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El Techo de Cristal en la Ley de Partidos Políticos.

El
Empoderamiento de las Mujeres en los Movimientos
Regionales y Locales en el Perú
Presentada como parte del curso Investigación Académica, EEGGLL, PUCP

Róger Antonio Pérez García

20088265
CLA0680 y PRA0828
a20088265@pucp.edu.pe

Resumen
Para el proceso electoral subnacional del 2006 se redujo considerablemente el número de mujeres elegidas
para las presidencias regionales y alcaldías distritales; estos resultados se muestran extraños, considerando la
entonces novel Ley de Partidos Políticos (LPP); además de los resultados favorables para la participación
femenina en el Parlamento que dicha legislación había demostrado en la elección anterior, y el incremento
sostenido de mujeres en dichos cargos durante la década anterior. A todo ello, planteamos interrogantes como
cuál es la diferencia en la aplicación de la LPP en una elección general, con una subnacional; cuál es la
procedencia de este fenómeno: ¿el propio electorado, alguna instancia estatal o las instituciones políticas?

Para responder, se analizan las disposiciones diferenciadas de la LPP, las cuotas de género, su aplicabilidad
y, especialmente, su enunciación en la LPP; se realiza un estudio descriptivo del poder, la política y el
empoderamiento concebido en el feminismo para definir conceptos; y se describen los procesos de selección
de candidatos además de la dinámica y organización interna de los movimientos políticos subnacionales.
Todo ello, para entender las causas del fenómeno de estudio y explicitar la relación entre democracia interna,
legitimidad, poder y ascenso al interior de las organizaciones políticas.
2
Introducción
La literatura dedicada al estudio de la participación femenina en la política se muestra profusa y fértil;
desde la constitución misma del feminismo la apropiación de una parte del espacio público y, por ende,
del poder ha sido una de las metas y promesas más inquietantes e investigadas del feminismo en múltiples
formas. La manera como dicha participación se ha presentado en los estudios académicos ha cambiado a
través del tiempo y las diferentes vertientes feministas; sin embargo, es consensuada la afirmación de la
necesidad de la misma como acto de justicia y, a la vez, como objetivo deseable en la mejora de la
representatividad, participación y autorregulación del aparato estatal. La Primera ola del feminismo, al
radicalizar su postura, confluye en la consumación de derechos básicos como el voto y el derecho al
trabajo con movimientos sufragistas de inicios de siglo; además presenta parámetros definidos para la (re)
construcción del mundo con valores más propios de la femineidad. Paradójicamente, esta (re)
construcción del mundo se mantiene estancada en valores masculinos, desechando la diferenciación por
género y el potencial transformador del mismo. Así, las autoras que utilizaremos para nuestra
investigación reconocen este potencial y privilegian la diferencia como medio para la constitución de un
Estado más democrático; en esa línea autores como Shvedova, Matland o Dahlerup reconocerán la
incidencia de la participación femenina en los esquemas masculinos de poder y la transparencia de la
administración estatal. Con ello no se niega la negatividad de los estereotipos y la diferenciación de roles
de género, sino que se aplica algo llamado discriminación positiva.

A pesar de la copiosa bibliografía ya mencionada, la gran parte de ella se ha avocado o bien a estudios
de corte exclusivamente teórico o a la asimilación del empoderamiento como aumento en la participación
femenina; sin embargo autores como Gonzalo, Htun y Feidenberg reconocen que la continuidad de un
actor en el fuero político está directamente relacionada a su capacidad de ascenso y reelección. Si
convenimos en que el método de ascenso legítimo por excelencia es la práctica de democracia;
entenderemos entonces que nuestro trabajo configura un intento por llenar el vacío teórico dejado por los
estudio de ascenso de actores políticos relacionado a la democracia practicada en el ámbito subnacional.

Debido al carácter multiabarcante de nuestra investigación, es conveniente que partamos del estudio
de un caso particular para la sustentación coherente de nuestra argumentación; de esa manera
comenzaremos reconociendo la reducción de mujeres en las alcaldías distritales y presidencias regionales
en las elecciones municipales y regionales del 2006. Nuestro objetivo con la interrogante será esclarecer
la incidencia de los requisitos diferenciados sobre democracia interna estipulados en la Ley de Partidos
Políticos sobre dicho fenómeno y el empoderamiento femenino en general. Nuestro discurso intentará
sostener, entonces que las disposiciones de La Ley de Partidos Políticos han limitado la capacidad de
competencia de las mujeres a pesar de la normativa de cuotas de género debido a la ausencia de
democracia interna, en tanto esta obstaculiza su ascenso y limita la legitimidad de su participación
política. Esto ha impedido su empoderamiento en el fuero político en tanto que su capacidad de
competencia no es explotada.

Para la sustentación de dicha postura utilizaremos un esquema clásico, tanto por razones prácticas
como por ser el que mejor se ajusta a algunos objetivos paralelos que trataremos de consumar. Entre ellos
podemos mencionar uno de corte metodológico que es demostrar la aplicabilidad de conceptos con fines
únicamente prácticos sin que estos intenten, bajo ninguna circunstancia, plantearse como definitivos, por
el contrario, otro objetivo de este trabajo es iniciar el debate en la ciencia política y el feminismo sobre el
rol de la democracia interna y el empoderamiento colectivo como ascenso. También intentamos brindar
un nuevo parámetro de estudio para el empoderamiento: el ascenso político y, por último, intentamos
resaltar la importancia de matizar unas normas con otras a fin de no neutralizar ni contravenir los ideales
enarbolados con su promulgación.

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El primer capítulo se aboca al estudio teórico de conceptos como cuota de género y poder desde el
feminismo; además realiza un estudio detallado de la Ley de Partidos Políticos y los últimos tres procesos
electorales nacionales para los cuales se aplicó la cuota de género. Este capítulo conforma el marco
teórico apropiado para un entendimiento cabal de la investigación, además que nos permite la
consumación parcial o total de varios objetivos paralelos, en especial aquellos abocados al ámbito teórico.
El segundo capítulo es la sustentación primordial de nuestro trabajo y lo configura una descripción
detallada de la organización interna de las organizaciones políticas nacionales y subnacionales,
acompañado, además, de un análisis de los obstáculos individuales e institucionales para el
empoderamiento de las mujeres lo largo de proceso de selección de candidatos. Creemos firmemente en la
buena intención de las legislaciones como la LPP y las cuotas de género, pero al mismo tiempo intuimos
una falta de compromiso que, desde el Estado, enarbole ideales como los de equidad y democracia que
justifican la promulgación de dichas normas.

Este trabajo busca tener un aporte sustancial en varios aspectos: primero, se adentra en una relación
escasamente trabajada, la relación entre democracia interna, ascenso y género al interior de las
organizaciones políticas subnacionales; segundo, brinda nuevos parámetros para la medición de los
niveles de empoderamiento de género en un país o región; tercero, se pone en evidencia la persistencia de
barreras y límites no solo para la participación femenina en la política sino que, partiendo del estudio de
este rubro de la discriminación, explicitaremos cómo otros grupos históricamente discriminados aún
encuentran límites para su ascenso político, laboral y social. Esto es de vital importancia si convenimos en
que el Estado transmite a los ciudadanos un discurso que beneficia y promueve el empoderamiento de
dichos grupos y la igualdad de oportunidades como política pública de primera instancia.

Por último, queremos recordar el enorme grado de justicia que la equidad de oportunidades representa; en
este sentido las oportunidades para el ascenso y la participación son vitales en la conformación de un
Estado más justo. Nuestro compromiso infranqueable con la igualdad nos vincula a este trabajo a un nivel
profundamente personal y de igual manera esperamos que el lector pueda asumir estas metas como suyas
y, más aún, esperamos que nuestro trabajo deje lugar a la crítica y el debate, ejercicio excelso con el que
se forman ciudadanos capaces de auto definirse y entender la importancia de las metas aquí expuestas.

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Índice

Introducción 1

Índice 3

Epígrafe 4
Capítulo 1 : Hecha la Ley, hecha la trampa: Evasiones y (re)interpretaciones prácticas de la cuota
de género 5

1.1. Ley de Partidos Políticos: Cuotas de género y aplicabilidad. 6


1.1.1 Las cuotas de género en Latino América. 7
1.1.2 La cuota de género en las organizaciones Políticas 9

1.2 Aproximación teórica a los conceptos de empoderamiento y capacidad de competencia interna


desde el feminismo. 10

1.3 Empoderamiento, legitimidad y democracia. 12


1.3.1 La democracia y los liderazgos. 13
1.3.2 La democracia interna y el ascenso en las organizaciones políticas 13

1.4 Participación y empoderamiento de género en retrospectiva 14


1.4.1 Empoderamiento y cuotas de género antes de la Ley de Partidos Políticos 14
1.4.2 Empoderamiento de género en el Perú: la perspectiva actual 16

Capítulo 2: La ausencia de democracia interna: un método para encubrir el techo de cristal 18

2.1. La estructura interna de las organizaciones políticas subnacionales 19

2.2. Las organizaciones políticas subnacionales: un mundo de hombres 21

2.2.1 Los obstáculos institucionales el ascenso de las mujeres 22


2.2.2 Los obstáculos individuales para el ascenso de las mujeres 25

2.3. Las elecciones subnacionales del 2006: normas sin ideales 27

2.3.1 Las mujeres en las elecciones subnacionales del 2006. 28


2.3.2 Capacidad de competencia interna de las mujeres para las elecciones
subnacionales del 2006 29
2.3.3 La dinámica interna entre actores en las organizaciones políticas
subnacionales en las elecciones regionales, provinciales y distritales del 2006 29

Conclusiones 31
Bibliografía 34

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Men their rights and nothing more;
women their rights and nothing less.
Susan B. Anthony

En el momento en que las mujeres empiezan


a participar en la elaboración del mundo,
ese mundo es todavía un mundo que pertenece a los hombres:
ellos no lo dudan, ellas lo dudan apenas.
Simone de Beauvoir

El poder político es simplemente


el poder organizado de una clase para oprimir a otra.
Karl Marx

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Capítulo 1
Hecha la Ley, hecha la trampa: Evasiones y (re)interpretaciones prácticas
de la cuota de género

El presente capítulo busca esclarecer conceptos generales que serán utilizados constantemente en la
redacción del mismo y, paralelamente, aportar ideas nuevas de lo que hasta ahora se ha entendido por
cuotas de género y la eficacia de su aplicación. Además, se busca desentrañar los errores de enunciación
de la cuota de género en la Ley de Partidos Políticos en el Perú y las consecuencias prácticas de dichos
errores o vacíos. Este capítulo es resaltante en tanto permite adentrarnos en el problema mismo con
nociones básicas de lo que la cuota de género significa para la participación política de las mujeres y los
obstáculos en la interpretación de la cuota de acuerdo a la forma en que fueron enunciadas en la Ley de
Partidos Políticos. Uno de los problemas del que partimos es la manera como las políticas públicas para la
mujer han sido concebidas desde el Estado; Cortázar presenta una doble interpretación de dichas políticas,
ambas deficientes y carentes de una perspectiva directa de la necesidad e importancia de la cesión de
poder político legitimado a las mujeres para las metas de igualdad de género enunciadas desde el Estado,
estas se abocan a “a) la inclusión de la perspectiva de género en las políticas sociales [y] b) la inclusión de
las mujeres como “grupo objetivo” de determinadas políticas sociales” (Cortázar 1997: 19). La primera
perspectiva es evidentemente riesgosa en tanto puede “… diluir la validez de los problemas que afectan a
la mujer… al contentarse con enfatizar el tema de género en las políticas sociales regulares [y]… muchos
programas de superación de la pobreza pueden incluso instrumentalizar a las mujeres y reforzar los roles
tradicionales de género” (Cortázar 1997: 20).
La segunda perspectiva también presenta objeciones serias pues, si bien señala problemas importantes
como salud reproductiva y mental, violencia familiar, etc.; continúa minimizando la escasa o nula
“participación [de la mujer] en las estructuras formales de poder local y político.” (Cortázar 1997: 20).
Cualquiera sea el caso, las políticas públicas para la mujer van mas allá de la simple asimilación de la
perspectiva de género o la contracción de dichas políticas a temas vinculantes exclusivamente a las
mujeres; mas bien toda política pública apunta a una mayor integración y equidad social (Cortázar 1997:
20). Por ello seguiremos el marco presentado por Cortázar para quien el Estado se ha centrado en el
plano normativo de las políticas públicas para la mujer en desmedro de la acción habilitadora; es decir, se
han propiciado la creación de reglas y normas; la aplicación de políticas, y el cuidado por su
cumplimiento, pero no se ha promovido la adquisición y el desarrollo de habilidades, que permitan a las
mujeres suscribirse oportunidades y enfrentar una situación de desventaja o desigualdad potencial o
efectiva. En términos de efectividad, se recomienda una promoción de ambos planos de acción pues, por
un lado, las simples normas o políticas no cambian sustancialmente la situación de las mujeres en su vida
cotidiana(Cortázar 1997: 20–21); por el otro la habilitación sin normatividad no puede transformar la
situación de las mujeres como actores o grupo en la sociedad a nivel de una nación o país, sino que solo
propicia la transformación de los roles de género en nivel micro, esto es, en la familia, en la pareja y en la
comunidad, pero difícilmente acapare niveles mínimos de representación política.
Para concluir la introducción de este capítulo y, para asegurarnos de que no existan dudas respecto al
tipo de política que utilizamos, queremos señalar que un marco institucional adecuado para la

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implementación de las políticas públicas para la mujer debe tener en cuenta 1) la transectorialidad, como
los mismos problemas que afectan a las mujeres las políticas públicas que buscan su resolución deben
trascender diferentes planos de la vida social y enlazar las diferentes estancias estatales; 2) la flexibilidad,
las mujeres como grupo que trasciende cultura, clase y etnia; requieren un política pública que no sólo se
articule sino que se amolde a todos los niveles de la participación, esto se debe a la importancia que para
las mujeres tiene el nivel local y comunitario; 3) estrecha cooperación con la sociedad civil, esto es
especialmente complicado para el caso peruano con un aparato estatal caracterizado por la centralización
y la homogenización de las situaciones particulares; y 4) Compromiso, para ciertos temas como el de
violencia sexual y familiar, etc., la personalización y acercamiento con los actores es inminente, pero,
como argumentaremos más adelante, el compromiso en temas como empoderamiento político es
indispensable en tanto la decisión de postular y el posterior desempeño de cargos públicos depende de un
estricto balance de la vida pública y privada de la mujer, además la efectividad de la cuota de género
sobrepasa la acción del estado y requiere el compromiso de grupos y movimientos feministas, las ONG y
la sociedad civil en su conjunto (Cortázar 1997 : 21 – 23).

Para el desarrollo de los temas del presente capítulo ha sido necesario un constante, aunque no
irracional o desorganizado, cambio en los niveles estudiados; pues, si bien el objetivo del capítulo es
obviamente teórico y por ello globalizante, se ha incidido en ejemplos particulares como el de Latino
América y, específicamente, del Perú. A nivel latino americano se ha realizado una interesante
comparación entre las distintas cuotas de género y las consecuencias que estas tuvieron en la práctica. A
nivel del Perú se han analizado, en lo referente a la participación y empoderamiento femenino, dos
procesos electorales sub nacionales (1998 y 2002) y se ha descrito un tercer proceso (2006). De más está
decir que tanto los análisis de nivel latinoamericano y peruano se han vinculado con el nivel teórico en
busca de patrones de conducta y conclusiones generales.

