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2.

El símbolo y el lenguaje como estructura y límite del campo


psicoanalítico.

2.1 Lo que respecta al campo específico del psicoanálisis:

Si la reducción de la historia del sujeto alcanza ciertas Gestalten relacionales que


"extrapola en un desarrollo regular", ello nada tiene que ver con los métodos, ni los
medios con se provee la psicología para medir intensidades o percepciones de formas: "Un
psicoanálisis llega normalmente a su término sin entregarnos más que poca cosa de lo que
nuestro paciente posee como propio por su sensibilidad a los golpes y a los colores, de la
prontitud de sus asimientos o de los puntos flacos de su carne, de su poder de retener o de
inventar, aun de la vivacidad de sus gustos." (Lacan, 1953: 256). En definitiva el
psicoanálisis no tiene un apetito desmesurado por lo que Lacan llama en ese momento lo
real, esto es lo externo a la experiencia de la palabra en el análisis.

En este sentido, Lacan hace una llamada de atención sobre los errores de ir más allá de la
palabra en el análisis; aún del supuesto análisis didáctico: "un joven psicoanalista en su
trabajo de candidatura puede en nuestros días saludar en semejante subordinación de su
sujeto (se refiere a lo que irónicamente ha denominado "quintaesencia de la reacción de
transferencia"), obtenida después de dos o tres años de psicoanálisis vano, el advenimiento
esperado de la relación de objeto, y recoger por ello el dignus est intrare (digno de entrar)
de nuestros sufragios, que avalan sus capacidades.” (Lacan, 1953: 256).

Hay que volver a Freud, a retomar la Traumdeutung (interpretación de los sueños) para
observar que el sueño tiene la estructura de una frase, de un acertijo, de una escritura. Pero
además es importante, no sólo el desciframiento del instrumento, sino la retórica del sueño:

"Elipsis y pleonasmo, hipérbaton o silepsis, regresión, repetición,


aposición, tales son los desplazamientos sintácticos, metáfora, catacresis,
antonomasia, alegoría, metonimia y sinécdoque, las condensaciones
semánticas, en las que Freud nos enseña a leer las intenciones ostentatorias
o demostrativas, disimuladoras o persuasivas, retorcedoras o seductoras,
con que el sujeto modula su discurso onírico." (Lacan, 1953: 257).

Freud estableció que en el sueño había que buscar siempre un deseo, pero Lacan va a
subrayar que; "el deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, no tanto
porque el otro detenta las llaves del objeto deseado, sino porque su primer objeto es ser
reconocido por el otro." (Lacan, 1953: 257). Pero es en la transferencia en donde el texto
del sueño gana su valor de eficacia, puesto que es ella, en su dimensión simbólica, la que da
cuenta del valor de los sueños, en su sentido de confesión, provocación o elementos del
diálogo que se realiza en él.

En la Psicopatología de la vida cotidiana, Freud nos muestra que todo acto fallido es un
discurso logrado, y con las observaciones que hace sobre los números al azar pone de
manifiesto que hay unas leyes que rigen a la palabra más allá de esa ilusión de la "función
intelectual", al igual que el síntoma, que también está estructurado como un lenguaje.
Su obra "incontrovertible", El chiste y su relación con lo inconsciente nos da a conocer
como "En ninguna otra parte la intención del individuo es, en efecto, más manifiestamente
rebasada por el hallazgo del sujeto; en ninguna parte se hace sentir mejor la distinción que
hacemos de uno y otro" (Lacan, 1953: 260).

2.2 La relación sujeto-lenguaje:

Esta relación se ha banalizado en las elaboraciones de las técnicas de la comunicación y


también en la psicología al uso. En una crítica que Lacan hace a Jules H. Massermannn
Language, behavior and dynamic psychiatry, en la que describe el proceso de neurotización
artificial de un perro, nos da el siguiente resumen:

“Porque si en el hombre asocia usted a la proyección de una luz viva


delante de sus ojos el ruido de un timbre, y luego el manejo de éste a la
emisión de la orden: "contraiga" (en inglés: contract), llegará usted a que
el sujeto, modulando él mismo esa orden, murmurándola, bien pronto
simplemente produciéndola en su pensamiento, obtenga la contracción de
su pupila, o sea una reacción del sistema del que se dice que es autónomo
por ser ordinariamente inaccesible a los efectos intencionales. Así, el Sr.
Hudgins, si hemos de creer a nuestro autor, ha creado en un grupo de
sujetos una configuración altamente individualizada de reacciones afines
viscerales del símbolo ideico (idea-symbol)"contract"” (Lacan, 1953: 262).

