé, «miembro de varias sociedades cien-
tíficas», de quien yo leería y apreciaría otras obras más
tarde.
Lo que averigüé en aquel sencillo folleto, leído de un ti-
rón, fue que en 1890 la explosión de una mina había descu-
bierto, en la cantera de Montsaunés, el pasillo de una gruta,
en la que Harlé había practicado investigaciones paleonto-
lógicas. Estas investigaciones le proporcionaron restos de
animales pertenecientes a la «fauna cálida del período ache-
lense», entre otros, osamentas de elefante, de hipopótamo.
de hiena, de puerco espín, de castor e incluso de mono (una trándose por la prolongación de la caverna, y ésta quedase
mandíbula perteneciente a un mono de especie no conocida libre de la investigación. No me sorprendió, pues más tarde
hasta entonces, y al que se dio el nombre latino de macacas me enteré de que el sabio se presentaba en las canteras que
tolosanus). Esta inesperada enumeración de animales que iba a investigar, con levita, cuello almidonado y sombrero
habían vivido en Montsaunés en una época remota, de la hongo.
que naturalmente era incapaz de fijar la antigüedad fabulo- Me quité mis sandalias en la entrada y penetré en ella
sa, me dejó perplejo y como soñando. Pero lo que recuerdo reptando con los codos y las rodillas, pero al cabo de unos
perfectamente es que de esta lectura una cosa había queda- diez metros de esta progresión incómoda sobre un suelo bas-
do clara en mí: que había por allí, muy cerca, una gruta tante rugoso, del tipo de «hueso de melocotón», desembo-
donde las excavaciones sólo habían sido practicadas en los qué en un pasillo de unos tres o cuatro metros de ancho y
primeros metros de una galería que quedó inexplorada... otros tantos de alto.
Nunca había oído hablar a nadie de esta gruta. ¡Con tal ¡Qué suerte la mía! Me quedé un momento inmóvil, de
que los trabajos efectuados posteriormente en la cantera pie, sosteniendo mi vela en la mano. En lo que alcanzaba
no la hubieran cerrado! mi vista (digamos de cinco a seis metros), divisé, o mejor
Al día siguiente, al ponerse el sol, llegaba yo con mi bi- intuí la perspectiva borrosa de un vestíbulo de buenas di-
cicleta a la cantera, en la que penetré con el corazón sal- mensiones. Nunca había asistido a una fiesta semejante, y lo
tándome en el pecho. Al principio el lugar me pareció com- que redoblaba mi emoción y mi entusiasmo era que el suelo
pletamente desierto y abandonado; pero había llegado en fangoso, en el que mis pies se hunden profundamente, no
un momento bien inoportuno: en el momento en que tres» presentaba ninguna huella de que se hubiera pasado por él:
operarios iban a prender fuego a la mecha para hacer saltar ¡el piso arcilloso era virgen de señal alguna!
un pedazo de roca. Sorprendidos de mi llegada intempes- En el silencio que siguió a mi alto, oí un ruido por de-
tiva me gritaron sin ninguna consideración que me alejara lante, hacia el fondo, como una carrera; la huida de un
de allí lo antes posible. animal, pero de pequeño tamaño: algún conejo miedoso, al
Me batí en retirada bastante corrido, y esperé impacien- que yo habría molestado en aquella hora crepuscular, en
temente las explosiones. Luego seguí vigilando los movimien- que debía apetecerle salir al exterior para retozar y pasear-
tos de los obreros hasta que se alejaron con dirección al se por los campos.
pueblo. La cantera estaba ahora desierta, libre, y la inspec- A la luz de mi bujía, verdaderamente insuficiente e in-
cioné ávidamente. cómoda (aunque sería fiel todavía durante algunos años a
La gruta era un agujero negro, a decir verdad bastante esta iluminación irrisoria y primitiva), he aquí que echo de
exiguo, abierto a algunos metros de altura en el frente ro- nuevo hacia adelante y me encuentro frente a un embudo
coso; pero nunca me había preocupado esta circunstancia, es terroso que ocupa la anchura del pasillo. ¿Se trata de un
más, los orificios en lugares difíciles eran mi especialidad. asentamiento de tierras, de un hundimiento? No lo sé. Paso
Me quedé un poco aturdido y como desorientado cuando a la otra parte de esta depresión, pero poco más allá veo otra
comprobé que aquella entrada no recordaba en nada la des- más profunda. Me acerco; ésta se prolonga hacia abajo. Em-
cripción que había leído en la memoria. Pero esto se debía pujo con el pie unas piedras en aquel agujero y desaparecen
sin duda al hecho de que al cabo de veinte años el frente de por él, mientras voy oyendo sus rebotes en las paredes. Me
la cantera había retrocedido al ser explotado, y por tanto la inclino sobre el orificio y oigo, por lo bajo ahora, subiendo
gruta, acortada y reducida, no presentaba la sala y el vestí- de las profundidades, un murmullo confuso, bastante indis-
bulo donde Edouard Harlé había efectuado sus investigacio- tinto, pero continuo. Es un ruido nuevo para mí, pero que
nes. Tuve que bendecir que la gruta se hubiera presentado desde entonces ha sonado muy frecuentemente en mis oídos
así, con el techo extremadamente bajo. Ello fue causa de bajo tierra; es el ruido de agua corriente que circula por un
que el eminente paleontólogo renunciase a meterse arras- piso inferior desconocido.
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¡Qué de aguas subterráneas he escuchado y descubierto quienes las descubríamos. Nos las anexionamos incluso entre
—a veces a profundidades aterradoras— a partir de aquel exclamaciones, sin ninguna modestia.
día en que me quedé inmóvil por la sorpresa y el fervor al —i Oh! ¡Mira la que acabo de descubrir!
descubrir la existencia del riachuelo subterráneo de Mont- —Sí, no está mal, pero fíjate en la mía. ¡Aquí!
saunés!... Esta sucesión de entusiasmos ante los constantes hallaz-
Los innumerables arroyos, ríos, torrentes glaciales y ne- gos nos galvanizaban; nos temblaba la voz, parecía como si
gros como el Acheron, que he encontrado y en los que a me- estuviésemos enfebrecidos.
nudo he nadado en espantosa soledad y entre tantos peli- —¡Oh, qué columna!
gros, no han podido hacerme olvidar nunca el humilde Y admiramos sin reserva una columna, la más grande en
arroyuelo de Montsaunés; fue el primero de todos ellos, y toda la gruta. Era una columnita de metro y medio de altura
la pasión por las aguas subterráneas me marcó aquel día y del grosor de un brazo. Pero unía el techo con el suelo; era
para siempre. por lo tanto un verdadero pilar lo que estábamos examinan-
Tras echar una mirada a lo que quedaba delante de mí, do y detallando, hasta el momento en que Marcial, tras dar
ya que el pasillo se prolongaba indefinidamente, di media pasos en térra incógnita, me llamó de pronto.
vuelta por dos razones. Primera, porque, habiendo calculado —¡Norbert! Un precipicio. ¡Hay un precipicio!
mal las dificultades que podría ofrecerme la gruta de Mont- Era verdad. El vestíbulo se interrumpía delante de no-
saunés, había cogido solamente una bujía; y la segunda era sotros, cortado a pico. Enfrente, negro y vacío... Y no po-
que se hacía de noche y era tarde. No obstante la libertad díamos acercarnos, porque el brocal redondeado estaba ta-
que me concedían mis queridos padres, no podía permitir- pizado de arcilla blanda y escurridiza.
me el volver a casa a una hora indebida. Así que pedaleé a Tiramos algunas piedras en el «precipicio», y nos calma-
toda velocidad de regreso a Saint-Martory. mos un tanto. Caían con un sonido opaco sobre un suelo
Al día siguiente, esta vez con la autorización paterna en terroso, alrededor de unos ocho metros más abajo.
regla, volví a la entrada de la gruta a una hora más tardía Entonces yo, como explorador experimentado, saqué de
aún que la del día anterior. Nos habíamos asegurado bien mi mochila la cuerda de doce metros y la anudé a la base
para no encontrar a los obreros de la cantera. Y digo nos, de la columna que se erguía providencialmente al borde del
pues había puesto al corriente a mi hermano Marcial de to- abismo. Marcial observaba lo que yo hacía, todos mis gestos,
das las exploraciones de la víspera, y él estaba temblando de con interés. Sabía positivamente que era «formidable» des-
impaciencia, como yo, por empezar de una vez la investiga- lizándome por la cuerda, y tenía prisa por saber qué era lo
ción de la gruta. que había al pie del talud. Para poder tener las manos libres,
En esta ocasión nos habíamos aprovisionado bien de ve- me puse mi vela encendida entre la cinta y el fieltro de mi
las, y llevábamos como unas pequeñas mochilas de «boy- sombrero, y me dejé resbalar en el vacío. La pared estaba
scout» conteniendo una cuerda, un martillo y algunos víve- tapizada de un barro arcilloso, blando y pegajoso, que me
res. Habíamos organizado una verdadera expedición. embadurnó instantáneamente codos y rodillas. Pero seguí
Mientras peroraba y hacía los honores de la caverna a bajando sin preocuparme en absoluto. No por mucho tiem-
Marcial llegamos al embudo, donde dejamos caer algunas po, porque aterricé sobre un suelo blando y lleno de barro.
piedras y escuchamos el ruido del arroyo subterráneo. Lue- Los chorros que caían desde el techo habían hecho de aquel
go, con decisión, avanzamos hacia lo desconocido... lugar una charca en la que mis pies se hundían profunda-
La aventura empezaba. Se presentaron otros orificios mente.
como el precedente, y los fuimos pasando. Y henos aquí ex- ¡ Pero qué importaba! Grité desgañitándome a Marcial mi
tasiados delante de estalactitas y otras columnitas, muy mo- victoria y mi llegada a buen puerto, y para renovarle mis ya
destas, pero que nos parecían salidas de un cuento de hadas, prodigados consejos. Ahora bajaba él; noté en la cuerda
por ser la primera vez que las veíamos, y por ser nosotros unas sacudidas. Levanté la cabeza y empecé a ver sus zapa-
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tos, que se destacaban del fondo oscuro de la tierra. Conti- agua: ¡así fue como tomé contacto con mi primer arroyo
nué dándole consejos, exhortándole; se acercó a mí, me dis- subterráneo! ¡Un verdadero bautismo!
puse a cogerle de los pies, a recibirle... Pero en aquel Había tenido el tiempo justo de encender una cerilla y
preciso momento oí una especie de chisporroteo sobre mi levantarme, cuando ya Marcial hacía interrupción en el pasa-
cabeza, acompañado de olor a quemado. Me arranqué preci- dizo y topaba con la cabeza en mis piernas.
pitadamente el sombrero de la cabeza y lo tiré al suelo con- —Está helada —dijo con un resoplido, haciendo alusión
vertido en una llama, mientras Marcial, presa de una risa a la temperatura del agua.
escandalosa, me caía encima. En efecto, estaba muy fría, y no recordaba en ningún
En mis prisas y con todo mi ajetreo, me había olvidado momento el río de agua hierviendo de Axel. Evocando esta
de la vela que había colocado en mi sombrero: ¡y acababa idea, y lleno de reminiscencias de Julio Verne, creí necesario
de prenderle fuego! seguir instruyendo a mi hermano menor.
Una vez terminado el incidente burlesco, y calmada nues- —Comprende —le dije gravemente—, aún no hemos lle-
tra hilaridad, nos organizamos para reemprender la explora- gado al centro de la tierra; el fuego central no ha podido
ción. La caverna continuaba por un pasillo elevado, estrecho calentar esta agua, y como está privada del sol desde no sé
y extremadamente fangoso. Pero a nuestros pies vimos asi- cuánto tiempo, fluye así de fría.
mismo una especie de cajón que se hundía en las tinieblas El riachuelo provenía, algunos metros más arriba, de una
del cual subía el murmullo de agua corriente. bóveda rebajada completamente impenetrable. Pero más aba-
¡Un arroyo subterráneo! Esto encendió nuestra imagi- jo se presentaba estupendo: una galería elevada y tortuosa
nación. Teníamos un deseo enorme de encontrarnos frente a en la que nos metimos, felices de poder chapotear en el agua.
aquel espectáculo y contemplar una corriente de agua, por El lecho del río, tan pronto arcilloso como rocoso, es muy
modesta que fuera, abriéndose camino en las mismas entra- accidentado, a veces con pequeñas orillas a sus costados
ñas de la tierra. llenas de cantos rodados, negros como el carbón (depósitos
Nuestra curiosidad nacía acaso del recuerdo de un libro de manganeso, según debía aprender más tarde). Caminába-
que nos había emocionado e intrigado vivamente. En el Via- mos atentos a todo lo que íbamos observando, que registrá-
je al centro de la Tierra, el sobrino del profesor Lidenbrock, bamos en un entusiasmo continuo.
Axel, se pierde y utiliza para encontrar de nuevo el camino De vez en cuando advertíamos la existencia de minúsculos
el hilo de Ariadna de un arroyo de agua hirviendo que ser- afluentes, que procedían de grietas laterales, hacia las que
pentea y fluye por aquellos laberintos subterráneos. nos empujaba nuestra curiosidad, pero que eran en realidad
Aquí, en Montsaunés, no nos habíamos perdido, a Dios impenetrables. En ciertos lugares la bóveda se elevaba en la
gracias. Pero me deslicé por el boquete con una impaciencia forma de un cuévano, dando lugar a pozos verticales ascen-
mezclada dé respeto. Me introduje, repté con decisión, ade- dentes, que comunican arriba con los embudos del piso su-
lantando un brazo con la vela en la mano. De repente, ésta perior. Esta disposición, propia del mecanismo de desapa-
se apagó, al mismo tiempo que yo me sumergía en un agua rición de las aguas subterráneas, iba a encontrarla toda mi
glacial. Me encontré en completa oscuridad y en la imposi- vida en las cavernas. El agua horada siempre, utiliza las
bilidad de volver a encender la bujía, acurrucado como es- grietas del terreno, y con ayuda de la gravedad llega a al-
taba en aquel pasillo estrecho. Podría haber hecho marcha canzar los pisos inferiores para seguir circulando cada vez
atrás, pero mi mano sólo se había sumergido hasta la mu- más abajo.
ñeca. Deduje de ello que el riachuelo no era muy profunda, y Así, en Montsaunés el piso superior representa el antiguo
continué dejándome deslizar hasta que pude hacer pie. Cha- curso subterráneo abandonado desde hace millares de años
poteé a tientas, mientras intentaba volver a encender mi por el agua corriente, y convertido en fósil. Los diferentes
candela. Mojado hasta las rodillas y con las mangas de mi embudos (puntos en que se pierde el primitivo río) han sido
camisa empapadas por haberme arrastrado a gatas en el los que han trasegado las aguas hasta el piso inferior, por
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donde nos paseamos actualmente y donde se encuentra hoy era ideal, y vi unos curiosos animales acuáticos que se mo-
el curso activo. vían con extraordinaria agilidad. Eran efectivamente quis-
Este desplazamiento de las aguas, la desecación del piso quillas de agua dulce, de cuerpo casi transparente. Estos
superior, se remonta en Montsaunés a una época geológica crustáceos cavernícolas y ciegos (desprovistos por comple-
muy antigua, puesto que más tarde la gruta sirvió de cobijo to del órgano de la vista), viven allí en las tinieblas más ab-
a las hienas, que arrastraban allí los cadáveres, o partes de solutas, comportándose como si vieran. Advertidos de nues-
cadáveres, de numerosos animales, de los que Edouard Har- tra presencia por no sé qué otro sentido (el oído sin duda),
lé extrajo las osamentas en 1890. recelaron de nosotros y se hundieron, desapareciendo en las
Evidentemente, todas estas consideraciones no se nos ocu- grietas rocosas.
rrieron con motivo de nuestra exploración. Pero si bien no Como en aquella leyenda oriental en la que un hombre
entendimos en aquella ocasión el proceso de evolución de encantado por el melodioso canto y el plumaje multicolor de
la caverna, nos compenetramos con el ambiente y vivimos un pájaro pasa cien años escuchándolo y siguiéndolo por un
una aventura maravillosa que nos sirvió de preparación para bosque inmenso, de la misma manera marchamos nosotros
muchas otras y nos ayudó a la comprensión y al conocimien- durante mucho tiempo en las sombras, guiados por el hilo de
to de los mundos subterráneos. Sin tener la más mínima Ariadna del riachuelo y precedidos por su murmullo hechi-
idea, o por lo menos sólo las nociones más elementales e in- zante, que de roca en roca y de estanques en cascadas nos
fantiles, con razonamientos propios de nuestra edad inter- atrajo hasta una pequeña hendidura final. Allí terminó el
pretábamos lo que veíamos y lo que creíamos comprender. hechizo, ya que el agua desapareció de repente con un glu-
Nos envolvía como una especie de mística de las cavernas y glu como un sollozo.
experimentábamos sentimientos y sensaciones confusos y Volvimos hacia medianoche hasta el origen del riachuelo,
misteriosos, a los que el ambiente, el lugar, daban una cua- reptamos de nuevo hasta la plataforma de acceso, y tras una
lidad de verdadera embriaguez, y que nos recompensaban mirada confiada a nuestra cuerda, que seguía pendiente de
con mucho por todo nuestro entusiasmo de muchachos lan- aquel muro de arcilla, nos metimos por la galería que pro-
zados a la aventura. longa la caverna hacia arriba.
Inconscientemente en el fondo, pero con convicción, nos Tras las horas intensas y poéticas vividas en el curso
sentíamos compenetrados con lo que dijo un día el sabio del riachuelo, teníamos ahora que enfrentarnos con un obs-
Albert Einstein: «No hay nada más maravilloso en el mun- táculo difícil y un tanto grotesco: las acumulaciones de arci-
do que el misterio. Está en la fuente de toda verdadera lla pegajosa que debíamos escalar para remontarnos al piso
ciencia». superior.
Nuestro vagar por aquellos pasillos proseguía, entrecor- Muy pronto quedamos empapados de barro. Nuestros
tado con exclamaciones ante cada uno de nuestros hallazgos pies resbalaban en esta materia escurridiza, y nuestras ma-
y sorpresas: nos tenían el aspecto de guantes de boxeo incómodos y di-
—¡Oh, mira, aquí hay un hueso! vertidos; hasta nuestras velas llegaba, y éstas se untaron
En el agua del arroyo vi y recogí un hueso corto, grueso también de una capa de arcilla de la que sólo sobresalía una
y negro como el carbón. Este hueso, desaparecido casi in- llamita que no quería ni debía apagarse.
mediatamente en el bolsillo, y que fue ingresado y expuesto En uno de mis libros he hecho elogios del barro y no
en mi museo del granero, debía ser identificado más tarde quiero retirarlos, a pesar de que puede haber resultado pa-
por el padre Breuil, en la ocasión en que me honró con su radójico el celebrar así un elemento en principio desagra-
visita. Era de caballo. dable y repugnante. Me permitiré incluso reproducir aquí
Un poco más lejos Marcial me llamó: algunas de las consideraciones:
—Ven a ver. Aquí hay quisquillas. «Para el espeleólogo, la arcilla más pegajosa, la más res-
Miré en un remanso profundo, donde la limpidez del agua baladiza, no será nunca barro vulgar, sino un elemento noble
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que le embadurna de la cabeza a los pies y a menudo le era capaz de golpes sin fuerza en razón de mi incómoda po-
hiela; pero que a la larga es tan característica y familiar, que sición y de la falta de juego de mi brazo.
resulta un elemento clásico, una característica de las caver- Fatigado muy pronto por la tensión de los músculos en el
nas. Al espeleólogo más arcilloso —digamos incluso, por una esfuerzo realizado, dejé mi martillo y mi sitio a Marcial,
vez, fangoso— le quedará siempre el recurso y el orgullo de quien con su pequeña estatura podía meterse más adentro.
proclamar como Cyrano: "¡En mí, la elegancia está en el Pero, por su edad, golpeaba todavía con menos fuerza.
espíritu!" Finalmente, uniendo nuestros esfuerzos, y extremando
»Por otra parte, si se desea ir hasta el fondo de las cosas, nuestro ardor de arrasadores de murallas, llegamos a con-
y si se me permite decir mi pensamiento completo, préstamo seguir algún éxito. Cada caída de una columna fue acom-
quizá del simbolismo (casi misticismo geológico), ¿no es pañada de gritos de triunfo. Los restos los barrimos rápida-
éste el lugar más apropiado para recordar que la arcilla es mente echándolos hacia atrás, y el cuerpo pudo progresar
la roca más venerable y noble que pueda existir, ya que así algunos centímetros. Aquello se eternizaba, pero llegó
nosotros mismos estamos hechos del barro, de la tierra? un momento en que la última barrera de calcita saltó, y pu-
¿Y podemos poner en duda que esta tierra haya sido de ar- dimos observar que más allá de un último despunte rocoso
cilla —de arcilla roja—, si el nombre del primer hombre, el techo empezaba a elevarse de nuevo.
Adán, significa en hebreo tierra roja, y si la misma palabra Por fortuna, el suelo estalacmítico contra el que está-
hombre, del latín homo, significa igualmente humus, tierra?» bamos apretados es liso y húmedo, doble circunstancia que
He aquí algo de lo mucho que se podría decir de esta favorecía nuestra reptación. Vacié mis pulmones para dis-
arcilla de las cavernas, que desanima a tantos, como nos de- minuir mi caja torácica, comprimí el esternón y los omó-
sanimó y casi repugnó en el primer contacto que con ella platos, pasé, y respiré ruidosamente bajo una bóveda en
tuvimos en la gruta de Montsaunés. la que sentía la presión más cruel y amenazante. Marcial
me había seguido como una sombra. La caverna, ahora ya
Además, nuestra primera gruta nos opuso un segundo pasillo espacioso, seguía y seguía...
obstáculo igualmente serio, y que juzgamos en un primer Chimeneas que subían hasta alturas indiscernibles, mien-
momento casi insuperable. tras que a nuestros pies se abrían pozos de los que ascendía
Llenos de barro, tras haber vencido difícilmente esta cir- el rumor del riachuelo, que volvimos a encontrar, y del que
cunstancia, nos fue concedido un pequeño descanso en una cortamos su curso hacia arriba, para explorarlo en una se-
sala rocosa que se prolonga por un pasillo bajo. Nos meti- sión posterior. Por entonces nos contentamos con recorrer
mos por él a rastras. La galería continuaba, pero cada vez el piso superior en el que habíamos entrado con tanto tra-
más impenetrable; hallamos pronto una lámina tapizada de bajo.
estalactitas y de pequeñas columnas formando los barrotes Así llegamos al fondo de un pasillo sin salida, salvo una
de una reja natural. pequeña ventana. Pasé la cabeza por ella para quedarme con
Incluso Marcial, a pesar de la'agilidad de sus ocho años, la conciencia tranquila. ¡Victoria! ¡Continuaba por allí! Me
quedó desarmado ante un obstáculo tal, y tuvimos que vol- introduje y llegué a un vestíbulo liliputiense de suelo areno-
vernos a la sala, donde en primer lugar empezamos por ras- so, en el que descubrí las finas huellas de un animal peque-
car con el cuchillo la capa de arcilla que nos envolvía la ño. Ello nos llenó de asombro, pero muy pronto de alegría
palma y los dedos de las manos. también porque, tras reflexionar, consideramos imposible que
Al acordarme de que tenía un martillo en la mochila, vol- ninguna bestia pudiera llegar hasta allí por la entrada de la
ví a reptar hasta la verja y golpeé las estalactitas, que se gruta situada tan lejos, allí abajo, en la cantera.
rompieron como el cristal. Pero tras ellas se presentaban Se oponían a ello todos los obstáculos que acabábamos
otras columnas más espesas y más resistentes, cortas y bien de pasar nosotros mismos; uno de los más importantes, el
enraizadas en la tierra, mientras que mi herramienta sólo abismo que habíamos tenido que salvar deslizándonos por
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4 - VIDA
la cuerda. Conclusión: no podíamos estar lejos de xana sa-
lida de la caverna, que debía abrirse por algún sitio en el
bosque. [Quién sabe en qué parte de la montaña, bajo la
cual nos habíamos estado arrastrando laboriosamente!
La perspectiva de encontrarnos de nuevo en el exterior
y de haber atravesado la colina nos entusiasmó. Miramos
nuestra provisión de velas y, tras asegurarnos de que no nos
iban a faltar, seguimos nuestro camino. De repente, tras la
primera esquina, un espectáculo inesperado nos dejó clava-
dos en el sitio: la gruta se acababa en redondo, completa-
mente, y en el suelo, desparramado, estaba el esqueleto del
animal, cuyas huellas eran las que nos habían estado guiando MI PRIMERA SIMA: EL POUDAC GRAN
hasta aquel lugar.
Permanecimos durante unos instantes como paralizados
por la evocación del drama subterráneo, que intentamos re- Nuestra memorable exploración nocturna en la gruta de
construir. El animal, una garduña, penetró en la caverna por Montsaunés fue el comienzo de excursiones en bicicleta por
alguna estrecha fisura de la bóveda, por alguna grieta comu- los alrededores de Saint-Martory, que me dieron a conocer
nicante con el exterior. Tras un camino largo, complicado cavernas, si no vastas, sí por lo menos interesantes en las
acaso, y para siempre misterioso —por ser accesible sólo a que me metía con todo mi entusiasmo.
pequeños animales— la garduña se había introducido en la Pero había en mí una ambición todavía no satisfecha: la
gruta. Herida, enferma o perdida, vagó por ella hasta venir de encontrar una sima y, de ser posible, descender a explo-
a morir miserablemente en el fondo de la caverna. rarla.
Este fin, esta imagen de la muerte, nos impresionó y nos Sabía que esto existía, aunque sólo fuera por la lectura
entristeció; de la misma manera que nos desencantó el he- de Julio Verne. La aventura del profesor Lidenbrock en el
cho de que la gruta quedase sin salida. cráter de Sneffels, el volcán islandés, me apremiaba posi-
Nada es amable bajo tierra; todo en ella es severo, a tivamente. El pozo del Enebro, del pequeño acantilado de
veces siniestro, siempre grave y amenazador. Y es ello acaso Escalére, el único que conocía, era una sima bastante mo-
la causa por la que el hombre y los animales retroceden ins- desta, y los numerosos descensos efectuados en ella habían
tintivamente con horror ante las tinieblas subterráneas. Una agotado en mí toda emoción e interés. Aspiraba ahora a en-
minoría ínfima de humanos se acomoda a este dominio de contrarme frente a un verdadero abismo, para medirme con
muerte, y experimenta interés, incluso pasión por explorar- él y gustar las emociones fuertes de un descenso bajo tierra.
lo; son los espeleólogos. Este deseo llenaba mis pensamientos; pero mis búsquedas
¿Espeleólogos? Entonces ignorábamos aún, y durante resultaban inútiles: parecía que no había una sola sima en
mucho tiempo, este neologismo extraño, pero por instinto, toda la región.
por gusto de aquel mundo especial, éramos aficionados, ver- Un día me había llamado la atención ver en un talud es-
daderos enamorados de las cavernas. carpado una pequeña abertura, y empecé a engrandecerla,
porque en cuanto veía el más pequeño agujero me sentía en
La exploración de la gruta de Montsounés, que tantos as- la obligación de meterme por él. Había sacado ya bastante
pectos ignorados nos había descubierto y tantas dificultades tierra, y algunas gruesas piedras, cuando oí un ruido de ca-
nos había impuesto, nos había también proporcionado lec- ballos que se acercaban.
ciones preciosas y hecho vivir unas horas inolvidables. Pero, Consciente de haber obstaculizado el camino con mis
por encima de todo, me había conquistado para la aventura piedras, me sentía bastante molesto y de buena gana me
subterránea; pues ella fue mi primera gruta. hubiera marchado de allí y hubiera desaparecido en el bos-
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que. Pero mi bicicleta al borde del camino era suficientemen- daderas trampas naturales, donde muchos de los perros de
te acusadora. Me resigné, pues, a quedarme donde estaba y a caza desaparecían cada año.
soportar los gritos probables del conductor del carro, que Ya tenía yo algún conocimiento de todo esto por haber
iba a aparecer en seguida por el ángulo de la carretera. leído en Toulouse, en la biblioteca del Museo, un folleto re-
Pero no fue un campesino quien apareció, sino dos gen- lativo a la exploración de uno de aquellos pozos: la sima de
darmes a caballo. Estaban de servicio y tenían un aire altivo; Planque. Un estudio debido a la pluma de un sabio parisién,
y tanto más me lo pareció a mí que me encontraba allí a M. Martel. Había calcado el plano y el corte de la sima, y
media pendiente, en medio del alud de materiales extraídos ahora aquel precioso documento me quemaba la mano. Era
del agujero. Respiré algo aliviado al reconocerles como per- absolutamente necesario que fuera a ver esa sima de Plan-
tenecientes a la brigada de Saint-Martory. Les conocía bien, que, y si era posible, deslizarme por ella hasta el fondo.
porque la casa de la gendarmería, contigua a la mía, había Y he aquí que una bella mañana de verano me llegué a
sido alquilada por el Departamento a mi padre. Arbas. Iba solo, porque Marcial no tenía aún bicicleta, y me
Ellos me reconocieron a su vez, y por ello me libré de dirigí hacia la montaña provisto de toda una serie de re-
que me preguntaran poco amablemente la clase de ocupa- comendaciones e informaciones muy detalladas, demasiado
ción a la que estaba entregado. Afortunadamente no tenía incluso, que un viejo había tenido a bien prodigarme.
ni la edad ni el aspecto de un ladrón de conejos, ni de un Por pura casualidad (la suerte del novato), conseguí en-
cazador furtivo; pero me ordenaron cesar en mi trabajo de contrar el orificio de la sima «al pie de una gran haya» muy
echar piedras al camino vecinal. pronto, tal como me había sido detallado —si puede decirse
Uno de ellos, a quien yo conocía particularmente porque así—, ya que casi todo el bosque se componía de hayas
era amigo de su hijo, montaba un soberbio alazán dorado, grandes.
muy fogoso y bien plantado, que se encabritó con la orden. Heme aquí, pues, delante de una verdadera sima, provis-
Este gendarme, llamado Estrada, tenía muy buena presen- ta de dos nombres: sima de Planque, según Martel; Poudac
cia y un aire marcial acentuado por los bigotes retorcidos. Gran, según las gentes del lugar. Confieso que el dilema topo-
Conocía mi manía de buscador de agujeros, y desde lo nímico dejó de preocuparme en cuanto me encontré en pre-
alto de su montura me aconsejó que me diera una vuelta sencia del abismo, que en verdad no hubiera imaginado tan
por su comarca, porque por allí había pozos (lo pronunció impresionante.
con terrible acento patuá) a centenares. El gráfico del corte de la sima que tenía en mi poder
Su «comarca», ya lo sabía, era el pueblo de Arbas, al mostraba un pozo oblicuo de veinte metros, al que seguía
pie de la montaña. Estaba sólo a unos veinte kilómetros, luego un tajo vertical, y por último acababa en una sala
pero en aquella época ello constituía una distancia bastante gigante. Todo ello aparecía claro y sin sorpresas en el pa-
apreciable. Le pregunté más sobre estos misteriosos pozos, pel; pero la realidad era muy otra.
y me hizo una descripción impresionante de ellos. Me quedé como hipnotizado y estupefacto ante aquel
Se trataba de pozos disimulados en plena montaña, en vertiginoso vestíbulo que se abría a pico, en el que mi fresca
los bosques de abetos y hayas. Eran muy peligrosos, y a me- erudición de colegial colocaba el «lasciate ogni speranza» del
nudo se tragaban cabras e incluso vacas, que pastaban por Infierno de Dante. Tuve que hacer un esfuerzo para dirigir-
allí en libertad durante el verano. me a mi mochila y sacar de ella la fina cuerda de treinta y
Por la noche, mientras cenábamos, me fue fácil dirigir cinco metros que desenrollé lentamente, repasando los nu-
la conversación hacia este mismo tema, y mi padre, que era dos de que estaba formada, ya que se trataba de varias sec-
un gran cazador de jabalíes (tenía en su haber unas 140 ca- ciones. El nudo con que la fijé en el árbol más próximo con-
bezas de jabalí cortadas, y había sido herido seriamente por centró igualmente toda mi atención. Pero sabía que tanta
un viejo macho solitario), me confirmó que había cazado en lentitud no estaba destinada más que a retardar en lo posi-
el macizo de Arbas y que realmente conocía estos pozos, ver- ble el instante en que tendría que emprender el descenso.
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Siguiendo con mis reminiscencias clásicas, evoqué aquello Al llegar al final de la sima me maravilló encontrar un
de «estás temblando, pobre esqueleto», de Turenne, y tuve pequeño lago encantador, cuya contemplación me recompen-
que reprenderme a mí mismo para proceder de una vez a só mucho la lucha interior que tuve que librar allí arriba
los últimos preparativos. Estos preparativos comportaban antes de decidirme a descender. La vista del agua límpida
una inovación: el empleo de una pequeña linterna de acfr- y de la decoración maravillosa que le sirve de marco, me re-
tileno del modelo utilizado en aquella época por los ciclis- compensó asimismo de los incidentes y emociones del des-
tas. Este armatoste detestable, del que posiblemente no su- censo.
piera servirme, me causó grandes contratiempos. Por fortuna He aquí pues el fondo de una sima con su pequeño lago,
tenía mis fieles bujías, y sosteniendo una de ellas encendida como tantas y tantas cavidades análogas que alimentan
en la boca empecé el descenso por el tobogán que se hundía las fuentes de los valles. Me encuentro ahora frente a la fase
en la sima. más misteriosa del ciclo del agua, y también la más poética:
La preocupación por el ejercicio adecuado al descenso, la de los templos secretos de ninfas cautivas, dormidas bajo
las brazadas metódicas para el desenvolvimiento normal del sus bóvedas de piedra.
adentramiento en las profundidades, me hacen siempre ol- Saciado de los esplendores subterráneos, me di cuenta de
vidar automáticamente mis temores, y por fortuna me de- que en realidad me encuentro a sesenta y cinco metros de
vuelven mis plenas facultades. Llegué así hasta el lugar en profundidad, en el fondo de mi primera sima, al que he osa-
que el pasillo, muy inclinado, se abre a pico en el vacío, do descender solo y por mis propios medios.
sobre el que quedé suspendido. Llegué hasta allí en perfec- Quien no haya conocido nunca la embriaguez de una vic-
tas condiciones, y al no sentir aún el más mínimo cansancio toria parecida creerá vana tal exaltación, y considerará qui-
en los brazos, me dejé deslizar boca abajo para atravesar zá orgulloso a quien alardee de ella. Sin embargo, es a pe-
el desplome. Apretando la cuerda con las piernas y los pies sar de todo un orgullo bien legítimo, y representa un
(secreto del empleo de la cuerda lisa) empezaba a deslizarme capítulo básico de la aventura, de todo lo que se realiza con
hacia abajo cuando se produjo un incidente grave: la vela valor y mérito.
que sostenía en la boca se me apagó al chocar con la roca...
Tuve que continuar, pues, no sin viva inquietud, descendien- Mi linterna de acetileno, de la que se me había roto el
do a tientas en las tinieblas, hasta mi aterrizaje en el suelo, cristal durante el descenso por la cuerda lisa, ya no me
que se efectuó normalmente. servía para nada. El mechero estaba taponado, el agua se
Volví a encender la vela y la linterna, y pude comprobar escurría por todas partes y pendía de mi cinturón inútil y
con un respiro de alivio, y no sin orgullo, que estaba al bor- fastidiosa, haciendo que me arrepintiera de haberla cogido.
de del gran talud, lo que me permitiría sin dificultad alcan- Decidí no volver a usarla más en el futuro. Lamenté este in-
zar el fondo de la sima. cidente, porque había contado con la linterna (la luz de una
Dejé pues mi cuerda y empecé a descender rápidamente vela resulta insignificante por completo).
la pendiente escarpada, llena de bloques de rocas y de tron- Jamás me había visto en una cavidad tan vasta como
cos de árbol. aquel Poudac Gran, en el que me sentía como perdido y va-
La bóveda muy elevada da a la cavidad, en verdad impo- gamente inquieto. Recorrí todo aquello entre bloques roco-
nente, las dimensiones y el aspecto de una catedral hundida, sos, y volví a subir por los escombros en dirección a mi cuer-
en cuyo seno me sentía bien poca cosa. Camino abajo, encón- da lisa, que colgaba allí arriba, lo único que me unía al resto
tré entre las piedras el asta de un ciervo, y poco más abajo del mundo.
algunos esqueletos y un cráneo de oso muy bien conservado. Para juzgar las dimensiones y límites de la gran sala
Estos animales habían caído sin duda, resbalando en el pa- en la que avanzaba lentamente, intenté seguir la pared a
sillo tobogán, para rebotar luego desde lo alto del acantilado mano izquierda. Pero cuanto más avanzaba más se desviaba
y destrozarse en las rocas subyacentes. el muro, hasta el momento en que me di cuenta de que ya no
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estaba en la gran sala de la sima, sino en un prolongamiento nal para pasar más allá del osario y explorar otro poco. Pero,
de esta última. al cabo de unos minutos de marcha por un pasillo estrecho
Era una galería caótica, en la que cada paso me alejaba y accidentado, me quedé parado ante un barranco a pico.
de la salida. Ello me hizo pensar que la prolongación no Me encontraba al borde de un pozo vertical del que mi bujía
estaba indicada en el plano que tenía en mi poder, y que iluminaba los primeros metros. Las piedras que eché en él
había quedado ignorada para mis predecesores. revelaron una profundidad enorme.
Esta revelación me produjo un estado de excitación bien Tenía tanto interés en proseguir mi investigación que
comprensible, redoblado, por otra parte, al descubrir de algunos días más tarde me encontraba de nuevo al borde de
pronto que el suelo, allí terroso y polvoriento, estaba cu- este pozo interno, en el que había interrumpido mi primer
bierto de osamentas y de cráneos enormes que reconocí reconocimiento. Mi equipo había sido aumentado ahora con
fácilmente, por haber visto algunos parecidos en el Museo: una cuerda suplementaria, indispensable para afrontar los
eran esqueletos de osos. Pero no del oso pardo actual de los pozos cuya exploración me urgía, y que a decir verdad, me
Pirineos, sino del oso de las cavernas, el formidable ursus había costado bastantes insomnios.
spaelaeus. Volver así solo al Poudac Gran para hundirme en lo des-
La parte del Poulac Gran por donde circulaba ahora, es conocido, se me aparecía como una imprudencia mayúscula,
un verdadero cementerio de osos. y tenía remordimientos de conciencia por ello. Pero pre-
A la primera excitación de haber descubierto una prolon- valecía la terrible y deliciosa sensación, todo al mismo tiem-
gación por completo ignorada, siguió una exaltación indes- po, de no depender sino de mí mismo y de poder explorar
criptible al pensar que era yo el primer ser humano que ha- sin testigo alguno, sobre cualesquiera otras consideraciones.
bía penetrado en aquel zoo prehistórico. Volvía a los lugares donde quedaron mis esperanzas y mis
Me confundía la idea de que aquellos animales accedie- temores, sin saber exactamente si era voluntariamente o em-
ron al lugar por otro camino distinto al tomado por mí, y pujado por alguna fuerza maléfica. Todo ello es bastante
que circulaban por allí a tientas, en las tinieblas absolutas, difícil de analizar, y a falta de otra explicación, he dado un
con la única ayuda de su olfato. Debían conocer todos los nombre a este estado, que he experimentado y saboreado
rincones de la sala, pero seguramente no la vieron nunca toda mi vida: la «llamada de los abismos».
con sus ojos. Además, desde la creación del mundo, o por La cuerda lisa, en la que me distinguía, ha sido siempre
lo menos desde que la caverna existía, era yo el primer ser una de mis pasiones. Es un deporte muy poco practicado,
que disipaba su obscuridad y la podía contemplar entera. y sólo muy de tarde en tarde se encuentran artistas espe-
Todas estas reflexiones y tantas otras se agitaban en mí cializados en este ejercicio. Y en aquel momento la cuerda
y me causaban una emoción profunda. Se grabaron para lisa era algo esencial para mí.
siempre en mi cerebro y en mi corazón. Como en Montsaunés, coloqué mi vela en la cinta del som-
No se pueden vivir horas semejantes impunemente, sin brero, pero la sombra proyectada por las alas de éste origi-
quedar señalado toda la vida y sin experimentar como una naba una sombra negra alrededor de mí, es decir, allí donde
especie de fervor místico por las cavernas y por todo lo que era justamente necesaria la iluminación.
ellas contienen y evocan. Y más cuando se tiene el privilegio Por lo tanto, volví al viejo método de sostenerla en la
de explorarlas solo y aún adolescente. boca. Y me dejé así deslizar a lo largo de una pared des-
Me hubiera quedado más tiempo en la Sala de los Osos, garrada, con numerosos redientes en los que me sería posi-
donde conocí una de las emociones más fuertes de mi carre- ble apoyarme en el ascenso. Llegué a un balcón doblemente
ra, pero mi provisión de velas se extinguía, y además había providencial, ya que por una parte mi cuerda era demasiado
que pensar aún en la larga marcha a través del bosque, y corta para descender más abajo, y por otra descubrí allí
luego la etapa en bicicleta, de vuelta a casa. con gran interés que estaba en un nuevo piso de la sima,
Decidí concederme únicamente un cuarto de hora adicio- en el que me sería permitido partir a la aventura. Avancé
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circunspectamente, y encontré más esqueletos de osos de Tras la desilusión inevitable que trae consigo una cir-
las cavernas. Estos hallazgos me presentaron de nuevo el cunstancia semejante, tuve la buena idea de tomar con filo-
enigma de su presencia en aquellos lugares. sofía algo que es, según aprendí más tarde, muy frecuente
Pero otra sorpresa todavía: de pronto, otro pozo, que bajo tierra: el final ciego al fondo de un pozo penosamente
ocupaba toda la anchura del pasillo, se abrió ante mí. No alcanzado con todos los peligros, o la galería tortuosa que
obstante, al otro lado, la gruta continuaba... tiene un final repentino y desilusionador.
