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Trabajo Final

La congruencia con la vida (una teoría del ser armonioso)


o de la Filosofía como una Ingeniería (las implicaciones ontológicas de la teoría
filosófica)

Alumno: Jesús Adrián Díaz Ramales


Numero de cuenta: 305323648
Asignatura: Problemas de Ética (0584)
Profesores: Enrique Dussel y Juan Carlos Paizanni

Vida que surge [Adrián Díaz]

Tan sólo la mentira construye realidades fijas;


contratos inquebrantables.
Las palabras que enuncian muerte,
cosechan en el mundo,
construcciones sin movimiento.

Sólo las cosas, que nacen sin vida


son sitio del polvo.
Quién ha visto a una flor oxidarse.

Hasta las enfermedades, que fulminan


son vida que surge;
dadores de cambio, transformación vertiginosa.
Cuando a un indigente se le pudre una pierna
es la propia vida quien se la carcome…

La Filosofía (como producción y práctica humana) no puede continuar siendo


constituida, en su minima mayoría, por un grupo creador e indispensable y, otro
contenedor y necesario; debe, en su esencia, procurar destruir la balanza que le refleja y
caracteriza, compuesta, pues, por pensadores ejemplares (mínimas instancias de
genialidad) por un lado, y por el otro, de máximas instancias de herederos contenedores
del discurso. Posar todo su peso, cualidad, cantidad y forma, sobre la base del flujo
creativo -que sólo la pluralidad de instancias creativas podría consolidar-; para que pase
de lo indispensable (como conocimiento de segundo grado) a lo suficiente (como
conocimiento de primer grado). Si no es así la filosofía morirá, como una disciplina de
aplicación tan sólo al recuerdo (sufriendo un desfase temporal, en tanto que la historia
de la Filosofía crece y el estudio hermenéutico dirige los pensamientos de nuestro
presente hacia el pasado, y continuará asiéndolo con los futuros presentes), pues no
logrará encontrar instancia que le conciba y le contenga, si no se conforma en
congruencia con la vida (con su actualidad, alteridad y diversidad), si no se dedica a
materializar las condiciones de posibilidad que le permitan generar, en la actualidad
fenoménica, novatitos alcances -rejuveneciendo así su pertenecía-, y no rompe, pues,
con su carácter elitista: la filosofía morirá.

El ser que llega, que brota al mundo, se acomoda en la cobija con la que tiendan
su cama (este es el contexto), ésta le ayudara a afrontar los climas, y le provocará llorar
sus noches, si es que en lugar de descansarlas se dedica a añorar calores que esta no le

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brinde. Velar ausencias no tendría que ser su empeño (decía una mujer –los niños no
tienen porque llegar a sufrir nuestros errores-) sino dormir sus noches y jugar sus días.

La enfermedad en los niños consiste en dormir sus días, en cuanto los bochornos
o fríos nocturnos, por ello los niños lloran; pues lloran su desvelo. Un niño al que no se
le cuida de noche se le trastorna los días, y no hablo de que los padres han de sufrir
inevitablemente su niñez (como inmadurez), sino que han de cobijar a los niños, no con
las sabanas sucias (empolvadas o enlodadas por el vomito, orinadas, defecadas con las
que quizás les cubrieron a ellos, y a las madres de sus padres, hasta remontarnos al viejo
continente). A los niños hay que taparlos con las cobijas que ellos mismos tejen al
ampliar su horizonte y al señalarnos la vida; cuando el niño juega produce la más bella
sabana, es suave a su piel y no da motivo o rigurosidad por la cual provocar desvelo.
Cuando el acogido en casa créese y se constituye propios pasos, no hay que molestarnos
porque utilicé la casa como retrete, justo de eso se trata, el mundo; nuestro mundo crece
cuando el ingenio novatito de un niño amplia nuestros horizontes, cuando su risa y la
nuestra, al danzar con el (al seguirle el paso) se volcán la ventisca que diluye la niebla
de las convenciones, la niebla de la creencia; que derrumba ese muro intelectual
impuesto frente a nuestras ventanas (que hoy por hoy ya no ven, y por las cuales ya no
se escucha).