En esta crítica, Lacan acentúa la dimensión significante en esa relación del sujeto al
lenguaje y agrega: "Hubiéramos tenido curiosidad, sin embargo, por nuestra parte, de
enterarnos si los sujetos así educados reaccionan también ante la enunciación del mismo
vocablo articulado en las locuciones: marriage contract, bridge contract, breach of
contract, incluso progresivamente reducida a la emisión de su primera sílaba: contract,
contrac, contra, contr..." (Lacan, 1953: 263).

2.3 El significante:

El significante está estructurado en la cadena significante, no se puede aislar, un


significante siempre es en relación a otro significante, no se puede hacer de él una señal.

El símbolo, el "objeto simbólico" no introduce el orden que implica al sujeto, en él no se


encuentra la ley del lenguaje, pues para que se convierta en palabra liberada del hic et nunc
(aquí y ahora), la diferencia no radica en la materialidad o cualidad de su sonido, sino en su
"ser de nada" (reconocido como tal). Freud ya lo había descrito en las observaciones sobre
un juego infantil; el niño al lanzar el carrete oponía el ooh (fort), al aah (da), introduciendo
una dialéctica de la presencia y de la ausencia en el lenguaje:

“Y de esta pareja modulada de la presencia y de la ausencia, que basta


igualmente para constituir con el rastro sobre la arena del trazo simple y
del trazo quebrado de los koua mánticos de la China, nace el universo de
sentido de una lengua donde el universo de las cosas vendrá a ordenarse.
(…) Es el mundo de las palabras el que crea el mundo de las cosas,
primeramente confundidas en el hic et nunc del todo en devenir, dando su
ser concreto a su esencia, y su lugar en todas partes a lo que es desde
siempre: “cosa de siempre”” (Lacan, 1953: 265).

Lacan introduce un paralelismo entre la ley del significante y la ley de intercambio


simbólico que tiene lugar en la comunidad humana según constata la antropología de Lévi-
Strauss, y esa ley le sirve para entender el Edipo como organización del sujeto:

“La Ley primordial es, pues, la que regulando la alianza, sobrepone el


reino de la cultura al reino de la naturaleza entregado a la ley de
emparejamiento. La prohibición del incesto no es sino su pivote subjetivo,
despojado por la tendencia moderna hasta reducir los objetos prohibidos a
la elección del sujeto a la madre y a la hermana, aunque, por lo demás, no
toda licencia quede abierta de ahí en adelante. Esta ley se da pues a
conocer suficientemente como idéntica a un orden del lenguaje”. (Lacan,
1953: 266).

En relación a los efectos de estructura de este lenguaje, Lacan alude al caso del mismo
Freud: “Asimismo el simple desnivel en las generaciones que se produce por un niño
tardío nacido de un segundo matrimonio y cuya madre joven resulta contemporánea de un
hermano mayor, puede producir efectos que se acercan a éstos (se refiere a un ejemplo
anterior de "sentimientos complejos" en la que se esperará un niño que a la vez sería su
hermano y su sobrino), y es sabido que éste era el caso de Freud”. (Lacan, 1953: 267).

2.4 Significante sostén de la función Simbólica:

Lacan introduce en esta exposición en el seno de la Internacional psicoanalítica lo que


denominará la función paterna (fonction paternelle), que aunque "concentra en sí
relaciones imaginarias y reales, siempre más o menos inadecuadas" (Lacan, 1953: 267), la
concibe como constituida esencialmente por una relación simbólica. Y correlativamente a
esta función, el nombre del padre (nom du père), sostén de la función simbólica. Y es este
significante el que le sirve para distinguir en la cura entre las relaciones narcisistas e
incluso las reales, de las relaciones simbólicas. Como se ha dicho, en este momento, Lacan
concibe lo real como lo externo a la relación analítica y su mirada se centra en el orden
simbólico como guía maestra en la dirección de la cura.

Este orden simbólico articulado por el nombre del padre está transido del deseo. El deseo
en su circuito de satisfacción requiere ser reconocido "por la concordancia de la palabra o
por la lucha de prestigio, en el símbolo o en lo imaginario". (Lacan, 1953: 268). Esto es, el
deseo atravesando el espacio imaginario, en esas relaciones con el semejante en las que el
sujeto se aliena, quedando petrificado como objeto, como imagen narcisista, o bien, más
allá de este imaginario a donde el sujeto es conducido a una satisfacción a espaldas de su
conciencia por el sendero significante, en el síntoma por ejemplo.
2.5 Relación del lenguaje con la palabra:

Señala tres paradojas que se producen en la relación del sujeto, el lenguaje y el deseo, o lo
que es lo mismo, en la relación del lenguaje con la palabra.