Bajo tierra nada resulta fácil; las dificultades constitu- Gran admirador de Cyrano de Bergerac, recordé en aquel
yen la regla, y hay que estar continuamente luchando por momento unas palabras suyas, que grabé con mi cuchillo
superarlas. Hay que perseverar y porfiar. en la arcilla del suelo: «Y es aún más bello cuando es inú-
Esto lo aprendí desde muy pronto, y estaba tan compe- til»...
netrado con mi lema que volví al Poudac Gran por tercera
vez con un nuevo plan, tan simple como imprudente.
A la entrada de la gruta talé un castaño joven, recto y
esbelto, le corté las ramas y luego lo hice deslizar por el
pozo tobogán. Un momento más tarde, tras descender con
la cuerda como de costumbre, volví a encontrar mi castaño
sobre los escombros, y con él a la espalda me puse en mar-
cha hasta el susodicho lugar. Esto, en aquel terreno acci-
dentado, resultó bastante incómodo y penoso, pero lo realicé
sin accidente alguno. Salvo el encuentro inesperado, poco
antes de la Sala de los Osos, con un animal al que hubiera
querido capturar, pero que se me escapó. Era una rata bas-
tante grande, de la que nunca he podido aclarar su presen-
cia allí; encuentro excepcional, puesto que nunca más he
vuelto a encontrar una rata bajo tierra (salvo en las inmen-
sas cavernas de los Estados Unidos).
Al llegar con el árbol ante el pozo interior de la gruta,
izé el tronco hasta dejarlo caer sobre el otro lado, en el
borde opuesto. Era justamente la pasarela que había ima-
ginado para poder franquear el obstáculo. La verdad es que
resultaba un tanto modesto e inquietante, como pasarela,
pero yo no temía nada, y menos de mi agilidad.
Tomé una sola precaución, indispensable: la de dejar
mi pequeña linterna de acetileno encendida en esta parte
del pozo mientras lo traspasaba. Lo hice según el método
llamado tirolés, el cuerpo bajo la barra, estrechándola con
las dos manos y con las dos piernas.
Una vez llegado sin contratiempo al borde opuesto, encen-
dí febrilmente mi vela y no menos febrilmente avancé por
el pasillo finalmente a mi alcance. Pero, por desgracia, la
desilusión más cruel me esperaba al doblar la primera es-
quina: ¡la caverna se acababa en un callejón sin salida!
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8
DEPORTE A ULTRANZA
'78 [Í9
Más allá de esta sala escalaron una chimenea muy empi- Sus hijos, ya al otro lado, le estiraban de los brazos, y
nada y se encontraron frente a un estrechamiento del térra- poco a poco pudo llegar a pasarlo, no sin contusiones y roza-
no: un boquete muy angosto, defendido por unos barrotes duras, hasta el punto que (y garantizamos este detalle, refe-
naturales y unas pequeñas columnas que se vieron obligados rido por el mismo protagonista de la aventura) al llegar al
a romper con un martillo para introducirse, arrastrándose otro lado, el conde Begouen pudo observar, con el regocijo
luego por él. Después, tras esta gatera, llegaron a una vasta fácil de suponer, que su pantalón no le había seguido y había
caverna totalmente desconocida e inexplorada, que recorrie- quedado agarrado a las rocas al otro lado de la gatera.
ron hasta el fondo. Aquella misma noche el conde Begouen puso un tele-
Fue allí, al entrar en una pequeña salita situada detrás grama a Cartailhac, bastante sibilino en verdad, e intrigante
de aquella caverna, donde les detuvo un espectáculo asom- a más no poder para la empleada de Correos de Montesquieu-
broso, único en el mundo. Apoyadas contra una roca, se Aventés, redactado de la siguiente manera: «Los magdela-
erguían dos estatuitas en arcilla cruda representando dos nienses modelaban también en arcilla...»
bisontes admirablemente modelados y milagrosamente con- Al que el arqueólogo, viejo amigo de la familia Begouen,
servados. respondió brevemente, pero atestiguando que había com-
Los jóvenes (tenían entre quince y dieciocho años) poseían prendido el mensaje: «Voy». Y al día siguiente estaba allí.
las suficientes nociones de prehistoria como para darse cuen- La visita de Cartailhac resultó penosa y muy movida. Tras
ta de la importancia del descubrimiento. numerosos altos y decisiones de volverse atrás, ya que el
Sin tocar nada, sin estropear nada, daban media vuelta arqueólogo era bastante anciano y poco ágil, llegó por fin
para emprender el regreso cuando vieron sobre el suelo sangrando por codos y rodillas, hasta los bisontes.
arcilloso huellas de pies desnudos y, en las paredes, nume- Allí los contempló ávidamente, y casi lloró de emoción;
rosos grabados representando animales. dio las gracias efusivamente a los Begouen por haberle pro-
Excitados extraordinariamente por su hallazgo, los jóve- curado tal alegría intelectual y científica. Luego se ensimismó
nes exploradores se apresuraron a salir de la gruta e ir a en una larga meditación, excusándose ante el hecho de que
llamar a su padre. El conde Begouen, realmente intrigado, él no volvería más a aquel lugar. (En realidad, tuvo la ener-
decidió verificar por sus propios ojos lo que le estaban des- gía de volver aún en otras ocasiones.)
cribiendo con una emoción bien comprensible. La visita de Cartailhac fue la primera de una serie de
La caravana improvisada, compuesta del padre y los cua- otras visitas de sabios del mundo entero, que continúan y
tro jóvenes, volvió a tomar el camino de la caverna. Hubie- continuarán, mientras los arqueólogos, los artistas y todos
ron de embarcar de nuevo por el río subterráneo, escalar aquellos que veneran el remoto pasado deseen ver en su
la chimenea rocosa e introducirse por el pasillo tortuoso propio marco las obras maestras de la estatuaria prehis-
donde se encuentra la gatera, que sólo se puede pasar rep- tórica.
tando por ella. El congreso de 1921 iba a dar a diversos estudiosos del
Allí se produjo un incidente que estuvo a punto de inte- mundo entero allí reunidos la ocasión de conocer los fa-
rrumpir la visita. El famoso boquete había permitido la mosos bisontes de arcilla. Incorporado en un grupo con los
entrada a los jóvenes, ágiles y esbeltos, que lo pudieron hijos Begouen para servir de guías y ayudar en los pasajes
pasar; pero ahora parecía poner su veto a la gran estatura difíciles, iba yo también a visitar esta apasionante gruta
del conde Begouen, quien a pesar de todos sus esfuerzos de Tuc de Audobert.
no conseguía traspasarlo. Fiel a mi vieja costumbre, me descalcé y me dispuse a
Apelando a toda su voluntad y energía, se quitó primero embarcar descalzo, cuando Max, el hermano mayor, insistió
la chaqueta y luego el chaleco para disminuir su volumen. en que llevara mis sandalias.
Otra vez volvió a probar con ardor, intentando introducirse Me las metí en mi bolsillo, bien decidido a no hacer uso
por el agujero con la cabeza por delante. de ellas, y la visita empezó. A la entrada de la Sala Nupcial
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6-VIDA
oí a los hermanos Begouén cuchichear y reír por lo bajo yo mismo hacía por aquella época en el Poudac Gran y en
detrás de mí. Creí comprender que hacían alusión a mis otros pozos naturales.
pies descalzos, porque el suelo era cada vez más accidentado Fueron Max y el joven Camel quienes efectuaron el des-
y muy rugoso. Pero había tenido un serio entrenamiento en censo, mientras que el conde y sus otros dos hijos, Jacques
toda clase de terrenos y atravesé la sala sin parpadear, po- y Luis, quedaban en el exterior con objeto de tirar de la
niendo en evidencia mi soltura e incluso mi comodidad. cuerda cuando dieran la señal para izarlos.
Pero a la entrada de la gatera, no obstante, Max me apoyó Estuvieron esperando bastante tiempo, y ya empezaban
la mano en el hombro: a impacientarse y a inquietarse, ¡cuando tuvieron la sorpre-
—Mi querido Casteret, nos ha asombrado usted verdade- sa de ver reaparecer a los dos exploradores por las orillas
ramente y debe de tener los pies blindados por lo que hemos del vecino bosque!
visto. Pero a partir de este momento es necesario que se Los dos muchachos se acercaban sin aliento y muy exci-
vuelva a calzar. tados, para dar cuenta de su escapatoria.
—Le aseguro que no veo la necesidad... En la base del pozo encontraron una caverna que se
—Sí, sí, por favor. Estamos llegando ahora a una parte presentó inmensa y complicada. Habían circulado por ella
de la caverna en la que existen en el suelo arcilloso huellas dejando señales para orientarse, y habían terminado por
de pies descalzos prehistóricos. Por esto le he rogado que meterse reptando por un boquete tortuoso que les había
se trajera consigo sus sandalias, y por ello le pido ahora que conducido a la gruta de Enléne. De aquí su larga ausencia
se las ponga. No puede usted dejar sus huellas allí. ¡Las y su vuelta a través del bosque hasta el orificio de entrada
suyas no serían prehistóricas! del pozo, donde había quedado el resto de la partida espe-
No pude menos que asentir y volver a cal/arme allí rándoles.
mismo. Pero además, y sobre todo, habían descubierto en las
paredes numerosos dibujos y grabados (más de trescientos),
representando casi todos los animales de la Edad de Piedra:
mamuts, bisontes, caballos, asnos salvajes, renos, cabras
EL BRUJO DE «TROIS FRERES» monteses, osos, leones, tigres, y hasta dos buhos.
Esta caverna, hasta entonces desconocida, fue bautizada
La mañana siguiente a la exploración de la gruta de Tuc con el nombre de Gruta de los Tres Hermanos, y fue colo-
de Audobert y al extraordinario descubrimiento de los bi- cada entre las más ricas y las más célebres de la prehistoria,
sontes de arcilla, los tres hermanos Begouén, animados por pues encierra su repertorio extraordinario del arte rupestre
este doble éxito, visitaron otras cavernas de la región, par- más puro y precioso.
ticularmente la de Enléne, en la que el río Volp desaparecía Las siluetas de animales están hechas con gran talento
para volver a salir a la luz del día por la gruta de Tuc de y con mucho realismo. El padre Breuil trabajó luego más
Audoubert. de diez años en calcar y ordenar estos dibujos, ya que algu-
Dicha caverna de Enléne, ya conocida como habitat pre- nos aparecen trazados encima de otros, superpuestos.
histórico, llamó su atención y fue la que ocupó sus ratos La obra capital de la Gruta de los Tres Hermanos es in-
libres. Pero en definitiva no iba a ser en esta caverna donde contestablemente la representación de un hombre, finamen-
iban a encontrar algo nuevo. Continuando sus investigacio- te grabado y pintado en negro, en el centro de una sala, a
nes por las cercanías, quedaron intrigados por un pozo estre- tres metros de altura. Esta silueta representa, sin ninguna
cho, del que uno de los campesinos que les acompañaban duda, al hechicero de la tribu de cazadores que eligieron
les aseguró que en invierno la nieve se fundía siempre alre- la Gruta de los Tres Hermanos como templo, como lugar
dedor de él... secreto para sus encantamientos, ceremonias mágicas que
Comenzaron a descender con ayuda de una cuerda, como se desarrollaron allí hace veinte mil años.
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En efecto, la mayor parte de los animales allí represen-
tados están «embrujados», es decir, son portadores de he-
ridas, flechas y otros signos destinados a hacer sucumbir
la caza bajo las lanzas, flechas y mazas de los cazadores.
Tras la visita al Tuc de Audoubert, donde admiraron los
bisontes de arcilla, los congresistas (los más jóvenes y ágiles) El Congreso del Instituto Internacional de Antropología
pudieron contemplar, tras un largo recorrido bajo tierra, me había interesado profundamente. Había conocido allí a
las pinturas de la gruta de los Tres Hermanos, y en ella el importantes prehistoriadores, y había escuchado el relato de
famoso hechicero. sus investigaciones, sus conversaciones y discusiones cien-
Como lo ha descrito perfectamente el conde Begouén, tíficas. Había aprendido mucho y la visita a las grutas pre-
«tiene las manos enguantadas en la piel de las patas de un históricas me había abierto los ojos —en sentido real y figu-
león de aceradas garras, está enmascarado con una barba rado— sobre los métodos de investigación y la posibilidad de
de bisonte, un pico de águila, ojos de lechuza, orejas de lobo descubrir a mi vez pinturas y grabados prehistóricos; sobre
y unos cuernos de ciervo. Al final de la espalda lleva atada la manera, en particular, de iluminar las paredes para po-
una cola de caballo. Así cree tener en sí mismo toda la fuerza nerlas en evidencia y descifrarlas.
mágica, todas las cualidades físicas de estos animales: la Tístaba deseando recorrer vastas cavernas y escrutar los
audacia del león, la agudeza de la vista del águila durante muros, a la búsqueda de dibujos prehistóricos. Sin que sea
el día y de la lechuza durante la noche, el oído del lobo, vana presunción, la verdad es que una especie de presenti-
la resistencia del bisonte y la velocidad del caballo y del miento me decía que no tardaría en efectuar hallazgos en
ciervo». este sentido. En todo caso, trabajé cuanto pude para apre-
Ocupa el sitio de honor de un anfiteatro natural, y a sus surar tal acontecimiento.
pies se desarrolla una larga hilera de animales grabados en Redoblando mi entusiasmo y mi actividad, me dediqué
la roca, sobre los que se han trazado todos los atributos como nunca a la búsqueda de cavernas. La verdad me obliga
del embrujamiento de la caza. a declarar que, si bien visité aquel año numerosas grutas,
Rodeado de tales documentos, tantas veces seculares, se no encontré en ellas el menor asomo de pinturas. Pero ello
puede evocar verosímilmente en el fondo de esta caverna no me desanimó en absoluto, de tal manera encontraba apa-
la llegada del hechicero prehistórico, caminando solitario sionantes mis exploraciones solitarias.
por los pasillos subterráneos a la débil y humeante luz de El solemne silencio de aquellos lugares, la calma abso-
una lámpara de piedra, hecha de una mecha de musgo em- luta, la completa soledad, que hubieran podido sin duda
badurnada de grasa de animal. parecerme monótonos y hacerme experimentar un tedio mor-
Venía a este santuario disfrazado con su terrorífica y tal, constituían una desgracia y un fastidio para muchos.
alucinante vestimenta, a fin de proceder a sus ritos miste- Pero en mí actuaban como un talismán. Experimentaba allí
riosos. Este hombre tenía por misión, por medio de sus una gran paz interior y mi espíritu vagaba al compás de mis
encantamientos y hechicerías grabados en la roca, atraer sueños. Intentaba imaginar, evocar a nuestros remotos ante-
sobre su tribu los beneficios de las potencias ocultas. Re- pasados circulando por aquellas mismas cavernas, donde
zaba a su manera para que los suyos estuvieran protegidos yo seguía ahora sus huellas en el polvo de los siglos.
de los leones, tigres y osos; para que no les faltara la carne
del bisonte, del caballo y del reno; para que los guerreros
triunfasen en sus combates.
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CALAGURRIS
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LAS ESTATUAS MAS ANTIGUAS
DEL MUNDO
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dor vandeano, muy conocido por las osadas teorías de su cedor había sido Alain Gerbault, que acababa de atravesar
libro, titulado La prehistoria vista por las estrellas, estudió el Atlántico solo a bordo de su Firecresí.
el oso de Montespan en una fotografía. Tomando los aguje- Un poco deslumbrado y turbado por tantas repercusio-
ros de las flechas visibles en los flancos de la estatua como nes inesperadas, cuando era por inclinación natural que fre-
tesis (y no tomando de ellos más que algunos) para sus cuentaba mis «agujeros», por la calma y la soledad de que
conclusiones, afirmó que los puntos negros representaban podía gozar en ellos, soporté como pude toda esta repentina
la constelación de la Osa Mayor, y que consecuentemente la y ruidosa notoriedad.
estatua del oso se debía a las primeras observaciones astro- Luego, una vez calmada un poco la efervescencia y apa-
nómicas de nuestros antepasados y podía considerarse como gadas las luces, reemprendí el curso de mis proyectos. En
uno de los puntos básicos del comienzo de la Astronomía. mi carnet, donde anotaba fielmente todo lo concerniente a
El conde Begouen, que desde hacía tiempo combatía a las grutas que conocía y las que ambicionaba conocer, había
este prehistoriador abusivo, le hizo observar que precisa- escrito cuando emprendí la exploración solitaria de 1922 a
mente los agujeros de la estatua, escogidos para identificar Montespan estas palabras: «¿Qué me reserva esta gruta?»
la Osa Mayor, no recordaban en nada el bien conocido di- A la mañana siguiente de la visita de los sabios, más arri-
bujo de esta constelación. A lo que el arqueólogo-astrónomo ba relatada, pude escribir la respuesta, tan breve como
le respondió desdeñosamente, recordándole que en el curso cargada de reminiscencias y rica en significado: «Las esta-
de los milenios las constelaciones cambian de posición, lo tuas más antiguas del mundo».
que por otra parte permitía fijar la edad del oso de Montes-
pan, en 122.318 años exactamente.
En otro campo también, éste menos trascendental, en el
dominio local, el descubrimiento de la caverna de Montespan «Pero las cavernas no llevan a ninguna parte, son un ca-
tuvo como resultado mi rehabilitación ante los ojos de la mino sin salida, lo sabes muy bien», me decía mi padre, con
gente, que empezó entonces a tomarme en consideración. todas las apariencias de tener razón, y justamente preocu-
Desde hacía tiempo los rumores y la opinión pública me pado e inquieto por mi porvenir. Era necesario que pensara
tenía por uno que soñaba despierto y que estaba siempre en «cosas serias» y que optara por el Derecho o el Notariado,
en la luna, un tipo original que buscaba tesoros por las por las Ciencias o la Agronomía.
cuevas. Mis hermanos me daban ejemplo. Juan, ante el obstáculo
Hubo quien llegó al extremo de cuchichear en voz muy de los cuatro años de guerra, había renunciado a sus estu-
baja la venta de las famosas estatuas en América (que están dios de Medicina comenzados en 1914, que estimó demasia-
aún en la caverna en el momento en que escribo estas líneas) do largos, y optó por entrar en el Control, en el que se le
me había reportado una suma de dólares, de la que los en- abría un brillante porvenir; Marcial empezaba su carrera
terados repetían la cifra, ¡por cierto verdaderamente gene- de Medicina, que acabaría más tarde con la Medalla de Oro
rosa! de la Facultad de Toulouse.
Señalamos aún un último corolario inesperado, pues yo En lo concerniente a mí, el dilema era cruel. Me confié
iba de sorpresa en sorpresa. El gran periodista deportivo al conde Begouen, y éste no osó animarme a perseverar en
Franz Reichel me escribió para informarme que la Academia el campo de la prehistoria. Sólo había tres cátedras de pre-
de los Deportes (de la que ignoraba la existencia), acababa historia en Francia: en París, en Nancy y en Toulouse. El
de atribuirme su Gran Medalla de Oro. En su carta me feli- era titular de la de Toulouse, y me confió que su predecesor
citaba, lamentando personalmente, me decía, que hubiera Cartailhac había enseñado libremente y gratuitamente du-
perdido por tan poco el Gran Premio Deutsch de la Meurthe, rante años, considerando su enseñanza como un apostolado,
de 10.000 francos. En efecto, en aquel año de 1923 había ha- teniendo una subvención inferior a la del conserje de la
bido a mis expensas una competición muy reñida, y el ven- Facultad.
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El doctor Capitán me animó un poco más. Me habló de No os aventuréis jamás solos bajo tierra; es una locura
una beca que me podría ser fácil obtener, de una Fundación que a mí me ha salido bien; pero únicamente porque he te-
del tipo de Villa Mediéis. Me propuso también hacerme in- nido suerte.
corporar como arqueólogo a una misión llamada al Afganis- Tales infracciones a las reglas más elementales de pru-
tán por el soberano de aquella época, un gran amigo de dencia y de razón no tienen excusa, y no podían ser pro-
Francia, que intentaba reformar y modernizar el país. Una ducto más que de un hecho aislado, de un solitario sin ex-
sangrienta revolución vino a truncar el proyecto. periencia, sin antecedentes en el campo de la espeleología.
Si expongo aquí todas estas consideraciones y estos he- Sólo podría darse en el cerebro de alguien que lo ignoraba
chos tan ajenos a la prehistoria y a la espeleología, que po- todo de una ciencia y de un deporte que en aquel entonces
drían ser tratados únicamente en un libro consagrado a los no estaba codificado aún, ni disciplinado, ni organizado
«recuerdos de un espeleólogo», lo hago sin embargo cons- como lo está ahora.
ciente de mi propósito. En fin, volviendo a la preocupación principal de ciertos
En efecto, he recibido frecuentemente y desde hace mu- jóvenes, ávidos de practicar la espeleología y de hacer de
cho tiempo cartas de jóvenes, atraídos por la espeleología, ella su profesión exclusiva, ante ellos debo derribar la mu-
apasionados por las exploraciones subterráneas y que expe- ralla de mi vida privada, como decía Landru, quien no per-
rimentan la misma atracción, la misma llamada que yo co- mitió nunca a nadie, por otra parte, franquear tal muro.
nocí a su edad. Me preguntan si se puede hacer carrera en En aquel año de 1924, en que me encontraba acribillado
esta especialización y desearían ser aconsejados para conse- y destrozado por todas estas preocupaciones, y que fue con-
guir triunfar en ella. secuentemente un año muy pobre en cavernas, se produjo un
Así, pues, la ocasión me parece buena para responder acontecimiento que habría hecho repetir a Napoleón algo que
aquí —más categóricamente aún que el conde Begouén y el parece que decía muy a menudo: «No sucede más que lo
doctor Capitán— que mi padre tenía mucha razón, y que imprevisto».
«las cavernas son un camino sin salida», pues la espeleología Lo imprevisto, para mí, fue que al término de dicho
pura y exclusiva no es una profesión y no alimenta al hom- año, el 30 de diciembre exactamente, contraje matrimonio.
bre que la profesa. Hija de los esposos Martin, del doctor Raymond Martin,
«Y, sin embargo —me respondió un joven, a quien con- médico de la Prefectura del Sena, Isabel tenía entonces
testé esto—, me quiere alejar de un camino en el que usted diecinueve años, e iba a comenzar sus estudios de Medicina.
ha triunfado plenamente y donde creo que podría también Había llegado de vacaciones al pequeño pueblo de Auzas,
yo triunfar.» entre Saint-Martory y Aurignac, y al igual que yo, a la En-
Es necesario que me golpee el pecho y reconozca rni crucijada de Caminos, donde el azar, digamos el destino, o
culpa, y repita -r-lo he hecho ya a menudo por otra parte—: mejor la Providencia, hizo que nos encontrásemos (simbó-
«No hagáis lo que yo he hecho, sino lo que yo os digo». licamente, en un cruce de caminos), un domingo, mientras
No entréis en la gruta a explorar como un nudista, como ella paseaba por allí después de las vísperas. Yo había ido
he hecho yo durante tanto tiempo; los hombres de las ca- a aquellos parajes para recoger fósiles en un terreno pedre-
vernas iban vestidos con pieles de animales y ellos mismos goso, detalle que no carece de importancia, porque sin estos
lo considerarían arriesgado. Rhynchonella decórala en las calcáreas mesojurásicas —sea-
No tengáis una iluminación a base de miserables bujías, mos precisos—, seguramente no nos habríamos encontrado
que habrían parecido insuficientes a los mismos magdale- nunca.
nienses de Tuc de Audoubert, y que hubieran podido ser Nuestro viaje de bodas se efectuó a Provenza, colocado
causa de mi pérdida. —naturalmente— bajo el signo de las cavernas, que visita-
No os sumerjáis en los sifones en la única confianza de mos en las gargantas de Ollioules'y Saint-Gaudens.
vuestra capacidad pulmonar; es jugarse la vida. Más tarde, en 1925, nos instalamos a las puertas de Saint-
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Gaudens, en una propiedad donde me iba a convertir $gn te-
rrateniente. • l:'.í tj ;
Isabel no había entrado hasta entonces en una gruta,
pero era una excelente alpinista, y había escalado ya nume-
rosas cimas pirenaicas en el macizo de Bagnéres-de-Luchon.
Yo, por mi parte, no había efectuado nunca ascensiones, pero
eirá —como bien se sabe— fanático de las cavernas.
Esta flagrante contradicción no comportó sin embargo
ninguna incompatibilidad. La solución, lo ideal, era que yo
buscase grutas y simas en la alta montaña y que mi mujer
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explorara conmigo, iniciándome en el alpinismo. LA GRUTA HELADA CASTERET
Y la voluntad de los dioses quiso que así sucediera.
£1 25 de junio de 1926 una pequeña caravana salía del
pueblo de Gavarnie, a 1.370 metros de altitud, y emprendía
el camino, de cinco kilómetros, que une el pueblo al célebre
circo del mismo nombre. Mi madre, Marcial, mi mujer y yo,
partíamos para tres o cuatro días en la alta montaña, te-
niendo como objetivo principal la ascensión del Monte Per-
dido, y accesoriamente, la búsqueda de grutas o de simas,
siempre posibles en un macizo exclusivamente calcáreo.
La primera ascensión al Monte Perdido fue hecha por
el naturalista Ramond de Carbonniére, que invirtió nueve
años para estudiarlo y vencerlo, tan desconocida era la re-
gión y tanto terror inspiraban los extensos glaciares, un
terror casi supersticioso que puso en peligro el éxito de la
expedición repetidas veces.
Hacia la misma época, H. B. de Saussure no escalaba el
Mont-Blanc más que veintisiete años después de haber pro-
metido recompensar a quienes le encontraran la vía de as-
censión. Ahora, tras un siglo de alpinismo que nos ha dotado
de la experiencia de la montaña, de los guías, de los mapas
detallados y de un equipo práctico, nos resulta difícil creer
que Ramond invirtiera tanto tiempo en alcanzar la cima de
un picó que con buen tiempo no presenta dificultades es-
peciales.
En cuanto al Gavarnie, de Vigny a Víctor Hugo, ha sido
cantado por varios poetas, estudiado por'los geólogos y des-
crito en todas las lenguas. Ha sido puesto al alcance de todos
por fotos y dibujos. No queda más que una forma sencilla y
breve de presentarlo: arena calcárea' de 1.400 metros de al-
titud, un kilómetro de ancho en su base. De las tres gradas
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principales caen una decena de cascadas; de ellas la más im- nudos y ^el pecho al viento, rendíamos culto a los divinos
presionante lo hace verticalmente desde una altura de rayos del sol.
420 metros. Estas caídas de agua forman el torrente de Ga- Resueltamente, Isabel toma el mando de la cordada de
varnie, que más lejos se convierte en el torrente de Pau. novicios que somos, y emprende la ascensión del glaciar que
El camino del pueblecito al circo atraviesa un antiguo sube hacia la pared de la cumbre del circo. Entre todas las
fondo de lago oval y luego, en algunos zigzags, sube hasta preocupaciones que nos agobian en este momento, una sola-
un estrangulamiento del anfiteatro natural que corresponde mente domina: la de no perdernos. Consultamos la brújula
a la puerta de los artistas en el circo. Aquí los jinetes y las para no pasarnos la muesca gigante, la llamada Brecha de
amazonas improvisadas deben descender de sus monturas Roland, único paso que permite salir del circo por arriba.
y seguir a pie para ver la gran cascada de cerca, atravesar Atentos y en silencio, subimos como ciegos la cuesta in-
un puente natural que va de parte a parte del torrente ¡y terminable, siempre más y más empinada. Finalmente el
tocar nieve en pleno verano! viento y la nieve, redoblando su violencia, nos anuncian que
Los paseantes, en cuya compañía hemos marchado desde el final está cerca. Vemos la Brecha entre la bruma, pero
el pueblo, se preguntan si es necesario llevar calzado espe- nos acoge en ella un viento de una fuerza asombrosa que
cial, abultadas mochilas y bastones de alpinista para visitar nos impide avanzar.
el circo de Gavarnie. Poco se figuran que en realidad el Un montañero de la época heroica, el conde Russel, des-
final de su paseo no es para nosotros más que el preludio pués de pasar solo, según su costumbre, la Brecha de Ro-
de nuestra ascensión, y que el alpinismo empieza precisa- land un día de tormenta, escribió: «Jamás, ni sobre el mis-
mente allí donde acaba el camino. mo océano, el viento sopla como en las altas montañas en
En efecto, nos proponemos escalar las paredes del circo el equinoccio. Con un ruido más fuerte que el del trueno.
por una «escalera», que tiene por nombre La Escala deis Las rocas vibran como un bordón que suena, uno se asom-
Sarradets, una especie de cornisa difícil de discernir incluso bra de que no salgan disparadas al aire. Por otra parte, he
de cerca, que recorta las pendientes y permite, con buen pie visto volar piedras como si fueran paja en más de una oca-
y buen ojo, ascender por el circo hasta arriba. sión».
Al salir del pueblo el cielo era puro y el sol ardía, y he Con más suerte que Russel, nosotros no recibimos nin-
aquí que de repente, al llegar a las altas regiones del circo, gún proyectil, pero nos vimos obligados a avanzar agazapa-
vemos amontonarse las nubes, bajar y comenzar a invadir dos para resistir la tormenta, que se sepulta en este puerto
rápidamente el anfiteatro ciclópeo. Se desencadena un vien- de treinta metros de ancho por ochenta de alto, abierto a
to furioso antes incluso de qué hayamos podido ponernos tres mil metros de altitud.
nuestras prendas de abrigo, que están en el fondo de las mo- Una vez franqueada la Brecha estamos ya en España
chilas, y empieza a caernos encima una nieve fina y helada —aunque podríamos creernos aún en Laponia— e Isabel
que nos sorprende y nos cala, que se nos mete por todas reconoce que para ser nuestro bautismo de alta montaña no
partes y nos azota el rostro. ha estado mal del todo. Por nuestra guía de bolsillo sabe-
En la montaña, la tormenta nace así, llegada de no se mos que siguiendo a lo largo de la base de la roca debemos
sabe dónde y durante un tiempo imposible de calcular. El encontrar un agujero del grosor de un hombre por el que es
cambio de decoración es tan repentino, el descenso de la necesario introducirse para llegar a una gruta minúscula.
temperatura tan brusco y sensible, que hace que nos sin- Este antro, conocido por los excursionistas, ha sido bau-
tamos un tanto desmoralizados. tizado con el nombre de Villa Gaunier,.el nombre del glació-
Al ardiente verano ha sucedido el invierno, y en la blan- logo que lo descubrió en 1906. La entrada se encontraba
cura acolchada de la nieve y la niebla, no llegamos a ver más aquel día completamente obstruida por la nieve que el vien-
que nuestras siluetas, grotescas, encapuchadas y curvadas to había acumulado al pie del muro, y no estaba la señal
bajo la tormenta. Sólo minutos antes, con los brazos des- de minio pintada en la pared señalando el emplazamiento,
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que buscamos en vano. La urgencia con que despejamos el Mientras Marcial avanza en cabeza y trabaja con energía
orificio a golpes de piolet no tuvo otra razón que la de po- con ayuda de su pico, yo me encuentro ahora a la cola de la
dernos meter cuanto antes al abrigo de los elementos de- cuerda, y me permito ir observando algo a mi alrededor.
sencadenados. Admiro como geólogo las rocas enormes del Casco, que nos
La oscuridad es completa dentro de la gruta, en la que abruman y las del pico de los Rebecos, que dominamos
entramos temblando de frío. Fuera, el día se acaba lenta- ahora. Estas grandes formaciones calcáreas estoy escrután-
mente y la oscuridad cae sin que la tempestad se calme. Mal dolas también como espeleólogo, cuando de pronto profiero
equipados y desprovistos de sacos de dormir, tenemos que la palabra mágica, el leit motiv de nuestra devoción: «¡Una
soportar una noche de vela y frío penetrante, pensando gruta!»
que en este mismo lugar, en el invierno de 1923, seis esquia- Sí, allí abajo, muy al fondo, en la vertiente oeste del pico
dores tolosanos pasaron cinco días y seis noches bloqueados de los Rebecos, al pie de una abrupta muralla y en la cum-
por la tormenta... bre de una capa de neviza, veo algo muy parecido a la entra-
A las cuatro de la madrugada nos deslizamos al exterior, da de una caverna. Acaso no sea después de todo más que
y ¡oh, sorpresa! Un claro de luna espléndido reina sobre los un simple desplome, o un saliente y su sombra. Pero el es-
picos y las extensiones nevadas de España. Este claro de peleólogo, siempre al acecho, no puede pasar por alto el
luna, contemplado a tal altitud, es impresionante por el gran más pequeño indicio.
silencio y la majestuosidad del lugar. A pesar de la distancia considerable y la desnivelación
Pero el frío continúa siendo intolerable; debemos poner- no menos desalentadora, siento el deber de descender hasta
nos en marcha en seguida. Volvemos a pasar ante la Brecha allí. Los fracasos en este sentido, las marchas infructuosas
de Roland, desde la que normalmente se pueden ver las lla- hasta un lugar en que en un momento me había parecido ver
nuras de Francia. Pero, no, un mar de nubes, hacia los dos mil algo, no han sido causa nunca de que dejara de practicar
metros, no deja emerger más que los picos de las monta- este principio. El cambio de itinerario y el tiempo que va a
ñas. Este océano aéreo es más impresionante que el océano costamos, nos privarán de la ascensión al Monte Perdido,
marino. Y cuando el disco del sol aparece por allá abajo, por, que era, sin embargo, el objetivo de nuestra expedición.
detrás del Pie Long, y sus rayos rozan las crestas de cada Mi madre y Marcial comprenden que va a ser necesario
ola, el espectáculo maravilloso llega casi a lo irreal y hace cambiar de ruta, arriesgarse por las pendientes y ascender
imaginar la génesis del mundo. la capa de nieve hasta la cumbre, en la que quizá no nos
Una última ojeada a la Brecha y seguimos adelante hacia espera más que una falsa gruta. Y aceptan la eventualidad.
el Monte Perdido, aún invisible, del que nos separan todavía Miro a Isabel, nuestra guía, que ama las cumbres bañadas
cinco horas de marcha y de ascensión en la nieve. de azul y de luz, y que no aprecia demasiado las grutas, o
Costeando el acantilado español, que forma el basamento por lo menos no las conoce.
del Casco de Marboré, llegamos a una capa de neviza de Isabel vuelve su mirada hacia el desfiladero de los Rebe-
gran pendiente. Los clavos de nuestras botas no consiguen cos, en dirección al Monte Perdido, con el que soñaba du-
clavarse en ella y los piolets entran en acción. La fina punta rante años y que ahora va a escapársele. Hace una tímida
de acero hace saltar a cada golpe escamas de hielo que flu- y divertida alusión —con tanta razón, en verdad— sobre los
yen y se deslizan con ruido, y el pie puede entonces clavarse que «dejan la presa por su sombra». Y henos aquí ya «per-
prudentemente en la muesca así tallada. diendo altitud», maniobra insólita y anárquica en montaña,
Subimos lentamente, paso a paso, hacia el desfiladero de descendiendo rápidamente hacia el valle del río de la Brecha,
los Rebecos, y vemos a lo lejos, sobre la nieve, convergiendo corriendo, deslizándonos o «en ramonage», es decir, sentados
hacia él, las finas huellas en triángulo de los cascos de los en la nieve.
animales, demostrándonos con ello lo apropiado del nombre La entrada de la gruta, o mejor la seudogruta, queda es-
del lugar. condida por el momento, y yo me recomo de dudas y re-
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mordimientos. ¡Qué decepción si no resulta ser una caver- resto de nuestros elementos de iluminación quedaron en las
na! Y, además, qué trabajo al tener que volver a subir mochilas al pie de la capa de nieve.
penosamente estas pendientes, que acabamos de descender Una vela para cuatro; esto es claramente insuficiente, y
con tanta rapidez! aún más cuando, a partir de ahora, la gruta se hace acciden-
En la base de la neviza que nos disponemos a ascender, tada y de recorrido difícil. Necesitaríamos igualmente cram-
nos aligeramos de nuestras pesadas mochilas de montaña. pones para el hielo.
Emprendemos la subida en dirección a la entrada, que se Dejamos a las mujeres de guardia en este lugar, y con-
nos aparece aún escondida tras una cornisa de nieve, y al tinúo con Marcial, adentrándonos en esta caverna excep-
llegar cerca de ella, Marcial se adelanta a nosotros aceleran- cional, en la que encontramos muchas dificultades. Una
do el paso, franquea el primero la cornisa y desaparece ante cascada de agua helada, imposible de escalar, sin cuerda y
nuestros ojos. sin crampones, nos detiene definitivamente.
Pasan algunos segundos antes de oír unos gritos de triun- Pero la caverna continúa por un piso superior, por el que
fo y de admiración. Otros tantos segundos, y reaparece. sopla una corriente de aire helado. Sin equipo apropiado y
Parodiando sin duda al profesor Lidenbroc'k del Viaje al con una sola bujía, nos encontramos completamente desar-
centro de la Tierra, en el borde del cráter de Sneffels, el mados y tenemos que resignarnos a dar media vuelta.
volcán islandés, gesticula y agita su piolet. Cuando llegamos hasta donde dejamos las mochilas, el
—¡Ah, qué belleza! —exclama repetidas veces. día está ya demasiado avanzado para intentar ahora la as-
Jadeando llegamos hasta él, y nos quedamos estupefac- censión del Monte Perdido; pero nadie se lamenta de ello, ni
tos. La entrada, un porche de unos treinta metros de ancho, siquiera Isabel, que acaba de experimentar una emoción tal,
se encuentra obstruido por un caos de rocas, y al pie de esta que la ha sometido para siempre al mundo subterráneo.
barrera que forma como una escarpe, contemplamos una Aquella misma noche llegamos al refugio de Gaulis, al
de las decoraciones más extrañas y más raras que podamos pie del Monte Perdido, y al mediodía del día siguiente está-
haber visto en el mundo: un lago helado y más allá, vinien- bamos en la cima, de la que Ramond ha escrito:
do de las entrañas de la tierra, un río de hielo horizontal, de «Del Mont Blanc hay que venir al Monte Perdido: tras
veinte a treinta metros de ancho. ver la primera de las montañas graníticas, hay que ver
Atravesamos apresuradamente el lago de entrada sobre la primera de las montañas calcáreas.»
un mantel de hielo transparente, aparentemente poco espeso Isabel había aplazado sólo por veinticuatro horas la es-
primero, y luego ponemos el pie sobre la capa que le sigue; calada al pico de sus sueños. En cuanto a mi madre, por ser
ésta más espesa y blanca, como porcelana. ^ su primera escalada, a los cincuenta y dos años, había as-
cendido sin dificultad su primer tres mil. Más tarde ven-
La luz del día penetra oblicuamente en la caverna, y al cería bastantes otros, ya que podemos decir de paso que
reflejarse en el suelo produce unos tintes y unos reflejos todos nosotros habíamos gustado mucho y seguiríamos prac-
verdes y glaucos en la bóveda y paredes. Este mundo subte- ticando el alpinismo.
rráneo glaciar, casi inimaginable, nos confunde: ¡ es extraor- Esta pareja tan inesperada, madre y nuera unidas como
dinario! hermanas siamesas, escalarían aún una treintena de picos
El vestíbulo colosal se presenta rectilíneo en todo lo que de tres mil metros (en los Pirineos no se puede ascender
alcanza la vista, mientras que a mano derecha descubrimos más alto). Y ello sin perjuicio de otros picos menores.
una gran sala lateral completamente helada, como el resto El descubrimiento de nuestra, extraordinaria caverna he-
de la gruta. Hasta cien metros más allá de la entrada, los lada, y el reconocimiento apresurado que efectuamos en
rayos solares, reflejados por el hielo, nos iluminan aún dé- ella, no podían quedar sin continuación, como bien se puede
bilmente; pero a partir de ahora reina la oscuridad, obli- suponer. Teníamos todos el más vivo deseo de volver a aque-
gándome a encender la única bujía que llevo, ya que el llos lugares y efectuar en ellos una exploración a fondo.
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Un mes más tarde, efectivamente, decidimos subir los cuerpos de un pájaro y de una chova, que yacen allí desde
cuatro de nuevo a la Brecha de Roland. Pero en el último Dios sabe cuánto tiempo. Estas cornejas de montaña fre-
momento les fue imposible venir a mi madre y a Marcial. cuentan los acantilados y los escarpes rocosos por todos los
Así es que emprendimos la expedición Isabel y yo, un mag- Pirineos, así como las bocas de las cavernas, en las que se
nífico día de verano. adentran y anidan en las grietas de las paredes y de las
En esta ocasión no nos encontramos con una tormenta, y bóvedas, hasta la misma zona oscura.
la vista panorámica de la Brecha era tan ilimitada por el Las aves que estamos viendo en su prisión de hielo están
lado de Francia como por el de España. Aprovechamos para admirablemente bien conservadas; con las alas desplegadas,
escalar este clima fácil; con tal tiempo podíamos gozar de parecen volar aún...
una vista extraordinaria desde el Taillon (3.140 metros), en En el centro de la sala por la que avanzamos con cui-
la cima del cual pudimos ver el Espectro de Brocken, espec- dado, con pequeños pasos, distinguimos un montón de rocas
táculo raro e impresionante; vimos nuestras sombras pro- caídas del techo. Hacemos pie en esta isla liliputiense que
yectarse inmensas sobre una cortina de bruma vagabunda, ningún ser humano ha visto jamás antes que nosotros, y nos
que casi inmediatamente desapareció de nuestra vista. anexionamos el pequeño trozo de tierra, en medio de este
Asistimos también a la puesta de sol, y descendimos al mar de hielo subterráneo.
atardecer hasta la pequeña gruta que lleva el nombre falaz
y engañoso de Villa Gautier. Hacía tanto frío —un frío hú- Pero otras orillas tan vírgenes y misteriosas como ésta
medo y penetrante— que nos salimos de aquella especie de nos esperan: las que rodean nuestro mar hipogeo, engastado
heladora y preferimos pasar la noche a la intemperie al pie por murallas ciclópeas. Llegamos a estas pequeñas playas,
del acantilado. al pie de las colgaduras de hielo que recubren las paredes
Pero el frío seguía siendo intensísimo, pues los prepara- hasta alturas indiscernibles.
tivos de nuestro vivac se limitaron a ponernos encima un Nos encontramos en pleno cuento de hadas subterráneo,
chaleco suplementario, a subirnos los cuellos de nuestras en pleno Julio Verne. Nos une una exaltación grave y pueril
chaquetas y a meternos las manos en los bolsillos... a la vez, mientras atravesamos decorados de ensueño y va-
Temblamos de frío durante toda la noche, que pasamos mos descubriendo a cada paso nuevos aspectos maravillosos,
completamente despiertos. En cuanto empezó a clarear nos- de entre los más raros de nuestro planeta: un glaciar sub-
pusimos en pie y empezamos nuestra marcha, tanto pox terráneo y una catedral natural sumergida en las mismas
acortar la noche e intentar calentarnos un poco, como para entrañas de la tierra. .
