You are on page 1of 37

UNIVERSIDAD ARCIS

DOCTORADO EN PROCESOS SOCIALES Y POLITICOS DE


AMERICA LATINA

CRONICA DE LA CONSTITUCION DE UN FICTO EN PRAGMATICA SOCIAL.


LA INTERACCION ENTRE LO POLITICO Y SINDICAL DURANTE EL PERIODO
DEL “ESTADO DE COMPROMISO” EN CHILE.
CARACTERÍSTICA DE LA PROYECCIÓN EN EL PLANO SINDICAL DE LAS
CULTURAS POLÍTICAS SOCIALISTAS Y COMUNISTAS.

Por: Daniel Omar Vega Olivares

Seminario: Historia y Ciencias Sociales: el debate actual


Profesor: Gabriel Salazar V.

SANTIAGO
Verano 2005
CRONICA DE LA CONSTITUCION DE UN FICTO EN PRAGMATICA SOCIAL. LA
INTERACCION ENTRE LO POLITICO Y SINDICAL DURANTE EL PERIODO DEL
“ESTADO DE COMPROMISO” EN CHILE. CARACTERÍSTICA DE LA
PROYECCIÓN EN EL PLANO SINDICAL DE LAS CULTURAS POLÍTICAS
SOCIALISTAS Y COMUNISTAS.

Daniel Omar Vega Olivares

“La historia real, profana, de los hombres en cada siglo [...] representa a
estos hombres a la vez como autores y actores de su propio drama.
Pero desde el momento en que os representáis a estos hombres como
los autores y los actores de su propia historia, habéis llegado, dando un
rodeo, al verdadero punto de partida”.1

El presente trabajo, que remite a un recorrido indagatorio desde la perspectiva del


desarrollo de los movimientos sociales en Latinoamérica, para ser más exactos en
Chile, de la equivocada y poco fructífera interacción entre lo político y lo sindical que,
producto de la escasa madurez que alcanzan en su estructura los procesos de
formación las organizaciones y la carencia de formación sindical de la mayoría de su
dirigentes y asociados, como también, de la escasa cultura política y de conciencia
ideológica de la ciudadanía en lo político, se manifestó durante el período
comprendido entre las décadas del 30 y 70 del siglo pasado. En este, intentaremos
dar cuenta del como y el porque se produce, basado en un discurso devenido de un
ficto literario como es una ideología, la evidente e intensa cooptación de las
organizaciones sindicales y de sus miembros por parte de los partidos políticos
marxistas, la cual se expresa en la constitución de una pragmática de “clientelismo
electoral”, que se desarrolla y que permanece, como un discurso valido en su cultura
mítica, “el partido es el conductor del movimiento popular”, menoscabando con ello la
posibilidad de un verdadero desarrollo del movimiento social y coartando desde
entonces, libertad de acción de los ciudadanos con acuerdo a sus verdaderas
necesidades e intereses en la elección de sus objetivos de lucha.

En éste intentaremos en forma bastante escueta analizar la relaciones entre la esfera


de lo sindical y la esfera de lo político en Chile, en la época que en las ciencias
políticas se denominado “Estado de Compromiso”, y etapa de “desarrollo hacia
adentro” o “sustitutiva de importaciones”, por los economistas. Época, precisamente,
en que en casi la totalidad del continente Latinoamericano se producía un intento
desarrollo de la industria nacional con gran participación de los correspondientes
Estados. Etapa de la historia político- económica que se extiende, en el aspecto
económico, desde fines de la crisis de los años 29-32 hasta finales de los años
sesenta y, en términos políticos, desde la segunda administración de Arturo

1
K. Marx, Carlos ‘’Misère de la Philosophie ‘’, Ed. Sociales, Paris. pág. 124.
Alessandri, hasta el Gobierno de Salvador Allende, o más bien, el golpe militar de
1973.

Antes de introducirnos en el tema, cabe de aclarar sí, que nuestra intención no es


hacer un análisis histórico de este período en una etapa muy característica de
nuestro pasado, en que la recuperación económica del mundo tras la gran depresión,
el aislamiento que sufre, como consecuencia de la segunda guerra mundial, América
Latina de Europa, y el impresionante renacimiento y renovación de la economía
capitalista en el largo “boom” de la post-guerra amparado en el “Plan Marshall”,
proporcionaron un marco favorable para que se constituyeran y potenciaran los
actores sindicales y políticos que iban esforzarse por ampliar el margen de
participación popular en las decisiones gubernativas y por determinar una “repartición
de los frutos” del desarrollo económico que también fueran de provecho para las
clases más desposeídas. Todo en el contexto de una institucionalidad formalmente
democrática cuyos crecientes espacios de libertad permitirían el protagonismo de los
sujetos sociales expresivos del mundo popular.

Dicho lo anterior como una introducción necesaria, cabe hacer presente que el
principal objetivo de esta investigación es dar cuenta, con la mayor precisión posible,
del proceso de interacción entre lo político y lo sindical, casi en su totalidad,
determinado por la fuerte presencia en el ámbito popular de los partidos socialistas y
comunistas y de sus respectivas culturas políticas. Sin embargo, y con un fin
ilustrativo y aclaratorio de algunos procesos, también nos referiremos, sin que ello
amerite considerarlo dentro del objetivo principal de nuestra investigación, a la
incidencia que tienen en esa interacción otros actores políticos, tales como el Partido
Radical y, particularmente, la Democracia Cristiana en su última fase.

Por último, dejamos constancia que, como marco teórico o referencial para
interpretar e introducir los datos empíricos que constituyen la fuente fundamental de
este trabajo, recurriremos a las categorías propias del método dialéctico, tal como
éste se inscribe en la concepción marxista de la sociedad. Ciertamente que esto de
ninguna manera significa que se tendrá una visión sesgada, ni un prejuicio en la
relación con el objeto estudiado, todo lo contrario, éste se abordara desde una
postura crítica-científica absolutamente objetiva. En otras palabras, el método
dialéctico lo utilizaremos como es pertinente, o sea, para facilitar el análisis y la
articulación los hechos de que se da cuenta, y no como un formulario conceptual que
forzosamente se intenta llenar con la realidad. O sea, y en pocas palabras, el
presente trabajo nos va a remitir, por razón de la dialéctica entre discurso y realidad,
a la constatación empírica del como un discurso mítico se constituye en pragmática
social.
1. Enfoques conceptuales de las relaciones político-sindicales.

Lo sindical y lo político –considerados como dos formas en que se expresa la


actividad de un solo actor social, la clase trabajadora-, son un fenómenos propio de
la sociedad capitalista y culturalmente hablando, de la modernidad. Por ello no
encontraremos el germen de lo que ahora es característico de los instrumentos
orgánicos de lo sindical y lo político, en las manifestaciones campesinas y la
actividad de los gremios en la Europa medieval, ya que estos corresponden a un
contexto social absolutamente distinto al que dio origen a los sindicatos y a los
partidos políticos revolucionarios. Por ello, antes de iniciar el conocimiento del
fenómeno de interacción entre lo político y sindical que nos ocupa, y con el fin de una
mejor compresión del proceso que lleva a la instrumentalización del movimiento
social de los trabajadores, haremos un examen, desde la perspectiva del
materialismo histórico, de los tres estadios que conforman el proceso de
emancipación reivindicativa del proletariado obrero.

Los orígenes de la actividad sindical y política de la clase obrera y de sus


instrumentos orgánicos –el sindicato y el partido- deben buscarse en la primeras
manifestaciones de rechazo y de protesta de la naciente clase obrera en la mitad del
siglo XIX contra la explotación de que era objeto por el expansivo capitalismo en su
fase de acumulación primitiva.2

Estas primeras manifestaciones de protesta contra la explotación y rechazo al


sistema social y la miseria constituyen la primera fase de la lucha secular de la clase
obrera contra el capitalismo. En esta fase la clase obrera todavía no tiene conciencia
de su identidad de las causas que explican su subordinación social ni su explotación
económica; tampoco era capaz de precisar una la finalidad determinada para poner
término a la desmedrada situación en que se encontraba. En este período, la
rebeldía con que se manifiesta la clase obrera tiene un fin expresivo y no
instrumental. Es un rechazo, una negación al entorno que lo rodea- capataces,
patrones, policías, máquinas-, vale decir la clase obrera no tiene una real conciencia
de cuales son las causas del “presente vergonzante”.3

En esta etapa, nos encontramos frente a una fase del desarrollo de la lucha social
esencialmente negativa, en la que el “no” a la realidad existente no va acompañado
de su correspondiente “si, posible de traducirlo en objetivo concreto a alcanzar. Vale
decir, la manifestación de protesta, el hecho del acto agresión o destructivo de la
protesta testimonial, sólo conduce a una satisfacción sicológica temporal, a una
“catarsis colectiva”. Lo cual priva de toda posibilidad de que la movilización social

2
Las protestas obreras de rechazo a un orden social que las explotaba se manifestaron
espontáneamente en las más variadas formas: huelgas, levantamiento popular, destrucción de
máquinas e instalaciones, las cuales eran primitivamente percibidas por los obreros como causas de
sus miserias y desventuras.
3
Frase correspondiente al primer verso de “La Marsellesa Socialista”.
cristalice en una orgánica instrumental que pueda superar la situación que genera la
acción sociológicamente.

Es la razón instrumental la que distingue a la segunda fase de desarrollo de la lucha


de la clase obrera. En esta se despliega un proceso de conciencia que se manifiesta
en la presencia de un fin definido a obtener con la acción; fin que es voluntaria y
conscientemente escogido para la obtención, en forma concreta, de algún tipo de
mejora de la condición obrera, por ejemplo: aumento de salario. Vale decir, en esta
etapa el movimiento obrero deja de ser meramente expresivo y testimonial y
comienza a adquirir un carácter instrumental en función de un objetivo. Aquí aparece
la conciencia de que la obtención de la demanda, petición o reivindicación que se
levanta, sólo puede ser lograda por la fuerza que se adquiere cuando se coordinan
duraderamente las conductas de los actores individuales en una organización social
dirigida a lograr la satisfacción de esas demandas, peticiones o reivindicaciones. Así
surge el sindicato y la expresión de fuerza del movimiento obrero: la huelga.

A esta fase también se le denomina, fase “corporativa”, en razón de que el objetivo


que se busca satisfacer con la acción, sólo va a satisfacer la demanda de un
colectivo determinado y parcial de la clase obrera; o sea, sólo va a satisfacer el
interés corporativo de un único segmento del universo de la clase obrera, aquellos
que pertenecen al grupo en cuestión.4

Es precisamente esto último lo que hace una importante distinción en la tercera


etapa del desarrollo de la lucha obrera. En efecto, en esta, el problema no es de sólo
un colectivo sino de toda una clase; y en tanto así, la lucha ya no sólo se dirige en
contra de un determinado capitalista, sino en contra del sistema capitalista en su
totalidad. Bajo esta circunstancia, la demanda obrera supera en esta fase su carácter
reivindicativo-corporativo y adquiere un carácter revolucionario y de clase, en que el
objetivo que se persigue, la socialización de los medios de producción, sólo puede
lograrse mediante el acceso y el control del Poder.5 De ahí deviene el carácter
político de esta fase, y en ella se entiende a su sujeto virtual como una totalidad no
como un segmento de la clase obrera.6
4
Esta etapa del movimiento obrero llega a ser dominante en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el
capitalismo se ha consolidado y se encuentra en plena expansión, logrando cierta capacidad de
satisfacer parcialmente las demandas corporativas
5
Cabe observar aquí, siguiendo a Luman, que los principios normativos de integración social
(consenso mediado comunicativamente, tolerancia vía reflexividad o confrontación del oscurantismo
contramoderno) no son derivables de lo político, la dinámica de autonomía e interdependencia de los
sistemas revela la lógica profunda de la modernidad y la posición política en ella: “la política sólo
puede orientarse a sí misma; y si el intento de orientación está dirigido al entorno, es sólo a su
entorno”. LUMAN. Niklas, “Limits of sttering”, en Teory, Culture & Society, Vol. 14, N° 1, pp. 41-57
6
En esta etapa subyace un principio esencial a la condición humana -que extrañamente coincidencia
con la fundamentación del capitalismo liberal- presente en perspectiva lockeana, similar a lo planteado
por Hobbes, de cual bebe Locke: el hombre necesita fundamentalmente para su conservación los
alimentos, o sea la propiedad, más que las armas. El instinto de conservación se trasforma en deseo
de prosperidad, deseo de adquirir, y el derecho de conservación. La diferencia esta en que la
perspectiva no es individual sino colectiva. Cfr. STRAUS. Leo, “Qué es la Filosofía Política”,
Guadarrama, Madrid, 1970.
Ahora bien, alcanzar una perspectiva global de la sociedad implica un alto nivel de
abstracción. Condición a la cual, dado su estado de explotación y privación de la
posibilidad de acceder al saber en plenitud, difícilmente puede llegar la clase obrera.
De ahí que sea imprescindible constituir un sujeto capaz de internalizar la crítica
radical al sistema capitalista que explica el mecanismo de explotación del trabajo por
el capital y que, como resultado de esa crítica y esa explicación, también ese sujeto
pueda ser portador y difusor de un pensamiento crítico-practico, vale decir del
socialismo revolucionario. En este proceso, quien tiene la función de concientizar,
organizar y conducir al conjunto de la clase obrera, no es otro que es el partido
político obrero, o si se quiere, el partido político revolucionario.7 He aquí la génesis
de la interacción entre lo político y lo sindical. Vale decir, de aquella pragmática
devenida de un discurso, que da cuenta de una represtación ideológica de la realidad
–el “ficto”-, la cual se va constituir en fundamento del proceso de emancipación de
una clase social. 8