Quizá pueda parecernos difícil el no considerar estridente que algunos posean la


certeza de la vida como evento -acto- sin origen (sin que hubiese habido un momento
anterior en el que el movimiento no se diera y que los existentes y la existencia no
existiesen; sin comienzo) y a su vez, la idea de lo que verdaderamente no somos, a
saber, la totalidad callada de nosotros: los existentes. La soledad y el silencio. Pues al
referir lo infinitamente otro como nuestro preciso antagónico y contrario, lo
necesitamos en la sinceridad, como una verdad revelada, para no mentirnos
confesándonos solos. Esta batalla, siempre aconteciendo, no se libra a patadas en el aire.
A nosotros también nos duele, como a quien grita su propio dolor, aunque en
nosotros no se genere, el escuchar o estar ciertos de que el otro sufre verdaderamente;
para él no somos verdaderamente lejanos y extraños hasta ese momento en el que nos
mira sin que nuestro rostro refleje dolor, sierra los propios y ya no se da cuenta que a
nosotros también nos acongoja el sufrimiento que padece. Es como tener a un pariente
en el hospital psiquiátrico, que al visitarlo, llamarlo y acariciarlo, ya no nos ve, tras la
coladera interpretativa que brindan sus ojos enfermos (a trabes del hechizo de su
temor) , ni ya nos recuerda como quienes éramos alguna vez para sí, siendo que ya ni
siquiera se recuerde así mismo; pero que, a pesar de ello, nos siente (nos sufre a su
alrededor), padece nuestra presencia, aunque en el desencadenamiento de imágenes de
alucinación, nuestras caricias frente a él, sean como ataques violentos, que quisiera
contener, callar o aniquilar (como mentira y como esperanza también; daga que no deja
de cortar, pues si dentro de sí no resistiera ni un grano de originalidad, no sufriría como
un extraño ante ella, aquella enfermedad que sufre. El corte tendría que concluir, siendo
que su filo fuese verdaderamente originario, terminaría por cortar el rastro de si que le
permite sentir que sufre). Nuestra libertad y sinceridad de presencia no puede ser
erradicada, aunque nos saquen del cuarto en que se le mantiene, se le continuara
amando, extrañando y visitando; con la esperanza de que algún día reconozca en si
mismo que el ser, la existencia y los existentes, y su propia existencia, no lo violentan,
si no que lo acogen como mundo, que canta, se canta y es canto, como cama que recibe
y abriga, como habitación, como compañía, como amante y como cómplice. Esto somos

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para ellos y esto son para nosotros, no sólo es amor lo que padecemos, sino repulsión
también lo que gozamos.

Los diferentes: el otro y la otra se necesitan y se aman, como se aborrecen y no


se si escribir que verdaderamente se olvidan, cuando se dicen estar solos; deseamos
nuestro malestar y nuestro bienestar así como sufrimos de la compañía que nos da el
gozo originario. Deseamos y sufrimos aquellos labios que sostienen nuestro beso y que
definen los nuestros (al besarnos) como labios, o que succionan nuestros labios (después
de mordernos) y nos escupen la sangre en los ojos. Por ello el amor es vida y muerte, es
la sinceridad del Deseo indistinto de lo Otro por la Otra y de la Otra por el Otro; son las
crías (transustanciación en Levinas) verdaderamente distintas a sus progenitores.
Infinitamente distintas diría, pues el encuentro con lo Otro y su resultado produce lo
novatito, sin referente pues: lo espontáneo, lo jamás antes sido.

[Más los progenitores no se si cambiarían también, no se que provocaría la presencia de


un tercero, eso aun no lo se, estoy en la búsqueda de encontrar a su madre, no tengo por
que pensarlo.]

Siempre estamos rumbo á (y no por que tengamos que llegar a algún lado o
hacer algo en especifico, sino por que estamos y como existentes nos movemos) y la
moneda sigue girando en el aire, no se sabe si siempre ha venido cayendo (como
originándonos) o si se seguirá ascendiendo (como salvándonos). ¿Qué sostiene a los
existentes? (a la manera de un fundamento, no sirve preguntarse), es bello preguntarlo,
pues resulta un catalizador inigualable, que genera, mediante la maravilla de la
imaginación, el gocé estético que nos regalan las respuestas: ya sean dadas através de
cualquier lenguaje o modo (disciplinario descriptivo-narrativo), como lo son las
interpretaciones creativas de la divinidad mítica, la poesía, la música, la danza, el canto
y el juego o la formalidad congruente de un sistema filosófico, o así como el escribir
para ustedes mi personal certeza, o leer y escuchar la de cual quier diverso (que es, por
sí mismo, ya una respuesta -innegablemente verdadera- de lo que la vida dice ser, de
que se compone, del porqué es y no, no es…) que desee cantar y describirse para sí y
para nosotros. Y definir su esencia como orden o desorden, concebir malvada o bendita
a la naturaleza de la misma, dilucidar las características verdaderas o más inadecuadas y
erróneas etc. No lo es preguntarlo a la manera del cobarde o como lo necesario para
poder sobrevivir y soportar la vida y su infinita diversidad –todo eso que no poseo y que
ansío aprehender, que aún no puedo controlar y que aún ignoro-, el necesitado de
certeza, asecha a los otros como si fuesen alimento:
El hambriento interpreta a todos los entes como posibles alimentos, y, gracias a su
inteligencia práctica que descubre la realidad física de las cosas circundante, escoge
aquellas que son interpretadas como las que cumplen realmente con la necesidad. El
sujeto necesita puede equivocarse y ingerir algo venenoso como si fuera alimenticio.
Ese error, o no-verdad, puede causarle la muerte. En ese caso la vida se transforma
en el criterio primero de la verdad (aún del conocimiento teórico).1

