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SANTIAGO
Verano 2005
CRONICA DE LA CONSTITUCION DE UN FICTO EN PRAGMATICA SOCIAL. LA
INTERACCION ENTRE LO POLITICO Y SINDICAL DURANTE EL PERIODO DEL
“ESTADO DE COMPROMISO” EN CHILE. CARACTERÍSTICA DE LA
PROYECCIÓN EN EL PLANO SINDICAL DE LAS CULTURAS POLÍTICAS
SOCIALISTAS Y COMUNISTAS.
“La historia real, profana, de los hombres en cada siglo [...] representa a
estos hombres a la vez como autores y actores de su propio drama.
Pero desde el momento en que os representáis a estos hombres como
los autores y los actores de su propia historia, habéis llegado, dando un
rodeo, al verdadero punto de partida”.1
1
K. Marx, Carlos ‘’Misère de la Philosophie ‘’, Ed. Sociales, Paris. pág. 124.
Alessandri, hasta el Gobierno de Salvador Allende, o más bien, el golpe militar de
1973.
Dicho lo anterior como una introducción necesaria, cabe hacer presente que el
principal objetivo de esta investigación es dar cuenta, con la mayor precisión posible,
del proceso de interacción entre lo político y lo sindical, casi en su totalidad,
determinado por la fuerte presencia en el ámbito popular de los partidos socialistas y
comunistas y de sus respectivas culturas políticas. Sin embargo, y con un fin
ilustrativo y aclaratorio de algunos procesos, también nos referiremos, sin que ello
amerite considerarlo dentro del objetivo principal de nuestra investigación, a la
incidencia que tienen en esa interacción otros actores políticos, tales como el Partido
Radical y, particularmente, la Democracia Cristiana en su última fase.
Por último, dejamos constancia que, como marco teórico o referencial para
interpretar e introducir los datos empíricos que constituyen la fuente fundamental de
este trabajo, recurriremos a las categorías propias del método dialéctico, tal como
éste se inscribe en la concepción marxista de la sociedad. Ciertamente que esto de
ninguna manera significa que se tendrá una visión sesgada, ni un prejuicio en la
relación con el objeto estudiado, todo lo contrario, éste se abordara desde una
postura crítica-científica absolutamente objetiva. En otras palabras, el método
dialéctico lo utilizaremos como es pertinente, o sea, para facilitar el análisis y la
articulación los hechos de que se da cuenta, y no como un formulario conceptual que
forzosamente se intenta llenar con la realidad. O sea, y en pocas palabras, el
presente trabajo nos va a remitir, por razón de la dialéctica entre discurso y realidad,
a la constatación empírica del como un discurso mítico se constituye en pragmática
social.
1. Enfoques conceptuales de las relaciones político-sindicales.
En esta etapa, nos encontramos frente a una fase del desarrollo de la lucha social
esencialmente negativa, en la que el “no” a la realidad existente no va acompañado
de su correspondiente “si, posible de traducirlo en objetivo concreto a alcanzar. Vale
decir, la manifestación de protesta, el hecho del acto agresión o destructivo de la
protesta testimonial, sólo conduce a una satisfacción sicológica temporal, a una
“catarsis colectiva”. Lo cual priva de toda posibilidad de que la movilización social
2
Las protestas obreras de rechazo a un orden social que las explotaba se manifestaron
espontáneamente en las más variadas formas: huelgas, levantamiento popular, destrucción de
máquinas e instalaciones, las cuales eran primitivamente percibidas por los obreros como causas de
sus miserias y desventuras.
3
Frase correspondiente al primer verso de “La Marsellesa Socialista”.
cristalice en una orgánica instrumental que pueda superar la situación que genera la
acción sociológicamente.
Cabe hacer notar que como etapa intermedia entre la fase reivindicativo-corporativa
y la fase política del movimiento obrero se puede considerar a aquella en que la
satisfacción de las demandas corporativas suponen la intervención del Estado, del
Poder Político para que este presione a la parte patronal o legisle en favor de la parte
obrera accediendo a sus peticiones. De este modo surge la legislación social o
legislación del trabajo, la cual se inscribe dentro del orden capitalista, pero que en
cierta medida lo niega, al imponer al Estado una conducta que trasciende su mera
condición de garante del orden social, y lo convierte en campo de batalla en la pugna
entre los intereses de clases.9
Para un análisis correcto de este tema vale hacer presente que, por una parte, en el
decenio de los años treinta, ambos partidos lograron arraigarse profundamente en
las clase trabajadoras de todo el país,10 -predominando en los diferentes ámbitos
uno de los partidos- y que, por otra parte, no obstante aquello, la mayor parte de la
clase obrera no alcanzó politizarse realmente y permaneció en una situación de
disponibilidad. Esta aparente contradicción se explica porque el grado de penetración
socialista y comunista en esa clase les permitió, cuando faltaban otros competidores
en ese campo, lideralizarla y “clientilizarla” electoral y sindicalmente, sobre todo
cuando ambos partidos marxistas se aliaban políticamente.11
Ahora bien, a ambos partidos no los diferencia su ideología. Vale decir, comunistas y
socialistas, se reconocen marxistas, tampoco se expresan grandes diferencias en su
composición social, y ni siquiera por la naturaleza formal de su estructura orgánica,
ya que ambos son seguidores del modelo leninista de Partido. Lo que si les
distingue, y profundamente, a ambos partidos, es la naturalaza de las culturas
políticas que encarnan, las que son definitivamente diferenciadas. Ambos partidos
dan cuenta de diversos momentos en la experiencia política y sindical de la clase
obrera, no sólo a nivel nacional, sino también internacional, lo cual viene a cristalizar
en la constitución de dos culturas políticas diferentes. En la práctica, esto hace que
una misma ideología, un mismo grupo social –sociológicamente considerado- y un
mismo modo de organización formal, se refracten y se diferencien al ser cruzados
por dos distintas culturas políticas; resultando con ello, dos tipos de actores políticos
muy diferenciados, cada uno de ellos con una forma de comportamientos que
derivan de caracteres que les son propios. En el siguiente apartado profundizaremos,
si bien en forma un tanto escueta por las características de este trabajo, los hechos
que determinaron los caracteres de las culturas marxistas estudiadas.