Cabe hacer notar que como etapa intermedia entre la fase reivindicativo-corporativa
y la fase política del movimiento obrero se puede considerar a aquella en que la
satisfacción de las demandas corporativas suponen la intervención del Estado, del
Poder Político para que este presione a la parte patronal o legisle en favor de la parte
obrera accediendo a sus peticiones. De este modo surge la legislación social o
legislación del trabajo, la cual se inscribe dentro del orden capitalista, pero que en
cierta medida lo niega, al imponer al Estado una conducta que trasciende su mera
condición de garante del orden social, y lo convierte en campo de batalla en la pugna
entre los intereses de clases.9

2. De la expresión discursiva a la instrumentación del discurso. La pragmática


social

Caracteriza al materialismo histórico, como método de estudio, la


concepción dialéctica de la historia, en tanto representación de un
juego de de oposiciones. Cabe entonces la interrogante: ¿En razón de
qué puede el juego convertirse en principio que determine y demuestre
la dialéctica de la historia? En otras palabras, hay que preguntarse si en
este principio la dialéctica de la historia aparece de modo completo y
adecuado y si el juego es entonces el principio efectivo de la historia, si
es su fuente, su origen y su fundamento.
7
Cfr. MARX. Carlos ENGELS, Federico, “Manifiesto del Partido Comunista”, Ediciones en lenguas
extranjeras, Moscú, S/F
8
A diferencia de la Revolución francesa donde la emancipación solo trajo beneficios a la burguesía,
en este caso, con la Revolución popular, los beneficiados serían el Proletariado, o más bien “Todos
los pobres del mundo”.
9
La referida, tal vez sea una de las conductas mas generalizadas de los estados, en relación al
mundo del trabajo, sin embargo cabe una pregunta ¿Qué sucede cuando el principal empleador es
precisamente el Estado; como sucedió en algún momento en el período de “Estado de Compromiso”,
o bien, en una Sociedad Socialista, donde el único empleador es el Estado?
No se puede comprender el comportamiento político y sindical de la clase obrera de
durante el período de “Estado de Compromiso”, en nuestro país, si no se tiene en
cuenta el rol que desempeñaron en el mundo popular los partidos más gravitantes en
la clase obrera, vale decir: el Partido Comunista y el Partido Socialista.

Para un análisis correcto de este tema vale hacer presente que, por una parte, en el
decenio de los años treinta, ambos partidos lograron arraigarse profundamente en
las clase trabajadoras de todo el país,10 -predominando en los diferentes ámbitos
uno de los partidos- y que, por otra parte, no obstante aquello, la mayor parte de la
clase obrera no alcanzó politizarse realmente y permaneció en una situación de
disponibilidad. Esta aparente contradicción se explica porque el grado de penetración
socialista y comunista en esa clase les permitió, cuando faltaban otros competidores
en ese campo, lideralizarla y “clientilizarla” electoral y sindicalmente, sobre todo
cuando ambos partidos marxistas se aliaban políticamente.11

Esta pérdida de dominio y hegemonía de los partidos de izquierda en el mundo


obrero, se confirma con lo acaecido en las elecciones presidenciales de 1952, donde
dicha circunstancia no estuvo presente y se puso en evidencia la perdida de
liderazgo electoral de los partidos marxistas en la clase obrera. En esta coyuntura
política se cruza en el camino de la izquierda marxista la carismática figura del
General Carlos Ibáñez del Campo,12 quien, encarnando los valores tradicionales
autoritarios, profundamente arraigados en las masas y teñidos con un tinte populista,
logró arrastrar tras de si el grueso de la votación popular y la de la mayoría de la
clase obrera “en disponibilidad”. Así las cosas, queda de manifiesto que no explica la
mayor votación obrera socialista, el apoyo a la candidatura de Ibáñez de la orgánica
más importante del socialismo escindido, el Partido Socialista Popular.13 Ese apoyo
10
No debemos olvidar que el principal empleador durante este período fue el Estado
11
Esta libertad de competencia permanece hasta cuando surge un movimiento sindicalista y obrero de
origen social cristiano liderado por la tendencia liberal política, la que posteriormente se transformaría
en la Democracia Cristiana
12
Cabe hacer notar que el único líder político que ha tenido en su historia la izquierda chilena fue
Salvador Allende, y que, después de L. E. Recabarren, el movimiento sindical de los trabajadores no
tuvo otro líder carismático hasta la aparición en el Movimiento Obrero Social Cristiano de Clotario
Blest .
13
No es novedoso este temperamental comportamiento de nuestro proletariado y especialmente de
nuestra clase obrera al decidir a quien le entregan su apoyo en las decisiones de poder político. El
cual se hace presente en popular “cómo voy yo ahí” (En su momento, Arturo Alessandri P., conocedor
del mundo popular, y en razón a este tipo de comportamiento, acuño una frase con que la designaba
al mundo popular que le apoyo políticamente en su elección como Presidente: “Chusma inconsciente”,
misma que después le quitaría el respaldo). La causa fundamental de este comportamiento de las
bases populares, esta en la carencia de una formación ideológica les permita una real conciencia de
clase. Lo cual no puede definirse como, lo ha planteado algunos, como un problema de educación
sino como un comportamiento cultural. En efecto, los devaneos de las clases populares apunta a la
reiteración de mecanismos de sobrevivencia, por ello siempre tienen que ver con sus aspiraciones
concretas y materiales y quienes les parece que le pueden garantizar la obtención de ellas tendrá su
beneplácito. Este fenómeno ha sido recurrente en la historia política de neutro país; se repetirá, con la
caída de la Unidad Popular y, posterioridad, al final del primer período de la dictadura militar, la crisis
económica de los 80, década donde comienza la perdida de poder y apoyo popular al gobierno de
sólo le resto fuerza a la candidatura de Salvador Allende, la que logró una reducida
votación, casi marginal, si se la compara con la mayoría absoluta de los electores
que se pronunció en favor del General Ibáñez. Lo anterior no priva que, pasadas las
elecciones, comunistas y socialistas continuaran controlando la mayoría de las
organizaciones sindicales, situación de predominio que se acentúa cuando en 1957
se produjo la reunificación socialista y el Partido Socialista se alió con el Partido
Comunista en el FRAP primero, y en la Unidad Popular después.

No obstante aquello, y como confirmación de la hipótesis planteada, durante la


administración de Eduardo Frei Montalva en los años sesenta, a pesar del apoyo que
el movimiento obrero le da a la Democracia Cristiana y la gestión populista del
gobierno de Frei Montalva en la primera etapa,14 no se pudo cuestionar la hegemonía
socialista-comunista en el movimiento obrero, sólo en las postrimerías del gobierno
de la unidad popular, y cuando la mayoría silenciosa de la clase obrera “en
disponibilidad” tendió a inclinarse en favor de la oposición, liderada en los sectores
populares por la democracia cristiana, sólo entonces se puso en peligro la
hegemonía socialista-comunista en el movimiento popular.15

Ahora bien, a ambos partidos no los diferencia su ideología. Vale decir, comunistas y
socialistas, se reconocen marxistas, tampoco se expresan grandes diferencias en su
composición social, y ni siquiera por la naturaleza formal de su estructura orgánica,
ya que ambos son seguidores del modelo leninista de Partido. Lo que si les
distingue, y profundamente, a ambos partidos, es la naturalaza de las culturas
políticas que encarnan, las que son definitivamente diferenciadas. Ambos partidos
dan cuenta de diversos momentos en la experiencia política y sindical de la clase
obrera, no sólo a nivel nacional, sino también internacional, lo cual viene a cristalizar
en la constitución de dos culturas políticas diferentes. En la práctica, esto hace que
una misma ideología, un mismo grupo social –sociológicamente considerado- y un
mismo modo de organización formal, se refracten y se diferencien al ser cruzados
por dos distintas culturas políticas; resultando con ello, dos tipos de actores políticos
muy diferenciados, cada uno de ellos con una forma de comportamientos que
derivan de caracteres que les son propios. En el siguiente apartado profundizaremos,
si bien en forma un tanto escueta por las características de este trabajo, los hechos
que determinaron los caracteres de las culturas marxistas estudiadas.

3. Los caracteres genéticos de las culturas comunista y socialista en Chile

Pinochet. Lo mismo explica la actual penetración y dominio en las clases populares de la UDI.
Llegando a obtener una supremacía electoral, en muchos sectores proletarios y obreros, la que
supera con creces a la de los partidos de izquierda.
14
La Democracia Cristiana logra un gran desarrollo en los sectores populares campesino obrero y
pobladores previamente a su ascenso al gobierno con Frei, fundamentalmente en aquellos sectores
de trabajadores del mundo popular ligados a las empresas y organismos del Estado.
15
Una clara y precisa crónica de estos acontecimientos la encontramos en el comportamiento y
resoluciones de los eventos sindicales, sus elecciones internas y la conducta de la C.U.T. durante ese
período
La forma de entender la historia como representación de la realidad, es lo que ambas
culturas -la socialista y la comunista-, tienen en común. Ambas, en sus fundamentos
ideológicos beben de la misma fuente, el “Materialismo Histórico”. De manera tal que,
comparten la misma visión crítica devenida del análisis desde el materialismo
dialéctico de la historia del hombre y de la sociedad.16 Esta da cuenta de la
despersonalización y la desintegración del individuo en la sociedad moderna y su
trágica situación entre lo posible y lo real; destacando que únicamente la revolución
proletaria, en tanto que acción colectiva, podrá anular dicha reificación del
individuo.17 En efecto, esta visión crítica constata que la realidad objetiva es, para el
individuo, un complejo de elementos terminados e inmutables que éste puede
aceptar o negar y confiere a una única clase social la posibilidad de cambiar esta
realidad, al Proletariado.18

Ahora bien, quien hace tomar conciencia de su condición de proletario, organiza y


guía en la acción destinada a la consecución de la revolución proletaria, es el
Partido. Ello explica el énfasis de ambos partidos en conformar sus bases a partir de
componentes extraídos del mundo proletario; lo que, a decir verdad, e,
históricamente no ha sido así, ya que por lo general, como veremos más adelante,
las elites partidarias y sus directivas, a diferencia de las de los sindicatos, han estado
constituidas por miembros venidos de una clase media de extracción pequeño
burgesa.

Hecha la necesaria distinción de los conceptos que determinaron en su génesis la


estructuración de ambas culturas y las correspondientes organizaciones partidarias,
veamos las circunstancias que determinaron el nacimiento de ambos partidos en
Chile.

El nacimiento al Partido Comunista está determinado por tres circunstancias, y de


estas derivaran las características que le acompañarán durante toda su historia,
incluso durante el período de la dictadura militar. La primera es su proveniencia y
origen. El Partido Comunista nace en 1922, como producto de un congreso
fundacional, del cual se desprende una minoría importante, influida por las ideas
anarco-sindicalistas. Desde sus inicios da cuenta de una composición social obrera,
y lo que es más importante, de una dirección política fundamentalmente proletaria y
16
Cfr. KOSICK, Karel, “El individuo y la historia”, en “L’Homme et la societé”, N° 99, julio-septiembre
1968, París
17
Cfr. MARX, Carlos, Op. Cit., MARX, Carlos, ENGELS, Federico, Op. Cit. ENGELS, Federico, “El
origen de la familia, la política y el estado”, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, S/F. Cabe aquí
hacer dos importantes observaciones: Primero, en esta crítica se ha omitido indicar lo que debe hacer
el individuo mientras la reificación exista y, segundo, a pesar del carácter colectivo que debe tener la
acción revolucionaria, ambas culturas, en su pragmática, al caer en la “sacralización del Partido” caen
en la misma reificación.
18
“Por supuesto se sobreentiende que el individuo no puede suprimir esta realidad reificada, pero esto
no quiere decir, sin embargo, que el individuo se defina en primer lugar en función de la realidad
reificada o que exista únicamente en tanto que objeto de un proceso reificado. Por la reducción del
individuo a un simple objeto de la reificación, la historia se vacía de todo contenido humano para no
ser ya más que un esquema abstracto”. KOSIK. K. Op. Cit.
ligada a las luchas de la Federación Obrera de Chile, cuyo liderazgo casi se
confunde con el del partido.

Aquel rol político y sindical de los dirigentes del recién nacido Partido Comunista
define mucho de sus caracteres históricos. Sobre todo si se toma en cuenta que esa
dirección político sindical estaba estrechamente ligada a los sectores de la clase
obrera del salitre y del carbón y la de los grandes centros de la producción, como lo
eran Santiago y Valparaíso. En donde habían alcanzado una gran experiencia y
profundas raíces en las luchas sociales, como también una notoria conciencia
política de clase. Así lo demuestran los principios ideológicos, tanto del Partido
Obrero Socialista como los de la misma FOCH. Los intelectuales y empleados
constituyen la minoría en el partido y son una periferia alrededor del núcleo político
obrero que lo encabeza.

