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Universidad Diego Portales

Magíster en Arquitectura
“Del Paisaje a la Infraestructura Contemporánea”

Ensayo sobre Fotografía Tardía


“El hombre de la bandera”

Roberto Polanco
Junio/2010
“La fotografía es una herramienta para tratar con cosas que todos conocen pero a
las que nadie presta atención” – Emmet Gowin

La fotografía la tomó Roberto Candia, reportero de la agencia informativa AP. El


lugar: Pelluhue, séptima región. La situación: un hombre de pie con una bandera
chilena embarrada y agrietada en sus manos. Específicamente, dos días después
de uno de los terremotos más violentos del que se tenga recuerdos en Chile.

Esta fotografía (que podría ser una más de las miles) que puebla hoy internet
como “recuerdo” de lo que fue el terremoto del pasado 27 de Febrero, es con la
que intentaré analizar el rol de la fotografía tardía en los actuales medios de
comunicación. Más precisamente, cómo es que ella, se transformó en la llamada
“fotografía oficial” del terremoto. En este sentido, cuáles son las características
tanto internas como externas que la volvieron incluso a aparecer en la portada de
los principales medios de comunicación del país.

Para hablar de “fotografía tardía” es necesario en estas líneas referirse


brevemente al texto escrito por David Campany contenido en la recopilación de
ensayos “¿Qué ha sido de la Fotografía?” de David Green.

En aquel texto se cataloga actualmente a la fotografía como “fría” al interior de una


cultura/sociedad mediatizada y cada vez más mimetizada con una
actualidad/rapidez propia que provee el nuevo mundo audiovisual anclado en los
videos y la internet. Esta distinción se realiza en oposición a lo que fue alguna vez
la fotografía “caliente” o si se me permite decirlo en mis palabras, a un
fotoperiodismo romántico. La diferencia entre ambas concepciones radica
básicamente en la capacidad de estar “ahí” en el momento en que ocurren los
sucesos. Situación de la cual fue parte en algún minuto la fotografía de prensa,

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pero que dado los avances tecnológicos fue perdiendo ante la colonización de la
inmediatez entregada por la cámara de video.

Sin embargo, esta distinción hoy parece algo básico y tal vez hasta pueril. Pero si
se es capaz de hilar más fino, ella plantea una profunda pregunta sobre el rol que
tendría en la actualidad la fotografía en los medios de comunicación. Según el
autor, la fotografía fría está llamada a estar relegada a cumplir con la función de
ser la contenedora de la memoria de los rastros y vestigios de los acontecimientos
catastróficos. Para ello argumenta que la fotografía aparece tarde, deambulando
por donde han ocurrido las cosas. Y esto es precisamente lo que sucede con la
“fotografía oficial” del terremoto en el sur de Chile. Es esta fotografía, la que
entrega de manera simple, pero no menos desgarradora, un mensaje que intenta
adentrarse lo más posible en la memoria de una nación conmovida y golpeada por
una catástrofe de esta naturaleza.

Aparece ella un par de días después, como un “símbolo” de lo que nos sucede
como país, y porqué no decirlo, como personas. Lo que parece paradójico, es que
más allá de las maratones de enlaces en directo y despliegue mediático “en vivo”
que realizaron los canales de televisión desde la zona devastada, es una
fotografía la que “simboliza” y se alza como imagen de un espíritu nacional, de una
“idiosincrasia” rasgada por el desastre.

¿Cómo es posible entonces que esto suceda? Según el autor, la fotografía se usa
hoy en día como mero significante de lo memorable, como si hubiera una
conexión directa entre las funciones de la memoria y las cualidades congelantes
de la cámara fotográfica. Pues bien, es cierto, pero no se debe dejar el análisis
hasta ahí. El hombre, por antonomasia, busca dejar huella. Anhela tener memoria,
y hoy es precisamente (ante la avalancha de lo audiovisual) que la fotografía se
alza como un fantasma del movimiento del acontecer. Y es aquí donde creo que
se da una situación particular. Ante tanto “enlace”, “transmisión en directo” y
“breaking news”, es esta fotografía la que resume, congela y detiene (tardíamente)
un hecho en sí mismo caótico. Si hacemos el paralelo con la vida de cada uno de
nosotros, en que el día a día es por decirlo de algún modo “movido”, son las

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fotografías las que congelan y detienen el acontecer del diario vivir. El acaecer del
mundo parece quedar contenido en una imagen fija.

La fotografía se transforma así en algo no contaminado, que es de suyo lo


contrario a la esencia de las catástrofes. Cuando los videos de los “enlaces en
directo” se suceden unos a otros, y se repiten hasta el hartazgo, pareciera existir
una necesidad de que algo nos resuma lo que sucede. Un “algo” sobre lo que
nosotros seamos los que tengamos algo que decir. Y así ocurre con esta
fotografía. Somos nosotros los que la llenamos de sentido, pues es ella algo
“abierto”, que se completa con nuestra interpretación, con nuestra forma de
percibir el mundo, en otras palabras, con nuestra propia forma de recordar.

Esta necesidad a su vez, se relaciona con la distancia que toma la fotografía del
hecho mismo fotografiado. En palabras del autor las fotografías -tardías- aparecen
para alejarse de la incesante corriente de datos canalizada por la convergencia de
las modernas tecnologías de la imagen moderna.

Pero esto nos lleva indefectiblemente a preguntas nuevas. Ese silencio contenido
en la fotografía tardía, ¿Puede llevar a la eliminación del análisis de los eventos
contenidos en una fotografía?

Si se me permite reflexionar sobre esto, me parece que no. Una fotografía como
de la que estoy escribiendo, al contrario de eliminar los análisis, los abre. Los
potencia y los eleva a un nuevo nivel. Si bien es cierto, no sé si para todos los
individuos, pero sí para aquellos que ven en la fotografía una nueva forma de
captar la realidad.

Pero finalmente, ¿qué hubo en esta fotografía que se transformó en el símbolo


oficial del terremoto? Pareciera ser una pregunta simple y que tiene una respuesta
obvia, pero no lo es. Mucho menos si la reflexión nos lleva a darnos cuenta, que a
raíz de su silencio, ella nos habla de lo que somos como país, como cultura y
como individuos contenedores de una determinada forma de enfrentar la realidad
que nos golpea.

Lo que contiene la fotografía de Candia son precisamente las consecuencias del


terremoto, y creo que al terremoto mismo. Sí, lo contiene en tanto memoria, en

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tanto realidad acontecida y en tanto congelamiento de un hecho ocurrido y del cual
la sociedad chilena necesitara tener recuerdos (elementos de una historia) que se
elevan por sobre la inmediatez y fugacidad de la imagen en movimiento.

En conclusión y en directa relación con la postura del autor, la fotografía tardía


tiene una función y una razón de ser dentro de las nuevas formas de captar los
eventos sociales catastróficos. Está llamada a ser una nueva distinción dentro del
caos. Una especie de “otro lado” al cual echar mano cuando los acontecimientos
dejan de estar presentes en la televisión y en las nuevas formas de representación
(y porqué no decirlo también) a las que el ser humano se está enfrentando con su
propia historia. Pues no debemos olvidar que así como la fotografía fue quedando
atrás ante el avance arrollador y tiránico de la imagen en movimiento, los
individuos también han ido reconfigurando el modo en que recuerdan. Aún así, la
fotografía tiene un nuevo vacío que llenar, precisamente ese que la
audiovisualidad no logra. El de la parsimonia, el silencio y la memoria que
construyo en tanto interpela mis sentidos más allá de lo que me tienen que decir.

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