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2. La persona y su irreductibilidad.
1
KAROL WOJTYLA, Signo de Contradicción. Meditaciones, BAC, Madrid, 1979, pp. 150-
151.
[2]
De ahí que toda su reflexión sobre los hombres se encuentre atravesada por
la memoria del avasallamiento de los hombres; por su indignidad efectiva, no sólo
provocada por la ausencia de recursos y la miseria, sino por las decisiones y las acciones
de otros hombres. Pues la indignidad y humillación de los hombres no es sólo un
problema de recursos, aunque por supuesto también lo sea: es un problema de las
2
GEORG WEIGEL, Testigo de la esperanza, Plaza y Janés, Barcelona, 1999, p. 129.
Referido como conversación del autor con el papa Juan Pablo II, 16 de enero de 1997.
3
Ibid., p. 429.
[3]
acciones de los hombres y de sus decisiones, tanto las de los sujetos singulares como las
de los colectivos sociales y políticos.
2. La persona y su irreductibilidad
4
KAROL WOJTYLA, “La persona: sujeto y comunidad”, en Trilogía inédita II: El hombre y
su destino, Ed. Palabra, Madrid, 2005, p.43.
5
Cf. KAROL WOJTYLA, “La subjetividad y lo irreductible en el hombre”, en Trilogía
inédita II: El hombre y su destino, Ed. Palabra, Madrid, 2005, pp. 25-39.
[4]
Juan Pablo II piensa que hay una instancia de la vida de los hombres y a la
vez una categoría de pensamiento que nos permite descubrir nuestra irreductibilidad y a
la vez fundamentarla teóricamente. Este ámbito es el de la “experiencia humana” 8. “En la
experiencia, el hombre nos es dado como el que existe y obra”9. ¿Cuál es esta
experiencia a la que se refiere? ¿Cuál es la experiencia que permite el descubrimiento de
nuestra irreductibilidad; es decir, de nuestra dignidad?
7
Ibid.
8
Cf. KAROL WOJTYLA, “La persona: sujeto y comunidad”, en Trilogía inédita …., p.45-
50.
9
Ibid., p. 46.
[6]
Al decidir, los hombres nos superamos a nosotros mismos, pues este acto no
se realiza sólo desde el pequeño terreno de las anécdotas de nuestra vida y de nuestras
emociones superficiales, sino teniendo que poner en la balanza aquello que consideramos
valioso porque es bueno, porque debe ser realizado. Más aún, porque hay que ponerlo en
la realidad o quitar de ella lo que lo niega. No podemos decidir sin que nuestro ser tienda
sus manos hacia lo que lo supera. Es decir, nuestras decisiones morales nos hacen
palpar el misterio de lo que somos.
10
Cf. KAROL WOJTYLA, ¿Participación o alienación?, en Trilogía inédita…, pp. 11-131.
Ver también KAROL WOJTYLA, Persona y acción, BAC, Madrid, 2007.
11
Cf. KAROL WOJTYLA, “La estructura general de la autodecisión”, en Trilogía inédita
…, pp. 171-185.
12
Cf. KAROL WOJTYLA, “El hombre y la responsabilidad”, en Trilogía inédita …, 219-
295. 242
13
KAROL WOJTYLA, “La subjetividad y lo irreductible en el hombre”, en Trilogía inédita
…, p. 36.
14
Ibid.
[7]
Escuchemos estas palabras: las escuchemos allí donde nos sentimos la mera
proyección de las decisiones de otros, o el cruce de un conjunto de deseos insatisfechos,
o una marioneta más de una inmensa mascarada global. Tocamos, percibimos nuestra
dignidad, nuestro valor, allí donde nos descubrimos capaces de recibirnos a nosotros
mismos (recibirnos, como algo ya dado, no sólo desde Dios, sino también desde los
hombres, incluidos nuestros límites); recibirnos y decidir. No simplemente allí donde nos
suceden cosas: allí donde decidimos sobre ellas.
Esta expresión resulta a veces muy dura de digerir en nuestro común suelo
latinoamericano, pues la denuncia de la injusticia, insoportablemente real, nos ha hecho
olvidar, demasiadas veces, que no podemos considerarnos sólo víctimas; nos ha hecho
renunciar a ese duro, difícil e insoslayable momento en el que somos responsables de
nuestra vida personal y nuestra vida común porque podemos decidir sobre ella. La
decisión nos torna responsables. Bajo la potente luz de esta afirmación de la
responsabilidad, quizás deberíamos preguntarnos por qué renunciamos tan fácilmente a
la belleza arriesgada de la libertad. O por qué nos apartamos de las obras.
Es en la acción donde nuestro ser se entrega a los otros, pues sólo quien
puede autodominarse es capaz de entregarse. Por ello, en la trama de la experiencia
moral, descubrimos que nuestro ser se encuentra vinculado y con capacidad de donación,
de construcción de comunidad, de construcción de una sociedad. Es en la acción, con la
dureza de su exigencia y la hermosura de sus límites e intranquilidades, donde damos
testimonio de nuestra dignidad de personas. “Irreductible implica entonces que todo
hombre es como el testimonio evidente de sí mismo, de la propia humanidad y de la
propia persona”15
Sólo quien es testigo de la verdad de su ser y puede hacerlo desde sí, puede
dar testimonio del Dios que lo ha creado y redimido. Sólo él puede atestiguar, sin que sea
una alienación, que Dios es la Verdad más honda de su realidad. Si la estructura del
testimonio fuera ajena a lo que somos, darlo resultaría un acto superficial y vano. Pero no
es ajena. En palabras de Juan Pablo II, “…la obra divina de la Salvación fue extraída por
Dios… de lo que es humano, esencialmente humano y constitutivo del hombre” 17, pues
Cristo poseía “la plena dimensión histórica de los hechos, de los acontecimientos, de las
obras, de las palabras y de los testimonios”18.
Conclusión
¿Por qué importa esto? ¿Por qué arriesgarse a esta inmensa fragua y
exposición de nuestra vida? La respuesta es sólo una y la hemos puesto de manifiesto al
17
Op. Cit., p. 151.
18
Op. Cit., p. 150.
[9]
Pero si la vida de la Iglesia no puede ser para los hombres consuelo, luz, pan,
vino, entonces está muda. Si sólo dice algo a los que están dentro de sus límites,
entonces su vida ya no participa de esa inmensa fuerza del fuego del Espíritu que
permitía que cada uno la escuchara en su idioma: “..partos, medos, elamitas, los
habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en
Panfilia…”19
19
Hch. 2, 9-10.