Pinochet. Lo mismo explica la actual penetración y dominio en las clases populares de la UDI.
Llegando a obtener una supremacía electoral, en muchos sectores proletarios y obreros, la que
supera con creces a la de los partidos de izquierda.
14
La Democracia Cristiana logra un gran desarrollo en los sectores populares campesino obrero y
pobladores previamente a su ascenso al gobierno con Frei, fundamentalmente en aquellos sectores
de trabajadores del mundo popular ligados a las empresas y organismos del Estado.
15
Una clara y precisa crónica de estos acontecimientos la encontramos en el comportamiento y
resoluciones de los eventos sindicales, sus elecciones internas y la conducta de la C.U.T. durante ese
período
La forma de entender la historia como representación de la realidad, es lo que ambas
culturas -la socialista y la comunista-, tienen en común. Ambas, en sus fundamentos
ideológicos beben de la misma fuente, el “Materialismo Histórico”. De manera tal que,
comparten la misma visión crítica devenida del análisis desde el materialismo
dialéctico de la historia del hombre y de la sociedad.16 Esta da cuenta de la
despersonalización y la desintegración del individuo en la sociedad moderna y su
trágica situación entre lo posible y lo real; destacando que únicamente la revolución
proletaria, en tanto que acción colectiva, podrá anular dicha reificación del
individuo.17 En efecto, esta visión crítica constata que la realidad objetiva es, para el
individuo, un complejo de elementos terminados e inmutables que éste puede
aceptar o negar y confiere a una única clase social la posibilidad de cambiar esta
realidad, al Proletariado.18
Aquel rol político y sindical de los dirigentes del recién nacido Partido Comunista
define mucho de sus caracteres históricos. Sobre todo si se toma en cuenta que esa
dirección político sindical estaba estrechamente ligada a los sectores de la clase
obrera del salitre y del carbón y la de los grandes centros de la producción, como lo
eran Santiago y Valparaíso. En donde habían alcanzado una gran experiencia y
profundas raíces en las luchas sociales, como también una notoria conciencia
política de clase. Así lo demuestran los principios ideológicos, tanto del Partido
Obrero Socialista como los de la misma FOCH. Los intelectuales y empleados
constituyen la minoría en el partido y son una periferia alrededor del núcleo político
obrero que lo encabeza.
19
Esta visón maniquea ha acompañado históricamente al Partido Comunista, con la desintegración de
la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, trasponen esta misma mirada y lealtad irrestricta a los
principios que guían el proceso de la revolución socialista de la Cuba de Fidel Castro.
20
Lo dicho no es otra cosa que una reificación de la ideología, la transformación, tal cual sucede en la
idolatría, de un principio doctrinal del todo indeterminado, en objeto material. En otras palabras, ahí
está el inicio de la reificación de la ideología y del “Partido”.
incultura y del resentimiento, y a los partidos comunistas afiliados a la Tercera
Internacional, como, “intrínsicamente perversos”.21
21
Este término fue acuñado por la Iglesia Católica a finales del siglo XIX para anatemizar el ideario
comunista. Ver la encíclica “Rerun Novarum” y los documentos del Vaticano previos a su redacción.