1.1. Ley de Partidos Políticos: Cuotas de género y aplicabilidad.

La Ley de Partidos Políticos (LPP), promulgada en Octubre del 2003, es la normativa que regula y
controla las cuotas de género en las elecciones nacionales y subnacionales. Partiremos del análisis
realizado por Vergara para incidir en las consecuencias no esperadas y contradictorias que conllevan los
requisitos diferenciados entre partidos políticos y otras organizaciones políticas subnacionales y,
específicamente, el requisito de democracia interna. Anterior a la ley de Partidos, las elecciones eran
reguladas por la Ley Orgánica de Elecciones (LOE) que reconocía dos formas de organización política:
los partidos políticos y los independientes. Estas agrupaciones compartían los mismos requisitos, los
cuales promovían la creación de independientes a fin de desestabilizar el sistema político y sustraer poder
e influencia de los partidos tradicionales. Como demuestra Vergara, la LPP tenía como objetivo restaurar
el sistema de partidos mediante la institucionalización de los mismos exigiéndoles representación efectiva
en una parte mayoritaria del país, la práctica de la democracia interna y transparencia financiera; además
se buscaba reducir la cantidad de organizaciones políticas que proliferaron durante los noventa (Vergara
2007: 23). La LPP reconoce tres tipos de organizaciones políticas: los partidos políticos, los movimientos
regionales y las organizaciones políticas de alcance local; la primera debe cumplir con todos los requisitos
presentes en la LPP y los otros dos cumplen sólo con una parte de ellos, específicamente de los que están
eximidos son de la constitución de una democracia interna y de la transparencia financiera. Esto ha
producido que la proliferación de movimientos subnacionales continúe como en los noventa generando la
fragmentación y debilidad de los partidos políticos a nivel subnacional, prueba de ello es la reducción de
la participación de los partidos nacionales en las elecciones municipales del 2006 (Vergara 2007: 26-27).
Esto, como se sustentará mas adelante tendrá consecuencias serias en la participación y ascenso político
de las mujeres a nivel subnacional.

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En lo referente a las cuotas de género es válido decir que la LPP no ha traído ningún cambio sustancial
y, como se verá más adelante, los requisitos diferenciados han provocado un retroceso en la participación
y capacidad de competencia política de las mujeres, especialmente en el nivel subnacional. La cuota fue
promulgada por primera vez en el Perú en 1997 y se hizo efectiva en las elecciones municipales de 1998
con un porcentaje no menor del 25 % de hombres o mujeres en la lista de candidatos a regidores (Yáñez
2001: 19). Posteriormente dicha cifra fue aumentada al 30 % en el 2001, cifra que sigue manteniéndose
vigente en la LPP. Pero antes de analizar la cuota de género a profundidad es necesario que aclaremos la
naturaleza de dicha cuota y los requisitos básicos del sistema político y la sociedad para la que se desea
implementar dicha normatividad.
Las cuotas de género son acciones de discriminación positiva que se utiliza como “… mecanismo para
superar la brecha existente entre los sexos en el poder político.” (Villanueva 1997: 31). Este sistema
implica que “…las mujeres deben constituir un número o porcentaje determinado de miembros de un
órgano, ya sea una lista de candidatos, una asamblea parlamentaria, una comisión o un gobierno.”
(Dahlerup 2002: 159-160). Además, retira la carga de la selección de las mujeres mismas y las pone sobre
quienes controlan los procesos de selección al interior de las organizaciones políticas. Se busca, de esta
manera, asegurar que las mujeres configuren, al menos, una minoría decisiva en la toma de decisiones en
el espacio público. En suma, se busca reparar la infrarrepresentación de las mujeres. (Dahlerup 2002:
160). Los sistemas de cuotas pueden ayudar a subsanar la escasa o ausente representación de algún grupo
históricamente discriminado en las diferentes esferas de la actividad pública, pero, para los fines de
nuestra investigación, nos centraremos en la cuota de género en las listas de candidatos. La
implementación de una cuota de género implica que las mujeres fueron capaces de que adquirir cierto
grado de poder antes de su promulgación y por lo mismo esta medida no es discriminatoria en tanto
entiende equidad como igualdad de resultados (Dahlerup 2002 : 162 – 163). En los siguientes dos acápites
sostendremos, mediante la comparación de los diferentes sistemas de cuotas Latino americanos y el
análisis de la aplicación de los mismos, que la existencia de normas no es suficiente, que esta debe estar
redactada de la manera más específica como sea posible y que la interpretación de la cuota de género por
parte de las organizaciones políticas está ligada a su disposición a incluir mujeres en las listas.

1.1.1 Las cuotas de género en Latinoamérica

Desde 1991, once países latinoamericanos han implementado las cuotas de género en sus respectivas
legislaciones a fin de promover la participación de las mujeres en la vida política de sus naciones; dicha
cuota oscila entre el 20 y 40 % de las listas de candidatos. Si bien analizaremos dicha normativa en los
partidos políticos con presencia en el legislativo, no existen objeciones válidas para sostener que dicho
análisis no pueda ser útil en la comprensión de las cuotas a niveles subnacionales, como es el objetivo de
este trabajo.
El primer país latinoamericano en implementar la cuota de género en su legislatura fue Argentina en
1991, esto bajo la presión de los grupos feministas y el apoyo del entonces presidente Carlos Menem, en
respuesta a los bajos niveles de participación y representación femenina. Dicha norma alentó el debate
feminista sobre las cuotas que se extendió en Hispano América en la Reunión del Parlamento
Latinoamericano en 1995; convirtiéndose en una meta del feminismo en la IV Conferencia sobre la Mujer
en Beijing del mismo año (Htun 2002: 34). Desde entonces, la cuota se ha mostrado favorable al
incrementar en 8% la participación femenina pero ha demostrado, también, funcionar mejor bajo
determinados regímenes constitucionales y con determinadas características en la norma misma. De ahí
que la brecha en el incremento de participación femenina entre uno y otro país sea notable; tal es el caso
de del parlamento argentino en cuya cámara baja el cambio ha sido del 6 al 30% y el Senado del 3 al 36%
para el 2001, cifras realmente alentadoras en comparación con Bolivia (cuota establecida en 1997) y
Brasil (1997), en el primero el cambio fue de 11 a 12% en la cámara baja y el aumento fue de 0% en el
Senado, el segundo es aún más desalentador pues sufrió una reducción del 1% en su cámara Baja (Anexo

9
1) (Htun 2002: 35). Para comprender el porqué de estas visibles diferencias en los resultados de la
aplicación de cuotas es necesario entender que “el éxito de las cuotas, no sólo depende de la norma.
Influyen otras varibles como la capacidad de negociar de las mujeres; la apertura de los partidos políticos
para promover mujeres y ubicarlas en lugares de la lista que le permitan acceder al cargo; una opinión
pública favorable a su participación política, pero sobre todo, de los sistemas electorales” (Yáñez 2001:
20).
Tanto para el parlamento argentino como para el costarricense, la efectividad de las cuotas ha sido
óptima, convirtiéndose en los únicos dos países latinoamericanos en donde la presencia femenina ha
estado cerca de cumplir con las cuotas establecidas (Htun 2002: 35). Esto se debe, esencialmente, al
sistema electoral mismo; las cuotas muestran un patrón de comportamiento favorable en sistemas de
Representación Proporcional con listas cerradas, es decir donde los cargos son repartidos conforme la
cantidad de votos obtenidos y los votantes no pueden hacer uso del voto preferencial. Aún así, el
comportamiento de las agrupaciones políticas es determinante y demuestra que es necesaria la
incorporación del criterio de alternancia que evite que las mujeres queden relegadas en las listas a los
últimos puestos (Yáñez 2001: 21).
Otro factor determinante la enunciación de la cuota misma en la respectiva legislación. En países como
Argentina, la ley especifica castigos para los partidos que incumplan con la cuota de género, pero al no
adherir cuidadosamente el criterio de alternancia, obligan a los partidos políticos a colocar a las mujeres
el tercer puesto de las listas, exigencia que los partidos políticos cumplen mínimamente. En México “la
legislación no especifica a qué tipo de candidaturas se aplican las cuotas, por lo que los partidos se
inclinan por colocar a las mujeres en los puestos suplentes de las papeletas” (Htun 2002: 36). En las
elecciones celebradas en dicho país en el 2000, casi el 60% de las candidaturas femeninas estaban en
puestos suplentes de las listas. Caso similar es el de Brasil, en donde la legislación exige a los partidos
políticos reservar el 30% de la lista para mujeres, pero no los obliga a presentar dicho espacio en la lista
ya que su legislación permite que los partidos participen hasta con un 50% de candidatos más que el
número de cargos pugnados. Esto explicaría la reducción de representación femenina en el parlamento
(Htun 2002: 36). Estos casos demuestran la necesidad de una cuidadosa redacción de las legislaciones a
fin de no contravenir los resultados esperados en la aplicación de la misma.
Mención aparte merecen la acción de los grupos y movimientos feministas, y de la sociedad civil en
general sobre la aplicación de la cuota. En muchos países, como Argentina y Costa Rica, fue la acción de
movimientos feministas, mediante acciones legales y la educación de las líderes comunales, las que
facilitaron la aplicación de las cuotas e impidieron el aislamiento de las candidatas a los últimos puestos
de las lista. Se ha intentado adjudicar las dificultades de la aplicación óptimas de las cuotas de género a la
sociedad misma y la idiosincrasia que esta maneja hacia el empoderamiento político de las mujeres;
contrario a este argumento, si bien los estereotipos de género que se manejan no son desestimables y
repercuten directamente en la elección de líderes femeninas, autoras como Yáñez, Htun y Shvedova han
demostrado que la ciudadanía simpatiza con el empoderamiento femenino en la política y que son
obstáculos políticos los que inciden con mayor vehemencia en la elección de mujeres en cargos públicos
(Shvedova 2002: 64). Htun argumenta que la ciudadanía respalda a las mujeres que desempeñan y que en
muchas cuestiones son preferidas ante un liderazgo masculino. Además,
los latinoamericanos se muestran dispuestos a votar por mujeres capacitadas y las consideran mejores que
los hombres al bordar una amplia gama de problemas y asuntos. Tales resultados se asemejan a los estudios
realizados en Estados Unidos, los cuales se han interpretado como indicadores de que las barreras que
impiden que las mujeres accedan al poder no se encuentran en el electorado, sino más bien en los partidos y
las estructuras institucionales. De hecho, a pesar de contar con este apoyo por parte de la opinión pública,
las mujeres todavía son elegidas para cargos públicos en menor medida que los hombres. (Htun 2002: 26)

Es necesario entonces que admitamos que la efectividad de las cuotas de género trasciende la simple
legislación y que 1) el cumplimiento de su meta depende directamente de su aplicación; 2) la adopción de

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un sistema de cuotas no deriva automáticamente en una elección de mujeres sino que dicha normativa
debe guardarse de ambigüedades; 3) deben implementarse sanciones para quienes incumplan dichas
cuotas y 4) la acción de las organizaciones de mujeres es clave en la efectividad de la misma (Dahlerup
2002: 171 – 172).

En el siguiente acápite analizaremos a profundidad la actitud de las organizaciones políticas frente a la


aplicación de las cuotas de género y se intentará demostrar que las trabas en la aplicación de la misma son
un reflejo de los obstáculos para el empoderamiento femenino y las fallas en el sistema de cuotas. Para
ello regresaremos al ámbito subnacional peruano e intentaremos relacionar dicho patrón de
comportamiento con ideas teóricas más generales.

1.1.2 La cuota de género en las organizaciones Políticas

Como el lector ya habrá logrado intuir en el anterior acápite la actitud de los partidos políticos hacia
las candidaturas de mujeres es el mayor obstáculo para el empoderamiento de género y configura la
principal razón por la que las cuotas de género no cumplen óptimamente con su objetivo. El cometido del
presente acápite es demostrar que las trabas para la aplicación de las cuotas de género reflejan la actitud
del sistema electoral y de los partidos políticos hacia las candidaturas de mujeres.
Para entender la actuación de las agrupaciones políticas en la candidatura de mujeres debemos
identificar diferentes momentos en los que se develan los obstáculos para la participación femenina.
Partiremos bajo la premisa que “El hombre domina la arena política; es él quien establece las reglas de
juego y el que define los parámetros para su evaluación. La existencia de este modelos masculino tiene
por resultado el rechazo por parte de la mujer de la política en su conjunto o del estilo masculino de hacer
política” (Shvedova 2002: 64). Esto lleva directamente al primer momento, la educación y capacitación;
es necesario ampliar el número de mujeres calificadas para participar del fuero político, esto solo es
posible si se propicia su acceso desde una etapa inicial a nivel comunitario o vecinal; además, su
formación debe integrar los temas de interés de género, concientización de género, el desarrollo de la
capacidad de presión y la creación de redes de trabajo (Shvedova 2002: 71). Si bien la formación de las
líderes debe partir de niveles inferiores a las agrupaciones políticas, difícilmente encontrarán
organizaciones políticas dispuestas a continuar su formación como líderes es por ello que en el estudio
realizado por Yáñez, muchas mujeres aseguraron haber aceptado ir como “relleno” en las listas de
candidatos para participar en actividades de capacitación con sus contrapartes masculinos (2001: 32).
Un segundo momento es la autoselección. Más allá de factores individuales, se ha encontrado que “la
valoración que la mujer haga de sus posibilidades, y por lo tanto de su disposición a presentarse como
candidata, se verán influenciadas por factores como las oportunidades de hacerlo, cuan favorable se
muestre el ambiente político a su candidatura y una estimación de los recursos que pueda generar para
apoyar su campaña si decide presentarse” (Matland 2002: 112). Factores que, por lo general, dentro de las
agrupaciones, son adversos a una posible postulación femenina, desde la rezagada participación de los
grupos de mujeres en las organizaciones que no muestran interés por temas de género, hasta los fondos
que la organización misma está dispuesta a ceder para promover una candidatura femenina. Aquí es
importante la acción de movimientos feministas en la presión que puedan ejercer en las organizaciones.
Sobre este punto, Yáñez demuestra que la aplicación inaugural de las cuotas en las elecciones
municipales de 1998, despertaron el interés de muchas líderes comunales y vecinales que estuvieron
dispuestas a participar de manera activa sin embargo encontraron dificultades en etapas posteriores,
produciendo que en elecciones subsiguientes esta efervescencia decayera (Yáñez 2001: 31). Esto
demuestra que la legislación de cuotas por si misma facilita la autoselección solo en un primer instante ya
que el aparato electoral y la actitud de las agrupaciones políticas impiden el ascenso de líderes femeninas.