N
tener un día más largo ante nosotros. Sólo existe un inconveniente, una sola molestia en medio
Una hora más tarde llegamos al gran porche, en el que de la belleza y de la calma que nos envuelven: el frío ex-
volvimos a revivir las horas de emoción de aquel espectácu- traordinariamente intenso que nos penetra hasta los huesos.
lo inesperado: aquel lago extraordinario, el más extraño de No nos encontramos apropiadamente acondicionados para la
todos los Pirineos, eternamente inmóvil; el único que no exploración de esta caverna, en la que la temperatura glacial
refleja nunca el cielo o las cimas circundantes, porque es se hace más insoportable por una terrible corriente de aire.
subterráneo. Para luchar contra este frío penetrante, empezamos a des-
Tan mal equipados como de costumbre, siempre a la luz lizamos y a patinar por el hielo en el que sabemos que no
de nuestras bujías, sin cuerda y sin crampones en las botas, vamos a encontrar, positivamente, grietas ni agujeros.
vagamos por el glaciar subterráneo y luego nos aventuramos Todos estos ejercicios nos divierten como a unos niños.
en la vasta sala entrevista la última vez y que nos disponía- Jugamos a quién patina más, y a quién pasará más hábil-
mos a explorar hoy. mente entre dos bujías colocadas sobre el hielo.
Desde los primeros pasos en esta vasta nave nos intriga Uniendo lo útil con lo agradable, este patinaje subterrá-
el ver, bajo un espesor de cincuenta centímetros de hielo, los neo reanima un tanto el calor de nuestro cuerpo sometido
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a un frío intenso desde la víspera, después de haber pasado lógicas estivales, no puedo evitar evocar el pasado y llegar
una noche temblando sin cesar. a la conclusión de que nuestra frugalidad era tan exagerada
Pero debemos añadir que nuestro régimen alimenticio como culpable. Pero no puedo dejar de consignar que, pese
constituía también una de las principales causas de la falta a todos estos inconvenientes, hicimos en aquella época he-
de calorías, pues nada tenía de racional (o digamos mejor roica señalados descubrimientos.
que era racionado y mal planeado). Por yo no sé qué aberra- Cerremos este paréntesis, por el que pido perdón, y sa-
ción, habíamos decretado que la alimentación era algo se- liendo de ia sala de la «isla desconocida», regresemos al
cundario en la montaña y en las grutas, y queriendo liberar- vestíbulo rectilíneo en el que volvemos a encontrar la ex-
nos de esta obligación habíamos adoptado una alimentación traña luz de acuario, a la que damos la espalda para hun-
simplificada, que no hubiera podido satisfacer a los mismos dirnos en las profundidades de la caverna.
espartanos. A doscientos metros de la entrada, la costra de hielo se
Habíamos comprado un pan de seis kilos —que no se interrumpe por rocas con una capa de hielo más delgada,
encuentran más que en los pueblos de los valles muy altos— por donde la marcha se vuelve difícil, y en las que tenemos
y un queso entero de Holanda, íbamos cortando el queso que valemos de nuestro piolet con mil precauciones, porque
con un cuchillo, como tajadas de melón; cada división re- estamos atravesando una zona en la que podría darse fácil-
presentaba una ración diaria, ¡y esto era todo! ¡Pan y que- mente un hundimiento y que nos obliga a costear una espe-
so! Creíamos que debía sernos suficiente, y nos contentába- cie de sima tapizada de hielo. Echamos al pasar trozos de
mos con ello. Ni una bebida caliente, ni vino, ni alcohol; el hielo, pero no nos pueden hacer saber su profundidad, por-
agua que encontrábamos en los lagos y la de los torrentes, que se pulverizan durante la caída.
que tan buena es en la montaña... Aquí las bóvedas alcanzan una elevación prodigiosa y las
Cierto día hallamos en un refugio a una pareja de alema- paredes rocosas verticales están también tapizadas de hie-
nes que habían extendido sobre la mesa una acumulación lo: es el lugar más majestuoso de la caverna.
increíble de provisiones, a base de charcutería, y que se es- Más allá de la sima interna, la gruta se estrecha brus-
taban preparando un gran cuenco de té sobre un hornillo. camente y se prolonga por una pendiente de hielo muy
Nos quedamos tan sorprendidos de sus ágapes, como se inclinada, cuya ascensión ofrece serias dificultades, aumen-
quedaron ellos al vernos partir nuestro pan y nuestro queso tadas por el hecho de que no tenemos ni una cuerda con la
tras una larga y penosa ascensión. que asegurarnos mutuamente.
El trazo de los «meridianos» sobre nuestra bola d£ queso No obstante, logramos escalar con ayuda de nuestros
de Holanda les divirtió mucho. El alemán nos hizo una re- piolets esta escarpa cuya cima no es más que una pequeña
flexión que nos escandalizó un tanto. Nos dijo que ciertas ventana cilindrica por la que sale la colada de hielo que
gentes tenían un régimen aún más estricto que el nuestro, acabamos de escalar. Cada vez que me coloco delante de
pero que generalmente no vivían mucho, y siguió precisando esta gatera para meterme por ella arrastrándome sobre el
con una carcajada ¡ que eran los que se contentaban con vientre, una violenta corriente de aire apaga mi bujía. De-
amor y agua fresca! trás de mí, Isabel, cogida a su piolet en una posición incómo-
Era necesario ser jóvenes, tan jóvenes e idealistas como da y precaria, no puede seguir por mucho tiempo así. Me
éramos nosotros, para acomodarse a un régimen de hindú decido entonces a reptar a tientas, en la oscuridad de esta
famélico como el nuestro en nuestras primeras salidas. De madriguera. El paso es por fortuna muy corto, y en seguida
la misma manera que era necesario ser poeta y despreocupa- puedo incorporarme, y seguido inmediatamente por Isabel
do para pasearse bajo tierra con una bujía, y tenderse a la volvemos a encender nuestras velas.
intemperie sin un saco de dormir. La caverna continúa siendo estrecha, aunque elevada, y
Cuando veo las fórmulas alimenticias actuales y las co- encontramos aquí una dificultad suplementaria: el hielo del
midas pantagruélicas con ocasión de las expediciones espeleo- suelo, hasta ahora duro y sólido, se deshace en un hilo de
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agua, en el que tenemos que chapotear. ¡ Y de pronto choca- Detrás de un relieve de esta ca^ja de neviza subterránea
mos con una cascada helada, rigurosamente vertical, y de descubro un pasillo estrecho que nos da acceso a una suce-
varios metros de altitud! sión de salas nevadas cuyas bóvedas están agujereadas como
Hasta ahora habíamos conseguido arrastrar nuestras mo- la primera. Llegamos bajo uno de estús techos abiertos que
chilas hasta aquí. Penosamente pudimos hacerlas pasar por me parece accesible y me preparo a escalarlo, cuando, ante
la gatera; ¿cómo vamos a poder seguir llevándolas y cómo nuestra sorpresa, oímos un silbido muy cercano, seguido de
escalar esta cascada con armas y bagajes? La única solu- modulaciones, bien inespera'das en tal lugar.
ción posible parece encaramarse uno encima del otro. Lo Estábamos bastante intrigados, pero cuando salimos a la
lógico sería que fuera yo quien me agachara e Isabel subiera luz vimos que se trataba de un pequeño pájaro, muy socia-
encima de mí, pero tras un corto conciliábulo decidimos lo ble, pues continuó cantando de roca en roca armoniosa-
contrario. Se coloca ella de pie frente al muro, no sin haber mente.
puesto bajo su chaqueta, en los hombros, sus manoplas fo- ¿Pero a dónde habíamos salido tras nuestro viaje subte-
rradas, para acolchonarlos al rudo contacto de mis botas de rráneo?
clavos. Habíamos entrado bajo tierra al pie de una roca al oeste
Levantado sobre sus hombros, intento alcanzar una del- del pico de los Rebecos y acabábamos de salir por la ver-
gada cornisa a la que me agarro haciendo una tracción con tiente este, en medio de un caos de rocas agrietadas y aguje-
las muñecas. Aligerada de mi peso y ya libre de movimien- readas en todos sentidos que se extendían hasta perderse
tos, Isabel consigue clavar su piolet en una grieta por enci- de vista en dirección al Monte Perdido, cuya orgullosa pirá-
ma de su cabeza. Este estribo providencial me ayuda a al- mide domina todo el panorama.
zarme de nuevo hasta una segunda cornisa, y ya desde allí Estamos extenuados. Tendidos sobre las rocas ardientes,
llego al fin de la cascada. quemando de calor y bañadas por el sol, nos concedemos un
La segunda fase de la escalada es aún bastante compli- reposo bien merecido, pues desde la víspera hemos estado
cada, y no es sin dificultad que bajando hasta la cornisa in- viviendo en el frío; el frío terrible de la noche en los mon-
termedia puedo izar las mochilas primero, y a Isabel des- tones de piedras de la Brecha de Roland y el frío no menos
pués, con ayuda del mango del piolet. penetrante del glaciar subterráneo, atravesado a base de ex-
La galería que continúa, subiendo e igualmente estrecha, traordinarios ejercicios que no han conseguido hacernos en-
empieza a inquietarnos. En caso de tener que retroceder, el trar en calor.
descenso, como por regla general, resultaría más problemá- Isabel se durmió casi instantáneamente como una niña.
tico que la subida. Por mi parte, excitado como estaba por la travesía subterrá-
¡Pero quién habla de dar media vuelta ahora, cuando de nea y extraordinariamente interesado por la revelación, no
pronto vemos hacia lo alto un débil resplandor que va pre- pude por menos que levantarme e ir a inspeccionar los al-
cisándose e intensificándose a medida que avanzamos, y se rededores.
afirma como la luz del día. Pude observar que, si bien habíamos atravesado el ro-
Febrilmente, desembocamos en una sala redonda, en la sario de salas nevadas, hubiéramos podido salir igualmente
que el techo, agujereado por una abertura circular, deja ver más abajo, por nuestro propio pie, por un porche bastante
un redondel de cielo azul. Pero aquí no nos es posible nin- ancho.
guna escalada; la ventana está demasiado alta, y las paredes Circulando por aquellos parajes me di cuenta de que
en desplome. estábamos en el centro de un vasto lapiaz muy accidentado
Y, además, otra sorpresa: ya no andamos aquí por el que podía muy bien encubrir otras cavernas o simas. No
hielo, sino sobre nieve endurecida, que parece haber sido pude resistir la tentación, era necesario que efectuase un
acumulada en algunos sitios por el viento cuando era toda- reconocimiento en regla por aquel sector, terreno excelente
vía polvo. para las formaciones subterráneas.
122 123
Si mi mujer despertaba antes de mi vuelta, que pudiera te en inconsciencia. Y me doy cuenta de ello ahora. Mi
demorarse, iba a temer que me había caído por algún pozo. vestíbulo inclinado y nevado desemboca en un río de hielo
Le puse unas letras, que dejé cogidas con un alfiler en su horizontal de grandes proporciones, comparable al de la gru-
sombrero de fieltro, a su lado, y me alejé. ta helada atravesada por la mañana.
La investigación del lapiaz resulta laboriosa y penosa; Me entusiasmo y avanzo a pequeños pasos sobre esta
pero, contra lo que esperaba, se presenta completamante in- pista de hielo, en la que no distingo gran cosa, aunque sí
fructuosa. Cansado ya, me detengo a admirar el inmenso lo suficiente para darme cuenta de que, de pronto, a mis pies
panorama de la vertiente española del Marboré. Su arquitec- se abren las tinieblas y el vacío.
tura en gradas tiene alguna analogía con la vertiente fran- Es una interrupción brutal del glaciar subterráneo, que
cesa del norte, la del circo de Gavarnie. Pero aquí las gradas intento rodear por la'izquierda primero, y luego por la de-
no son en semicírculo; se extienden en línea recta durante recha, pero me encuentro en ambas ocasiones con la pared
kilómetros, formando los fundamentos del Casco, de la To- que lo encajona. El abismo al que he llegado abarca toda la
rre y del Cilindro de Marboré, todas cumbres fronterizas o anchura; sólo el vacío y las tinieblas continúan más allá.
vecinas de la cadena fronteriza. Me encuentro solo, mal equipado y mal alumbrado. No
¿Pero qué veo? Allí, muy alto y muy lejano, en la base de existe más que una solución razonable: dar media vuelta,
una de las gradas de la Torre, hay un pequeño agujero ne- volver a la luz, e ir a buscar a mi mujer. Todo ello lo efectúo
gro... ¿Gruta o falsa gruta? Si tuviera unos prismáticos po- en un estado de gran exaltación por haber descubierto una
dría sin duda decidirlo. segunda gruta helada, cuya exploración no se retardaría ^de-
El pequeño demonio de la aventura me ha pinchado ya masiado, según pronto convenimos.
con su tridente y me dirijo hacia la posible decepción. Gus- Pero aquel día teníamos una larga etapa ante nosotros,
tavo Le Bon escribió en su Evolución de la Materia una frase hasta llegar y recorrer el incomparable valle de Arrasas, y
que no he olvidado nunca: «El secreto de quienes hacen por otra parte nuestra provisión de bujías se había consu-
descubrimientos es que no miran nunca nada como impo- mido con el violento viento que encontramos en la gruta
sible». helada.
Al cabo de una hora de ascensión fatigosa por un terreno Los espeleólogos proponen y Dios dispone: no debía vol-
irregular y dislocado, y tras la escalada de una neviza de ver a explorar la segunda caverna más que veinticuatro años
pendiente empinada, llego al pie de la roca, delante del agu- después...
jero. Sabía que no había sido señalada nunca ninguna gruta
No es ni demasiado ancho ni alto, pero me inspira con- helada ni en los Pirineos ni en los Alpes. Sabía que eran muy
fianza, pues se hunde abiertamente en la montaña. Se trata raras en el mundo, y muy pronto supe también que la «nues-
de un pasillo tapizado de nieve. tra», a dos mil setecientos metros de altitud, era la de mayor
Una vez más experimento la emoción tantas veces vivida altura conocida.
al borde de una caverna, en el momento de internarme por Este descubrimiento tuvo un cierto eco en la Prensa,
el orificio de entrada. Enciendo una vela, con un gesto me- pero sobre todo lo tuvo en el mundo de los alpinistas. El
cánico, casi ritual, que tiene su importancia. Es un gesto Comité Científico del Club Alpino Francés, vivamente inte-
insignificante en sí mismo, pero a menudo de grandes con- resado, dio nuestro nombre a la caverna, que se llamó por
secuencias y preludio de revelaciones casi inimaginables. «El tanto la «Gruta Helada Casteret».
hombre disipa las tinieblas, explora hasta los lugares más Un sabio espeleólogo escribía en ocasión de nuestro ha-
apartados del Abismo» (Job, capítulo 28). llazgo :
En la montaña es muy poco aconsejable aventurarse sin «Descubrimiento de un interés científico extraordinario
crampones sobre un glaciar o sobre una capa de nieve en- y que constituye un fenómeno natural de primer orden al
durecida por el hielo. Bajo tierra la imprudencia se convier- mismo tiempo que un verdadero record.»'
124 125
Y proseguía:
«Las antiguas circulaciones de alto nivel, en las monta-
ñas, sólo nos han sido reveladas de quince años a esta parte,
en los glaciares naturales de Dachstein, y en la caverna más
grande de Europa, Eisrienwelt, en Austria. Y he aquí que
en 1926 el señor Casteret encuentra a dos mil setecientos me-
tros de altitud, detrás de la Brecha de Roland, al pie del
Monte Perdido, un río subterráneo (helado en nuestros
días), netamente fósil. Todo ello se remonta al Mioceno...
¡Desde entonces existen este hundimiento y este agotamien-
16
MARTEL, CREADOR Y APÓSTOL
to del río subterráneo! El hallazgo de Casteret autoriza in-
cluso a una hipótesis, hoy un tanto atrevida, pero que estoy DE LA ESPELEOLOGÍA
convencido que se verificará en el futuro: La de la contri-
bución de las erosiones subterráneas a la depresión del Circo
de Gavarnie.» Al día siguiente de nuestra expedición al macizo del Mon-
No sólo fueron alpinistas y geólogos los que se interesa- te Perdido y del Gavarnie, se me ocurrió la idea, y lo que
ron por la gruta de Casteret, sino que un día recibimos la me asombra ahora es que no se me hubiera ocurrido antes,
sorpresa de un mensaje personal del rey de España, S. M. Al- de perfeccionar y modernizar en algo mis métodos de explo-
fonso XIII, quien felicitaba a los franceses que habían des- ración.
cubierto y explorado, en su reino, la gruta helada más alta La penuria, por no decir la falta completa de material y
del mundo. de equipo, me pareció de pronto un error y una falta graves.
Quizá el sentimiento nuevo de tener que proteger a quien
desde ahora iba a participar en todas mis exploraciones y
que me secundaba tan efectiva y valerosamente, me llevó
a ello.
En fin, fuera lo que fuese, decidí dejar en lo sucesivo las
marchas con los pies descalzos y ligero de ropa, preguntán-
dome cómo podía haberlas adoptado y practicado durante
tanto tiempo.
Asimismo decidí renunciar a las incómodas, insuficientes
y peligrosas velas. Esta reforma se tradujo en la adquisición
de dos lámparas de acetileno y dos lámparas eléctricas de
bolsillo, que fueron para mí una revelación, casi una revolu-
ción. Finalmente veía bajo tierra, y no avanzaba ya como
un ciego.
Al ver salir un día a Isabel de una gruta enfangada, en
un estado indescriptible, con las ropas manchadas y destro-
zadas y el pelo lleno de barro, decidí adoptar para ella y
para mí un traje de tela gruesa, como un «mono» de trabajo,
que ofrece todas las ventajas y comodidades y que por otra
parte es usado hoy por todos los espeleólogos.
Igualmente, como medida de precaución elemental, deci-
126 127
dimos adoptar un casco para protegernos de golpes en las un pequeño casco de infantería, un glorioso «borgoñota».)
bóvedas bajas y de las caídas de piedras en los descensos Todas estas ideas revolucionarias en la indumentaria fue-
verticales. Teníamos donde elegir para esta clase de equipo: ron debidas también a la influencia y las sugestiones de un
cascos de mineros, o los de motorista, cascos de goma de hombre que iba a jugar un grande y beneficioso papel en
aviadores o cascos militares. nuestra existencia de espeleólogos. Este hombre, este sabio,
Por estos últimos nos decidimos, aun cuando no eran los fue Edouard-Alfred Martel, creador y apóstol de la espeleo-
más prácticos. Y la razón para ello fue sin duda que yo logía.
guardaba uno, que había utilizado cuando la guerra. Si es- En 1923, al día siguiente de mi exploración solitaria en la
taba en posesión de él, no era porque fuera culpable.de sus- cueva de Montespan, recibí un voluminoso paquete conte-
tracción de efectos militares, sino porque en la desmoviliza- niendo folletos, artículos e impresos: una avalancha de do-
ción el Estado nos los había regalado a todos los comba- cumentos relativos a las cavernas y a la espeleología. Este
tientes. envío llegó acompañado de una carta que me dejó lleno de
Muchos lo dejaron; otros se lo llevaron como recuerdo y asombro, porque estaba firmada por E. A. Martel. ¡Yo que
desapareció relegado a un rincón del desván. Pocos debieron creía que Martel había muerto hacía «tiempo!...
ser los que lo conservaron largo tiempo, y más raros quienes En absoluto; y releí varias veces aquella carta en la que
lo volvieron al servicio activo años más tarde, como hice yo. el maestro incontestable de la espeleología quería felicitar-
Desde hace más de cuarenta años me proteje bajo tierra me por mi «hazaña» de Montespan y me daba preciosas en-
eficazmente, como me protegió de 1915 a 1918. señanzas para mis futuras actividades, así como consejos de
A las abolladuras de la Champaña y de Verdun vinieron prudencia en mis procedimientos, que juzgaba algo incon-
a unirse éstas, innumerables y anónimas, de cientos de gru- siderados.
tas y simas. Su pintura ha sufrido bastante, pero a pesar de Esta primera carta y este primer envío de documentos
todo no ha cambiado mucho; mucho menos en definitiva que se repitieron; a ello siguió una correspondencia regular. Se
el pelo de aquel joven de dieciocho años de 1915, trocado en produjo entonces un primer encuentro, seguido de varios
las sienes grises del espeleólogo de 1960. otros, y se instauró una sólida y maravillosa amistad de
Además de éste fueron otros los efectos de origen militar quince años, es decir, hasta la muerte, en 1938, de aquel que
que utilicé, incluso el traje bajo tierra. Este detalle lo re- fue nuestro amigo benefactor.
cuerdo aquí para servir a la pequeña historia de la gran His- Resultaría inconcebible que en este libro consagrado a
toria, pues a excepción de antiguos combatientes, bien pocos las memorias de un espeleólogo se pasaran en silencio el
deben saberlo. En la desmovilización de 1919 se hizo aún nombre y la obra de este gran sabio, así como la influencia
otro regalo a los hombres que iban a convertirse de nuevo que tuvo, y que tendrá todavía, sobre todo aquello que con-
en civiles. Se ofreció, a quien lo quisiera, un traje de ropa cierne a la espeleología. Nuestro agradecimiento creo haberlo
militar teñida de gris oscuro, o bien la suma equivalente de manifestado ya en una biografía que le consagré y que escri-
cincuenta y dos francos. bí de todo corazón (1).
La idea y la realización de este traje civil (muy útil para Pero lo que queremos destacar aquí es que Martel, pro-
algunos, cuyo guardarropa había desaparecido desde 1914) fundamente bondadoso, desinteresado y caritativo, fue para
se debía a un viejo ministro, que dio su nombre al traje en nosotros el consejero atento al que confiábamos todos nues-
cuestión: el «traje Abrami». No era ciertamente elegante, tros proyectos y nuestros resultados. Nos separaba una di-
con su forma desdibujada y su cuello por lo general mal ferencia de edad de cuarenta años, y ésta fue la causa de
ajustado, pero era sólido, y tuve trabajo para acabar con él, que no trabajásemos nunca unidos también bajo tierra (a
a pesar de los malos tratos que le hice sufrir bajo tierra.
Fue así que, desde 1926, mi mujer y yo nos equipamos de (1) «E. A. Martel, explorador del mundo subterráneo». N.R. P.,
pies a «casco». (No había sido difícil encontrar para Isabel Gallimard, 1943.
128 129
y - VIDA
excepción de un paseo por su feudo subterráneo de Padirac). destinado a convertirse en explorador y llegar más tarde a
Pero colaboramos en realidad asiduamente. la celebridad.
Habíamos preparado juntos, por carta, numerosas expe- Por su carrera orginal y genial de geólogo aficionado y
diciones, y en la víspera de ellas se inquietaba y temblaba explorador subterráneo, Edouard-Alfred Martel creó una
por todos nosotros. Aunque en su período activo había mos- obra imperecedera, que sobrevivirá, inseparable de su nom-
trado un valor y una audacia poco comunes, era muy emo- bre. Conocido principalmente por sus extraordinarios des-
tivo y sufría por la suerte que podían correr los demás. cubrimientos del pozo de Padirac, de la sima de Rabanel, de
«Mi pequeña y querida señora —le escribía a mi mujer, a la de Armand, de la gruta de Dargilan, y por sus investiga-
quien amaba mucho—. Usted sabe que yo me he opuesto a ciones, que se extendieron desde Portugal a Noruega y desde
ser intrusión en la vida arriesgada y peligrosa de su marido. el Cáucaso hasta las Montañas Rocosas, Martel tuvo una
He creído toda mi vida que las mujeres no tenían nada que carrera prodigiosamente fecunda y expuso su vida en innu-
hacer bajo tierra. Pero usted me ha convencido de lo contra- merables expediciones.
rio. Ahora estoy algo más tranquilo y más contento el sa- Durante más de un siglo, el dinamismo de este explora-
berlo a su lado en los momentos de peligro; pero digo bien, dor ha intrigado, interesado y entusiasmado a generaciones
sólo algo, porque son ustedes demasiado temerarios. ¡ Sálve- enteras. Pero, para él, las exploraciones más arriesgadas no
le usted cuando esté a punto de ahogarse en algún sifón o constituyeron sino el medio, heroico ciertamente, pero nor-
de romperse la cabeza en él! Ya ve que soy de una fran- mal, de crear una ciencia nueva: la geografía subterránea o
queza brutal. Pero no olvide que tiene usted ya, tan joven, Espeleología.
dos niños. Piense en ellos y piense también en mí, que me Edificándola de mil maneras, revelando cientos de curio-
siento demasiado cómplice, y demasiado responsable por lo sidades subterráneas, sus investigaciones, tan a menudo
tanto, de sus locas empresas, que no habría tolerado en el arriesgadas y siempre difíciles, nos han aportado datos cien-
tiempo de mis propias campañas.» tíficos en tal número y de tanta variedad, que son verdadera-
Era excepcional que se extendiera así, porque se mostra- mente motivo de admiración.
ba generalmente discreto y reservado sobre todo lo que pa- A pesar de la autoridad de una obra considerable, um-
saba por el fondo de su corazón. No le gustaban las cartas versalmente reconocida y apreciada, que le valió participar
largas. Las suyas eran siempre densas, llenas de consejos en numerosas comisiones oficiales, la Academia de Ciencias
preciosos. Le gustaba a menudo poner telegramas (yo no olvidó incorporárselo. Tenemos que lamentar igualmente que
tenía teléfono en aquella época); telegramas de última hora, no fuera creada una cátedra para él en el Colegio de Francia.
que debían ser como una tranquilización de su conciencia. Cierto es que este gran sabio no tenía más que un título de
Había también telegramas de alegría espontánea ante una abogado, y que no era más que un investigador completa-
buena noticia, un triunfo. Cuando le anunciamos el descu- mente desinteresado, un «amateur», muy difícil de apoyar
brimiento de la verdadera fuente del Carona, nos respondió en Francia, donde no se favorece demasiado a los autodi-
con un telegrama —seguido naturalmente de una carta— dactas.
que decía así: «¡Bravo, bravísimo!» Sin embargo, ¡cuántos honores cayeron sobre Martel y
En el nacimiento de nuestra amistad y de nuestras afini- cuántos testimonios vinieron a consagrar y recompensar su
dades tuvo bastante importancia el hecho de que ambos éra- labor! Fue el fundador y el presidente de la Sociedad de Es-
mos unos autodidactas y habíamos experimentado las mis- peleología, presidente de la Sociedad de Geografía de París,
mas dificultades de una vocación contrariada por las administrador del Touring-Club de Francia, director de la
exigencias de la*vida. Yo no me había resignado a convertir- revista La Naturaleza, presidente del Comité Nacional de
me en notario; él había pasado el Rubicón. Agregado al Tri- Geodesia y Geofísica, miembro del Consejo Superior de Hi-
bunal de Comercio del Sena, una función tan sedentaria y giene, varias veces laureado por el Instituto, condecorado
alejada de toda intención de viajes y aventuras, no parecía con la Legión de Honor...
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Finalmente, tuvo el placer, verdaderamente excepcional, llezas de la Naturaleza, y ha acabado convirtiéndose en uno
de asistir a la inauguración de una estatua suya erigida en de los benefactores de su país y de la humanidad.
el corazón de una región antes desheredada, que gracias a »Martel murió a los ochenta años, en 1938. Según su últi-
él y a sus descubrimientos se ha convertido en un centro de ma voluntad, sus funerales se efectuaron sin ninguna pom-
turismo: Causses, que fue toda su vida —según sus propias pa, dentro de la más grande sencillez. Dejó en silencio este
palabras— «el objeto de su constante predilección», mundo demasiado turbulento y olvidadizo, para volver al
Y no solamente por sus numerosas obras y su ejemplo, silencio subterráneo que tanto había amado en el curso de
sino también por su bondad natural y la acogida que Martel sus cincuenta años de existencia dedicada a las tinieblas de
dispensó a no pocas vocaciones, de las que guió los comien- la tierra.
zos con gran solicitud. Solicitud y desinterés profundos, con »En su último libro encontramos el epígrafe siguiente,
total ignorancia del menor sentimiento de envidia o de amar- lleno de melancólica serenidad: "Censolarse de los hombres
gura, que es la muestra del valor de su espíritu científico, por el estudio y por la admiración de la Naturaleza. Sin inte-
unu entre los más raros y elevados. rés, sin ambición, amar y practicar la ciencia por su utilidad.
Personalmente, he podido conocer y apreciar esta solici- Y si la obra queda inacabada, pasar la herramienta a los que
tud en los numerosos beneficios y ayudas que me aportó. os remplazan, para salir luego sin ruido hacia el gran Re-
El escrito por el cual la Academia de Ciencias atribuía poso".»
a Martel el gran Premio de las Ciencias Físicas, puede ser ci- He aquí, demasiado sucintamente, lo que fue el hombre
tado entero: que nos honró con su amistad y nos hizo partícipes de su
«Desde 1888, el señor Martel ha extendido el campo de experiencia.
los conocimientos humanos con una nueva rama, la Espe-
leología. Mientras se multiplican los esfuerzos en la super-
ficie del suelo, en los llanos y en las montañas, él ha em-
prendido la exploración de sus profundidades. No existe un
abismo por difícil que sea en el cual tema adentrarse. Su
ardor lo ha comunicado igualmente a otros investigadores;
grutas inmensas, estalactitas maravillosas, ríos subterráneos
nos hablan de que en el interior de la tierra existen tantas
maravillas como pueda haber en la superficie.
«Durante muchos años, las exploraciones de los abismos
han suscitado nuestra admiración sólo por lo que pueden
aportar para completar la estética de la Naturaleza. No pa-
recían tener resultados prácticos.
»A partir de 1892, han tomado una importancia económi-
ca de primer orden. El estudio de las aguas subterráneas
puede mejorar la higiene y rendir otros enormes servicios
que se comienzan a entrever y que quizá conmuevan a los
poderes públicos. Cuando estudiamos los volúmenes del se-
ñor Martel y la multitud de notas en las que ha condensado
los datos recogidos en sus expediciones subterráneas, po-
demos comprobar la suma enorme de trabajo, de fatiga y
de peligros que representan, así como su rara capacidad de
observación. Empezó siendo un simple entusiasta de las be-
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17
GIROSP Y ALQUERDI: PROTOHISTORIA
Y PREHISTORIA
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una gruta que se abría con un porche de diez metros de Pirineos cantábricos. El hiatus había sido llenado, y lo sería
ancho, aunque bajo de techo. De unos cuarenta metros ape- todavía más con el descubrimiento de otros grabados en las
nas de profundidad, prolongábase en una serie de vericuetos grutas de Isturitz y Tardets.
y pasillos bastante complicados. Como en todas las cavida- Naturalmente, Isabel, que se había convertido en espe-
des que visité en esta región, hice en ella una inspección mi- leólogo apasionado y prehistoriador convencido, quiso ver la
nuciosa de las paredes, a la búsqueda de grabados murales gruta de Alquerdi. Provista de un mapa de carreteras y de
que creía que podían existir. un croquis detallado que yo le había hecho para encontrar
Una opinión extendida por todas partes en aquel enton- la gruta y los grabados, partió una mañana de San Juan de
ces consideraba imposible la existencia por aquella parte de Luz con mi bicicleta de carreras, en tanto que yo, aquel día,
grutas decoradas, es decir, encerrando pinturas y grabados. hacía castillos de arena en la playa con Raúl y Maud.
Esta zona vacía se extendía desde las grutas de la región de La distancia de ida y vuelta no excedía de cincuenta ki-
Saint-Gaudens (Montespan, Cargas, Labastide) hasta las cé- lómetros y sabía que Isabel era una buena ciclista. Pero
lebres cavernas cantábricas de los alrededores de Santander empecé a preocuparme cuando al caer la tarde no había
y Bilbao (Altamira, Castillo y La Pasiega), o sea en una dis- vuelto aún. Un detalle me atormentaba. Yo le había explica-
tancia de doscientos kilómetros. do a mi mujer que en la gruta de Alquerdi, al fondo de un
Los prehistoriadores llamaban a esto el hiatus de los Pi- pequeño pasillo, existía un pozo subterráneo de dieciocho
rineos occidentales. Pero como yo había sido siempre bas- metros al que había descendido deslizándome a lo largo de
tante desconfiado en cuanto a las teorías doctrinarias de las raíces de un árbol, que provenía —de una forma muy
los sabios se refiere, siempre «sacro santas», estaba persua- curiosa— del techo y llegaba hasta el suelo del pozo.
dido de que podían encontrarse grabados y pinturas prehis- El pozo en cuestión estaba marcado en el croquis de la
tóricas en este famoso hiatus. Y la gruta de Alquerdi iba a gruta, y yo me temía que Isabel hubiera querido descender,
suministrarme la prueba de ello. y que le hubiera sido imposible volver a subir, o mejor (ya
Reptando por una grieta y alumbrándome con una bujía que estaba muy entrenada en la cuerda lisa) que la raíz se
(la lámpara de acetileno era demasiado fuerte para esta cla- hubiese roto y ella estuviera herida en el fondo...
se de investigaciones) paseaba la llama a ras de la pared, casi «Sólo sucede lo imprevisto», Napoleón dix.it (ya citado),
rozándola, y a fin de obtener la iluminación oblicua con la y la causa del retraso era en realidad mucho menos grave.
que es posible hacer resaltar los menores detalles. Isabel había salido de San Juan de Luz a las cinco de la
Y no fue sin emoción que, de pronto, adiviné bajo la lla- mañana, y había llegado a la frontera a las seis, en Dancha-
ma unos ínfimos trazos, casi invisibles, y un poco más lejos ria. Atravesó el puente-frontera sobre el Nivella y pasó ante
la cabeza de un animal grabada, apenas distinguible. La roca el carabinero de servicio que dormía sentado en su garita;
estaba bastante destruida en esta gruta. Al fondo de otra así que había entrado clandestinamente en España. Ello fue
llena de nombres y fechas de visitantes modernos, pude per- lo que causó contratiempos a su vuelta, al querer pasar la
cibir también, apenas visibles, casi en el último estado de frontera de nuevo. Sus explicaciones parecieron sospechosas,
vetustez, unas siluetas de animales: bovinos, cérvidos y ca- y agravadas por el hecho de que no llevaba documento al-
ballos. Hacía cinco años —desde Montespan— que no había guno de identidad, de que montaba una bicicleta de hombre
encontrado vestigios prehistóricos de este orden y experi- y que iba manchada de barro fresco sobre la falda, en pleno
menté una intensa emoción. mes de agosto, cuando reinaba una sequía persistente.
En realidad las pinturas de Alquerdi son poco sensacio- Para intentar recuperar el tiempo perdido cogió el tren
nales, pero existentes en definitiva. Los magdalenienses que hasta San Juan de Luz.
frecuentaban las grutas de lo que sería más tarde la Nava- A pesar de todo vino encantada de su excursión; había
rra española, dibujaban, pues, lo mismo que sus contem- visto los grabados y, ¡naturalmente!, había descendido al
poráneos de las grutas de los Pirineos centrales y los de los pozo.
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ESPELEÓLOGOS EN LA CIMA
DEL ANEXO
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¡Distinguir a simple vista una mosca o un mosquito a provistos de piolets emprendemos la ascensión de las pen-
tanta distancia, he aquí una cosa singular! dientes de la bóveda para llegar al pequeño resalte llamado
Además, vamos a tener la explicación de un hecho menos Espalda, en el que nos acoge un viento violento y glacial,
sorprendente pero que empieza ya a intrigarnos. ¿Qué es lo que arrastra tras de él extrañas nubes como desmadejadas.
qu^ hace Marcial, largo tiempo inmóvil y silencioso? ¿Por Sin la más mínima transición pasamos al frío tras el calor
qué ahora nos hace señas de apresurarnos hacia él? Vamos sofocante, ya que habiendo abandonado nuestras mochilas
a saberlo al alcanzarle; pero demasiado tarde para ver y en el desfiladero, no tenemos ahora nada con que cubrirnos.
admirar una banda de rebecos que han huido al acercarnos Estamos impacientes por ver la cima y el famoso Puente
nosotros, con la velocidad desconcertante común a estos de Mahoma, el único paso delicado de toda nuestra ascen-
antílopes. sión, al que los guías mencionan como vertiginoso y peli-
Con mucha menos gracia y rapidez, alcanzamos nosotros groso.
también la brecha por donde han desaparecido los rebecos, Es una cresta de treinta metros de largo, bastante estre-
y desde allí podemos finalmente divisar el Aneto, separado cha y dando al abismo; de aquí su nombre de Puente de
de nosotros por su glaciar, un vasto desierto inmaculado, de Mahoma, por analogía con el puente de filo de sable que todo
pendiente poco pronunciada y de aspecto benigno. musulmán debe atravesar para poder entrar en el paraíso.
Nos encontramos en el Portillón, paso que ha dado su Tenemos que estar llegando, porque la cima que escala-
nombre a la larga cresta Norte-Sur que separa los dos gran- mos se abomba y se estrecha. Alcanzado un resalte, nos
des glaciares del macizo. Más allá del Aneto divisamos el quedamos inmóviles y estupefactos. La cima está allí, muy
desfiladero y el pico Coronado, el pico de Enmedio, el desfi- cerca, pero no es ella la que nos tiene como hipnotizados,
ladero Maldito y el pico de la Maladeta. sino el inmenso panorama que se extiende hasta el infinito.
El itinerario parece muy simple: basta con atravesar el Tenemos la impresión de encontrarnos en un lugar descono-
glaciar en diagonal, dirigiéndonos hacia el desfiladero Coro- cido, de descubrir una cadena de montañas ignoradas. Pero
nado y de allí, escalando la Cúpula y la Espalda, llegar a la poco a poco vamos dando nombre a bastantes de las cimas
cima del Aneto. que acabamos de pasar, desde Ariége a Andorra, desde el
Pero si bien no existe ninguna duda en cuanto a la direc- macizo de Gavarnie al Balartu.
ción a seguir, surgen de pronto las complicaciones al inten-
tar llevarla a la práctica: la nieve blanda, el gran obstáculo Resulta difícil, y además sería enojosa la descripción de
de las ascensiones primaverales, en la que vamos a fatigar- un panorama semejante. Por otra parte, poco importan los
nos durante horas de marcha. nombres, las altitudes, la frontera; todo ello parece vano y
En esta larga prueba, en la que el reflejo cegador de pueril frente al esplendor extraño de esta cordillera nevada
la luz y el calor intenso nos martirizan en las ondulaciones vista desde su pico culminante y central.
del glaciar, sólo pensamos en una cosa: llegar cueste lo En el primer momento pensamos que sólo son pocos
que cueste al desfiladero Coronado. metros los que nos separan aún de la cima, en la que se ve
Habríamos preferido la marcha en un glaciar lleno de como un torreón de piedras amontonadas. Pero un rápido
oquedades, como se encuentra al fin del verano, a ésta, hun- examen del Puente de Mahoma nos descubre que éste resulta
diéndonos a cada paso en la nieve. infranqueable en esta estación del año: la estrecha arista
En el desfiladero Coronado, pues acabamos por llegar a de roca se encuentra desbordada por una franja de nieve
él, buscamos el estanque helado señalado en el plano. ¡ Tenía- que sobresale por cada lado en cornisas aéreas sobre el vacío.
mos la pretensión de bañarnos en sus aguas! Pero es preciso Es imposible aventurarse sobre este balcón aterrador que
aceptar que a aquella altitud, y en aquella época del año, no soportaría ni un rebeco; la ascensión terminará aquí para
sólo se puede encontrar el agua en estado de nieve y hielo. todos nosotros.
Dejamos nuestras mochilas y otra impedimenta allí, y Con resignación musulmana, muy en su lugar ante este
154 155
puente de Mahoma, uno de nosotros escribe sobre la nieve
con su piolet: mektoub...
Persuadidos por otra parte de que los cuatro metros de
altitud que nos faltan no pueden ya añadir nada a la gran-
deza del panorama, nos absorbemos de nuevo en el círculo
del horizonte, cuyo diámetro ha hecho exclamar al ingeniero
Duportal: «Esta cadena es magnífica; vemos de ella 400 kiló-
metros de extensión. Ahora bien, 400 kilómetros multipli-
cados por 100, son 40.000 kilómetros, es decir, la vuelta aal
mundo. Y así, allí, delante de los ojos, tenemos la centésima 19
parte de la circunferencia terrestre e imaginamos en un mo- LA GRUTA DEL LEÓN RUGIENTE
mento la grandeza del globo, de la misma manera que miran-
do un centímetro se puede imaginar la longitud de un metro».
