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LA COLONIA∗

De la Edad de Oro de la polifonía en las catedrales neogranadinas

Una reseña de la música y los músicos en el actual territorio colombiano, hace


necesaria la referencia a un contexto general de orden político, económico y
social que define, en forma más o menos concurrente, períodos en los cuales
puede enmarcarse la actividad musical.

Durante la administración de España en el actual territorio, pueden


diferenciarse al menos tres grandes períodos. El primero de ellos, que se inicia
en el siglo XVI, para Colombia, es el de los descubrimientos y la conquista.
Unas poquísimas referencias documentales indican la presencia de la música
venida de Europa. Se entiende como finalizado tal período, hacia mediados del
siglo. Para entonces, había sido descubierta una vasta proporción del territorio
colombiano, se había sometido a buena parte de la población aborigen y se
habían fundado las ciudades de Santa Marta, Cartagena, Santafé de Antioquia,
Santafé de Bogotá, Tunja, San Juan de Pasto, Santiago de Cali, Popayán, entre
otras, distribuidas en las provincias de Santa Marta, Cartagena, Popayán y el
Nuevo Reino de Granada.

Un segundo período se inicia con el establecimiento de las primeras audiencias


y las primeras Leyes de Indias, promulgadas por Carlos V en Burgos, en 1542.
A partir de entonces, la Corona asume todo el control y se construye un
complejo sistema de organización administrativa, a la cual se sujeta por la
fuerza, la organización social. La Iglesia y la música en esta época se relacionan
en forma profunda y en el caso colombiano, es de particular importancia el
desarrollo que tuvo ésta en la Catedral de Santafé de Bogotá, capital del Nuevo
Reino de Granada. A principios del siglo XVIII y con las reformas introducidas
por Felipe V, se puede ubicar una tercera etapa que finalizará con la
emancipación. La documentación existente permite sostener, a manera de
hipótesis, que las catedrales de las ciudades capitales de las demás provincias,
afrontaron durante todo el período colonial mayores dificultades económicas,
que impidieron la consecución de colecciones importantes de música escrita y
la contratación de personas con conocimientos musicales suficientes para
desarrollar una labor significativa. Por ello, prácticamente durante los siglos
XVI, XVII y XVIII, la historia de la música se referirá a la de la catedral de
Santafé de Bogotá. A partir de las últimas décadas del siglo XVIII, las
condiciones particulares del medio demuestran una sensible decadencia de la
música religiosa, que obedece a las transformaciones culturales, políticas,
económicas y sociales que condujeron a la emancipación.


Tomado, con algunas modificaciones del texto “Colombia”, en Diccionario de la Música Española e
Hispanoamericana. Madrid, Instituto Complutense de Ciencias Musicales-Sociedad General de Autores y Editores-
Ministerio de Educación y Cultura-Fundación Autor, 2000.
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Es oportuna la referencia general a consideraciones que justifican las


anteriores afirmaciones. Al momento de producirse la conquista y la
colonización de América, España contaba con una monarquía absoluta que no
compartía sus poderes, característica que se acentuó poderosamente en los
territorios americanos. La dirección y la administración de este nuevo imperio
se realizó desde Madrid, mediante una compleja red de organismos creados
para asegurar el efectivo control económico, político y aun religioso. Una
legislación fundamentada en principios únicos, fue aplicada mediante un
sistema burocrático jerarquizado. Con el tiempo, todo el andamiaje de control
se fue volviendo complejo y se hizo necesaria la creación de mecanismos locales
de representación del poder central; sin embargo, ninguno de estos poderes
tomó decisiones fundamentales de carácter político, jurídico o económico. La
administración general en América tuvo como característica la de ser
reglamentarista, lo que permitió la consolidación de un sistema intervencionista
del Estado.

A partir del siglo XVII, el sistema colonial entró en plena vigencia, a pesar de las
dificultades de orden económico y demográfico, ocasionadas por el vertiginoso
descenso de la población aborigen y sus consecuencias sobre el sistema
productivo de entonces. La sociedad, eminentemente urbana, se consolidó con
una fuerte estratificación, caracterizada por el efectivo dominio que ejerció una
minoría blanca, que impuso un sistema de valores y patrones culturales
originariamente españoles. Resulta muy difícil comprender la sociedad colonial
y su desarrollo cultural, sin tener en cuenta el papel dominante de la iglesia
que penetró en todos los campos de la vida colonial. Además de controlar las
conciencias individuales y de orientar los ritos más importantes de la vida
familiar y social, se le encargó de realizar la labor de evangelización y por tanto
de aculturación del indígena. Tuvo a su cargo igualmente la educación de la
élite blanca. En el terreno cultural, la iglesia tuvo la supremacía y el control
sobre la actividad intelectual. La Inquisición, a través de diversos medios de
control y censura, vigiló la imprenta, la producción literaria, el contenido, la
lectura y la circulación de las obras.

