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Simón Bolívar nació en Caracas el 24 de julio de 1783. Su ciudad natal era la capital de la
Capitanería General de Venezuela. Era hijo del coronel Juan Vicente Bolívar Ponte y de Doña María
de la Concepción Palacios Blancos, ambos salidos de familias españolas de gran descendencia.
Estas dos familias, viviendo sobre suelo americano por numerosas generaciones, hacían parte de
la poderosa clase social de los "Mantuanos", lo que les valía grandes privilegios.
Fue en ese cuadro que nació Simón Bolívar, a quien uno de los miembros de la familia, el padre
Juan Félix Jérez-Aristiguieta Bolívar redactó un testamento en su favor, asegurándole una fortuna
muy grande.
Simón, a quien su madre no podía amamantar, se vio confiado a una nodriza negra, Hipólita, una
de las esclavas de la familia. Ésta hizo más que alimentar a Simón, se ocupaba de él como si fuera
su propio hijo, y sobre todo a la muerte del coronel Bolívar cuando su hijo tenía apenas 7 años.
Simón Bolívar guardaría siempre en su corazón mucha ternura por Hipólita.
Alrededor del año 1790, María Antonia, Juana, Juan Vicente, y Simón, se paseaban bastante
seguido con su madre en sus tierras del valle de Aragua. Simón fue tocado por la belleza y la
tranquilidad de los paisajes que descubría.
Pero el encanto se rompió el 6 de julio de 1792, cuando murió su madre, quien había tenido
siempre una salud frágil. Los Bolívar quedaron huérfanos. Las dos muchachas, aunque muy
jóvenes, no tardaron en casarse, y fue el abuelo materno, don Feliciano, quien devino el tutor de
Simón, de apenas 9 años.
Pero el joven Simón sufrió mucho por la desaparición de sus padres.
Simón había aprendido a leer, escribir y contar con diferentes preceptores. Fue a la Escuela
Pública, dirigida por Simón Rodríguez, un hombre original y progresista, cuyas ideas pedagógicas
y sociales tendrían mucha influencia sobre un joven de caracter aún muy maleable.
Pero entretanto, don Feliciano falleció a su vez, y la tutela regresó a Carlos Palacios, su tío, con
quien Simón no se entendía para nada. Don Carlos, soltero, pasaba mucho tiempo en sus
haciendas, y Simón, librado a su suerte, se paseaba en las calles de Caracas con muchachos que
no eran de su rango.
A los 12 años, Simón Bolívar se fugó y fue a buscar refugio con su hermana María Antonia. Pero el
niño es reconducido a su casa, después confiado como interno a cargo de su maestro Simón
Rodríguez.
Rodríguez no tardó en ganar la confianza de Simón, y en algunos meses lazos estrechos iban a
ligarlos, lazos de simpatía, que durarían hasta la muerte.
Admirador de Rousseau y otros filósofos franceses, Rodríguez iba a enseñarle mucho a Simón
Bolívar, empleando mucho tacto, sensibilidad y firmeza igualmente. Fue en ese momento que
Simón abrió sus ojos, su espíritu y su corazón a los ideales que marcarían su vida.
Rápidamente, conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza, una joven española de quien se
enamoró. Pensó inmediatamente en fundar una familia, tener descendencia y regresar a Venezuela
para disfrutar de sus bienes. Pero su tío pensó que era un poco precipitado y le aconsejó viajar
algún tiempo. Sería tiempo de pensar en el matrimonio un poco más tarde.
En la primavera de 1801, viajó a Bilbao donde permaneció el resto del año. Después fue a Francia,
a París y Amiens. El país, su cultura, las gentes lo encantaron. En el mes de mayo de 1802, estaba
de nuevo en Madrid donde se casó, el 26, con María Teresa. Los dos jóvenes esposos viajaron a
Venezuela, pasando momentos felices hasta enero de 1803, fecha en la cual murió María Teresa.
