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EL PREMIO

Se concentró en escuchar el ruido del motor mientras el aparato se dirigía lentamente


hacia la pista de despegue. A pesar del jaleo reinante en la cabina, sobretodo el
provocado por dos niños situados unas filas más atrás, dedujo que algo no funcionaba
correctamente. Hacía mucho tiempo que no subía a un avión, pero aquel sonido no era
normal, era demasiado irregular. Debía ser un motor antiguo, con cientos de miles de
kilómetros encima. Seguro que no había pasado las revisiones oportunas. Sin embargo
el resto de pasajeros parecía no prestar atención a esos hechos. Estaban ocupados en sus
propios asuntos y no eran conscientes del riesgo que corrían.
Inclinó la vista y observó a través de la ventanilla el ala izquierda. Parecía muy
deteriorada y distinguió claramente varias grietas que la atravesaban de forma
perpendicular. ¿Era normal aquel humo que surgía de uno de los extremos?
Intentó ajustarse el cinturón de seguridad, pero estaba atascado. Le quedaba
demasiado suelto. Pensó en cambiarse de asiento, pero no pudo pues estaban todos
ocupados. Quien se hubiera sentado allí antes que él debía pesar más de cien kilos. El
peso soportable por el aparato también le preocupaba. Intentó hacer una estimación del
peso que transportaba la aeronave. Inició un recuento del número de pasajeros con la
idea de multiplicarlo por su peso medio, pero se perdió a mitad de los cálculos. El calor
asfixiante no le permitía pensar con claridad. Se aflojó el nudo de la corbata con la
esperanza de dejar de sudar. ¿Es que en aquel avión ni siquiera funcionaba el aire
acondicionado?
La reducción de costes sufrida por la industria aeronáutica era incuestionable, pero,
¿acaso primaba sobre la seguridad del vuelo?
La compañía debería haber jubilado hacía tiempo aquel avión. En cuanto aterrizaran
en su destino formalizaría una queja ante la oficina del consumidor. Siempre y cuando
consiguieran llegar sin ningún contratiempo.
Cerró los ojos y pensó que quizá estaba exagerando un poco. El personal de a bordo
parecía de lo más tranquilo, así que decidió ocupar su mente en otras cosas, algo
agradable que disminuyera su estado de nervios y devolviera a sus pulsaciones un ritmo
normal de reposo.
Pensó en el concurso literario organizado por el ayuntamiento de un pueblo de
Sevilla, cuyo premio consistía en seis mil euros. Cuando envió su relato no imaginó que
resultaría ganador del concurso. Recordó el momento en que abría la carta que le
informaba de su primer puesto, y el recuerdo le calmó el espíritu. La única pega era que
el ganador debía recoger el premio en persona, si no se entendía que renunciaba al
mismo, y aquel era precisamente el objeto del viaje. Debía recorrer casi mil kilómetros
para recoger el premio, y aunque era un importe muy apetecible en aquellos tiempos de
crisis, ahora mismo, encajado en el asiento del avión, se estaba arrepintiendo. Su vida
era más valiosa que los malditos seis mil euros. Infinitamente más valiosa.
El sonido del motor se fue haciendo más fuerte a medida que el aparato se acercaba a
la pista. Y su pulso también. Tenía la garganta seca, y le parecía que la temperatura no
cesaba de aumentar. Un sudor frío le envolvía, en pocos segundos el avión despegaría.
Entonces, antes de perder por completo la cordura, decidió que si la aeronave llegaba a
elevarse por el aire, su cuerpo no lo resistiría…


El taxista, durante el trayecto a su domicilio, hablaba sobre los peligros de recorrer
determinados barrios a altas horas de la madrugada, pero él no le hacía el mínimo caso.
Se sentía aliviado por estar fuera de peligro, pero a la vez avergonzado por la escena
que había protagonizado en el avión. Recordó cómo se había levantado de su asiento,
gritando que detuvieran el avión. Ni siquiera estaba seguro de qué excusas había
inventado, algo sobre un asunto de vida o muerte. Oyó de nuevo las advertencias de las
azafatas para que volviera a su asiento, sintió las miradas del resto de pasajeros clavadas
en su nuca, y sus comentarios acerca del paranoico que les estaba retrasando el
despegue. Pero ahora todo le daba igual, estaba sano y salvo, y se dirigía a la seguridad
y comodidad de su hogar. Había perdido seis mil euros, pero tampoco le importó
demasiado. Había muchos más concursos literarios, ya se inscribiría a algún otro. Eso
sí, primero se aseguraría de que fuera lo suficientemente cercano como para no tener
que coger un avión en caso de ganarlo.

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