La segunda circunstancia es la adopción en su organización del modelo leninista-


bolchevique. Y no sólo su adopción teórica doctrinal, sino fundamentalmente su
práctica. De ahí que, purgado ya en su congreso fundacional de aquellos elementos
que dentro de su antecesor, el partido Obrero Socialista, profesaban ideas anarco-
sindicalista o eran afectos a prácticas democráticas o liberaloides, desde entonces
distingue al Partido comunista, un rígido centralismo dentro de una organización en
que la cúspide, el Comité Central y la Comisión Política ejercen una disciplina
vertical. Esta segunda característica no se explica separada del tercer rasgo
distintivo del Partido Comunista, a saber:

Al fundarse el Partido Comunista y hacer su ingreso a la Tercera Internacional como


tal, éste se autoidentifica como parte de ella trasladando su manifiesta lealtad a los
principios los socialistas a aquello que, a su juicio, físicamente y concretamente
encarnaba esos principios: la Unión Soviética. Esta lealtad a la Unión Soviética
concebida como la realización integra de un ideal, pasará a ser elemento esencial de
la cultura política comunista. Desde ella se ve la unión Soviética como una fortaleza
asediada por el enemigo imperialista, empeñado en desacreditarla, aislarla y
destruirla -o sea, como lo era en realidad esa coyuntura-. Ello permite el surgimiento
de una visión maniquea de la política,19 según la cual la Unión Soviética representa
exclusivamente al Socialismo y la revolución, y el resto del mundo, a sus adversarios.
20
Esta visión restringida del mundo y de la política se ve favorecida por una
percepción de la realidad y una correspondiente conducta de las clases dominantes
simétricamente antagónicas. Las cuales ven a la Rusia Soviética y al comunismo
identificado con ella, como la encarnación misma del mal, de la ignorancia, de la

19
Esta visón maniquea ha acompañado históricamente al Partido Comunista, con la desintegración de
la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, trasponen esta misma mirada y lealtad irrestricta a los
principios que guían el proceso de la revolución socialista de la Cuba de Fidel Castro.
20
Lo dicho no es otra cosa que una reificación de la ideología, la transformación, tal cual sucede en la
idolatría, de un principio doctrinal del todo indeterminado, en objeto material. En otras palabras, ahí
está el inicio de la reificación de la ideología y del “Partido”.
incultura y del resentimiento, y a los partidos comunistas afiliados a la Tercera
Internacional, como, “intrínsicamente perversos”.21

Desde el momento en que se produce esta transferencia e identificación del


comunista con la Rusia de los Soviets, la obediencia y la incondicionalidad frente a
ella, implica parte de los afiliados a los partidos comunistas un sometimiento de
índole religioso frente a aquella, en la medida que el País de los Soviets es visto
como la utopía hecha realidad. El dogmatismo y el fanatismo que ha caracterizado a
los comunistas, tiene su origen en esta sacralización de la Rusia Soviética. 22 Ello va
acompañado de una introversión de esos partidos hacia sí mismos. Ellos rechazan y
son rechazados a su vez por el entorno social. La sacralización de la URSS y la
introversión hacia sí, explican por qué no fue difícil imponer dentro de las filas
comunista la disciplina más estricta y la fidelidad más absoluta hacia la dirección
central del partido en cada país, que es sino la manifestación en él del “cuerpo
místico” de la revolución, hecha carne y realidad en la Rusia Soviética.23

Contrariamente a lo sucedido en la mayoría de los países latinoamericanos, donde


los fundadores de los Partidos Comunistas fueron intelectuales revolucionarios
provenientes de la pequeña burguesía de sus países; en el caso chileno, si bien
participó una gran parte de la elite dirigente del movimiento sindical, cuyo origen
estaba en la clase media obrera ligada a la lucha de clases y afecta a las ideas
revolucionarias, en su mayoría, quienes lo fundan son individuos de extracción
absolutamente popular y obrera. No sólo asentados en las grandes ciudades, sino
también en el Norte Salitrero, donde se daba la mayor concentración obrera con
experiencia en la lucha de clases y con un básico ideario político contestatario del
presente que intentaba proyectarse hacia “La revolución y el socialismo”.24

El carácter esencialmente minero de la clase obrera nortina y su doble condición de


alejada del ambiente rural tradicional que provenía, pero que a su vez, desligada

21
Este término fue acuñado por la Iglesia Católica a finales del siglo XIX para anatemizar el ideario
comunista. Ver la encíclica “Rerun Novarum” y los documentos del Vaticano previos a su redacción.
22
Misma sacralización que actualmente se manifiesta con la Cuba castrista como consecuencia de la
reificación de la “revolución cubana”. En el análisis estructural del dicho discurso, se puede hacer
presente la existencia de un evidente conflicto entre la fundamentación positivista, racional y
pragmática del materialismo dialéctico, y la interpretación del desarrollo del historia del hombre
presente en el pensamiento marxista y la mitificación del relato que lo lleva a la constitución del mito
de la revolución socialista basada en la “huelga general” y del levantamiento de los proletarios del
mundo. Esto evidentemente se acerca mucho al mito redentivo del pueblo judío, -pueblo elegido-
herederos de un tierra prometida con características de paraíso (vale decir el mito del “buen salvaje”
tornado en mito de “buen pobre”, en este caso proletarios. Donde hay un Mesías redentor y poseedor
de una verdad revelada , “El Partido”)
23
Consecuencias en la vida cotidiana de sus miembros de esta dogmática sacralización las hemos
conocido últimamente en casos que implican el ámbito del mundo privado y familiar de militantes del
partido Comunista Por ejemplo es el caso Teitelbon-Bunster. En otras palabras, en el actuar del
Partido encontramos mucho de secta religiosa, de “religión política” en el sentido de Maimónides y
Allfarabí -ambos filósofos fúndantes del judaísmo religioso, de cuyo conocimiento bebieron muchos de
los ideólogos del comunismo incluido Carlos Marx.
24
Gran parte de esto último es producto de la acción en la pampa salitrera de Luis Emilio Recabarren.
totalmente de sus regiones de origen, favorecen la radicalización de su conducta
política y genera canales de comunicación de esa cultura política con las zonas de
origen de esa clase. Al considerar que las periódicas depresiones de la industria
salitrera determinaban el retorno definitivo y temporal de los obreros salitreros a las
regiones de origen, adquiere gran relevancia ese último aspecto. Este, también
explica el porque se extiende la influencia comunista esencialmente hacia la región
contigua minero-agrícola del norte chico y hacia la zona del carbón.25

Los acontecimientos ocurridos en la Unión Soviética durante los años veinte, en


particular luego de la muerte de Lenin y en los inicios de la era staliniana,
contribuyeron a reforzar en lo orgánico el carácter rígidamente centralista y
dogmático sacralizado del ideario comunista.

En la matriz originaria del Partido Comunista de Chile vemos así inextricablemente


confundidos elementos provenientes de las tres fases del desarrollo de la conciencia
obrera: Uno, el rechazo al presente del país, junto a la aceptación y sacralización de
una realidad externa a él: La Unión Soviética; dos, la vinculación del partido con las
reivindicaciones sectoriales y corporativas de la masa logrado a través de los lazos
entre el segmento dirigente del Partido de extracción obrera con sus organizaciones
sindicales; y tres, la elevación del nivel político de las demandas, pero deformadas
éstas en el sentido de enfatizar más el apoyo a la Unión Soviética que la elaboración
de un proyecto nacional emancipador, con lo cual se distorsiona la correcta
interrelación entre la dimensión nacional e internacional de la política revolucionaria,
en provecho de esta última.

Esta original mixtura de ingredientes hizo del Partido Comunista de Chile un


componente real y potencialmente gravitante en el país, y, contradictoriamente, al
mismo tiempo un elemento extraño y alienado de la realidad nacional, vuelto hacia sí
mismo y con escasas posibilidades e penetrar en su entorno. En los años veinte este
último aspecto fue el principal, lo que explica la escasa incidencia del Partido en la
política chilena. Pero esa doble naturaleza del mismo, ayuda a comprender a su vez,
la facilidad conque después del “gran viraje” de los años treinta de la Tercera
Internacional pudiera el Partido Comunista de Chile convertirse en una actor
importante en nuestra vida política, con especial presencia y gravitación en el
movimiento obrero, en la medida en que entonces se volcó hacia afuera, se ligó a las
masas, superando al menos parcialmente el sectarismo que lo aislaba del pueblo. Se
invirtió así en la lucha de masas el capital almacenado durante el período de
aislamiento, en materia de organización, disciplina, compromiso, lealtad a los
principios y fanatismo.

25
No obstante aquello, cabe destacar, que el desarrollo de organizaciones sindicales en el mundo
rural principalmente en la actividad agrícola fue lento y dificultoso, sólo se comienzan a organizar los
obreros agrícolas a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado. Esto como producto de una
especial y asentada cultura que ligaba fuertemente al obrero campesino a la dependencia de su
patrón. Misma que, durante el gobierno democratacristiano de Frei Montalva en los años sesenta, fue
responsable de la aumento de la complejidad del proceso de reforma agraria.
Luego del “gran viraje”, la influencia sindical comunista se expandió rápidamente
entre los trabajadores mineros del salitre y del carbón, donde históricamente estaban
fuertemente instalados, abren importantes frentes en la pequeña minería del Norte
Chico y de menor relevancia en las labores extractiva de la gran minería del cobre,
logrando con ello una preeminencia que perdurará hasta el fin del período. Los
reducidos núcleos que vegetaban enquistados y aislados durante más de un decenio
en los gremios ferroviarios, metalúrgicos, panificadores y de la construcción logran
lideralizar a parte apreciable de sus componentes.26 Es significativo también el
crecimiento que durante el decenio de los treinta alcanzan en el magisterio: Muchos
de estos dirigentes comunistas fueron designados a trabajar en estrecho contacto
con las organizaciones obreras, contribuyendo a la expansión de la influencia del
partido, sobre todo en el plano ideológico.

Así como en la década de los veinte el Partido Comunista representó la continuidad


del proletariado nucleado alrededor del Partido Obrero Socialista y de la FOCH; el
Partido Socialista, fecundado por el impacto de la Revolución de Octubre y el
establecimiento el Rusia del régimen comunista soviético, da cuenta al nacer de la
conflictiva situación social producida en Chile por los efectos en el país de la gran
depresión de 1929-30 y por la crisis institucional que siguió a la caída del régimen de
Ibáñez, cuya máxima manifestación fue la República Socialista fugazmente
establecida el 4 de junio de 1932, verdadero anticipo y preludio de su fundación el 19
de Abril de 1933.

Las raíces ideológicas, políticas y sociales del Socialismo chileno son múltiples. En el
confluyen el segmento del Partido Obrero Socialista de extracción obrera y de ideario
anarco-sindicalista que no aceptó su conversión en el Partido Comunista; una
promoción de jóvenes universitarios y profesionales influidos por las ideas marxistas
revolucionarias que ingresaron al escenario político combatiendo a la dictadura de
Ibáñez; sectores radicalizados de la masonería; ex-militares comprometidos con el
pronunciamiento del 4 de Septiembre de 1924 de orientación de izquierda purgados
del ejercito por Ibáñez; alguno ex-comunistas disidentes influidos por el troskismo y
ex-marineros participantes en la sublevación de la escuadra en 1931; y, sobre todo
pueblo rebelde anónimo que se moviliza tras la figura del coronel Grove, devenido en
caudillo popular como símbolo de la revolución del 4 de Junio, cuya efímera
existencia había dejado una fuerte impronta en la conciencia de sectores
políticamente activos de la clase trabajadora.

La ausencia en la escena política en los primeros años 30 de un Partido que pudiera


encauzar el descontento y la rebeldía populares que habían hecho eclosión con la
crisis del año 1929 y siguientes –dado el enquistamiento sectario del Partido
Comunista-, creaba las condiciones para la emergencia de un Partido popular
revolucionario de masas, diferenciado de los comunistas, pero tributario también de

26
Vale la pena destacar la gran presencia del partido en sectores del artesanado, como tipógrafos,
albañiles, cuero y calzado y en el magisterio por sobre el sector industrial
la ideología socialista, más o menos inspirada en el marxismo y que diera cuenta de
las grandes demandas espontáneas de las clases populares en aquella coyuntura.

Fue así como la fusión de un Partido Socialista de varios pequeños grupos de esa
orientación, amparada por el liderazgo de Grove y de otros dirigentes políticos
comprometidos con la revolución del 4 de Junio, como Eugenio Matte y Oscar
Shnake, logro crear una fuerza política nueva con una gran audiencia y un
considerable arrastre en las masas populares.

La consigna “Grove al poder” que marco durante sus primeros años de existencia al
Partido Socialista, ponía de manifiesto también la aspiración a ser gobierno de la
nueva entidad, a diferencia de la conducta puramente testimonial que hasta esa
fecha caracterizaba a los comunistas.

También convergen en el Partido Socialista componentes propios del elemento


rebelde y contestatario de la conciencia popular junto al reivindicacionismo populista.
El elemento estrictamente político de esa conciencia, que legitimado en el
internacionalismo proletario se reflejaba en los comunista en su devoción sacralizada
hacia la Unión Soviética, en los socialistas se manifestaba en la ya mencionada
ambición de poder realizar desde él una política fundamentalmente populista en
materia de reivindicaciones, antiimperialistas, antioligarquica y con una orientación
latinoamericanista en el plano internacional.

Si bien, la influencia socialista en el movimiento obrero y sindical fue minoritaria en el


ámbito de los trabajadores mineros, pronto supera a la de los comunistas en otras
esferas, como por ejemplo, entre los trabajadores del transporte (ferroviario y tranvía)
y la industria panificadora, llegando a competir con la de los afectos de las ideas
anarquistas, entre los marítimos, gráficos y obreros del cuero y calzado. De igual
manera, el socialismo también se introdujo fuerte y mayoritariamente entre los
obreros magallánicos, los mineros del cobre y en el magisterio. Así como entre los
empleados públicos y particulares y en los profesionales, donde su influencia
también era mayor que la de los comunistas.