No es bello, ni mucho menos necesario o justo, responderlo con la pretensión de


consolidar la versión atemporal y única posible, de cómo se debe entender la propia
existencia y la de todos y todo lo que hay e incluso de definir pues que es lo que existe
y lo que no, pese a que se presente como fenómeno (con innegable originalidad), ni es
justo, en tanto que no es fisiológicamente necesaria, tal regulación, para sobrevivir, a

1
Enrique Dussel. texto preliminar: tesis de economía política. Primera parte, Tesis 2, [2.2] La necesidad.

3
diferencia de el valor de uso que Dussel describe: “El sujeto necesitado se procura el
satisfactor, el bien cuyo contenido aquieta la necesidad en cuanto incorpora la
propiedad real de la cosa que revierte el estado de ansiedad del peligro de no poder
satisfacer lo exigido por la vida para sobrevivir.” Situación donde el trabajo genera la
justicia del consumo. No es ni siquiera entendible como un bien, cuya función consista
en satisfacer el hambre desesperada de la razón, por consolidar el fundamento que
aniquile por “siempre” su falta. Siendo que el deseo infinito del encuentro con lo Otro,
es la certeza plena de la actualización de la satisfacción, mediante el gocé de lo
inagotable, de la alteridad que es el canto del ser, y por lo tanto de la vida.

No poder satisfacer el hambre de un tajo constituiría una verdadera pena, motivo


de violencia y de guerra justificadas, si es que el alimento terminara por acabarse.2 Una
verdad que aniquile la posibilidad de toparse de nuevo con lo incomprensible; sería más
bien una caída en la indigencia; que si ocurriese como actualidad, sería la herramienta
que llevaría a la auto-sentencia, al silencio perpetuo, a la soledad y por lo tanto, a la
verdadera muerte, como herramienta para el suicidio. Esto no necesita fundamento más
que el que nos da la propia vida, nos mira a los ojos y nos grita la respuesta como una
pregunta: ¿Recuerdas acaso haber nacido o haber sido muerto? Nos pellizca de día
mientras caminamos o comemos y de noche mientras dormimos o nos desvelamos, o
mientras consideramos, por ejemplo, desde cierta postura nihilista y postmoderna que
“no es razonable adjudicarle importancia a la vida ni atender la compleja y clara
congruencia con la que se nos presenta, que es más terrible y penoso el que se le caiga
la bolsa de pan a una señora, en los andenes del metro, que uno mismo quedarse sin
extremidades” no tomando en cuenta que incluso esas reflexiones son posibles gracias
al ser uno un viviente, un ser vivo.

El recuerdo de lo que duele es el recuerdo de haber pensado ya en nuestro


futuro como ausencia de movimiento, como aniquilamiento del fundamento, aquí ya no
importa sobre que cara caiga la moneda, sino que caiga y todo acabe, pues desde allí
pensaríamos que nunca hubo vida ni caída, ni acenso. La madre y la hija tienen desde
siempre (como el tiempo de origen de si) un comienzo compartido, aunque la madre
tenga que existir con anterioridad, como la preñable que da vida y la hija como la
preñable que dará vida. La Otra es la vida que es canto y sus hijos los diversos infinitos
que la cantan, al cantarse que es: vivir. Y su padre: tú que eres el Otro con respecto a
nosotros, que escuchas y que nos concibes y que también eres canto.