22
Misma sacralización que actualmente se manifiesta con la Cuba castrista como consecuencia de la
reificación de la “revolución cubana”. En el análisis estructural del dicho discurso, se puede hacer
presente la existencia de un evidente conflicto entre la fundamentación positivista, racional y
pragmática del materialismo dialéctico, y la interpretación del desarrollo del historia del hombre
presente en el pensamiento marxista y la mitificación del relato que lo lleva a la constitución del mito
de la revolución socialista basada en la “huelga general” y del levantamiento de los proletarios del
mundo. Esto evidentemente se acerca mucho al mito redentivo del pueblo judío, -pueblo elegido-
herederos de un tierra prometida con características de paraíso (vale decir el mito del “buen salvaje”
tornado en mito de “buen pobre”, en este caso proletarios. Donde hay un Mesías redentor y poseedor
de una verdad revelada , “El Partido”)
23
Consecuencias en la vida cotidiana de sus miembros de esta dogmática sacralización las hemos
conocido últimamente en casos que implican el ámbito del mundo privado y familiar de militantes del
partido Comunista Por ejemplo es el caso Teitelbon-Bunster. En otras palabras, en el actuar del
Partido encontramos mucho de secta religiosa, de “religión política” en el sentido de Maimónides y
Allfarabí -ambos filósofos fúndantes del judaísmo religioso, de cuyo conocimiento bebieron muchos de
los ideólogos del comunismo incluido Carlos Marx.
24
Gran parte de esto último es producto de la acción en la pampa salitrera de Luis Emilio Recabarren.
totalmente de sus regiones de origen, favorecen la radicalización de su conducta
política y genera canales de comunicación de esa cultura política con las zonas de
origen de esa clase. Al considerar que las periódicas depresiones de la industria
salitrera determinaban el retorno definitivo y temporal de los obreros salitreros a las
regiones de origen, adquiere gran relevancia ese último aspecto. Este, también
explica el porque se extiende la influencia comunista esencialmente hacia la región
contigua minero-agrícola del norte chico y hacia la zona del carbón.25
25
No obstante aquello, cabe destacar, que el desarrollo de organizaciones sindicales en el mundo
rural principalmente en la actividad agrícola fue lento y dificultoso, sólo se comienzan a organizar los
obreros agrícolas a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado. Esto como producto de una
especial y asentada cultura que ligaba fuertemente al obrero campesino a la dependencia de su
patrón. Misma que, durante el gobierno democratacristiano de Frei Montalva en los años sesenta, fue
responsable de la aumento de la complejidad del proceso de reforma agraria.
Luego del “gran viraje”, la influencia sindical comunista se expandió rápidamente
entre los trabajadores mineros del salitre y del carbón, donde históricamente estaban
fuertemente instalados, abren importantes frentes en la pequeña minería del Norte
Chico y de menor relevancia en las labores extractiva de la gran minería del cobre,
logrando con ello una preeminencia que perdurará hasta el fin del período. Los
reducidos núcleos que vegetaban enquistados y aislados durante más de un decenio
en los gremios ferroviarios, metalúrgicos, panificadores y de la construcción logran
lideralizar a parte apreciable de sus componentes.26 Es significativo también el
crecimiento que durante el decenio de los treinta alcanzan en el magisterio: Muchos
de estos dirigentes comunistas fueron designados a trabajar en estrecho contacto
con las organizaciones obreras, contribuyendo a la expansión de la influencia del
partido, sobre todo en el plano ideológico.
Las raíces ideológicas, políticas y sociales del Socialismo chileno son múltiples. En el
confluyen el segmento del Partido Obrero Socialista de extracción obrera y de ideario
anarco-sindicalista que no aceptó su conversión en el Partido Comunista; una
promoción de jóvenes universitarios y profesionales influidos por las ideas marxistas
revolucionarias que ingresaron al escenario político combatiendo a la dictadura de
Ibáñez; sectores radicalizados de la masonería; ex-militares comprometidos con el
pronunciamiento del 4 de Septiembre de 1924 de orientación de izquierda purgados
del ejercito por Ibáñez; alguno ex-comunistas disidentes influidos por el troskismo y
ex-marineros participantes en la sublevación de la escuadra en 1931; y, sobre todo
pueblo rebelde anónimo que se moviliza tras la figura del coronel Grove, devenido en
caudillo popular como símbolo de la revolución del 4 de Junio, cuya efímera
existencia había dejado una fuerte impronta en la conciencia de sectores
políticamente activos de la clase trabajadora.
26
Vale la pena destacar la gran presencia del partido en sectores del artesanado, como tipógrafos,
albañiles, cuero y calzado y en el magisterio por sobre el sector industrial
la ideología socialista, más o menos inspirada en el marxismo y que diera cuenta de
las grandes demandas espontáneas de las clases populares en aquella coyuntura.
Fue así como la fusión de un Partido Socialista de varios pequeños grupos de esa
orientación, amparada por el liderazgo de Grove y de otros dirigentes políticos
comprometidos con la revolución del 4 de Junio, como Eugenio Matte y Oscar
Shnake, logro crear una fuerza política nueva con una gran audiencia y un
considerable arrastre en las masas populares.
La consigna “Grove al poder” que marco durante sus primeros años de existencia al
Partido Socialista, ponía de manifiesto también la aspiración a ser gobierno de la
nueva entidad, a diferencia de la conducta puramente testimonial que hasta esa
fecha caracterizaba a los comunistas.