Antes de dejar definitivamente el techo de los Pirineos, En la primavera de 1930 llegué un día en bicicleta al pe-
dirigimos nuestras miradas por última vez a la cima inac- queño pueblo de Labastide-de-Neste, situado al comienzo de
cesible para nosotros y al puente de Mahoma, en medio del la meseta de Lannemezan, a cuarenta kilómetros de Saint-
que divisamos, emergiendo de la nieve, una pequeña cruz de Gaudens.
Malta en hierro. ¿Han querido en la católica España cris- Este pueblo, situado de una manera muy curiosa en una
tianizar este lugar de nombre infiel, o han subido la cruz profunda hondonada, es atravesado por un riachuelo que
hasta aquí para que los que pasen puedan encomendarse más lejos llega a un pequeño valle desierto sin otra salida
a Dios al hacerlo? que un gran boquete, por el que penetra en una sala espa-
Sabríamos la respuesta dos días más tarde interrogando ciosa, al fondo de la cual el techo se une al suelo.
sobre esta cuestión a un pastor aragonés que encontramos Allí el riachuelo desaparece por una fisura muy estrecha
en el valle del Esera, a las puertas del Benasque. e inexplorada, y reaparece dos kilómetros más lejos, por el
Esta cruz conmemora la muerte de un alpinista alemán otro lado de la montaña, en Esparros, por un sitio impe-
y de su guía español, fulminados por un rayo en plena tor- netrable.
menta en esta siniestra arista. Hacía siete años que conocía la existencia de este riachue-
—Comprendo ahora este nombre de Maladeta —dijo uno lo y la irregularidad de su curso. Había sido un amigo de
de nosotros—. Con esta terrible soledad, con sus glaciares mi padre, el señor León Ducasse, procurador de la República
pérfidos, sus peligrosas cimas y sus temibles tormentas, me- en Toulouse, quien me había hablado de él al día siguiente
recen bien el nombre de Montes Malditos. de mi exploración de la caverna de Montespan.
—¡Oh, no es por eso! —respondió el pastor, demostrán- —En mi región —me dijo (él era de Labarthe-de-Neste,
donos que a veces puede uno diferir de opinión juzgando cerca de Labastide)— hay un río subterráneo, y si va usted
rectamente—. Son malditas porque no tienen hierba (1). allí encontrará quizá también vestigios prehistóricos, como
en Montespan.
Añadió además que en Labastide, como en Montespan, se
decía que los patos que habían atravesado la montaña si-
guiendo el curso subterráneo del río salieron de nuevo a la
luz «ciegos y sin plumas»...
Historia singular, pero que en realidad está bastante ex-
tendida en el folklore de las cavernas de todo el mundo.
(1) En español en el original. Así, pues, ¿a qué había venido yo hoy a Labastide si no
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era para ver con mis propios ojos lo que en este momento bocado en un pasillo de la gruta por el que puedo andar a
tenía delante de mí? El gran porche, la gran sala donde el gatas, luego medio agachado, y finalmente me encuentro de
riachuelo cae en cascada ruidosamente, y la siniestra aber- pie en una sala extensa y elevada. Doy la vuelta por ella;
tura por la que el río se introduce, torrentoso y frío en estos se prolonga por un pasadizo accidentado y tortuoso, por el
comienzos de abril. que me meto, entusiasmado por este golpe de teatro que me
Desde mi aventura de Montespan había tenido ocasión de ha conducido, de la rendija inundada y hostil, a una vasta
volver a explorar otros cursos subterráneos, a veces de agna caverna desconocida.
profunda, como el río Izaut, por el que había podido bogar Avanzo de prisa, febril. ¿No me apresuro demasiado? ¿El
en esquife. agua fría me ha indispuesto? De pronto me siento débil y
Aquí en Labastide no hay un sifón como en Montespan; fatigado; me zumban los oídos, y me duelen las sienes. No
se trata de un conducto bajo, por el que el agua desaparece me he desvanecido nunca en mi vida, pero tengo la impre-
rápida y ruidosa. sión que esto va a producirse ahora.
Lo primero que hice fue naturalmente desvestirme com- Me apoyo en la pared, me sobresalto y vuelvo rápida-
pletamente, esconder mis ropas a la entrada de la gruta y mente a la sala, donde me siento sobre una roca. La respi-
acercarme a la fisura para meterme por ella en el agua, de ración vuelve a su ritmo normal, la cefalea desaparece y em-
cabeza. Llevaba mi caja de cerillas cuidadosamente envuelta piezo a comprender lo que me ha sucedido.
en mi gorro de baño. En un recodo del pasillo por el que avanzaba confiada-
En este pasadizo inundado, por el que avanzo penosamen- mente, acababa de encontrar el enemigo más temible e insi-
te, tengo que ir sorteando las rocas que me salen al paso dioso de los espeleólogos: el gas carbónico... Fenómeno raro,
o que llegan al techo. Por otra parte, los bancos de barro y tanto más peligroso por lo poco frecuente, este gas existe
en que me hundo me inquietan; aunque en realidad me a veces bajo tierra, sin que se descubra o se sospeche por
facilitan la marcha, porque al hundirme me separo de la ser inodoro.
bóveda.
Lleno mis pulmones del aire vivificante y fresco de la sala,
Cuarenta metros de esta marcha acuática, en la que no y me acuerdo en este momento de un detalle que confirma
he dejado de arrastrarme en el agua, me llevan ante un sifón la presencia de gas carbónico en el vestíbulo: la llama de
impenetrable: el riachuelo se introduce en un agujero que
no permite más que el paso de la cabeza. El obstáculo es mi lámpara de acetileno, aquí normal, se había atenuado y
bastante más grave que en Montespan y también más decep- vuelto amarillenta en el momento que me sentí desvanecer.
cionante: es un sifón laminar. A ella también le faltaba oxígeno...
Tengo que dar media vuelta necesariamente, porque me- Dudando entre la curiosidad y el temor, quiero hacer otra
tido como estoy en el agua me encuentro temblando de frío. prueba. Lentamente, con precaución, adelanto algunos pasos
La marcha casi reptante, la crispación continua de los múscu- en el pasillo. En seguida experimento los síntomas, que mi
los, la baja temperatura y también una cierta aprensión, me lámpara acusa igualmente. La prueba es terminante y retro-
han cansado y dejado jadeante, y decido descansar unos ins- cedo rápidamente hasta la sala anterior.
tantes sobre un banco de arena, una minúscula playa, que veo Nunca las cavernas me habían opuesto un peligro de este
a mano derecha. tipo. Estaba acostumbrado a las dificultades, a grandes difi-
Me arrastro hasta allí procurando alejarme cuanto pueda cultades, a situaciones peligrosas, pero la revelación de este
del agua, donde estoy metido todavía. Y he aquí que de enemigo solapado y mortal, escondido tras un recodo de la
pronto ruedo por esta arena y me encuentro bajo una bóveda galería como el dragón de la leyenda, me impresiona y me
un poco más elevada que me permite incluso sentarme y desilusiona. ¿Es que las grutas tienen también su lado ma-
recobrar el aliento antes de emprender el regreso a la luz. léfico y mortal? Sí, sin duda alguna. Se sabe de cavidades en
Lo único que pretendía era sentarme allí, pero he desem- las que el gas carbónico existe permanentemente, en las re-
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giones volcánicas especialmente, y algunas de ellas no po- del gas carbónico en el que no dejaba de pensar— me llevó
drán ser jamás exploradas por esta razón. a las peores imprudencias de los comienzos de mi carrera.
Arrastrarme luego por el agua hasta la salida es como un La misma travesía del lago no estaba exenta de peligro, tan
baño purificador, y veo el cielo de nuevo con una alegría lejos bajo tierra. Pero alcancé el término de la caverna y
desacostumbrada; el cielo, el sol, el verde de los árboles, y me confirmé en la creencia de que era imposible atravesar la
las ramas en flor de un avellano bajo el gran porche. montaña hasta la resurgencia de Esparros.
Había tenido suerte, porque si la dosis de gas carbónico Todo esto lo hice un mes después de mi primer recono-
hubiera sido más elevada, como sucede generalmente, habría cimiento en el río subterráneo de Labastide. Este día me
caído allí mismo como fulminado por un rayo. encontraba en el gran porche al sol, y luego, sin volverme
Esto fue lo que me dijo Martel hacía poco tiempo. El a vestir, ya que persistía muy a gusto en mis métodos de
también había tenido algunos encuentros con el gas carbó- antaño, me dirigí hacia una segunda gruta muy cercana.
nico. Había descendido con una escala de cuerda a la sima Situada al fondo de una depresión, una especie de sima
de Creux-du-Spuci (Puy-de-Dóme) y no pudo acercarse a más hundida, el pórtico de esta nueva caverna mide doce metros
de cuatro metros de la superficie del lago subterráneo en de ancho y se abre a un segundo abismo interior, que hay
el que flotaba su bote (previamente descendido). Una capa que rodear siguiendo una cornisa natural. Al llegar a este
de gas carbónico se extendía sobre el agua. sitio emprendo mi segunda exploración del día.
Por inexperiencia o por obstinación, Martel intentó sopor- Pero es aquí donde empieza mi buena suerte. La mecha
tar el gas tóxico y avanzar uno o dos metros, para poder de mi lámpara, que ha recibido un golpe a la salida del
ver los límites del lago. No consiguió sino experimentar río subterráneo, no me proporciona más que una luz muy
toda la serie de síntomas habituales en una circunstancia débil y reducida. Siempre con el mismo optimismo, o diga-
parecida: sofocación progresiva, aturdimiento. Al mismo mos mejor, demasiado imprudentemente, no he cogido me-
tiempo observaba con angustia la extinción de su lámpara. chas de recambio y tengo que contentarme con esta ilumi-
Tuvo que ser ascendido en un estado lastimoso y hubo que nación, tan deficiente que lamento no tener una bujía.
proceder a cuidados especiales para que volviera en sí.
En 1903, en su expedición al Caucase, tuvo ocasión de A pesar de estas circunstancias, me veo en una sala de
visitar, en el litoral del Mar Negro, la curiosa caverna de vastas proporciones y la resonancia deja adivinar una galería
Matsesta, de la que sale una fuente termal. Llegado al fondo majestuosa, que desgraciadamente no llego a discernir. Ello
de ella, se agachó al nivel del suelo y cayó desvanecido por me obliga a seguir paso a paso las paredes de mi derecha.
efecto de los gases. Sus compañeros le socorrieron, le trans- De esta manera me aseguro de no perderme en ciertas bifur-
portaron al exterior y pudieron reanimarle. caciones o ensanchamientos.
Un mes más tarde estaba yo de nuevo en Labastide, y No veo prácticamente nada de la caverna, pero sigo avan-
tomando el mismo camino de la vez anterior llegué hasta zando en profundidad siguiendo un recorrido muy vario y
el pasillo en que el gas carbónico me había detenido. Sabía accidentado. He ascendido ya por una pendiente terrosa, he
que este gas vagabundo podía cambiar de lugar y a veces pasado unos bloques, y escalado varios resaltes. He atrave-
desaparecer, y quería probar suerte. sado incluso unos veinte metros de una especie de cenagal,
Mi tenacidad fue esta vez recompensada: no existía la chapoteando y hundiéndome en un barro muy húmedo que
más mínima huella de anhídrido carbónico y pude explorar anuncia algún lago.
la gruta durante un kilómetro, hasta una vasta sala en la Pero no encuentro ninguna capa de agua, y llego a una
que encontré de nuevo el riachuelo subterráneo y un lago pequeña sala en donde el suelo es de nuevo seco y duro,
profundo que atravesé a nado (con la vela fija en la frente que me parece ser el término de la gruta, o por lo menos
con una goma elástica) hasta un sifón que me hizo detener. de una rama de la gruta. Aquí el techo, a la altura de un
Esta exploración solitaria —emocionante por el espectro hombre, es prácticamente horizontal. En cuanto al suelo,
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arcilloso, igualmente horizontal, parece haber sido nivelado, apenas de los limbos de aquel estado para siempre miste-
como apisonado. rioso de la humanidad primitiva; este hombre se ha puesto
En este lugar experimento la impresión de conocerlo ya, a dibujar.
de algo visto; una vaga reminiscencia que de pronto se .pre- De un solo trazo, sin «repeticiones», sin el menor retoque
cisa y me hace evocar la Sala del Oso de Montespan, también posible, de una sola vez ha grabado la cabeza del león.
pisada, hollada por los pies de los hombres prehistóricos. A pesar de la iluminación insignificante, a pesar de la
La comparación me lleva instintivamente a escrutar las posición incómoda, de la rugosidad de la roca, de la tosque-
parcelas, lo que he hecho ya en diferentes ocasiones a lo dad de su útil de piedra, este gran artista ha reproducido
largo de mi recorrido, ya que bajo tierra me encuentro con- sin modelo, de memoria, el león furioso. ¿Qué artista mo-
tinuamente en comunión de pensamiento con los tiempos derno aceptaría el reto de intentar la misma experiencia y
desaparecidos de la época prehistórica. osaría hacerlo?
Pero hoy mi linterna no puede darme más que una ilu- Personalmente, hombre del siglo XX, con todo lo que esto
minación detestable, que debía haberme obligado hace rato representa de civilización, cultura, evolución acumulada du-
a dar media vuelta y retroceder, como simple medida de rante más de doscientos siglos, sé positivamente que no llego
prudencia. ¿Pero es posible detenerse en el umbral de una ni con mucho a la altura de este hombre de las cavernas, del
caverna desconocida? cazador de leones de Labastide.
Rozo, pues, la roca con mi llama vacilante y humosa en Si quisiera dibujar de memoria un león, sé muy bien que
un lugar donde el techo bajo me obliga a agacharme. Y en no lo lograría en absoluto, que mi león no rugiría y que
este momento siento ese choque especial tan conocido, y haría sonreír en cambio.
sin embargo, verdaderamente indescriptible. Si la exploración de las cavernas —sobre todo solitaria-
He visto, como en una iluminación interior, un trazo fuer- mente— debería incitar a la modestia y a la humildad, te-
te, luego otros, y luego el conjunto, ¡y estupefacto contem- niendo en cuenta la debilidad del hombre frente a estos mun-
plo, admirablemente conseguida, una cabeza de león! dos subterráneos, de la misma manera el hombre moderno
De tamaño natural y trazada de completo perfil, esta obra debería tener conciencia de que en ciertos aspectos nuestros
maestra magdaleniense representa, con un arte consumado remotos antepasados —que nosotros calificamos de «hom-
y una habilidad asombrosa, un león de las cavernas rugiendo. bres de las cavernas» con un término que tiene en sí algo
Con las fauces abiertas, los caninos amenazantes y sobresa- de peyorativo— fueron quizá superiores a nosotros.
lientes y el morro levantado, la bestia ruge en el fondo de Me levanto, llego con mi llama hasta otro lugar del techo
la gruta de Labastide. y de pronto veo surgir otros dibujos, otros animales, por
Ruge desde hace veinte mil años, desde aquel día en que doquier. Con una iluminación inverosímil, en circunstancias
a la luz de su antorcha de grasa —humeante como mi lám- memorables acabo de descubrir una nueva gruta prehistó-
para—, un cazador primitivo vino a arrodillarse en este lu- rica: Montespan, Alquerdi, Labastide...
gar, donde estoy yo ahora mismo arrodillado. Aquí ha dejado Descubriría otras más tarde, siempre con la misma emo-
sus rodillas sobre el barro, y es aquí donde yo me uno a él ción y la misma admiración por los autores de estos frescos
por mi presencia y por lo imperecedero del espíritu que le que hicieron de lo que un día sería Francia, la cuna del Arte.
perpetúa... Por hoy, ante la profusión de dibujos que adivino, refreno
Aquel hombre, a ciencia cierta peludo, barbudo e hirsuto, mi impaciencia y me vuelvo atrás, pues tengo prisa por ir
vestido con una grosera piel de animal, casi desnudo y des- a dar la buena nueva a Isabel, a quien sus deberes de madre
calzo —como lo estoy yo también— ha tomado un sílex pun- de familia retienen frecuentemente en casa. Sé cuál será su
tiagudo, y en el gran silencio de la caverna se ha quedado alegría al poder descubrir a su vez nuevos grabados. Volve-
reflexionando. El, que quizá no tenía ni siquiera un lenguaje remos juntos para hacer el inventario y proseguir la explo-
articulado, y cuyo espíritu aún obtuso, embrumado, salía ración de la caverna.
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Aquel día, rico en incidentes, iba a reservarme aún una La revelación de que éramos turistas y queríamos visitar
nueva sorpresa inesperada. Cuando me disponía a salir de la la gruta desencadenó toda clase de comentarios, en general
gruta y dirigirme, para vestirme, hacia donde había dejado bastante desaprobatorios, y una avalancha de recomenda-
mis ropas, vi un rebaño de corderos que había invadido el ciones de prudencia, que nos hicieron saber que la caverna
pequeño valle, desierto cuando llegué a él. —la Spugo, como ellos la llamaban en patuá— tenía muy
Pero no fueron exactamente los corderos los que llamaron mala reputación y despertaba serios temores.
mi atención, sino el hecho de que divisé, apoyada en un árbol, No dejaron de hacernos la típica pregunta, de una in-
a una joven pastora haciendo calceta en las proximidades genuidad desconcertante, siempre la misma: «¿Ya tienen
del lugar donde estaban escondidas mis ropas. ustedes luz?»
Yo me encontraba de una forma que los mismos hombres Para cortar tanta solicitud, tan agradable por otra parte
de las cavernas hubieran juzgado impresentable. Tenía el —aquellas gentes eran encantadoras—, les preguntamos si
cuerpo lleno de barro y de arañazos. No podía decentemente podíamos dejar el coche en la plaza, lo que constituía en
mostrarme así, y tuve que esperar hasta el crepúsculo, hasta realidad una pregunta superflua. Todo el mundo nos ase-
que la pastora se llevó sus blancos corderos con ella. guró que lo podríamos dejar en Labastide, que no moles-
La extraña situación, al fondo de una cubeta, aparte de taría en absoluto, ya que muy de tarde en tarde aparecían
todo itinerario normal, hacía del pueblo de Labastide un autos por allí.
verdadero agujero nunca visitado; y el camino de carro que Con la mochila a la espalda y la linterna en la mano, sa-
en aquella época daba acceso a él estaba en muy malas con- limos del pueblo acompañados de innumerables recomen-
diciones. Ninguno de sus habitantes poseía un coche, y sólo daciones, de entre las cuales la más repetida era: «Sobre
muy de vez en cuando se acercaba por allí alguna que otra todo no se hagan daño», lo que nos confirmó una vez más
camioneta de buhoneros. que decididamente la gente no sentía gran simpatía por su
Yo tenía desde hacía poco un auto, y en él volvimos mi gruta.
mujer y yo días más tarde. Lo detuvimos en el ensancha- Mientras nos vestimos con nuestras ropas especiales, voy
miento de una de las calles que sirve de plaza al pueblo. explicando y comentando la disposición del lugar. Echamos
Algunas mujeres aparecieron en las puertas, y otras avan- una ojeada al riachuelo, ponemos agua en nuestras lámparas
zaron algunos pasos hacia el auto, a donde las había prece- de carburo y nos dirigimos hacia la gruta superior, que ya
dido un grupo de chiquillos. Si nos hubiera hecho falta llamamos la Gruta del León Rugiente.
alguna información habríamos sido complacidos inmediata- Llevamos en nuestras mochilas carburo de recambio, bu-
mente por toda aquella gente que no parecía sino desear jías, un rollo de papel para calcar los dibujos, y como éstos
entablar conversación. son muy delicados y minuciosos y quizá pasemos todo el día
Una de las mujeres, más decidida que las otras, se acercó bajo tierra, nos llevamos también algunos bocadillos. En
para mirarnos a nosotros y al interior del coche. El examen resumen, va a tratarse hoy de una sesión metódica, contras-
no la satisfizo evidentemente, y se volvió a nosotros para tando con la desbaratada sesión precedente.
preguntarnos: A Isabel le agrada mucho la gruta, que encuentra majes-
—¿Qué venden ustedes? tuosa, interesante y llena de rincones misteriosos por los que
—Nosotros no vendemos nada. se quedaría a gusto buscando grabados murales. Yo mismo,
—¡Ah! ¿Entonces, qué vienen a hacer aquí? puedo decir que estoy «descubriendo» esta gruta, porque la
—Venimos a visitar la gruta. había recorrido a ciegas, casi a tientas. Iba de sorpresa en
Las campesinas se quedaron tan asombradas como lo sorpresa al atravesar decorados que no había siquiera sos-
habíamos estado nosotros ante la pregunta inicial. Un auto pechado.
que llegaba a Labastide no podía significar otra cosa que un Espero que podré reconocer y encontrar la sala del león
buhonero traficante. rugiente. Sí, seguro. En este momento pasamos al pie de un?
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enorme roca caída de la bóveda y que obstruye en parte la Pero lo que sobre todo llama la atención y recuerda la gruta
galería. Este bloque presenta una gran superficie lisa, que de los Tres Hermanos son dos figuras humanas. Una, en el
toco con la mano al pasar. centro de la escena de los caballos, representa una cabeza
—Los magdalenienses tenían ideas bien extrañas —digo—. vista de frente, cuyas características hacen creer que no se
Dejaron paredes magníficas como ésta, y fueron a dibujar trata de un rostro humano, sino de una máscara ritual, de
arrodillados o echados de espaldas en los sitios más incómoí una máscara de hechicero, como las que existen aún hoy en
dos que podían encontrar, en las superficies rugosas y acci- día en muchos pueblos salvajes.
dentadas. En efecto, la cara, completamente redonda, tiene unos
Todo ello se refiere naturalmente al arte primitivo que ojos redondos igualmente, formados con dos círculos con-
ahora vamos a descifrar y a calcar. Unos metros antes de céntricos, profundamente grabados. A manera de nariz tiene
llegar a la sala del león, veo una galería principal que sigue un hocico de ventanas muy dilatadas. La boca no es más
por un pasadizo abrupto insospechado. Habrá que explorar, que un corte abierto, sin labios, como la de una burda care-
pues, en esta dirección. ta. El conjunto se completa con una barba puntiaguda, que
Entramos en este momento en la sala del león, pero no sería imposible distinguir si es de hombre, o si es una barba
digo nada y dejo a Isabel marchar en cabeza. Atraviesa la de bisonte como la del hechicero de la Gruta de Tres Her-
sala en cuestión, llega al fondo y al ver que no tiene salida manos.
se vuelve hacia mí. Pero yo estoy muy ocupado atándome el Al lado hay otro grabado, finamente cincelado éste, difí-
cordón de mi zapato. cil de descifrar, en el que adivinamos a un hombre desnudo
—Esta sala no tiene salida... —empieza. Luego, de pron- y enmascarado, con el cuerpo echado hacia adelante, las
to, comprende—. ¡Pero es la sala del león! piernas dobladas y los brazos extendidos horizontalmente:
Y rápidamente acerca la lámpara a las paredes y empieza la actitud llamada de la «danza negra», la misma observada
a buscar los trazos. Yo la detengo. en el hechicero de la Gruta de Tres Hermanos.
—Ven a ver el león primero.
A algunos días de intervalo veo de nuevo la obra maes- El inventario y calco de todos estos dibujos fue un tra-
tra, contento de poder enseñársela a Isabel, que la admira a bajo de horas, minucioso y cansado, consistente en sostener
su vez. uno de nosotros el papel, aplicado contra la roca, mientras
—Creo que eres la primera mujer que ve este león. que el otro sigue con el lápiz las líneas de las figuras.
—Después de las magdalenienses, de todos modos —com- Efectivamente, esta operación, efectuada medio agacha-
pletó ella. dos, echados hacia atrás o curvados hacia adelante, agazapa-
—No, porque en las religiones primitivas las mujeres no dos o de rodillas según la altura del techo, nos destrozó los
eran admitidas en las sesiones de magia y no podían asistir brazos, las piernas y los ríñones.
ni ver estos tabús, bajo pena de muerte. Todo ello redundaba en un acrecentamiento de nuestra
Dejamos nuestras mochilas en el suelo y procedemos al admiración por aquellos artistas primitivos, quienes no te-
inventario de los dibujos: una verdadera «víspera de aper- nían el simple trabajo de calcar, sino que debieron conce-
tura» de este Salón prehistórico. bir, trazar y cincelar tantos dibujos sobre aquella roca tan
Una serie de siluetas de animales, generalmente de gran accidentada, y lo más asombroso, de memoria.
talla; particularmente un largo friso de caballos de un metro Nos tomamos un pequeño descanso que aprovechamos
cincuenta a dos metros cada uno... Todos estos dibujos se para almorzar, sentados en el suelo y sirviéndonos de los
encuentran tanto en las paredes como en el techo, a menudo dedos como los hombres prehistóricos.
en confusión, superpuestos, según una técnica y probable- Finalmente, guardando nuestras hojas de papel y reco-
mente un rito fijados de antemano. giendo nuestras mochilas, dejamos aquella sala llena de his-
En medio de los caballos vemos algunos renos y bisontes. toria y nos hundimos en la parte desconocida de la caverna.
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Para ganar tiempo nos repartimos el trabajo: cada uno nos quedamos sorprendidos y confusos ante el trabajo que
seguirá una pared diferente, escrutándola atentamente. representa, como del arte con que ha sido tratado.
—Sobre todo sin precipitación —digo yo—. Hay que ob- Este gran caballo tiene un elegante y curvado cuello aca-
servar bien. bado en una espesa crin en cepillo, pintada en negro. El
Y partimos. Escojo una pared bastante mala, muy acci- resto del cuerpo está grabado con sílex y coloreado con pla-
dentada y destruida. Subo incluso a un pequeño talud de cas ocres y sanguinas que subrayan los relieves y los tintes
arcilla, en el que no existe prácticamente pared alguna, pero del pelaje.
es el techo lo que me interesa en él. Desciendo echando una El padre Breuil, a quien tuvimos el placer de acompañar
mirada de envidia a la pared opuesta, a lo largo de la cual a la gruta aquel mismo año, declaró que era uno de los ca-
Isabel desfila como ante una vitrina. Pero a pesar de todo ballos más bellos de todo el arte prehistórico.
reina el silencio y se prolonga, sin que se señale nada nuevo. En las inmediaciones, cerca de esta gruta, encontramos
Las paredes se aproximan, parece casi que van a unirse a aún algunas otras pinturas murales.
algunos metros delante de nosotros. ¿Será éste el fin de la Saciados ahora de descubrimientos, y bastante cansados,
gruta? Pero no, llegamos a un lugar en que el pasillo libre nos apresuramos hacia la salida, cuando oímos un grito pro-
no tiene más que cincuenta centímetros de ancho. Nos ha- cedente de esa dirección.
cemos reverencias como a la puerta de un gran salón. La llamada fue repetida varias veces y nosotros contes-
El pasillo se ensancha de nuevo y continúa. Nosotros tamos a ella.
también continuamos nuestra exploración-invesligación. De Se trataba de un hombre de Labastide, un cazador, con
pronto, Isabel ha descubierto algo: su escopeta y su perro, que nos esperaba hacía rato bajo
—Un dibujo. ¡Es un pájaro! Sí, se diría que es un pá- el porche, en la noche negra.
jaro! Había sido enviado por las gentes del pueblo, inquietas
En efecto, es un pájaro: una avutarda, animal raramente de que no volviéramos. Nuestro auto había quedado aban-
representado en el repertorio del Arte prehistórico. donado durante todo este tiempo en la plaza.
Partimos de nuevo y llegamos al final de la gruta, una gran El cazador había venido hasta la entrada de la gruta,
sala caótica, sin que hayamos encontrado otros grabados, pero como no tenía otro medio de iluminación que su encen-
pero habiendo hecho un hallazgo curioso. Sobre un ancho dedor, no había querido aventurarse en el interior y nos
banco terroso, elevado sobre el nivel del suelo de la gruta, había esperado pacientemente fuera, en la entrada.
encontramos los restos de un hogar rodeado de grandes pie- La noche había cerrado ya hacía rato, pero nuestra fiebre
dras que han servido de asientos. Alrededor del hogar re- de descubrimientos y de evocaciones prehistóricas nos ha-
cogemos osamentas de animales diversos,.sílex tallados y bía hundido en las profundidades de la caverna como en la
placas calcáreas adornadas de finos dibujos de bisontes y noche de los tiempos. Habíamos vivido allí horas inolvi-
de caballos. dables.
La vuelta a la luz se efectúa rápidamente, hasta un lugar
en el que todo e' interés de este día se redondea con un úl-
timo descubrimiento.
Pasamos de nuevo al pie de la gran roca, donde por la
mañana había deplorado que no existieran dibujos, y vuelvo
a mirarla, esta vez con un ligero retroceso. Entonces me doy
cuenta de que era imposible ver de cerca: i un gran caballo
rojo de más de dos metros de largo!
Esta pintura, situada bastante alta en la pared, no ha
podido ser hecha más que con unos rústicos andamiajes, y
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LA VERDADERA FUENTE DEL CARONA
13-TOA
red, como un cazamariposas de gran tamaño, en tela, cea Cada animal figuraba así en los registros desde aquel
mango muy largo. momento. Junto a estas columnas quedaban previstas otras
Desde el primer momento comprobé que había sido una .para anotar la fecha eventual, el lugar y las circunstancias
buena idea, pues me bastó arañar concienzudamente en el del reintegro, lo que constituía el interés final del mareaje.
lugar donde la colonia estaba pegada al techo, y tuve en un Como los murciélagos, que yo sepa, no están reivindica-
momento mi bolsa llena de animalitos hasta los topes. dos por nadie, ni siquiera por los propietarios de las grutas
Al volver a la luz, me instalé en el porche y empecé a donde habitan, comencé a pensar que cada vez que captu-
hacer el inventario de mi botín: doscientos veinticinco mur- raba uno, le ponía el anillo y lo registraba, se convertía en
ciélagos de la especie murina (myotis myotis), el de mayor cierto modo en una especie de propiedad mía.
tamaño de nuestro país (de 0'40 metros a 0'42 metros de Esto, en el momento actual, me haría opulento propieta-
envergadura). rio de más de doce mil murciélagos, ya que tal es el número
Afortunadamente estos murciélagos estaban en un es- de quirópteros que he podido señalar con un anillo has-
tado de sopor casi como de sueño invernal. Ello me permitió ta hoy.
manipularlos (sólo se agitaban y se debatían débilmente) ¿Fue esta divertida y bastante discutible reivindicación
y ponerles el anillo a un centenar. la que me llevó a «mis» murciélagos? No lo creo. Pero he
Todo ello me tomó un tiempo bastante considerable, ya aquí que de repente tomé un gran interés por aquellas tími-
que ni tenía la experiencia ni la práctica de esta operación, das criaturas infamadas y calumniadas universalmente.
consistente en colocar un anillito minúsculo de aluminio, no Debo añadir, además, que mi mujer compartió rápida-
en la pata, sino en el ala del animal. mente esta inclinación, en realidad un poco rara. Muy pron-
Cada anillo llevaba grabado con caracteres muy finos, casi to se convirtió en hábil colocadora de anillos, y soltaba en
imperceptibles, las palabras «Museo París», seguidas de una seguida a sus cautivos de un instante con una pequeña ca-
letra de serie y un número de matrícula. ricia entre las orejas.
De esta primera sesión no guardé otro recuerdo que el Hasta entonces sólo había considerado con indiferencia
de una operación fastidiosa, un tanto repugnante y bastante estos huéspedes subterráneos. Todo lo más que sabía era,
desagradable, ya que a medida que los murciélagos iban des- por haberlo visto distraídamente, que los murciélagos pa-
pertando de su sopor, iban siendo más difíciles de manejar, recen tener ciertas grutas de su predilección.
se tornaban agresivos y me daban numerosas mordeduras. También había sido testigo en más de una ocasión de su
Al acabar no tuve necesidad de reintegrar mi recolección increíble habilidad, cuando alguna vez pasaban junto a mí
al interior de la gruta, como había previsto. Casi todos ellos y me rozaban, volando por los pasillos demasiado estrechos.
habían despertado lo suficiente como para volver volando a También había cogido alguno al azar, de las paredes,
su bóveda tutelar. cuando se encontraban sumidos en su profundo letargo in-
Así, pues, aquel día marqué un centenar de murciélagos vernal y había observado cuidadosamente sus alas membra-
sin entusiasmo alguno y, confesémoslo, sin espíritu de con- nosas, su pelambre suave y espeso, su «horrible cara» arru-
tinuación. Menos aún cuando, de vuelta a casa, tuve que pro- gada en una mueca.
ceder al resgistro escrito consecutivo de mi operación. En Pero he aquí que desde el día en que les coloqué el
efecto, al confiarme los anillos, el profesor Bourdelle me ha- primer anillo en la gruta de Tignahustes, y tras haberlos
bía hecho entrega de innumerables hojas impresas, ya que registrado, empecé a considerarlos con un interés que fue
convenía que cada uno de los animales con anillo fuera creciendo a medida que la observación y el estudio de sus
inscrito en triple ejemplar. En estas fichas debía anotarse costumbres y de su comportamiento me revelaron cosas
cuidosamente: la fecha y el lugar de la imposición de-los pe- realmente sorprendentes.
queños anillos, la especie, el sexo y la edad (joven, adulto, No es que crea que cuando Renán escribió que «para un
viejo) de cada uno de aquellos murciélagos. espíritu realmente filosófico, todo es igualmente digno de ser
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conocido», estaba pensando en los murciélagos, pero es in- Y he aquí cómo ocurrieron las cosas cuando fui por vez
negable que desde el día en que yo empecé a pensar en ellos primera a instalarme bajo el porche de arco rebajado, muy
fui conquistado, me apasioné por todo lo que me revelaron, favorable a la clase de observaciones que yo deseaba rea-
tan curioso y «digno de ser conocido». lizar.
Y la gruta de Tignahustes me ofrecía un campo de obser- A partir de la puesta del sol, es decir, a las ocho de la
vación ideal. tarde (era en el mes de mayo), me encontraba en mi puesto,
Estaba situada a unos veinte kilómetros y podía ir fácil- inmóvil y silencioso, sin luz alguna, para no molestar o fal-
mente hasta ella en bicicleta (mi género de locomoción pre- sear el comportamiento de los murciélagos.
ferido). Se hallaba lo suficientemente retirada, escondida en Mientras esperaba en el silencio y en la penumbra, que
el flanco de una montaña abrupta y boscosa, para que fuera me rodeaban a medida que la luz del crepúsculo disminuía,
prácticamente desconocida y, al no ofrecer ningún atractivo estaba pensando en la colonia a punto de despertar de su
especial, no era visitada por nadie. Estaba, pues, seguro de sueño diurno, presta ya a franquear el porche en un vuelo
encontrar allí una perfecta calma para las observaciones que conjunto, como una bandada de gorriones, que es lo que
me proponía efectuar en ella durante el período de tiempo podría esperarse de animales tan acostumbrados a vivir en
de un año. comunidad como los murciélagos.
No tardé en proceder a nuevas capturas y nuevas coloca- Sin embargo, sólo una hora después de la desaparición del
ciones de anillos, que me revelaron en primer lugar algo sol en el horizonte, o sea, hacia las nueve empecé a oir el
bastante singular, a saber, que aquella colonia de cerca de zumbido característico de uno o dos quirópteros (zumbido
un millar de murciélagos estaba compuesta exclusivamente que se produce cuando el animal frena enérgicamente, con
de hembras. grandes aleteos, para dar media vuelta). Uno o dos murcié-
Pronto me cansé de ir a encontrar este animal dormido lagos volaban ya en la primera sala y los oí acercarse y ale-
en el techo. Se me ocurrió que, siendo los murciélagos ani- jarse. De repente franquearon la puerta, pasando a algunos
males nocturnos, mis observaciones debían ser hechas igual- centímetros por encima de mi cara, para desaparecer inme-
mente por la noche para obtener mejor información. diatamente en el cielo oscuro.
En efecto, en el período de noviembre a abril los quiróp- Transcurrieron algunos minutos, luego siete u ocho mur-
teros pasan el invierno aletargados, inmóviles en las grutas, ciélagos salieron, esta vez en vuelo rápido y directo. El ritmo
pero continúan durmiendo en ellas durante todo el día cuan- de salidas se aceleró ahora hasta convertirse casi en un fluir
do viene el buen tiempo. Al llegar la noche se animan y salen ininterrumpido.
al exterior para cazar insectos, que tragan en pleno vuelo, Pero esta afluencia no duró mucho tiempo y fue decre-
como verdaderas golondrinas nocturnas. ciendo poco a poco.
No tenía la menor idea sobre la hora a que los murciéla- Otra vez me era posible diferenciar el paso de cada uno
gos salían de sus cavernas para cazar. Pero mis observacio- de ellos y contar los que iban saliendo. El ritmo disminuyó
nes reiteradas me la dieron a conocer: emprenden el vuelo considerablemente. Aún algunas salidas aisladas, y anoté que
una hora antes de ponerse el sol. Este vuelo me reveló tam- el último murciélago había pasado a las diez y quince mi-
bién otras particularidades inexplicables o, mejor dicho, nutos.
inexplicadas. La originalidad de este modo de emprender el vuelo, cre-
Digamos en primer lugar que la gruta de Tignahustes se ciente al principio y decreciente después, me intrigó y me
compone de dos salas que comunican entre ellas por un pa- determinó a renovar mis observaciones en el curso de otras
sillo bajo y estrecho y que la colonia de murciélagos solía noches parecidas, consagradas a los murciélagos misterio-
estar en el fondo de la segunda sala, o sea, a sesenta metros sos de Tignahustes.
de la entrada aproximadamente; esta segunda sala se en- Las anotaciones que iba haciendo con papel y lápiz en
cuentra sumida en oscuridad completa. la mano y el reloj luminoso en la muñeca, resultaron con-
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cordantes e instructivas. Pude asegurarme, y lo afirmo ahora, sidad de salir a averiguar el tiempo que hacía en el exterior
que el inicio del vuelo duraba siempre más de una hora (lo para adoptar su línea de conducta. Seguramente un instinto,
que significa bastante para un contingente de solamente un una influencia misteriosa, les informaba de ello sin tener
millar de murciélagos). que moverse de la segunda sala donde se encontraban.
Siempre, al principio, el vuelo es creciente y luego decre- En Tignahustes se podría objetar que el hecho de que
ciente; comienza a compás de un murciélago por minuto, sólo fueran sesenta metros apenas los que les separaban del
para alcanzar la cifra máxima de cincuenta por minuto y exterior resolvía esta incógnita, ya que los animales podían
acabar con un retrasado en el último minuto. percibir las influencias exteriores. Pero he observado que en
Las cifras exactas que anoté en varias ocasiones (de las algunas cavernas, en las que los murciélagos viven muy hacia
que no haremos uso aquí), daban en el papel una «curva de el interior, a veces incluso a algunos kilómetros, estos cu-
campana» llamada «curva de Gauss» que interesó a varios riosos animales están perfectamente informados sobre las
meteorologistas. Pero la razón y el mecanismo del fenómeno condiciones atmosféricas exteriores y no se mueven de allí
no han podido ser hasta ahora explicados. si la noche no es favorable a sus evoluciones aéreas y al
Tras las observaciones de la salida de los animales había resultado de su caza.
que vigilar la hora de llegada, de vuelta a la caverna, y la
duración de esta entrada. Un día, en una mañana de sol, entré en el interior de la
Pero aquí las observaciones revelaron una anarquía com- inmensa gruta de Aldena (Aude) con mi amigo el padre
pleta o, por lo menos, variaciones tan grandes que me fue Cathala y estuvimos circulando durante un tiempo por los
imposible codificarlas. De la comparación entre mis diferen- pasillos inferiores.
tes anotaciones parece deducirse que los primeros murcié- En el camino de retorno, a media noche, me fijé en una
lagos empiezan a entrar a medianoche y los últimos al apun- bóveda elevada poblada de una colonia de murciélagos que
tar el día. ya había visto por la mañana. Estaba por completo silen-
Algunas noches, sin embargo, el retorno se efectuaba de ciosa, lo que me permitió sacar una sencilla deducción:
una manera más agrupada y más rápida: entre las once y la —Vamos a mojarnos a la salida —dije—. Está lloviendo.
una de la madrugada, por ejemplo. —Me extrañaría —me respondió mi acompañante—. Ha-
Pero todas estas irregularidades aparentes resultaban más cía un tiempo magnífico esta mañana.
fáciles de interpretar que las misteriosas tomas de vuelo —Sí, pero ahora está lloviendo.
«en campana». —No será usted brujo, ¿verdad?
Cuando la noche está en calma y el aire es dulce, los in- —No, pero sé positivamente que está lloviendo —insis-
sectos nocturnos abundan y los murciélagos encuentran de tí yo.
qué alimentarse rápidamente y en abundancia; de aquí que Veinte minutos más tarde, al llegar bajo el porche de la
se efectuara un vuelo corto y un retorno rápido a la gruta. salida, dudamos en aventurarnos al exterior para ir a buscar
Pero si la noche es fría, con viento y algo lluviosa, los in- nuestro auto, aparcado a unos quince minutos de marcha,
sectos no vuelan o lo hacen muy poco, y los murciélagos de- porque estaba lloviendo a cántaros.
ben quedarse cazando durante más tiempo, la noche entera, El padre Cathala no pudo sino comentar la exactitud de
casi hasta el alba, y de aquí su retorno tarde a la caverna. mi pronóstico y quedó asombrado cuando le revelé el se-
Cuando en la primavera me quedé observando durante creto.
una o varias noches verdaderamente frías o en un período Prosiguiendo con mis observaciones en la gruta de Tig-
de lluvia continuado, pude comprobar que los murciélagos nahustes, no me quedé poco sorprendido al descubrir que
no salían de la caverna al oscurecer. Ayunaban mientras entre el uno y el tres de junio, las mil y pico de hembras
duraba el mal tiempo. parieron cada una un hijo (muy excepcionalmente dos). Des-
Tuve ocasión igualmente de observar que no tenían nece- de su nacimiento, estos pequeños, desnudos y ciegos, se pe-
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gan a su madre con ayuda de sus pequeñas garras, con la el extremo de ocuparse de cualquiera de las crías, sea cual
boca en la mama, durante un mes aproximadamente. ¡rn sea. Nada más alejado de la realidad.