La estridencia actual, ha llegado a apropiarse de la atención de los


interrelacionados, de quienes comparten presencia, y a tomado la atención de la
generalidad (grado tal que no escuchan sus propias voces, y mucho menos se escuchan
entre sí) por lo menos de los que se encuentran más próximos a ensordecerse. La
cuestión es que el grito no es tan sólo heredado históricamente, como generación
dialéctica de la violencia y la injusticia, sino que ciertos oídos son más prestos a
ensordecerse ¿será la cercanía a la fuente estridente, heredada o contagiada, o una
manera inocente de conmoverse por el enfermo de grito que acaba por contagiar
también al escucha, y lo convierte de escucha a grito, que se suma estridencia? Ya la
ley de la naturaleza de Planck, afirma que cualquier acontecimiento le concierne a todas
las partes (infinitas) del universo (o del Ser fenoménico) e impele a todas

2
Ya discutiremos más adelante, si el canto del Ser, pude ser más bien un grito de búsqueda, a la manera
de una decisión indigente y necesitada, o una respuesta lúdica y hermosa, a la pregunta metafísica de
“porqué el ente y no la nada”.

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instantáneamente, sin distinción de temporalidad y distancia. Conforme a mi parecer,
tomo como verdad el que todo nos compete, en tanto que lo Otro y su presencia suena,
y estamos para escuchar (o por lo menos es inevitable), en tanto que exista el Otro (
[de quien hemos ya demostrado su existencia,]
al menos que neguemos la existencia de los diversos, y estemos verdaderamente
condenados a escuchar lo Mismo, que sería el sonido propio de la soledad “la presencia
de la ausencia” el Hay3). Pienso pues que lo que suena (solamente puede ser lo Otro –
en que estamos contenidos como diferentes- y siempre es lo otro, en tanto que
escucharse infinitamente sólo a si mismo, equivaldría verdaderamente a un silencio
eterno, y en este sentido, si en la convivencia (como reunión de los existentes que
conforman la vida -como fenómeno ontológico- es decir como contexto o como mundo
que recibe) se encuentra un aguafiestas (quien no pierde en ningún momento su
alteridad) se quedaría pues en sí su propio grito (en tanto que este no podría dirigirse a
un cercano, sino a las instancias que el mismo pueda alcanzar dentro de la supuesta
“originaria soledad”, no requeriría pues entonarse y mostrarse como grito de dolor - que
se impone sobre otro sonido- causado y conformado ante y por la estridente presencia
de los diversos, y sufrida por quien la escucha y le contesta como grito que repele).

Si la soledad y el silencio son su alivio, su cura, y en esencia ésta sólo, no hay


motivo de revelarse como grito, de confesar dolor ante algo que le impele, pues sí
alguien grita debe de confesar su motivo, y éste entonces no podría ser la soledad, que
algunos profesan que abraza y consuela.

Si contagia a los demás a gritar en los alcances de una fiesta en especifico


(como una geografía determinada) ésta puede ser desintegrada como tal, y pasar a ser
territorio de la tragedia y el genocidio. A pesar de ello el encuentro (como evento
originario) tan sólo se pospone, ante el llanto, causado por la lógica de la circunstancia,
como fiesta -o gocé explicito de la vida- pero jamás como convivencia. Pensar en la
propagación de una epidemia que contagie en completud y exhaustividad a la vida
enterita, es una charada, en tanto que –en este sentido- el grito requiere para ser, fiesta
que callar. El que contagia y homogeniza su llanto (porque incluso este, en tanto
referente de dolor, es un llamado) es en tanto quien lo escuche, y a quien esta dirigido,
es al parecer a la totalidad de lo influenciable, la vida toda influenciada por su grito
sería la consolidación de su ansiosa muerte, y desaparición como grito escuchado)
dejaría de ser grito, si no existe el Otro, o la Vida, que pueda pensarlo grito , que pueda
escucharle y lamentarse, pues la influencia que éste busca es el contagio, (“la tendencia
a lo mismo” para Levinas).

El silencio absoluto, la des-escucha plena, el olvido verdadero de uno mismo


como Otro, y de los Otros como otros es una charada; porque la impostura que desea el
cobijo de la nada o del olvido, a de necesitar callar a la “totalidad” de los distintos; y
esto debido al hecho verdadero de que al Otro es imposible callarlo, en tanto que es lo
diferente, y como verdadera e infinitamente Otro: es incontenible –que al aguafiestas le
moleste la presencia de los Otros invitados-, el que “la idea del lo infinito desborde su
capacidad de comprensión y su razón”4, no es motivo para que los que festejan, decidan
callar sus cantos, contener sus presencias, disipar la existencia.