En una carta dirigida a un amigo que vivía en Francia, Bolívar expresó sus sentimientos después
de la muerte de su esposa: "La he perdido; y con ella la vida de dulzura que alegraba mi tierno
pecho... El dolor no me deja un solo instante de sosiego". Era una emoción profunda y sincera,
expresada con mucho romanticismo.
El joven viudo regresó a Europa a fin de ese mismo año, pasando por Cádiz y Madrid, y se instaló
en París en la primavera de 1804.
En París, Bolívar llevó una vida social muy intensa, aprovechando los placeres que ofrecía la
capital francesa. Hubo amores furtivos con una dama francesa, Fanny Du Villars, a quien
frecuentaba en los salones, a los cuales iban los hombres políticos, militares, diplomáticos,
científicos, comerciantes y las bonitas mujeres.
Leía mucho, asistía a conferencias y observaba con sagacidad los acontecimientos políticos y
militares que estaban cambiando el mundo. Fue la época, en 1804, cuando Napoléon fue coronado
emperador. Esto impresionó mucho a Bolívar quien admiraba el genio militar de Bonaparte, pero
criticó su subida al trono imperial.
En el curso de sus conversaciones con los sabios Humboldt y Bonpland, Bolívar comenzó a
abordar el tema de la independencia de América del Sur.
En Francia, encontró a su maestro y amigo Simón Rodríguez. La misma pasión del saber los
animaba. Juntos viajaron a Italia, en 1805. En Roma, en el mes de agosto, hicieron la ascensión del
Monte Sagrado donde Bolívar, de un tono solemne, juró jamás dejar su alma en reposo ni su brazo
mientras la América Hispanoparlante no sea libre de la dominación española. Era un bello gesto
romántico, pero no sería solamente un gesto... Sería el Libertador, el que prometió y cumplió sus
promesas.
Después de haber visitado Nápoles, Bolívar regresó a París a comienzos del año 1806, e integró
por un tiempo logias masónicas. A fines de aquel año, embarcó a Hamburgo en un navío que lo
condujo a Charleston, en enero de 1807. Recorrió una parte de Estados Unidos y regresó a
Venezuela hacia mediados de año.
Durante su estancia en la República del Norte, tomó conciencia de lo que representaba la "libertad
racional".
A fin de este año, Bolívar estaba de regreso. Poco tiempo después, Miranda regresó también a su
patria. En tanto que miembro eminente de la Sociedad Patriótica, Club Revolucionario, Bolívar era
uno de los más ardientes en pedir al Congreso que proclamara la independencia.
Después del 5 de julio de 1805, combatió bajo las órdenes del general Miranda a fin de someter a
los realistas que ocupaban Valencia. El 23 de julio de 1811, Bolívar recibió su bautismo de fuego y
combatió por primera vez.
El 26 de marzo de 1812, mientras que un temblor de tierra causó enormes desgastes y numerosas
pérdidas humanas en Caracas y alrededores, Bolívar, en la Plaza de San Jacinto, encaramado
sobre un montón de ruinas, lanzó esta famosa declaración: "Si la naturaleza se opone a nuestros
designios la combatiremos y haremos de suerte que ella nos obedezca". Era la actitud de un
hombre que no cedía, cualesquiera fueran las dificultades que pudiera encontrar en su camino;
era, también, una forma de contrarrestar el desaliento y el terror que se habían apoderado de
muchos republicanos frente a tal catástrofe.
Algunos meses más tarde, comandando la plaza fuerte de Puerto Cabello, Bolívar no pudo, pese a
sus esfuerzos, impedir que caiga en manos de los realistas. Sus propios soldados lo abandonaron
y se alinearon bajo las órdenes de los españoles. Debió huir con un puñado de fieles oficiales.
Algunas semanas más tarde, Miranda debió capitular ante el jefe realista Monteverde, y la Primera
República de Venezuela se apagó. En la Guaira, un grupo de jóvenes oficiales, entre los cuales se
encontraba Bolívar, detuvieron al infortunado Precursor, Francisco de Miranda, y lo libraron a los
españoles.