En América, la cultura estuvo regida por el estamento eclesiástico y para el


caso colombiano, la literatura y la música fueron producidas casi en forma
exclusiva por clérigos. Este marco de referencia muy general, puede explicarse
por la existencia del Real Patronato mediante el cual, España controló las
acciones de la Iglesia en el Nuevo Mundo. Para ello había antecedentes tales
como la bula Orthodoxae fidei expedida por Inocencio VIII en 1486, que
consagraba el derecho que los Reyes tenían a presentar candidatos a los
obispados, monasterios y beneficios eclesiásticos en el Reino de Granada,
todavía por conquistar. En 1493, Alejandro VI concedió el dominio de las tierras
recién descubiertas bajo la obligación de procurar la conversión de infieles. Y
ordenó "en virtud de santa obediencia, enviar a las dichas tierras e islas, con
toda la diligencia requerida, varones probos y temerosos de Dios, doctos,
instruidos y experimentados para enseñar a sus habitantes la fe católica y
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educarlos en las buenas costumbres". Adicionalmente, el Papa Alejandro VI en


1501 cedió a los Reyes los diezmos pertenecientes a todas la iglesias de
América, con la condición de señalar las rentas necesarias para el
sostenimiento de las iglesias que se erigieran, colocando a la Iglesia
Hispanoamericana en una rígida dependencia del trono español y sujetándola
al poder civil, entonces representado en las Colonias americanas. El Papa Julio
II otorgó en 1508 a los Reyes, el derecho a presentar todos los candidatos a
arzobispados, obispados y todas las dignidades y beneficios eclesiásticos en
América, haciendo eco de las concesiones otorgadas por el Papado años atrás
para Granada. El espíritu centralizador de la Corona se advierte entre otras
cosas en lo que toca a la política religiosa, según consta en documentos tales
como la Cédula Magna (1574), expedida después de la Junta Magna reunida
por Felipe II en 1568, mediante la cual se prohíbe erigir iglesias catedrales,
parroquiales, conventos, arzobispados, hospitales y lugares píos o constituir
arzobispados, obispados o dignidades y beneficios eclesiásticos o religiosos, sin
licencia expresa del rey. Puesto que el Patronato no podía ser ejercido en forma
directa por el Rey, se delegaron sus funciones en virreyes y audiencias, en tanto
autoridades civiles presentes en América: por ello intervenían en
nombramientos de párrocos y curas doctrineros, distribución de diezmos y
pago de estipendios necesarios para el ceremonial de las catedrales y otros
asuntos. Antes de continuar y a propósito de la estrecha relación que la música
tiene con la iglesia católica, resulta oportuno citar la distinción que hace
Andrés Pardo Tovar sobre la música religiosa en su obra de la Historia de la
Música en Colombia. Afirma este autor que la cultura musical en Colombia
durante el período Colonial nace en primera instancia como una "traslación" de
la española y luego como una "transculturación" y que está signada en forma
predominante por lo religioso y lo litúrgico. Distingue Pardo Tovar entre la
música conventual de las diferentes comunidades religiosas establecidas; la
música misional que surgió de las labores propias de la enseñanza y
adoctrinamiento de la población aborigen, desarrollada en colegios y seminarios
encargados de la preparación de los misioneros; la música parroquial, propia de
las iglesias de las poblaciones criollas y de los pueblos "de indios", y la música
eclesiástica utilizada en las catedrales e iglesias importantes.

Dada la escasa bibliografía que registra acontecimientos cotidianos, no existen


mayores referencias a la música que muy seguramente, más de uno de los
españoles venidos a América, trajo como parte de su propia tradición. Casi con
certeza no fue música escrita, sino aprendida y transmitida en forma oral. Ella
no podía ser distinta de aquella difundida en España y que de alguna forma
debió tener arraigo entre la colonia de peninsulares establecidos en América.
Dice José Ignacio Perdomo que los conquistadores "junto con sus arneses de
guerra trajeron para regocijarse en las noches de las largas jornadas, la
guitarra andaluza, la inseparable vihuela, las castañuelas y la pandereta, los
cascabeles y los pitos". A las Indias viajaron con los libros litúrgicos, ejemplares
de obras musicales como la clásica Orphenica Lyra de Miguel de Fuenllana y el
Vergel de Música de Martín de Tapia, despachados a América en 1576; los
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libros con la música de Antonio de Cabezón, enviados a Panamá en 1586; la


obra de Esteban Daza enviada a Lima en 1594 y otros, cuya relación se
encuentra en los libros de control de despacho de la Casa de Contratación de
Sevilla. No existe referencia de envíos a las primeras poblaciones del territorio
colombiano, al menos en el siglo XVI.

