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Agradezco a la Fundación Saracho, quien posee los derechos de autor de los escritos del P.
Rafael Tello, haberme permitido utilizar los textos inéditos para escribir el presente artículo.
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Él quiso fundarla, por lo tanto con un modo de ser y una virtualidad que se adaptan a
dicho pueblo” (R. TELLO, Iglesia y pueblo, 21, inédito).
Una consecuencia ineludible para quien se incorpore a este camino es la
conversión de sus estructuras mentales y espirituales. Sabemos por experiencia que
aquellos que se acercan a trabajar con el pueblo deben complementar e incluso
modificar sus hábitos intelectuales para comprender la realidad que deben enfrentar.
La advertencia del padre Tello sigue siendo actual: “Es cierto que el camino de
conocer al pueblo para poder llegar al hombre será tal vez dificultoso y exigirá
cambios notables en la formación y modos de actuar de los hombres -varones y
mujeres- de mayor peso en la Iglesia visible, pero eso no justifica la falta de esfuerzo
en recorrerlo” (R TELLO, El cristianismo popular según las virtudes teologales, 154,
inédito). La teología afectiva no sólo nos regala una perspectiva novedosa para
considerar la realidad pastoral, sino que nos exige cambiar radicalmente algunas
concepciones que obstaculizan nuestra manera de relacionarnos y de servir al pueblo.
Cuando Tello tiene que caracterizar el modo cómo se da la unión por amor que
posibilita el conocimiento afectivo pone como ejemplo la relación que se da entre la
madre y su hijo.
Su argumentación comienza destacando que la madre conoce a su hijo teórica
y doctrinalmente, y en base a ese conocimiento sabe lo que tiene que hacer, por
ejemplo, para educarlo. Pero el conocimiento más profundo es el práctico, aquel por
el cual lo siente al hijo. Eso resuena en ella, se hace presente de un modo intuitivo en
su interior e inmediatamente traduce ese sentimiento en gestos y palabras. No podrá
dar razones de por qué actúa así, pero sabrá en su interior que es lo correcto. Lo
mismo ocurre con el conocimiento sobre Dios. Se puede tener un conocimiento
teórico de Dios o se puede tener un conocimiento semejante al que la madre tiene con
su hijo. Es allí donde entra la teología afectiva. La madre conoce al hijo de un modo
afectivo y porque le tiene ese afecto con sólo verlo ya sabe cómo está o qué le pasa.
Es el amor lo que resuena en su interior y le da un conocimiento mayor. Lo mismo
ocurre con Dios. El hombre que es tomado por Dios en la fe conoce a Dios, aunque no
sepa dar razones, pues goza de un conocimiento amoroso por una intimidad con lo
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divino que supera cualquier elaboración intelectual o especulativa. Nuestra gente, dirá
Tello apoyado en esta comparación, “tiene de Dios un conocimiento afectivo: Dios es
amor y siéndolo es el Bien infinito. La bondad de Dios se hace manifiesta en la
bondad de las creaturas, este es el camino que debe usar la pastoral popular” (R.
TELLO, El cristianismo popular según las virtudes teologales – La caridad, 199,
inédito).
El conocimiento afectivo crea una relación de intimidad donde el amor pasa a
ser objeto de conocimiento y no simplemente un medio para conocer. El ejemplo de la
madre y el hijo es ocasión para mostrar como el conocimiento por amor intensifica el
modo de conocer, otorgándole una plenitud que por la sola vía intelectual no
alcanzaría. Así cuando la afectividad ocupa un lugar preponderante en la manera de
acercarse a los objetos ella “tiñe, modifica y acrecienta el conocimiento, le da un tono
que lo hace como nuevo y distinto; pues promueve una nueva y más cercana
consideración del sujeto y eventualmente un nuevo conocimiento; sin que sea de suyo
causa de error sino, más bien al contrario, de mayor comprensión de la verdad del
objeto amado. Así es por ejemplo el amor de la madre por su hijo o el amor del hijo
por su madre” (R. TELLO, La Virgen de Luján, con su presencia religiosa es
formadora del pueblo de la nación argentina, 7, inédito). En el modo de conocer del
hombre de cultura popular se percibe esta relación con las realidades conocidas y nos
obliga a valorar y repensar las personas y los acontecimientos de esta cultura con
otros criterios teológicos, los cuales no siempre coincidirán con los de teología
especulativa.
Ahora bien, ¿qué lugar ocupa la teología especulativa? ¿No queda desvirtuada
y desplazada por una experiencia subjetiva de la gracia que caprichosamente se llama
teología? ¿No se termina por confundir los términos?
Ante todo conviene advertir que Tello tenía presente la posibilidad de una
confusión y por ello en muchas ocasiones prefiere hablar de conocimiento afectivo
más que de teología afectiva. Expresamente señala que “así como en la teología
especulativa hay formas que no llegan al rango de ciencia (la retórica, la dialéctica o
tópica) así también en el conocimiento afectivo -llamado así porque en él juega un
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papel determinante el amor, la voluntad o afecto- se dan algunas cosas que no llegan
al rango de ciencia, por lo que preferimos hablar de conocimiento afectivo, más que
de teología afectiva. (R. TELLO, Iglesia y pueblo, 8, inédito).
Sin embargo, aún cuando el conocimiento afectivo no alcance el rango de
ciencia en sentido estricto, por su característica de tendencia amorosa es el que
condiciona cualquier tipo de conocimiento teológico. En verdad no puede haber
teología en sentido estricto si no tiene su origen en el conocimiento afectivo,
precisamente porque la teología no es consecuencia de una deducción lógico-racional
sino fruto de un encuentro vital con el Dios misericordioso y salvador que se hace
presente en Jesucristo. Precisamente para Tello el conocimiento fundante de los
Apóstoles se asienta en esta convicción. “Todos los Apóstoles (que deberían ser
testigos) tuvieron un conocimiento afectivo que culminaba en una experiencia de
Cristo y por él de Dios („el que me ve a mí ve al Padre‟). Esa experiencia les daba
certeza, por lo que su teología -conocimiento de Dios- podía ser considerada doctrina,
doctrina sacra” (R. TELLO, Iglesia y pueblo, 68, inédito). Por otra parte, la afirmación
de lo afectivo no invalida la presencia de otros conocimientos que los Apóstoles
podían tener de índole religiosa, filosófica, científica o meramente tomados de la
experiencia humana y que “como instrumentos ponían al servicio del conocimiento
afectivo y experimental, sacando de él muchas conclusiones plenamente válidas por
su certeza, con lo que iban constituyendo una doctrina o teología ejemplar para toda la
Iglesia” (R. TELLO, Iglesia y pueblo, 69, inédito).
Pero esta convicción se traslada en última instancia para toda la reflexión
teológica. De hecho, Tello señalará que detrás de las elaboraciones de santo Tomás,
de san Buenaventura, de san Bernardo y, por supuesto, de los Santos Padres siempre
nos encontraremos con una teología afectiva que será condición de posibilidad para
una teología especulativa fecunda y permanente. Y ello tiene que ver con una actitud
que la misma Iglesia fomentó desde los inicios, pues ella “construyó una teología
especulativa, pero siempre reconociendo su fuente en el testimonio primordial de los
Apóstoles que se apoyaba en su conocimiento dilectivo y experimental de Jesucristo y
de Dios” (R. TELLO, Iglesia y pueblo, 69, inédito).
Sólo si mantenemos la teología especulativa en estricta dependencia de estos
presupuestos podremos valorarla positivamente en sus argumentaciones de claro tono
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6.- Conclusiones