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Un tercer y cuarto momento lo configuran la candidatura o campaña y las elegidas. En ambos casos el
apoyo de la agrupación es exiguo tanto logística como económicamente; además, Yáñez ha observado
que a nivel subnacional las mujeres elegidas para los puestos de regidoras “prácticamente fueron
excluidas de le gestión municipal” especialmente en aquellos municipios en los que la presencia femenina
era una minoría (2001: 33). A eso se une el que “las regidoras de agrupaciones políticas surgidas solo para
el proceso electoral municipal, se han sentido abandonadas por sus organizaciones” (Yáñez 2001: 34).
Sobre este punto regresaremos más adelante.
Para terminar este acápite, concluiremos que estos obstáculos son una muestra no solo de los vacíos en
la legislación, sino de la disposición de las agrupaciones políticas para la participación femenina. Su
aprehensión de las cuotas, así como su resistencia a implementarlas de manera justa y correcta sobrepasa
lo estipulado en la normativa y es propio de los líderes que manejan estas organizaciones. Es importante
la presión de los grupos feministas en tanto que “las cuotas deben implementarse en los procesos de
selección y nominación desde sus etapas iniciales. Si los requerimientos de cuotas se discuten sólo
durante las últimas fases de la elaboración de listas será difícil alcanzarlas metas trazadas de antemano
con su implementación” (Dahlerup 2002: 168).
En los siguientes subcapítulos abordaremos estudios teóricos de conceptos a fin de facilitar al lector la
comprensión de todo el contenido del texto. Será suficiente con adelantar que la manera como
entendemos dichos conceptos buscan integrar sus diversa definiciones y darles un uso práctico en nuestro
estudio. En suma es a la vez recopilación e innovación.

1.2 Aproximación teórica a los conceptos de empoderamiento y capacidad de competencia


interna desde el feminismo.

El poder ha sido construido con valores masculinos, a decir de Simone de Beauvoir, el mundo ha sido
construido por y para los hombres; el feminismo ha cuestionado dicha construcción desde la filosofía y
las ciencias sociales, la crítica al discurso de la historia, la literatura y demás ciencias humanas es
posterior y muchas veces entendido como una consecuencia del primero. Partiremos, entonces, de este
razonamiento para señalar algunas definiciones del poder y empoderamiento desde el feminismo para,
mediante un proceso deconstructivo, alcanzar una opinión o creencia acertada que permita su aplicación
en el análisis práctico del fenómeno analizado en el segundo capítulo. Intentaremos que dicha opinión
integre de la mejor manera posible todos los enfoques trabajados sobre el poder y el empoderamiento sin
perder su vigencia para usos prácticos, es decir, a la vez que satisfaga todos los requerimientos de las
diversas definiciones sea aplicable a diferentes contextos políticos estableciéndose, así, como un
parámetro para la medición del empoderamiento de género en futuras investigaciones. Esperamos que
nuestro trabajo en este subcapítulo marque, a la vez, un aporte teórico a la ciencia política y al feminismo,
permitiendo, además, a este último contar con una herramienta de medición del empoderamiento político
de las mujeres.
El poder y el sistema político son regidos por una la lógica de ganadores y perdedores propia del
pensamiento masculino y la construcción masculina del mundo (Shvedova 2002: 66). A este pensamiento
de confrontación se oponen enfoques más conciliativos que, desde el feminismo, han ido gestando nuevas
formas de entender el poder. Es difusa y poco pulida la concepción misma de poder en el feminismo;
ningún autor se ha aventurado a proponer una definición finiquitada; por el contrario, el enfoque mas
bien pragmatista favorece el debate constante y la construcción continua de la forma (idea) del poder. Aún
así es posible vislumbrar en el debate las características que el poder constituido desde el feminismo debe
abarcar. En primer lugar, se rechaza la concepción del poder como acumulación pues este favorece el
empoderamiento individualista y no afectaría al resto de mujeres. Segundo, el poder debe beneficiar el
consenso y la potenciación, entiéndase este como la capacidad para realizar, para hacer, pensar y actuar.
Tercero, poder como vínculo, relacionado a las relaciones y no a la jerarquía (IDEA 2004: 9-10). Cuarto,
debe concebirse desde valores diferentes pues proponen un modelo más maternal, docente y no

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combativo; y por último, el poder es concebido no como un fin sino como un medio, una herramienta para
propiciar una transformación cultural y un cambio en el paradigma (IDEA 2004: 27, 35).
Estos son lineamientos generales de cómo se entiende el poder, el poder político específicamente será
tratado líneas abajo en este mismo subcapítulo; la razón por la que presentamos estas características es
porque “el poder opera en todos los niveles de la sociedad, desde los interpersonales e íntimos, hasta los
más altos escalones del Estado” (León 1997: 6). Y es que, en este nivel tan general de la concepción del
poder se ha centrado la revisión más importante del siglo del siglo XX, la planteada por el feminismo, que
mas que una escala de posiciones o reivindicación de grupo, se ha concebido como una desnaturalización
de la concepción del poder desactivando, así, las exclusiones de individuos de la ciudadanía y del
reconocimiento público (IDEA 2004: 40).
El poder político y la política en sí también han sido objeto de reinterpretación en el feminismo debido
a que “el poder que se naturaliza no es solamente el de la política, se naturaliza también la posición de la
mujer dentro de esa relación de poder. Se naturaliza la política y también el lugar subordinado que
ocupamos [ocupan] las mujeres en esa relación y qué lugar ocupan, desplazados, muchos otros sujetos”
(IDEA 2004: 40). Nuevamente lo único que podemos brindar son alcances del debate que se sostiene y
posiblemente se mantenga inconcluso. Una concepción feminista del poder político debe aceptar que 1)
es un instrumento de transformación, de negociación e intercambio; 2) los obstáculos políticos se fundan
en una determinada concepción de la política y del poder; 3) es un proceso de construcción colectiva
(busca alianzas y experiencias de solidaridad interpartidaria) y 4) debe estar marcada por la empatía,
ponerse en el lugar de otro (IDEA 2004: 15, 17, 34-35).
Una concepción del poder político que cumpla con los requisitos del debate feminista asegurará la
legitimidad de la minoría y de los grupos; esto es, la legitimidad colectiva cuya meta es la consecución de
un espacio en el poder (IDEA 2004: 29). También permitirá la conformación de un nuevo contrato social
o moral que permitirá la profundización de la democracia y el acercamiento a las metas del feminismo en
la política (IDEA 2004: 36). Por último, permitirá armonizar el poder formal el poder informal, aquel que
se basa en las normas y leyes con aquel basado en la posición de un grupo en la sociedad (IDEA 2004:
35).
Construiremos, ahora nuestra concepción de empoderamiento y capacidad de competencia cuyos fines
son esencialmente prácticos para el análisis del fenómeno estudiado. Entendemos empoderamiento
político de género como el ascenso que las mujeres realizan dentro de las organizaciones políticas y el
sistema estatal en cargos supeditados a la elección popular; a la vez, ascenso deber ser entendido como la
adquisición de mayores responsabilidades y autoridad dentro del sistema político. Puede parecer que
nuestra concepción queda corta o limitada en comparación con los requerimientos que el feminismo
realiza de una concepción integral del poder pero, como ya dijimos, sus fines son prácticos y en cierta
medida abarca los diferentes requisitos que se le plantean.
Primero, nos referimos al ascenso de las mujeres en conjunto, no como individuos aislados sino, como
un grupo social multiétnico que maneja una estrategia de participación diferente y, como lo ha probado el
feminismo, requiere una (re)construcción del mundo en términos y connotaciones diferentes; además el
enfoque se dirige más hacia la aparición de barreras que a la ganancia de poder por parte de un individuo.
Riger acepta que “el individualismo es un valor propio de la masculinidad que al resaltarse disminuye la
importancia de la cooperación y hace perder vigencia los valores de comunidad y vínculos con otros,
[valores] mas femeninos” (León 1997: 10).
Segundo, el consenso y la potenciación, la variedad en el género de los líderes con la misma
capacidad de toma de decisiones hace necesario el consenso y el acuerdo, y beneficia la construcción
gradual de un sistema estatal más cercano para hombres y mujeres, capaz de identificar las
particularidades y darles la debida atención. Tercero, el ascenso supone una vinculación más fuerte con un
grupo de votantes o partidarios cada vez más numeroso, además el ascenso de mujeres pone en duda la
jerarquía construida por una mentalidad masculina; las relaciones que las mujeres establecen una vez

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elegidas parece ser más horizontal, con jerarquías menos estáticas hacia los subalternos (sobre esto
volveremos en el segundo capítulo). Cuarto, las propuestas y plataformas de mujeres tienden a beneficiar
intereses diferentes que, al igual que los liderazgos femeninos, favorecen otro espectro de valores. Por
último, ya que las plataformas políticas de mujeres son diferentes, el ascenso es utilizado como un medio
para brindar mayor legitimidad, impulso y mayor efectividad (territorial o jurídica) a sus planteamientos.

No podemos perder de vista que además de deseable, el ascenso político de mujeres es justo en tanto
aún configuran un grupo cuya representación política no concuerda con su caudal electoral. Además, el
ascenso o reelección constante (más no desproporcionado) de un grupo de líderes es propio de sistemas
políticos fuertes, con partidos institucionalizados que facilitan la construcción de una sociedad más
equitativa y menos propensas a las crisis sociales. León indica que desde el feminismo empoderamiento
se concibe como “una alteración radical de los procesos y estructuras que reproducen la posición
subordinada de las mujeres como género” (1997: 6); de ahí que la obtención de mayor autoridad y
responsabilidades también va a acompañada de mayor notoriedad dentro del partido y por ello los
procesos y estructuras que subordinan a la mujer sean modificados.
León también aduce que “empoderarse significa que las personas adquieran el control de sus vidas,
logren la habilidad de hacer cosas y de definir sus propias agendas” (1997: 5). En esto basamos las
consecuencias simbólicas del ascenso pues desmitifica y apertura el sistema político para las mujeres
facilitándoles la opción de una eventual carrera política que no quede estancada al alcanzar el máximo de
poder dispuesto a ser cedido por el sistema masculino de poder.
Llamamos, entonces, capacidad de competencia al conjunto de recursos y aptitudes que un individuo o
comunidad tiene para empoderarse en un contexto eminentemente democrático; esto bajo la perspectiva
de empoderamiento argumentado líneas arriba, entiéndase, además, el término interno como este
potencial de recursos y aptitudes dentro de la agrupación política. Este término lo hemos construido
nosotros para facilitar nuestra investigación. Aquí culmina el estudio teórico del empoderamiento;
quisiéramos resaltar, por última vez, que estas definiciones buscan ser eminentemente prácticas y
demostrar que a pesar de la preeminencia de la discusión y el debate en las ciencias políticas y el
feminismo es posible convenir con fines prácticos e inclusive puede mostrar que un concepto que no
satisface del todo a los ponentes es viable y necesario para la consumación de proyectos. Esperamos este
sea un buen aporte metodológico para futuras investigaciones; la viabilidad de este método será evaluada
en el segundo capítulo. En el subcapítulo siguiente presentaremos algunas relaciones claves para el
análisis del fenómeno de estudio.

1.3 Empoderamiento, legitimidad y democracia.

Como ya dijimos líneas arriba, el empoderamiento sólo es posible en contextos eminentemente


democráticos, en donde los líderes (en nuestra investigación mujeres) empoderados obtienen legitimidad
de la práctica de la democracia. Bajo cualquier criterio, este argumento es mas que convincente. Sin
embargo, es necesario admitir que la relación entre uno y otro es mucho más profunda y compleja que
eso. La finalidad de este breve subcapítulo es delimitar dicha relación que es central en el estudio
realizado en el capítulo dos.
Admitamos con Ginwala que “la democracia se basa en el principio de que la legitimidad de poder
para tomar decisiones sobre la vida de las personas, su sociedad y su país debe derivarse de una elección
por parte de quienes se verán afectados por tales decisiones” (IDEA 2002). Pero cómo legitimas la
participación de un grupo, como las mujeres, que por varios siglos se le estuvo negado el derecho a elegir.
Como ya dijimos antes, la concepción del poder planteado desde el debate feminista presenta
características que pueden facilitar la legitimización colectiva, es decir lograr que legítimamente se hagan

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cargo de un espacio en el poder. Sin embargo esto es bajo condiciones bastante avanzadas de la nueva
concepción del poder. Cuáles serán los rasgos del proceso legitimatorio que permita la participación de
las mujeres en igualdad de condiciones y su posterior empoderamiento al ascender. Si bien creemos que
varias de estas dudas son incontestables en los parámetros de este trabajo servirán de guías para delimitar
la relación estudiada en este subcapítulo.

A continuación analizaremos dos aspectos trascendentales en la caracterización del problema tratado:


la relación entre democracia y liderazgo que permitirá clarificar la necesidad de dicha legitimización y la
relación entre democracia interna y empoderamiento, según como lo entendemos en el estudio.

1.3.1 La democracia y los liderazgos.

Los métodos tradicionales de democracia proveen de legitimidad a los candidatos elegidos en


elecciones populares. No podría ser de otra manera, ya que de ausentarse dichos mecanismos la
inestabilidad de los liderazgos sería notoria y todo el sistema político carecería de solvencia. Aún así, la
manera como este proceso es entendido sigue siendo una lógica masculina ya que “en realidad el poder es
la legitimidad, es la razón de la obediencia. El poder es una relación de mando y obediencia, pero lo que
define que alguien pueda mandar es que muchos puedan obedecer. Tiene que haber capacidad de mando,
instituciones que decidan mandar, pero la obediencia es el poder” (IDEA 2004: 46). La concepción
masculina del poder, que permite la mantención de la lógica de ganadores y perdedores en la política, es
la misma que propicia la aparición de liderazgos autoritarios que a pesar de “carecer de legitimidad” se
auto confieren el suficiente poder para mantener una cierta cantidad de seguidores, partidarios e inclusive
ganar elecciones. Intentaremos probar, en el segundo capítulo, que un caso de este tipo son las
organizaciones políticas subnacionales peruanas, en donde la ausencia de una democracia interna permite
la imitación de un modelo autoritario en el que las mujeres parecen no poder desarrollarse óptimamente y
mucho menos ser partícipe del empoderamiento de género descrito en el subcapítulo anterior.
Los liderazgos masculinos, entonces, no disputan los cargos sino la obediencia; si a esto se añade la
concepción conciliativa del poder desde el feminismo convendremos en que dicha concepción del
enfrentamiento político contravendrá el empoderamiento de género. Los liderazgos femeninos, entonces,
necesitarán una concepción diferente de legitimidad, una que las relacione con votantes y sus partidarios
además que la legitimidad no la recibiría ella como líder sino su plataforma y sus ideales. Ahora, no
negamos la capacidad de las mujeres para competir en la lógica masculina de la política y el poder. Pero
los estudios han demostrado un cambio gradual en beneficio de las políticas sociales a medida que las
mujeres lograban alcanzar mayor y mejor representación en el aparato estatal. Inclusive la actitud de los
líderes masculinos ha cambiado a medida que la participación femenina ha aumentado; desde la
disminución de los actos violentos y bochornosos en parlamentos hasta las tasas de corrupción.

1.3.2 La democracia interna y el ascenso en las organizaciones políticas

Creemos que un primer avance en la configuración de un aparato estatal y una política nacional más
acogedora a liderazgos femeninos es la implementación de democracia interna en las agrupaciones
políticas; estas beneficiarían la confrontación de ideas y propuestas en vez de la configuración de un líder
o lideres con todas las capacidades desiderativas concentradas en el o ellos. Esto prueba que ascenso
dentro de una organización partidista no prueba nada mas que la simpatía de cierto líder o cúpula
encargada de la designación de candidatos sino va acompañado de la legitimidad apropiada mediante
comicios internos además que confieren de estructura y organización a las mismas agrupaciones lo que
inclusive favorece aún más la participación y empoderamiento de mujeres.