Además del marxismo, la cultura socialista se forjó marcada por la impronta de las
ideas anarquistas que provenían del movimiento obrero de comienzos de siglo y del
estudiantado del año veinte, y las del racionalismo radicalizado, que les llegaba por
la vía de la vertiente masónica. Estas fuentes le daban al nuevo partido -a pesar de
lo que lucía en sus estatutos, inspirados en el modelo leninista-bolchevique-, un
rasgo culturalmente liberal que se traducía en la coexistencia en su seno de
diferentes tendencias susceptibles de transformarse en irracionalismos competidores
por el poder interno. La dirección del Partido resultaba así naturalmente heterogénea
y su fisonomía reflejaba las transacciones entre las diversa fracciones internas. La
composición social de las direcciones, a diferencia de los comunistas, era
predominantemente pequeño-burguesa y por tanto muy ideologizada y deliberante, y
menos coherente y operativa que la dirección del Partido Comunista.
Como consecuencia de ser producto de culturas tan diversas, el estilo de hacer
política de ambos partidos se reflejaba en las relaciones que mantenían con el
movimiento obrero sindical. En el Partido Comunista, el rol que desempeñaban sus
dirigentes obreros era el de transmitir su línea política a las organizaciones y frentes
de masas, para luego copar sus direcciones y manipularlas por su intermedio, en
función de sus intereses políticos. A su vez, en el Partido Socialista el papel que
desempeñaban sus dirigentes obreros, era más bien el de utilizar el aparato
partidario y la influencia del Partido en la masa, para alcanzar y luego consolidar
posiciones en las directivas de la organizaciones y así, posteriormente, promover a
los dirigentes a la conducción partidaria, o a cargos municipales y parlamentarios.27

En suma, mientras entre los socialistas el Partido ayudaba a promover los intereses
de sus dirigentes sindicales y estos le daban a cambio votos y cargos en el Partido,
entre los comunistas los dirigentes sindicales ayudaban a promover el interés del
Partido y éste lo incorporaba a su aparato direccional y funcionario, desde donde
podían aspirar a cargos públicos.

Desde que los comunistas, al incorporase al bloque de Izquierda y luego al Frente


Popular, emergieron como protagonistas en la vida pública dejando el aislamiento
sectario en que se mantuvieron hasta ese entonces, las relaciones entre ellos y los
socialistas, fueron relaciones de unidad y lucha. En el plano político el elemento
utilitario tenía en general mayor relevancia. En el plano sindical y en los frentes de
masas, el elemento antagonizador entre ambos partidos jugaba un papel más
importante. Lo cual se entiende por la rivalidad entre las dirigencias obreras y de los
organismos de masas de ambos partidos por conseguir el control de dichas
organizaciones. Control al que, con el fin de satisfacer sus intereses hegemónicos en
el movimiento popular, naturalmente aspiraban.

Tal es así que, a menudo sucedía que mientras en lo específicamente político ambos
partidos coincidían, se liberaban ásperas luchas entre ellos por el predominio en
determinada esfera sindical. Estas luchas enturbiaban las relaciones entre ambos
partidos, pero no las sobredeterminaban; lo que en último término demuestra, que en
este enojoso plano de relaciones sindicales, también se manifiesta la primacía de lo
político sobre lo sindical.

Sí bien, en algunos sectores del movimiento obrero, un partido era a veces clara y
persistentemente hegemónico con relación al otro –como en el caso de los obreros
de los frigoríficos y estancias magallánicas o de los tranviarios, donde lo eran los
socialistas-, en verdad, la influencia de comunistas y socialistas en la clase obrera
era más o menos equivalente. Ambos partidos coincidían en esta evaluación de
poderío, lo que quedó en evidencia en la designación de igual número de delegados
de la CTCH, a la convención del Frente Popular que eligió al candidato presidencial
para las elecciones de 1938. Esta evaluación, que no distaba en lo absoluto de ser
27
En otras palabras, la estrategia que desarrollan ambos partidos no es otra cosa que la cooptación
de las principales organizaciones del movimiento sindical de los trabajadores, estableciendo un
eficiente mecanismo de clientelismo con un fin esencialmente político y electoral.
correcta, se ratifica al año siguiente en las elecciones internas para renovar la
directiva de la CTCH, donde la disputa entre los candidatos de ambos partidos se
resolvió en forma muy estrecha en favor del postulante socialista.
Durante los períodos presidenciales de Pedro Aguirre Cerda y de Juan Antonio Ríos
la correlación de fuerzas en el movimiento obrero fue modificada paulatinamente en
favor de los comunistas, sobre todo porque donde éstos tenían el control de un
sindicato, éste era mucho más absoluto y total que en aquellos donde predominaban
los socialistas, en los cuales, generalmente, coexistían con importantes minorías
comunistas.

La ruptura por iniciativa socialista del Frente Popular en 1940, dio inicio a un período
de franca y dura lucha política entre ambos partidos, la que además, luego del pacto
de no agresión entre la Alemania hitlerista y la URSS, se alimentó de las diferencias,
que se dieron en materia de política internacional entre ambos partidos, por el
irrestricto seguimiento de los comunistas a la política soviética. Este contexto,
permitió la agudización de las pugnas preexistentes en el plano sindical. No obstante,
al menos en la formalidad, se mantuvo la unidad del movimiento obrero. La agresión
nazi a la URSS en 1941 permitió que se atenuara el antagonismo político entre
ambos partidos; sin embargo, en el plano sindical, subsistió un agudo antagonismo.

Al final de la guerra, y cuando ya se hacía evidente la ruptura entre la coalición


antihitlerista, las crisis provocadas por el fallecimiento del Presidente Juan Antonio
Ríos permitió que, en la esfera sindical, se manifestara en toda su intensidad y
crudeza la rivalidad en socialistas y comunistas, lo cual trajo como consecuencia la
ruptura de la CTCH, dando origen así a dos centrales que se disputaban la
legitimidad de la CTCH, lo que permitió un fortalecimiento de las posiciones
comunistas en el movimiento sindical.

Como secuela de lo anterior se manifestó, en algunos sectores socialistas, un fuerte


sentimiento anticomunista, el cual de nutre, además, del clima que impone la guerra
fría y que se justifica en razón del conocimiento de los excesos antidemocráticos del
estalinismo. Claro que ello no se traduce en cambios sustanciales en la filiación
política de las directivas de los sindicatos y federaciones, porque, entre otras
razones, el uso de prácticas antidemocráticas en las elecciones sindicales, les
permitió la continuidad de su color político de las directivas.

No obstante aquello, se puede decir que la declinación político-electoral del Partido


Socialista que se tradujo en el catastrófico resultado obtenido por éste en las
elecciones presidenciales de 1946, no se correspondió con un paralelo en el
descenso de su gravitación en el orden sindical. En este campo, si bien dando
cuenta de un retroceso, el Partido Socialista mantuvo el control de la mayoría de las
organizaciones que dominaba tradicionalmente. Lo cual tiene como explicación una
mayor inercia de la conducción de los trabajadores en los asuntos sindicales,
determinada por la permanencia de sus dirigentes y por la relativa independencia de
su problemática especifica de los vaivenes del acontecer político.
En la correlación de fuerzas de socialistas y comunistas, hay que hacer notar que en
los gremios de empleados y algunos sectores obreros, se observa durante todo el
período una tendencia de los radicales y otros partidos minoritarios a aliarse más con
los comunistas que con los socialistas. Esto puede entenderse porque, desde el
“gran viraje”, la cultura comunista priorizaba la significación de la unidad, mientras
que, para compensar su más difusa identidad ideológica y orgánica, el Partido
Socialista buscaba autoafirmarse con la exaltación de lo que lo diferencia de los
demás, luciendo una especie de primario “chauvinismo” partidario expresivo de un
insuficiente desarrollo político.

La dura represión que desata, en contra del Partido Comunista, la promulgación de la


llamada Ley de Defensa de la Democracia a comienzos del período presidencial de
González Videla, si bien no llega a afectar al núcleo orgánico y direccional del Partido
y fortalece su identidad como tal, detiene su proceso de crecimiento, dificultando
ostensiblemente la labor de propaganda y proselitismo, por parte del Partido en el
movimiento obrero. Circunstancia que fue muy bien aprovechada por los socialistas
para obtener ventajas burocráticas y electorales, llegando incluso una de sus
fracciones a colaborar, ministerialmente, en el gobierno. Dicho fraccionamiento fue
producto de la desobediencia, de una parte significativa de la representación
parlamentaria del Partido Socialista, a la orden de votar en contra del proyecto de ley
de Defensa de la Democracia en la que se proscribía al Partido Comunista. Y es
precisamente, el grupo de parlamentarios que estaba constituido por aquellos que
venían del mundo obrero y que ostentaban un pasado como dirigentes sindicales, los
que se pronuncian a favor de ésta. Este hecho no hace otra cosa que poner en
evidencia la intensidad que logra alcanzar, en el seno del movimiento obrero, la
rivalidad entre socialistas y comunistas.

La fracción mayoritaria socialista, que se denominó Partido Socialista Popular,


ciertamente que distaba mucho de ser pro-comunista, de manera tal que se mantuvo
la constante controversia, bajo la bandera del antiestalinismo, con el Partido
Comunista, sobre todo en el terreno ideológico. Incluso, intenta sacar ventaja del
obligado silenciamiento y de las dificultades que la represión produjo al Partido
Comunista. Llegando a una indirecta connivencia con el gobierno, para obtener, con
el propósito de reemplazarlas por directivas conformadas por militantes socialistas, el
desplazamiento de las directivas comunistas de los sindicatos del carbón. Para ello
logra obtener facilidades gubernativas que le permiten trasladar, desde las regiones
vecinas a la zona carbonífera, a afiliados socialistas que llenarían las vacantes que
se producen en las minas, por la expulsión de los más connotados y públicos
militantes comunistas. Empresa que fracasó rotundamente y que, a fines de la
administración Ibañez, reivindicada su legalidad, el Partido comunista demostró, al
recuperar fácilmente la dirección de los correspondientes sindicatos, que sus raíces
en la zona del carbón se habían mantenido incólume.

Como producto de la represión, el conjunto del movimiento sindical se ve afectado


por el retroceso del Partido Comunista en la clase obrera. Por cuanto, divididos y con
su prestigio deteriorado, los socialistas no pudieron reemplazar con éxito su
conducción. Coyuntura que, en el seno del movimiento sindical, crea, aunque forma
limitada, las condiciones para el desarrollo de tendencias de orientación cristiana,
impulsadas por la Falange Nacional, el conservadurismo social cristiano y la propia
Iglesia, así como, al calor de la campaña, de otras de inspiración ibañista.

Este debilitamiento del movimiento sindical obrero -que se correspondía con el


descontento popular originado entre otras razones por la aceleración del proceso
inflacionista y el progresivo deterioro del prestigio público del radicalismo
gobernante-, fue compensado por un acelerado desarrollo y fortalecimiento de las
asociaciones y sindicatos de los empleados del sector público –fiscales y
semifiscales-, y de algunos sectores privados, como bancarios, telefónicos,
empleados de la industrias del cobre, etc. Fortalecimiento de las organizaciones de
empleados, que también obedece a la expansión, a través de la administración
pública y de las entidades semifiscales, en el sector de servicios, de la actividad del
Estado. De ello resulto un conjunto de organizaciones representativas de este
importante segmento de la clase trabajadora, que se agrupan en la Junta Nacional
de Empleados de Chile (JUNECH); la cual pasa a reemplazar, en la vanguardia de la
lucha reivindicacionista de los trabajadores, a la dividida y reprimida CTCH. Será
Clotario Blest como Presidente de las Asociación Nacional de Empleados Fiscales,
quien con su personalidad, encarne y simbolice esta etapa del desarrollo del
movimiento popular, en la que los gremios de empleados confederados en la
JUNECH encabezan la brega contra la política económica y social del gobierno.

La capitalización del descontento popular, por parte de la candidatura presidencial de


Ibañez, hizo posible en 1952 su triunfo abrumador. En el contexto político
configurado por la victoria y con el estimulo de los sectores más progresistas del
nuevo gobierno, se intentó exitosamente recomponer la unidad sindical, la que
cristalizó en febrero de 1953 con la creación de la Central Unica de Trabajadores de
Chile (CUT). Ello fue posible por la acción mancomunada que, en el plano
reivindicativo, habían desarrollado las fuerzas progresistas; tanto las de izquierda,
como las del centro y las que canalizaba el populismo ibañista.

Esta nueva situación permite el restablecimiento del equilibrio político socialista-


comunista en el seno sindical, lo cual trae consigo la mitigación de la rivalidad entre
ambos partidos. Coexistencia política que va a manifestarse, si bien con altos y
bajos, a través de una acción concertada en el seno de la CUT; la cual se profundiza
cuando los socialistas populares recuperan, a fines de la presidencia de Ibáñez, su
independencia del gobierno y el socialismo se reunifica con una línea de Izquierda y,
el Partido Comunista, tras la derogación de la Ley de Defensa de la Democracia,
recupera su legalidad.

Durante la presidencia de Jorge Alessandri (1958-64), este entendimiento socialista-


comunista se reflejó en la recuperación, por ambos partidos, de su hegemonía en el
movimiento sindical y en la mayor gravitación de la clase obrera en su seno. Por su
parte, conjuntamente con ir desarrollando una presencia cada vez más creciente en
el mundo rural y campesino,28 la naciente Democracia Cristiana comienza una fuerte
penetración en los sectores medios y organizaciones de empleados, desplazando
paulatinamente a los radicales de estos.

La consolidación de la acción común socialista-comunista en el movimiento sindical


en el seno de la CUT, se inicia durante la presidencia de Eduardo Frei Montalva, lo
cual trae consigo el progresivo desarrollo, por parte del gobierno demócrata cristiano,
de una oposición a acción de los partidos marxistas en los movimientos sociales.
Oposición que no logro alterar la correlación de fuerzas en la clase obrera, pero que
si logro ser exitosa entre los pobladores y el campesinado, llegando la Democracia
Cristiana a controlar sus organizaciones más representativas.29

Ciertamente que el triunfo de la izquierda, agrupada en la Unidad Popular, que lleva


a la Presidencia a Salvador Allende G. viene a reafirmar el predominio socialista-
comunista en el seno del movimiento obrero; predominio que comienza a decaer, en
provecho de la Democracia Cristiana, en el segundo año de gobierno popular (1972).
Los cuales, manipulados y con el apoyo de la derecha, llegan a disputar la
hegemonía socialista-comunista, en importantes sectores del clase trabajadora
-minería del cobre en el sector obrero, o el magisterio en las capas medias-.