Además del marxismo, la cultura socialista se forjó marcada por la impronta de las
ideas anarquistas que provenían del movimiento obrero de comienzos de siglo y del
estudiantado del año veinte, y las del racionalismo radicalizado, que les llegaba por
la vía de la vertiente masónica. Estas fuentes le daban al nuevo partido -a pesar de
lo que lucía en sus estatutos, inspirados en el modelo leninista-bolchevique-, un
rasgo culturalmente liberal que se traducía en la coexistencia en su seno de
diferentes tendencias susceptibles de transformarse en irracionalismos competidores
por el poder interno. La dirección del Partido resultaba así naturalmente heterogénea
y su fisonomía reflejaba las transacciones entre las diversa fracciones internas. La
composición social de las direcciones, a diferencia de los comunistas, era
predominantemente pequeño-burguesa y por tanto muy ideologizada y deliberante, y
menos coherente y operativa que la dirección del Partido Comunista.
Como consecuencia de ser producto de culturas tan diversas, el estilo de hacer
política de ambos partidos se reflejaba en las relaciones que mantenían con el
movimiento obrero sindical. En el Partido Comunista, el rol que desempeñaban sus
dirigentes obreros era el de transmitir su línea política a las organizaciones y frentes
de masas, para luego copar sus direcciones y manipularlas por su intermedio, en
función de sus intereses políticos. A su vez, en el Partido Socialista el papel que
desempeñaban sus dirigentes obreros, era más bien el de utilizar el aparato
partidario y la influencia del Partido en la masa, para alcanzar y luego consolidar
posiciones en las directivas de la organizaciones y así, posteriormente, promover a
los dirigentes a la conducción partidaria, o a cargos municipales y parlamentarios.27
En suma, mientras entre los socialistas el Partido ayudaba a promover los intereses
de sus dirigentes sindicales y estos le daban a cambio votos y cargos en el Partido,
entre los comunistas los dirigentes sindicales ayudaban a promover el interés del
Partido y éste lo incorporaba a su aparato direccional y funcionario, desde donde
podían aspirar a cargos públicos.
Tal es así que, a menudo sucedía que mientras en lo específicamente político ambos
partidos coincidían, se liberaban ásperas luchas entre ellos por el predominio en
determinada esfera sindical. Estas luchas enturbiaban las relaciones entre ambos
partidos, pero no las sobredeterminaban; lo que en último término demuestra, que en
este enojoso plano de relaciones sindicales, también se manifiesta la primacía de lo
político sobre lo sindical.
Sí bien, en algunos sectores del movimiento obrero, un partido era a veces clara y
persistentemente hegemónico con relación al otro –como en el caso de los obreros
de los frigoríficos y estancias magallánicas o de los tranviarios, donde lo eran los
socialistas-, en verdad, la influencia de comunistas y socialistas en la clase obrera
era más o menos equivalente. Ambos partidos coincidían en esta evaluación de
poderío, lo que quedó en evidencia en la designación de igual número de delegados
de la CTCH, a la convención del Frente Popular que eligió al candidato presidencial
para las elecciones de 1938. Esta evaluación, que no distaba en lo absoluto de ser
27
En otras palabras, la estrategia que desarrollan ambos partidos no es otra cosa que la cooptación
de las principales organizaciones del movimiento sindical de los trabajadores, estableciendo un
eficiente mecanismo de clientelismo con un fin esencialmente político y electoral.
correcta, se ratifica al año siguiente en las elecciones internas para renovar la
directiva de la CTCH, donde la disputa entre los candidatos de ambos partidos se
resolvió en forma muy estrecha en favor del postulante socialista.
Durante los períodos presidenciales de Pedro Aguirre Cerda y de Juan Antonio Ríos
la correlación de fuerzas en el movimiento obrero fue modificada paulatinamente en
favor de los comunistas, sobre todo porque donde éstos tenían el control de un
sindicato, éste era mucho más absoluto y total que en aquellos donde predominaban
los socialistas, en los cuales, generalmente, coexistían con importantes minorías
comunistas.
La ruptura por iniciativa socialista del Frente Popular en 1940, dio inicio a un período
de franca y dura lucha política entre ambos partidos, la que además, luego del pacto
de no agresión entre la Alemania hitlerista y la URSS, se alimentó de las diferencias,
que se dieron en materia de política internacional entre ambos partidos, por el
irrestricto seguimiento de los comunistas a la política soviética. Este contexto,
permitió la agudización de las pugnas preexistentes en el plano sindical. No obstante,
al menos en la formalidad, se mantuvo la unidad del movimiento obrero. La agresión
nazi a la URSS en 1941 permitió que se atenuara el antagonismo político entre
ambos partidos; sin embargo, en el plano sindical, subsistió un agudo antagonismo.
30
A lo dicho hay que sumar los evidentes problemas que la carencia de fundamentos claros y
definidos que sustentaran la línea ideológica de las políticas de desarrollo del proceso de cambio
-revolución democrática-, para la consecución de una sociedad socialista, como la que pretendía la
Unidad Popular en su proyecto de sociedad.