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Maffía, al referirse al poder al interior de los partidos, aduce que “podemos tener poder fuera de estos
lugares [los partidos] y podemos no tener ningún poder estando en un cargo altísimo, porque nos faltan el
reconocimiento y la interlocución necesaria” (IDEA 2004: 39). Es este tipo de concepción la que resulta
más atrayente a los liderazgos femeninos aquella en donde el poder se solventa en una legitimidad
entendida como reconocimiento, por parte de los electores y lideres del partido, e interlocución, lo
conciliativo de los liderazgos femeninos aplica todos los niveles de participación política, inclusive su
educación y capacitación.
1.4 Participación y empoderamiento de género en retrospectiva

Ahora que tenemos algunos conceptos claves apropiadamente delimitados, estamos facultados para
analizar su incidencia en las elecciones subnacionales e intentar esclarecer cuál fue la influencia de la
legislación de cuotas en el empoderamiento de género. Este subcapítulo consta de dos acápites en cada
uno de los cuales se analizan las características de los procesos electorales subnacionales antes de LPP y
después de LPP. En el primer punto presentaremos los análisis realizados por especialistas sobre la
aplicación de las cuotas de género y sus consecuencias en el empoderamiento femenino durante las
elecciones municipales de 1998 y 2002; en segundo punto presentaremos un resumen de las cifras y
cambios en la participación femenina después de la LPP, esto es la elección subnacional del 2006.
Además, nos permitirá realizar una presentación preliminar de nuestro fenómeno de estudio lo que
facilitará el ingreso del lector en el contexto del fenómeno y el análisis del mismo que es la base y
cometido del segundo capítulo.

Es necesario recordar, como ya se ha mencionado en la primera parte, que las cuotas fueron
promulgadas en 1997, por ello analizaremos a profundidad las primeras elecciones en las que se aplicaron
(1998), y que es resaltante el aumento en el porcentaje en el 2001 de 25 a 30% y su primera aplicación en
el 2002. Esperamos que terminado este sub-capítulo, el lector pueda ser capaz de ligar las ideas generales
y los lineamientos con los cuales desarrollaremos el análisis del fenómeno en el segundo capítulo; además
debe estar dispuesto a continuar con nosotros un posterior análisis teórico indispensable para la
comprensión cabal de las ideas desarrolladas en el siguiente capítulo.

1.4.1 Empoderamiento y cuotas de género antes de la Ley de Partidos Políticos.

El contexto político de 1998 eclipsó las elecciones del mismo año y, más resaltante para nuestra
investigación, la primera participación de las mujeres bajo el sistemas de cuotas; estas elecciones tienen
varias características interesantes en lo referente a participación y empoderamiento de género y
utilizaremos el esquema presentado por Yáñez para desarrollar la evolución de la participación política de
las mujeres bajo el régimen de las cuotas de género. Cabe empezar resumiendo cifras; a nivel provincial,
de acuerdo a lo esperado, las regidoras aumentaron considerablemente en número hasta un 10.86% en
todo el Perú exceptuando Lima en donde la variación fue negativa en 2.56%. A nivel distrital la variación
fue de 7.88% en Lima y en 16.54% en el resto del país. Contrariamente, el número de alcaldesas
disminuyó de 47 a 46, aunque parezca una variación insignificante tiene connotaciones importantes
comparado con el total de alcaldías (1620) en especial con la ley de cuotas inaugurada ese año; en el caso
de las alcaldías provinciales el aumento fue de 6 a 9. Estas cifras revelan dos tendencias paradójicamente
opuestas; la primera es que a nivel de regidurías las cuotas de género pueden cumplir una función central
en el crecimiento de la participación femenina y la segunda que mientras más responsabilidad y
notoriedad implique el cargo, menor efecto tiene la cuota, esto se puede deber a la desconfianza hacia los
liderazgos femeninos y la actitud de los propios partidos políticos hacia las candidaturas femeninas.
Nuestro objetivo, en el segundo capítulo será probar que la ausencia de una democracia interna también
limita la capacidad de ascenso de las mujeres en los partidos políticos de la manera como nosotros

16
acotamos “ascenso” en el subcapítulo anterior (adquisición de mayores responsabilidades y autoridad).
Presentaremos a continuación las principales características del empoderamiento en las elecciones
municipales de 1998.
Lo primero que analizaremos son los problemas legales suscitados por la interpretación de la
legislación de cuotas. Estas confusiones perjudicaron las candidaturas femeninas, el valor de la fracción
fue un punto clave ya que al traducirse en la práctica las fracciones debían redondearse hacia arriba y este
fue el dictamen inicial del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), sin embargo dicho criterio no fue
traducido al proceso mismo y redujo la exigencia de candidaturas femeninas. El JNE calculó la cuota
únicamente para las regidurías lo que también limitó la capacidad de ascenso de las mujeres en tanto las
agrupaciones políticas de alcance departamental o nacional podían mantener en puestos relegados a las
líderes femeninas. Un caso de este tipo fue el ocurrido en Huancayo en donde la defensoría del Pueblo en
representación de la Sociedad civil denunció la falta de una agrupación política al redondear los
decimales hacia abajo y presentar tan solo 2 candidatas de los 9 que conformaban la lista a las regidurías.
A pesar de dicha denuncia y de obtener una sentencia favorable en el jurado especial de Huancayo dicha
demanda fue desestimada por el JNE (Yáñez 2001: 26 – 29). Mas que una contradicción del propio
sistema estos casos presentan la poca disposición para recibir candidaturas femeninas departe de las
agrupaciones y del sistema electoral mismo.
Los actores políticos también jugaron un rol decisivo en los resultados obtenidos por las mujeres en
estas elecciones. Los obstáculos anteriormente mencionados se adjuntaron a las “trampas” construidas por
las agrupaciones políticas que utilizaron a las mujeres como caudal electoral o relegándolas a los últimos
puestos de las listas. También se han constatado casos en los que las líderes eran convocadas con fines de
movilización de partidarios para inscribir una lista, esto bajo la promesa de un buen puesto en la misma,
pero al momento de la inscripción no fueron tomadas en cuenta (Yáñez 2001: 29-31). Por último, este
proceso se vio marcado por la discriminación de la que muchas candidatas fueron víctimas mediante
exigencias pecuniarias por un puesto elegible en la lista de candidatos; calificamos esto de discriminatorio
en tanto las mujeres, en el país, tienen un tercio de ingresos menos que los hombres; también fue decisiva
la ausencia de un entrenamiento político y el abandono del que fueron víctimas las mujeres por parte de
su agrupación después de alcanzado el cargo (Yáñez 2001: 32-34).
Estas elecciones mostraron una buena disposición de las mujeres para presentar sus propias
candidaturas y buen ánimo hacia la participación política. La actitud de las propias organizaciones
políticas configuro el más grande obstáculo para su empoderamiento. Especialmente si logramos seguir el
razonamiento de que, si la resistencia del sistema político para la incursión de mujeres impide su
participación a niveles subalternos, cuánto más limitará su ascenso, su adquisición de mayor
responsabilidad, autoridad y notoriedad. Probablemente muchos líderes políticos en estas organizaciones
vislumbraron las candidaturas femeninas como competencia y su posible ascenso como perjudicial ya que
al ganar notoriedad ante el electorado podrían aparecer los clásicos anticuerpos de la opinión pública y
reducir las posibilidades de ganancia electoral. Sin embargo, se ha encontrado una buena opinión de la
ciudadanía hacia las candidatas. Ahora estudiaremos el empoderamiento en las elecciones municipales del
2002 para esto seguiremos el estudio realizado por Gonzalo en su ensayo sobre participación femenina en
zonas rurales.
Gonzalo vuelve a encontrar los mismos limitantes de las elecciones de 1998 para la participación
femenina a nivel subnacional. Es interesante señalar que, según su estudio, el número de alcaldesas
distritales y provinciales parece mantenerse en un rango limitado y fijo tanto antes como después de la
cuota de género. Las regidoras provinciales y regionales aumentaron solo en un 2%, la explicación que
nos ofrece el autor es la ausencia de un criterio de alternancia que impida a los partidos el aislamiento y
relegación de mujeres hacia los últimos lugares de las listas. En el caso de alcaldías, durante la década de
los 80 el incremento de las alcaldesas fue progresivo pero parece haberse estancado después de la
implementación de la ley de cuotas, tal ves la disposición para ceder poder a las mujeres por parte de las

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agrupaciones políticas haya alcanzado su máximo nivel y se haga necesaria la implementación de cuotas a
niveles de alcaldías distritales y provinciales como ya había planteado Yáñez (Gonzalo 2006: 127-128).
Acerca de las alcaldías, Gonzalo prueba que ““no por cercano es más accesible”, lo cual indica que no
es común encontrar a mujeres ocupando puestos de mayor jerarquía en el ejercicio del poder político, por
lo que los gobiernos locales no se han constituido–todavía– en verdaderos espacios receptivos a la
equidad de género” (2006: 125). Las elecciones del 2002 resaltan porque son las primeras que aplican la
cuota del 30% aún así la participación y empoderamiento femenino distó de ser óptimo y los problemas
de interpretación de las cuotas continuaron siendo resaltantes. Creemos que estos problemas “legales”
son, en realidad, parte del mismo sistema político y sus líderes, que ante una normativa que exige la
cesión de poder en favor de un grupo buscan construir argumentos paralelos o “trampas” en la práctica
que los eximan del cabal y justo cumplimiento de la norma. Por la manera como hemos interpretado el
empoderamiento podemos argumentar con Gonzalo que “el interés por la búsqueda de la reelección está
presente en las mujeres que llegaron al poder. De esta forma sus aspiraciones de continuar en política
permanecen latentes, lo cual indicaría que luego de haber ocupado el cargo municipal su presencia en los
espacios públicos locales se mantiene vigente y que los niveles de empoderamiento de estas mujeres se
hacen efectivos para continuar en política” (2006: 130). Pero el que continúen en ella requiere también
que se les facilite el ascenso preguntaremos entonces cuál será un método legítimo de ascenso en
organizaciones políticas en donde los candidatos son designados por uno o varios líderes; esta
interrogante la esperamos responder en el segundo capítulo constituyendo el segmento más resaltante de
nuestro trabajo. Mención aparte merece la primera elección de presidentes regionales, según el nuevo
ordenamiento geopolítico del país, que dio como resultado la elección de tres mujeres en las presidencias
regionales, esta cifra, aunque reducida, pondría en duda el argumento que inculpa a los partidos de no
permitir el ascenso político de las mujeres especial mente tratándose de la elección inaugural de dichos
puestos.
Esperamos que el lector haya reconocido en este trabajo la persistencia de los obstáculos a las
candidaturas femeninas antes de la ley de partidos; a continuación presentaremos un resumen detallado de
las elecciones municipales del 2006, el cual esperamos sea una simple descripción del empoderamiento
mediante la exposición de cifras ya que el análisis mismo será el cometido del siguiente capítulo.

1.4.2 Empoderamiento de género en el Perú en las elecciones de 2006.

En el 2005, se cumplieron 50 años del voto femenino en el Perú, este acontecimiento coincidió con el
contexto pre-electoral de las elecciones presidenciales del año siguiente; largo fue el tramo entre la
legislación por los derechos políticos de la mujeres y la legislación de cuotas de género; una característica
resaltante de ambos procesos (presidencial y municipal) fue la implementación inaugural de la LPP en
procesos electorales de alcance nacional. Como el lector recordará, hemos mencionado previamente que
esta norma tenía como objetivo institucionalizar el sistema de partidos y promover la formación de
agrupaciones políticas fuertes y organizadas. Debería seguirse, entonces, que esta normativa promovería
el empoderamiento de género, en tanto que “el éxito de las mujeres depende de la naturaleza de la
organización del partido, así como de su ideología. Se argumenta que las mujeres disfrutan de mejores
oportunidades en partidos con una orientación normativa y burocrática, que en agrupaciones no
estructuradas y con una orientación clientelista” (Htun 2002: 28). Siguiendo dicha lógica pensamos que la
LPP ha fallado en su implementación a nivel subnacional y que el caso de la participación femenina es un
ejemplo de esto.
En las elecciones municipales del 2006 se mantuvo el rango en el número de las alcaldesas distritales y
provinciales, inclusive hubo una ligera disminución de 0.18% después de un constante aumento en las dos
elecciones anteriores. El número de alcaldesas provinciales se mantuvo en tres candidatas electas, esta
cifra comparada en retrospectiva es una reducción considerable pues en 1998 se eligieron 9 mujeres en las
alcaldías provinciales. Las presidencias regionales fueron ocupadas exclusivamente por hombres lo que

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desestima una repentina disposición por parte de los partidos para aceptar y solventar candidaturas
femeninas en cargos de mayor notoriedad o responsabilidad. Como se esperaba, lo contrario sucedió con
las regidurías en donde se presentó un aumento de 1.59% a nivel provincial, 1% a nivel distrital y 4.83%
en consejerías regionales (ONPE 2010).
La Defensoría del pueblo presenta conclusiones esclarecedoras sobre la situación de la participación
femenina en las elecciones subnacionales del 2006 y encontró que la ubicación desfavorable de las
mujeres en las listas persistió en dicha elección, las organizaciones continuaron incumpliendo con al cuota
y el JNE argumentó la supremacía del derecho a la participación por sobre el cumplimiento de las cuotas.
Además, una gran parte de las tachas fue para candidaturas femeninas lo que redujo seriamente la cuota
aplicada en tanto el eventual remplazo de dichas candidatas afectaba el calendario electoral (2010: 5-9).
Estos obstáculos no solo demuestran lo desfavorable del sistema político hacia las mujeres sino la
existencia de una agenda pendiente y el reducido alcance de la LPP.
Aquí concluiremos el primer capítulo, esperando haber presentado nuestras ideas de manera clara y
organizada; el siguiente capítulo constituirá un análisis profundo de las consecuencias de los requisitos
diferenciados de la LPP en la participación y el empoderamiento de mujeres en el fuero político durante
las elecciones del 2006. Para ello nos beneficiaremos tanto de estudios teóricos como de investigaciones
directamente relacionadas al fenómeno analizado; ya que, dado el doble carácter de nuestra hipótesis,
argumentaremos que la democracia interna favorece cualquier tipo de empoderamiento (aporte teórico de
la investigación), en especial el de género, y la incidencia de la ausencia de dicho mecanismo en el
empoderamiento femenino a nivel subnacional (aporte a la interpretación del fenómeno en sí).