Bolívar obtuvo un pasaporte gracias a la generosa intervención de su amigo Iturbe, y pudo partir,
en exilio, a Curaçao. Desde allá se fue a Cartagena, donde el 15 de diciembre de 1812 publicó un
manifiesto en el cual expuso sus principales ideas, que guiaron su acción en los próximos años:
un solo mando para luchar hasta la victoria, y la unión de todos los países hispano-americanos
para lograr y consolidar la independencia y la libertad.
Estos principios eran claros y simples. Bolívar se daba cuenta de que el fracaso de 1812 venía de
la desunión. Había que concentrar los esfuerzos de todos los americanos para ganar la guerra y
organizar a continuación las nuevas naciones. Había que convencer a los criollos de la exactitud
de su causa y adiestrarlos en la lucha por la independencia. Esta lucha no podía desarrollarse en
un solo país, sino sobre todo el continente a fin de hacer doblegar la dominación realista.
Por una serie de combates y de hábiles maniobras, Bolívar condujo sus tropas de la frontera del
Tachira hasta Caracas, donde entró el 6 de agosto. Cuando su pasaje por Trujillo, el 15 de junio,
redactó el Decreto de Guerra a Muerte, con el fin de afirmar el sentimiento nacional de los
venezolanos y obtener una mayor cohesión.
Poco tiempo antes, en la ciudad de Mérida, la población lo había proclamado Libertador, título que
recibió solemnemente, en octubre de 1813, en Caracas y con el cual él pasaría a la historia.
El período que va desde agosto de 1813 a julio de 1814 (la Segunda República) fue en verdad el
Año Terrible de la Historia de Venezuela. La Guerra a Muerte estaba en su paroxismo, y los
combates eran indecisos. Girardot y Ricaurte se sacrificaban heroicamente. Urdaneta defendía
Valencia. Ribas triunfaba en la Victoria. Mariño, quien había liberado el oeste del país, arrivaba en
ayuda de Bolívar y triunfaba en la batalla de Bocachica. Bolívar se defendía uñas y dientes en el
campo parapetado de San Mateo.
Batalla tras batalla, solicitó apoyo de los civiles notables para restaurar las instituciones, proclamó
decretos, y redactó artículos para La Gazeta de Caracas.
Desgraciadamente, los realistas dirigidos por el infatigable Boves, batieron en la Puerta a Bolívar y
Mariño en junio de 1814. La Segunda República estaba herida de muerte. Los Republicanos
debieron abandonar Caracas. Una gran cohorte, población y ejército reunidos, se dirigió hacia
Barcelona y Cumana. Los Republicanos sufrieron una nueva derrota en Aragua de Barcelona.
En Carupano, Bolívar y Mariño perdieron la autoridad sobre sus propios compañeros de armas. El
Libertador se fue a Nueva Granada por un segundo exilio, después se va a la colonia británica de
Jamaica en mayo de 1815.
Entretanto, una poderosa armada y un ejército aguerrido, bajo el mando del general Pablo Morillo,
desembarcaba en Venezuela. La causa de la independencia parecía perdida.
Separado en Ocumare del grueso de sus fuerzas, Bolívar estaba a punto de caer prisionero e
intentó suicidarse para no sufrir tal ignonimia. Por suerte, el mulato Bideau lo salvó y lo condujo a
bordo de un navío. Volvió a Haití donde obtuvo una nueva ayuda del presidente Petion.
Logró volver a Margarita a fin del año 1816, y de allí alcanzó Barcelona en enero de 1817.
Su objetivo era ahora la liberación de la Guyana, para hacer la base de sus próximas ofensivas
republicanas y un punto de contacto con el exterior gracias al Orinoco. Pudo contar con el ejército
del general Manuel Piar, quien había ya comenzado la conquista.
En el mes de junio, la capital Angostura (Ciudad Bolívar hoy) cayó en manos de los republicanos.