Al menos dos fenómenos políticos contribuyeron a este ascenso de la Democracia


Cristiana en el mundo obrero. Por un lado, la diferencias que se produjeron en el
seno de la izquierda entre socialista y comunistas, y por el otro la emergencia de una
tendencia más radicalizada en el movimiento popular, con repercusión en algunos de
sus partidos -el Partido Socialista, la Izquierda Cristiana y en MAPU-, y promovida
abiertamente por el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Tendencia que
había logrado un importante desarrollo y penetración en el mundo popular y que
enarbolaba la consigna “Poder Popular” como sujeto distinto del gobierno.

La radicalización de la crítica externa e interna al gobierno de la Unidad Popular, por


parte de las diversas organizaciones sociales y políticas sin duda socavaron las
bases del gobierno de Allende, debilitando notablemente el apoyo social en que este
se sustentaba y, sumado a esto, los notables problemas en la gestión
28
La iglesia católica supo aprovechar muy bien este nuevo contexto social para adelantarse a los
partidos marxistas en la tarea de organizar a los trabajadores rurales. Bajo el estimulo de iniciativas
como el Instituto de Educación Rural, se comenzó a gestar una red de organizaciones sociales
campesinas de carácter corporativo, sobre todo en la zona central. Ello sirvió de base para el
desarrollo del movimiento sindical campesino con esa orientación política, especialmente durante la
Presidencia de Frei Montalva. A ello contribuyo notoriamente el proceso de Reforma Agraria realizada
en su gobierno.
29
Este fenómeno se manifiesta con mayor fuerza en los sectores rurales, y colabora a ello el
desarrollo de los modernos medios de comunicación y trasporte, el cual viene a modificar el vínculo
entre el mundo rural y la urbe, generando el proceso de inmigración de obreros del campo a la ciudad,
los que se constituyen en las nuevas promociones obreras ligadas a la naciente industrialización. Esto
hace las hace permeables a la influencia de las ideas políticas de izquierda y a los intentos de
organizar a los campesinos para defender sus intereses corporativos. De este mismo grupo humano
surgirán las primeras organizaciones de pobladores de importancia.
gubernamental, crearon inmejorables condiciones para que se produjera 1973 el
golpe militar.30

La fractura de la institucionalidad no sólo quiebra el símil de democracia que había


desarrollado la institucionalidad republicana, sino que también, destroza y acaba con
el verosímil que –débilmente- sustentaba un gran relato, aquel de la conducción de
los trabajadores por las organizaciones sindicales devenidas de las estructuras
partidarias que conducen a la “huelga general” y posteriormente a la “revolución
proletaria”. Vale decir, donde lo político es preponderante en la acción gremial por
sobre la reivindicación del trabajador como persona. Los trabajadores se
desencantan de sus organizaciones gremiales, así como de los partidos políticos, lo
cual se manifiesta en la transformación de estos en meros agentes eleccionarios que
responden a los intereses de la elite de sus cúpulas sin representatividad alguna, al
igual que las organizaciones sindicales donde también carecen de real
representatividad.

Cuando los movimientos sociales perdieron su representatividad y su origen de base,


el trabajador, el poblador, perdió toda confianza en sus organizaciones sindicales,
así como los ciudadanos, en los partidos políticos como forma de representación de
sus intereses como ciudadanos y como personas. Y esto, por lo menos, en nuestro
país sucedió desde la década de los treinta del siglo pasado.

4. Connivencia entre lo sindical y lo político durante el período del “Estado de


Compromiso”

Ahora bien, en un intento nos permita la sistematización de lo sindical como


movimiento social, podemos distinguir, en un nivel abstracto, a lo sindical como una
especie de conducta de un grupo social que importa una negación en la fase
contestaría del movimiento obrero y como una experiencia necesaria para que se
eleve la conciencia y el quehacer de aquel a su fase política;31 en la realidad chilena,
como en la de las mayoría de los países dependientes y subdesarrollados, esta
secuencia se encuentra trastocada. En efecto, la materia prima sobre la que opera el
factor político, lo es primero, el descontento de los explotados que genera un caudal
energético al que hay que darle un cause positivo y, segundo, lo son las
reivindicaciones corporativas específicas a las que hay que compatibilizar e integrar
en una demanda política, en un proyecto de sociedad. Sin embargo, en el caso de
Chile, la prematura constitución de un sistema político institucional y partidista, y la

30
A lo dicho hay que sumar los evidentes problemas que la carencia de fundamentos claros y
definidos que sustentaran la línea ideológica de las políticas de desarrollo del proceso de cambio
-revolución democrática-, para la consecución de una sociedad socialista, como la que pretendía la
Unidad Popular en su proyecto de sociedad.
31
Lo expresado constituye en esencia el fundamento del relato (mito) de la “huelga general” y la “gran
“revolución proletaria”, donde no se toma en cuenta si existe algún interés en el sujeto que le lleve a
tomar conciencia de sí y trasformarse en un sujeto participante del proceso político que apunta a
hacer de las necesidades colectivas un interés individual (acción política)
influencia de factores políticos exógenos se tradujo en que lo político pasa a ser lo
que condiciona casi desde su comienzos el carácter y modalidades que adoptan
tanto la protesta social como la reivindicación corporativa.

En el período que nos ocupa, ese condicionamiento se produce principalmente a


través de la influencia que las culturas políticas comunistas y socialista ejercen en la
conducta de los movimientos sociales, y en especial, del sindical y, como ambas
culturas son diferentes, las consideraremos, para una mejor exposición,
separadamente.

4.1. La cultura comunista y su influencia en el mundo sindical.

Con acuerdo a su carácter, y como se ha de esperar, tras el “gran viraje” de los


primeros años treinta y de su inserción en el movimiento popular, en la izquierda y en
las masas, el Partido Comunista asume un rol decisivo en la promoción de las
demandas inmediata de los trabajadores en todos los ámbitos sindicales. No sólo
donde ya tradicionalmente estaba instalado –como en el caso de las faenas
salitreras-, sino en todas partes donde funcionaban sus células y el Partido estaba
presente.

Lo hace con la eficacia y disciplina que deriva de la existencia de una orgánica bien
articulada y de una subordinación vertical al centro direccional, alimentada por una fe
indiscutida en la verdad encarnada en su conducción política nacional y en su faro
orientador a nivel internacional, la Unión Soviética.

En el hecho lo reivindicativo corporativo pasa a ser el contenido principal de su


política sindical y de masas. Porque el elemento de rebeldía y el elemento
específicamente político en su dimensión utópica, son transferidos mediante su
sacralización de la Unión Soviética y del movimiento comunista mundial, al plano
internacional y constituyen una fuente de confianza en la justeza de la orientación
política que proviene de la cúpula internacional sacralizada.

En el período convergen la política de defensa del interés de al Unión Soviética con


la promoción de la más amplia unidad de las fuerzas democráticas antifascistas y/o
antiimperialistas en todo el mundo. Al centrarse la política comunista en la lucha por
ampliar y profundizar la democracia y mejorar las condiciones de vida popular
apoyando las reivindicaciones corporativas, no entran en contradicción, sino que se
refuerzan recíprocamente los objetivos internacionales y nacionales del Partido
Comunista.

Por otra parte, el núcleo sectario-dogmático de la etapa anterior en la historia del


partido no desaparece del todo, sino que conserva un elemento que todavía
caracteriza la cultura política comunista: el Partido siempre tiene razón, y los demás
participan de ella en cuanto aceptan los planteamientos comunistas. La identificación
de la línea del Partido con la verdad, no se concibe ni se práctica como el resultado
de una discusión en la base, de abajo hacia arriba, sino al contrario, la verdad
adviene desde las altas esferas sacralizadas; la Unión Soviética y el Comité Central
del Partido Comunista chileno nunca se equivocan. Un partido poseedor del
monopolio de la verdad revolucionaria, termina por considerarse un fin y un valor
supremo en sí mismo y por estimarse autosuficiente.

Ciertamente que la existencia e imposición de un discurso dogmático como al que no


referimos, desde la perspectiva política, dista mucho de representar, comos se
pretendía, intereses democráticos. La toma de decisiones por parte de la elite
dirigente, sin mediar ninguna consulta a las bases, al “proletariado” militante y su
posterior imposición como “verdad revelada” a ésta y la carencia de autocrítica, en
este período, acerca más al Partido Comunista – aunque no ha sufrido cambios
substanciales en el tiempo-, a una secta religiosa más que movimiento ideológico
que pretende ser un partido de base o movimiento popular.32

De esta perspectiva, tanto la política de alianzas políticas como la política en los


frentes de masas están dirigidas a fortalecer al partido, en lo orgánico, en lo
financiero, en lo propagandístico y en lo electoral –y ciertamente no a un desarrollo
ideológico-. De esta visón de las cosas se infiere que la política sindical tienda a ser
mediatizada, subordinada y hasta manipulada por la política partidista.

Por regla general, en este período hay coincidencia entre los objetivos políticos de
carácter democrático que persiguen los comunistas y las reivindicaciones de la clase
trabajadora.

Cabe hacer notar que esta lógica de subordinación de lo sindical a lo político


partidista, a menudo condujo a situaciones en las que, en un conflicto social, llegue a
primar la obtención de mayores dividendos políticos para el partido, que el logro
efectivo de la reivindicación en juego. Ello llevo a que, la agitación social como
política reivindicativa, sea percibida por los otros actores políticos o por la masa
apartidista, como la fuente de poder partidaria, lo cual va a producir en el entorno
social una reacción adversa, que limitaría, en el mediano y largo plazo, el aumento
de la gravitación del Partido en esa área o sector.

32
Cabe entender aquí el concepto de ideología no en forma positiva sino como una falsa conciencia o
enmascaramiento y distorsión de la realidad. A propósito de esto Gouldner señala “las ideologías
debilitan las estructuras tradicionales al reenfocar la vida cotidiana e los agentes, particularmente, la
hacer presente ante ellos cosas que son inmediatamente evidentes, que no son directamente
aprehensibles por los sentidos y que no están en las circunstancias de lo inmediato; hacen referencia,
en cambio, a cosas que no están a la mano. Uno no puede, por ejemplo, ver una ‘clase’, o una
‘nación’, o un ‘mercado libre’, pera las ideologías socialistas, del nacionalismo y liberal traen esas
estructuras a la mente. A proceder así, ellas proporcionan un lenguaje que hace posible
interpretaciones de cosas que podrían ser percibidas en las circunstancia. Las ideologías facultan de
este modo de ver y tomar nota de nuevo de cosas que pasan desapercibidas en la vida cotidiana: un
argumente entre obreros y supervisores puede ahora, por ejemplo, interpretarse como una
intensificación de la lucha de clases. Las ideologías se convierte en la autoconciencia del lenguaje
ordinario; son un metalenguaje” [o más bien, un metarelato]. Gouldnier, Alvin, La Dialéctica de la
ideología y la tecnología, Alianza Editorial, Madrid, 1978, pp. 48-49.
Un claro ejemplo de los extremos a lo que es llevada esta deformación manipuladora
del control sindical lo proporciona la creación de huelgas artificiales en la zona del
carbón, destinadas a impedir el embarque del mineral a los barcos que debían
trasladarlo a Argentina en la época en que el gobierno de Perón era definido como
fascista por los comunistas argentinos y chilenos.33 Durante este período, y más
precisamente en 1946, el Partido Comunista llega a ser partido de gobierno
integrando el gabinete ministerial de González Videla. Al poco tiempo ese gobierno
intentó llegar a acuerdo con el Gobierno de Perón. Basto ésto para que, sin que
hubiera habido razón alguna de carácter corporativo que pudiera justificar, primero la
promoción de esas huelgas y luego su suspensión, automáticamente cesaran las
huelgas antiperonistas en el carbón.

Comportamiento similar tiene, esta vez de apoyo, el Partido Comunista con la


minería del cobre. Durante la segunda guerra mundial, como contribución chilena a la
lucha contra Hitler, se establece una política de precios bajos para el metal rojo. Lo
cual lleva a que, aquellos sindicatos influenciados por el Partido, moderen
ostensiblemente sus planteos reivincativos.

Durante el Gobierno de la Unidad popular, con la misma lógica, pero dando cuenta
aquí de una mayor justificación objetiva, tomando en cuenta su compromiso de
respaldo, los comunistas delinearon su política frente a las reivindicaciones de los
trabajadores, de manera tal que, en lo posible, se minimizaran los efectos de la
satisfacción de las demandas que pudieran contrariar los objetivos políticos y
económicos que perseguía el gobierno.

Cabe hacer notar sí que este comportamiento que subordina el interés sindical
corporativo a las finalidades políticas perseguidas por el partido, fue y es producto de
una decisión de la dirección política que es obedecida por los trabajadores debido a
su estricta disciplina característica de la centralizada organización comunista, cada
una de cuyas células de empresa transmite en su entorno la línea oficial del Partido.
Esto no significa que este tipo de conducta no les haya originado problemas con sus
bases, sobre todo cuando una política de moderación en los petitorios reivindicativos,
los hacía correr el peligro de que sus rivales se aprovecharan de esta situación, para
tratar de ganar puntos en la carrera por acceder al control sindical.