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Capítulo 2

La ausencia de democracia interna: un método para encubrir el techo de


cristal.
Ahora que tenemos algunos conceptos debidamente establecidos dedicaremos el segundo capítulo al
análisis del fenómeno de la reducción de mujeres en las presidencias regionales y alcaldías distritales en
las elecciones del 2006. Para ello, comenzaremos acotando las características de las organizaciones
políticas subnacionales en contraste con los partidos políticos para establecer las diferencias que,
argumentamos, sino provocaron, incidieron en dicho fenómeno. Luego evaluaremos el comportamiento
de los actores al interior de estas organizaciones y los obstáculos que surgen en el camino desde su
capacitación y autodeterminación, hasta la elección de las candidatas al interior de dichas organizaciones.
Para esto, utilizaremos análisis generales teóricos de ciencia política e intentaremos encontrar parámetros
de conducta compartida para las organizaciones subnacionales en el Perú. Ambos subcapítulos estarán
marcados por la visión de democracia interna y legitimidad expuesta en el primer capítulo; además
desentrañaremos algunas otros beneficios de la aplicación de dicho sistema al interior de las agrupaciones
políticas para el empoderamiento de género. Por último, nos especializaremos en el análisis del tema en
cuestión utilizando el concepto de competencia interna desarrollado en el capítulo anterior para develar,
finalmente el vínculo de todos los conceptos tratados en este capítulo y su antecesor, y concluir
estableciendo que la capacidad de competencia interna de las mujeres en las organizaciones políticas
subnacionales queda como un potencial sin ser aprovechado ante la falta de una real dinámica interna que
permita el ascenso mediante la meritocracia y la mejora de sus habilidades en el fuero político.
Este capítulo nos permitirá aportar nuevas perspectivas acerca de las barreras invisibles que afectan el
empoderamiento político de las mujeres, algo que hemos nombrado como “techo de cristal”, este tipo de
frontera no es una negación total de la participación femenina en la política o la vida pública, sino una
línea fronteriza que impide la consumación de ambiciones o liderazgos femeninos en la política. Sobre
esto, Fernández dirá que “las mujeres se encuentran entre el techo de cristal (que fija un límite invisible a
sus aspiraciones) y el piso engomado (las limitaciones que se autoimponen las propias mujeres por vigilar
su rol en la familia o por no animarse a dar el salto)” (2008: 66). Como ya señalamos, entender
empoderamiento como ascenso no sólo se nos es lícito sino que nos permite adentrarnos en el diverso
campo de lo simbólico, pues, de cierta forma, ceder poder a un grupo significa proveerlo de símbolos y
relatos sobre los cuales pueda sostenerse y construir alguna forma de estructura identitaria. Podría
objetársenos la multietnicidad y la pluriculturalidad de las mujeres como grupo, o el carácter
eminentemente social del género y la división de roles como impedimentos para la constitución de
símbolos comunes para las ciudadanas; pero al movernos en el ámbito subnacional nos permite tener una
visión más particularizada de cada realidad regional o distrital en donde las culturas son menos
contrastantes y la construcción de símbolos menos dificultosa. Además, no se trata, como ya
mencionamos, en una individualización del empoderamiento sino de una representante de un determinado
grupo consumando sus expectativas y tomando pleno control de su agenda y objetivos; las repercusiones
que esto puede tener en las demás mujeres son la ganancia de mayor determinación para trazarse metas y
objetivos, aunque también depende de la gestión de la eventual de la lideresa para generar cambios
simbólicos más profundos en toda la sociedad, tanto en hombres como en mujeres.
Otro factor categórico en nuestra determinación de utilizar el ascenso como empoderamiento fue la
notoriedad y visibilidad que un liderazgo femenino adquiere al ser efectivamente elegido por los votantes.
No es lo mismo el voto promovido por un líder masculino que “acarrea” consigo mujeres en las regidurías
o consejos que el voto decidido por una mujer, como sí es posible en el parlamento. Por ello, creemos,
este trabajo y específicamente este capítulo, es relevante pues devela como la constitución descuidada de

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una norma puede producir efectos no solo inesperados sino, inclusive, contrarios a los deseados, además
desentraña formas de discriminación solapada que han demostrado perdurar ante una normativa adversa
por los vacíos de la misma norma y la indisposición para su cumplimiento. Por último, nos gustaría
resaltar la importancia que este trabajo puede llegar a tener al estudiar específicamente el contexto
peruano ya que, esperamos, futuros trabajos puedan plantear métodos prácticos para la corrección de
hábitos discriminatorios en las agrupaciones políticas subnacionales pues, como ya se ha demostrado, la
simple normativa parece ser insuficiente y palidece frente a las “trampas” que pueden suscitarse e
inclusive ser toleradas por el mismo sistema estatal.

2.1. La estructura interna de las organizaciones políticas subnacionales

La diferencia más resaltante entre los partidos políticos y las demás organizaciones políticas de corte
subnacional es, para nuestro estudio, la ausencia de democracia interna en las agrupaciones políticas
subnacionales. En el presente acápite, intentaremos proponer un alcance más amplio del hasta ahora
presentado; sobrepasando el terreno de la legitimidad cuya relación con la democracia ha sido tratada
anteriormente, encontramos puntos de encuentro entre la democracia y la constitución de una estructura
interna y, por ende, con el mismo proceso de selección de candidatos; esta relación también incide en los
grados de participación y el control del poder de las élites partidistas. Todo ello es relevante si aceptamos,
como ya dijimos, que las mujeres parecen tener un mejor desempeño en organizaciones políticas
estructuradas, en donde las reglas de juego político están debidamente enunciadas y los métodos de
ascenso regulados por dichas reglas. Para este acápite, utilizaremos el análisis realizado por Vergara sobre
las consecuencias de los requisitos diferenciados en la LPP y el de Freidenberg sobre selección de
candidatos y democracia interna.
El proceso de selección y la obtención de una candidatura es un recurso de poder elemental en una
agrupación política; la candidatura es una decisión legítima en tanto que comprometedora y vinculante
para todos los miembros de la organización. Los niveles de legitimidad de una candidatura pueden variar
de acuerdo a los niveles de participación y democracia interna (Freidenberg 2003: 9-10). El proceso de
selección de un candidato, que analizaremos en el siguiente acápite, se vincula directamente con la toma
de decisiones, la estructura de autoridad y el sistema político; si recordamos lo mencionado en el primer
capítulo sobre la concepción masculina del poder y la lógica de ganadores y perdedores, reconoceremos
entonces que un proceso de selección inclusivo y con normas apropiadamente establecidas, promoverá la
participación y las relaciones horizontales entre los miembros de la agrupación, a pesar de la jerarquía
interna que esta puede presentar. Un ambiente político con estas características es más atractivo para los
liderazgos femeninos pues “los candidatos potenciales pueden entender mejor el proceso de nominación y
responsabilizar los dirigentes por el cumplimiento de tales normas” (Htun 2002: 28).
Las agrupaciones políticas reconocen dos tipos de requisitos para sus potenciales candidatos, los
primeros son los regulados en la ley vigente de cada país (en el caso del Perú, la LPP) y los requisitos
propios de cada partido, estos últimos por lo general supeditados a los requisitos de la ley y al tipo de
relación sostenida entre las élites partidistas, los eventuales candidatos y los militantes. Así, en una
agrupación con niveles de inclusión más altos, esta se manifiesta a través de la realización de elecciones
internas; en contraste, la elección por un único líder, encargado de la elección de las candidaturas, revela
una estructura de autoridad menos participativa y más rígida, aunque subsista una competitividad entre los
candidatos para hacerse de la voluntad del líder. Además, la realización de elecciones internas constata la
existencia de competencia en los liderazgos y la disposición participativa de las élites (Freidenberg 2003:
15-16). Si seguimos con Vergara, que un objetivo de la LPP era la constitución de agrupaciones políticas
donde las cúpulas no puedan confiscar el partido a los militantes y donde se privilegie la transparencia
financiera, sería de esperarse, entonces, que la exigencia de democracia interna conformaría un pilar
central para todas las organizaciones políticas y el sistema político en general; sin embargo, estas
reformas no han abarcado la jurisdicción de todas las agrupaciones reconocidas en la LPP, sino que ha

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eximido de los requisitos de democracia interna y transparencia financiera a las organizaciones políticas
subnacionales (Movimientos regionales y organizaciones políticas de alcance local). Como producto de
dicha diferenciación, los candidatos de estas organizaciones no provienen de elecciones internas, ni han
tenido la necesidad de presentar reportes financieros (Freidenberg 2003: 24). Entonces, es factible
convenir en que bajo estas circunstancias no solo la legitimidad de los candidatos se convierte en materia
debatible, sino que cabe preguntarnos la legitimidad de los líderes quienes los eligen. Se vuelve, de esta
manera, conveniente la interpretación presentada en el capítulo primero sobre la legitimidad y la
obediencia, como homologables desde la concepción masculina de la política y el poder. Las mujeres se
encontrarían, así, frente a un campo que no sólo se les aparece como indispuesto hacia su participación,
sino que conciben la política como algo “sucio”, lo que menoscaba su confianza para enfrentarse a la vida
política (Shvedova 2002: 78).
Uno de los tópicos que llama nuestra atención en este trabajo es el liderazgo al interior de las
agrupaciones políticas subnacionales, quién lo ejerce, cuáles son sus atribuciones y cuál es la relación que
establece con los militantes y los candidatos. Sobre la primera interrogante creemos que la sentencia de
Freidenberg sobre las candidaturas presidenciales en el Perú bajo el régimen de la LOE es aplicable a la
actual situación de las presidencias regionales y alcaldías distritales en tanto que “es factible que una
persona independiente se presente como candidato pero para ello necesita «fundar» un grupo político que
lo apoye” (Freidenberg 2003: 19). A este tipo de organizaciones políticas se las conoce como
“agrupaciones ómnibus” y su existencia está supeditada a la obtención de un cargo o a la voluntad del
líder alrededor de quien se ha constituido. El choque de ideales que Vergara ha sustentado ha producido, a
nuestro parecer, un asentamiento de este último tipo de agrupaciones, con ello se ha privilegiado la
constitución de Movimientos Regionales y Organizaciones Políticas de alcance Local puesto que no sólo
son menos costosas sino que, por un lado, permiten la monopolización del poder; así lo prueban la
inmediatez entre la fundación de la agrupación y la nominación del fundador como candidato principal,
en realidad ese es el objetivo de muchas de dichas organizaciones, además dicho líder se encarga de
decidir los nombres y la posición de los demás candidatos en las listas. Por otro lado, “para los partidos es
muy difícil atraer y mantener en sus filas a líderes con arrastre local o regional, pues cuando uno o varios
de ellos pierden la elección interna, al día siguiente se convierte en candidato de un MR o una OPAL”
(Vergara 2007: 26).
La monopolización del poder es propia del manejo político masculino, impide el consenso y
personaliza el poder; ello configuraría un obstáculo al empoderamiento político de la mujer, en tanto
constituye una estructura ya de por sí adversa a las mujeres, pero que se encuentra exacerbada por las
disposiciones normativas incorrectamente articuladas de requisitos diferenciados y las metas estatales de
empoderamiento y participación de género. Es importante reconocer la forma mediante la cual se eligen
las candidaturas en la organización “a voluntad del líder/candidato principal”. Generalmente se hace
referencia a un conjunto de líderes o una cúpula de poder que controla las organizaciones subnacionales,
pero debido su carácter altamente clientelista nos inclinamos por un conjunto de “camarillas” dispuestos a
defender determinados intereses mediante una dinámica de influencias que lo acercan a un líder con
atribuciones casi ilimitadas dentro de la agrupación. Esto, unido a las exigencias pecuniarias descritas en
el capítulo anterior y reveladas por Yáñez, nuevamente revelan ante la mujeres la política como un “juego
sucio”, lo que se convierte en “elementos intimidatorios y disuasorios a la hora de calibrar sus
posibilidades de participación en la vida política” (Shvedova 2002: 79).
Además, es necesario decirlo, no negamos a las mujeres la capacidad de participar de la lógica de
influencias propia de estas agrupaciones, sino que aceptamos que dicha dinámica no favorece su
capacitación ni les brinda la experiencia política necesaria para mantenerse y ascender (empoderarse).
Con esto, “en un sistema basado en influencias es mucho menos probable que haya reglas claras e,
incluso, cuando estas existen también cabe la posibilidad que no se sigan… el disponer de reglas expresas
y predeterminadas ofrece a las mujeres la oportunidad de desarrollar estrategias para aprovecharlas. Por el
contrario, cuando no existen reglas escritas el diseño de una estrategia para acceder a los círculos más

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cerrados de poder se torna más difícil (Matland 2002: 116-117). Aquí se resalta la necesidad e
importancia de la democracia interna para la participación política de las mujeres en especial si se sigue
con Htun que “al fin de alcanzar posiciones de liderazgo, las mujeres deben ascender dentro de los
partidos, los cuales tienen la capacidad exclusiva de nominar a los y las candidatas a cargos públicos”
(2002: 27).
Estamos, ahora, debidamente preparados para responder a las interrogantes planteadas líneas arriba; el
liderazgo dentro de una organización política subnacional lo ejerce, por lo general, el propio candidato
principal que es, a la vez, decisor y divisor de la plancha que lo secundará en la campaña. Sus
atribuciones son casi ilimitadas, siempre que no contravengan los requisitos de la LPP, y la relación que
establece con los demás miembros de las élites de la agrupación es eminentemente de vínculo de
influencias de mutuo beneficio, con los demás militantes no sólo se relaciona como un líder sino que
dicho liderazgo tiende a observar rígidamente las estructuras que el mismo dictamina manteniéndose una
relación jerárquica que desmotiva los eventuales anhelos políticos de las mujeres en tanto preponderan,
para ellas, relaciones de poder más horizontal y conciliativo.
Para finalizar, convenimos que una
mayor participación de los ciudadanos en la vida interna del partido (en particular, en las elecciones
abiertas),… muchas veces acerca a éstos a la organización y genera una mayor racionalización y ordenación
de los procedimientos de la clase política, toda vez que limita su accionar a la voluntad del potencial
electorado. Además, se ha señalado que este tipo de método contribuye a atraer nuevos miembros a la
agrupación; ayuda a que el partido movilice (y se preocupe) por nuevos intereses sociales hasta el momento
no representados, aunque esto suponga alentar la adopción de estrategias electorales del tipo «catch all» y,
finalmente, mejore el nivel de legitimación de la organización ante la opinión pública (Freidenberg 2003:
32)

Este acápite ha intentado dilucidar la relación mantenida entre los líderes, los candidatos y los
militantes al interior de las organizaciones políticas subnacionales, y la manera cómo estas relaciones
afectan el empoderamiento de género a nivel subnacional. Algo que hemos encontrado en casi toda la
literatura consultada es un ánimo muy positivo hacia la participación de la mujer en la política y una
confianza plena en un aporte y enfoque diferente que la equidad de participación y representación política
de las mujeres puede aportar. Creemos, con Matland, que “las mujeres deben exhortar a los partidos
[agrupaciones] a establecer reglas claras para la selección de candidatos” (2002: 128). Además, ellas
deben organizarse tanto fuera como dentro de las organizaciones políticas, alrededor de intereses comunes
como la erradicación de la violencia sexual y familiar, salud reproductiva, etc.; de ahí que no admitamos
imposible la conjunción de mujeres alrededor de símbolos y relatos que las provean de poder simbólico
como grupo y faciliten la consumación de sus metas sobreponiéndose a los temores y resistencias. En el
siguiente subcapítulo evaluaremos el proceso de selección de candidatos con especial incidencia en los
obstáculos reales o ficticios que se presentan ante las mujeres en su carrera política. Si bien ya hemos
vislumbrado parte del proceso de selección, intentaremos ser más técnicos y precisos a la vez que
ampliamos el ámbito de participación a la autoselección y a la elección de los votantes.