31
Lo expresado constituye en esencia el fundamento del relato (mito) de la “huelga general” y la “gran
“revolución proletaria”, donde no se toma en cuenta si existe algún interés en el sujeto que le lleve a
tomar conciencia de sí y trasformarse en un sujeto participante del proceso político que apunta a
hacer de las necesidades colectivas un interés individual (acción política)
influencia de factores políticos exógenos se tradujo en que lo político pasa a ser lo
que condiciona casi desde su comienzos el carácter y modalidades que adoptan
tanto la protesta social como la reivindicación corporativa.
Lo hace con la eficacia y disciplina que deriva de la existencia de una orgánica bien
articulada y de una subordinación vertical al centro direccional, alimentada por una fe
indiscutida en la verdad encarnada en su conducción política nacional y en su faro
orientador a nivel internacional, la Unión Soviética.
Por regla general, en este período hay coincidencia entre los objetivos políticos de
carácter democrático que persiguen los comunistas y las reivindicaciones de la clase
trabajadora.
32
Cabe entender aquí el concepto de ideología no en forma positiva sino como una falsa conciencia o
enmascaramiento y distorsión de la realidad. A propósito de esto Gouldner señala “las ideologías
debilitan las estructuras tradicionales al reenfocar la vida cotidiana e los agentes, particularmente, la
hacer presente ante ellos cosas que son inmediatamente evidentes, que no son directamente
aprehensibles por los sentidos y que no están en las circunstancias de lo inmediato; hacen referencia,
en cambio, a cosas que no están a la mano. Uno no puede, por ejemplo, ver una ‘clase’, o una
‘nación’, o un ‘mercado libre’, pera las ideologías socialistas, del nacionalismo y liberal traen esas
estructuras a la mente. A proceder así, ellas proporcionan un lenguaje que hace posible
interpretaciones de cosas que podrían ser percibidas en las circunstancia. Las ideologías facultan de
este modo de ver y tomar nota de nuevo de cosas que pasan desapercibidas en la vida cotidiana: un
argumente entre obreros y supervisores puede ahora, por ejemplo, interpretarse como una
intensificación de la lucha de clases. Las ideologías se convierte en la autoconciencia del lenguaje
ordinario; son un metalenguaje” [o más bien, un metarelato]. Gouldnier, Alvin, La Dialéctica de la
ideología y la tecnología, Alianza Editorial, Madrid, 1978, pp. 48-49.
Un claro ejemplo de los extremos a lo que es llevada esta deformación manipuladora
del control sindical lo proporciona la creación de huelgas artificiales en la zona del
carbón, destinadas a impedir el embarque del mineral a los barcos que debían
trasladarlo a Argentina en la época en que el gobierno de Perón era definido como
fascista por los comunistas argentinos y chilenos.33 Durante este período, y más
precisamente en 1946, el Partido Comunista llega a ser partido de gobierno
integrando el gabinete ministerial de González Videla. Al poco tiempo ese gobierno
intentó llegar a acuerdo con el Gobierno de Perón. Basto ésto para que, sin que
hubiera habido razón alguna de carácter corporativo que pudiera justificar, primero la
promoción de esas huelgas y luego su suspensión, automáticamente cesaran las
huelgas antiperonistas en el carbón.
Durante el Gobierno de la Unidad popular, con la misma lógica, pero dando cuenta
aquí de una mayor justificación objetiva, tomando en cuenta su compromiso de
respaldo, los comunistas delinearon su política frente a las reivindicaciones de los
trabajadores, de manera tal que, en lo posible, se minimizaran los efectos de la
satisfacción de las demandas que pudieran contrariar los objetivos políticos y
económicos que perseguía el gobierno.
Cabe hacer notar sí que este comportamiento que subordina el interés sindical
corporativo a las finalidades políticas perseguidas por el partido, fue y es producto de
una decisión de la dirección política que es obedecida por los trabajadores debido a
su estricta disciplina característica de la centralizada organización comunista, cada
una de cuyas células de empresa transmite en su entorno la línea oficial del Partido.
Esto no significa que este tipo de conducta no les haya originado problemas con sus
bases, sobre todo cuando una política de moderación en los petitorios reivindicativos,
los hacía correr el peligro de que sus rivales se aprovecharan de esta situación, para
tratar de ganar puntos en la carrera por acceder al control sindical.
33
Nos referimos al período trascurrido entre 1944 a 1946, y que remiten al comercio que establece
Argentina bajo el gobierno de Perón con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini.
procesos de toma e implementación de las decisiones políticas. La dirección política
de los socialistas no tenía la autoridad para imponer a sus efectivos sindicales una
estricta obediencia. Esta mayor autonomía de las organizaciones de masas y
sindicatos son presencia mayoritaria de los socialistas se veía potenciada porque los
dirigentes sindicales eran promovidos a la condición de tales, no por decisiones
partidarias, sino por su desempeño en el trabajo sindical, lo que los llevaba por una
proceso natural y mas o menos participativo a los cargos directivos. Surgieron por
esa vía caudillos sindicales socialistas con una base de poder propia y cuya
legitimidad provenía de la voluntad de los asociados.
