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Arocena, Gustavo A. , Interpretación gramatical de la ley penal.

Una investigación sobre su


función, su relevancia y sus límites. Prólogo del Dr. Guillermo Jorge Yacobucci. Editorial
Advocatus, Córdoba, 2003. 114 páginas.

Por José Daniel Cesano

I. Pese al escepticismo de algunos autores[1], seguimos convencidos en la utilidad de los distintos


cánones de interpretación que, desde los lejanos tiempos de Savigny, vienen siendo utilizados por
los juristas.

Quizá esto se explique – al menos en cuanto a nuestra expectativa concierne – en que sobre ellos
reposa una de los instrumentos más confiables al momento de abordar la justificación externa de un
discurso jurídico.

Con ello, por cierto, no queremos soslayar los distintos problemas que el uso de tales métodos
entraña. No en vano Robert Alexy ha dicho que, hasta hoy, “(...) no hay acuerdo en cuanto a su
número, su formulación precisa, su jerarquía y su valor”[2]. Precisamente, porque somos
concientes de las dificultades que a veces pueden ofrecer, a cualquier operador jurídico, su
utilización, vemos con beneplácito todo esfuerzo teórico tendiente a resolverlas. En este contexto,
cobra relevancia la investigación que lleva a cabo Gustavo Alberto Arocena.

No es esta la primera vez en que el autor demuestra su inquietud y su solvencia intelectual


haciéndose cargo de estos asuntos. Así, no podemos dejar de señalar otro muy buen trabajo,
elaborado junto con Hernán G. Bouvier, en donde, a partir de un problema interpretativo concreto a
que diera lugar la ley 25.087, echando mano a las herramientas de la teoría general del derecho,
llevaron a buen puerto su cometido original[3].

II. El trabajo que ahora comentamos se divide en diez parágrafos; a saber: a) introducción; b) la
vaguedad de las palabras y algunas consideraciones sobre la interpretación de la ley; c) la
importancia de la labor interpretativa en el ámbito de la Parte Especial del derecho penal; d) acerca
de la discusión sobre la función valorativa o motivadora de la norma jurídico penal; e) la
concepción expresiva de las normas jurídicas; f) el concepto de norma jurídica en función de una
aproximación al lenguaje desde una perspectiva pragmática; g) el destinatario de la norma jurídico
penal y su trascendencia en la tarea interpretativa; h) la naturaleza convencional del lenguaje y la
interpretación de la norma jurídico penal; i) el tenor literal posible de los términos de la ley como
límite máximo de toda interpretación de un precepto jurídico determinado y j) conclusiones. La
obra se cierra con una abundante bibliografía, nacional y extranjera, que se integra con setenta
títulos.

III. Sin pretender dar un detalle puntual de cada uno de su parágrafos, permítasenos esbozar, lo
que, para nosotros, constituyen algunas ideas nucleares:
1. El autor, sin dejar de reconocer el valor primordial del método teleológico, es plenamente
conciente del lugar que ocupa el canon interpretativo que analiza. Ya en el primer parágrafo de la
obra, Arocena, recordando a Maurach y a Zipf, nos señala que, la interpretación gramatical, tiene
“al menos, una prioridad temporal”[4]; afirmando, enseguida, que: “la determinación del sentido o,
mejor, del alcance de la regla legal (...) debe partir de la interpretación de las palabras de la ley”[5].
Las referencias efectuadas tienen, por supuesto, un sentido: hay relativo consenso en que, “entre los
diversos métodos de interpretación no existe ninguna jerarquía vinculante”[6]; pero, también, no
puede dejarse de lado que los argumentos que expresan “una vinculación al tenor literal de la ley
(...) prevalecen sobre otros argumentos, a no ser que puedan aducirse motivos racionales que
concedan prioridad a los otros argumentos”[7].