2.2. Las organizaciones políticas subnacionales: un mundo de hombres

Ya hemos presentado, en el primer capítulo, algunos alcances de los obstáculos que las mujeres
tuvieron que sortear en el proceso electoral del 2006; en el presente acápite intentaremos presentarlos a
través de un análisis del proceso de selección de candidatos aplicado a dichas elecciones. Para ello
dividiremos el proceso en dos fases, una más individual relacionada la manera como las mujeres
enfrentan la división de roles de género, la percepción de la política como un espacio masculino y un
“juego sucio”, las imágenes de estereotipos y la disposición de del mismo sistema estatal; todo esto
configurará un primer momento al que ya hemos llamado anteriormente autoselección. El segundo

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subcapítulo abarcará varios momentos que ya han sido mencionados y que son vividos de manera común
por las mujeres bajo los mismos parámetros y obstáculos. Configurarán un acercamiento final a la actitud
de los partidos frente al empoderamiento femenino a través del proceso de nominación y elección.
Presentaremos, además, a manera de conclusión los beneficios esperados como consecuencia de la mayor
participación y empoderamiento femenino. Ante la falta de información exacta sobre el tema en el
fenómeno que intentamos desentrañar, cruzaremos información proveniente de varias fuentes. El
fenómeno será interpretado bajo la mirada de Gonzalo y el proceso bajo los análisis de Matland y
Shvedova. No pretendemos asentar nuestro estudio como conclusivo al tema, sino como un mero inicio
producto de la obviedad de algunos vínculos. Recomendaremos, entonces, la incursión en trabajos de
campo más detallados y especializados, esperando haber realizado un aporte importante para el inicio de
investigaciones de este corte.
Es necesario recordar al lector que la permanencia de mujeres en el fuero político está
imprescindiblemente relacionada a su empoderamiento, de la forma como lo hemos entendido en el
presente (ascenso); y que la consecución de liderazgos no es posible a través de la fundación de partidos
propios puesto que la concepción de legitimidad desde el feminismo lo impediría; sin embargo esto no
significaría mayor obstáculo para los hombres, puesto su concepción confrontacional e individualizada
del poder. La capacidad de competencia solo puede ser traducida en hechos en contextos democráticos de
ahí que subyace la importancia de la democracia interna para la equitativa competencia por el
empoderamiento/ascenso de mujeres. Además, esta democracia brinda legitimidad a los liderazgos
femeninos convirtiendo su postulación en vinculante para todos los partidarios y militantes; además el
valor simbólico al que ya hicimos referencia puede verse enarbolado al ser producto de un proceso
democrático en el que los planteamiento de uno y otro postulante fueron puestos en debate
indiferentemente del género de sus defensores. Sobre esto, Htun defiende que en Latinoamérica las
reformas introducidas guiadas hacia la transparencia y a la apertura de procesos de selección de aspirantes
pueden converger en mayores oportunidades para el ascenso de las mujeres a lo liderazgos (2002: 30). Se
vuelve, entonces, necesario y deseable que dichos procesos se abran para todos los niveles de gobierno
pues es un buen ejercicio democrático y una forma de capacitación y educación de mujeres con interés en
el fuero político. Es necesario mencionar que la implementación de dicho sistema tampoco parece
suficiente y se debe velar por la competencia justa y equitativa; ello corresponde con las disposiciones
internas de cada partido y sus élites; sin mencionar la disposición de los militantes. Además la
capacitación es un punto clave en la formación de lideresas y cada organización debe atender dicho
proceso de tal forma que constituya planteamientos acordes con la ideología y plataforma de la
agrupación sin perder de vista la construcción de un criterio propio que debe tener presente el tema de
género como central en la agenda de sus futuras lideresas. Cada uno de los procesos que tocaremos a
continuación representan la superación de una barrera que van desde el incremento del propio autoestima
de la postulante hasta el miedo al espacio público y la política. De ahí que son preponderantes a nivel no
solo social sino personal. Es conveniente señalar que, como ya se ha dicho antes, el nivel comunitario y
distrital son decisivos para las mujeres en tanto que se vinculan directamente con las familias y sus
principales intereses.

2.2.1 Los obstáculos individuales para el ascenso de las mujeres

El proceso de autoselección, según Matland, es “el primer paso [que] consiste en que la persona decida
que quiere presentar su candidatura para el puesto. En general, se consideran que son dos los factores que
influyen en este sentido: su ambición personal y las oportunidades para presentarse” (2002: 112). Esta
primera elección que la mujer tiene que hacer configura un proceso complicado en tanto que debe vencer
miedos y tabúes recurrentes en la imagen que ella construye de sí misma como individuo y,
específicamente, como mujer. Su ambición puede llegar a verse limitada, por un lado, si su identidad se
encuentra muy enraizada a determinados roles que limitan su acción en el espacio público o, por otro, si

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la imagen que tiene de sí misma carece del valor suficiente para participar en dicho espacio, esto es la
autoestima que, como ya hemos mencionado, juego un rol preponderante en el empoderamiento/ascenso,
central en nuestro estudio. Esta variable, obviamente depende de factores sociales pero la vivencia que
cada individuo tiene de la misma es particular y personal por lo que asentimos el calificativo de
individual. La ambición, además, es particularmente relevante, si entendemos que es el motor de su deseo
al ascenso, la adquisición de mayores responsabilidades, autoridad y notoriedad, depende de una
motivación y compromiso personal con ella misma, sus ideas y planteamientos. La segunda variable, las
oportunidades para presentarse, abarca rasgos más comunes a todas las mujeres, pero no por ello dejan de
ser evaluadas de diferente manera por cada mujer; se caracteriza como “la valoración que la mujer haga
de sus posibilidades y por lo tanto de su disposición a presentarse como candidata, se verán influenciadas
por factores como las oportunidades de hacerlo, cuan favorable se muestra el ambiente político a su
candidatura y una estimación de los recursos que pueda generar para apoyar su campaña si decide
hacerlo” (Matland 2002: 112). Agregamos a estos últimos, algunos alcances expuestos por Shvedova:
obstáculos producidos por la división de roles de género y patrones culturales, la imagen que las
potenciales candidatas perciben de la política y la manera como las mujeres son retratadas en los medios
de comunicación (2002: 76).Todos los obstáculos expuestos convergen en el hecho que se basan en
percepciones, en constructos psicológicos e ideológicos; esto no impiden que guarden cierta proporción
de verdad, por el contrario revitaliza la importancia del empoderamiento simbólico explicado líneas
arriba.
Para los objetivos de la presente investigación, analizaremos someramente cada uno de estos
obstáculos pero repararemos con mayor vehemencia en la percepción de la política y la percepción de la
disposición del ambiente político para las candidaturas femeninas. Primero, los roles tradicionales de
género designan funciones a los individuos en la sociedad basándose en una diferencia biológica, se ha
encontrado en todo el mundo concepciones de un “lugar de la mujer” en la sociedad, este tiende a estar
estrechamente ligado a su rol de madre y esposa, exigiéndole en ocasiones al subordinación de todos sus
derechos de participación política; el desprestigio propio de la condición de mujer exige a las líderes
femeninas que su discurso y modo sean asexuados. Esto es, una paulatina masculinización de la lideresa
en caso de que esta desee mantenerse o ascender en el fuero político (Shvedova 2002: 76-77). De ahí que
las dificultades para la autoselección se encuentren en la incomodidad de las mujeres ante el espacio
público, una apremiante exigencia para abandonar su femineidad, aquel horizonte desde donde conciben
al mundo. Al verse sugestionadas por una exigencia de este tipo devienen sentimientos de culpabilidad
que son, en última instancia, sentimientos de culpa por ser mujeres (Shvedova 2002: 77). No es de
extrañar, entonces, que una gran cantidad de dirigentes de bases y lideresas comunales con buen caudal
electoral y gran capacidad de movilización no hayan postulado para cargos de mayor jerarquía pues
resisten, justamente, el abandono de su femineidad, o, por el contrario, el ascenso las obligue a una
paulatina masculinización, imitando el esquema de poder masculino que, en nuestro país, ha ganado
notoriedad en su accionar parlamentario.
Segundo, la falta de autoconfianza y la baja autoestima obstaculizan su empoderamiento en tanto que
la autoselección para una eventual postulación solo es posible con confianza y determinación con las que
puedan llegar a niveles políticos de mayor jerarquía (Shvedova 2002: 77). Normativas, como la cuota de
género, pueden generar la expectativa suficiente para incrementar considerablemente la participación
femenina; sin embargo el que esto se traduzca en ascenso depende de la confianza que las mujeres puedan
tener en sus propios liderazgos y su acción en el fuero público; para un contexto como el de las
elecciones del 2006 es importante reconocer la falta de apoyo de la familia y el miedo a la política (ONPE
2008: 47). Esto nos lleva al tercer obstáculo, uno de los que trataremos de desentrañar con mayor avidez,
la percepción de la política como algo “sucio”. Creemos que este obstáculo tiene un doble carácter y
revela, a la vez una percepción ambivalente de de la posición de un individuo como mujer ante el fuero
político. Por un lado, es una idea generalizada la de los ciudadanos que miran con desconfianza y recelo a
la política y los políticos en general, lamentablemente es una constatación de la realidad de varios países y
en particular del Perú (Shvedova 2002: 78). Por otro, la corrupción mancha el aparato político que tiende

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a ser mejor tolerado por los hombres que, aunque discrepen de dichos actos, esto no los retrae de una
eventual participación política; en cambio, “en el caso de las mujeres funcionan como elementos
intimidatorios y disuasorios a la hora de calibrar sus posibilidades de participación en la vida política,
todo lo cual incide negativamente en sus posibilidades de participación política o en su decisión de
presentarse como candidatas para ocupar cargos institucionales” (Shvedova 2002: 79). Sobre la posición
de la mujer ante la política podemos mencionar que, si bien es ampliamente compartida la percepción de
la política como “un juego sucio”, puede bifurcarse en un incremento de la participación y el
empoderamiento femenino, como también puede configurar un elemento disuasorio por el temor a
“mancharse” o “ensuciarse”. Por ello, para el caso peruano, Yáñez señala que las mujeres “manifestaron
cansancio y frustración frente al ancestral ejercicio del poder masculino, sintiendo que ellas constituían
una reserva política y que el país requería su concurso y participación activa” (2001: 31). En contraste, la
participación femenina aún se encuentra bastante lejos de alcanzar una plena equidad. Ambos fenómenos
han ocurrido al mismo tiempo y no hay razones para pensar que son mutuamente excluyentes, por el
contrario, sostenemos que las mujeres que se decidieron a participar se auto concibieron como
reivindicadoras o reformadoras, es decir cuestionaron la construcción masculina de la política para
hacerla más accesible a otras mujeres y despejar los estigmas del espacio público compartidos por casi
toda la población. Por otro lado, aquellas mujeres con deseo de participar y que no decidieron hacerlo en
ninguna instancia pueden haberse visto influenciadas por cierta aversión al aparato político masculino.
Cuarto, el papel de los medios de comunicación también es relevante pues presentan ante la sociedad
un esquema del rol de las mujeres e inclusive “pueden ser utilizados para perpetuar prejuicios y visiones
parcializadas de género, promoviendo el estereotipo sobre el “lugar de la mujer” y apoyando con ello a
gobiernos y sociedades conservadoras que culpan a la mujer de los fracasos en la política familiar y del
deterioro social en aspectos como el divorcio y la delincuencia juvenil” (Shvedova 2002: 80). La
interiorización de estos discursos por parte de las mujeres es perjudicial ante la tentativa de postularse
para un cargo; además “los medios de comunicación tienden a minimizar la cobertura sobre eventos y
organizaciones de interés para mujeres. En términos generales los medios, incluyendo también a las
publicaciones para mujeres, no informan de manera adecuada al público sobre los derechos y funciones
de la mujer en la sociedad, ni tampoco manifiestan su desacuerdo respecto a la falta o escasez de medidas
gubernamentales para mejorar la posición de ésta” (Shvedova 2002: 80). La interiorización de los
discursos presentados e los medios de comunicación pueden proponer para las mujeres un rango limitado
de funciones en la sociedad excluyéndolas del ámbito público y el empoderamiento político.
Por último, la percepción de sus posibilidades de salir elegidas depende factores multidimensionales.
Uno de ellos es la disposición del sistema político que puede favorecer o no la nominación de mujeres, el
predominio del poder político masculino, la falta de respaldo logístico y económico del partido, la
ausencia de un sistema desarrollado de educación y capacitación, y la naturaleza del sistema electoral
(Shvedova 2002: 66). El predominio de un modelo masculino no solo se hace presente en la lógica
confrontacional del sistema sino que imita también el patrón de trabajo masculino que convierte a la
eventual elección para un cargo en una carga doble para las mujeres (Shvedova 2002: 68). Los partidos se
muestran reacios a apoyar las candidaturas femeninas prueba de ello es su desinterés para capacitarlas o
los escasos recursos que destinan a la formación de grupos de mujeres al interior del partido y al apoyo de
candidaturas femeninas tanto en la planeación como en la campaña misma (Shvedova 2002: 68-71). Estos
factores se dejan translucir a través del aparto partidista o la dirección en el manejo de las distintas
agrupaciones políticas. Frente a un discurso que las invita a la participación pero, al mismo tiempo,
obstaculiza su empoderamiento e iniciativa es de esperarse que las mujeres se mantengan alejadas del
fuero político inclusive antes de haber participado de él, esto es no llegan a autoseleccionarse para una
candidatura. En el siguiente acápite veremos un acercamiento más profundo a los obstáculos
institucionales de los que ya perfilamos cierta información.

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2.2.2 Los obstáculos institucionales para el ascenso de las mujeres.

En el anterior acápite hemos descrito una de las tres fases del proceso de selección de candidatos: la
autoselección. A continuación presentaremos las dos fases finales del proceso: la nominación y la
elección. Para ello, y en contraste con la descripción expuesta líneas arriba, estos procesos serán
estudiados desde su enfoque institucional; por lo tanto, son obstáculos descritos de acuerdo al orden en el
que aparecen, la forma en la que aparecen y sus consecuencias en la candidatura y la elegibilidad de la
candidata más que en la candidata misma. El primer paso, después de haber tomado la decisión de
participar del fuero político, es ser seleccionada por el partido. Los procesos de nominación de candidatos
están bajo la jurisdicción de las agrupaciones políticas y los métodos de elección interna suelen variar de
acuerdo al país, el grado de participación ciudadana y el grado de centralización o descentralización del
poder. (Matland 2002: 112-113). En el caso peruano existe una diferencia notoria entre los métodos de
elección interna de los partidos políticos nacionales y las agrupaciones políticas subnacionales (OPAL y
MR), y esto tendrá consecuencias importantes en el empoderamiento de mujeres a nivel subnacional.
Comúnmente se acepta que los procesos de selección se mueven entre los extremos de permitir la
participación general de todos los ciudadanos bajo ninguno o muy escasos requisitos, y el extremo
opuesto de delegar la selección de candidatos a un líder, líderes o comité nacional (Matland 2002: 113).
El caso estudiado empieza a tomar una forma más coherente ahora que podemos afirmar que, en las
elecciones regionales, municipales y distritales del 2006, mientras las organizaciones políticas nacionales
o partidos políticos estuvieron obligados a implementar métodos de democracia interna en la elección de
sus candidatos por las disposiciones de la LPP, las organizaciones políticas subnacionales reconocidas por
la LPP (OPAL y MR) facultaron a un líder o grupo de líderes, por lo general el o los fundadores, para
designar las candidaturas; es decir mientras los partidos políticos debían utilizar métodos más
participativos, los Movimientos Regionales y Organizaciones Políticas de Alcance Local mantuvieron
una dinámica interna que no cumple con los mínimos requisitos ni de la representatividad ni de la
participación política, pues a falta de una estructura clara y de métodos explícitos de elección de
candidatos tanto los representantes, como los candidatos e inclusive los líderes carecen de legitimidad.
Nos preguntamos, entonces, cuál es el criterio de elección que se maneja a falta de un adecuado
mecanismo de participación y representación al interior de dichas organizaciones. Sostendremos,
entonces, la postura de que el sistema de elección de dichas organizaciones se basa en “las relaciones e
influencias dentro del aparato del partido… [que contrasta con] los sistemas burocráticos basados en
reglas y criterios establecidos previamente”(Matland 2002: 116). Con reglas y normas debidamente
establecidas es posible reconocer una autoridad basada en principios de índole legal, en cambio, en un
sistema basado en influencias es poco probable que existan parámetros claramente definidos e inclusive si
existieran es menos probable que las cumplan (Matland 2002: 116).
A este sistema de influencias hay que adjuntarle algunos factores claves que los líderes de
organizaciones políticas tiene en alta estima al momento de elegir a sus candidatos, tales como el caudal
electoral del candidato, la relación cronológica del candidato con el movimiento o sus líderes y su vínculo
con la comunidad. Los criterios señalados (…) pueden perjudicar a las mujeres desde el momento en que
tanto las ejecutivas de partido como los líderes de la comunidad son varones en cifra desproporcionada”
(Matland 2002: 116). El mismo autor señala que la etapa de elección de candidatos, en caso de que estos
sean designados por los líderes, es central para la obtención del cargo. Para las elecciones subnacionales
del 2006, sostenemos que estos factores y en especial la ausencia de democracia interna, fueron los
causantes de que
“menos del 10% de las candidaturas para presidente vicepresidente o alcalde fueron ocupadas por mujeres:
estas sólo participaron en el 8.3% de de las listas para presidente regional (18 candidatas); en el 7.7 % de
las listas para alcaldes provinciales (126 mujeres); y en el 5.7 % para alcaldesas distritales (631 mujeres).
La escasa participación femenina como candidatas a los puestos más importantes de la representación
subnacional reduce las posibilidades de las mujeres a ser elegidas en tales cargos, como se ha visto en el

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último proceso electoral en el cual no se eligió a ninguna presidenta regional y a muy pocas alcaldesas”
(ONPE 2008: 31).