Un gobierno es nombrado con Bolívar como Jefe Supremo.
Pero Bolívar se enfrentaba a la anarquía que ganaba las tropas. En octubre de 1817, el general Piar
fue fusilado, condenado a muerte por un consejo de guerra.
Los llaneros quienes, en su mayor parte, habían combatido para los españoles, combatían en
adelante por la República bajo las órdenes del general José Antonio Páez, quien venía de unirse al
Libertador. Numerosos voluntarios europeos llegaban igualmente. En plena guerra, Bolívar se
preocupaba de organizar el Estado de Derecho, y convocó a un congreso que se reunió en
Angostura el 15 de febrero de 1819.
A mediados del año 1819, el ejército republicano, Bolívar a la cabeza, atravezó los Andes y venció
al ejército realista de Nueva Granada en los Pantanos de Vargas y en Boyaca. El ejército entró
triunfante en la ciudad de Bogotá.
En diciembre de 1819, ante la insistencia de Bolívar, el Congreso de Angostura creó la República
de Colombia, que comprendía Venezuela, la Colombia actual, Panamá y Ecuador.
En 1820, después de ásperas negociaciones, un armisticio fue firmado en Trujillo por Bolívar y el
general Morillo. Este tratado significó a la vez el fin de la Guerra a Muerte y el reconocimiento de la
Gran Colombia por el gobierno de Fernando VII.
V. La independencia total.
Pero la paz no duraría mucho tiempo. En 1821, las hostilidades recomenzaron, y el 24 de junio se
desarrolló en la llanura de Carabobo la batalla decisiva para la independencia de Venezuela, que
sería ratificada, en 1823, por la batalla naval del lago Maracaibo.
Después de Carabobo, Bolívar fue recibido triunfal en su ciudad natal, pero él miraba ya hacia
Ecuador, aún dominado por los españoles. La única recompensa que pidió después de la victoria
de Carabobo, para él y su ejército, fue la libertad de los esclavos.
En 1832, el general Sucre marchó sobre Quito desde Guayaquil, que se había sublevado contra los
realistas, mientras que Bolívar atacaba por el norte desde Popayan. La batalla de Bombona,
ganada por Bolívar en abril debilitó a los realistas, mientras que la de Pichincha, ganada por Sucre
el 24 de mayo dio la libertad definitiva a Ecuador. Bolívar llegó a Quito algunas semanas más
tarde, donde conocería a Manuela Sáenz, de quien se enamoraría.
Bolívar pasó los últimos meses del año 1822 y la primera mitad del siguiente en Ecuador. Atravezó
el país, de Guayaquil a Cuenca, de Loja a Quito, después se fue a Pasto, en el sur de la Nueva
Granada, donde los paisanos fieles al rey se sublevaron. Era necesario someterlos.
Después regresó al sur de Ecuador, a Guayaquil. Seguía atentamente el desarrollo de la guerra en
Venezuela, donde el general realista Morales resistía. Pero pronto fue derrotado en Maracaibo, en
tierra y en mar.
La situación en Perú preocupaba mucho a Bolívar porque, después de la partida de San Martín, la
oligarquía de Lima no había podido vencer al poderoso ejército realista que se mantenía siempre
en el país. Esta presencia amenazaba no solamente la independencia de Perú, sino también la de
todos los otros países sudamericanos.
En 1823, el Perú llamó al Libertador en su ayuda porque los republicanos estaban divididos y una
potente armada realista amenazaba destruir la obra comenzada por San Martín. Bolívar
desembarcó en Callao en septiembre de 1823, y se fue inmediatamente a Lima, donde el Congreso
le acordó poderes excepcionales. Fue nombrado Dictador (como en la antigua Roma), para salvar
al Perú. Bolívar concentró toda su energía en este objetivo. Cuando un amigo, viéndolo hundido
por la enfermedad y a causa de todas las traiciones, le preguntó lo que pensaba hacer, el
Libertador le respondió: "¡Triunfar!".