2. Entre los parágrafos 4 a 9, Arocena diseña una lógica argumental sobre la base de tres premisas
esenciales:

A) En primer lugar, el autor aborda el arduo debate vinculado con la función de la norma
jurídico penal; tomando una postura que el mismo califica de ecléctica, en tanto reconoce que las
normas importan “tanto valoración como imperativo”[8]. En efecto, “la finalidad de motivación
corresponde a la norma jurídico-penal y se erige en su objeto preponderante”; pero, al mismo
tiempo, “no es difícil advertir que el legislador penal, previo ordenar o prohibir una conducta
determinada, valora la correspondiente conducta como debida o indebida. Tal valoración, entonces,
surge como anterior a la norma imperativa que se dirige a motivar a los ciudadanos en relación con
su comportamiento futuro”[9].

B) La norma, para poder motivar conductas (norma primaria), se vale de una concreta
expresión lingüística. Tal función motivadora, si pretende ser eficaz, debe realizarse apelando al
lenguaje natural - que es el más accesible para el ciudadano – y alejándose, en cuanto ello sea
posible, de tecnicismos propio del lenguaje de los juristas. Como consecuencia de todo ello, la
“interpretación del mensaje normativo materializado en el precepto penal, deb[e] emprenderse a
partir de la intelección que de aquél haga el destinatario”; esto es: el ciudadano. Dicho en otras
palabras: “La norma jurídico penal debe interpretarse, primeramente, según la intelección que a los
términos del lenguaje natural le asignan los destinatarios de aquélla”[10].

El argumento anterior – en el sentido de enfatizar que toda labor interpretativa debe


principiar por el sentido que en el lenguaje de los no juristas se le atribuye a las palabras de la ley -
se ve reforzado, a juicio del autor, por la misma naturaleza convencional del lenguaje.

C) Finalmente – y sobre el andamiaje conceptual sucintamente reseñado (esto es: que este
canon interpretativo toma como eje el consenso semántico de la comunidad no jurista atinente a
determinada palabra o conjunto de palabras), Arocena perfila y desarrolla una última pauta útil para
la interpretación gramatical de la ley; cual es: “el tenor literal posible de los términos de la ley
como límite máximo de toda interpretación de un precepto jurídico determinado”[11].

IV. No podemos concluir esta reseña sin formular una reflexión adicional: cuando leemos trabajos
jurídicos podemos estar movidos por distintos intereses. Es posible que busquemos en ellos la
solución de problemas que, a diario, la praxis nos ofrece. Quizá, intentemos encontrar en ellos, una
síntesis del estado (teórico) de una cuestión determinada. Pero, además, a veces encontramos
aspectos latentes que, sus autores, nos han dejado con la finalidad de motivar futuras líneas de
investigación.

En el trabajo del jurista cordobés, que motiva esta reseña, conviven esta rica gama de situaciones.
Destacamos, en particular la última. En efecto, el análisis del parágrafo 9, nos ha hecho reflexionar
sobre otro tema de gran interés: dentro del tenor literal, es obvio que, en ocasiones, el lenguaje
natural deja margen para alternativas diversas[12]. A veces escoger una u otra alternativa puede
significar optar por una interpretación a favor de la criminalización de una determinada hipótesis de
hecho; o por el contrario, de su exclusión. El tema, a su vez, guarda relación con la problemática de
la denominada interpretación extensiva en derecho penal; la que, hasta no hace mucho (y aún en
algunos sectores de la doctrina contemporánea), resultaría una práctica admisible[13]. En lo
personal tenemos ciertos reparos frente a aquellas posturas que admiten la interpretación extensiva
en el ámbito de nuestra disciplina. Estos reparos encuentran su razón de ser no tanto en que, tal
hermenéutica (la extensiva), se emparentaría con ciertas formas de analogía[14], vedada –
obviamente – por la garantía de legalidad[15], sino más bien por cuanto, a fin de cuentas, la
aplicación – a cuestiones jurídicas – del “in dubio pro reo”, haría perder justificación a la
distinción[16]. Claro que, para ser de aplicación este axioma, nos deberíamos encontrar ante casos
de auténtica duda insuperable; no solucionables merced al mecanismo de saturación que nos
permitiría, a través de la utilización de otros cánones interpretativos, inclinar la balanza del sentido
de las palabras de la ley hacia una alternativa o acepción del vocablo, en desmedro de la otra.