Así, seguimos con Matland que “unas reglas y procedimientos explícitos de nominación pueden
permitir que las mujeres identifiquen los marcos claves de decisión en torno a los cuales pueden
movilizarse para presionar en pro de sus reivindicaciones de representación” (Matland 2002: 117) ya que
incluso antes de que existiera el sistema de cuotas, estas reglas explícitas permitían a las mujeres la
movilización por sus demandas. De ahí la importancia de contar con grupos organizados de mujeres al
interior de las organizaciones políticas pues se han notificado casos en los que dichos grupos
demandaban, primero, una representación justa ante los comités internos.

La tercera, y última etapa de elección de candidatos es la elección misma por parte de los votantes. Si
bien para el caso de las elecciones subnacionales peruanas del 2006 las listas de regidores no permiten el
voto preferencial, es pertinente señalar que se ha encontrado en otros ámbitos, como el parlamentario, que
las candidatas tienden a subir más que los candidatos en las listas gracias a dicho sistema además que
“existe una considerable evidencia que las candidatas tienen tanto éxito como sus homólogos masculinos
a la hora de hacer frente a unas elecciones” (Matland 2002: 119). Existe además cierta tendencia a votar
más por las listas que por los candidatos, “sin embargo, y debido a que los aparatos jurídicos están
convenidos de que el individuo cuenta, los partidos continuarán escogiendo cuidadosamente a los
candidatos que ellos consideren que fortalecerán sus posibilidades de triunfo electoral” (Matland 2002:
118). Más rigurosa, aún, será la elección para los cargos de mayor jerarquía, esto a pesar de la disposición
de los votantes a elegir una mujer para los cargos de mayor notoriedad. En última instancia, el mayor
obstáculo lo configuran los mismos partidos políticos con su renuencia a postular mujeres y el escaso
apoyo financiero hacia las candidaturas femeninas. El proceso mismo de elección parece ser bastante
favorable o equitativo ante las candidaturas de mujeres, lo que nos permite aseverar que “los factores
clave residen en convencer a las mujeres de postularse y convencer a los partidos que las seleccionen
como candidatas” (Matland 2002: 120).

Finalizaremos este acápite señalando que la lógica de influencias revelada por Matland es fácilmente
equiparable, para el contexto peruano, a una lógica de “camarillas” esencialmente masculina; pues,
pensamos, no sólo se trata de un manejo de influencias, por un lado injusto, pero, por otro, completamente
legal; sino que este sistema también permite explicar fenómenos develados por Yáñez como las
exigencias pecuniarias a las candidatas por un puesto en la lista y la inmediatez entre la fundación del
movimiento y la nominación explícita de su fundadores. El primer fenómeno no solo se torna injusto sino
de dudoso calificativo legal o ético, el segundo revela la mantención de esquemas fijos de liderazgo en las
organizaciones políticas subnacionales que, además de obstaculizar la eventual candidatura y elección de
mujeres, debilita el sistema partidario al construir organizaciones personalistas y extremadamente
dependientes, lo que permite a los líderes ejercer un control total y construir una legitimidad basada en la
capacidad de obediencia de los militantes, legitimidad concebida desde lo masculino. Agregar, además,
que dicha lógica favorece la aparición de líderes con tendencias dictatoriales y la asimilación de dicho
esquema en otras instituciones lo que dificulta a participación y perpetúa la exclusión ciudadana de los
esquemas de poder. Frente a dicho contexto las mujeres mostrarán dificultades para desempeñarse y
ascender pues no reconocen espacios legítimos de participación, ni métodos para hacerlo y mucho menos
una inclinación favorable del movimiento o sus líderes para su empoderamiento. De esa manera, su
capacidad de competencia interna en cuanto a recursos es nula pues, a pesar de contar con las habilidades
y/o educación (capacitación) políticas para una elección interna, los recursos para hacerlo son escasos o
ausentes en tanto no cuentan con espacios de decisión interna claramente definidos. Esto vinculará casi
todos los factores expuestos en el subcapítulo pues incide en la manera como la política es concebida
como un “juego sucio”, la capacidad de las mujeres para criticar el esquema de dominación masculino y
diferenciación de roles de género, la manera como las mujeres perciben la disposición del sistema político
y las organizaciones políticas en general, etc. A continuación detallaremos, en el siguiente subcapítulo la

28
manera como estos esquemas fueron aplicados en las elecciones subnacionales del 2006 con datos
concretos y su incidencia en la elección de mujeres.

2.3. Las elecciones subnacionales del 2006: normas sin ideales

En el presente subcapítulo presentaremos una descripción y análisis conclusivo del problema;


intentaremos configurar una entrada directa y final al fenómeno de estudio que articule todos los
subcapítulos y concluya la investigación. Para ello, describiremos el retroceso ya mencionado en el
empoderamiento de mujeres en las elecciones del 2006 con la perspectiva descrita en los anteriores
subcapítulos; también definiremos cuales fueron las consecuencias de dicho proceso electoral en el
empoderamiento y la capacidad de competencia interna de las mujeres en las organizaciones políticas
subnacionales; por último, describiremos la dinámica interna de dichas agrupaciones en base a los
parámetros ya previamente definidos de las relaciones de influencias y la dinámica de “camarillas” al
interior de las organizaciones políticas subnacionales, ha falta de una estructura reglamentada de
participación. Normas como la de cuotas de género evidentemente promueven la participación, pero
difícilmente, sin las correctas especificaciones, puede mejorar la calidad de la representación y aún menos
promover el ascenso y la competencia justa por la nominación de los partidos. De ahí que un trabajo
como el presente sea importante para develar los factores que obstaculizan el empoderamiento de grupos
históricamente discriminados como es el caso de las mujeres. Quisiéramos adherir en este acápite, a
manera de conclusión y cierre, el aporte potencial que la participación y el ascenso de mujeres en la
política puede hacer al espacio público en tanto los sistemas estatales se vuelva mas eficaces, estos tengan
maneras más efectivas de auto regularse y el manejo interno de las organizaciones políticas se vuelva más
transparente.

Ante esto, no desvariamos al proponer alguna especie de utopía feminista, sino que, ante la
persistencia del género como construcción social, intentamos identificar en este cierto potencial a ser
aprovechado en beneficio de la política y el espacio público. Es innegable, así, la perspectiva ética
diferente que poseen los hombres de las mujeres, el espectro de valores desemejante entre hombres y
mujeres y la jerarquía de intereses para cada grupo. No se trata de beneficiar un grupo sobre otro sino de
subsanar las injusticias que mantiene a las mujeres indiferente o temerosa ante la política y el espacio
público. Si las cuotas son el mecanismo para garantizar un porcentaje de participación mínima, es
necesaria también la implementación de mecanismos que favorezcan el ascenso en tanto que “la
representación (…) ha sido propuesta como la técnica que permite establecer un gobierno que emana del
pueblo en los grandes estados, compuesto por poblaciones numerosas y diversas” (ONPE 2008: 10). Para
los intereses de esta investigación, seguimos con Manin que no existe representación sin elección; e
inclusive si seguimos con León que inclusión es “el derecho de Participar en la política, lo que significa
que se cuente con el derecho a elegir y ser elegida” (ONPE 2008: 11), el problema estudiado partiría de la
misma participación pues se han desentrañado modelos que limitan los espacios de participación de la
mujer.

La normas sin ideales es el apelativo que conjuramos para la normativa de género expuesta en la LPP
ya que parece haber sido redactada únicamente para apaciguar los reclamos de los grupos feministas o
seguir la tendencia de los demás países latinoamericanos. Su ejecución y aplicación estará entonces en
manos de instituciones y grupos sin un real ni sincero compromiso son la construcción de una sociedad
justa y equitativa para hombres y mujeres. Un país o una nación realmente inclusiva e igualitaria se
construye en base a ideales, mal que bien estos guían la línea ideológica de un sistema político; además
compromete en tanto vincula a todos los actores y niveles del estado. No es una utopía pues sus ideales
son realizables y no tienen la intención de ser definitivos, por el contrario se construyen y reconstruyen en
el camino e acuerdo a las necesidades de los tiempos y contextos diversos.

29
A continuación describiremos el empoderamiento femenino en las elecciones subnacionales del 2006,
mucha de la información presentada podrá parecer repetitiva pues el objetivo de este subcapítulo es dejar
cimentada nuestra postura con argumentos más concretos ya análisis más específicos del contexto
estudiado. El esquema argumentativo entonces será, a diferencia de los subcapítulos anteriores; primero la
presentación, descripción y evaluación de un caso concreto del fenómeno investigado y segundo, el
análisis y explicación del mismo con la información teórica recabada.

2.3.1 Las mujeres en las elecciones subnacionales del 2006.

Para revelar tanto la importancia de la democracia interna como la descuidada legislación de la


normativa de cuotas de género y la LPP, analizaremos el empoderamiento desde la cuota de género y sus
“vacíos”. Se han visto, en las tres últimas elecciones subnacionales, los beneficios del sistema de cuotas
para la elección de mujeres en los consejos distritales, provinciales y regionales, sin embargo dichos
avances no han sido traducidos a los puestos de mayor jerarquía. Esto sería fácilmente explicable en
países con noveles sistemas de cuotas, pero, para el contexto peruano, es difícil discernir el por qué de la
estatidad en la cantidad no solo de las elegidas sino también de las candidatas a puestos de mayor
jerarquía, esto a pesar de la masiva participación femenina que congregó la inauguración de la cuota de
género (Yánez 2001: 31). Inclusive se registró una disminución considerable en el número de elegidas
para las presidencias regionales (pasó de 3 presidentas, en el 2002, a ninguna para el 2006). Caemos por
ello, en consideración de la entonces reciente LPP inaugurada en el 2006 y discernimos, además, una
diferencia clara entre ambos procesos electorales; es que en el 2002 el electorado se inclinó
considerablemente a votar por partidos políticos nacionales, mientras que en las elecciones subnacionales
del 2006 los grandes ganadores fueron los Movimientos regionales y las Organizaciones políticas de
Alcance Local (Vergara 2007: 11). Nos centramos, entonces, en aquello que es diferente entre ambas
agrupaciones además del distrito electoral en el que participan. Constamos que los MR y OPAL, de
acuerdo a la LPP no requiere de sistemas de elección de candidatos debidamente estructurados, sino que
continúan con la misma lógica líder centrista quela ley intentaba socavar (Vergara 2007: 23). Si a ello, se
adhiere la lógica repetidamente sustentada a lo largo de todo el trabajo según la cual las mujeres parecen
tener mayor capacidad de competencia, ascenso y participación en organizaciones políticas con sistemas
definidos y explícitos de elección de candidatos, es de esperarse entonces que ante un contexto
desfavorable para la participación de organismos con estas características, es decir los partidos políticos,
el número de mujeres en las candidaturas de mayor rango o notoriedad, y sus posibilidades de salir
elegidas también disminuyan; y, de hecho, así lo hicieron.

Un patrón de conducta similar se cumplió en el caso de las alcaldías distritales y provinciales en donde
número de mujeres elegidas se mantuvo en el rango esperado pero con cercanía a los limites inferiores.
Nuevamente, las posibilidades de las mujeres de salir elegidas como candidatas principales o de voto
directo en las organizaciones subnacionales son menores en tanto no existen reglas ni parámetros
explícitos para la selección de candidatos. Una mención aparte merecen algunas particularidades positivas
de la cuota de género tal como se presenta en la LPP; se incluyó la cuota de género en las listas de
candidatos a cargos de dirección del partido y a los cargos de elección popular, esta norma fortalece el
principio de inclusión de las mujeres desde la lógica interna de los partidos y hacia cargos de distinta
jerarquía. Sin embargo esta adecuada previsión del fenómeno aquí expuesto se muestra insuficiente al
aplicarse exclusivamente a las organizaciones políticas de alcance nacional. Si a esto, se le suma la falta
del criterio de alternancia que perpetúa el aislamiento de mujeres a los últimos puestos de las listas y la
ausencia de una cuota de género e las alcaldía provinciales y distritales, encontraremos que son más los
obstáculos que las facilidades para el empoderamiento legítimo de las mujeres, aquel que no les exija
abandonar su femineidad para la consumación de sus planes y agendas como lideresas e individuos.

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Para terminar este acápite, mencionaremos que en estas elecciones persistieron problemas al aplicar las
cuotas en las listas, y se mantuvo un criterio jerarquizador del derecho a la participación por sobre la
cuota de género (MINDES 2010). Esto, a nuestro parecer responde a dos factores; primero, la ausencia
del compromiso que mencionamos al iniciar nuestro trabajo como necesario en la aplicación de políticas
públicas en favor de la mujer, y segundo, la indisposición de los lideres de las organizaciones políticas
para ceder poder en favor de sus lideresas y correligionarias. Es la resistencia del modelo vertical y
masculino del poder ante el cambio demandado.

2.3.2 Capacidad de competencia interna de las mujeres para las elecciones


subnacionales del 2006

Sobre la capacidad de competencia interna basta con mirar las cifras ya presentadas y
contrastarlas con las aptitudes que las mujeres en general han demostrado para enfrentar obstáculos
presentes en el sistema estatal. Frente a su locación relegada en las listas parlamentarias, son las que
mayor capacidad de ascenso tienen; frente a la idea ampliamente compartida de una ciudadanía adversa a
sus candidaturas, las encuestas refieren que son preferidas por el electorados para manejar varios aspectos
del poder que eventualmente podrían contraer. Sin embargo no parecen haber podido combatir contra los
obstáculos solapados por la propia legislación, y es que la capacidad de coacción de toda la estructura
política de los movimientos políticos subnacionales es relativamente fácil de manipular en especial si se
acepta que el o los líderes legitiman su poder con la obediencia, imitando esquema de poder verticales y
propios de la masculinidad.