Con el apoyo de ardientes republicanos peruanos como Unanue y Sánchez Carrión, Bolívar
enfrentó todas las dificultades, las penurias, las traiciones y las decepciones, y superó igualmente
la enfermedad que minaba su organismo.
En 1825, el Libertador visitó Arequipa, Cuzco y las provincias del Alto Perú. Ellas constituían una
nación independiente, bajo la protección de Bolívar, de quien tomaría el nombre: Bolivia. Para ella,
el Libertador redactó un proyecto de constitución que él consideraba aplicable, en líneas
generales, a todos los otros países que su espada había liberado.
Redactó igualmente numerosos decretos orientados hacia la Reforma Social, con el objeto de
proteger a los indígenas, favorecer la educación organizando escuelas y universidades, construir
rutas, desarrollar el comercio y la agricultura: en una palabra, poner en plaza el progreso, que era
su objetivo principal. La guerra no había sido más que un medio para conseguir la independencia
para comenzar a continuación la verdadera revolución.
Fue el período más brillante del Libertador. Mientras que estaba de paso en la ciudad de Pucara,
un abogado de origen inca, José Domingo Choquehuanca, le confió una profecía el 2 de agosto de
1825: "Vuestra gloria crecerá con los siglos como la sombra se apaga cuando el sol se esconde".
Un día, agentes diplomáticos de Buenos Aires vinieron a buscarlo a Potosí, para obtener su apoyo
en un conflicto entre el Río de la Plata y el Imperio de Brasil.
Para llevar a cabo sus proyectos de reforma socio-política, el Libertador contaba ahora con Simón
Rodríguez. Bolívar, en plena madurez, buscaba de nuevo el apoyo de su antiguo maestro y amigo.
Ambos aspiraban a una profunda transformación de las sociedades americanas, gracias a la
educación y al trabajo, y basada sobre las realidades humanas, geopolíticas y económicas del
Nuevo Mundo. Porque para ellos - y para hombres tales como Gual, Revenga, Vargas, Mendoza,
Sucre, Bello...- la independencia adquirida por las armas en Boyaca, Carabobo, Pichincha, Junín y
Ayacucho no era más que el primer paso hacia la autodeterminación. No bastaba ser
independiente de España, había que ser también libre. Y para eso existían dos medios: el trabajo y
el saber.
En abril de 1826, una revolución llevada por el general Páez estalló en Venezuela. Bolívar regresó a
su suelo natal y logró restablecer la paz, evitando los horrores de la guerra civil, en 1827.
Durante los seis primeros meses de 1827, Bolívar restauró la autoridad y el orden público. Pero se
encontró enfrentado a una terrible crisis económica, consecuencia de la bancarrota de una de las
bancas inglesas, depositaria de una parte de los fondos de la Gran Colombia. Sin embargo, Bolívar
se esforzó en poner el orden en las finanzas, hizo pagar a los deudores, combatió la corrupción
con Cristóbal Mendoza y José Rafael Revenga.
Con el nombramiento del Doctor José María Vargas en el puesto de Rector de la Universidad de
Caracas, reformó esta institución y la abrió a los jóvenes deseosos y capaces de estudiar.
Pero las fuerzas de la desunión dominaban a las de la unidad. Los partidos políticos estaban en
total desacuerdo y nada parecía funcionar correctamente.
Bolívar fue proclamado Dictador en Bogotá. Aceptó el mandato para intentar salvar su obra. El 25
de septiembre de 1828, fue víctima de un atentado al cual escapó gracias a su sangre fría y a la
presencia de espíritu de Manuela Saenz.
Poco después, debió ponerse otra vez en campaña para enfrentar la invasión de los peruanos en
el sur de la república, y permaneció en Ecuador casi todo el año 1829.
En su ausencia, el Consejo de Ministros proyectó instaurar una monarquía en Colombia, pero
Bolívar logró rechazar esta idea, reiterando su antiguo consejo: "Libertador o muerto".