34
Un puro sofisma nacido de ficciones sociales, las que, a diferencia de las ficciones literarias que
embellecen la vida, provocan apocalipsis sociales y terrorismo justificado.
práctica su diferente percepción de la realidad con la de las direcciones ponía en
dura prueba su declarada incondicionalidad a las decisiones de las cúpulas.
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El intento de representarse en la realidad con un relato predeterminado, traerá sus consecuencias,
la cual se manifiesta en el desconocimiento de la pragmática real que organiza la realidad. Un análisis
a los procesos de los movimientos sociales deja en evidencia que, por lo general, la movilización
popular (obreros, pobladores, etc.) se hace efectiva, en su generalidad, cuando esta, se apunta a la
obtención de fines inmediatos y concretos, como por ejemplo, vivienda, alimentación, mejora salarial,
etc.; los fines utópicos, la revolución proletaria, la democracia, la dignidad del trabajo, pasan a un
plano muy inferior de interés y se le entrega, por lo general, el esfuerzo de su consecución la clase
dirigente. Lo acotado queda demostrado, el 11 de septiembre de 1973, cuando, contrariamente a lo
que esperaba la dirigencia política de izquierda comprometida con el proceso y las cúpulas
ideológicas de las fuerzas golpistas, no se moviliza en su defensa, gran parte del movimiento popular.
Mismo que unas semanas atrás manifestaba su apoyo irrestricto al gobierno no se moviliza en su
defensa. Y es que, ciertamente se había llegado a un punto en que no había nada concreto que lograr
en su provecho directo (hay que sumar a esta masa inconsciente, una gran cantidad de dirigentes
políticos que participaban en el gobierno popular, y que tuvieron la misma actitud).
“grovista” y, después, por un proceso de selección natural en el seno del movimiento
sindical, en el que el alto nivel de conciencia política no era el elemento clave.
Estos hechos producían en el seno del Partido, dos subculturas políticas, la de los
“intelectuales” o “políticos” y la del “obrerismo”. Esta brecha no llegó nunca ser el
elemento determinante de los alineamientos políticos en el seno del Partido, pero
estaba presente en ellos y en alguna media influía en el desenlace de los conflictos
internos, sobre todo cuando levantar las banderas del “obrerismo” contra las
direcciones ideologizadas, proporcionaba ventajas en los enfrentamientos producidos
en los eventos orgánicos decisorios, tales como, Conferencias, Plenos o Congresos.
Estas tensiones entre “intelectuales” y “obreros” no eran percibidas por sus actores
como lo eran en realidad. En la masa obrera socialista, atrasada ideológicamente, la
bandera obrerista y adversa a la preeminencia de los intelectuales en las direcciones,
era percibida a la luz de su cultura política primaria, en la que la distancia frente al
que vestía ”cuello y corbata”, expresaba el reclamo y rebeldía primitiva frente a lo
que se intuía como expresión de patrones de vida de la clase dominante.
A menudo este sentimiento “obrerista” era manipulado por los exponentes de los
sectores “izquierdistas” del Partido para racionalizar su permanente actitud crítica
frente a reales o presuntas desviaciones reformistas de la dirección. Pero a la postre
estos intentos no tenían éxito, porque la distancia entre el retraso teórico de la base y
el discurso ideologizado de los voceros del “izquierdismo” era tan grande que no
podía llegar entre tales actores a otros acuerdos que no fueran coincidencias
puntuales y accidentales.
Esta dependencia era de tal índole que, durante el período en que estuvo vigente la
Ley de Defensa de la Democracia, la inserción en el movimiento comunista
internacional del Partido Comunista chileno, así como el cumplimiento de las tareas
de finanzas internas del partido, se desarrollaron bajo el alero de esos sindicatos y
federaciones hegemonizados por él.
Por último, y para finalizar este recorrido indagatorio, haremos un breve y obligatorio
examen a los modelos típicos de procedimiento que aplicaron las culturas comunista
y socialista frente huelgas y conflictos sociales. Por cuanto, en las estrategias que
ambas culturas emplean para enfrentar los conflictos, en la esencia de su lectura,
ambas dan cuenta de una pragmática pertinente a su discurso ideológico.
Por su parte, los socialistas, veían estos conflictos desde una doble y contradictoria
perspectiva simultáneamente, a saber: Desde el punto de vista de la base social
comprometida en el conflicto, donde tendía a verse al conflicto como una simple
demanda corporativa, cuya satisfacción deparaba subproductos favorables al
fortalecimiento de la influencia política y sindical del Partido. En esta perspectiva
desde la base, se manifestaba una mixtura entre un puro reivindicasionismo
corporativo, un primario “chauvinismo partidista” y un afán de utilizar el conflicto para
aumentar el poder sindical o político electoral del Partido. Por su parte, en la
dirección política del Partido –mucho más ideologizada- en la que siempre había un
segmento más o menos importante de posturas “izquierdistas”, el conflicto y la
huelga se asociaban difusamente con la posibilidad de que ellas se inscribieran en
una confrontación de clase más extendida y profunda. Estaba allí presente en ese
“izquierdismo” el ingrediente contestario y radical de la primera fase del proceso de
evolución de la conciencia obrera, que conducía a quienes eran portadores de esa
“sub-conciencia” a ver en cada conflicto una oportunidad de testimoniar su rechazo
absoluto al orden establecido.