De esa manera las mujeres no son oficialmente expulsadas de la arena política pero si pueden ser
relegadas a determinados cargos tenidos a menos por los lideres partidistas u organizacionales. Una vez
más, no existe una verdadera dinámica que permita el despliegue de las aptitudes de las mujeres en la
competencia por las candidaturas, prueba suficiente de ello debería ser que la justificación de un menor
caudal electoral para mujeres en cargos de mayor jerarquía queda refutada al momento en que demuestran
tener tanto éxito como sus homólogos masculinos (Matland 2002: 119).

La asimilación de las mujeres a la lógica de influencias de los movimientos subnacionales significaría,


en primera instancia, una masculinización de su propio individuo y rápidamente imitarían el mismo
modelo por considerarlo de mayor “prestigio” o más solvente para su participación; sin embargo eso no es
lo ideal pues caería en contradicción con el empoderamiento entendido como un ascenso colectivo y
simbólico de mujeres, como lo hemos hecho en nuestro trabajo. La individualización del poder caería
rápidamente en la verticalidad, la jerarquía y en la pérdida paulatina de su identidad. Hoy en día, aún “se
deviene mujer, no se nace mujer”; pero la mujer de hoy en día conoce lo inalienable de sus derechos, es
consiente de su libertad y debería mirar al futuro como una gran serie de opciones abiertas y en espera de
ser exploradas pero mientras esquemas adversos se mantengan y en cierta medida solapados bajo
jerarquía de legislaciones evaluará con desconfianza el sistema político. Ahora más que nunca las mujeres
están menos dispuestas a dejar su femineidad en nombre de un lugar en el mundo de los hombres; esto es
porque han conocido el prestigio históricamente negado a la femineidad, el de la madre, el de la esposa, el
prestigio de ser mujer.

2.3.3 La dinámica interna entre actores en las organizaciones políticas subnacionales en las
elecciones regionales, provinciales y distritales del 2006.

Afirmamos, para concluir, que la inclinación de los votantes por uno u otro tipo de organización no
debería haber afectado el proceso de empoderamiento de mujeres comenzado en el Perú desde el derecho
al voto. En ese sentido, nuestro trabajo es cercano al de Vergara pues hubo una colisión de legislaciones;
y un dictamen cuestionable que pone en jerarquía dos normas que deberían, por la naturaleza de las

31
mismas, articularse conjuntamente. La dinámica interna que se maneja es bastante simple, a pesar de ello,
la cultura política de los partidarios beneficia el empoderamiento a gran escala de un líder o de un grupo
de “camarilas” en donde los procesos de corrupción son fáciles de difuminar. Por ello Yánez encontrará
candidatas con buenas posibilidades de salir elegidas relegadas o expulsadas de las listas al no poder
cumplir con las exigencias pecuniarias, esto en las elecciones del 2002; para el 2006 la defensoría del
pueblo encontró las mismas resistencias y es que esto afecta a las mujeres de manera muy sensible en
especial por la brecha salarial entre sexos.

Esta misma dinámica interna es, más bien, estática pues su enorme grado de dependencia con el líder o
los líderes le permiten a estos acumular un poder por el cual de él o ellos dependen en última instancia
todas las decisiones del partido, este, por supuesto, intentará mantener dicho esquema pues le resulta del
todo beneficioso. Este grado de personalización también condena al movimiento a su eventual
desaparición pues gran parte de estos partidos son creados únicamente con fines electorales; así lo permite
la ausencia de otros requisitos como transparencia financiera, etc. Este esquema intimida y disuade a las
mujeres de una activa participación, lo que explica su estaticidad en el número de candidaturas lo que
también, sostenemos, mantuvo fijo entre los parámetros esperados el número el mujeres elegidas pues la
relación entre el número de candidatas y la posibilidad de que una mujer ocupe el cargo es directamente
proporcional. Como prueba de nuestra investigación proponemos que el 54 % de mujeres participó
como candidatas en el ámbito regional por movimientos regionales y el 46 % por partidos políticos;
justamente en estas elecciones, el número de presidentas se redujo e un 100% y el numero de
vicepresidentas se mantuvo en 3 de las cuales 2 pertenecían a partidos políticos y 1 a un movimiento
regional (ONPE 2008: 44-45). Para terminar dejaremos una interrogante a ser respondida a criterio del
lector. De las actuales 45 alcaldesas distritales, 13 son producto de una reelección, cuál será su capacidad
para empoderarse y llevar sus lineamientos y plataforma política a un ámbito de mayor notoriedad y
prestigio. Puede alguna de ellas como mujer ganar prestigio al interior de sus organizaciones; qué mensaje
enviamos a las futuras mujeres al negarle a sus madres o hermanas la exploración extensiva de sus
capacidades.

32
Conclusiones
Las Mujeres, en tanto grupo históricamente discriminado, enfrentan todavía barreras para su
participación y empoderamiento en el espacio público; las normatividades promulgadas e implementadas
para combatir dicha discriminación han demostrado ser insuficientes por sí mismas y requieren el
compromiso del Estado y la ciudadanía en conjunto. Las políticas públicas en favor de la mujer, entonces,
sobrepasan el campo de la ayuda social o el combate contra la pobreza, para abarcar espacios más
extendidos como la participación femenina en la política y el aseguramiento de su defensa en contra de las
barreras del sistema masculino de poder. Partimos, por ello, de la pregunta sobre las barreras inexplícitas
para el ascenso femenino en las organizaciones políticas subnacionales a la luz de la entonces reciente
Ley de Partidos Políticos.

Nuestra investigación ha intentado demostrar que las disposiciones de la Ley de Partidos Políticos
promulgada en 2003 e implementadas para el proceso electoral subnacional del 2006 incidieron
negativamente en la capacidad de competencia interna de las mujeres al interior de las organizaciones
políticas subnacionales, impidiendo su ascenso y tentativa a postular a cargos de mayor jerarquía. Esto se
debió, principalmente, a la falta de mecanismos de democracia interna que legitimaran dicho ascenso y
que contravengan la lógica de influencias, el monopolio del poder, la arbitrariedad y discriminación de
género con la que se eligen a los candidatos. Hemos encontrado, además, comportamientos comunes a
varios sistemas electorales, siendo el caso del Perú el de más interés para nuestra investigación; la
jerarquización que el JNE propuso entre el derecho a la participación y la normativa de cuota de género es
una evidencia de las barreras para el empoderamiento femenino respaldadas por el aparato estatal.

Se han reportado, también, comportamientos comunes a varias agrupaciones políticas con respecto a la
participación femenina; la utilización de las mujeres como caudal electoral, como “relleno” en las listas y
su aislamiento a los últimos lugares entre los candidatos, son patrones de comportamiento compartido en,
al menos, las tres últimas elecciones subnacionales. Este patrón se presenta, con más detalle, bajo el
régimen de cuotas de género en donde varias agrupaciones encuentran maneras de esquivar dichos
requerimientos sin que esto los limite en lo absoluto pues no existen castigos por incumplimiento de
cuotas de género, además estas agrupaciones no corren riesgo de desprestigiarse pues la denuncia de
grupos o movimientos de mujeres no recibe la debida atención, ni es palpable un real y sincero
compromiso estatal o ciudadano con las metas de la equidad de género.

La participación femenina parece mantenerse en números estables, pero no por ello equitativos, para
los cargos de mayor jerarquía como las alcaldías distritales y provinciales; se evidenció, además, un
retroceso en el número de mujeres en las presidencias regionales entre el período 2002 y 2006; partimos
de este fenómeno para afirmar que los requisitos diferenciados de la LPP facilitaron dicha reducción pues
pusieron a disposición de las agrupaciones políticas subnacionales el manejo tanto de su organización
interna como de su transparencia fiscal; esto a la larga llevaría a la imitación del modelo masculino y
preexistente de hacer política en donde las mujeres corrían el riesgo de ser discriminadas por la misma
manera como el aparato electoral está diseñado para beneficiar la lógica y competencia masculina.

Es necesario reconocer, entonces, que la actitud de las mujeres ante la política se diferenciará de la de
la de los hombres; la mujer concebirá la política como un “juego sucio”, inclusive, de cierta manera, un
juego de niños, varones; esto tendrá clara repercusiones ante la tentativa de cualquier mujer para una
carrera política. Luego, la autoconfianza y las condiciones del sistema terminarán por influenciar la
eventual decisión de una aspirante. Una vez tomada dicha decisión deberá enfrentar otras barreras como

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la falta de apoyo de la organización política, el sistema de influencias por el cual se reparten las
candidaturas y la indisposición de los líderes permitir el ascenso interno de una mujer. Descubrimos,
también, que la organización de las agrupaciones políticas nacionales imita un modelo de autoridad
masculino que favorece la acción de “camarillas” regidas por su cercanía a la cúpula de poder. Una
estructura de este tipo no es favorable a la participación femenina en tanto, aparece como clandestina y
reafirma la concepción de la política como u juego sucio. Hemos logrado describir e identificar
estructuras por las cuales el hombre está en ventaja potencial para participar de la construcción del
mundo; esquemas masculinos del poder, la legitimidad y el empoderamiento facilitan su interpretación
del mundo y su afirmación en el mismo.

Reglas y normas explícitas, al interior de las organizaciones políticas, ayudan a que las mujeres
reconozcan espacios legítimos desde los cuales participar y ascender; además que facilita su
determinación para postular a una candidatura en tanto la decisión se traslada a un electorado de amplitud
variable, que ha demostrado, en el Perú, Latinoamérica y gran parte del mundo, ser favorable a las
candidaturas femeninas y preferirlas para una gama de responsabilidades en la política. Podemos
asegurar, de esa manera, que la gran parte de las barreras para el empoderamiento y la participación
femenina viene desde el Estado y el sistema político en general, pues, si bien los estereotipos sobreviven a
través de los medios de comunicación, la ciudadanía está dispuesta a elegir una candidata para puestos de
notoriedad y responsabilidad al interior del partido o en el aparato estatal. Creemos que la manera como
se ha demostrado la indisposición del sistema político para el ascenso de mujeres, ha sido mediante una
especie de condescendencia, ya que al no poder hacer explícito su desagrado por la incorporación de las
mujeres a la política, las agrupaciones políticas se han visto forzadas a “promover su participación” pero
han obstaculizado su empoderamiento.

De esta forma, encontraron en la LPP los vacíos necesarios para configurar una lógica del poder
masculino al interior de las organizaciones políticas subnacionales, impidiendo, así, no sólo el
empoderamiento de mujeres sino la consumación de los objetivos de dicha normativa pues es con esta
diferenciación de requisitos se mantuvo la estructura característica propia de los independientes en los
noventa, características que dicha normativa intentaba contravenir. Así es como las organizaciones
políticas subnacionales han logrado mantener un número reducido de mujeres en sus listas y los espacios
de representación interna. Estos métodos son, en realidad, formas de escapar a la normativa vigente, una
forma de trampa por la cual el Estado y el sistema político mantienen un contexto de relativo equilibrio.

Para los intereses de este trabajo, es recomendable entonces que estudios de este tipo se trasladen a un
campo de investigación más práctico, que permita configurar conclusiones más allá de la simple intuición
teórica. Es importante revisar no sólo las normativas expedidas sino aquellas a las que estas afectan a fin
de no contravenirlas o de posibilitar mediante esta, el incumplimiento de otra. Por último es recomendable
la aplicación de la cuota de género en cargos de mayor jerarquía como las alcaldías o los ministerios e
inclusive para puestos de trabajo de tal manera que se aprenda tratar lo diferente como diferente sin que
esto configure una desigualdad de ningún tipo, mas bien se exploten las capacidades y potencialidades
que lo diferente puede aportar.

Si un grupo tan amplio como las mujeres aún encuentra obstáculos para su empoderamiento, cuántos
más encontrarán minorías étnicas y culturales cuyos espacios de participación son aún más reducidos; el
caso de las mujeres es tan sólo un ejemplo de la supervivencia de la discriminación carente de respaldo
constitucional. La forma como nuestras leyes se configuran deben tener en cuenta una concepción
teleológica que sea consciente de la interrelación que las normas deben tener unas con otras, no podemos
negar la preponderancia de ciertos derechos frente a otros, pero creemos que las normas destinadas a
favorecer el empoderamiento y la participación femenina en la política no contrastan con normas más
generales sino que las complementan. En esta complementariedad se encuentra la clave para el
funcionamiento eficaz de los estatutos. Al mínimo atisbo de contradicción o dubitación al aplicar una

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norma se puede dar cabida a violaciones o faltas que, en última instancia, reflejan también el desgano para
la aplicación de dichas normas.

Uno de los planteamientos más importantes del feminismo es el beneficio que los sistemas estatales y
políticos pueden recibir de la participación femenina en el poder: reducción de la tasa de corrupción,
ejercicio del poder más docente, maternal y menos jerarquizado o vertical, y plataformas de trabajo más
acordes con las necesidades de la ciudadanía en lo concerniente a política social en beneficio de las
familias; pero a todo ello se deba anteponer la justicia de dicha participación. La revisión de los conceptos
de poder y empoderamiento llevados a cabo por el feminismo convocan no sólo a las mujeres sino a todos
los grupos sociales y culturales a fin de que cada cual reclame su justa parcela en el espacio público y el
poder.

Un sistema político que resguarde las características masculinas del poder obrará no sólo para
obstaculizar la participación y empoderamiento femenino sino también para masculinizar a aquellas que
ya hayan ingresado a dicho sistema; perdiendo así los potenciales beneficios que una manera diferente de
concebir el mundo pueden aportar. Así, creemos que el miedo o la dubitación de las mujeres en su propio
empoderamiento es más un miedo a masculinizarse e imitar los esquemas masculinos de la acción y el
poder, que al espacio público en sí. La gran parte de mujeres que han accedido a las cúpulas más altas del
poder político lo habrán hecho mediante su masculinización imitando, a veces radicalizando, los modelos
de acción y pensamiento masculino por lo que su empoderamiento no pude ser tenido sino como
individual; las mujeres como grupo no ganan, en ese contexto, nuevos espacios de acción por el contrario
se reafirma el prestigio de la construcción masculina del mundo y los esquemas masculinos del poder.

En suma, hemos encontrado importantes obstáculos para el empoderamiento de género en las


organizaciones políticas pero, lo que es más importante, hemos logrado constatar nuestra hipótesis, que,
con la intervención de otras variables y factores contextuales configuran la respuesta a nuestra pregunta
sobre la escasa participación de las mujeres en la competencia por los cargos de mayor jerarquía; no se
puede tratar de un problema mismo de la participación pues la obtención de cargos en las alcaldías y
presidencias regionales requiere de un paulatino desarrollo y ganancia de poder; entonces nuestras dudas
se ven respondidas en los ámbitos mismos de la capacidad de competencia y el ascenso. Frente a este
desalentador panorama político es posible objetar que la ciudadanía se muestra favorable a las
candidaturas femeninas; esto renueva nuestras esperanzas y compromiso con la equidad de género como
ideal del Estado, y con las mujeres en reparación del legado discriminatorio que la limitó y aún limita su
capacidad de acción y construcción del y en el mundo. Nuestro compromiso, ante todo, con la equidad y
la constitución de un Estado más justo y representativo.

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