A comienzos del año 1830, estaba de nuevo en Bogotá para preparar el Congreso Constituyente, el
cual, esperaba él, salvaría la Gran República. Pero Venezuela se agitaba de nuevo, y se proclamó
estado independiente. La oposición se hizo cada vez más importante. Bolívar, enfermo y agotado,
renunció a la presidencia y se fue hacia la costa con el fin de viajar a Europa. El asesinato en
Berruecos del General Sucre y la actitud de los que gobernaban Venezuela lo afectaron
profundamente.
Bolívar escribió a un amigo para confiarle sus estados de ánimo: "Sabes que he tenido el poder
durante veinte años y no he sacado más que algunas conclusiones seguras. Primero, América es
ingobernable para nosotros. Segundo, aquel que hace una revolución labra la mar. Tercero, la
única cosa que se podría hacer en América es emigrar. Cuarto, este país caerá infaliblemente en
las manos de pequeños tiranos..."
Con esta frase célebre, "He labrado la mar", se comprende que Bolívar no creía más en la
democracia.
La muerte iba a sorprenderlo en San Pedro Alejandrino, una hacienda próxima a Santa Marta, el 17
de diciembre de 1830. Al momento de morir, pronunció estas últimas palabras: "Partamos,
partamos... Estas gentes no quieren más de nosotros en este país... Vamos, mis niños, lleven mis
equipajes a bordo de la fragata!"
Simón Bolívar
El Libertador
(Síntesis Biográfica)
Publicación de la Sociedad Bolivariana de Venezuela
Caracas, 1976
Año del Congreso Anfictiónico
Descendiente de una familia de origen vasco que se hallaba establecida en Venezuela
desde fines del siglo XVI, y ocupaba en la Provincia una destacada posición económica
y social, Simón Bolívar nació en la ciudad de Caracas el 24 de julio de 1783. Sus padres
fueron el Coronel don Juan Vicente Bolívar y Ponte, y doña Concepción Palacios
Blanco. Tenía tres hermanos mayores que él -María Antonia, Juana y Juan Vicente- y
hubo otra niña, María del Carmen, que murió al nacer. Antes de cumplir tres años,
Simón perdió a su padre, fallecido en enero de 1786. La educación de los niños corrió a
cargo de la madre, mujer de fina sensibilidad, pero también capaz de administrar los
cuantiosos bienes que poseía la familia. Además de la herencia paterna, Simón era
titular de un rico mayorazgo, instituido para él en 1785 por el presbítero Juan Félix
Jérez y Aristeguieta.
En su ciudad natal transcurrieron sus primeros años, con ocasionales viajes a las
haciendas que la familia poseía en los Valles de Aragua. En 1792, falleció doña
Concepción. María Antonia y Juana contrajeron matrimonio bien pronto, y los dos
varones de la familia, Juan Vicente y Simón, siguieron viviendo con el abuelo materno,
don Feliciano Palacios, tutor de ambos. La casona de la familia daba frente a la plazuela
de San Jacinto, en pleno centro de la ciudad. Al morir el abuelo, Simón quedó al
cuidado de su tío y tutor Carlos Palacios. En julio de 1795, cuando cumplía 12 años,
sufrió una crisis muy propia de su primera adolescencia: huyó del lado de su tío, para
acogerse a la casa de su hermana María Antonia y de su marido, hacia quienes sentía
mayor afinidad afectiva. A consecuencia de estos hechos, que pronto se arreglaron
favorablemente, Simón Bolívar pasó algunos meses como interno en la casa de don
Simón Rodríguez (1771-1854) nacido también en Caracas, quien regentaba entonces la
Escuela de primeras letras de la ciudad. Entre aquel genial pedagogo y reformador
social, y el niño Simón Bolívar, se estableció pronto una corriente de mutua
comprensión y simpatía, que duraría tanto como sus vidas. Rodríguez se marchó de
Venezuela en 1797. Antes y después de ser alumno suyo, tuvo Bolívar otros maestros
en Caracas, entre los cuales se cita a Carrasco y a Vides, quienes le dieron lecciones de
escritura y de aritmética, a Fray Jesús Nazareno Zicardia, al Presbítero José Antonio
Negrete, profesor de Historia y de Religión, y a Guillermo Pelgrón, preceptor de
latinidad. Recibió también lecciones particulares de Historia y de Geografía que le dio
don Andrés Bello (1781-1865) quien atesoraba ya en su juventud el caudal de
conocimientos que habría de conducirlo con el tiempo a ser el primer humanista de
América.