La música en el siglo XVI

Santa María la Antigua del Darién fue fundada por Martín Fernández de Enciso
en 1508, sobre el fuerte de San Sebastián y hoy convertido en ruinas. En esta
pequeña población, los franciscanos establecieron un convento y según consta
en documentos hacia 1512, vivían tres o cuatro religiosos. El 28 de agosto de
1513 se creó el obispado para Santa María y fue nombrado para desempeñar el
cargo fray Juan de Quevedo. Se le concedió, junto con su nombramiento, una
larga lista de ornamentos y objetos para el culto, entre los cuales bien vale
destacar: "libros de canto toledano, seis salterios grandes toledanos o
sevillanos, seis manuales", primera referencia oficial de dotación musical de
que se tenga noticia en Colombia. Quevedo, ya en América, se dio a la tarea de
organizar su nueva diócesis: contaba con un capítulo, consejo de religiosos,
constituido por un deán, chantre, maestre-escuela, seis canónigos, tres
sacristanes y un arcipreste. Para 1515, ordenó la reina doña Juana la
construcción de una catedral que sustituyera el entonces humilde templo,
concediéndole todos los diezmos, a partir de la fecha en que su orden llegara a
Santa María la Antigua del Darién. Hacia 1522 se posesionó como nuevo obispo
fray Vicente de Peraza y se trasladó junto con el obispado a la ciudad de
Panamá, fundada en 1519. En 1524, Santa María la Antigua del Darién se
encontraba totalmente despoblada. Para poner algún control a los desmanes de
la soldadesca, Carlos V ordenó en 1526 la presencia de "clérigos de misa" en las
expediciones autorizadas mediante las capitulaciones. Se requería que los
capellanes velaran por el bienestar de los soldados de cada expedición y por el
bienestar de los aborígenes. Muchos de ellos dieron cumplimiento a estos
deberes; sin embargo, otros tantos fueron demandados durante todo el siglo,
por actuaciones relacionadas con el enriquecimiento fácil y el relajamiento de
las normas austeras que en España regían la vida de los claustros. En 1524
Rodrigo de Bastidas firmó las capitulaciones requeridas para la conquista de la
nueva provincia de Santa Marta. La ciudad fue fundada en 1526 y nombrados
Diego Peñas como primer vicario y Juan Rodríguez como primer cura párroco.
Una vez revisadas por el Consejo de Indias se imponía, entre otras
disposiciones, que "en los pueblos los encomenderos debían construir iglesia y
dotarla de los suficientes ornamentos". Cabe inferir que los libros de canto y
algunos instrumentos musicales requeridos por el culto, eran parte de los
ornamentos con los cuales debían dotarse las iglesias; sin embargo no existen
registros específicos que así lo demuestren y, tampoco evidencia que a Santa
Marta fueran enviados libros de música, ni instrumentos musicales. Nombrado
el licenciado Alonso de Toves como prelado de esa ciudad, se ordenó a la Casa
de Contratación de Sevilla aportar un total de 200 ducados para la iniciación de
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la catedral y al Gobernador, entregar dos terceras partes del oro confiscado a