En suma: las inquietudes que nos hizo nacer la lectura de este último parágrafo no hace más
que resaltar los excelentes méritos de un trabajo, que no sólo resuelve problemas o los aclara sino
que, además, y pese a su concisión, sugiere líneas de investigación que, es de esperar, en un futuro
se continúen explorando.

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[1] Así, Joachim Hruschka (cfr. ¿Puede y debería ser sistemática la dogmática jurídico-penal?,
Colección Derecho Penal Contemporáneo, Ed. Mediterránea, Córdoba, 2003, pág. 56) expresó que:
“A pesar de afirmaciones contrarias que de vez en cuando se presentan en la doctrina, carece de
todo fundamento sostener que la interpretación jurídica de una ley (...) sigue métodos
intelectualmente satisfactorios – con la consecuencia de que los resultados de que una
interpretación así serían de general aceptados o bien rechazados, de acuerdo con los criterios por lo
común reconocidos. (...) [E]n cuanto a los métodos de interpretación en particular, si es que de
verdad se entienden como interpretaciones del sentido de un texto legal, no raras veces dan la
impresión de ser pura arbitrariedad.”.

[2] Cfr. Teoría de la argumentación jurídica, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1997,
pág. 225.-
[3] Nos referimos a Gustavo A. Arocena – Hernán G. Bouvier, Sobre la fellatio in ore. Una
aproximación al nuevo tipo penal del art. 119, párr. 3°, del Código Penal Argentino, desde la teoría
general del derecho, Ed. Advocatus, Córdoba, 2000.

[4] Cfr. Pág. 27, nota n° 14.

[5] Cfr. pág. 29.

[6] Cfr. Hruschka, op. cit., pág. 56. De igual opinión, Alexy (op. cit., pág. 237): “La cuestión de la
relación entre los argumentos de formas distintas se discute como un problema de establecer un
catálogo de grados o una jerarquía de los cánones. Hasta hoy, ninguna propuesta de un tal catálogo
ha encontrado un reconocimiento general”.

[7] Cfr. Alexy, op. cit., pág. 239.

[8] Cfr. Pág. 48.

[9] Cfr. pág. 46 y 47.

[10] Cfr. págs. 68 y 71.

[11] Cfr. pág. 87.

[12] Esto se debe, sin duda, a su congénita vaguedad. Arocena, ha dedicado uno de los parágrafos
de su estudio a esta cuestión (Cfr. N° 2). Parágrafo muy necesario desde que, como nos ha
advertido Ricardo Guastini, “(...) las expresiones que pueden encontrarse en el lenguaje de las
fuentes no son reconducibles a un género único. Sin pretender hacer un inventario completo,
pueden mencionarse al menos las siguientes especies: a) Expresiones pertenecientes al lenguaje
ordinario: el significado común de estas expresiones es aquel que registran los diccionarios de la
lengua, que por otra parte, casi siempre mencionan varios significados alternativos para una misma
expresión” (Cfr. “Distinguiendo. Estudios de teoría y metateoría del derecho”, Ed. Gedisa,
Barcelona, 1999, pág. 213. El énfasis nos pertenece).

[13] Así, Hans – Heinrich Jescheck, “Tratado de Derecho Penal. Parte General”, 4ª edición, Ed.
Comares, Granada, 1993, pág. 137 y 141.

[14] El tema, empero, es opinable desde que, autores como Aulis Aarnio, consideran a la
interpretación analógica como íntimamente vinculada con la analogía; destacando que, “en la
reciente teoría jurídica ha sido cuestionada la diferencia entre la interpretación extensiva y la
analogía” . Pese a ello, el mismo autor ensaya una diferenciación (Cfr. “Lo racional como
razonable”, Centro de Estudios Constitucionales”, Madrid, 1991, pág. 147 y sgs.).

[15] Con excepción, por cierto, de la analogía “in bonam partem”.

[16] Como bien lo puntualiza Francisco Muñoz Conde: “En todo caso una cosa es segura: cuando
la elección entre uno u otro tipo de interpretación sea dudosa, debe aplicarse el principio in dubio
pro reo, que es un axioma indiscutible del derecho penal” (Cfr. Introducción al derecho penal, B
de F, Editor, 2ª edición, Montevideo – Buenos Aires, 2001, pág. 240).
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