A lo largo de este mes, la madre y la cría no constituyen Por extraordinario que pueda parecer sabemos positiva-
más que una sola cosa, lo que es ya de por sí sorprendente mente que nuestro millar de murciélagos hembras volvían,
durante el día, pero lo es aún más durante la noche. en la gruta, cada uno junto a su pequeño correspondiente
En efecto, todo el mes de junio pude asistir al vuelo de y en una confusión tan grande como pueda imaginarse, en la
los murciélagos, cada uno volando y cazando en los campos oscuridad, sabían encontrar cada una el suyo, como la oveja
dormidos y llevando su cría pegada a ellos. y el cordero en el rebaño.
El crecimiento de los animalitos es bastante rápido y ha- Basándonos en esta comprobación, hemos hecho frecuen-
cia el final del mes de junio las madres no pueden soportar temente la prueba de separar un joven murciélago de su
por más tiempo el peso de la cría durante el vuelo nocturno. madre e intentar que sea aceptado por otra, pero todas nues-
Una noche tuve ocasión de asistir a una escena extraordina- tras tentativas de intervención y de sustitución de crías han
ria, realmente única. fracasado. La madre muerde y rechaza al intruso y no acep-
Todo parecía estrictamente reglamentado en la conducta ta más que el suyo propio.
de los murciélagos hembras (incluyendo el parto, que se Todas estas maravillas me eran reveladas en el fondo de
efectúa en cuarenta y ocho horas para toda la colonia), y aquella gruta de Tignahustes, donde me encontraba solo,
llegó una noche de finales de junio en la que las jóvenes ma- en la doble oscuridad de la noche de la tierra y de la caverna.
dres decidieron que desde aquel momento en adelante sus «Es medianoche —me solía decir a veces—, la hora en
crías debían quedar cogidas a la bóveda mientras ellas efec- que las salas de los teatros, del cine y del music-hall rebosan
tuaban su habitual vuelo nocturno. de público. Los espectáculos más varios, los más sensacio-
Esta separación se efectuó en el curso de un anochecer nales, los más artísticos se presentan en este momento ante
agitado y ruidoso del que pude ser testigo privilegiado y es- los espectadores.»
tupefacto. Aislado en mi soledad, con mis pensamientos, arrodilla-
Las hembras querían liberarse de la atadura de las crías do en el guano húmedo y maloliente, a menudo agotado y
y éstas, asustadas, no querían separarse. A todo ello siguió soñoliento por mis prolongadas sesiones de estudio, no ha-
una batalla general. bría cambiado mi puesto por ningún palco en la ópera. Gus-
Los murciélagos chillan y gritan como los pájaros. Puede taba de este áspero y embriagador goce del espíritu, este
uno imaginarse el escándalo que se desarrolló aquella noche «placer de conocer», común al astrónomo y al físico, al
en la gruta. químico, al filósofo y a todos los investigadores, incluso al
Finalmente, las madres ganaron y emprendieron el vuelo, aficionado a los murciélagos...
libres, hasta el exterior, mientras el batallón de pequeños Sí, prefiero mis cavernas, en las que soy dueño de mis
se quedaba pegado al techo esperando su regreso. pensamientos, a todos los espectáculos, a todos los teatros;
Esta espera no transcurrió en silencio, sino por el con- aquí gozo de la libertad, de la fantasía, de la embriaguez del
trario, entre millares de píos agudos y desgarradores, muy descubrimiento personal e insospechado, de las sorpresas
parecidos a los de los polluelos que separan de la madre. del azar y de los profundos beneficios del tiempo perdido.
Aquella noche y las siguientes pude notar que el vuelo Aquí no existe ningún ruido, a excepción de las gotas de
nocturno habitual había sido sensiblemente acortado en re- agua destilando del techo, que horadan el silencio en una
lación con los precedentes. Evidentemente las pobres bes- especie de tic-tac indeciso, en aquellos ámbitos solemnes de
tias tenían prisa por volver junto a sus crías. los lugares subterráneos.
Quizá se pensará que estos animales que viven en enjam- Poco tiempo después pude observar que la gruta se va-
bre como las abejas y que tienen por tanto una existencia ciaba completamente por la noche y que no quedaba en ella
en comunidad, pueden llevar su instinto colectivista hasta ningún murciélago. Los jóvenes se habían hecho indepan-
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dientes y autónomos, y efectuaban su vuelo de caza noctur- Llegamos a mandar a Toulouse (100 kilómetros), Agen
no como sus madres. (120 kilómetros), Carcasona (150 kilómetros), San Juan de
La colonia entera, ahora doble con los nuevos recién lle- Luz (180 kilómetros), Moliets-Plage, en las Landas (200 kiló-
gados, se quedó aún dos meses y medio. Pero hacia el 20 de metros), Séte (265 kilómetros), Montpelier (280 kilómetros)
agosto la colonia desapareció en su totalidad hacia un des- y Angulema (300 kilómetros).
tino que siempre quedó para mí desconocido. Todas estas pruebas se vieron coronadas por el éxito,
Con ello supe que la gruta de Tignahustes era una gruta demostrando que los murciélagos están dotados de un sen-
de maternidad, a la que los murciélagos hembras fecundados tido de la orientación tan extraordinario como el de las pa-
(¿dónde y cuándo?) llegan hacia finales de marzo, a veces a lomas mensajeras u otros pájaros emigrantes.
comienzos de abril —exactamente en la misma época que las Y mostraron además que los murciélagos querían encon-
golondrinas en aquella región—. Allí permanecen durante trarse bajo la bóveda de la gruta de Tignahustes, sólo allí
todo el período de gestación, parto, lactancia y destete. y en ningún otro sitio.
Y cuando los jóvenes están en condiciones de volar por A causa de los inconvenientes creados por el transporte
sí mismos la colonia emigra. por ferrocarril (demasiados murciélagos morían en el cami-
El contingente de neonatos en Tignahustes sumaba un no), juzgué prudente no alargar los desplazamientos más
número par de machos y hembras; pero de ellos, los prime- de trescientos kilómetros.
ros no vuelven nunca más a su gruta natal, mientras que Pero, de todos modos, la prueba me pareció decisiva: un
las hembras regresan fielmente cada año, con sus madres, animal capaz de encontrar el camino a trescientos kilóme-
sus abuelas y bisabuelas... tros, puede encontrarlo también a cuatrocientos o quinientos
No me contenté con observar mis murciélagos de noche y kilómetros de distancia.
de día durante los cinco meses en que estuvieron en su Cierta vez tuvimos ocasión de hacer transportar rápida-
gruta-maternidad. Además hice con ellos diversas experien- mente a París una docena de murciélagos. Fue la señorita
cias. de Sede —que había participado en la coloración de las
De ellas la más interesante e instructiva me pareció la aguas del Pozo del Toro— quien quiso encargarse de esta
de capturar algunos animales para sacarlos de su región y misión.
hacerles efectuar el «vuelo de regreso». Desde su balcón de Neuilly los dejó en libertad, a las dos
Estas pruebas, en las que me ayudaba mi esposa, apa- de la madrugada, al claro de luna.
sionada también por ellas, consistían en sacar unos veinte Con premeditación fue soltándolos uno a uno lentamen-
o treinta murciélagos de la cueva, colocarles el anillo y te y observando su comportamiento. Todos ellos efectuaron
transportarlos a distancias crecientes para dejarlos allí en los círculos de orientación acostumbrados en circunstancias
libertad y observar si más tarde estos animales sabrían rein- semejantes y todos tomaron luego, deliberadamente, la di-
tegrarse por sí mismos a la gruta tutelar. rección sur, hacia la gruta de Tignahustes, a setecientos kiló-
Con distancias tan cortas como de Saint-Gaudens a Saint- metros a vuelo... de murciélago.
Martory (de 18 a 36 kilómetros) no nos sorprendía dema- Por desgracia sólo eran diez y el azar no quiso que en
siado que pudieran llegar a ella fácilmente (hecho que nos mis capturas con la red tomara posesión de uno de estos
confirmaba la existencia de murciélagos con anillos entre los viajeros.
que cogíamos con la red cada vez que efectuábamos esta Naturalmente, mis pruebas y observaciones no tuvieron
experiencia). sólo como escenario la gruta de Tignahustes. También otras
Alentados con tales pruebas, alargamos cada vez más cuevas me aprovisionaron de nuevas informaciones y nuevas
las etapas, ya fuera transportando nosotros mismos los ani- fuentes de estudio...
males a diferentes regiones, ya expidiéndolos en jaulas por Los doce mil y pico murciélagos a los que he colocado
ferrocarril. anillos hasta la fecha, principalmente en los departamentos
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de Ariége, del Alto Carona y de los Altos Pirineos, me han de únicamente treinta y tres kilómetros y un anillo que se
suministrado una copiosa y valiosa información. remontaba sólo a tres meses.
En muchas ocasiones he encontrado, y encuentro toda- Seis años más tarde, el 24 de enero de 1944, en una re-
vía, murciélagos con anillos colocados por mí en otras gru- dada en la gruta de Tibiran, capturé este mismo murciélago
tas o en las mismas. Por otra parte, no habría imaginado H. 149 que invernaba allí, como en 1938. Pero he aquí que
nunca la gran cantidad de quirópteros con anillos que desde el siguiente 5 de mayo, el mismo yesero, señor Donnemaison,
los lugares más diversos han intrigado a la gente, haciendo volvió a encontrar nuestro murciélago mientras reparaba la
que los capturaran o que escribieran al Museo de París dan- pared de la iglesia.
do cuenta de ello. Pudo cogerlo sin dificultad porque estaba muerto, arrin-
Es esta evidentemente la razón de ser y el gran interés conado en una grieta, y me remitió el anillo con la matrícu-
que los anillos pueden tener: el suscitar tales informaciones. la H. 149.
Así, por ejemplo, y para citar casos extremos: en dos oca- Sin el procedimiento del anillo, ¿cómo hubiéramos po-
siones los «scouts» de Beauvais (Oise) dieron cuenta al Mu- dido saber que este murciélago de herradura solía invernar
seo de que habían capturado en los corredores subterráneos en la gruta de Tibiran y frecuentaba, mientras duraba el
vecinos a Saint-Martin-le-Noeud, murciélagos con anillos de buen tiempo, la alcaldía y la iglesia de Escanecrabe?
los Altos Pirineos. La distancia es de setecientos kilómetros. ¿Y quién sabe desde hacía cuánto tiempo iba y venía
Ya no se trataba de «vuelos de regreso», sino de animales de un punto al otro? Por lo menos desde hacía diez años,
desplazados voluntariamente. O, por ejemplo, un rhinolophe como pudo establecerse con esta curiosa coincidencia, al ser
de herradura, especie considerada habitualmente como se- recogido en las dos ocasiones por la misma persona: el ye-
dentaria, y a la que yo había colocado un anillo en la gruta sero Donnemaison.
de Cargas, en los Altos Pirineos, ¡fue capturado en Frien- El estado actual de mis observaciones permite por otra
bach, en Baviera, a mil cien kilómetros! parte lijar ya en algo la longevidad de los murciélagos, so-
Entre tantas y tantas anécdotas, como podría contar so- bre los cuales hacía Tiempo el profesor Bourdelle me había
bre este tema, escogeremos una que no hace alusión precisa- confiado, al entregarme los primeros anillos, que se suponía
mente a las largas distancias recorridas, sino a curiosas coin- que vivían alrededor de tres o cuatro años.
cidencias. Actualmente, el tiempo ha ido pasando desde mis pri-
En el mes de mayo de 1938, un yesero de Escanecrabe meras observaciones y la colocación de los primeros anillos,
(Alto Carona), el señor Andrés Donnemaison, efectuando re- y puedo informar al Museo que he encontrado a mis «discí-
paraciones en la alcaldía, encontró escondido en una grieta pulos» con anillos de más de cinco, diez y quince años.
un murciélago con un anillo en el que pudo descifrar: «Mu- El record del momento (record del mundo, ya que se co-
seo París H. 149». locan anillos en diversos países y las revistas especializadas
El señor Donnemaison tuvo la ingeniosa idea de escribir tienen al corriente de lo que sucede) corresponde a un mur-
a dicha institución informando de que el murciélago H. 149 ciélago de herradura, que encontré vivo el 2 de enero de 1960
«que se había escapado del Museo», lo había encontrado en en la gruta de Labastide (la Gruta del León Rugiente).
Escanecrabe. Este murciélago hembra (matrícula G. 106) es por otra
Los servicios del C. R. M. M. O. del Museo le respondie- parte una vieja amiga mía, que he encontrado ya cinco veces
ron dándole las gracias y precisándole que el murciélago en en esta gruta, en la que forma parte de una colonia de
cuestión no era un tránsfuga, sino que había sido registrado aproximadamente ciento cincuenta individuos.
por el señor Norbert Casteret, de Saint-Gaudens, en la gruta Le coloqué el anillo el 30 de diciembre de 1938, o sea,
de Tibiran (Altos Pirineos), en el mes de febrero del mismo veintitrés años antes. Pero como era ya un murciélago adul-
año 1938. to entonces, resulta un mínimo de veinticuatro años los que
O sea, se trataba de un caso sin interés: una distancia hay que atribuirle, y quizá más de esta cifra.
205
Naturalmente, examiné bien este animal y he podido
comprobar que no presenta aún indicios característicos de
vejez. Por ejemplo, sus caninos sólo están medio usados,
cuando frecuentemente encuentro animales con los caninos
completamente gastados.
¿Cuánto tiempo viven los murciélagos? La pregunta que-
da aún sin contestación.
Para terminar este capítulo diremos que sólo hemos tra-
tado superficialmente los numerosos aspectos realmente ex-
traordinarios de la vida de los quirópteros en un pequeño
rincón de los Pirineos, y estos animales se encuentran re-
24
EL RAYO Y LAS GRUTAS
partidos por todo el mundo —desde el Ecuador al Círculo
Polar—, con diferencia de costumbres y tamaño muy diver-
sos. (El Roseto o el Zorro Volante de los trópicos tienen el Poco antes de mi matrimonio subí en cierta ocasión al
tamaño de un gato, y el minúsculo murciélago que se suele Pie du Midi, de Bigorre, con mi madre y mis hermanos Juan
encontrar en los graneros sólo pesa cuatro gramos.) y Marcial. Era la primera vez que practicábamos una ascen-
No hemos dicho nada y no vamos a extendernos sobre el sión.
famoso radar (más exactamente sonar) que permite a estos La carretera que une el desfiladero de Tourmalet con
animales volar y orientarse en las tinieblas más absolutas la cima del pico no existía aún, ni existía tampoco el telefé-
de las más profuntas cavernas. Nos saldríamos del marco rico. Subir al Pie du Midi, pues, era entonces una excursión
de estas memorias. bastante considerable. Habíamos salido de Gripp y estuvi-
Dejamos pues con pesar estas tímidas criaturas comple- mos andando buena parte de la noche para poder llegar a la
tamente inofensivas y tan útiles, que, entre otros títulos de cumbre antes de amanecer.
gloria, inspiraron al inventor francés, Clement Ader. El «pa- Desde hacía mucho tiempo —recuerdos de épocas ro-
dre de la aviación» copió escrupulosamente la anatomía y la mánticas— subíamos a las cumbres para ver la salida del
arquitectura de las alas del murciélago para construir su sol. Pertenecíamos aún a esta escuela y llegamos contentos
famoso avión, el «Murciélago», que el 9 de octubre de 1890 a la cima.
«voló» en el parque del castillo de Armainvilliers, en Seine Visto desde Saint-Martory, el Pie du Midi parecía el pun-
y Oise. to culminante de los Pirineos. Esta falsa supremacía se debe
a su situación avanzada sobre la llanura. Su cima armoniosa,
regular, atrae las miradas desde Toulouse.
Habíamos deseado subir allí durante toda nuestra juven-
tud. ¡ Y tantas veces se habían ido al agua a última hora los
proyectos de efectuar la ansiada ascensión! Pero hoy había-
mos realizado por fin este sueño y esperábamos la salida del
sol temblando de frío, apretados contra el tablero de orien-
tación de la cumbre.
Finalmente apareció el sol por detrás de las crestas del
Ariége y asistimos maravillados a su aparición sobre un
océano de picos y sobre las llanuras de la Gascuña.
En aquella época la cima no había sido aún arrasada
diecisiete metros para la implantación del poste de la tele-
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visión, y dominábamos así la plataforma donde está cons- che desde el pueblo de Gripp y necesitamos once horas a
truido el Observatorio. causa de la abundancia de nieve y también a causa de nues-
Mientras temblábamos de frío en esta hora matinal, apa- tro equipo y nuestros esquís defectuosos.
reció una silueta en la terraza. Este observador consultó A pesar de un final muy penoso por causa de una tem-
algunos aparatos instalados en un abrigo, examinó el estado pestad de nieve, fue una excursión espléndida y, además, la
del cielo y divisó el pequeño grupo que formábamos apelo- primera ascensión femenina con esquís al Pie du Midi.
tonados contra la pequeña torre para procurar protegernos Este pequeño acontecimiento se registró en el Observa-
del viento glacial que se había levantado con el •nuevo día. torio por los dos observadores Hubert Garrigue y Joseph
Nos llamó desde lejos y nos invitó a pasar adentro a ca- Devaus. (Este último perecería en 1936 en el naufragio del
lentarnos. Potirquoi pas. con su capitán Charcot y todos los miembros
Mientras respondíamos a este amable ofrecimiento, cari- de la expedición francesa a Groenlandia.)
tativo en verdad, y avanzábamos hacia él, yo comencé a Fuimos hospedados allí durante tres días, a causa del
examinar a la persona que nos esperaba ahora en el umbral mal tiempo y de los aludes que hacían imposible toda tenta-
de la puerta. Talla alta, un poco encorvado, barba roja, pero tiva de descenso.
sobre todo su voz nos sorprendió a Juan y a mí, por traer- Volvimos en más de una ocasión al Pie du Midi, en el
nos recuerdos comunes. buen tiempo, y tuvimos ocasión de devolver la visita al se-
—¡ Pero si es Dauzére! —dijimos a un tiempo. ñor y la señora Dauzére, que en invierno residían en Bag-
A diez pasos no era posible dudar: reconocimos a nues- néres de Bigorre, en el Observatorio del llano.
tro antiguo profesor de Física y Química del liceo de Tou- El señor Douzére, espíritu científico y penetrante, se in-
louse. teresaba por todo, incluso por nuestras exploraciones y ob-
Le habíamos perdido de vista desde la guerra de 1914 servaciones subterráneas, sobre las que nos estuvo haciendo
y no sabíamos que se había convertido en director del Ob- preguntas largo tiempo.
servatorio del Pie du Midi. Allí arriba, en el Pie, había emprendido trabajos conside-
Era él, en efecto. Nos hizo entrar, nos recibió en su des- rables de construcción, engrandecimiento y modernización
pacho y nos ofreció un café caliente, mientras felicitaba a del edificio del Observatorio.
mamá por haber subido de noche con sus hijos. A ello aña- Este constituía en realidad su vida, su meta, y se entre-
dió que la costumbre de las ascensiones nocturnas se perdía gaba a él por entero.
cada vez más.
Nos llenó de atenciones, todo amabilidad. En él veíamos
de nuevo al profesor consagrado a su misión que conocimos
en la escuela. Pasaron los años y he aquí que en la primavera de 1937
Al principio ni siquiera imaginaba que tenía ante sí a recibí una llamada telefónica de Bagnéres de Bigarre. El
dos antiguos alumnos. Se lo dijimos y evocamos viejos re- señor Dauzére, muy emocionado, me comunicó una noticia
cuerdos de antes de la guerra. realmente extraordinaria y me rogó que le hiciera un gran
Nos hizo los honores del lugar y efectuamos una intere- favor.
sante visita al Observatorio. Al colgar el teléfono expliqué a mi esposa, que trabajaba
Esta ascensión y esta visita fueron memorables para no- con nuestros tres hijos en el despacho, lo que estaba pasan-
sotros y no iban a pasar sin consecuencias. do en el Pie du Midi y la situación apurada en que se encon-
En 1928 volví al Pie du Midi en compañía de mi esposa, traba el pobre Dauzére.
esta vez con esquís, ya que ello ocurría en un 28 de enero. Aquel año de 1937, en el que el país estaba agitado por
La nieve era excepcionalmente abundante (había seis grandes acontecimientos y problemas, las huelgas llegaban
metros sobre la terraza del Observatorio). Subimos de no- a todos los grados sociales. Estos desórdenes habían encon-
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tradó eco hasta en la cima del Pie du Midi, donde los dos —Ah, está bien, está bien —contestó Carmouze con
observadores que aseguraban el funcionamieto de los servi- alivio.
cios meteorológicos habían desertado de su puesto, Me explicó que tenía una reserva importante de latas de
Descendieron al llano y habían declarado la huelga por alcachofa, pero que desde hacía tiempo los dos observado-
un mes. No quedaba arriba más que un cocinero, que no res le habían prohibido terminantemente, bajo pena de es-
tardaría mucho en bajar también, y que aún no lo había trellarlas contra el techo, servirles más alcachofas, porque
hecho por estar la nieve en condiciones desfavorables y no estaban saturados y hartos de ellas para el resto de su vida.
ser él muy buen esquiador. La altitud excepcional del Observatorio (2.870 metros),
A mediodía llegábamos a Bagnéres, con el tiempo justo con todas las ventajas que ello puede aportar desde el pun-
para almorzar con el señor y la señora Dauzére. Seguidamen- to de vista científico y pintoresco, atraían en verano a gran
te se me puso al corriente de todo lo que tendría que efec- número de sabios e innumerables turistas. Pero este perío-
tuar en las observaciones y en el registro. El Observatorio do de actividad duraba poco: desde mediados de julio a fina-
de Bagnéres Ville tenía los mismos aparatos que el Obser- les de setiembre. En esta época es cuando se suben rápida-
vatorio del Pie du Midi y pude familiarizarme con mis nuevas mente las provisiones (combustibles, víveres, etc.), cargadas
funciones de observador. en mulos.
Arriba encontré el cocinero Carmouze, un montañero de Las hileras de turistas y de mulos cargados se cruzan y
unos cincuenta años de edad, pacífico y cordial, que no ha- se adelantan unos a otros sobre las laderas de la montaña.
bía soñado en abandonar el puesto, pero que estuvo muy Pero desde finales del mes de setiembre la alta montaña rei-
contento con mi llegada; los aludes habían cortado el telé- na de nuevo en sus dominios y las primeras tormentas de
fono y se encontraba aislado y sin noticias del valle. nieve y la niebla suceden sin transición al corto verano.
Me instaló en la propia habitación del general Nansouty, El Pie du Midi vuelve a su aislamiento y a su soledad. El
fundador del Observatorio, que había vivido allí durante personal del Observatorio se reduce a su efectivo de invier-
once años, invierno y verano, en las condiciones más pre- no (dos observadores y un cocinero), que se disponen a vivir
carias y a menudo peligrosas. nueve meses bajo la nieve.
La habitación era muy pequeña y sombría, una verdade- Comienza el largo invierno y estos eremitas de la ciencia
ra celda, pero yo no iba a ella más que para dormir. El resto no ven una figura humana más que de vez en cuando, si los
del tiempo lo pasaba en el exterior, cuando la temperatura valientes y decididos proveedores consiguen ascender con
no era demasiado baja, o bien en el despacho-comedor, don- esquís, cargados con algunos kilos de carne y legumbres
de tenía a mi disposición una biblioteca un poco antigua, frescas, y con cartas impacientemente esperadas.
pero interesante. Hoy, desde que se construyó la carretera que llega casi
Al mediodía, a la hora de la comida, tuvimos alcachofas. hasta la cumbre y el Observatorio fue provisto de un tele-
Por la noche, a la hora de cenar, volvimos a comer alcacho- férico que lo comunica con el valle, las condiciones de exis-
fas. Al día siguiente, tanto en la comida como en la cena, tencia, evidentemente, se han transformado por completo.
igualmente platos cada vez más copiosos de alcachofas. ¡ Y el Carmouze y yo llevábamos una vida de anacoretas.
tercer día Carmouze colocó sin un titubeo, encima de la El vivía en su cocina y en su despensa, donde reinaba
mesa, una gran fuente de alcachofas! sobre un mundo de provisiones y de latas de conserva. Algu-
—¿Le quedan todavía muchas? —pregunté sorprendido. nos días hacía el pan para la semana con harina conservada
—¿Por qué? ¿Acaso no le gustan? en botes metálicos (a causa de ratas y ratones). Y cada día
fundía jarros llenos de nieve para tener agua.
• —Si no me gustasen ya se lo habría dicho antes. Me Sólo nos encontrábamos al anochecer, al lado de la estu-
gustan las alcachofas, pero no en cada comida. Podría ha- fa del comedor. Sosteníamos charlas animadas, pero a veces
cerlas usted, por ejemplo, día por otro. él leía La vuelta al mundo del capitán Cook en una edición
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muy vieja y voluminosa, mientras yo escribía las páginas de Como una nave, el Observatorio se pierde frecuentemente
un libro, que no por haber sido escrito en las cumbres en la niebla, y como ella emerge de un mar de nubes y a
del Pie du Midi podía dejar de titularse En el fondo de los veces parece flotar sobre un océano grandioso. En el inte-
abismos. rior, el parecido se acentúa: pasillos estrechos, escaleras
Cumplía, como es natural, escrupulosamente mis funcio- como escalas de mano, cabinas y literas exiguas, cabina de
nes de observador, por las que había subido al Observatorio radio, pañol de carbón, despensa de navio, cisterna para nie-
tan urgentemente. ve fundida, y horno para cocer el pan.
Sobre un mueble del comedor estaba colocado un aparato En fin, para ser completos, mencionemos el libro de
de radio tan voluminoso como inútil, que había quedado a bordo, en el que se consignan las observaciones tri-horarias,
«inservible para no causar disturbios», por decisión de los los fenómenos atmosféricos, los incidentes y los sucesos im-
observadores —quizá originales, pero con una buena dosis portantes.
de sensatez—, quienes no querían que el silencio y la soledad Y como en los barcos, hay siempre alguien de guardia,
del Pico fueran turbados por los ecos del mundo... lo que resultaba particularmente laborioso al ser sólo dos.
En efecto, estos observadores se dedicaban a experimen- A medianoche, mientras las gentes duermen o toman apa-
tos y a investigaciones o estudios personales que ocuparan ciblemente sus abrigos de los guardarropas de teatros y ci-
las largas horas del día, y ambos preparaban sus tesis de nes, el observador del Pie du Midi salta de su litera y recorre
doctorado. el largo pasillo subterráneo que comunica con el blocao, don-
Tampoco el ejercicio físico era olvidado. El principal de- de se encuentran a pleno viento aparatos e instrumentos.
porte practicado en el Pie du Midi es especial y uno de los Casi siempre hay que hacer saltar primero la capa de
más rudos que existen: la lucha continua, encarnizada, con- hielo que los recubre. Seguidamente, una mirada al horizonte
tra el sepultamiento bajo la nieve. para examinar el cielo, y la dirección del viento, y el obser-
La terraza del Observatorio miede ochenta metros de vador, temblando de frío, se vuelve a su celda.
largo por quince o veinte de ancho. Alrededor sólo hay el A las tres de la madrugada suena el despertador; el obser-
vacío y el precipicio. Y aun cuando la terraza está expuesta vador, verdadero cisterciense de la Ciencia, enfila sus chan-
al viento casi perpetuo de las cumbres, la nieve alcanza allí clos, su pelliza, se va a hacer su ronda nocturna, y registra
cada invierno hasta cinco y seis metros de espesor. Y contra temperaturas árticas desconocidas para el hombre de la lla-
esta nieve hay que luchar sin descanso, bajo pena de quedar nura.
emparedados y de vivir en la oscuridad y casi sin aire. Finalmente, a las seis, cuando tantos duermen todavía,
A pico y pala es preciso esforzarse por conservar como de nuevo se abre la puerta del blocao. Bajo la tempestad de
se pueda unas profundas zanjas ante puertas y ventanas; viento o de nieve, en el frío negro o el resplendor de las noches
y cada vez que viene una tormenta de nieve o de viento, las cerúleas en las que centellean los faros de Biarritz y del
trincheras quedan completamente llenas y hay que volver aeródromo de Toulouse (270 kilómetros de distancia), bajo
a empezar. claros de luna mágicos o auroras lívidas, la silueta un poco
Además, a una altura de casi tres mil metros, cualquier grotesca del observador aparece, va y viene, se vuelve, se
"trabajo resulta penoso, y el ahogo y el cansancio debidos al inclina y desaparece de nuevo.
enrarecimiento del aire obligan a un trabajo lento y de fre- Obstinada y concienzudamente, hace su trabajo, su deber
cuentes descansos. de cada día, todas las noches durante meses y años enteros.
Por paradójico que pueda parecer, este Observatorio tan Una mañana, a las nueve, cuando venía del blocao para
elevado se parece mucho a una nave. La terraza tiene sus realizar mis notas, Carmouze irrumpió en el comedor.
mismas dimensiones y forma; dos postes de televisión de —¡ Hay dos esquiadores que salen de las gargantas de
veinticinco metros de altura simulan los mástiles, y el blo- Sencours! Y no son los proveedores habituales. ¡ Se diría
cao el puente de mando. que uno de ellos es un niño! —añadió, casi gritando.
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El acontecimiento era extraordinario, excepcional incluso. tel, una especie de bollo enorme que recordaba la forma del
Era la primera vez que divisábamos esquiadores en los flancos Pie du Midi, con un sendero que subía en espiral hasta la
del Pie du Midi. En cuanto a suponer que uno de ellos pu- cima, hecho con una inscripción en caramelo: «Bienvenida
diera ser un niño, era positivamente increíble. El Pie du a la señora Casteret». ¡Y orgulloso del acontecimiento que
Midi, benigno en verano, no es una montaña donde se pueda se celebraba nos obsequió además con alcachofas en todas
esquiar deportivamente. las comidas!
Tomamos un catalejo de largo alcance, y colocando el Al pasar el mes, los observadores en huelga volvieron a
trípode sobre la terraza lo dirigí hacia las dos pequeñas subir al Observatorio (digamos de paso, en favor suyo y
manchas negruzcas, que parecían, por lo visto, querer subir como elogio, que uno de ellos llevaba ya cinco inviernos
hasta el Observatorio. consecutivos allí, y el otro siete).
El más corpulento de los dos esquiadores avanzaba en- Yo descendí al llano, maravillado de aquella cura de sole-
corvado bajo un gran saco; en cuanto al otro, que iba delante dad, de aquel aislamiento espléndido en uno de los más
marcándole las trazas, le reconocí en seguida. bellos miradores del mundo.
—Me parece que conozco al niño —dije a Carmouze.
—¿Sí? ¿Quién es?
—Mi esposa.
Era, en efecto, ella quien había subido desde Gripp, con Pero nuestras relaciones y nuestra colaboración con el
Fourcade, uno de los mejores proveedores del Observatorio. señor Dauzére no acabaron aquí.
Carmouze sacó inmediatamente un recipiente de té (a la Después de haber sido atraído por él a las cumbres y
altitud del Observatorio el agua hierve a los noventa grados haberme familiarizado con los fenómenos meteorológicos,
y el buen té no se había conseguido nunca según decían). iba a ser yo ahora quien le iba a guiar hacia las grutas y
Llevé dicho recipiente envuelto en un mandil, y descendí hasta algunos de sus misterios.
rápidamente al encuentro de nuestros visitantes, que nos El físico Camille Dauzére seguía desde hacía ya tiempo
traían noticias, cartas, provisiones, pero sobre todo la con- un estudio sobre la formación de las tormentas y el granizo,
fortación de su presencia. y ello le había llevado —asociado con un naturalista auto-
Para conformarse con el reglamento, que prohibe a los didacta— a realizar una vasta encuesta sobre la repartición
porteadores quedarse en el Observatorio algún tiempo (por- de los puntos donde caían los rayos en la región de Bagnéres
que consumirían parte de los víveres tan penosamente apor- de Bigorre.
tados), Fourcade se volvió inmediatamente. Josebh Bouget, un observador genial, había notado y de-
Pero se había previsto una excepción para Isabel, que terminado que esta repartición de los lugares estaba condi-
se quedó con nosotros cuarenta y ocho horas y pudo fami- cionado por la naturaleza de las rocas. Las que mejor con-
liarizarse con mis observaciones y con el prodigioso pano- ducían la electricidad eran las atacadas más frecuentemente.
rama de la cadena nevada que se extiende desde el Atlántico Precisó incluso que el rayo prefería, no sólo ciertas rocas
a Andorra y que, ciertos días, deja ver incluso hasta la (esquisto y granito), sino además las líneas de contacto de
Montaña Negra. dos terrenos mineralógicamente diferentes.
Por dos veces pude hacerle admirar un fenómeno que El profesor Dauzére no tardó en desarrollar y perfeccio-
pocas personas han visto, que muchas niegan, pero que en nar estas preciosas observaciones iniciales de su colega, orien-
realidad puede observarse con bastante frecuencia desde el tándolas hacia una nueva hipótesis, que consistía en ver en
Pie du Midi, tanto al alba como a la puesta del sol: el famoso la mayor o menor ionización del aire la razón de la atrac-
rayo verde. ción del rayo por tal o cual lugar.
Por su parte, Carmouze quiso distinguirse con algo. Sin Ahora bien, estos iones son producidos por la radiacti-
emplear demasiadas reservas confeccionó un complicado pas- vidad de las rocas y ello recordaba en algo las conclusiones
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de Bouget, según las cuales las rocas más radiactivas son sin tener nada de científicos, no por eso dejaron de intere-
las de granito y las menos radiactivas las calcáreas. sarle.
Así se explicaba la influencia de la constitución geológica San Agustín, cuando era niño, manifestaba un pánico
del suelo sobre la mayor o menor frecuencia de los rayos. terrible al ruido del trueno, hasta tal punto que cuando esta-
Sin embargo, una curiosa excepción existía, por lo que pare- llaba una tormenta corría a refugiarse en una pequeña cueva.
cía, para las calcáreas que se encontraban contiguas a las Un día el rayo cayó sobre su escondite, conmoviéndole
entradas de grutas y abismos. enormemente. Desde aquel día, el niño si no curó de su fobia,
En este punto fue cuando los señores Dauzére y Bouget aprendió por lo menos que los lugares subterráneos no son
me asociaron a sus investigaciones, y por mi parte pude precisamente un refugio seguro contra la cólera del cielo.
señalar que había encontrado frecuentemente las huellas del Y para terminar, evoquemos retrospectivamente los rayos
rayo cerca de los orificios de las simas (embudos, rocas de Júpiter que Vulcano y sus cíclopes forjaban en las mo-
rotas y, sobre todo, árboles marcados con los surcos carac- radas subterráneas. Aquellos famosos rayos de bronce que
terísticos producidos por la chispa eléctrica). Mercurio, de niño, quiso robar en la gruta donde estaban
Tuve así ocasión de conducir al señor Dauzére hasta los depositados, pero que no pudo llevarse porque eran dema-
porches de las grutas, donde procedía a medidas de ioniza- siado pesados.
ción del aire con ayuda de un aparato Geiger. Estas medidas Los antiguos, que eran a menudo observadores penetran-
las tomaba también en el interior, donde se confirmó (Elster tes y sutiles, ¿se habían dado cuenta de la atracción del rayo
y Geitel lo habían mostrado ya en 1900) la creencia de que por las cavernas, y acaso habían imaginado y disimulado a
el aire subterráneo es radiactivo. propósito, bajo un mito, el «origen» subterráneo de los rayos?
En verano (el período de las tormentas), las grutas, que En este caso habrían anticipado algunos millares de años
exhalan una corriente de aire intensamente ionizada, captan la idea, nueva y sorprendente, de la influencia de las radia-
la descarga eléctrica del rayo que se abate sobre el porche ciones profundas de las entrañas de la tierra sobre las nubes
de la caverna o en el orificio de la sima. tempestuosas por el canal de las cavernas.
Bajo el gran pórtico rocoso de la gruta de Labastide
había encontrado una sulfurita del grosor de un puño, com-
pletamente vitrificada, prueba incontestable del rayo en aquel
lugar. E. A. Martel me aseguró que la sima de Padirac atrae
frecuentemente los rayos en las violentas tormentas de ve-
rano.
Las observaciones y las pruebas de este tipo resultan
innumerables, y no existe duda alguna de que lo peor que
se puede hacer en una tormenta en el campo es buscar refu-
gio en una gruta.
Esta relación, bastante inesperada, entre el rayo y las
cuevas fue a menudo tema de conversación con el señor
Dauzére, sin dejar de comentar la otra relación, más ines-
perada todavía, entre las huelgas y la subida de espeleólogos
al Pie du Midi. , .
Pero si en definitiva yo no había hecho más que aportar
una modestísima contribución a los estudios del señor Dau-
zére sobre los rayos y las grutas, pude, sin embargo, infor-
marle en .relación con este tema sobre dos hechos que, aun
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EL RIO SUBTERRÁNEO DE
LABOUICHE
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contré demasiado ancho y demasiado profundo para sumer- por entero desde hacía horas) para efectuar un reconoci-
girme en él solo, sin lámpara, sin cinturón de seguridad, sin miento acuático de medio kilómetro, que me llevó hasta un
nada. sifón que me pareció menos impresionante que el preceden-
Dimos, pues, media vuelta con gran alivio de Delteil, que te, y en el que me prometí sumergirme en una ocasión ulte-
ya temía verme desaparecer en aquel sifón y no volver a rior, cuando no me encontrara solo.
saber de mí... Por diversas razones, en particular a causa de la guerra
Sin embargo, cuando al atardecer volvimos a la luz, donde de 1939-1945, esta segunda ocasión se demoró no algunas
se nos esperaba con impaciencia y con no poca aprensión, semanas ni varios meses, sino años: dieciocho años exacta-
pude anunciar que habíamos pasado el sifón y habíamos mente.
encontrado de nuevo la corriente de agua subterránea río En efecto, fue en 1955 cuando llegó por fin el momento
arriba, más allá del obstáculo del que nos alejamos todavía de llevar hombres-rana ingleses y franceses al. sifón de La-
un kilómetro. bouiche.
Este golpe teatral, que impresionó y entusiasmó a los que Contrariamente a mis estimaciones y a lo que preveía,
nos esperaban fuera, fue el resultado de mi experiencia adqui- dicho sifón se reveló muy profundo y, desgraciadamente,
rida bajo tierra y el fruto de una escalada vertiginosa, que insuperable. Miguel Letrone, de los «Tritones de Lyon», efec-
nos llevó a Delteil y a mí a las bóvedas superiores, en las tuó una inmersión de setenta y dos metros de distancia por
que descubrimos un nuevo piso del que ciertos indicios me veintitrés de profundidad y llegó hasta un conducto dema-
habían hecho sospechar la existencia. siado estrecho, impenetrable en verdad.
La exploración de este nuevo piso —un antiguo lecho del Mientras tanto, Delteil y yo habíamos explorado a fondo
río convertido en fósil— nos reservaba unos ejercicios com- todos los complicados pisos de Labouiche y encontramos
plicados y retorcidos, ensanchamiento y paso de gateras exi- finalmente el origen del río subterráneo: la pérdida de un
guas, y otras tantas dificultades. Todo ello me puso de relieve riachuelo situado mucho más arriba.
que Delteil era un excelente socio, al que no le faltaba más Una prueba de coloración nos demostró la relación di-
que experiencia, y que asimiló rápidamente y con provecho recta entre esta pérdida y la gruta de Labouiche. Varios po-
todas las enseñanzas de aquel día feliz en resultados. zos naturales nos proporcionaron el acceso a diversos luga-
El momento cumbre fue cuando, avanzando los dos por res de este río, que queda aún por explorar de punta a punta,
una galería, oímos el ruido de una cascada. Al llegar a esta o sea en un recorrido de doce kilómetros.
caída de agua pudimos comprobar que habíamos encontrado En cuanto a la parte habilitada para turistas, ha sido abier-
de nuevo el río más allá del sifón, que hasta ahora había ta al público desde 1938 y brinda una navegación pintoresca
detenido todas las expediciones, incluyendo la nuestra de en grandes barcazas de paseo, sobre un trayecto de tres
aquella mañana. kilómetros de ida y vuelta que constituye el recorrido subte-
Nuestros botes quedaron amarrados al pie de la pared rráneo más largo que puede hacerse en el mundo por el
vertical de treinta metros que habíamos escalado para alcan- interior de una gruta turística.
zar el piso superior. Por lo tanto, era necesario aventurarse
sin embarcación por el nuevo curso del río inexplorado. •
Me decidí a hacerlo solo, acaso como una última reac-
ción del explorador solitario, pero creo que también porque
había tenido ocasión de observar que Delteil era en realidad
un nadador no demasiado bueno (lo que él mismo me con-
fesó algo más tarde). t
Así, pues, le rogué que me esperara en la orilla y me
metí en el agua completamente vestido (estaba ya mojado
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LA SIMA DE ESPARROS
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pedición, que desde entonces comporta siempre campamen- Tantos preparativos y esta organización modelo (desde
tos subterráneos. los camiones militares que habían transportado el equipo
Tantos preparativos, tal amplitud de medios, llevaron a desde Toulouse, hasta los sacos de víveres y de material que
una nube de periodistas, fotógrafos y cineastas hasta el bor- hacían llegar al campamento subterráneo deslizándolos a lo
de del abismo. Esto también fue una innovación: la primera largo de un cable); todos estos esfuerzos admirablemente
vez que la Prensa se interesaba hasta este punto por una concebidos y coordinados tuvieron su resultado y su fase
exploración subterránea y le consagraba reportajes diarios final decisiva cuando, el 31 de agosto, a las once de la ma-
con grandes titulares. ñana, la jaula comenzó a descender al equipo de vanguardia
El equipo pirenaico había aumentado con dos unidades en el pozo.
extraordinarias: Baylac, de Toulouse, y el padre Cathala, Este equipo estaba compuesto por tres pirenaicos y tres
con quien el año siguiente iba a vivir horas de excepción en parisienses, es decir, por tres veteranos de la Henne Morte
la inmensa caverna de Aude. y tres recién venidos a ella. Delteil, con Loubens y yo, debía
En cuanto al trío Delteil -Loubens- Casteret, vivía en formar la «extrema punta», pero se había herido en una
una especie de sueño. No podía creer lo que veían sus pro- caída en un pozo en la cota —180 y tuvo que ser remplazado
pios ojos, la revolución que se estaba produciendo en los por el tolosano Baylac.
bordes del abismo y en el interior de él. Trombe había decidido, y con razón, que la terrible cas-
Los mulos que acarreaban los bultos por el bosque, en- cada de cien metros no era posible afrontarla sin ayuda de
tre Arbas y el campo de operaciones de superficie, por don- un torno y del instrumento de protección llamado «sombre-
de tantas veces los habíamos llevado al hombro; el grupo ro chino», de su propia invención. No había querido tener
electrógeno instalado en el orificio de la Henne Morte para la responsabilidad de hacer descender a unos hombres, sim-
iluminar las inmediaciones, por las que circulábamos a ve- plemente, a lo largo de una escala de cien metros, expuestos
ces en la noche cerrada, cuando nuestras salidas nocturnas; al chorro de agua y a los proyectiles que las maniobras po-
aquellas tiendas acogedoras plantadas a —250 metros en la dían desprender en esta gran vertical.
sala del lago, que hasta entonces habíamos atravesado en el Y tenía verdaderamente razón, porque empapados en
ambiente de hostilidad arisca de aquella grande y siniestra aquella ducha glacial y agotados por el esfuerzo es proba-
sima. Todos estos perfeccionamientos nos hacían vivir como ble que el equipo hubiese quedado sin fuerzas para continuar
en un cuento maravilloso. la exploración.