3
Confrontar el segundo apartado (Existencia sin existente) del libro De la existencia al existente de
Emmanuel Levinas, traducción y ensayo posterior de Patricio Peñalver, Arena Libros.
4
Confrontar el libro de Emmanuel Levinas Totalidad e infinito traducción de Daniel E. Guillot, Ediciones
Sigueme

5
Esta es la resistencia de la diversidad armoniosa, que el verso que se declama,
continúe declamándose (como los niños frente a la tumba); aunque Otros no quieran
decir que sí a la muerte de un verso (el verso como el muerto), o en su caso, el que Otro
necesite callarnos a todos, pues -a manera de confesión- verdaderamente compartimos
la misma casa. Lo que le importa al agua, cuando esta llueve, es llegar lo
suficientemente profundo dentro de la tierra, para que en la superficie de ésta, crezcan
infinidad de vivientes, así como el mismo Sol mantiene reseca la tierra árida del
desierto, para que los que puedan, sin esfuerzo de su naturaleza, vivir allí, lo puedan
hacer. Caería en un error al creer que la tierra debería de perder su humedad -su calidad
de vida-, así como tampoco poseo coherencia con la cual profesar que el desierto debe
ser humedecido, si bien lo climas cambian lo hacen conforme y en congruencia con la
vida, si lo congelado da vida a la vez que lo reseco, no he de congelarlo todo o secarlo
todo; pues sólo totalizando se podría otorgar realidad a la soledad, como unidad total de
lo mismo, como imperio. Por ello es congruente que los niños rían en los momentos
agónicos y de muerte, que rían frente los enfermos terminales, así como en los velorios
y durante los entierros jueguen, y que no asistan, si así lo quieren, después a los
rosarios.
Aquí se libera otra óptica, no hay pasado sin movimiento (la evanescencia del
instante de Levinas), no hay una boca que de la nada vomite otra boca. La soledad no es
un recuerdo del origen o de la razón-motivo de la búsqueda como vida y despliegue de
una voluntad sufriente y desvalida, o altiva y generosa en sí.

Al que grita hay que atenderlo, y no porque nos moleste su grito, como a él
nuestro canto (como estridencia y violencia). Lo que éste considere como solución no
tendría porque ser nuestra consideración, eso distingue al que le grita a los demás de
quien escucha a los otros, escuchar su presencia de grito, su alteridad y su dolor no es
justificación para considerar y decretar que sufre la locura, y que merezca el olvido o la
hoguera, o la muerte, por no ser el suyo nuestro dolor; el que grita duda de los otros y
para éste la soledad no es un recuerdo, para éste nosotros ejemplificamos lo que sufre
como una esperanza mentirosa, como un sueño mentiroso entre pesadillas y
alucinaciones. De lo que no se da cuenta y des-escucha (debido a su propio grito), es
que el también es Otro, que pensarnos mentira es negarse ontológicamente a si mismo,
negar pues la instancia por la que es posible sufrir, desde donde se sufre, y se encuentra
y genera el motivo del grito, desde donde también es posible pensarse uno infinita,
verdadera e irremediablemente sólo: es una plena contradicción e incongruencia pura. A
pesar de estas consideraciones y certezas, la estridencia, como evento-grito, en la
convivencia (inevitable) entre los distintos, verdaderamente atenta contra la certeza de
la convivencia como festividad (como armonía).

Sobre la tranquilidad

La tendencia a lo mismo no es sólo des-escucharse como Otro, sino contagiarse del


grito, como gritando, el gritante que se suma, abandona la escucha de si como otro y de
los otros que cantan, el ya no escucha, el que grita para sí sólo escucha su grito, y su
Danza (y por lo tanto el sendero que enmarca con su paso) sigue ese ritmo, el ritmo
estridente del grito; que es silencio y la inmovilidad que impone al cuerpo una quijada
desencajada. Ahora pues, el camino que uno transita, es en la escucha que los otros
perciben de su canto, cuando otro grita borra su presencia como canto, e inhabilita el
sendero de interrelación sonora, el otro que grita pasa de, ser que comparte, a ser que