Pero, ¿qué sucedía cuándo vencía la línea maximalista promovida por las
direcciones políticas socialistas? Aunque parezca paradójico en su esencia, aquello
que era previsible. En efecto, ya que si bien, para los comunistas, el objetivo
declarado podía no haber sido el preferido, los efectivos comunistas, durante el
desarrollo mismo del conflicto, se jugaban y comprometían mucho más que los
socialistas en su logro, puesto que lo habían acatado democráticamente.
Las frecuentes discrepancias que se dan el seno del Partido Socialista están
estrechamente relacionadas con lo anterior. En efecto, la divergencia existente entre
la conducta de sus dirigentes sindicales y la manera como conducían los conflictos
sociales y los puntos de vista e instrucciones concretas impartidas por el Partido,
habitualmente entraban en rumbo de colisión. Colisión que se producía cuando la
percepción “izquierdista” de la realidad de la dirección política del partido no coincidía
con la percepción del dirigente sindical el cual adoptaba el enfoque meramente
corporativo del conflicto, el que a menudo era compartido por la mayoría de la base
sindical y por las otras fuerzas políticas, ciertamente menos ideologizadas y más
relistas para juzgar la situación, con influencia en ese medio.
Así las cosas, no era de extrañar que el conflicto condujera al dirigente sindical a
desobedecer las órdenes del partido, lo cual, incluso llega a provocar su expulsión
del partido. Sin embargo, aunque la mayoría de la base sindical del partido
compartía, y aún más, habían presionado al dirigente a adoptar la conducta
sancionada, ésta no solidariza con el dirigente expulsado y se mantiene formalmente
en la orgánica partidaria. Ello en parte debido al “espíritu de partido” de que estaba
imbuido, como también por la intuitiva apreciación de que su escisión del Partido le
restaba fuerza y respaldo para promover el interés de los socialistas en las pugnas
por el poder sindical. Las bases esos casos se limitaban a pedir reconsideración de
las medidas punitivas a la autoridad partidaria. A la postre este tipo de situaciones
ahondaba la grieta entre la base sindical del Partido en ese medio y las autoridades
nacionales y locales del Partido, llegándose a veces a situaciones en que la
autoridad real de la dirección política sobre la base sindical y sus dirigentes fuera
muy escasa, y condujera a esas direcciones a eludir los conflictos previsibles,
manifestándose una equivoca relación entre la base sindical y la autoridad formal del
partido.
Cabe entonces, para introducirnos a este aspecto, hacer una pequeña reflexión
sobre el reclutamiento de los candidatos venidos del mundo sindical y el
comportamiento de los regidores y parlamentarios y funcionarios de importancia en la
administración pública o en el área pública de la economía. Para ello, primero nos
referiremos al fenómeno que se manifestó cuando los cargos tenían un origen
electoral, vale decir “mandatarios”.39 Aquí nos encontramos con que: debido a la
38
Paradojalmente, fue durante el régimen militar, al desarrollarse el proceso de “izquierdización” de la
dirección del Partido Comunista, cuando se vienen a manifestar entre ésta y los antiguos dirigentes
sindicales del partido, tensiones análogas a las que se manifestaron en períodos anteriores entre los
socialistas.
39
Dentro del Partido Socialista se usaba una jerga que permitía diferenciar, por su origen, los cargos.
Así, tenía la denominación de “mandatario”, quien recibía u optaba a un cargo de origen electoral y de
estructura formalmente centralizada con que contaba el Partido Socialista, la
designación de los candidatos a parlamentarios y a regidores recaía en la autoridad
política máxima, con la excepción de la designación de los candidatos a regidores,
en cuyo caso, y con cierta frecuencia, se delegaba esta atribución a los Comités
Regionales o Seccionales.
Claro está que no siempre estos criterios para la designación de candidatos eran los
mismos, ya que en parte ellos dependían de la orientación política de la dirección
máxima. Queda en evidencia lo dicho al constatar que mientras más ideologizada era
esa instancia, mayor importancia se le atribuía a las condiciones políticas y
“militantes” del candidato, restándole valor a su potencial arrastre electoral. No
obstante lo dicho, en aquellos lugares donde el Partido tenía efectiva presencia
sindical, se postulaban candidatos de extracción sindical. De ahí que se pueda
constatar una abundancia de candidatos de proveniencia ferroviaria, ya que en este
gremio, tradicionalmente los socialistas eran fuertes y su dispersión geográfica los
hacía más dependientes de las direcciones políticas, y por lo tanto, más confiables
para ellas.40 Así las cosas, la dirección nacional se inclinaba, generalmente, por
aquellos postulantes más confiables políticamente, mientras las direcciones locales
preferían a quienes poseían una mayor gravitación electoral en la zona.