Pero no habían acabado las sorpresas para nosotros, pues Por desgracia el torno había recibido un gran golpe en el
Trombe y Dresco extrajeron de numerosos sacos bajados curso de su transporte a las profundidades por los sucesivos
hasta el campamento subterráneo los elementos de un torno pozos y funcionaba con dificultad. Fue causa de numerosos
de mano que fueron instalados en el borde del pozo cascada accidentes y retrasos en los descensos y ascensos del equipo
de cien metros, y se nos invitó a instalarnos en una especie de vanguardia.
de habitáculo-ascensor provisto de un escudo metálico des- A pesar de todo yo llegué casi seco a la base del gran
tinado a protegernos de la violencia de la cascada y al "mis- pozo, donde en 1943 había aterrizado completamente agota-
mo tiempo de los desprendimientos de piedras. do y calado por la cascada. Tuve por fin la alegría de poder
Otra sorpresa y emoción de calidad fue cuando, en este desenrollar una escala en el pozo subyacente, que en aque-
alucinante habitat subterráneo, donde reinaban el ruido lla ocasión sólo pude entrever, al que descendí seguido de
ensordecedor de las cascadas y la animación febril de los Loubens, igualmente vibrante y entusiasta, porque, como él
espeleólogos, vimos al padre Cathala revestido de sus orna- decía, tenía ocasión de tomar la revancha de la Henne Mor-
mentos sacerdotales, que había extraído de un saco, dispues- te, que años antes tan mal le había tratado.
to a celebrar el Santo Sacrificio de la misa sobre una ban- Mientras los otros cuatro hombres del equipo nos espe-
queta rocosa. raban al pie de la cascada gigante y doce hombres más es-
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peraban en reserva en el campamento subterráneo, dispues- por añadidura oscuro, que el darles las gracias de todo co-
tos a sostenernos o a relevarnos, nos hundimos los dos en razón?
una serie de pozos superpuestos, hasta el momento en que «Durante tres años, Casteret ha estado luchando con un
las cascadas se transforman en un curso de agua, bastante equipo valeroso en la Henne Morte. Han debido suspender
horizontal y sinuoso, por el que nos decidimos a avanzar con momentáneamente sus tentativas ante dificultades de una
el agua hasta la cintura Loubens y con el agua por debajo de importancia que no sospechaban. El Spéleo-Club de París ha
los brazos por mi parte. venido con Casteret y con todos aquellos de los primeros
Llevábamos un equipo estanco, pero se había desgarrado momentos que han querido acompañarle.
casi por completo en las complicadas maniobras y ahora »E1 fracaso de 1946 puesto a nuestros compañeros en pre-
estábamos temblando de frío en una corriente de agua a sencia de las grandes dificultades de la tarde que habían
cuatro grados. emprendido. Y se dieron a dicha tarea de todo corazón, con
Tras un recodo de nuestro Río Serpentina, como lo ha- la sola idea de alcanzar la meta. En este momento la ampli-
bíamos bautizado, nos encontramos ante nuestro estupor con tud de la exploración, con la colaboración del Ejército, es de
un final invencible, un verdadero sifón que nos detuvo cuan- tanta importancia, que las tendencias individuales y la per-
do nos hallábamos más entregados a nuestro entusiasmo. sonalidad de cada uno han debido quedar en segundo plano.
Acabábamos de alcanzar el fondo de la Henne Morte, »Era necesario dirigir, organizar y hacer ejecutar las de-
cuya exploración habíamos comenzado siete años antes. cisiones tomadas en común y era necesario elegir.
Loubens había tenido su desquite y vencido a la sima. »E1 Ejército nos ha dotado de una magnífica organiza-
Y en este mes de agosto de 1947 hallé ocasión de festejar mi ción de transporte, relaciones, abrigos; de toda clase de
cincuenta cumpleaños a 446 metros de profundidad, en el medios. Gran cantidad de hombres, civiles y militares, que
fondo de la sima más profunda de Francia. han aceptado la tarea ingrata de los equipos de superficie y
Estaba contento de hallarme allí con mi mejor alumno, de relevo, pero cuyo papel ha sido fundamental para la rea-
mi alter ego. No se tiene muy a menudo ocasión de encon- lización de la expedición.
trarse así, a las once de la noche, en el fondo de un abismo »¿Y qué decir de los resultados obtenidos? Parece razo-
como aquél. En el agua hasta medio cuerpo, temblando de nable atribuirlos a la expedición entera sin distinción de
frío, sellamos esta victoria y este momento excepcional con grupo o equipo.
un fraternal abrazo. »E1 esfuerzo del Ejército, el esfuerzo del Spéleo-Club, el
Nuestra victoria solitaria, y que podría creerse egoísta, no esfuerzo de Norbert Casteret y sus compañeros, tienen que
nos hizo en modo alguno olvidar las enormes sumas de de- fundirse en un mismo recuerdo.
voción y fatiga de todos los demás participantes, sino muy «Todos ellos pueden estar orgullosos de una exploración
al contrario. Pero el haber terminado esta exploración los que aporta en todos los terrenos, tanto deportivos como
dos —los dos mismos que la habíamos comenzado siete científicos, resultados tan concluyentes. Cada uno puede con-
años antes— nos había conducido de nuevo a aquel comien- siderarse moralmente satisfecho por haber contribuido a la
zo tan modesto y tan lejano del resultado final de aquel día, seguridad de los que descendían y haber permitido la vic-
y nos había emocionado. toria final, sin accidente alguno, sobre el abismo de la Hen-
Cuanto es necesario añadir lo dejaremos a Félix Trombe, ne Morte.»
el jefe de la expedición, que lo ha escrito en su obra titulada
El misterio de la Henne Morte.
Reproducimos estas líneas, que aprobamos por entero:
«Cuando una expedición ha alcanzado el éxito y cuando
además este éxito es total, ¿hay acaso algo más agradable
para aquél que ha pedido a los otros un esfuerzo intenso, y
Ü52 253
29
TRAS L A S HUELLAS DEL HOM-
BRE DE LAS CAVERNAS EN LA
GRUTA DE ALDENE
270 271
o en zonas aisladas o de difícil acceso. Colaboración tanto completo, sin dar señal alguna de vida durante tres días, al
más preciosa cuanto que es efectuada como cortesía de la cabo de los cuales comunicó con nosotros telefoneando des-
Aviación Militar. de el fondo del gran pozo al que acababa de llegar.
Como deseaba observar con detalle la arquitectura del Después de un trayecto subterráneo de tres kilómetros a
pozo fatal, accidentado de cornisas, de grietas abarrotadas través de un caos inimaginable y después de atravesar siete
de piedras, de bloques inestables, y queriendo estudiar el de- salas colosales y de declive muy pronunciado, entrecortadas
licado problema de la ascensión del cuerpo de Marcel Lou- de resaltes verticales, Georges Lépineux y sus compañeros
bens, descendí el primero en la impresionante vertical de alcanzaron la base de la sima a los setecientos metros de
trescientos cuarenta y seis metros, suspendido de un cable profundidad aproximadamente, con lo que resultaba el abis-
nuevo, movido por un nuevo torno y manejado por el inge- mo más profundo del mundo.
niero Queffelec. Los hombres del equipo en punta nos declararon que las
Tuve así el triste y doloroso privilegio de arrodillarme el salas eran tan extraordinariamente vastas que no habían
primero en la soledad de las tinieblas de la sima, ante la podido distinguir los límites, y que posiblemente podían en-
tumba de nuestro amigo. cerrar galerías adyacentes y prolongamientos. Ante todo ello
Horas más tarde se unieron a mí el doctor Mairey, Delteil, decidí mi descenso inmediato al fondo de la sima.
Ertaud, Janssens, Treuthard y un colaborador español, On- Acompañado de Robert Lévi y del doctor Mairey, efectué
darra. un descenso relámpago que nos permitió igualmente llegar
Los siete atravesamos las salas Lépineux e Isabel Casteret, hasta el fondo del abismo, sin descubrir tampoco ninguna
y una tercera sala de proporciones aún más desmesuradas: galería lateral.
la sala de Marcel Loubens. Luego nos introdujimos en una La sima de la Peña San Martín era evidentemente la
galería gigante donde encontramos el torrente, al que arro- más profunda del mundo, y acabábamos de vencerla gracias
jamos veinte kilos de fluoresceína. Seguimos avanzando hasta al concurso exterior, tan valioso, y gracias a la abnegación
llegar al pie de una barrera de bloques de veinticinco me- y devoción de tantos miembros del equipo que se sacrifica-
tros de altura, que escalamos para asegurarnos de si la ca- ron en puestos intermediarios y en tareas ingratas, pero
vidad continuaba más allá. indispensables, en los que consiguieron tanto mérito como
Y en efecto, era así, pues aún pudimos descubrir una los otros miembros de avanzada sin tener la recompensa y la
cuarta sala y oímos el rumor del torrente a lo lejos, por exaltación de la victoria final y total. Una victoria que ha-
delante de nosotros; entonces dimos media vuelta para vol- bíamos pagado a precio tan alto con la muerte de nuestro
ver al campamento subterráneo que habíamos instalado en más valioso y querido compañero.
la sala Lépineux, a algunos metros del mausoleo de Marcel En esto la espeleología se asemeja al alpinismo, en el que
Loubens. todos los participantes se esfuerzan y se entregan por com-
El equipo en punta estaba compuesto de los «scouts» pleto a la tarea emprendida a fin de que dos o tres de entre
lioneses Balandraux, Epelly, Letrone y el belga Théodor, a ellos puedan alcanzar la cima anhelada.
las órdenes de Lépineux. Pero nuestra victoria se deshacía en la gran amargura de
Este último no pudo estar con nosotros en 1952 por ha- tener que confesarnos impotentes para cumplir la misión
llarse en una misión en Terre Adélie; pero, habiendo vuelto sagrada que nos habíamos impuesto: la de arrebatar a la
a Francia precisamente poco antes de que diera comienzo la sima los restos de Marcel Loubens.
expedición de 1953, le había sido reservado —en su calidad A priori acaso no pueda comprenderse qué era lo que
de descubridor de la sima— el puesto de honor de jefe del podía impedir izar un ataúd en un pozo vertical, aunque
equipo en punta. tuviera ciento cuarenta y seis metros de profundidad.
Este valeroso equipo, del que estábamos convencidos que Sin embargo, el problema no era tan sencillo y la vertical
irla hasta el límite de sus posibilidades, quedó aislado por de la sima no dejaba de estar erizada de canales naturales,
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de hendiduras y de pasajes en espiral donde algunos de
nuestros, hombres se encontraron con dificultades, no tenien- ver el cable que sostenía la caja cruzarse con el hilo, más
do bastante con sus brazos y piernas para salirse de ellos, se- delgado, de mi auto-elevador, arrinconarlo contra una roca
pararse de las grietas, de los balcones en los que quedaban y cortarlo en seco. Sin remisión: aquello sería la caída fatal
arrinconados para liberar el cable que se introducía por pe- en el vacío. Me venían a la memoria las palabras de Casteret
ligrosos surcos. a la salida de la sima, hirientes como un estilete: "El iza-
Con razón temíamos que una carga inerte de más de miento del ataúd será extraordinariamente peligroso... y es-
ochenta kilos no pudiera franquear todos estos obstáculos. toy midiendo mis palabras"...
Y ello fue en definitiva lo que nos determinó a abandonar por »A pesar de todo, mi descenso se efectúa sin accidente
segunda vez a nuestro pobre amigo en su tumba, al fondo alguno y llego al nivel del ataúd metálico aprisionado bajo
de aquella sima inhumana. el maldito saliente. Una serie de cortos descensos y ascensos
Nuestra campaña, pues, había resultado una victoria sen- que ordeno en el laringófono acaban por colocar el ataúd
sacional en un año rico en acontecimientos, pues que fue en la posición justa que he escogido para poder sacarlo del
en 1953 cuando los alpinistas ingleses llegaron a la cima del cepo. Todo a punto: "Izad".
Everest, la más alta del globo, y los espeleólogos franco-bel- »Con la espalda en la pared, empujando el pesado ataúd
gas habían descendido al abismo más profundo de la tierra, con las manos y los pies, lo saco de aquel rincón y empieza
mientras que en el batiscafo se había alcanzado una profun- a subir; aplastándome, pero sube. De cincuenta en cincuenta
didad record bajo el mar. centímetros vamos subiendo los dos al mismo tiempo»...
Pero nuestra campaña quedaba ligada al fracaso que Este ascenso alucinante, en el curso del cual Bidegain
acabamos de relatar. expuso continuamente su vida, ¡duró trece horas mortales!
Por esta razón allí mismo se decidió otra campaña para Al llegar arriba nuestro compañero se desplomó sin cono-
1954, únicamente dedicada a la exhumación de los restos del cimiento, pero había vencido.
cuerpo de Marcel Loubens. A los dos días, en una recoleta ceremonia —en la que
Georges Lépineux había concebido un plan de operaciones se hallaban presentes las personalidades oficiales del depar-
y un material muy ingenioso, especialmente adaptado a las tamento del Alto Carona—, la familia Loubens tenía el con-
dificultades y a las arriesgadas maniobras. Pero a pesar de suelo supremo de acompañar los restos de Marcel hasta el
estos perfeccionamientos, la operación resultó aventurada y cementerio de su pueblo natal.
se halló ante la amenaza de un fracaso.
El ataúd, de aluminio y perfilado especialmente en for- Nuestra expedición de 1954 a la Peña de San Martín había
ma de obús, chocó y quedó atascado bajo un saliente a alcanzado, pues, su epílogo allí.
medio pozo. Por desgracia había costado la vida al mejor de entre los
Fue necesario recurrir entonces a una maniobra muy nuestros. Pero si la espeleología es una aventura y un depor-
delicada y peligrosa, consistente en hacer descender a un te, también es al mismo tiempo una ciencia múltiple y apa-
hombre del equipo hasta dicho nivel. Este hombre, José sionante.
Bidegain, se colgó él mismo a lo largo de un hilo de acero En la sima de la Peña de San Martín se han hecho com-
con ayuda de un aparato llamado «auto-elevador». Descendió probaciones y observaciones geológicas y mineralógicas, con
hasta allí y consiguió desenredar el ataúd, y lo escoltó metro el concurso de todas nuestras observaciones.
a metro a lo largo de la vertiginosa vertical ayudándolo a Fenómenos físico-químicos y meteorológicos (erosión, tem-
pasar en los sitios delicados. peratura, corrientes de aire, niebla, condensación, ioniza-
Pero mejor que cualquier comentario dejemos a Bidegain ción) han sido estudiados y registrados de esta manera. Sa-
narrarnos su aventura: bíamos ya que la fauna cavernícola sería muy pobre en razón
«Mientras descendía sólo tenía una preocupación: la de de la altitud y de la baja temperatura de la sima (cuatro
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grados), y que no podría contener más que troglobies adap- Pero era francés durante dos kilómetros setecientos me-
tados a aquellas condiciones de vida excepcionalmente pre- tros, y español durante un kilómetro. Esta curiosa sima, a
carias. caballo sobre la línea fronteriza era, pues, en definitiva fran-
Teniendo en cuenta estas consideraciones, nuestra cose- co-española.
cha fue magnífica: ocho troglobies diferentes, semiacuáticps, Situación tan especial (aunque no única, ya que existe
semiterrestres; dos de ellas pertenecían a una nueva especie entre Hungría y Checoeslovaquia una cierta caverna de Aggte-
que el doctor Rene Jeannel, profesor del Museo, ha bautizado lek-Domitza, de dieciocho kilómetros de longitud, que comu
con el nombre de Aphaenops Loubensi en memoria de Mar- nica con estos dos países) creó un verdadero conflicto, casi
cel Loubens. infantil, pero tenaz, que nos tuvo separados de «nuestra»
Son los vestigios de seres que han vivido en la superficie sima hasta 1960.
de la tierra y desaparecieron hace millones de años; son fósi- En este año, finalmente, pudimos hacer lo que hubiéramos
les vivientes como el famoso pez coelacanthe. debido hacer tiempo antes.
También la hidrogeología retuvo nuestra atención. El des- Dejando aparte las vías diplomáticas y las demandas ofi-
cubrimiento por Loubens del torrente subterráneo en el fondo ciales de autorización, llenas de las múltiples consideracio-
de la sima fue un acontecimiento que interesó a los espe- nes complicadas y puerilmente alambicadas de la burocracia,
cialistas y confirió a las exploraciones un interés utilitario nos pusimos de acuerdo, simple y llanamente, con los espe-
de primer orden desde el punto de vista de la industria hi- leólogos españoles, es decir, con los hombres que a su vez
droeléctrica. Nuestros experimentos de coloración dieron a estaban tan impacientes y deseosos como nosotros de des-
conocer el lugar de resurgencia del curso de agua subterrá- cender a esta sima tabú.
neo, a siete kilómetros de allí, mil doscientos metros más , Todo se simplificó,.,todo se hizo realizable, y el 7 de julio
abajo en el valle. de 1960 dio comienzo la expedición tanto tiempo diferida,
Se podrá recuperar y utilizar este torrente subterráneo expedición que vino a colmar las esperanzas que los espeleó-
derivándolo en un túnel, por un conducto hasta las turbinas logos franco-españoles habían puesto en ella por sus resul-
de una central hidroeléctrica, tras una caída de setecientos tados sensacionales.
metros.
Como es natural estábamos deseando volver a descender Habían pasado ya demasiados años para reagrupar de
a la sima, en la que conocíamos una rama lateral que se nuevo el primitivo equipo francés. Lépineux, Bidegain, Del-
prolongaba durante más de tres kilómetros, para alcanzar teil y Mauer fueron sólo los representantes del antiguo gru-
el fondo en una sala llamada de la Verná. po, y ellos enseñaron los primeros pasos a los nuevos com-
Pero había también otra desviación río arriba en la que pañeros: Clot, Saunier y Casillas. También Queffelec fue fiel
me había aventurado con el doctor Mairey, Ballandrau y a la cita con su torno de mano, perfeccionado para esta
Mauer, y donde tuvimos que detenernos, por falta de un ocasión.
bote, ante una capa de agua profunda. Personalmente me dediqué a la organización de la expe-
A pesar de nuestro gran deseo de volver a la Peña de San dición, y limité a esto mi tarea, decidiendo no volver a des-
Martín tuvimos que esperar más de lo que hubiésemos de- cender a la sima. Los seis años de interrupción, tan arbi-
seado. Ahora surgieron dificultades de frontera en relación trarios como injustificables, no habían constituido impedi-
con la sima. ¿Se encontraba en realidad en Francia o en mento para hombres de unos treinta años; pero a mí me
España? habían convertido en sexagenario, edad muy peligrosa para
La cuestión resultaba muy delicada, prácticamente insolu- un espeleólogo, para quien «lo esencial es tener veinte años»,
ble, y sólo fue resuelta al cabo de seis años... Se admitió como dice la canción.
que el orificio se encontraba en España, por muy poco: El desarrollo de las operaciones me demostró que había
¡veintidós metros! tenido razón al. renunciar. En efecto, el equipo subterráneo,
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que vivió diez días y diez noches en el frío, la humedad y cada que ya les había señalado yo, lo que les había determi-
las tinieblas, tuvo que efectuar trabajos agotadores. nado a llevar una pértiga metálica de escalada consigo.
Y ni siquiera hallaron sus componentes la compensación Pero no llegaron a utilizarla. La cascada no existía; era
de ver algo nuevo, de avanzar en terreno virgen, ya que se el ruido violento del viento en el túnel lo que producía la
dedicaron a rehacer el camino recorrido en los años prece- impresión de una caída de agua. El error era clásico, y una
dentes hasta el fondo de la sima, escoltando y ayudando a vez más allí lo fue por completo...
los dos topógrafos, Saunier y Casillas, en su delicada tarea Tras una navegación agitada de ciento diez metros por
de estudiar la topografía de la cavidad. aquel túnel tortuoso, desembarcaron en la prolongación de
Confesemos que la perspectiva de no avanzar durante ho- la caverna. Aquí los españoles encontraron un confluente, el
ras y días enteros más que algunos hectómetros en aquel primero encontrado en la Peña de San Martín. La gruta,
caos rocoso, transportando cargas enormes, había pesado siempre majestuosa, se divide en dos ramas, que fueron ex-
bastante en mi decisión de no volver a descender a la sima, ploradas, una durante cuatrocientos metros y la otra sobre
que por otra parte conocía hasta el fondo en la rama fran- quinientos.
cesa, y hasta un kilómetro en la española. Fue necesario transportar los botes y efectuar varios
Y los españoles, ¿qué habían venido a hacer a la Peña de transbordos y navegaciones en una zona cada vez más acci-
San Martín? dentada. Finalmente el equipo se vio obligado a detenerse a
causa de las crecientes dificultades, falto de material apro-
Habían venido para descender al pozo Lépineux, la cavi- piado para vencerlas. La caverna, pues, continúa río arriba,
dad vertical más grande conocida hasta ahora; para atra- y se reemprenderá la expedición con medios acrecentados.
vesar las salas gigantes de Navarra y Castilla y para embar- Mientras los siete españoles y Mauer exploraban y progre-
carse en el lago. En 1954 habíamos observado, ávidos y mara- saban río arriba, los seis franceses nombrados, ayudados por
villados, cómo en aquella capa de agua la violencia del vien- los españoles Martín e Hidalga, llegaron hasta el fondo de
to llegaba a formar pequeñas olas. la sima, en la prodigiosa sala de Yerna, que topografiaron,
Robert Mauer, de Besancon —el único hombre en la expe- como el resto de la cavidad.
dición de 1960 que en 1954 llegó hasta el final del ramal Esta nave colosal mide doscientos metros de largo y cien-
español—, estuvo encargado de conducir el equipo de siete to veinte metros de ancho, y su bóveda alcanza ciento cin-
españoles hasta el lago en cuestión. cuenta de altura a todo lo largo de la sala. Es la sala subte-
El lado anecdótico de la historia está en que Mauer no rránea más vasta que se conoce.
sabía una palabra de español; pero bajo tierra existen esta- El torrente se desploma allí en una cascada ensordece-
dos de excepción en los que todo pasa y se realiza normal- dora, serpentea dando saltos por un lecho de rocas y luego
mente. Es necesario añadir que el jefe del equipo, Félix Ruiz desaparece por infiltración en una playa de guijarros que
de Arcaute, el simpático espeleólogo de Tolosa, hablaba fran- constituye el fondo de la sala.
cés a la perfección, ¡con un sabroso e inesperado acento de Un experimento de coloración hecho" en 1952 y renovado
Bruselas! en 1953 nos había revelado él resurgimiento de dicho to-
Los botes neumáticos que nos habían hecho falta en 1954 rrente subterráneo ocho kilómetros más allá, en el valle de
se echaron al agua, y la navegación dio comienzo río arriba Santa Engracia.
hacia lo desconocido.... La profundidad total de la sima de la Peña de San Martín
Rechazados por el viento que soplaba con fuerza de tem- hasta la sala de la Verna había sido estimada en setecientos
pestad en aquella parte escondida de la caverna, que tomó veintiocho metros, pero quedaba la duda de ello, ya que no
el nombre de Túnel del Viento, dicho equipo se vio obligado había sido aceptada por todos nosotros, pretendiendo algu-
a pegarse a las paredes y remolcar los botes a lo largo de nos que dicha profundidad no excedía de seiscientos cincuen-
ellas. Río arriba oyeron el rumor impresionante de una cas- ta metros.
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La topografía precisa de 1960, efectuada con instrumen- posible la utilización industrial de las cataratas, como ha-
tos perfeccionados y por profesionales con experiencia, ha brán hecho posible igualmente la visita de esta maravilla
dado como cifra definitiva la de setecientos treinta y siete subterránea.
metros. Y aún un último voto y un último ruego: que una placa
Esta campaña topográfica ha permitido además la con- de mármol de los Pirineos, colocada en la sala de la Verna,
firmación de que la marcha realizada con brújula por los en lo más profundo de la sima, lleve grabado el nombre
«scouís» lioneses Bállandrau y Letrone en 1953 era muy exac- de Marcel Loubens, «muerto en el campo de honor de la
ta; casi se podía superponer al plan topográfico de 1960. espeleología, en la sima de la Peña de San Martín».
Así, el túnel empezado en 1955 en el flanco de la montaña
para intentar desembocar en la sala de la Verna, se reempren-
dió y se acabó, ya que no quedaban más que apenas sesenta
metros.
El torrente subterráneo será, pues, capturado en la sala
de la Verna, derivado por el túnel, restituido al flanco de la
montaña, y por un conducto será llevado a una caída de
seis a setecientos metros hasta las turbinas de una central
hidroeléctrica construida cerca del pueblo de Santa Engracia.
Es muy posible que la sala de la Verna —la de propor-
ciones más vastas que se conoce, repetimos— sea igualmente
habilitada para la visita pública. Penetrando hasta ella sin
fatiga y con toda clase de seguridades por un túnel artificial,
los turistas desembocarán de pronto en esta nave gigante
que podría contener dos veces la catedral de Nuestra Señora
de París con sus torres de setenta metros y su flecha de
noventa y cinco, sobre la que se podría superponer aún dos
veces el obelisco de la plaza de la Concordia.
Iluminaciones apropiadas a ella y proyectores colocados
en lugares culminantes, pondrán de manifiesto el conjunto
de esta sala prodigiosa, en la qué desembocaron en 1953
cinco espeleólogos al término de una exploración alucinante
de más de setecientos metros de profundidad.
Llegaron hasta allí con el estruendo ensordecedor de la
cascada que se despeña en esta nave desmesurada, casi apo-
calíptica, que constituyó en aquella época el final del abismo
más profundo del mundo.
Esperemos que los guías que un día conduzcan la visita
de la sala final de la sima de la Peña de San Martín tengan
algunas palabras de recuerdo para la labor y el heroísmo de
los espeleólogos que se aventuraron por vez primera en las
profundidades de este abismo verdaderamente excepcional;
que trabajaron en su exploración completa hasta el fondo,
pasando por peligros apenas imaginables que un día harían
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DOS GRUTAS"DECORADAS": BARRA
BAOU Y TIBIRAN
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que uno no se podría caer por ellos ni aun cuando se lo pro- La altura de las bóvedas varía de veinte a cincuenta me-
pusiera; lo único que conseguiría es quedar aprisionado en- tros, lo que significa que resultan difícilmente discernibles
tre las paredes. con nuestras modestas lámparas. En cuanto a la anchura, no
En ellos, un candidato a la claustrofobia viviría una te- excede de treinta metros. Así que no se sabe si llamarla una
rrible pesadilla ante la idea de no llegar a liberarse nunca sala alargada o una avenida subterránea colosal.
de esta estrechez rocosa, de este emparedamiento en las A través de pendientes y de caos de rocas, llegamos a lo
mismas entrañas de la tierra. alto de la sala, donde la bóveda se deprime de pronto.
Se nos preguntará cómo se puede proceder a ayudar o a —Tras este paso difícil y bajo, la caverna continúa aún
salvar a un compañero herido en estas condicones. Todos con las mismas proporciones colosales, como hasta ahora
los componentes de expedición al Pozo del Viento se pre- —me informa Yves.
guntaron lo mismo. El problema se planteó y se discutió en Tomo nota de ello y, contentándome con la descripción
común. Y la respuesta fue unánime: un herido grave no po- que se me hace, me decido a volver hasta el pie de nuestra
dría ser ascendido hasta la superficie. Existen verdadera- escala para ver la otra mitad de la sala.
mente cavidades en las que «no deben ocurrir accidentes»... Es realmente una caverna enorme la que estamos reco-
A través de grietas, de reptaciones en todas posiciones, a rriendo a través de aquellos caos increíbles. Parece imposi-
veces realmente vermiculares, en las que hay que quitarse ble que tras nuestro largo y penoso descenso por aquellos
incluso el casco para avanzar apoyándose en los brazos, lle- pozos tan extraordinariamente exiguos y retorcidos, se lle-
gamos hasta una última gatera en pendiente en la que se gue a desembocar en el mundo subterráneo de dimensiones
ha colocado una escala. ciclópeas. La minúscula chimenea del Pozo del Viento no
—Atención —me dice mi compañero—, nos encontramos es más que un medio para llegar a este ámbito inferior de
a ciento veinte metros de profundidad y hemos acabado ya proporciones enormes. ¡Ah, si las piedras pudieran hablar!...
con todas las estrecheces. Ahora vamos a desembocar en el Un torrente cae en cascada y serpentea de arriba abajo
techo de la gran sala. por toda la Sala del Viento. Al llegar a la parte inferior de la
Y efectivamente, apenas salimos de la última gatera ha- sala, vaga por ella, se divide en varios brazos y deja unas
llamos una escala que se balancea en el vacío; una sensación playas de barro fino perfectamente unidas y horizontales.
que me recuerda otra parecida, experimentada en la sima Allí se instaló el campamento subterráneo: tres tiendas iso-
de la Peña de San Martín, cuando a los doscientos cincuenta térmicas provistas de colchones neumáticos y de sacos de
metros de profundidad vertical se encuentra uno de pronto dormir de plumón, con capacidad para nueve hombres.
suspendido de la inmensa Sala Lépineux. A pesar del decorado un poco lúgubre de este campa-
Pero aquí la impresión es aún más fuerte por el contras- mento, y a pesar de la baja temperatura y la humedad que
te entre la lucha sostenida hasta entonces en aquellas exi- reina en él, fue muy apreciado por los diversos equipos que
guas gateras y el súbito balanceo en las tinieblas absolutas se sucedieron. Allí pudieron descansar las «puntas» a su
de la sala enorme. regreso de las exploraciones efectuadas en las continuacio-
Al mirar hacia abajo se descubren algunas rocas amonto- nes de la sima. Uno de nuestros compañeros, Jean-Marie
nadas, sobre las que se aterriza. Yves viene a reunirse con- Nicot, permaneció en él seis días y seis noches consecuti-
migo, y tras él, que conoce la sima desde el año anterior, vas o, lo que es lo mismo, doce noches.
empiezo a circular por aquella sala tan en declive, que nos El torrente desaparecía por completo en el punto más
disponemos a recorrer por entero. bajo de la sala, en un paso minúsculo, el mismo que había
—Mide trescientos metros de longitud, en un desnivel sido descubierto y explorado en abril de 1960 durante nues-
de cien metros —me explica—, y nos encontramos ahora tra breve campaña primaveral.
casi en el centro. Me dirigí con Yves a realizar un reconocimiento en esta
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grieta, por la que el viento se introduce violentamente, aspt El resultado de su reconocimiento era de lo más prome-
rando con él el humo del cigarrillo de mi compañero. tedor, ya que no habían dejado de progresar, en profundi-
Por esta grieta se han adentrado estos días nuestros equi- dad y en distancia, en dirección hacia la vecina sima Fierre.
pos de vanguardia para descender a diferentes pozos de Un tercer equipo en punta: Jacques Parent, Fierre Lafont,
quince a veinte metros. El equipo I, conducido por Fierre Marc Pouliquin y el infatigable Jean-Marie Reboul, se hundió
Gicquel, penetró en ella el 29 de julio y tuvo que detenerse seguidamente en las profundidades del Pozo del Viento, del
al borde de un gran pozo para proceder a un sondeo preli- qué salió cuarenta y ocho horas más tarde definitivamente
minar, antes de desenrollar las escalas y emprender el des- victorioso.
censo los hombres del equipo. El plomo de la sonda acusó Siguiendo las cascadas sucesivas, los cuatro hombres ha-
una profundidad de noventa y cuatro metros. bían llegado a los pisos inferiores de la sima Fierre, consi-
En el momento en que Gicquel subía la sonda, se oyó guiendo finalmente la esperada unión, tan difícil y espectacu-
un impresionante estrépito, seguido inmediatamente de una lar. El Pozo del Viento y la sima Fierre, pues, no forman
catarata espumeante. Una fuerte crecida del curso de agua más que una sola sima, enorme, de seiscientos cincuenta y
subterráneo, como consecuencia a una violenta tormenta en siete metros de profundidad.
Coume Ouarnéde, lo barría todo a su paso. Gicquel, Lafont, Y con muy pocas lagunas, la red Trombe fue recorrida
Pouliquin y Garrére tuvieron el tiempo justo de refugiarse y explorada en su totalidad. La unión del Pozo del Viento
sobre unos saledizos por encima de las aguas furiosas, y es- con la sima Fierre contigua hizo de esta sima una de las
perar allí el posterior desarrollo de los acontecintientos. mayores del globo (la cuarta para más exactitud).
Habían partido para un ligero reconocimiento y se encon- Un laberinto de galerías colosales, que han quedado inex-
traban desprovistos de víveres, y con posibilidades de ilu- ploradas por falta de tiempo y a causa de la extrema fatiga
minación bastante limitadas. de los equipos, está aún por recorrer, con la posibilidad de
En la Gran Sala del Viento, igualmente, un equipo de comunicación con la sima Raymonde, muy vecina. Esta even-
sostén se vio sorprendido por la violencia de la riada subte- tualidad motivará una campaña en 1961, que se espera sea
rránea: el paso se encontraba inundado, obstruido; en re- fructífera en conquistas y nuevas sorpresas.
sumen, infranqueable. Y sólo empezó a ser practicable trece El éxito de dicha expedición sería realmente una gran
horas después. satisfacción para los muchachos que tanto trabajaron en
El descenso de las aguas permitió entonces al equipo de las entrañas de Coume Ouarnéde, durante tantos años. Sería
sostén aventurarse en los pozos sucesivos hasta la cascada también el punto final, la conclusión de la vasta y trabajosa
de veinte metros, al pie de la cual esperaban los cuatro hom- encuesta hidrogeológica emprendida y seguida en el curso
bres bloqueados, que pudieron entonces ser socorridos e iza- de estas campañas consagradas al macizo de Arbas, uno de
dos sobre la tromba líquida. los más cavernosos de nuestro país.
El equipo en punta II sucedió a éste, que había tenido ¿Por qué todavía una sexta campaña subterránea? ¿Por
que soportar la reclusión forzada, nada envidiable, en el qué tal empeño?
curso de la cual los cuatro hombres se repartieron entre Ciertos espíritus negativos, personas siempre dispuestas
ellos unas pastillas de chocolate y unos terrones de azúcar. a la crítica, podrán formularnos estas preguntas. Y nosotros
El nuevo equipo llegó a su vez al borde del pozo-cascada les responderemos preguntando también: ¿por qué antaño
de noventa y cuatro metros, que fue descendido por Máxime los exploradores trabajaron encarnizadamente por alcanzar
Félix y Jean-Marie Reboul. Durante veinticuatro horas se los Polos?
estuvo sin noticias de estos dos exploradores, hasta que, al ¿Por qué hasta ahora los alpinistas se obstinaron en ven-
cabo de ellas, volvieron de nuevo a la base del pozo, del que cer el Everest? ¿Por qué actualmente se intenta bajar en el
fueron izados por sus compañeros Yves Félix y Georges batiscafo y por qué se han ofrecido ya voluntarios para ser
Brandt. proyectados a los espacios interplanetarios?
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Porque el hombre quiere saberlo todo, quiere conocerlo
todo, quiere intentarlo todo, y porque es mucho más prove-
chosa para los muchachos deportivos e inquietos la aventu-
ra bajo todas estas formas y en todos estos campos, que el
no hacer nada, o el contemplar a los demás desde lo alto
de las gradas de un estadio o sentados ante una pantalla de
televisión.
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HISTORIAS "SOMBRÍAS"
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tas pequeñas y divertidas aventuras personales que hemos quedé allí escondido. Al amanecer decidí aventurarme y salir
conocido bajo tierra. al exterior.
En 1920, tras la Primera Guerra Mundial, apenas desmo- Momentos después, me encontraba en la sala de entrada
vilizado, reemprendí mis actividades subterráneas interrum- prestando atención al menor ruido y a la menor sombra sos-
pidas durante cuatro años. Me encontraba un anochecer en pechosa. De pronto, de detrás de un bloque surgieron varias
Tarascon-sur-Ariége; caminando, me había acercado a las formas al mismo tiempo, se levantaron con una presteza im-
rocas de Soudour, y hacia medianoche me instalé en la en- presionante y, tropezando, huyeron a galope desenfrenado,
trada de la gruta de Pradiéres, que se abre en la cima de un escuchándose su eco bajo las bóvedas sonoras.
montículo de rocas desprendidas de la montaña. Este fue el más fuerte, y por fortuna el último, de los so-
Apenas llegado allí, me acogió el espectáculo siempre im- bresaltos de aquella noche tan agitada; pues me di cuenta
presionante de una violenta tormenta nocturna en el monte. de que se trataba de cuatro corderos que habían venido a
El estruendo de los truenos repercutía bajo la bóvedas de la cobijarse en la entrada de la cueva.
caverna, y parecía que todos los, diablos del infierno se habían Fueron su llegada y su ascenso por las rocas lo que mo-
reunido en aquel antro. tivó mis primeros sobresaltos.
Hacia las dos de la madrugada, la tormenta había amai- En cuanto al estornudo que tanto me había preocupado,
nado y la naturaleza había vuelto a su calma. Iba a dormirme ¡me enteré aquella misma noche de que los corderos tosen
ya cuando oí pasos que se acercaban hacia la caverna. Intri- y estornudan exactamente lo mismo que los seres humanos!
gado, inquieto, me pregunté si serían de hombre o de ani-
mal. Mientras lo hacía oí detenerse los pasos repentinamen-
te, y en el silencio de la noche se escuchó un estornudo, en
parte contenido, que me confirmó de que efectivamente se
trataba de un hombre. Aquella noche tan agitada había tenido lugar en 1920.
Unas horas antes, en Tarascón, había efectuado algunas Diez años después experimenté una emoción nocturna seme-
compras en una tienda de comestibles, y hablando con el jante, no en una gruta, sino en una miserable cabana de pas-
tendero le había pedido algunas informaciones sobre el cami- tor, perdida a dos mil metros de altitud; era en el macizo
no que debía tomar, comentando mi intención de ir a pasar de los Montes Malditos, a donde había ido solo para estudiar
la noche en la gruta de Pradiéres. La tienda era asimismo ta- el enigma hidrogeológico del Pozo del Toro, la clave del pro-
berna, y mis comentarios fueron hechos delante de un grupo blema de las fuentes del Carona.
de hombres de aspecto patibulario que bebían en un rincón. Después de un recorrido solitario por aquellas ásperas
Las intenciones de un hombre que subía a la gruta a las montañas me había cobijado al caer la noche en una pobre
dos de la madrugada eran claras; se trataba, sin lugar a du- cabana próxima al Pozo del Toro.
das, de uno de los hombres de la taberna que pensaba asal- Echado, retorcido, sobre un lecho de agujas de pino,
tarme en aquel lugar tan solitario. buscaba en el sueño el olvido de mi incómoda situación. Se
En aquel momento, mientras el miserable, sorprendido anunciaba una mala noche y el frío era muy intenso.
por su estornudo intempestivo, se había detenido, oí distin- Sin embargo, mecido por el eterno y monótono ruido de
tamente las pisadas de otros individuos que intentaban es- la catarata del Pozo del Toro, estaba ya en los umbrales del
calar las pendientes de la pequeña colina donde me hallaba. sueño cuando, en plena noche, me desperté sobresaltado. La
Era pues un asalto organizado, y en un lugar como aquél puerta ruinosa y oscilante que había cerrado y afianzado con
no tenía la más mínima posibilidad de ser socorrido. ayuda de mi piolet, había sido sacudida violentamente.
Entonces, a tientas, en la más completa oscuridad, trope- La llegada de un visitante nocturno en una de las pocas
zando con las rocas, me fui arrastrando hasta las profundi- cabanas del macizo de la Maladeta, constituía ya por sí sola
dades de la caverna, con riesgo de romperme la cerviz, y me algo escepcional. Pero debía tratarse de algún montañero, de
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algún pastor aragonés, o de un viajero perdido por aquellos
parajes.