1. El sujeto petrificado en símbolos inconscientes sin dialéctica, en la locura. Apunta aquí


algo interesante en referencia a la locura. Escribe:

En la locura, cualquiera que sea su naturaleza, nos es forzoso reconocer,


por una parte, la libertad negativa de una palabra que ha renunciado a
hacerse reconocer, o sea, lo que llamamos obstáculo a la transferencia, y,
por otra parte, la formación singular de un delirio que -fabulatorio,
fantástico o cosmológico; interpretativo, reivindicador o idealista- objetiva
al sujeto en un lenguaje sin dialéctica. (...) Reconocemos en él los símbolos
del inconsciente bajo formas petrificadas que, al lado de las formas
embalsamadas con que se presentan los mitos en nuestras recopilaciones,
encuentran su lugar en una historia natural de estos símbolos. Pero es un
error decir que el sujeto los asume: la resistencia a su reconocimiento no
es menor que en la neurosis, cuando el sujeto es inducido a ello por una
tentativa de cura.” (Lacan, 1953: 269).

Lo que llama libertad negativa, aparece como una imposibilidad a la palabra en su función
de verdad, pues no apunta a otro alguno que garantice su inscripción. Lacan parece
concebir el lenguaje bajo el movimiento de sus propias leyes sin ningún freno que calce al
sujeto, que lo ancle en una resistencia circular, en una rotación sobre el drama edípico. Hay
obstáculo a la transferencia, puesto que ésta no deja un lugar a otra palabra, no hay un Otro
lugar, oráculo desde el que se desprenda la verdad del sujeto. En su lugar, un delirio
querulante o megalomaníaco, que deja al sujeto abandonado a "símbolos" de formas
petrificadas, a significantes podríamos decir sin dialéctica, sin circulación, sin que remitan
a otros significantes. Y en estos símbolos no hay reconocimiento, hay una resistencia, al
menos tanto como en la neurosis a ser reconocidos por el sujeto.

2. Otra paradoja aparece cuando consideramos el campo por excelencia del psicoanálisis, el
campo de la neurosis y su economía; inhibición, síntoma y angustia. Se muestra en este
territorio que el síntoma es significante de un significado reprimido. Pero aquí la palabra
alcanza su movimiento dialéctico, en la medida en que “incluye el discurso del otro en el
secreto de su cifra" (Lacan, 1953: 270). Este ciframiento tiene distintas modulaciones en
los "jeroglíficos de la histeria, blasones de la fobia, laberintos de la Zwangsneurose
(neurosis de compulsión); encantos de la impotencia, enigmas de la inhibición, oráculos de
la angustia; armas parlantes del carácter, sellos del autocastigo, disfraces de la
perversión"(Lacan, 1953: 270).

3. Por otra lado, esta relación entre sujeto, lenguaje y deseo muestra también la profunda
alienación del sujeto que se pierde en las objetivaciones del discurso; esto es en las
identificaciones que constituyen su yo (moi): “El yo (moi) del hombre moderno ha tomado
su forma, lo hemos indicado en otro lugar, en el callejón sin salida dialéctico del "alma
bella" que no reconoce la razón misma de su ser en el desorden que denuncia en el
mundo" (Lacan, 1953: 270).

La única salida a esa constitución moderna de la alienación del sujeto en el moi, a ese
callejón sin salida es la de poder olvidar su subjetividad, para ello, el discurso de la ciencia,
"Colaborará eficazmente en la obra común en su trabajo cotidiano y llenará sus ocios con
todos los atractivos de una cultura profusa que, desde la novela policiaca hasta las
memorias históricas, desde las conferencias educativas hasta la ortopedia de las
relaciones de grupo, le dará ocasión de olvidar su existencia y su muerte, al mismo tiempo
que de desconocer en una falsa comunicación el sentido particular de su vida" (Lacan,
1953: 271).