“funcionario”, aquel que era destacado en un determinado cargo dentro de la administración pública
por el Partido.
40
Cabe acotar que en Santiago, Valparaíso, O’Higgins, Concepción, Magallanes, siempre se
designaba un candidato que representara el movimiento obrero socialista de la zona.
41
Como es de esperar, hubo también parlamentarios de extracción obrera que se habían alejado de la
producción y que llegaron a ser exclusivamente dirigentes políticos, o bien, accedieron a otras
Casi se transformó en norma dentro del Partido Socialista que el dirigente obrero
elegido parlamentario se desvinculara casi totalmente del movimiento sindical. Sin
caer en una generalización, se puede decir que la actividad parlamentaria no
reforzaba, sino más bien aflojaba el compromiso político partidario.
Por su parte, en el caso del Partido Comunista, se puede observar que está
plenamente reflejada en la composición de sus parlamentarios, su mayor gravitación
obrera. En el período que hemos llamado “sectario” previo al “gran viraje”, una
mínima representación de dirigentes obreros de Santiago y del Norte salitrero
constituía la “Fracción Parlamentaría Comunista”. Desde la época del Frente Popular
en adelante, al menos la mitad de los parlamentarios comunistas eran o habían sido
dirigentes sindicales de la construcción, metalúrgicos, y en especial, mineros del
salitre, del carbón y del cobre. No pocos de ellos habían llegado a ser previamente
dirigentes rentados de las federaciones sindicales controladas por ellos y cumplían
allí tareas propiamente partidarias. La designación por la autoridad central se
ajustaba a criterios estrictamente políticos, cuidando a través de esta selección,
mantener y reforzar la influencia sindical del partido en las zonas donde la clase
obrera era parte importante del electorado.
Cabe aclarar si que, tanto entre socialistas como entre comunistas, la extracción
social de los cuadros destinados a los cargos gubernativos intermedios era muy
variada. Sin embargo, no se comete error alguno, la afirmar que la mayoría tenia un
origen pequeño burgués. No hay un estudio especifico sobre el tema que nos ayude
a determinar el número y el comportamiento de los dirigentes sindicales promovidos
a los llamados mandos medios, pero lo más probable que estos den cuenta de la
misma expresión cultural en su hacer.
ocupaciones laborales.
revolución proletaria”, único camino que permitirá, con ayuda de la más importante
herramienta de lucha y cambio con que cuentan los trabajadores; “la huelga general”,
acabar con el “presente vergonzante” y la “indignidad en que se encuentran los
proletarios del mundo” a causa de la manifiesta ”explotación capitalista”. Todos estos
son los principios, devenidos de un discurso común a ambos partidos marxistas, “El
Manifiesto del Partido Comunista”,42 y sobre los cuales fundan su acción política y
social, constituyéndose en el eje principal de ésta.
En efecto, y así consta en los hechos que se manifiestan en período que hemos
examinado. Es allí, donde va a apuntar finalmente el sentido de la estrategia de
cooptación de las organizaciones sindicales y su bases - vale decir el proceso de
“clientización” de miembros de base de sus partidos políticos y de los asociados a los
sindicatos-, de manera de reunir la suficiente fuerza electoral que les permitiera
copar, a través de los mecanismo que entregaba el sistema republicano y
democrático, todo los cargos de poder político dentro de la estructura de gobierno.
Estrategia que no sólo tuvo la simpatía de los dirigentes, sino que también de las
bases; las cuales descubren en ella la posibilidad de obtención no sólo de alguna
aspiración reivindicativa, sino también alguna retribución práctica y utilitaria -por lo
general del tipo económico-43. A cambio de ello, la base sindicalizada les retribuía
con su apoyo. Esta simbiosis social, fue la que permitió la promoción de estos a los
cargos directivos importancia y a aspirar posteriormente a cargos gubernamentales y
representativos de la estructura democrática.
Dadas así las cosas, esta más que claro que, un movimiento sindical tan politizado
como el chileno, sólo podía sobrevivir mientras los partidos político tuvieran poder
político y la capacidad de conducirlo según sus objetivos. Es por ello que,
conjuntamente con la destrucción del estado democrático y la exclusión del
escenario político y social de los partidos políticos, también la estructura del
sindicalismo como movimiento social colapsó. Y esto no sólo por la persecución que
la dictadura militar hiciera a sus organizaciones y dirigentes, sino porque despojados
estos del poder que le daba el ejercicio de los partidos, vale decir absolutamente
desmembradas e impotentes, carecen de toda influencia y orgánica para su acción.
42
MARX, C. ENGELS, F. Op. Cit.
43
Un claro e irrefutable ejemplo de ello, aunque se le considere un logro sindical legítimo, es la
práctica del pago un “bono de final de conflicto” después de finalizado algún movimiento huelguístico;
o los mecanismos de presión, o más bien extorsión - como los mencionados anteriormente- , de parte
de las organizaciones gremiales, fundamentalmente de aquellas empresas u organismos relacionados
con el Estado o los servicios públicos.
Párrafos conclusivos
Bibliografía.