Me incorporé a mi jergón y pregunté con voz fuerte:
«¿Quién está ahí?» Pero mi pregunta, repetida en español,
quedó sin respuesta.
La puerta dejó de bambolearse y todo volvió al silencio. En la gruta de la Cigalére, de la que ya hemos hablado
Sorprendido, empezaba a preguntarme si no habría esta- anteriormente, caminaba yo un día con mi hermano Marcial,
do soñando, cuando, de pronto, se renovaron los golpes en cuando fuimos detenidos en seco por una serie de crujidos
la puerta, ahora más violentamente. que daban la impresión de que la bóveda estaba a punto de
La insistencia y el mutismo obstinado del intruso no pre- desplomarse.
sagiaban nada bueno, y me decidí a mi vez a actuar con ra- Dichos crujidos se repitieron tres veces mientras nos-
pidez y en silencio. De un salto me levanté, cogí el piolet y otros, apretados contra una columna, escrudriñábamos el
con otro salto franqueé la puerta y me encontré afuera. techo, esperando verlo abrirse y aplastarnos de un momen-
Pero no vi a nadie... to a otro. Pero una vez desaparecido el ruido, un poco más
Un claro de luna espléndido baña la montaña; el aire es aliviados, decidimos continuar la exploración.
glacial, todo está en silencio y la montaña entera aguarda Una hora después, cuando nos encontrábamos con dificul-
extática en una calma impresionante. Ni un árbol, ni una tades en el torrente subterráneo, volvieron a oírse aquellos
roca donde pudiera esconderse un hombre. terribles crujidos con tal intensidad, que pensamos inclu-
Instintivamente doy la vuelta a la cabana, con el piolet so en un temblor de tierra.
amenazante en las manos; pero tampoco allí: todo está de- Aquella misma noche, relatando el hecho a los ingenieros
sierto. Me vuelvo al interior intrigado, preguntándome quién de la Unión Pirenaica Eléctrica, cuya cantera se hallaba si-
podía ser el que golpeaba en la puerta tan insistentemente, tuada en dicho macizo, se nos dio la explicación del fenóme-
en dos ocasiones sucesivas, y ha desaparecido ahora de modo no que nos había impresionado tan terriblemente.
tan misterioso. Los ruidos que escuchamos habían sido producidos por
Admití hasta la posibilidad de un oso merodeador, de los la explosión de minas en uno de los túneles de explotación.
que aún existen en los Pirineos centrales. La hora de las explosiones concordaba perfectamente con el
En resumen, pasé por las emociones y las suposiciones momento en que nosotros las oímos; las detonaciones se
más absurdas, a causa de mi curiosidad insatisfecha, hasta habían propagado a través de kilómetros de roca.
que un día un profesor de geología, a quien acababa de con-
tar mi pequeña aventura, me dio la explicación natural, que
en verdad no se me había ocurrido. El macizo de la Maladeta
está recorido a menudo por agitaciones sísmicas; y fueron En los pisos superiores del río subterráneo de Labouiche,
sin duda dos de estas sacudidas las que resonaron en mi que estaba explorando con mi fiel colaborador Joseph Del-
puerta. Naturalmente, yo no pude notar el seísmo porque al teil, experimenté también una fuerte impresión al oir de
hallarme extendido en el mismo suelo, como sucede gene- pronto un ruido tan terrible como enigmático.
ralmente, no estaba en condiciones de percibirlo. Mientras nos esforzábamos por pasar penosamente una
gatera estrechísima reptando en el barro resbaladizo, se oyó
un estruendo sordo, cuya intensidad creció de pronto para
decrecer rápidamente, acercándose hasta nosotros. En toda
mi vida no había registrado un fenómeno semejante, un
ruido subterráneo como aquél.
Nos encontrábamos a varios kilómetros de la entrada de
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la caverna y yo me perdía en consideraciones sobre el origen El examen de este obstáculo me mostró que todo se sos-
de aquel ruido que me parecía completamente inexplicable «tenía en equilibrio inestable y que el menor peso podía po-
por algún hecho natural. Sin embargo, a mi interrogación ner en movimiento toneladas de piedras. Días más tarde me
muda, Delteil opuso una expresión ambigua y no sé por qué aventuré por esta gigantesca trampa, en la que la agilidad
me pareció que él sabía más que yo sobre aquel asunto. y la ligereza eran mi única defensa.
—Bueno, en fin, ¿qué está pensando? —le dije muy in- Conseguí llegar hasta la sima sin que nada se moviese, y
trigado. .» descendí por el otro lado, maravillado de que todo siguiera
—Que son las seis y media. como hasta entonces. Luego recorrí varias veces este peli-
—¿Que son las seis y media? Pero, ¿qué significa? ¿Qué groso pasillo con mi mujer y mis ayudantes, en diversas oca-
relación tiene esto con el ruido? siones.
—Simplemente, quiere decir que es el tren que hemos Pero una de ellas casi acabó en catástrofe. La barrera ro-
estado esperando, el tren de las seis y media, que acaba de cosa, que había juzgado tan peligrosa y a la que habíamos
pasar ahora. acabado por acostumbrarnos, acabó desplomándose con un
Delteil estaba familiarizado con la gruta de Labouiche, estruendo terrible. Bloques de tres y cuatro metros cúbicos
estaba al corriente del fenómeno que me había aterrorizado se desprendían por todas partes y fueron a estrellarse en el
y sabía perfectamente que la línea férrea de Foix a Saint- lecho del torrente, donde nos encontrábamos todos reunidos.
Girons pasa exactamente por encima de la cavidad, y que el Fue un verdadero milagro que ninguno de nosotros resul-
paso del convoy se oye a través de la roca calcárea. tara alcanzado por uno de aquellos bloques. Sólo dejamos
La evocación inesperada de este tren pasando velozmente en aquel caos parte de nuestro material, que nos fue arreba-
por un paisaje soleado me mostraba a los viajeros cómoda- tado de las manos.
mente sentados, mecidos por el ruido monótono de las rue-
das, cada uno entregado a sus pensamientos. De todas ellos
(el viajero distraído o preocupado, el atento a la contem-
plación del paisaje o el embebido en la lectura), ni uno sólo En la inmensa gruta de Chiker, en el Atlas, donde acaba-
podía haber imaginado que bajo sus pies, bajo una espesísi- ba de descubrir en 1934 un río subterráneo en el piso infe-
ma capa de roca, dos seres humanos perdidos en un labe- rior, me disponía a embarcar en un pequeño bote neumático
rinto subterráneo de varios kilómetros estaban tratando de cuando me detuvo un ruido aterrador.
raspar con sus cuchillos el barro que los envolvía. Eran violentas explosiones, que me helaron la sangre en
las venas e hicieron que volviera rápidamente hasta el pie
de mi escala de cuerda, donde arriba, en un estrecho balcón,
me esperaban mis porteadores y mi intérprete Lixi.
La exploración de la sima Martel, que descubrí en 1933 Al llegar a la base del pozo pude observar con asombro
y que fue durante diez años la más profunda conocida en que la sima estaba iluminada por encima de mí, con luce*
toda Francia, se me hizo de lo más penosa. ininterrumpidas, y que era de allí de donde procedían las de-
Mal equipado, ayudado únicamente por mi esposa y por tonaciones y los estruendos.
dos hombres decididos, pero sin experiencia, vi en aquel abis- A ellos se mezclaban gritos y alaridos que me dejaron
mo verdaderas horas de angustia. estupefactos, agarrado a mi escala, por la que comenzaba ya
En mi primer descenso solitario a aquella sima me de- a trepar. Pero de pronto la voz de Lixi, dominando aquel
tuve a sesenta metros de profundidad, en un punto en que caos, llegó hasta mí: «¡No suba, no suba, la escala está ar-
la cascada subterránea desaparece bajo un amontonamien- diendo!» "•:$
to de bloques enormes, que obstruían casi por completo el Retrocedí contrariado y furioso, porque no acababa de
túnel en declive. darme cuenta de lo que estaba pasando. Permanecí pegado
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a la pared rocosa en espera de la caída de la escala, que iba corta barba había desaparecido. Por milagro no le había el
a romperse sin duda alguna. r^sd fuego alcanzado los ojos.
Por fin las explosiones se fueron espaciando y disminuye- Una vez calmada la excitación (y no fue sino tras largas
ron de violencia, hasta que una voz temblorosa, ronca, llegó discusiones) tuve que tomar una actitud amenazante para
hasta mí, apresurada: «¡Suba, suba, si puede!» evitar el pánico y exigir que cada uno regresara a su puesto,
Trepé por la escala, pero antes de llegar arriba entré en mientras yo volvía a descender para acabar mi reconocimien-
una nube de humo sofocante. A tientas completé la ascen- to interrumpido.
sión. El retorno fue penoso y sombrío. El gas de acetileno nos
Mi equipo seguía allí, completo, ¡pero en qué estado! había intoxicado y todos nos sentíamos afectados de vahídos
A través de la espesa humareda vi rostros ennegrecidos, ex- y vómitos.
presiones de pánico, jadeos, y a todo el mundo tosiendo,
gritando y gimiendo a la vez.
La explicación de toda aquella confusión era muy senci-
lla, pero ¿cómo se me podía haber ocurrido? Al pensar en Otra escena digna del Gran Guignol fue también la de
una larga exploración subterránea se había previsto una re- nuestro ascenso, lleno de angustia y sobresaltos, de la sima
serva de carburo para recargar nuestras lámparas. La pre- Heyle, en el país vasco.
caución era lógica, incluso indispensable. Pero en lugar de En 1934, los dos espeleólogos belgas Max Vosyns y Van
utilizar el bidón metálico destinado a ello, el hombre en- der Elst habían conseguido descender a este gran abismo, el
cargado de esta reserva había preferido a este recipiente, tan. segundo de Francia en aquella época. Al año siguiente estos
engorroso, el vasto capuchón de su albornoz. dos jóvenes científicos me invitaron a descender con ellos,
Mientras yo efectuaba el reconocimiento en el piso infe- con la esperanza de descubrir algún prolongamiento en pro-
rior, el berebere se desplazó arrastrándose por el exiguo fundidad.
reducto donde todos me esperaban, y vio vaciarse el conte- En el último momento Vosyns no pudo unirse a la expe-
nido de su capuchón, por entero, en un charco de agua, a ras dición, y descendí con Van der Elst utilizando un procedi-
de la estalagmita que había servido para amarrar la escala miento nuevo para mí.
de cuerda. Desdeñando las escalas, los dos espeleólogos exploraban
Al querer reparar su torpeza había acercado su lámpara las simas con ayuda de un simple torno metálico liliputien-
encendida a la superficie del agua y de ello había resultado se, de su propia fabricación. Así, pues, equipado con unas
la primera explosión, muy violenta, acompañada de llamas correas de paracaidista y sostenido por un hilo de acero de
y de otras detonaciones. Hasta el agotamiento, este genera- cinco milímetros de sección, efectuamos el descenso a aquel
dor improvisado de acetileno estuvo prodigando llamas, ex- abismo, que comienza por un escarpe cortado a pico de
plosiones y un humo espeso; los porteadores, aterrados y ciento cuarenta y cinco metros (cuarenta metros más que la
amontonados en un rincón, impotentes ante todo aquello, no flecha de Nuestra Señora de París).
hacían sino gritar. A pesar del detestable movimiento giratorio de este hilo
La escala desapareció en medio de las llamas, pero por delgado en una vertical como aquélla, el descenso transcu-
fortuna, se había mojado bastante en las maniobras de fija- rrió sin incidente alguno y estuvimos durante largo tiempo
ción, y ello evitó la ruptura. por los pisos inferiores.
El indígena, abrasado en la primera explosión, había sal- A las nueve de la tarde, a la vuelta, al pie del escarpe a
tado de dolor y, en su locura, sólo el puño de Lixi evitó que pico, nuestra conversación telefónica con el equipo de super-
se precipitara a la sima. Ahora se encontraba retorcido en ficie resultó difícil a causa de los fallos del aparato. Final-
un rincón, como un animal cogido en una trampa. Tenía mente la voz amiga llegó hasta nosotros: arriba era noche os-
quemaduras en las manos, en la frente, en las mejillas y su cura y llovía abundantemente. ¿Acaso algún tensor o algún
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trinquete se habían estropeado? Según nuestros compañeros,
el torno no funcionaba del todo bien.
A pesar de ello, mi compañero se empeñó en la ascen-
sión, probablemente difícil ante aquel anuncio de que algo
iba mal. Telefoneó diciendo que estaba preparado y dio la
señal de empezar. Las eventualidades de las crecidas subterránas son la pe-
El comienzo pareció completamente normal. Pero no duró sadilla de la espeleología y constituyen un riesgo terrible,
mucho. Apenas a diez metros de altura, se produjo el primer uno de los más traicioneros que pueden ocurrir bajo tierra.
paro, seguido de sacudidas y oscilaciones. ¿Cuántas veces se Quien alguna vez en su vida haya oído el súbito estrépito
repitieron estas interrupciones, acompañadas de espeluznan- de la crecida subterránea o asistido a la crecida repentina
tes golpes? del agua, no olvidará nunca un espectáculo semejante; es
Yo experimentaba la más grande inquietud por mi com- una visión que enturbia los sueños y atosiga la imaginación
pañero, balanceado de aquella manera en el vacío a alturas al navegar solitariamente bajo bóvedas amenazantes.
cada vez mayores, en las que la ruptura del cable le hubiera Cierto día, en el río subterráneo de Labouiche (Ariége),
sido fatal. que acababa de explorar a lo largo de algunos kilómetros,
Pero él ni por un momento abandonó su calma ni inter- volvía yo encogido en mi bote neumático, cuando me sentí
peló a los compañeros, que arriba debían penar terrible- arrancado de la monotonía de mi navegación por un rumor
mente ante la angustia de no conseguir sacarle de la sima. aún lejano y confuso, que en un primer momento confundí
Esta situación alucinante se prolongó interminablemente. con el ruido de una cascada. Pero ello no dejó de sorpren-
Naturalmente, después de ver las dificultades por las que derme, ya que el río en cuestión cuenta solamente con dos
había pasado mi amigo, mi aprensión aumentó. Primero, las cascadas, las cuales había dejado hacía rato tras de mí.
correas que me enviaron con el cable no conseguí atrapar- Y el enigmático salto de agua se oía claramente más ade-
las más que tras maniobras sin cuento, ya que a lo largo lante.
del descenso se iban trabando en las asperezas de las pare- Muy intrigado, avancé lo más rápidamente posible, sin
des. Luego, fue una nueva edición de la primera ascensión; saber realmente qué pensar, ni de dónde podía proceder el
una serie de interrupciones y sacudidas, vibraciones y esti- ruido, ahora ya muy claro, indiscutible. Lo oía cada vez más
rones desagradables, que cada vez anunciaban la caída que fuerte y, de pronto, vi en un recodo una cascada que por una
aparecía como casi irremediable en el vacío... grieta de la elevada bóveda caía en el río.
El torno semejaba completamente estropeado e inservi- No había observado nada semejante anteriormente en
ble. Además yo me había equipado mal en la oscuridad; las aquel lugar y he aquí que de repente aparecía allí una co-
correas me hacían daño y me sentía dislocado por el peso lumna de agua muy fangosa que enturbiaba por completo
de las cuerdas y los demás accesorios que llevaba. las aguas del río. Mis deducciones ante tal situación fueron
Mas tarde, cuando pregunté a mi amigo sus impresiones tan rápidas como mis reflejos. Con todas mis fuerzas me
en aquella ascensión memorable, me confió que se había es- apresuré hacia la salida, aún lejana.
tado preguntando constantemente a partir de qué altura se Comprendí que una tormenta muy violenta debía de ha-
mataba una persona sin remisión en caso de caerse... ber estallado en el exterior, puesto que aquellas aguas se in-
filtraban turbia y abundantemente por la bóveda de la gruta.
De un momento a otro, el río, con todos estos afluentes
improvisados, iba a sufrir una crecida y a transformarse en
un violento torrente.
Recordé que más adelante existía un largo recorrido bajo
una bóveda rebajada, y que había notado por el barro de las
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paredes lo peligrosa que podría resultar en una situación Al presentarme yo, bastante fatigado por el duro día de
como la que estaba ocurriendo en aquellos momentos. trabajo, ante aquel orificio, me llamaron los miembros del
En canoa o en kayak, habría recorrido aquella distancia Sindicato. Tras darles cuenta brevemente de mi misión y
como una flecha; pero nuestro bote neumático, oval y de fon- del estado de mis exploraciones, me apresuré a contarles mi
do chato, accionado por pequeños pedales, permite no ya reciente aventura y a hablarles de la enigmática y misteriosa
surcar el agua, sino únicamente chapotear como si se nave- cascada.
gara en un tonel. Me temía una reacción de cierta incredulidad general.
En resumen, conseguí llegar sin accidente alguno hasta Pero, contra lo que suponía, mi relato tuvo como consecuen-
él embarcadero subterráneo, pero no me libré en todo el re- cia el estallido de una carcajada y un gran entusiasmo. Mi
corrido del estado de sobresalto y angustia continuo por el curiosidad había llegado al límite. Finalmente, entre accesos
que acababa de pasar. Allí saqué mi bote del agua y, cam- de hilaridad, el director pudo hablarme:
biando entonces los papeles, me lo cargué al hombro a todo —Si hubiera estado aquí una hora antes —me dijo—, ha-
lo largo de la galería que conducía de nuevo a la luz, hacia bría tenido la clave del enigma.
la que me apresuraba deseoso de comprobar la violencia de A esta frase siguió la explicación de una de las equivoca-
aquella tormenta. ciones más divertidas de que he sido juguete en el curso de
Pero ¡oh, sorpresa! El tiempo era espléndido, sin huella mi carrera.
alguna de tormenta pasada, presente o futura. Al descubrir y limpiar los mineros la grieta que se hun-
Estupefacto e intrigadísimo deshinché mi bote, me liberé día verticalmente en el seno de la montaña, el capataz de los
del equipo que llevaba puesto y, así cargado, emprendí el trabajos tuvo la idea original e ingeniosa de hacer llegar has-
ascenso de la colina para llegar a la carretera de Foix a Saint ta allí dos enormes camiones cisternas pertenecientes a Ca-
Girons. minos y Puentes, y evacuar en la grieta el agua contenida
Mientras caminaba bajo el sol ardiente, iba reflexionando en sus depósitos.
sobre aquel fenómeno inexplicable, aquella cascada apareci- Y fue ésta la catarata, que nadie hubiera sospechado ar-
da repentinamente donde nunca había habido ninguna. Y ya tificial, que había visto precipitarse sobre el río.
iba a clasificar el suceso entre los enigmas inexplicables del Habían tratado solamente de probar si la grieta podía
mundo subterráneo, cuando me distrajo de mis pensamien- absorber toda el agua, lo que habría sido ya un buen indicio.
tos un grupo de gente. Y mi observación, tan providencial para ellos como im-
En el talud rocoso de la carretera a la que acababa de presionante había sido para mí, vino a coronar con el éxito
llegar, la Sociedad de Explotación de la gruta (a petición de más completo la operación.
la cual había emprendido yo las tareas de investigación de Se activaron los trabajos de excavación y desde 1939 la
las partes inexploradas del río subterráneo) estaba hacien- entrada de la gruta se efectúa por allí, por un pozo artificial
do ensanchar una fisura que se suponía en comunicación con en escalera de caracol. Dicho pozo permite a los visitantes
la caverna subyacente. Desde hacía algunos días los obreros el acceso directo y rápido desde la carretera al río subterrá-
habían trabajado en aquella estrecha grieta, impenetrable, neo, donde les esperan las barcazas para efectuar el paseo.
pero profunta por lo que parecía.
Los directivos y accionistas de la sociedad, al saber de
este hallazgo, habían venido a comprobarlo, ya que su pro-
yecto era crear allí una entrada artificial. En el caso de que Pero las equivocaciones bajo tierra no siempre tienen el
fuera así, ya no sería necesario efectuar el largo y penoso carácter impresionante de la última relatada. A veces se
trayecto a pie hasta la entrada natural de la gruta: los futu- refieren a temas más agradables e intrascendentes.
ros visitantes podrían llegar en auto hasta allí y detenerse Cierto día me paseaba yo por el piso inferior de la sima
justamente ante la puerta de entrada. de Esparros, en los Altos Pirineos, con mi fiel colaborador
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Germain Gattet y un ayudante, Marcel Pons. Gattet, que tando, en la caverna que se encuentra en el fondo de una
acababa de arrancar del suelo estalagmítico unos cristales sima!
de calcita, los empaquetó y guardó cuidadosamente en su Pero Pons estaba muy serio y no se inmutó por ello: ha-
saco. Pons, que había estado observando la operación con bía oído un gallo.
interés, se agachó a su vez, quizá para asegurarse de que no —Por otra parte —añadió—, los gallos no cantan más
quedaba ningún resto en el suelo. que una sola vez.
De pronto, se incorporó con un pequeño objeto en la Así, pues, no había por qué esperar escuchando. Después
mano y exclamó: de todo, tras el largo recorrido efectuado bajo tierra, hacía
—¡ Eh, fíjense, una pluma de murciélago! rato ya que estábamos completamente desorientados y nada
Algo inesperado en verdad. Nos acercamos incrédulos y tendría de imposible, por ejemplo, que el fondo de nuestro
un poco burlones, pero él, triunfante, nos presentaba ante vestíbulo se hallara separado del exterior por una delgada
los ojos una pequeña pluma que sostenía entre sus grandes pared rocosa. ¡ Quizá nos encontrábamos bajo una granja del
dedos llenos de barro, mientras nosotros empezamos a reír- pueblo de Esparros!
nos, con carcajadas como no se habían oído jamás en aquel Atentos y silenciosos, aunque incrédulos, esperamos de
abismo. nuevo.
Pons, desconcertado y molesto, insistió: De pronto, Pons levanta el dedo y nos toma como testi-
—Pero si no miento, ¡acabo de encontrarla en el suelo! gos: el gallo ha cantado. A decir verdad, aquello recordaba
Nos fueron necesarios unos momentos para calmarnos muy vagamente un quiquiriquí, pero era innegable que se
antes de intentar inculcar a nuestro compañero algunas no- oía débilmente un grito de pájaro.
ciones fundamentales sobre la clasificación zoológica de los —Debe de ser una lechuza"—precisa ahora Pons.
quirópteros y asegurarle que el murciélago del cuento men- Intrigados, escuchamos atentamente otra vez, procuran-
tía abiertamente a la comadreja cuando quería hacerse pa- do hacer el menor ruido posible. Y de nuevo el canto soste-
sar por pájaro. nido y lejano comienza, esta vez un poco más claro y pro-
Pero todo ello no explicaba la presencia, insólita en aquel longado. Los tres a un tiempo volvemos la cabeza en la
lugar, de la pluma de un pájaro de la especie de los gorrio- misma dirección y una carcajada general cierra el inciden-
nes, que me esforzaba en vano por identificar. te: es la lámpara agonizante de Gattet, a algunos pasos de
Fue Gattet quien tuvo la última palabra y nos dio la clave nosotros, cuyo orificio de salida del gas se encuentra en par-
del enigma. te obstruido, la que ha emitido el curioso silbido que nos-
Preocupado por guardar lo más delicadamente posible otros, en nuestra equivocación, habíamos modulado de aque-
las frágiles estalagmitas, de las que es un gran coleccionista, lla manera especial.
había podido recoger una pluma de murciélago en la sima El pretendido canto del gallo fue pues, en esta ocasión,
de Esparros. el canto del cisne de nuestra exploración.
Una hora más tarde estábamos almorzando a ciento cua-
renta metros bajo tierra, en el fondo de las vastas galerías
de la sima. Sentados en círculo, masticábamos en silencio
cuando Pons se inmovilizó y levantó el dedo. En la primavera de 1928, dos años después del descubri-
—¿Han oído? miento de la gruta helada Casteret, volvía solo al macizo
—No, ¿qué? del Monte Perdido cuando de pronto se me ocurrió la idea
—¡Un gallo, un gallo que acaba de cantar! de atravesar otra vez aquella nevera subterránea, la más ele-
La respuesta era tan inesperada en un lugar semejante vada que se conocía en el mundo hasta entonces.
que de nuevo estallamos en carcajadas ante aquella nueva En aquella estación, y a aquella altura, la cantidad de
faceta de nuestro compañero; ¡ la evocación de un gallo can- nieve era aún considerable. Después de marchar horas en-
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teras sobre el blanco monte me otorgué un pequeño descanso ¡ Había penetrado bajo tierra con mis gafas negras! Como
antes de penetrar bajo tierra, a la luz de una simple bujía, ya llevaba siempre lentes, no me di cuenta de que aquéllos pre-
que por no recargar demasiado mi mochila, de por sí bas- cisamente no eran los apropiados y me había obstinado en
tante pesada, no me había provisto de una lámpara de ace- recorrer la caverna con gafas ahumadas.
tileno.
Con mi vela encendida penetré en la gruta, en la que no
veía absolutamente nada. Mis ojos estaban acostumbrados a
la luz intensa del sol, y sólo al cabo de cierto tiempo termi- Una categoría entre los aficionados a las cavernas: los
naron por acostumbrarse a la oscuridad. Todo el mundo entomologistas, que tienen el máximo interés en tener una
sabe que en un caso semejante es necesario avanzar lenta y buena visión y una buena iluminación, para distinguir los
prudentemente hasta que la vista se adapta. minúsculos insectos y poder capturarlos.
Hacia 1923, uno de mis amigos, entomologista apasionado
Pero ahora me daba cuenta, cada vez más asombrado, de y prestigioso, fue a devolver una visita al conde Saint-Périer,
que dicho acomodamiento no se realizaba. Esperaba en vano, que estaba practicando excavaciones con su esposa en las
y a cada paso me parecía avanzar en las tinieblas más im- grutas prehistóricas de Lespuge.
penetrables. Dos importantes motivos habían conducido a mi amigo
Desde hacía ya cierto tiempo había remplazado la ilu- a aquellos lugares: la curiosidad de ver una estatuilla en
minación con velas por lámparas de acetileno, y no cesaba» marfil de mamut que el eminente arqueólogo acababa de
de preguntarme cómo me había sido posible pasear ante- descubrir en un hogar auriñaciense, la cual se había con-
riormente en aquellas condiciones. vertido en uno de los puntos culminantes del repertorio de
Mientras meditaba y filosofaba sobre los métodos rústi- arte prehistórico bajo el nombre de Venus de Lespuge, y el
cos que utilizara en tiempos pasados, esperaba con impa- hecho de que el prehistoriador era asimismo un entomologis-
ciencia a ver lo suficiente para poder avanzar. Pero la llama ta famoso.
de mi bujía me seguía pareciendo débil y amarillenta, no Con su cortesía habitual, el señor y la señora Saint-Périer
distinguía el suelo que pisaba y aún menos las bóvedas. Esta hicieron a su visitante los honores de su cantera de excava-
situación acabó produciéndome un verdadero malestar. ciones y le mostraron en una caja, entre algodones, la vene-
Cada vez me encontraba más inquieto y me preguntaba rable figurita de hace veinte mil años, que se encuentra
si mi vista no habría disminuido considerablemente en los ahora en el Museo de Antigüedades Nacionales de Saint-
últimos años. Luego pensé que la marcha sobre la nieve Germain-en-Laye.
durante tanto tiempo, bajo un sol espléndido, era sin duda la El conde Saint-Périer mostró asimismo su colección de
causa de mi deslumbramiento. insectos cavernícolas, que interesó en gran manera al espe-
Me senté, pues, sobre una roca, determinado a esperar pa- cialista.
cientemente la acomodación, que no tardaría sin duda en En la gruta vecina, donde un equipo de obreros sentados
producirse. Los minutos pasaban y, sin embargo, yo conti- en círculos en unos taburetes repasaba minuciosamente
nuaba casi ciego. los hogares prehistóricos, existía en un rincón un montón de
Entonces se me ocurrió pensar que la intensa reverbera- guano de murciélago, rico en larvas y en insectos guano-
ción sobre las capas blancas me habrían producido una bianos.
«oftalmía de las nieves». En compañía del prehistoriador y su esposa, seguidos de
«Sin embargo —me dije—, no habrá sido por falta de su fiel fox-terrier, iban a echar una ojeada a las trampas de
precauciones, porque me he puesto las gafas para proteger- insectos puestas sobre el guano cuando el arqueólogo ahogó
me.» Y al hacer esta reflexión lancé una exclamación y, con una exclamación y mostró con el dedo una mosca que revo-
un simple gesto, devolví a mis ojos sus agudez habitual. loteaba y se paraba aquí y allí.
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—¡La mosca de cabeza azul! —dijo en un suspiro—
rarísima mosca de cabeza azul!
Todos, con la vista fija en el insecto, seguían las evolu-
ciones de éste.
—¡Y no tengo aquí mi red de gasa! —gemía el conde de
Saint-Périer—. ¡No conseguiremos capturarla!
Mi amigo intentó hacer algo, ya que en su- calidad de En el mes de abril de 1924, días antes de efectuar un via-
entomologista y pescador había adquirido una cierta habi- je de estudios a Inglaterra, entraba yo en el Sindicato de
lidad manual para atrapar moscas. Iniciativas de Toulouse, instalado en la Sala del Capitolio,
Su ofrecimiento fue aceptado, mientras el conde tem- para consultar el horario de trenes París-El Havre y de los
blaba y no apartaba la vista del insecto. barcos El Havre-Southampton.
Este era particularmente agitado y se movía constante- En el momento de entrar me sorprendieron la entona-
mente de un lugar a otro; la llama de las lámparas debía ción y la mímica de un inglés que estaba intentando, en
contribuir evidentemente a aquella agitación. Tan pronto se vano, hacerse entender por el empleado de la taquilla, des-
ponía sobre el guano, como se precipitaba hacia una de las concertado ante la pregunta inesperada de aquel viajero ori-
lámparas, donde era de temer que se quemara las alas, como ginal. Este último sólo poseía unos rudimentos muy imper-
se alejaba de la zona iluminada, desapareciendo para reapa- fectos de nuestra lengua, y repetía lentamente una frase que
recer un instante más tarde. me hizo aguzar el oído:
Por un momento la mosca se detuvo osadamente en* la —Yo querer ver el brujo —decía con una obstinación y
punta de la bota de uno de los presentes; allí estuvo alisan- un acento inimitable.
do sus alas y después saltó sobre una piedra, donde quedó —Pero, ¿qué brujo? —preguntaba el joven empleado es-
inmóvil. Mientras la mano del entomologista se acercaba tupefacto.
lentamente a ella, los presentes retuvieron el aliento y las —El brujo de la caverna —añadió el inglés, esperando
miradas convergieron como queriendo aprisionar al insecto ver aparecer entonces en la cara de su interlocutor una luce-
en su puesto; el momento era solemne. cita de comprensión. Pero, como la lucecita no aparecía, re-
Los obreros habían suspendido sus trabajos y observa- petía una y otra vez su demanda persuadido de que final-
ban atentamente la escena. Se habría podido oir el vuelo de mente acabarían por comprenderle.
una mosca. El mismo perro, intrigado por todo lo que suce- Me acerqué entonces, muy orgulloso de mi perspicacia,
día a su alrededor, seguía el gesto del cazador con las orejas persuadido de que el viajero iba a bendecirme por mi intro-
levantadas, con vivo interés; con demasiado interés, porque misión y pregunté:
entonces se produjo la catástrofe... —¿Usted desea ver el Brujo de la Gruta de los Tres
Cuando la mano llegaba a la distancia justa, y estaba a Hermanos?
punto de caer sobre su víctima y hacer del entomologista Pero no fue una bendición, sino un verdadero rugido lo
un héroe... el perro, celoso de aquella importancia excep- que me dirigió el extranjero volviéndose hacia mí.
cional acordada a un extraño, se abalanzó contra la preciosa —¡Oh, yes, de los Tres Hermanos! —repitió varias veces
mosca, la atrapó y se la tragó, con un orgullo y una satis- consecutivas, como en éxtasis.
facción evidentes, agitando el rabo, contento de su hazaña. Naturalmente, había acertado en lo justo; aquel inglés,
Todo el mundo quedó chasqueado, y he aquí cómo la enamorado de la prehistoria, como tantos británicos, había
mosca de cabeza azul no figura en la colección del conde tomado el barco y luego el tren hasta Toulouse, y había ve-
Saint-Périer ni en la de mi amigo. nido a pasar sus vacaciones en Francia para visitar las cue-
vas prehistóricas de los Pirineos.
Un cuarto de hora más tarde llamábamos los dos a la
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puerta del conde Begouen, propietario de la caverna de los que los modelados de barro, intransportables, del oso y de
Tres Hermanos, y a la mañana siguiente el mayor Archibald los leones que había descubierto, estaban aún en la caverna.
Comber, de la Royal Air Forcé, se extasiaba ante la pintura Luego, seriamente, afirmé con fuerza, intentando vencer su
de la gruta representando a un brujo magdalaniense bailan- incredulidad, que había sido el primero, desde 1923, en pe-
do, célebre en los anales del arte y de la magia prehistórica. dir que estos vestigios fueran calificados de Monumentos
Durante varios días estuve enseñando las cavernas a mi históricos. Pero comprendí que era inútil intentar convencer
nuevo amigo, y él, a su vez, la semana siguiente, me conducía a mi interlocutor.
por las calles y los museos de Londres. Durante largos años Tuve que resignarme, pues, a pasar ante los ojos de
el mayor Comber estuvo viniendo a verme a los Pirineos aquel campesino por un buscador de tesoros y consolarme
donde se entregaba a la pesca de la trucha y a la visita de pensando que mi honorable colega en prehistoria, el conde
las cavernas prehistóricas; pero como dice Kipling, esto es Saint-Périer, pasaba igualmente por haber vendido —tam-
ya otra historia. bién en América— terriblemente cara la estuilla de marfil,
conocida bajo el nombre de Venus de Lespuge, que el dis-
tinguido científico descubrió en 1922 en la gruta de este nom-
bre, vecina de la de Montespan, y de la que generosamente
Paseando en bicicleta, hacia 1930, por las cercanías del había hecho entrega al Museo de Saint-Germain.
pueblo de Montespan (Alto Carona), siempre a la búsqueda
de grutas, me dirigí a un campesino que estaba cavanáo y
le pregunté si conocía alguna caverna, algún pozo natural
o alguna fisura rocosa por aquellos alrededores. Y para terminar con las Historias Sombrías de este ca-
Me señaló en seguida la vecina gruta de Montespan. pítulo, que podrían continuarse inagotablemente, he aquí
Como yo le respondiera que la conocía hacía ya tiempo, pero una última anécdota cuyo único mérito será el de hacernos
que buscaba otras, me preguntó si por casualidad no era yo ascender de los mundos subterráneos en que estas páginas
Norbert Casteret. han hundido al lector y hacernos ganar de nuevo la super-
Ante mi respuesta afirmativa, cruzó las manos sobre su ficie.
azada y me observó con curiosidad. Esta historia será, porvidencialmente —y ello parece lo
—¿Así que es usted quien descubrió y exploró nuestra más indicado—, la historia de un ascensor.
gruta en 1923? Me habían rogado que fuera a París para una conferencia,
Ante mi segunda afirmación, me miró de arriba abajo en marzo de 1946, y me había aventurado, no sin titubeos y
dubitativamente. aprensiones, en la inmensa e inextricable caverna llena de
—Permítame que me sorprenda de verle circular así en embudos que es el Metro. Como buen provinciano, que vive
bicicleta. en plena naturaleza a la orilla de un bosque, a unos ocho-
—¿Y por qué iba a sorprenderse? cientos kilómetros de la capital, a la que no había ido más
Por el tono áspero y un tanto hostil en que fue hecha que raramente, desconfiaba, y con razón, de esta gigantesca
esta reflexión inesperada había comprendido yo a dónde ratonera, donde las sucesivas sacudidas de puertas y porte-
quería llegar. zuelas automáticas y escaleras mecánicas transforman en
Y mi pregunta no dejó de llevarle a la respuesta que yo atracciones del tipo del Luna Park los pasillos subterráneos,
estaba esperando. por los que circulan, se apresuran y se agitan millares de po-
—¡Cuando se han vendido en diez mil dólares, en Amé- bres seres humanos atareados, apretados y siempre con
rica, las estatuas de la gruta, me parece que bien podría prisas.
usted tener un coche! De pie en un ángulo del compartimiento, al que la gente
En vano me empeñé en hacerle comprender, entre risas, me había empujado y arrinconado, iba pensando en el ho-
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rario y el empleo de tiempo de aquella noche, que se presen- En fin, puesto que el ascensor no está aquí, es porque
taba algo complicada: a las siete y media cena de espeleólo- debe tener sus razones para estar en alguna otra parte; y
gos en casa de un compañero, a las nueve conferencia en la tras una furtiva mirada hacia la portería, esperando que na-
Sala Pleyel, en el otro extremo de París. die sea testigo de mis actos y de mi falta de práctica, em-
Y todo ello contando el tiempo necesario para superar prendo el ascenso por la escalera.
los obstáculos y equivocaciones de itinerarios, que aún me Mientras subía iba contando los pisos, pero muy pron-
podían retrasar más, y que en este preciso momento podían to, a causa seguramente de algún entresuelo, me confundí,
hacerme llegar tarde a la cena y a la charla con los amigos. y perdí la cuenta. Me consolé pensando que no estaba en
Iba vigilando al mismo tiempo el paso de las estaciones, de Nueva York, sino solamente en París, y que al llegar al oc-
nombres familiares para los parisienses, pero muy poco evo- tavo o al noveno piso acabaría por alcanzar la cumbre.
cadores de la topografía de la ciudad para el no iniciado. Cuando estaba pensando en todo esto, hice de pronto una
Apenas dediqué una sola mirada a los kilómetros de tú- comprobación, innegable ésta: que no había visto aún, ni
neles tristes y sin atractivo alguno, que no recordaban en siquiera pasado, el ascensor. ¿Lo iba a encontrar estacionado
nada a los de una bella caverna y que el tren, rápido e ilumi- burlonamente en el octavo piso, o acaso, estaba en repara-
nado, recorría velozmente sobre los raíles. • ción?
Y he aquí finalmente mi último transbordo, el último ¡Uff! Finalmente llego al último piso. Llamo, la puerta se
«rush» a través de aquel billar japonés de puertas, pasillos abre, y mi colega Raymond Gaché, presidente del Spéleo-
y escaleras, y también mi última estación. En unos momen- Club de París, me tiende la mano sonriendo.
tos subo a la superficie, al aire puro de la noche, que se está —Pero ¿por qué no ha tomado el ascensor? —me pregun-
ya acercando. Una última ojeada a la tarjeta de visita para ta asombrado.
recordar la calle y el número donde se me espera, y me apre- —Ah, sí, el ascensor, es decir... Sí, ya le explicaré.
suro hacia la dirección indicada. —Todo está explicado —me interrumpe mi amigo rien-
Á Dios gracias, llego finalmente a la casa, sin error, pero do—. Apuesto a que no lo ha visto. ¿Me equivoco?
no sin fatiga, pues el trayecto a pie era largo y estaba an- —Exactamente, es lo que quería decirle. He comprendi-
dando ya desde por la mañana temprano. do en seguida que no estaba. ¿Hace mucho tiempo que lo
El portero me informa: «Piso octavo, puerta a la dere- han quitado?
cha». ¡Piso octavo, caramba! Otra cosa que tampoco puedo ¡Ah! ¡Una carcajada acogió mis frases embrolladas, que
soportar es este otro espécimen de la fauna parisiense que intentaban parecer seguras!
tiene por nombre «ascensor». —¡ Pero si está aquí! —acabó por explicar Gaché—. Está
Con todo su aire pacífico y la aparente simplicidad de un aquí. Consuélese, no es a usted solo a quien le pasa porque
mecanismo, estos aparatos han jugado ya más de una mala no es muy visible. Es un ascensor de vidrio, sin maderas ni
pasada, ¡y no estoy dispuesto a sufrir naufragios entre dos techo: una especie de aquarium. Ha pasado por su lado sin
pisos! verlo.
Me acerco con cuidado a la jaula del animal y me doy «¡Al diablo todos estos ascensores ultramodernos e in-
cuenta de que está vacía; el pájaro ha volado, está ocupado. visibles!», pensaba yo interiormente. Pero habíamos pasado
Hacer elevar un ascensor no es demasiado difícil: he al- ya al salón y luego al comedor, donde la cena transcurrió
canzado este grado de civilización, del que me enorgullezco muy animada. Estábamos entre espeleólogos y, durante todo
secretamente. Pero hacerle venir, domarlo e inmovilizarlo a el transcurso de la cena, no se habló de otra cosa más que
mis pies, es cosa que me parece mucho más osada. de la expedición proyectada a la sima pirenaica de la Hen-
Tengo siempre el temor de hacer descender con él a algún ne Morte, en la que había descendido yo anteriormente con
pasajero furioso, o de verlo estrellarse con estrépito desde algunos compañeros a pesar del material insuficiente y de
lo alto de los pisos superiores. la presencia de cascadas abundantes y glaciales.
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En la próxima expedición, el Spéleo-Club de París, con Entre la primera fila de asistentes en los puestos de
su fuerte equipo y su material perfeccionado, vendría a honor se encontraban, justo a mis pies, los culpables, mis
echarnos una mano y a intentar alcanzar la máxima profun- rociadores de hacía un rato.
didad de aquella enorme sima. Y de pronto creí tener mi revancha. Allí, al alcance de
Las frías cascadas gigantes —obstáculo número uno de la mano, sobre mi mesa de conferenciante, había un vaso y
la expedición— fueron el tema de la conversación; cada uno una botella de agua...
propuso un equipo estanco más o menos bien concebido para Pero, por desgracia, siempre he sido un poco tímido, y
vencer aquellas duchas odiosas y de tanto peligro. no me atreví a realizar aquel gesto vengativo.