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pretende imponer su ritmo, enmarcando por lo estridente, lo que silencia todo aquello a
su alcance. Alejarse del que grita, en la indiferencia del Otro como sufriente, no es una
solución, no hay que tape la escucha del ser declamándose, el verso de la vida es
sonoridad y se compone de todo acto y todo acto es sonoro. La indiferencia ante el Otro
es también búsqueda de silencio, es también gritar al otro que se calle, es por lo tanto
contagio de grito. La tendencia a lo mismo de la que Levinas nos hablara; es un
contagio, el contagio del grito como búsqueda del Silencio de los distintos. Este
apartado trata sobre la supuesta “tranquilidad” que se busca en la indiferencia, con la
anterior hemos develado que esta tranquilidad lo es sólo en apariencia, y es conforme a
la niebla de la creencia: creencia del silencio como consuelo, el abrigo de la nada que
para ser posible requiere la consumación de la conquista de lo Mismo (como grito)
sobre lo Otros (como la totalidad de los existentes), allí se encuentra otra falacia
minima, el silencio como consuelo es pues una charada, el abrigo es tan sólo posible en
tanto abrazo amistoso con lo Otro, , para abrazar la nada se debe dejar de ser como Otro,
al diluirse uno en ella, se pasa a ser el “abrigo”, en ningún momento ésta te abraza, para
quien se funde en la nada -si es que esto es o a sido- ese acto no culmina su dolor ni
tampoco erradica su sonido, que a de retumbará en el infinito, eternamente, como la
huella histórica de una presencia que sufrió (o que incluso continuara sufriendo en el
recuerdo de los senderos de los Otros) aunque ya no grite. Al concebirse en lo Mismo
como la nada, al des-escucharlo todo más que sólo al silencio, se des-escucha a sí como
Otro y en ese sentido jamás escucha desde sí la nada como para que en algún momento
se sienta aliviado. El alivio es la recepción armoniosa de algo que siempre es otro, des-
escucharlo todo imposibilita toda cura, todo alivio; la caricia (como satisfacción)
siempre es para el Otro (es dirigida hacia algún Otro) como regalo sin valor de costo ni
vida desgastada. Al parecer la lógica del egoísta sólo goza de sí, eso es des-escuchar al
Otro, y por lo tanto es ilusión de gozo, niebla de la creencia.

Si conocer es satisfacción, no es satisfacción ante lo que ya se conoce, o con


mayor precisión, lo que ya no se ignora, la determinación conceptuadle lo que es
melodía es siempre un error, la síntesis de lo Otro, es siempre una mentira, una pseudo
copia; y no por que se clasifique en una categoría menor del Ser, sino porque conocer al
Ser es escucharlo, y por lo tanto es escuchar la verdad que sólo se encuentra através del
Otro, en la interacción armoniosa de la vida, en que uno canta a la vez que el otro, y los
que en presencia de los demás, se escuchan unos a otros y otros a unos. Callar al Otro
dentro de la in-teorización subjetiva del sí, para pretender comprenderlo mediante la
aprehensión minima de una atención (como escucha) diáfana de lo que se declama
como infinito, es como tomar una muestra estadística sesgada, de una población
indeterminable, en tanto siempre deviene siendo Otra. Aquí se descubre pues que la
pretensión de la determinación (como aprehensión) de lo Otro es un imposible, y no es
que se tiren patadas al aire de nuevo, sino que aunque un ejercito de pretensión aborde
la vida, asentando estructuras fijas de comprensión auto-renovable, en continua
perfección de herramientas de aprehensión, es decir, que el grito se haga escuchar más
fuerte, agudizando su estremecimiento, la distracción como seducción, infringida en los
Otros, jamás les toca originariamente , siempre y cuando estos cuantos no decidan su
contagio, porque contagiarse del grito, no es otra cosa sino decidir gritar. Cuando
alguien grita a tú cara es decisión tuya gritarle a la suya, si otro violenta, su acto es
violento, en tanto quien reciba tal acto como violencia. ; si nadie le contesta cual herido
violento, su grito se hundirá en la nada de sí mismo, y podrá curarse en tanto que en la
Nada no hay ecos para el Ser.

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Por esto sabemos también que quien nace en un cuarto de gritos, es impelido a
gritar y llorar como un niño mal cobijado, cosa difícil al recordar que la melodía de un
recién naciendo es el sonido mismo del infinito, toda la vida sonando en un solo acto,
no como representación diáfana, sino como la vida misma habiendo y cantando su canto
bello. Estas son las certezas que desmienten las fuerzas altivas de lo violento; Distinción
entre enfermedad y grito. Un niño quizá nazca enfermo, pero jamás (y como certeza
eterna) nace silenciado a la vida (gritando estridencias) lo que llora y grita un niño al
nacer es el canto de la vida entera, no como unidad y representación, sino como salud y
explosión vital del Ser.

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