4.2 El Partido Socialista, otra lógica de interacción político-sindical

Los sectores sindicales donde predominaba la presencia socialista gozaban de una


mayor independencia de su partido que la que disponían aquellos que controlaban
los comunistas. La clave que explica esa diferencia es la más débil y floja articulación
orgánica del Partido Socialista y por lo tanto, su menor disciplina y verticalismo en los

33
Nos referimos al período trascurrido entre 1944 a 1946, y que remiten al comercio que establece
Argentina bajo el gobierno de Perón con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini.
procesos de toma e implementación de las decisiones políticas. La dirección política
de los socialistas no tenía la autoridad para imponer a sus efectivos sindicales una
estricta obediencia. Esta mayor autonomía de las organizaciones de masas y
sindicatos son presencia mayoritaria de los socialistas se veía potenciada porque los
dirigentes sindicales eran promovidos a la condición de tales, no por decisiones
partidarias, sino por su desempeño en el trabajo sindical, lo que los llevaba por una
proceso natural y mas o menos participativo a los cargos directivos. Surgieron por
esa vía caudillos sindicales socialistas con una base de poder propia y cuya
legitimidad provenía de la voluntad de los asociados.

Como se ha de esperar, éste modo de promoción de dirigentes, condujo a luchas


competitivas entre los aspirantes al liderazgo sindical por ganarse el favor de las
bases y de las direcciones políticas, con el fin de acrecentar su poder en el seno de
la organización. Las luchas internas dentro del Partido Socialista, producto de su
heterogeneidad ideológica y su proyección en lo orgánico, eran utilizadas tanto por
los antagonistas políticos como por los dirigentes sindicales autonomizados en su
propio beneficio. Los primeros, para aumentar su poder en las pugnas internas y los
segundos, intentando aprovechar en su favor el peso del aparato partidario. Toda
esta madeja de compromisos y transacciones que establecían los dirigentes
sindicales, generalmente se encubría tras supuestas razones doctrinarias e
ideológicas, pero en realidad respondían a motivaciones pragmáticas. De ahí la
característica veleidad política de los dirigentes sindicales socialistas. Y cuando
había en realidad en ellos toma de posiciones políticas claras, no era la dimensión
ideológica de esas posiciones, sino su contenido emocional lo que los explicaba.

Un ejemplo indiscutible de esta situación es el anticomunismo de gran parte de la


dirigencia sindical socialista. La fuente de este anticomunismo no era tanto una
discrepancia ideológica, sino más bien el resultado de las enconadas luchas por
conquistar su hegemonía en el interior de los sindicatos; encono que era alimentado
por el sectarismo excluyente y avasallador de la dirigencia comunista.

Excepciones a este modelo de interacción entre lo político y lo sindical en el seno del


socialismo eran visible en el caso de los antiguos dirigentes sindicales de extracción
anarquista. En estos, sus principios eran en realidad determinantes en su conducta
política y esos mismos principios legitimaban su comportamiento autónomo de las
directivas y un radicalísimo maximalista en sus posiciones políticas y en la manera
de enfocar los conflictos sociales, a los que siempre tendían a verlos como el
preludio inicial de la “huelga general revolucionaria”.34 Otra excepción semejante la
encontramos entre los dirigentes sindicales de procedencia trotskista, siempre
iluminados por la inminencia de la revolución, con la diferencia que éstos arrastraban
elementos propios de la cultura política del Partido Comunista, en que se formaron y
que los llevaba a idealizar también la disciplina y el verticalismo, aunque en la

34
Un puro sofisma nacido de ficciones sociales, las que, a diferencia de las ficciones literarias que
embellecen la vida, provocan apocalipsis sociales y terrorismo justificado.
práctica su diferente percepción de la realidad con la de las direcciones ponía en
dura prueba su declarada incondicionalidad a las decisiones de las cúpulas.

Es interesante destacar que estos dos tipos excepcionales de dirigentes sindicales


socialistas, habían llegado a su condición de tales no en razón de sus posiciones
ideológico-políticas sino a través de su eficiente desempeño en la actividad sindical
y/o a sus condiciones personales, hecho objetivo que ellos mismos no advertían.
Ellos interpretaban su ascendiente en la masa, por un presunto radicalismo de sus
posiciones, lo que los llevaba a extrapolar su experiencia al conjunto de la clase,
pretendiendo que esta compartía su posiciones extremista, siendo así que en
realidad sólo se trataba de un simple seguimiento y lealtad de las bases hacia
dirigentes respetados y prestigiosos por sus condiciones personales, en especial su
honestidad y consecuencia. También se presentaba otro fenómeno en este tipo de
dirigentes sindicales. Era frecuente que la experiencia práctica y la madurez que esta
trae consigo, los llevara de repente a darse cuenta de que habían vivido en un
mundo ideal y artificial, y que la realidad del estado de ánimo de las masas era muy
distinto al que ellos habían creído percibir y que estos en realidad se movilizaban
más por motivos concretos e inmediatos que por su adhesión a sus utópicas
consignas.35 Cuando este fenómeno se hacía presente en las conciencias de estos
dirigentes –carentes de una formación teórica sólida, lo que explicaba el extremismo
infantil de sus posiciones originarias- estos se mostraban proclives a caer en un
pragmatismo oportunista, que los hacía fácil presa de quienes sustentaban en el
movimiento sindical posiciones reformistas “amarillentas”. El elemento de continuidad
y legitimante de en esos cambios de conducta, era y es el anticomunismo, tras el
cual pretendían justificar sus volteretas políticas.

A diferencia de lo que ocurría en la cultura comunista, entre los socialistas, el


componente de extracción obrera con práctica sindical, no era el núcleo básico de la
dirección partidaria. Esta, en su mayor parte, estaba compuesta por elementos de
extracción burguesa radicalizados ideológicamente con un nivel de formación política
muy diferente y superior al de la dirigencia sindical socialista. Esta había llegado al
Partido motivada en los primeros tiempos por la euforia generada por el caudillismo

35
El intento de representarse en la realidad con un relato predeterminado, traerá sus consecuencias,
la cual se manifiesta en el desconocimiento de la pragmática real que organiza la realidad. Un análisis
a los procesos de los movimientos sociales deja en evidencia que, por lo general, la movilización
popular (obreros, pobladores, etc.) se hace efectiva, en su generalidad, cuando esta, se apunta a la
obtención de fines inmediatos y concretos, como por ejemplo, vivienda, alimentación, mejora salarial,
etc.; los fines utópicos, la revolución proletaria, la democracia, la dignidad del trabajo, pasan a un
plano muy inferior de interés y se le entrega, por lo general, el esfuerzo de su consecución la clase
dirigente. Lo acotado queda demostrado, el 11 de septiembre de 1973, cuando, contrariamente a lo
que esperaba la dirigencia política de izquierda comprometida con el proceso y las cúpulas
ideológicas de las fuerzas golpistas, no se moviliza en su defensa, gran parte del movimiento popular.
Mismo que unas semanas atrás manifestaba su apoyo irrestricto al gobierno no se moviliza en su
defensa. Y es que, ciertamente se había llegado a un punto en que no había nada concreto que lograr
en su provecho directo (hay que sumar a esta masa inconsciente, una gran cantidad de dirigentes
políticos que participaban en el gobierno popular, y que tuvieron la misma actitud).
“grovista” y, después, por un proceso de selección natural en el seno del movimiento
sindical, en el que el alto nivel de conciencia política no era el elemento clave.

Estos hechos producían en el seno del Partido, dos subculturas políticas, la de los
“intelectuales” o “políticos” y la del “obrerismo”. Esta brecha no llegó nunca ser el
elemento determinante de los alineamientos políticos en el seno del Partido, pero
estaba presente en ellos y en alguna media influía en el desenlace de los conflictos
internos, sobre todo cuando levantar las banderas del “obrerismo” contra las
direcciones ideologizadas, proporcionaba ventajas en los enfrentamientos producidos
en los eventos orgánicos decisorios, tales como, Conferencias, Plenos o Congresos.

Estas tensiones entre “intelectuales” y “obreros” no eran percibidas por sus actores
como lo eran en realidad. En la masa obrera socialista, atrasada ideológicamente, la
bandera obrerista y adversa a la preeminencia de los intelectuales en las direcciones,
era percibida a la luz de su cultura política primaria, en la que la distancia frente al
que vestía ”cuello y corbata”, expresaba el reclamo y rebeldía primitiva frente a lo
que se intuía como expresión de patrones de vida de la clase dominante.

A menudo este sentimiento “obrerista” era manipulado por los exponentes de los
sectores “izquierdistas” del Partido para racionalizar su permanente actitud crítica
frente a reales o presuntas desviaciones reformistas de la dirección. Pero a la postre
estos intentos no tenían éxito, porque la distancia entre el retraso teórico de la base y
el discurso ideologizado de los voceros del “izquierdismo” era tan grande que no
podía llegar entre tales actores a otros acuerdos que no fueran coincidencias
puntuales y accidentales.

La diferencia entre las subculturas socialistas de las elites intelectuales dirigentes y el


mundo sindical del Partido, se reforzaba por el rol que en la práctica política
desempeñaban las llamadas “brigadas”, que estatutariamente eran sólo instancias
coordinadoras del quehacer de los socialistas en determinada empresas o institución,
pero que en los hechos constituía el lugar y el organismo donde se desarrollaba su
actividad sindical y político.

Para citar un ejemplo muy ilustrativo al respecto, se puede mencionar el de los


socialistas del gremio de los panificadores, donde históricamente fue la corriente
política claramente más numerosa. Estos miembros el partido, aunque hayan sido
legalmente militantes y hayan estado asignados a un núcleo en una seccional
determinada, en el hecho sólo realizaban su actividad política en y a través de la
Brigada de Panificadores, a escala local, regional y nacional. Lo dicho para el caso
de los panificadores también es válido, aunque en menor medida, para los
ferroviarios, mineros, profesores y empleados públicos y semifiscales socialistas.

En el hecho, esta práctica permitió la constitución de un poder paralelo al de la


estructura formal del partido, el poder de las brigadas sindicales. Pero el poder de las
diferentes brigadas sindicales no se sumaba entre sí, ya que primordialmente sus
preocupaciones estaban volcadas a la problemática coyuntural específica de cada
gremio. Orgánicamente estaban vinculadas en la cúspide por medio del
departamento Nacional Sindical, pero como su jefatura era designada por el Comité
Central, no se expresaba tampoco a través suyo el poder y la voluntad del área
sindical del Partido. Sólo excepcionalmente se articulaban, y se hacían presentes en
la escena política partidaria, los intereses políticos y sindicales de esa área.

Se comprende mejor la índole de la relación entre los sindicatos de orientación


socialista y la orgánica partidaria si le compara con la prevaleciente entre el Partido
Comunista. En este último, la condición mayoritariamente obrera de su dirección
máxima y su superior organicidad y disciplina facilitaba la dependencia del partido de
los sindicatos y federaciones sindicales que éste controlaba. Este rasgo se veía
favorecido porque, a diferencia de los socialistas, donde el núcleo de base era de
carácter territorial, entre los comunistas junto a las células denominadas “de calle”,
existían las células de “fábrica”, o sea por empresa, en las que se desenvolvía la
actividad militante de sus efectivos sindicales. Lo dicho tenia por objetivo facilitar el
control mucho más directo de la actividad sindical por la autoridad política, llegando
este control, al extremo que, para los efectos públicos, los sindicatos y las
federaciones hegemonizados por los comunistas les servían de reales instrumentos
de acción, como si fueran parte del partido para la implementación de sus políticas.
Aquellos frentes de masas donde se desplegaba plena y hegemónicamente la
actividad del Partido, devenían en verdaderas orgánicas suyas, que suplantaban de
hecho al Partido en el correspondiente ámbito sindical. 36

Esta dependencia era de tal índole que, durante el período en que estuvo vigente la
Ley de Defensa de la Democracia, la inserción en el movimiento comunista
internacional del Partido Comunista chileno, así como el cumplimiento de las tareas
de finanzas internas del partido, se desarrollaron bajo el alero de esos sindicatos y
federaciones hegemonizados por él.

5. Conflictos sociales. Típicos modelos de enfrentamiento y acción de las


culturas socialistas y comunistas

Por último, y para finalizar este recorrido indagatorio, haremos un breve y obligatorio
examen a los modelos típicos de procedimiento que aplicaron las culturas comunista
y socialista frente huelgas y conflictos sociales. Por cuanto, en las estrategias que
ambas culturas emplean para enfrentar los conflictos, en la esencia de su lectura,
ambas dan cuenta de una pragmática pertinente a su discurso ideológico.

En efecto, el accionar de los comunistas se distinguía por un enfoque más político de


los conflictos. Para ellos los conflictos sociales eran parte de la lucha democrática de
36
Tal fue el caso, por ejemplo, de la Federación Minera, y de muchos sindicatos afiliados a ella, como
los del Carbón en la zona de Lota, el Salitre en Tarapacá, o el caso de la federación del Dulce o del
Sindicato de Enfierradores, y después, si bien en menor medida, la federación de la construcción o la
Metalúrgica y, por último, algunas organizaciones de pequeños productores campesinos.
masas por mejorar sus condiciones de vida y por alcanzar determinados objetivos
“antifeudales” y “antiimperialistas” a través de la presión sindical. Esta postura se
correspondía con su línea política general para el período, la que promovía la
constitución de Frentes Populares o Frentes de Liberación Nacional que condujeran
a -la aún incumplida- “Revolución Agraria y Antiimperialista” en el marco
democrático-burgués.