Pero las manecillas del reloj pasaban implacables y allá Pienso ahora que habría sido una introducción adecuada
abajo la sala Pleyel abría sus puertas para la conferencia al tema inédito y pintoresco de las «Memorias de un Espe-
que debía celebrarse a las nueve. leólogo» que iba a relatar. Estos recuerdos podían haber
Con tres compañeros, entre ellos una dama «miembro ac- empezado por la reciente historia de los vasos de agua en
tivo» del Spóleo-Club, me dirigí a la puerta de salida del piso. el ascensor. Pero, una vez más, me faltaron el espíritu de
Los otros invitados tampoco tardarían mucho en retirarse y oportunidad y la decisión.
reunirse con nosotros en la sala de conferencias; pero el fa-
moso ascensor, aunque invisible, no era también extensíble
y, por lo tanto, teníamos que ir bajando de cuatro en cuatro.
Invisible, lo era casi. Silenciosamente subió dócil hasta
nosotros, para recogernos.
Siempre atento, nuestro huésped cerró tras de nosotros
la puerta del ascensor, e inclinándose nos deseó una buena
velada. Gracias a la ausencia del techo pudimos cambiar con
nuestro interlocutor unas sonrisas, cuando de pronto, en la
euforia del descenso silencioso, mientras hacíamos nuestra
última alusión a la sima del Henne Morte, objeto de nuestros
pensamientos, un incidente, una impresión demasiado pre-
cisa para ser imaginaria, vino a darnos la ilusión de encon-
trarme bajo las cascadas del abismo pirenaico.
Además, un grito agudo de mi vecina y las protestas e
invectivas de mis compañeros me probaban que no estaba
realmente soñando: ¡acabábamos de ser inundados de agua
fría, y nuestra amiga, al sacudir sus rubios cabellos, nos
mojó por segunda vez!
Y entonces, mientras continuábamos descendiendo, pri-
sioneros en aquel ascensor-acuario, se oyó una voz procedente
del octavo piso, acompañada de un estallido de risas:
—¡Esto para que se vayan acostumbrando al próximo
verano en la Henne Morte!
Y un segundo vaso de agua cayó sobre nuestras cabezas.
Media hora más tarde, con el cuello de la camisa y el
forro de la americana todavía húmedos, hacía mi entrada
en el escenario de la Sala Pleyel.
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EXPLORADOR
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cemento armado, escaleras, iluminación artística, etc. Estos da y el mismo obstáculo en nuestra carrera de explorador,
trabajos habían terminado ya, y se había inaugurado la gruta, tuvimos ocasión de comentar cierto día las ventajas e incon-
cuando se dieron cuenta de que Martel había señalado la venientes de los quevedos, de los que él era un defensor
existencia de un pozo natural de veinticinco metros de pro- encarnizado, y de las gafas que había adoptado yo.
fundidad, que no había sido descubierto por nadie en el —¿Cómo se las arregla usted —me preguntó— para lim-
desarrollo de los trabajos. piar sus cristales salpicados de barro, cuando se encuentra
Se estuvo buscando el pozo, sin encontrarlo. Se escribió con las manos también llenas de arcilla?
entonces a Martel para intentar obtener alguna información Notando mi vacilación ante un caso tan complejo, en el
más precisa sobre su emplazamiento. que tan a menudo me había encontrado, tomó sus quevedos
Martel respondió indicando la situación exacta. Siguió sin y, ante mi sorpresa, pasó la lengua por los cristales mientras
encontrarse, y se supuso que algún hundimiento o un corri- me decía:
miento de tierras se debió producir después de la primera —Así no cabe lugar a vacilaciones, porque muy a menudo,
exploración, y que el orificio estaba tapado. bajo tierra, ¡es sólo la lengua lo único que le queda limpio!
Se escribió de nuevo a Martel, asegurándole que no ha- No había pensado nunca en tal solución. Pero tenía razón,
bía huella alguna de dicho pozo y sugiriéndole que existiría y desde aquel día no he empleado en las cavernas otro mé-
una confusión con alguna otra gruta. Pero respondió de todo para limpiar mis lentes y el vidrio de la brújula.
nuevo con seguridad que el pozo existía, que había descen- Y tras este paréntesis sobre Martel —aunque nunca deja-
dido en él, y que podría encontrarlo inmediatamente de ríamos de hablar de este hombre magnífico—, reemprendamos
hallarse en dicha gruta. nuestras consideraciones sobre la talla de los espeleólogos.
Las investigaciones y las búsquedas se recrudecieron, y No quisiéramos dar a entender con todo ello que por en-
se registró toda la caverna esperando que el pozo se podría cima de un metro setenta, por ejemplo, no existen ya posi-
encontrar en alguna otra parte y suponiendo que los recuer- bilidades para nuestros colegas. Nada más lejos de nuestra
dos de Martel serían inciertos al cabo de tantos años. Hubo intención, ya que conocemos igualmente a hombres corpu-
también interpretaciones poco amables y poco corteses. lentos que son también grandes espeleólogos: Félix Trombe,
Pasó el tiempo, y el caso del pozo se archivó si no fue- Max Cosyns, José Bidegain, Marcel Loubens entre otros.
olvidado. Tres años más tarde, al pasar por el Tugar indi- Sin embargo, he visto a estos últimos ante dificultades en
cado por Martel y asomar la cabeza por detrás de una mag- pasajes exiguos, que no presentaban problema alguno a hom-
nífica bandera de estalagmitas, ligeramente aislada de la pa- bres pequeños, y les he visto incluso vencidos, confesándose
red rocosa, un espeleólogo descubrió el famoso pozo que impotentes de pasar tal gatera o grieta.
tanto se había buscado. En cuanto a Marcel Loubens, maldecía pintorescamente
Martel se divirtió mucho con esta curiosa historia. Pero sus «cinco pies y siete pulgadas» (1'83 metros); en varias
lo que acaso puecla añadir una nota picante, que será una ocasiones me explicaba —en medio de terribles contorsiones
sorpresa y una revelación para muchos, es el hecho de que en ciertos pasos retorcidos— que sus fémures eran los hue-
el maestro de los abismos y aguas subterráneas era miope. sos más largos y fastidiosos de todo su cuerpo.
A decir verdad, se trataba de una miopía no muy grave; pero Empero, los hombres grandes tienen también sus positi-
lo suficiente para necesitar ser corregida por unos lentes. Y *vas ventajas, como, por ejemplo, la de poder alcanzar fácil-
el célebre explorador, el pionero del mundo de las tinieblas mente un saliente rocoso determinado, inaccesible a los pe-
que tantas acrobacias había efectuado en sus cuerdas y en queños, o la de poder hacer una fácil «oposición» entre pare-
sus escalas, llevó durante toda su vida, encima y bajo tierra, des demasiado alejadas para hombres de talla pequeña.
unos quevedos de modelo arcaico, con un cordón negro que Hay que considerar, pese a todo, que la alta estatura y
le pasaba alrededor del cuello. la fuerza brutal no entran en juego más que raramente, y
Compartiendo con mi maestro y amigo la misma desgra- resultan accesorias bajo tierra, donde la ventaja es de los
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pequeños y ágiles, que encarnan el espeleólogo ideal, capa* Henne Morte un equipo estanco que desprendía un olor
ees de introducirse por todas partes. muy desagradable, pero que parecía realmente impermeable.
Este tipo de espeleólogo reducido y escurridizo sólo es Descendía a lo largo de una escala que habíamos conseguido
válido, naturalmente, a condición de que le acompañen unas alejar de la cascada, de manera que no quedaba inundada
características de buena salud, un organismo sin tara alguna como en las precedentes expediciones. De pronto la llama
y una resistencia a toda prueba. de su lámpara, que estaba suspendida en su cintura, prendió
Si es cierto que existen gigantes inquebrantables, también en su traje, muy inflamable, y éste llameó instantáneamente.
lo es que existen colosos de pies de barro. De la misma ma- Loubens comprendió el peligro, y en un reflejo rapidísimo
nera hay pequeños enclenques, y otros para quienes la sabi- se balanceó hasta colocarse bajo el chorro de la cascada, que
duría popular ha creado aquel dicho de «el buen ungüento apagó el incendio comenzado.
se guarda en pote pequeño». d Era la primera vez que una cascada subterránea jugaba
Pero dejemos de oponer a grandes y pequeños y digamos un papel útil. La sangre fría y el gesto de Loubens acababan
que, para tallas, resistencia y robustez iguales, las ventajas de salvarle.
estarían siempre bajo tierra del lado del hombre ágil y hábil En 1951, el doctor Mairey (que tendría una conducta
(bajo tierra y en todas partes). heroica el año siguiente en la Peña San Martín, con ocasión
La falta de agilidad, la torpeza habitual, la falta de aten- del accidente mortal de Loubens) se encontraba en el fondo
ción, la irreflexión y la temeridad irracional son los mayores de una gruta del Jura con seis compañeros cuando fueron
enemigos del espeleólogo, y en consecuencia de sus compa- sorprendidos por una súbita crecida que produjo el pánico
ñeros. y la fuga desorganizada de todo el equipo. Al intentar supe-
En el mundo excepcional e insólito de las cavernas y de rar la crecida de las aguas y ganar la salida, seis de los siete
las simas hay que estar siempre en guardia, con los reflejos hombres fueron arrastrados por aquélla, sumergidos y aho-
a punto contra todas las sorpresas posibles. gados.
El espeleólogo hábil y dotado evitará instintivamente po- El doctor Mairey, tratando de conservar su sangre fría,
ner el pie sobre el bloque que está a punto de caer; no se decidió quedarse donde estaba, en un lugar en que la bóveda,
cogerá a un saledizo dudoso o «podrido*; no se detenárá menos baja que en otros sitios, presentaba una especie de
nunca inútil y peligrosamente en la base de un pozo, donde abultamiento. Su cálculo casi resultó fallido, porque el agua
el curso de las maniobras puede desencadenar un despren- subió hasta sus hombros y tuvo que estar luchando durante
dimiento de piedras. largo tiempo contra la furia de la corriente.
Si a pesar de todo se ve en la necesidad de estar allí Al cabo de veintisiete horas de angustia mortal se pro-
para ayudar a la maniobra, o porque no existe otro lugar dujo la bajada de las aguas. El doctor se encontraba agotado
posible, buscará el punto menos expuesto, y en caso de alerta de frío y cansancio, pero había resistido. Se había salvado,
reaccionará y saltará con la velocidad del relámpago. y era el único superviviente de aquella catástrofe.
No pasaremos revista a todas las eventualidades de este Personalmente no he tenido jamás un accidente grave, sino
orden; por otra parte, hay naturalmente los accidentes im- solamente algunas heridas, golpes, o las fuertes emociones
previsibles, como las rupturas de aparejos, los hundimientos, que constituyen lo normal en esta profesión. Pero sé perfec-
las crecidas repentinas o desmesuradas, en las que el hombre tamente que, en diversas ocasiones he salido de circunstan-
más experimentado es vencido y desarmado. cias críticas gracias a reflejos instantáneos que transformaron
Pero, repitámoslo: agilidad, sangre fría, decisión, he aquí en simples alertas lo que hubieran podido ser serios acci-
las defensas, los recursos de que se valen los espeleólogos dentes.
subterráneos. El último de estos accidentes se produjo en 1960, a mis
Vamos a dar algunos ejemplos. sesenta y tres años.
En 1946, Marcel Loubens inauguraba en los pozos de la Efectuábamos con mi hija Raymonde y Germán Labatut
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una escalada en una gruta vertical, lo que constituye la má- ción con el miedo, y de los que ningún espeleólogo está exen-
xima dificultad en espeleología. Nos habíamos elevado una to; una especie de aprensión confusa e irracional, como la
veintena de metros y alcanzado un balcón, donde nos había- que se siente la víspera, o en las horas que preceden a una
mos reunido unos instantes antes de continuar la escalada. gran exploración.
Yo había anudado a mi cintura una cuerda de nylon de Marte! conoció las angustias de estas sensaciones. El, que
veinte metros, y empecé a escalar una pared bastante pobre tenía en su haber proezas sensacionales, tanto más osadas
en sitios a los que cogerse. Sin embargo, conseguí elevarme por efectuarse en un campo nuevo, en el que era el primero
cinco o seis metros, justo hasta la altura de una protube- en aventurarse, estaba perjudicado por una hipersensibili-
rancia rocosa del tamaño de una calabaza. Si conseguía alzar- dad y un nerviosismo exagerado.
me hasta esta ayuda providencial, la continuación de la as- Este complejo de energía, tenacidad indomable y sensi-
censión se facilitaría enormemente. bilidad extrema, creaba en él un perpetuo conflicto de fuer-
Prudentemente, con respeto, toco esta especie de gárgola, zas, una especie de desequilibrio que acuciaba su espíritu
y pego con la mano llana primero, luego con el puño, inten- de excepción.
tando romperla; pero aguanta bien, y forma un solo cuerpo Hombre que no retrocedía nunca ante el peligro, y que
con la roca de la pared. Puedo, pues, fiarme y cogiéndola lo buscó, puede decirse, durante toda su vida, tenía en la
con las dos manos intento un equilibrio para colgarme de víspera de ciertas expediciones, aprensiones, pesadillas y te-
ella. En aquel momento el bloque se desprende como una rrores retrospectivos que hacían más meritorias aún sus peli-
fruta madura y caigo debajo de él. grosas exploraciones.
Raymonde y Labatut, aterrados, vieron el accidente: mi Sabemos por la familia Bouchet, hoteleros de Licq-Athé-
caída de espaldas sobre el suelo de rocas angulosas, aplas- rey, que cuando permaneció en dicho hotel, en sus campañas
tado por el bloque de unos veinte kilos, que caía detrás de mí. de 1908-1909, en el corazón del país vasco, el sabio, que volvía
La caída tuvo lugar, en efecto, y yo quedé inmóvil por todas las noches extenuado y que partía de nuevo al alba,
algunos momentos, aturdido en el suelo, pero en el corto dormía muy mal.
espacio de mi trayecto por el aire había ganado ya la par- Cada día desenrollaba sus escalas de cuerda ante abismos
tida. Había conseguido, sin punto alguno de apoyo, saltar impresionantes pródigos en cañonazos de piedras. Por la no-
hacia atrás a fin de que la roca cayera, no sobre mí, sino che perdía el sueño, y cada mañana volvía a partir valien-
delante mío. Me es imposible explicar esta maniobra, este temente.
giro de caderas, parecido al del gato que se deja caer desde Dos cosas además turbaban su reposo: el ruido de una
la posición que sea y que siempre consigue hacerlo sobre fuente que fluía delante del hotel y las caballerizas que esta-
sus patas. ban en la planta baja de la casa. Contra el caño de la fuente
El salto desde el trampolín, o el salto de esquí, que tan había encontrado un remedio: cada noche le ponía un saco
fervientemente he practicado, son los únicos, a mi modo de de tela que lo hacía silencioso. Intentó también enmascarar
ver, que pueden dar esta facultad de cambiar de posición en con tela los cascos de los mulos, pero se desprendían de ellos
el aire. En todo caso, los dos testigos quedaron asombrados pronto, y Martel tuvo que emigrar a la habitación más reti-
y respiraron tranquilos al verme aterrizar en mejores con- rada, hasta donde le llegaban, a pesar de todo, los ruidos
diciones que las que se podían suponer. sordos y punzantes de los animales.
Al desplazar la roca para sopesarla pudimos observar Cuarenta años más tarde estuve unos días en este mismo
que la cuerda de nylon que arrastraba por tierra estaba hotel Bouchet con el físico y espeleólogo belga Max Cosyns,
cortada en tres trozos... y descendíamos casi diariamente a los abismos del bosque
Como contrapartida de las condiciones físicas y de la de Heyle y de Cacouette, tras las huellas de Martel.
decisión de que acabamos de hablar, hay que hacer también En el curso de estas exploraciones, Cosyns me dio varias
mención de ciertos estados emotivos, que tienen cierta rela- muestras de su sangre fría y de su admirable equilibrio.
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Pero era en el hotel donde me admiraba y le envidiaba más; muy preocupado por un determinado saliente rocoso, en el
cuando me decía con calma: «Esta tarde iré a dormir a mi que tendríamos que amarrar las escalas, y que siempre me
habitación en previsión de la expedición de mañana». había parecido de una solidez algo dudosa.
Bastante semejante a Martel en materia de nervios e Estaba asustado ante el importante descenso en aquella
insomnios, yo quedé extasiado ante la certidumbre de poder sima tan peligrosa, glacial, completamente mojada, con un
dormir en pleno día y como medida de precaución para el compañero a quien conocía desde hacía muy poco y del que
día siguiente. ignoraba las verdaderas capacidades.
—Pero, ¿cómo puede usted dormir así, a voluntad? —le Entre todas estas preocupaciones permanecía despierto,
pregunté. sin poderme dormir, dando mentalmente vueltas y más vuel-
—Sólo es necesario ordenarlo al cerebro y a los nervios tas a todos los detalles.
—me respondió—. Basta con tener un control total. Pero a mi lado Gattet suspiraba, bostezaba, y se revolvía
Este «control total» no lo poseíamos ni mi amigo Gattet constantemente en las sábanas. Tampoco él dormía. También
ni yo mismo, y ambos formábamos una pareja de espeleólo- él tenía sus preocupaciones...
gos nerviosos, siempre compitiendo sobre quién dormiría Hacia la medianoche le oí cada vez más agitado, y de
menos y se levantaría antes. pronto murmuró por lo bajo:
En 1939 habíamos decidido descender los dos a la sima —¿Duerme usted?
Martel, en Ariége, que había descubierto y explorado con mi —No, no. No duermo. ¿Qué quería?
esposa. —Nada, simplemente quería decirle que mañana no pienso
La víspera subimos hasta las barracas de los mineros de descender a la sima...
Bentaillou, a dos mil metros de altitud, no lejos de la sima, —¡Vaya! ¡Lo que faltaba! ¿Y eso por qué? ¿Está usted
con el fin de estar lo más cerca posible'a la mañana siguiente. enfermo?
Ños habíamos asegurado el auxilio de porteadores que —No, no. No tengo nada, me encuentro bien. Pero no hay
nos llevarían los aparejos hasta el borde del orificio y que nada que hacer. No descenderé. Tenía necesidad de decirle
nos ayudarían asimismo en los primeros ^pozos. esto. Y ahora que ya se lo he dicho, ¡a ver si por fin voy a
En previsión de la ruda jornada que se avecinaba había- poder dormir!
mos acortado la velada y nos retiramos a dormir a las nueve La conversación no terminó aquí, claro. Estuve persua-
de la noche, lo cual constituía el mejor medio de no poder diendo a mi amigo, y convenciéndome a mí mismo a la vez.
conciliar el sueño, como así sucedió. Además, nuestro insomnio no se debía únicamente a las apren-
Se nos había instalado en una pequeña habitación acoge- siones, sino también y sobre todo, a,la gran excitación, a la
dora, provista de radiador eléctrico, ante el que habíamos alegría latente en la idea de descender a un abismo tan ma-
puesto a secar nuestras ropas, mojadas por una tormenta jestuoso y espléndido como aquel.
en el ascenso. Las camas, bastante sencillas, tenían varias Finalmente acabamos por dormirnos, y al día siguiente,
mantas, agradables a aquella altitud. como es natural, llegamos hasta el fondo de la sima Martel,
Max Cosyns, o cualquier otro espeleólogo normal, habría riéndonos de nuestra comedia nocturna.
dormido allí como un tronco. Pero no nosotros. Pero hay que señalar además que, como contrapartida
La sima Martel era en aquella época, y lo fue durante bas- a los nerviosos con demasiada imaginación, existen los rea-
tante tiempo, la sima más profunda conocida en toda Fran- listas y los plácidos que se toman las simas como si no ofre-
cia. Yo recordaba las dificultades que había tenido con Isabel, cieran peligro o sólo ocasionaran preocupaciones imaginarias.
y los peligros que habíamos pasado juntos. Sabía que exis- A la cabeza de estos impávidos, cargados de la pasividad
tían ciertos caos de rocas que podían desprenderse, como más confiada y de la calma más absoluta, podría citar aquí a
ocurrió en cierta ocasión al pasar nosotros. No estaba muy mi alter ego, mi inseparable Joseph Delteil. Bajo tierra se
seguro de una de mis cuerdas, ya muy usada, y me sentía encuentra en su ambiente, siempre atareado en lo que está
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intentado hacer, encajando los momentos duros, aceptando
las peores eventualidades con calma y seguridad, sin perder
nunca su sangre fría.
¡Y cuántas veces le he visto en un alto sobre un balcón
vertiginoso, en las diaclasas más inconfortables, encogerse
sobre sí mismo y acurrucarse en un rincón para descabezar
un sueñecito reparador, esperando reemprender la marcha!
Y para terminar con estas anécdotas y con este capítulo,
escrito un poco sin ton ni son, recordemos a un espeleólogo
ocasional que me admiró por su calma olímpica en circuns- 37
tancias realmente trágicas. ESCRITOR Y CONFERENCIANTE
Habíamos encontrado a Jean Carenini, un robusto leñador
y cazador, montañero nato, en sus primeros descensos a la
sima de la Henne Morte. Se había apasionado por nuestras ¿Cómo y cuándo se me ocurrió escribir un libro? He aquí
tentativas y venía en cada ocasión a ayudarnos en la super- una pregunta que acaso tenga que quedar sin respuesta pre-
ficie, tirando de las cuerdas con una fuerza enorme, arran- cisa. En realidad, es cierto que no puedo acordarme de ello.
cando de las profundidades de la sima sacos enormes y a Fue recopilando los artículos que había ido escribiendo
hombres chorreantes y agotados. para diferentes revistas como obtuve mi primer manuscrito,
Impresionados por su ayuda benévola y su fidelidad, le al que puse el título de: Diez años bajo tierra, aunque ha-
invitamos en cierta ocasión a descender con nosotros, y acep- bían sido indudablemente más de diez los años que había
tó con gratitud, pero sin ninguna demostración, como- era dedicado ya a la investigación subterránea.
su temperamento. Por desgracia, se trataba de los momentos Diez años bajo tierra, Campañas de un explorador soli-
más trágicos que íbamos a vivir en el siniestro abismo. Tuvi- tario, apareció el 14 de julio de 1933, y si no es misión mía
mos un doble accidente a unos doscientos cuarenta metros el criticar mi libro, puedo decir, sin embargo, que fue mejor
de profundidad: Marcel Loubens gravemente herido, y Clau- acogido por la crítica de lo que lo había sido por los diversos
de Maurel, tras una caída de varios metros, con un brazo editores a los que propuse mi oso... de las cavernas.
roto. La obra fue incluso alabada por la Academia Francesa,
Experimentamos las mayores dificultades para subir a y no tardó en ser traducida a varias lenguas; pero lo real-
las víctimas a través de los pozos superpuestos. Nada faltó mente divertido fue que el primer país que manifestó el
a nuestras desgracias, hasta la ruptura de la cuerda con la deseo de negociar una traducción, fuese Holanda: ¡un país
que izábamos a los heridos. donde no existe ni una sola caverna!
En los momentos de mayor tensión, cuando algunos jóve- Tras este éxito, decidí publicar un segundo libro: En el
nes del equipo empezaban ya a dar muestras de nerviosismo fondo de los abismos, que recibió el Gran Premio de prosa
rayante en el pánico, cuando todo el mundo hablaba, gri- de la Academia de los Juegos Florales.
taba y se movía en una confusión extrema, Carenini, fuman- Luego vinieron una serie de libros sobre la materia de
do su pipa y temblando de frío arrimado a una pared que que me proveían mis exploraciones, todos escritos según la
chorreaba agua —un hombre que en su vida había descen- misma fórmula: una primera parte dinámica, de relatos de
dido a una sima— me tocó en el hombro. descubrimientos, y otra segunda parte estática que compren-
—Señor Casteret —me dijo, retirando su pipa de la boca día los capítulos de divulgación.
y sin perder su calma habitual—, jme parece que estamos Pero no me contenté con un solo género. Tengo además
empezando & hacer tonterías aquí! una novela de aventuras: Tierra ardiente, y una novela de-
portiva: La larga marcha; he evocado incluso la vida, en
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forma de novela, pero basada sobre los hechos reales y los menos el francés. Si me era más agradable y más fácil hablar
datos científicos... de un murciélago. en francés, podía hacerlo siempre y cuando lo hiciera des-
¿Me estaría permitido decir que la Vida de un murciélago pacio y distintamente.
tuvo incluso un cierto éxito? Puedo añadir que gustó*hasta He aquí que la situación cambiaba de pronto, y que todo
a algunas señoras, que siguieron apasionadas las aventuras iba a resultar mucho más fácil de lo que había esperado.
de este pobre quiróptero. ¡Hacer que las mujeres lleguen Tal fue la primera de las mil y pico de conferencias que
a interesarse por un murciélago! ¡ No me hubiera creído con iba a pronunciar posteriormente, no sólo en Francia, sino
un poder de persuasión tan grande! también en Inglaterra, adonde volví de nuevo más tarde. Y
Explorador y escritor, no podía dejar de convertirme tam- en Escocia, Irlanda, Alemania, Holanda, Dinamarca, Bélgica,
bién en conferenciante. Luxemburgo, Suiza, Italia, Yugoeslavia, España, Túnez, Arge-
Nadie me había incitado a comenzar exploraciones subte- lia, Marruecos y Estados Unidos.
rráneas, ni nadie tampoco me pidió escribir la relación de Para el conferenciante no puede decirse aquello de que
mis descubrimientos y publicar libros. Sin embargo, desde sólo es la primera la que cuesta. El aprendizaje es largo
muy pronto fui solicitado para narrar al público todo lo que y difícil, y siempre son de esperar nuevos obstáculos insos-
veía y hacía bajo tierra. pechados. También el presentador, un personaje tan temido
Por aquello de que nadie es profeta en su tierra, fue en por el público como por el conferenciante, pone a veces en
Londres donde celebré mi primera charla en público. Ocurrió situaciones comprometidas.
en el mes de abril de 1924, con ocasión de un viaje a Ingla- Fn Nancy, por ejemplo, en la Sala Poirel, tuve como intro-
terra, donde había ido a devolver una visita a miss G..., joven ductora una persona muy prolija y ampulosa, que hizo un
prehistoriadora a quien había guiado el año precedente por comentario completo de mis campañas subterráneas y de to-
diversas grutas de los Pirineos. das y cada una de mis «hazañas».
A base de un buen diccionario y con ayuda de dicha joven, Yo había quedado hasta entonces entre bastidores. Tras
redacté en inglés una pequeña memoria sobre mi reciente esta peroración grandilocuente, el orador extendió su brazo
descubrimiento de la caverna de Montespan. Y aquella mis- en mi dirección. Avancé, pues, lo más modestamente posible,
ma noche, en un hotel de Picadilly, en la sede de la Prehis- y en aquel momento mi atormentador me asestó su último
toria Society of East Anglia, me encontré en una salita, ante epíteto, uno que había estado guardando para el final.
un auditorio de lo más selecto y de lo más intimidante al Me puso la mano sobre los hombros, como un empresa-
mismo tiempo. rio lo haría sobre su boxeador, y gritó antes de eclipsarse:
Sentado a la derecha del presidente, ante un pupitre —¡Y he aquí al gigante de las cavernas!
donde me apresuré a instalar mis papeles, estuve escuchando Ya solo, avancé hasta el borde de la escena y allí, cons-
sin comprender una sola palabra un preámbulo larguísimo, ciente y confuso de presentarme al público con mis dones
mientras yo pasaba momentos amargos, preguntándome có- físicos, tan poco en consonancia con los proclamados por
mo podía haber cometido la locura de aceptar dar una con- mi introductor, me contenté con confesar con voz lastimera,
ferencia en inglés, ¡ cuando no la había dado nunca en fran- los brazos abiertos en señal de impotencia:
cés, en mi propio país! —¡Un metro sesenta y seis!...
El presidente seguía hablando. Me pareció que hacía pre- Un estallido de risas enorme, entremezclado de aplausos,
guntas a su auditorio, del que recogí algunos murmullos de vino a salvar la situación. Mi confesión había roto el hielo,
asentimiento. y había sido una protesta lacónica contra toda aquella jac-
Entonces se dirigió a mí en francés. Me expuso que, siendo tancia.
Francia donde mejor se podía estudiar la prehistoria, la ma- A propósito de las presentaciones, quiero citar aún una
yor parte de los asistentes conocían las célebres grutas de conferencia que di en cierta ocasión en la Sala Pleyel. Había
Dordoña y los Pirineos, y que todos comprendían más o ido a París para hablar de las grutas heladas descubiertas
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y exploradas con mi esposa primero y más tarde con mis —No, señora.
hijas. El señor Kiesgen, el simpático director y animador —¿Beranés, acaso?
de Connaissance du Monde, lamentó que no hubiera traído —No, señora.
a mis hijas Maud y Gilberte conmigo, ya que habían parti- —Entonces usted debe ser catalán.
cipado en dicha exploración. —Tampoco, señora. Yo soy gascón.
Les escribí que vinieran a París, pero ellas, no queriendo —¡Cómo gascón! Pero, ¿por qué no lo decía usted antes?
dejar a sus dos hermanas pequeñas, se vinieron las cuatro. —Oh, señora, ¿por qué vanagloriarse de ello?
El público, pues, recibió la sorpresa de ver aparecer ante Con mi acento meridional he tenido también mi revancha
sus ojos en el escenario una fila de cinco personas cogidas cuando he hablado en francés en el extranjero, y me he oído
de la mano. decir, tanto en Belgrado como en Amsterdam o en San Fran-
—No, señoras y señores —dije—, no intentamos levantar cisco, que lo hago mucho más clara y distintamente que los
ninguna pirámide humana, ni sabemos efectuar saltos mor- conferenciantes parisienses y por lo tanto de manera mucho
tales. Pero antes de comenzar a hablarles de grutas y caver- más fácil de comprender.
nas quiero presentarles a mi equipo, a mis colaboradoras. Y hablando del extranjero, quisiera citar aquí una con-
Aquí Maud, y aquí Gilberte, con las que he descubierto y versación, realmente extraordinaria en su brevedad, que tuve
explorado las grutas heladas más elevadas del globo. Y he en cierta ocasión con una dama americana en el entreacto
aquí a Raymonde y María, que marchan tras sus huellas y de una conferencia que estaba pronunciando en Chicago.
tras las de su madre, que fue una prestigiosa espeleóloga. Dicha señora, queriendo simplemente dirigirme la palabra,
Luego despedí a mis hijas, que desaparecieron rápida- se acercó a mí y me dijo:
mente entre bastidores. —Yo tengo un primo en Francia que es montañés.
La entrada había sido un tanto «teatral», pero el público —¿Ah, sí? ¿Y vive en los Pirineos?
reaccionó con entusiasmo y mucha simpatía. —Sí, en un pequeño pueblo de los Pirineos.
La formalidad de la presentación no es por otra parte —¿No será por casualidad Mas-de-Azil?
la única prueba por que tiene que pasar el conferenciante. —Sí, es exactamente ése. Mas-de-Azil.
En realidad, la verdadera prueba comienza con la toma de —¿No se tratará acaso del doctor Bordreuil?
contacto con el público, con el auditorio, sobre todo cuando —¡Sí! El doctor Bordreuil. ¿Cómo ha podido?... ¿Es que
se tiene o se cree tener un defecto; en mi caso, mi acento le conoce usted? *
meridional. —Señora, fue él quien me cuidó en su ambulancia durante
Apenas había pronunciado el tradicional «señoras y caba- la guerra de 1914. El me salvó la vida.
lleros», en Lille, Tours, Epinal o Brest, cuando ya veía apa- Realmente, el mundo es un pañuelo.
recer las tenues sonrisas en la primera fila de la asistencia y
oía elevarse un suavísimo rumor. * * *
Es casi de rigor, en todas partes, burlarse un poco del
acento del Mediodía, sobre todo si es sonoro y áspero. Pero El conferenciante, en su itinerario, eterno viajero que va
sé por experiencia que, a menudo, la aparición de sonrisas a todas partes, que pasa por todo sitio, que es llamado a
que veía al comenzar mis primeras palabras se debía menos hablar en las grandes capitales y en las pequeñas ciudades
a una manifestación de burla, o de ironía, que al placer de de provincia, tiene que revestirse de una coraza defensiva
escuchar una voz cálida y bien timbrada, evocadora del cielo contra tres enemigos: las adversidades, las sorpresas y todas
azul y el sol meridionales. las eventualidades posibles.
Una noche, en Belfort, una señora, queriendo dar pruebas En Poitiers, excelente ciudad para los conferenciantes,
de su perspicacia al notar mi acento, me dijo: donde había hablado ya en diversas ocasiones con gran éxito,
—Usted debe ser vasco, sin duda, ¿no es cierto? llegué cierto día, confiado, lleno de optimismo, y me encontré
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ante un auditorio de los más reducidos. Se me dio la razón —Señorita —mi voz sonó plañidera—, he abierto sin que-
de ello: se efectuaba aquella noche el «Bal des Dragons», rer la llave del gas, y no puedo volver a cerrarla.
el acontecimiento anual más esperado y conocido en Poitiers. El comentario inesperado y mi actitud apurada divirtie-
En otra ocasión, al llegar a Lezignan, en Aude, me encon- ron enormemente al público, mientras yo, ahora ya abierta-
tré ante el organizador local, completamente deprimido y mente, luchaba por cerrar de alguna manera aquella maldita
pesimista. Y con razón, porque aquel mismo día llegaba el llave.
«Circo Pinder» a la pequeña ciudad. El olor de gas se hacía insoportable. Un escocés de pro-
De común acuerdo decidimos anular simplemente la con- porciones impresionantes se levantó entonces, descendió las
ferencia, pues yo en verdad no me sentía con fuerzas para gradas del anfiteatro y vino en mi ayuda; pero la llave se
luchar contra leones, trapecistas y todas las diferentes atrac- resistió incluso a su fuerza.
ciones circenses. Fue necesario ir a buscar unas tenazas al laboratorio ve-
Pero he aquí que por la mañana se levantó un violento cino para acabar con aquella llave recalcitrante y permitirme
viento, de esos que tan a menudo soplan por aquellas regio- a mí continuar la narración, interrumpida en el momento en
nes. Fue adquiriendo importancia hasta convertirse en una que relataba el descenso al fondo de la sima de la Henne
verdadera tempestad, de tal manera que el director del circo Morte.
no juzgó prudente levantar su gran entoldado. Y la repre- En la sala Rameau, en Lyon, estaba hablando en cierta
sentación fue suspendida. ocasión en el recogido silencio de mi auditorio, atento al hilo
Como compensación, toda la población de la ciudad y de de mi discurso, cuando de pronto oí un ronquido procedente
los pueblos circundantes, que se había desplazado para asistir de los bastidores.
a la función del circo, se dirigió a mi conferencia. Aquel día Miré hacia allí y vi a un tramoyista dormido, muy próxi-
hablé en una sala abarrotada de gente, con más de la mitad mo a la escena. Este ruido, siempre tan desagradable en
de la asistencia escuchándome de pie a falta de más butacas cualquier circunstancia, resulta en verdad bastante imperti-
disponibles. nente para un conferenciante, y en aquellas circunstancias
«Malo es el viento que no aprovecha a alguien», dice un me ofendía especialmente, haciéndome perder el hilo del dis-
proverbio inglés. Y aquel día tuvo plena justificación en mi curso e impidiéndome concentrarme en el relato.
caso. El ronquido, cada vez más sonoro, llegó a hacerse percep-
En Dundee (Escocia) hablaba cierto día en el aula de tible en la sala, donde el público empezó a sonreír y agitarse.
Química de la Universidad de San Martín, cuando me ocurrió No me quedaba otra alternativa que hacer frente a la
un curioso incidente. adversidad y continuar hablando, pero a dúo con el tramo-
Mientras hablaba, en pie detrás de la gran mesa de mani- yista, que se oía cada vez con más fuerza.
pulaciones en cerámica blanca, toqué maquinalmente la es- Finalmente me decidí a intervenir. Dejé por un momento
pita de un Bunsen. Y también maquinalmente lo abrí, de la mesa y me acerqué al durmiente rogándole que fuera a
lo que se encargó de avisarme el pequeño silbido caracte- dormir a otro lugar, en todo caso un poco más lejano de la
rístico. escena.
Sin dejar de hablar me esforcé en cerrar la llave. Pero En la sala de fiestas del Instituto San José de Ródez, me
todo en vano: ésta se había atascado, y el gas continuaba encontraba en cierta ocasión hablando del hombre prehistó-
saliendo por el orificio. rico e intentando evocar lo mejor posible lo que podía haber
Entonces me interrumpí de pronto, y como un colegial sido el lenguaje de nuestros lejanos antepasados de la Edad
cogido en falta me volví hacia miss Bell, que había organi- de Piedra. Estaba'insinuando que sus gritos de llamada o de
zado mi conferencia y me había presentado al público, y le combate acaso'tuvieran un parentesco con el grito actual de
dije: pastores y montañeses, que podría haber permanecido como
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una herencia, una reminiscencia de las edades remotas de la aventura, que la espeleología no era realmente un oficio y
Prehistoria. . . que no podía llenar por sí misma las necesidades del hombre
Comentaba el ohuc auvernés y el irrintzina vasco, y otros que la practicaba.
gritos conservados también en ciertas regiones de montaña, En el teatro de San Ornar, para terminar, donde me en-
cuando de pronto se oyó un gran estruendo al fondo de la contraba charlando sobre una de mis exploraciones solita-
sala. rias, se produjo súbitamente un corte de fluido eléctrico en
Estaban golpeando fuertemente la puerta con los pies, y el sector, y la sala quedó a oscuras por completo.
por lo que parecía hasta con piedras. Al mismo tiempo, gritos Siguió una cierta agitación, como es lo normal en tales
discordantes y aullidos salvajes —que no dejaban de tener circunstancias.
una cierta analogía con aquellos a los que me estaba refi- Yo aseguré que se trataba de una avería providencial, de
riendo— llegaron violentamente desde la calle. un incidente que daría más fuerza al ambiente.
—Acaso se trate de esos hombres de las cavernas de que —He aquí la oscuridad de las cavernas —dije—. No podía
les estaba hablando —dije, continuando mis consideraciones haber deseado nada mejor para acabar esta charla sobre mi
e hipótesis sobre los gritos guturales que debieron oírse en odisea subterránea en la caverna de Montespan.
la noche de los siglos. Y continué imperturbable mi relato.
A la salida de la conferencia nos informaron de que el Pasado el primer movimiento de sorpresa, el auditorio
alboroto que había interrumpido mi charla lo habían pro- escuchó en la calma y en el silencio más completos la conti-
ducido unos quintos algo achispados, que fieles a una tra- nuación de mi conferencia. Pero ésta no iba a acabarse sin
dición —si no prehistórica, sí al menos muy antigua y exten- un incidente burlesco.
dida por toda Francia— habían recorrido las calles de Ródez La avería del sector continuaba. Y justamente en el mo-
con gran alboroto. mento en que hacía alusión a la salida de la caverna y mi
En Petite Reselle, en plena cuenca minera del Mosela, vuelta a la luz, hizo irrupción en la escena un tramoyista con
estaba hablando un día ante cuatrocientos capataces-alumnos una luz muy poco brillante, que colocó sobre mi mesa, pro-
de quince a dieciocho años. vocando la risa de todo mi auditorio.
Les había relatado una campaña subterránea efectuada Se trataba de un antiguo farol que había encontrado en
con mi esposa en las simas del Atlas de Marruecos y había el armario de accesorios, y que debía servir para los melo-
amenizado mi charla con proyecciones, en las que los jóvenes dramas de 1830...
pudieron admirar los paisajes subterráneos ornados de cris-
tales y estalactitas de una blancura realmente inmaculada.
Al final de mi conferencia, al atravesar el patio de recreo
donde los futuros mineros se expansionaban, se me acercaron
dos de ellos. Me declararon que habían quedado maravillados
por aquellas magníficas decoraciones subterráneas, en con-
traposición con el aspecto siniestro de la sima, y entusias-
mados por la espeleología, que comparaban al oficio suyo
de mineros.
Luego, a media voz, para evitar ser oídos por sus cama-
radas, y sobre todo por el grupo de profesores vecino, me
declararon que estaban dispuestos a dejar la escuela y a
renunciar a su oficio si quería llevármelos conmigo en mis
expediciones.
Tuve que explicar a aquellos dos muchachos, ávidos de
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38
LA ESPIRITUALIDAD DE LAS
CAVERNAS
INTRODUCCIÓN
I. Nacimiento de una vocación: La cueva de
Bacuran . 7
II, Las cuevas de Escalére y el Qarona . . . 9
in. Reptando 23
IV. Emile Cartailhac y el museo de Toulouse . 31
V. La célebre y decepcionante gruta de Aurignac 35
VI. Mi primera gruta: Montsaunés . . . . 39
VH. Mi primera sima: El Poudac Gran . . . 51
VIII. Deporte a ultranza 61
IX. Guerra y postguerra 65
X. "Intelligence Service" bajo tienda . . . . 71
XI. Un congreso en Ariége 77
XII. Calagurris 87
XIII, Las estatuas más antiguas del mundo . . 91
XTV. El cruce de caminos 105
XV. La gruta helada Casteret 111
XVI. Martel, creador y apóstol de la espeleología . 127
XVII. Girosp y Alquerdi: Protohistoria y Prehistoria 135
XVIII. Espeleólogos en la cima del Aneto . . . 145
XIX. La gruta del León Rugiente 157
XX. La verdadera fuente del Garona . . . . 171
XXI. Una perla subterránea. La Cigalére y el
abismo más profundo de Francia: La sima
Martel 179
XXII. En las simas del Atlas 185
XXIII. Veinticinco años entre murciélagos . . . 193
XXIV. El rayo y las grutas 207
XXV. El río subterráneo de Labouiche . . . . 219
XXVI. La sima de Esparros 225