La vocación de Bolívar era el ejercicio de las armas. En enero de 1797, ingresó como
cadete en el Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, del cual había
sido Coronel años atrás su propio padre. No tenía aún 14 años cumplidos. En julio del
año siguiente, cuando fue ascendido a Subteniente, se anotaba en su hoja de servicios:
"Valor: conocido; aplicación: sobresaliente". El adiestramiento práctico en los deberes
militares lo combinaba Bolívar con el aprendizaje teórico de materias consideradas
entonces la base de la formación castrense: las matemáticas, el dibujo topográfico, la
física, etc., que aprendió en la Academia establecida en la propia casa de Bolívar por el
sabio Capuchino Fray Francisco de Andújar desde mediados de 1798, y a la cual
asistían también varios amigos de Simón.
A comienzos de 1799, viajó a España. En Madrid, bajo la dirección de sus tíos Esteban
y Pedro Palacios y la rectoría moral e intelectual del sabio Marqués de Ustáriz, se
entregó con pasión al estudio. Recibió allí la educación propia de un gentilhombre que
se destinaba al mundo y al ejercicio de las armas: amplió sus conocimientos de historia,
de literatura clásica y moderna, y de matemáticas, inició el estudio del francés, y
aprendió también esgrima y el baile, haciendo en todos rápidos progresos. La
frecuentación de tertulias y salones pulió su espíritu, enriqueció su idioma, y le dio
mayor aplomo. En Madrid conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, de
quien se enamoró. A fines de 1800 pensaba en constituir un hogar, asegurarse
descendencia, y regresar a su país, para atender el fomento de sus propiedades. Hubo un
compás de espera: en la primavera de 1801, viajó a Bilbao, donde permaneció casi todo
el resto del año. Hizo luego un breve recorrido por Francia que le condujo hasta París y
Amiens. En mayo de 1802, estaba de nuevo en Madrid, donde contrajo matrimonio, el
día 26, con María Teresa. Los jóvenes esposos viajaron a Venezuela, adonde llegaron el
12 de julio; pero poco duró la felicidad de Simón. María Teresa murió en enero de
1803. El joven viudo regresó a Europa a fines de ese mismo año, pasó por Cádiz y
Madrid, y se estableció en París desde la primavera de 1804.
En la capital del naciente Imperio francés, los placeres de una vida social mundana, y
los estímulos de orden intelectual, comparten la atención de Bolívar, no menos que el
espectáculo fascinante de una Europa en plena ebullición política. Frecuenta teatros,
tertulias y salones, donde conoce a bellas mujeres, pero trata igualmente a sabios como
Alejandro de Humboldt y Amado Bonpland, y asiste a las conferencias y a los cursos
libres de estudios donde se divulgan los conocimientos y las teorías más recientes. En
esta época de su vida, se entrega con pasión a la lectura. Se ha encontrado de nuevo con
Simón Rodríguez, cuyo saber y cuya experiencia hacen de él un extraordinario
compañero de conversaciones, lecturas y viajes. Van juntos a Italia, y cruzan a pie la
Saboya. En Roma, un día de agosto de 1805, en el Monte Sacro, Bolívar jura en
presencia de su maestro no dar descanso a su brazo ni reposo a su alma hasta que no
haya logrado libertar al mundo Hispanoamericano de la tutela española. De nuevo se
separan Bolívar y Rodríguez. El primero, regresa a París, en donde se afilia a una logia
masónica. A fines de 1806, conocedor de los intentos realizados por el Precursor
Miranda en Venezuela, Bolívar considera que ha llegado el momento de volver a su
patria. Se embarca en un buque neutral que toca en Charleston en enero de 1807; recorre
una parte de los Estados Unidos, y regresa a Venezuela a mediados del mismo año.