Por su parte, los socialistas, veían estos conflictos desde una doble y contradictoria
perspectiva simultáneamente, a saber: Desde el punto de vista de la base social
comprometida en el conflicto, donde tendía a verse al conflicto como una simple
demanda corporativa, cuya satisfacción deparaba subproductos favorables al
fortalecimiento de la influencia política y sindical del Partido. En esta perspectiva
desde la base, se manifestaba una mixtura entre un puro reivindicasionismo
corporativo, un primario “chauvinismo partidista” y un afán de utilizar el conflicto para
aumentar el poder sindical o político electoral del Partido. Por su parte, en la
dirección política del Partido –mucho más ideologizada- en la que siempre había un
segmento más o menos importante de posturas “izquierdistas”, el conflicto y la
huelga se asociaban difusamente con la posibilidad de que ellas se inscribieran en
una confrontación de clase más extendida y profunda. Estaba allí presente en ese
“izquierdismo” el ingrediente contestario y radical de la primera fase del proceso de
evolución de la conciencia obrera, que conducía a quienes eran portadores de esa
“sub-conciencia” a ver en cada conflicto una oportunidad de testimoniar su rechazo
absoluto al orden establecido.

La lectura de los conflictos sociales y movimientos huelguísticos era, desde la óptica


direccional, consistente con la llamada línea política socialista de “Frente de
Trabajadores”, contraria a la línea de “Frente de Liberación Nacional” propugnada
por los comunistas. La línea socialista de “Frente de Trabajadores” inscribía, sin
intermediarios ni etapas, las luchas por las demandas democráticas en el contexto de
la lucha final por el socialismo.

Planteada la problemática de un conflicto social en la dirección política lo normal era


que primara su lectura refractada por un “izquierdismo”, ideologizado en unos y
primario y elemental en otros. Esto implicaba que se supervalorara la fuerza propia
del movimiento huelguístico y que siempre frente a la alternativa de maximizar y
moderar las exigencias para su solución prevaleciera la primera opción. Aunque los
dirigentes sindícales, por intuición y sentido de la realidad se percataban de que los
objetivos acariciados por las directivas eran inalcanzables, no tenían argumentos
ideológicos para refutar ese ingenuo optimismo triunfalista propio del “izquierdismo”,
ya que su razón conciente “aprendida”, funcionaba con iguales conceptos y misma
lógica que la predominante en la dirección política.

En la dirección comunista el procesamiento de la problemática del conflicto social era


muy diferente. En efecto, allí no se llevaba o trasladaba a la dirección la
responsabilidad de dar línea para enfrentarlo. La mayor coherencia entre base
sindical y conducción política y su interpretación más estrecha y directa llevaba a que
desde el comienzo del conflicto éste fuera ya percibido por el partido con una misma
óptica, de una manera homogénea. Como consecuencia de ello, la evaluación de su
curso y desenlace probable era mucho más ajustado a la realidad y a las
posibilidades objetivas de lograr un resultado positivo.

Así se pudo ver en la práctica que, en muchas ocasiones, frente a la disyuntiva de


plantearse un paro indefinido o un paro temporal, comúnmente la posición socialista
tendía a inclinarse, aunque no se dieran las condiciones para sostenerlo, a favor del
paro indefinido. Por su parte, en esos casos, los comunistas cuestionaban a nivel
direccional frecuentemente esa postura, pero no la sostenían con fuerza en las
asambleas, por temor a que, frente a una masa proclive a ser arrastrada en las
condiciones y en el clima creado con ocasión del conflicto, ello deparara una derrota
de sus posiciones, más moderadas y realistas, por el discurso más resuelto y
combativo.

Aunque, ante aquellas situaciones, la conducta de los comunistas generalmente era


esa; cuando la posición triunfalista de los socialistas distaba mucho del estado de
ánimo de las masas, o cuando los voceros de la posiciones maximalistas eran
dirigentes de extracción trotskista, frecuente los comunistas salían al paso de
aquellas propuestas, descalificándolas, tratándolas de “provocación”, objetivamente
destinada a favorecer a la parte patronal, o incluso, llegando a manifestar que esta
estaba inducida por la parte patronal con el fin de hacer fracasar el movimiento. Vale
decir, los comunistas no trepidaban en medios para imponer su línea.

Pero, ¿qué sucedía cuándo vencía la línea maximalista promovida por las
direcciones políticas socialistas? Aunque parezca paradójico en su esencia, aquello
que era previsible. En efecto, ya que si bien, para los comunistas, el objetivo
declarado podía no haber sido el preferido, los efectivos comunistas, durante el
desarrollo mismo del conflicto, se jugaban y comprometían mucho más que los
socialistas en su logro, puesto que lo habían acatado democráticamente.

¿A qué se debía esta dicotomía discursiva, esta contradicción entre el discurso


ideológico y verbal radicalizado de los dirigentes socialistas y la conducta práctica
descomprometida y blanda de los sectores que ellos influenciaban? Pues, a razones
muy sencillas y fáciles de explicar, a saber: en primer lugar a la laxa disciplina de los
efectivos sindicales socialistas. Y en segundo lugar, a una razón que se desprende
de lo anteriormente dicho. El objetivo máximo establecido no era expresión del real
estado de animo de la clase sindical, sino de la decisión voluntarista de las
direcciones políticas, lo que explica la dificultad para que aquella base asumiera en
los hechos una línea que sólo había aceptado formalmente, pero que no se
correspondía a lo efectivamente sentía.37
37
Cabe considerar que esta misma conducta se manifiesta, entonces con insospechables
consecuencias, el 11 de septiembre de 1973; lo cual hace imposible cualquiera movimiento
espontáneo de resistencia popular orientado a una real defensa del gobierno de Salvador Allende. El
compromiso con el proceso sólo estaba en el discurso y no en la acción práctica. Y ello no sólo
compromete a la base obrera y popular que sostenía el gobierno, sino también a una gran parte de la
Así entonces, tras el previsible fracaso en la obtención de las difíciles metas
planteadas, era de esperar que las direcciones políticas y sindicales comunistas
reclamaran ante las autoridades del Partido Socialista, por la inconsecuencia que
registraban entre el discurso oficial y la práctica real sus adeptos.

Las frecuentes discrepancias que se dan el seno del Partido Socialista están
estrechamente relacionadas con lo anterior. En efecto, la divergencia existente entre
la conducta de sus dirigentes sindicales y la manera como conducían los conflictos
sociales y los puntos de vista e instrucciones concretas impartidas por el Partido,
habitualmente entraban en rumbo de colisión. Colisión que se producía cuando la
percepción “izquierdista” de la realidad de la dirección política del partido no coincidía
con la percepción del dirigente sindical el cual adoptaba el enfoque meramente
corporativo del conflicto, el que a menudo era compartido por la mayoría de la base
sindical y por las otras fuerzas políticas, ciertamente menos ideologizadas y más
relistas para juzgar la situación, con influencia en ese medio.

Así las cosas, no era de extrañar que el conflicto condujera al dirigente sindical a
desobedecer las órdenes del partido, lo cual, incluso llega a provocar su expulsión
del partido. Sin embargo, aunque la mayoría de la base sindical del partido
compartía, y aún más, habían presionado al dirigente a adoptar la conducta
sancionada, ésta no solidariza con el dirigente expulsado y se mantiene formalmente
en la orgánica partidaria. Ello en parte debido al “espíritu de partido” de que estaba
imbuido, como también por la intuitiva apreciación de que su escisión del Partido le
restaba fuerza y respaldo para promover el interés de los socialistas en las pugnas
por el poder sindical. Las bases esos casos se limitaban a pedir reconsideración de
las medidas punitivas a la autoridad partidaria. A la postre este tipo de situaciones
ahondaba la grieta entre la base sindical del Partido en ese medio y las autoridades
nacionales y locales del Partido, llegándose a veces a situaciones en que la
autoridad real de la dirección política sobre la base sindical y sus dirigentes fuera
muy escasa, y condujera a esas direcciones a eludir los conflictos previsibles,
manifestándose una equivoca relación entre la base sindical y la autoridad formal del
partido.

Ahora bien, considerando estos aspectos de la relación entre lo político y sindical en


el Partido Socialista, cabe una reflexión acerca de como se generaban las directivas
sindicales. Habitualmente el dirigente propuesto o preferido por la dirección política
era alguien más ideologizado y más compenetrado con la línea política del partido –
en otras palabras, más militante-, que quien aspiraba la directiva sólo con el apoyo
de las bases sindicales del partido y/o en el conjunto de los afiliados al sindicato o
federación sindical. Planteada esta situación, si el dirigente electo resultaba ser quien
no gozaba de las simpatías de la dirección política, se daban entonces las
condiciones para que sobreviniera el fenómeno denominado “profecía autocumplida”.
elite dirigente de los partidos de izquierda y del gobierno, quienes además de la su inconsecuencia,
fueron incapaces de estructurar una orgánica que permitiera el enfrentamiento de una situación de
facto, la cual era evidente y se tenía conciencia de ello.
Así las cosas, por lo general, una vez electo, el dirigente advertía o creía advertir
desconfianza u hostilidad hacia él en la dirección política. Esta, por su parte, tendía a
interpretar o presumir que la conducta del dirigente se encaminaba por caminos que
juzgaba extraviados. Esa interacción de percepciones prejuiciadas conminaba al
dirigente a distanciarse o a prescindir de las orientaciones partidarias hasta llegar al
momento límite en que éste desconocía la disciplina, dando razón “a posteriori”, a
quienes habían previsto esta emergencia, mismos que, con su actitud prejuiciosa,
habían contribuido a precipitarla.

El fenómeno descrito frecuentemente se manifestaba en la relaciones entre el


Partido y sus dirigentes sindicales, en todo nivel, incluidos cargos de importancia
como lo eran, por ejemplo, la presidencia de la Federación Industrial Ferroviaria, o la
Confederación de Trabajadores del Cobre, o de miembros de la dirección máxima de
la Central Única de Trabajadores.

Ciertamente que, con acuerdo a las características expuestas en su momento,


semejante situación era de escasa ocurrencia en al ámbito sindical comunista. 38 No
obstante, también hubo algunos casos como los mencionados en los párrafos
anteriores, podemos citar como ejemplo, aquel que afecto a un dirigente máximo de
la Federación Nacional de Panificadores de militancia comunista.

6. Sindicalistas comunistas y socialistas en las posiciones gubernativas

Como lo hemos mencionado precedentemente, no fueron pocos los miembros de las


culturas marxistas, particularmente del mundo sindical que, participando en
contiendas electorales de carácter municipal o parlamentario, accedieron a
posiciones gubernativas, incluso algunos de ellos llegaron a alcanzar cargos de
máxima responsabilidad. De ahí que estimemos pertinente, antes de cerrar nuestro
recorrido indagatorio, hacer un escueto análisis al comportamiento de los
sindicalistas socialistas y comunistas en el parlamento y la administración
gubernamental.

Cabe entonces, para introducirnos a este aspecto, hacer una pequeña reflexión
sobre el reclutamiento de los candidatos venidos del mundo sindical y el
comportamiento de los regidores y parlamentarios y funcionarios de importancia en la
administración pública o en el área pública de la economía. Para ello, primero nos
referiremos al fenómeno que se manifestó cuando los cargos tenían un origen
electoral, vale decir “mandatarios”.39 Aquí nos encontramos con que: debido a la
38
Paradojalmente, fue durante el régimen militar, al desarrollarse el proceso de “izquierdización” de la
dirección del Partido Comunista, cuando se vienen a manifestar entre ésta y los antiguos dirigentes
sindicales del partido, tensiones análogas a las que se manifestaron en períodos anteriores entre los
socialistas.
39
Dentro del Partido Socialista se usaba una jerga que permitía diferenciar, por su origen, los cargos.
Así, tenía la denominación de “mandatario”, quien recibía u optaba a un cargo de origen electoral y de
estructura formalmente centralizada con que contaba el Partido Socialista, la
designación de los candidatos a parlamentarios y a regidores recaía en la autoridad
política máxima, con la excepción de la designación de los candidatos a regidores,
en cuyo caso, y con cierta frecuencia, se delegaba esta atribución a los Comités
Regionales o Seccionales.

Claro está que no siempre estos criterios para la designación de candidatos eran los
mismos, ya que en parte ellos dependían de la orientación política de la dirección
máxima. Queda en evidencia lo dicho al constatar que mientras más ideologizada era
esa instancia, mayor importancia se le atribuía a las condiciones políticas y
“militantes” del candidato, restándole valor a su potencial arrastre electoral. No
obstante lo dicho, en aquellos lugares donde el Partido tenía efectiva presencia
sindical, se postulaban candidatos de extracción sindical. De ahí que se pueda
constatar una abundancia de candidatos de proveniencia ferroviaria, ya que en este
gremio, tradicionalmente los socialistas eran fuertes y su dispersión geográfica los
hacía más dependientes de las direcciones políticas, y por lo tanto, más confiables
para ellas.40 Así las cosas, la dirección nacional se inclinaba, generalmente, por
aquellos postulantes más confiables políticamente, mientras las direcciones locales
preferían a quienes poseían una mayor gravitación electoral en la zona.

En consecuencia, en aquellas localidades donde había una indiscutida mayoría


socialista, las municipalidades llegaron a convertirse en verdaderos “feudos” de los
dirigentes sindicales devenidos en alcaldes. Esta situación se hizo frecuente en
localidades tales como: Punta Arenas, Puerto Natales, Curanilahue, San Miguel,
Machalí o Calama. Lo cual ocasionó que, cuando las autoridades locales del partido
estaban más ligadas a la dirección central o eran más independientes del electorado
que había hecho triunfar a los regidores, comúnmente se provocaran fricciones entre
los alcaldes y aquellas. Otra consecuencia de este fenómeno fue que, producto de la
de la excesiva confianza en el “caciquismo” y poder político regional, posteriormente,
al postular a cargos parlamentarios, muchos de los alcaldes de estas comunas con
electorado obrero sindicalizado, obtuvieran una magra votación, no logrando ser
electos.