El yo (moi) encuentra una prótesis en la ciencia para anular al sujeto en tanto deseante y
someterlo al dictado de la demanda. Aquí ve un paralelismo con la locura, pues, el sujeto
más que hablar es hablado. Pascal en los albores de ese moi moderno lo advertía: "los
hombres están tan necesariamente locos, que sería estar loco de otra locura no estar loco"
(Lacan, 1953: 272). Frente a esta palabra amordazada, el psicoanálisis sostiene una palabra
verdadera.

El poder que generan las grandes creaciones, desde la ciencia a la religión no toma su
alcance y su extensión por el anonimato de su fuerza, sino por el lenguaje que han sabido
mantener. El psicoanálisis ha desempeñado también un papel en la dirección de la
subjetividad moderna, pero su reto de cara a asegurarle un lugar entre las ciencias es el de
su "formalización", "en verdad muy mal abordado".

Lacan está pensando, ya en 1953, el problema de la transmisión del psicoanálisis en


términos de formalización, como una puesta a punto frente a las ciencias. Por una parte, el
discurso de la ciencia aparece en su negatividad, pues supone una forclusión del sujeto. Por
otra, el psicoanálisis ha de adoptar sus formas, "la lingüística puede servirnos aquí de guía,
puesto que es éste el papel que desempeña en la vanguardia de la antropología
contemporánea y no podríamos permanecer indiferentes a esto" (Lacan, 1953: 273).
Aunque se trata, más bien, de que "las ciencias del hombre", "las ciencias de la
subjetividad" vuelvan a ocupar el lugar que les corresponde. Parece como si la deuda de
Freud aún se mantuviera viva para con la ciencia. ¿Por qué el psicoanálisis ha de alcanzar
el estatuto de ciencia? ¿Qué rigor le añade esa emulación a la desesperada? ¿Acaso, su
formalización es la garantía de su transmisión? ¿No olvidaríamos con ello que el propio
análisis es el núcleo de transmisión? Sea como sea, Lacan se dispuso, en un esfuerzo
descomunal, a la formalización que aquí promete. Y lo hizo.

Para salvaguardarse del formalismo distingue entre exactitud y verdad, y observa que el
carácter conjetural de la ciencia no excluye el rigor. La ciencia experimental toma su
exactitud de las matemáticas, lo cual no le impide mantener con la naturaleza una relación
más que problemática. Y lanza una interesante pregunta, un tanto kantiana, pero obviada
desde todo otro punto:
"Si nuestro nexo con la naturaleza, en efecto, nos incita a preguntarnos
poéticamente si no es nuestro propio movimiento el que encontramos en
nuestra ciencia, en
...cette voix
Qui se connaît quand elle sonne
N'être plus la voix de personne
Tant que des ondes et des bois,
(...esta voz
que se conoce cuando suena
no es ya la voz de nadie
sino de las olas y los bosques,)
Paul Valéry” (Lacan, 1953: 275).

¿Qué consistencia tiene ese discurso que llamamos realidad? ¿Dónde se aloja el sujeto
perdido en el movimiento de las olas y en el rumor de los árboles? En todo caso, si la
matemática, desde Galileo, es la que da rigor en tanto simboliza lo real, también puede
simbolizar otro tiempo, la temporalidad intersubjetiva que estructura la acción humana,
"del cual la teoría de los juegos, llamada también estrategia, que valdría más llamar
estocástica (sistema que funciona mas que todo por el azar), comienza a entregarnos las
fórmulas." (Lacan, 1953: 276). Lacan por su parte, nos ofrece el sofisma de los tiempos
lógicos. Se trata de formalizar lógicamente la acción humana en tanto se ordena en función
del otro, acción que:

“…encuentra en la escansión de sus vacilaciones el advenimiento de la


certidumbre, y en la decisión que la concluye da a la acción del otro, a la
que incluye en lo sucesivo, con su sanción en cuanto al pasado, su sentido
por venir. Se demuestra allí que es la certidumbre anticipada por el sujeto
en el tiempo para comprender la que, por el apresuramiento que precipita
el momento de concluir, determina en el otro la decisión que hace del
propio movimiento del sujeto error o verdad” (Lacan, 1953: 276).

Se trata, pues, del análisis de un movimiento que parte de la percepción, oscila en el tiempo
de la comprensión y se precipita en error o en verdad. En este momento el cálculo del
movimiento de las piezas está en el terreno de lo imaginario, la determinación de la verdad
o del error depende de los signos que el otro muestre en su acción. Se trata de una estrategia
para calcular el deseo del otro que define la propia posición del sujeto. Estamos, por tanto,
en el campo del deseo tal como la histérica lo define "el deseo es deseo de otro".

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