Vive ahora como un joven aristócrata, atento al fomento de sus haciendas, y en 1808
sostiene un sonado pleito con Antonio Nicolás Briceño por los linderos de una de ellas;
pero piensa siempre en el porvenir del país. En las reuniones que él y su hermano Juan
Vicente celebran con sus amigos en la quinta de recreo que poseen en Caracas a orillas
del río Guaire, se habla de literatura, pero también se hacen planes para la
Independencia de Venezuela.
En 1818, la campaña del Centro se inicia bajo favorables auspicios, pues el Libertador
logra sorprender en la ciudad de Calabozo al General realista Morillo, pero los
republicanos son derrotados en el sitio de Semén. Días después, en el Rincón de los
Toros, Bolívar está a punto de morir a manos de una patrulla realista, en plena noche. El
5 de junio, está de nuevo en Angostura. Llegan entonces un Agente Diplomático de los
Estados Unidos, y gran número de voluntarios europeos.
Lima cae en manos de los realistas, pero el Congreso del Perú, antes de disolverse,
nombra a Bolívar Dictador -como en la antigua República Romana- con facultades
ilimitadas para salvar al país. El acepta serenamente tan tremenda responsabilidad.
Retirado a Trujillo, trabaja infatigablemente; su genio y su fe en el destino de América
operan el milagro. Emprende la ofensiva, y el 6 de agosto de 1824, en Junín, derrota al
Ejército Real del Perú. La campaña continúa, y mientras Bolívar entra en Lima y
restablece el sitio del Callao, el General Sucre, en Ayacucho, pone el sello definitivo a
la libertad americana el 9 de diciembre de 1824. Dos días antes, desde Lima, Bolívar
había dirigido a los gobiernos de Hispanoamérica una invitación para enviar sus
plenipotenciarios al Congreso que habría de reunirse en Panamá, el cual efectivamente
se celebró en junio de 1826.
La Convención Nacional reunida en Ocaña en 1828 se disuelve sin que los diversos
partidos hayan logrado ponerse de acuerdo. Bolívar, aclamado Dictador, escapa en
Bogotá, en septiembre de aquel año, a un atentado contra su vida; poco después, ha de
ponerse en campaña para enfrentarse a las fuerzas del Perú que han penetrado en el
Ecuador, en donde permanece durante casi todo el año de 1829. A pesar de estar
enfermo y de sentirse cansado, lucha por salvar su obra. A comienzos de 1830 vuelve a
Bogotá para instalar el Congreso Constituyente. Venezuela se agita de nuevo y se
proclama Estado Independiente. En la Nueva Granada, la oposición crece y se fortalece.
El Libertador, cada vez más enfermo, renuncia a la Presidencia y emprende viaje hacia
la Costa. La noticia del asesinato de Sucre, que recibe en Cartagena, le afecta
profundamente. Piensa marchar a Europa, pero la muerte le sorprende en San Pedro
Alejandrino, una hacienda situada en las cercanías de Santa Marta, el 17 de diciembre
de 1830. Días antes, el 10, tras recibir los auxilios espirituales de un sacerdote, había
dirigido a sus compatriotas su última proclama, que es su testamento político.
Sobresalió entre sus contemporáneos por sus talentos, su inteligencia, su voluntad y
abnegación, cualidades que puso íntegramente al servicio de una grande y noble
empresa: la de libertar y organizar por la vida civil a muchas naciones que hoy ven en él
a un Padre. Sus restos mortales, traídos a Venezuela con gran pompa en 1842, reposan
hoy en el Panteón Nacional de Caracas.