A pesar de lo expuesto, se puede calcular que entre los parlamentarios elegidos,


desde 1937 hasta 1973, el número de dirigentes sindicales promovidos a esa
condición asciende aproximadamente a la cuarta parte del total. Entre ellos hubo
dirigentes ferroviarios, panificadores, trabajadores cupríferos, obreros del carbón,
tranviarios, de la madera, obreros de las estancias y frigoríficos magallánicos,
bancarios, profesores y uno que otro dirigente campesino. El resto eran artesanos,
comerciantes, periodistas, intelectuales, y, sobre todo, profesionales.41

“funcionario”, aquel que era destacado en un determinado cargo dentro de la administración pública
por el Partido.
40
Cabe acotar que en Santiago, Valparaíso, O’Higgins, Concepción, Magallanes, siempre se
designaba un candidato que representara el movimiento obrero socialista de la zona.
41
Como es de esperar, hubo también parlamentarios de extracción obrera que se habían alejado de la
producción y que llegaron a ser exclusivamente dirigentes políticos, o bien, accedieron a otras
Casi se transformó en norma dentro del Partido Socialista que el dirigente obrero
elegido parlamentario se desvinculara casi totalmente del movimiento sindical. Sin
caer en una generalización, se puede decir que la actividad parlamentaria no
reforzaba, sino más bien aflojaba el compromiso político partidario.

Por su parte, en el caso del Partido Comunista, se puede observar que está
plenamente reflejada en la composición de sus parlamentarios, su mayor gravitación
obrera. En el período que hemos llamado “sectario” previo al “gran viraje”, una
mínima representación de dirigentes obreros de Santiago y del Norte salitrero
constituía la “Fracción Parlamentaría Comunista”. Desde la época del Frente Popular
en adelante, al menos la mitad de los parlamentarios comunistas eran o habían sido
dirigentes sindicales de la construcción, metalúrgicos, y en especial, mineros del
salitre, del carbón y del cobre. No pocos de ellos habían llegado a ser previamente
dirigentes rentados de las federaciones sindicales controladas por ellos y cumplían
allí tareas propiamente partidarias. La designación por la autoridad central se
ajustaba a criterios estrictamente políticos, cuidando a través de esta selección,
mantener y reforzar la influencia sindical del partido en las zonas donde la clase
obrera era parte importante del electorado.

A diferencia de los socialistas, en el caso de los parlamentarios de extracción sindical


del Partido Comunista, la permanencia en el Parlamento no hacía más laxos sus
vínculos y su dependencia del Partido, sino que se mantenía estrictamente la
subordinación del rol parlamentario sindical a los intereses y objetivos políticos del
partido.

En cuanto a la selección de los cuadros partidarios para asumir los cargos


ministeriales, los comunistas, sobre todo para reforzar su imagen de ser la expresión
política más autentica de la clase obrera, se cuidaron de destacar en esos puestos a
dirigentes sindicales, o de esa proveniencia. Esta particularidad se constata desde el
Gobierno de González Videla hasta el Gobierno de la Unidad Popular, en cuyo
primer gabinete los tres ministerios que se les asignó a los comunistas eran de
extracción obrera.

Cabe aclarar si que, tanto entre socialistas como entre comunistas, la extracción
social de los cuadros destinados a los cargos gubernativos intermedios era muy
variada. Sin embargo, no se comete error alguno, la afirmar que la mayoría tenia un
origen pequeño burgués. No hay un estudio especifico sobre el tema que nos ayude
a determinar el número y el comportamiento de los dirigentes sindicales promovidos
a los llamados mandos medios, pero lo más probable que estos den cuenta de la
misma expresión cultural en su hacer.

Ciertamente que todo aquello es constituyente de la pragmática implementada por el


“Partido”, en tanto, “conductor del movimiento popular”, para la consecución de “la

ocupaciones laborales.
revolución proletaria”, único camino que permitirá, con ayuda de la más importante
herramienta de lucha y cambio con que cuentan los trabajadores; “la huelga general”,
acabar con el “presente vergonzante” y la “indignidad en que se encuentran los
proletarios del mundo” a causa de la manifiesta ”explotación capitalista”. Todos estos
son los principios, devenidos de un discurso común a ambos partidos marxistas, “El
Manifiesto del Partido Comunista”,42 y sobre los cuales fundan su acción política y
social, constituyéndose en el eje principal de ésta.

En efecto, y así consta en los hechos que se manifiestan en período que hemos
examinado. Es allí, donde va a apuntar finalmente el sentido de la estrategia de
cooptación de las organizaciones sindicales y su bases - vale decir el proceso de
“clientización” de miembros de base de sus partidos políticos y de los asociados a los
sindicatos-, de manera de reunir la suficiente fuerza electoral que les permitiera
copar, a través de los mecanismo que entregaba el sistema republicano y
democrático, todo los cargos de poder político dentro de la estructura de gobierno.

Estrategia que no sólo tuvo la simpatía de los dirigentes, sino que también de las
bases; las cuales descubren en ella la posibilidad de obtención no sólo de alguna
aspiración reivindicativa, sino también alguna retribución práctica y utilitaria -por lo
general del tipo económico-43. A cambio de ello, la base sindicalizada les retribuía
con su apoyo. Esta simbiosis social, fue la que permitió la promoción de estos a los
cargos directivos importancia y a aspirar posteriormente a cargos gubernamentales y
representativos de la estructura democrática.

Dadas así las cosas, esta más que claro que, un movimiento sindical tan politizado
como el chileno, sólo podía sobrevivir mientras los partidos político tuvieran poder
político y la capacidad de conducirlo según sus objetivos. Es por ello que,
conjuntamente con la destrucción del estado democrático y la exclusión del
escenario político y social de los partidos políticos, también la estructura del
sindicalismo como movimiento social colapsó. Y esto no sólo por la persecución que
la dictadura militar hiciera a sus organizaciones y dirigentes, sino porque despojados
estos del poder que le daba el ejercicio de los partidos, vale decir absolutamente
desmembradas e impotentes, carecen de toda influencia y orgánica para su acción.

De igual manera, esta práctica derivada de la simbiosis clientelar -que se entendía


como un “apoyo mutuo” a los intereses de la clase obrera-, es culpable también de la
equivocada evaluación que, frente a la acción golpista de la oligarquía y los militares,
permitiera hacer evidente cual era el sustento real que tenía, en la base popular, el
gobierno del Unidad Popular.

42
MARX, C. ENGELS, F. Op. Cit.
43
Un claro e irrefutable ejemplo de ello, aunque se le considere un logro sindical legítimo, es la
práctica del pago un “bono de final de conflicto” después de finalizado algún movimiento huelguístico;
o los mecanismos de presión, o más bien extorsión - como los mencionados anteriormente- , de parte
de las organizaciones gremiales, fundamentalmente de aquellas empresas u organismos relacionados
con el Estado o los servicios públicos.
Párrafos conclusivos

“El individuo se hace histórico en la medida en que su actividad


particular tiene un carácter general, es decir, en la medida en que de su
acción se desprenden consecuencias generales”. KAREL KOSIK, “El
individuo y la historia”, en “L’Homme et la societé”, N°99, julio-
septiembre 1968, París

Como conclusión de este análisis historicista de los hechos acontecidos en el


movimiento social de los trabajadores, como resultado de la interacción entre lo
político y lo sindical durante el período llamado de “Estado de Compromiso”,
expuesto precedentemente, podemos manifestar que: las consecuencias político,
históricos y sociales devenidas de esta interacción, son el resultado de una
transposición de un relato como contenido cultural social, sin que en ella mediara la
necesaria consideración de la propiedad de la realidad intervenida. En este caso, de
la mediación de claras y concretos principios fundantes para la acción política de un
movimiento social. Práctica que, equivocada desde su fundamento -un discurso
devenido de un ficto literario como es una ideología-, se manifestó a través de una
intensa cooptación, por parte de los partidos marxistas, de las organizaciones
sindicales y de sus miembros. La cual, en su fin último, apuntaba a la constitución de
una pragmática que permitiera el acceso al poder político de la clase obrera;
fundando su validez en la expresión discursiva -venida desde la ideología marxista-,
“el partido es el conductor del movimiento popular”. Pragmática de acción que, a
través del clientelismo político como estrategia de acción, facilitó el menoscabo de
una verdadera posibilidad de desarrollo del movimiento social y que, desde entonces,
ha coartado la libertad de acción de los ciudadanos, para la elección de sus objetivos
de lucha con acuerdo a sus verdaderas necesidades e intereses.

En lo dicho en el párrafo anterior se encuentra el motivo de la precaria condición en


que se encuentra actualmente, en tanto movimiento social, el movimiento sindical
chileno. La que finalmente no es otra cosa que la manifestación histórica del proceso
político, económico y social que sufre el movimiento popular obrero, durante el
período comprendido entre las décadas 30 y 70 del siglo pasado. Ello queda
claramente demostrado en el recorrido indagatorio anteriormente presentado; donde
se expone el origen y las causas de la equivocada y poco fructífera interacción entre
lo político y lo sindical que emerge como resultado de la escasa madurez que
alcanzan los procesos de formación de las organizaciones gremiales, de la carencia
de formación sindical de la mayoría de su dirigentes y asociados, así como también,
de la escasa cultura política y ausencia de conciencia ideológica en lo político, de la
ciudadanía.

En lo dicho, también queda de manifiesto que el predominio de lo político no significó


que el movimiento obrero como tal se politizara, adquiriendo una conciencia de clase
que naturalmente lo llevara a hacer primar en su conducta el interés político de clase,
por sobre sus intereses reivindicasionistas sectoriales de tipo corporativo. Lo cual no
es otra cosa que la comprobación empírica de las consecuencias de una equivocada
interpretación de una realidad, como consecuencia de la exacerbada ideologización
en la interpretación de los fenómenos y conflictos sociales por parte de las culturas
marxista, fundamentalmente la comunista -que les llevó la reificación de la condición
de injusticia del “presente vergonzante”, posible de ser modificado sólo por una
clase, “el proletariado” y a través de un sólo proceso de emancipación social, “la
revolución proletaria”-. La cual, contrariamente a la realidad de origen - el mundo
europeo occidental-, se pretende imponer a una realidad social que, a decir verdad,
no es otra cosa que la transformación de un precario sistema colonial de explotación
de recursos y producción de bienes - que dista mucho de alcanzar la consideración
de “proceso de industrialización”-, y de la forzadamente anticipada, ajena, y también
precaria transposición cultural, desde la realidad occidental europea, de las protestas
obreras de rechazo a un sistema social; vale decir, a la Modernidad y de su
expresión económica, el Capitalismo y la producción industrial. Entre ambos mundos
culturales, entre ambos relatos, entre ambas representaciones de realidades, se
expresa un clivaje que hace evidente la carencia en América Latina de un proceso de
desarrollo político-económico como el europeo- que duro casi mil años-, y que
condujo a la cultura europea occidental desarrollara y madurara lentamente el
proceso de modernidad y la constitución de un sistema de economía capitalista con
acuerdo a su realidad geopolítica y cultural.

Bibliografía.

- BARREA, Manuel, “Desarrollo económico y sindicalismo en Chile. 1938 –


1970”, Documento de trabajo, ILADES, Santiago,1999
- BARREA, Manuel, “El Sindicato Industrial como Instrumento de la lucha de la
clase obrera chilena”, Instituto de Administración, Universidad de Chile,
Santiago, 1971
- BARRIA; J. “Trayectoria y estructura del movimiento sindical chileno” INSORA,
Santiago, 1973
- BENAVENTE, Andrés, “Partido Comunista y sindicalismo politizado. Una
estrategia de supervivencia”, S/R
- BRIONES. Guillermo y otros, “Usos de la investigación social en Chile”,
FLACSO, Santiago,1993
- BRUNNER, José Luis. SUNKEL, Guillermo, “Conocimiento, Sociedad y
Política”, FLACSO, Santiago, 1993
- EDWARDS. Alberto, FREI, Eduardo, “La historia de los partidos políticos en
Chile”, Ed. Pacífico, Santiago, 1949
- EDWARDS. Alberto, “Bosquejo histórico de los partidos políticos en Chile”, Ed.
Pacifico, Santiago, 1952
- EYZAGUIRRE, Joaquín, “Historia de las Instituciones políticas y sociales”. Ed.
Universitaria, Santiago, 1979
- EYZAGUIRRE, Joaquín, “Teoría y ruta de la emancipación chilena”, Ed.
Universitaria, Santiago, 1957
- GAUDICHAUD, Frank, “La Central Única de Trabajadores”, Las luchas
obreras y los cordones industriales en el período de la Unidad Popular en
Chile,(1970 -1973)”, en www.rebelion.org
- GOULDNIER, Alvin, “La Dialéctica de la ideología y la tecnología”, Alianza
Editorial, Madrid, 1978.
- KOSIK, Karel, “El individuo y la historia”, en “L’Homme et la societé”, N°99,
julio-septiembre 1968, París
- LUMAN. Niklas, “Limits of sttering”, en Teory, Culture & Society, Vol. 14, N° 1.
- MARX. Carlos, ‘’Misére de la Philosophie“, Ed. Sociales, Paris, S/F
- MARX. Carlos, ENGELS, Federico, “Manifiesto del Partido Comunista”,
Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, S/F
- NOZICK. Robert, “Anarquía, Estado y utopía”, FDCE, México, 1991
- STRAUS. Leo ¿Qué es la Filosofía Política?, Edit. Guadarrama, Madrid, 1970
- ENGELS, Federico “El origen de la familia, la política y el Estado”, Ediciones
en lenguas extranjeras, Moscú, S/F

You might also like