fray Tomás Ortiz, para dar cumplimiento a este propósito. En 1534, se erigió
esta parroquia como diócesis, mediante bula del Papa Clemente VII. Hacia
1531, un incendio destruyó la pequeña población de Santa Marta. Nombrado
Juan Fernández de Angulo como obispo en 1537, se posesionó del cargo un año
después. Para 1540, la situación en la población de Santa Marta era bastante
deplorable. Registra el obispo Fernández en carta dirigida al rey, que la iglesia
estaba en condiciones de pobreza tal y sin adorno, que parecía irreverente
guardar en ella al Santísimo Sacramento. De ello puede inferirse que el cultivo
de la música en la catedral era casi nulo. En 1587, en Santa Marta no vivían
más que el obispo y un cura, además de 4 párrocos de la orden franciscana;
por consiguiente era ésta una catedral sin capítulo. A principios del siglo XVII,
Santa Marta no constituía más que una pequeña aldea, llena de dificultades de
todo orden. Pedro de Heredia consiguió las Capitulaciones requeridas para el
descubrimiento y conquista de la provincia de Cartagena, cuyos límites estaban
definidos entre el río Atrato y el Río Grande de la Magdalena. Desembarcó el 14
de enero de 1533. Ese mismo año fue creado el obispado de Cartagena y
nombrado para el cargo a fray Tomás de Toro. En 1537, con el nombramiento
del dominicano fray Jerónimo de Loayza como obispo de Cartagena, se
adoptaron para ese obispado las costumbres de la iglesia de Sevilla. Más tarde,
en 1547, Paulo IV ordenó para las catedrales del Nuevo Mundo la adopción de
los privilegios y costumbres de esa catedral: ello implicaba entre otras cosas
que seis "racioneros", personas que recibieran un salario, cantasen siempre las
Pasiones y las Tinieblas. Era costumbre que el Maestro de Capilla se encargase
de toda la programación musical y de la enseñanza de la música polifónica; un
segundo maestro debía enseñar el canto llano a los integrantes del coro. La
iglesia de Cartagena en 1542 contaba con un capítulo catedral. Se inicia
entonces la primera referencia de importancia para la historia de la música en
el país, a través de la figura del tesorero Pérez Materano promovido a deán en
1545. En carta que el juez Juan Díez Armendáriz dirigió al emperador Carlos V,
fechada el 24 de julio de 1545, elogia la labor del clérigo Pérez, a quien se
atribuye el realce que dio al culto de la catedral. En 1554, se le concedió
permiso para imprimir y vender un libro sobre "canto de órgano y canto llano",
permiso que fue concedido por un plazo de diez años. En 1560 solicitó Pérez
una prórroga para la impresión, argumentando la imposibilidad de imprimirlo
"_por la carestía del papel que ha habido y hay en las Indias_". Pérez debió
actuar como maestro de canto, y se presume que entre sus alumnos figuró
Joan de Castellanos, ilustre sacerdote de indudable importancia en la
literatura. Resulta necesaria la cita de los versos que don Joan escribió a
propósito de Pérez, en las Elegías de Varones Ilustres: "venerable persona,
docto, santo y Josquin en teórica de canto". Dato sin mayor trascendencia pero
ilustrativo, es el siguiente: fray Juan de Montalvo, como obispo de la ciudad,
presentó como candidato al cargo de sacristán al licenciado Juan Ramírez,
clérigo a quien había conocido en España y que destacó como buen cantor. No
fue nombrado por decisión del gobernador, que proveyó el cargo con un barbero
de profesión. El hecho fue demandado ante la Corona, con el fin de que se
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hiciera uso del Patronato, escogiendo al candidato más digno. La condición de


cantor debía ser de enorme importancia para el obispo, ya que había muy
pocas personas con conocimientos musicales suficientes para desempeñar a
satisfacción las exigencias del ritual.

En 1537, se autorizó la expedición comandada por Gonzalo Jiménez de


Quesada, quien remontó el Río Grande de la Magdalena. Descubrió y sometió al
imperio de los Muiscas, pobladores de los actuales departamentos de
Cundinamarca y Boyacá, y fundó, el 6 de agosto de 1538, Santafé de Bogotá.
Expediciones similares había emprendido Sebastián de Belalcázar desde Quito,
a quien se debe la fundación de Popayán el 6 de agosto de 1537. La Provincia
de Popayán para 1546, aparece relativamente organizada tanto en su vida
eclesiástica como con las audiencias de las principales poblaciones españolas;
eran parroquias de la diócesis, las de Anserma, Cartago, Timaná, Santiago de
Cali, Guadalajara de Buga, entre otras. En 1545, la diócesis que hasta ese año
había dependido de Quito, fue constituida en obispado independiente. Para
1549 aparece el cargo de maestrescuela en la catedral de Popayán, como parte
del capítulo; y dentro de las acciones del obispo Juan del Valle relativas al trato
de los indígenas, se destaca que "puso escuela y estudio, de donde se
desprendiesen las letras y enseñase a los indios así a leer como escribir y
contar, y la gramática y la música de voces". Dadas las condiciones difíciles de
la provincia de Santa Marta, en 1562 Felipe II solicitó al Papa el traslado de la
capital de la diócesis de Santa Marta a la ciudad a Santafé de Bogotá. Fray
Juan de los Barrios, obispo designado para Santafé, trajo en su equipaje los
primeros libros de cantos que llegaron a la capital. La catedral de la ciudad era
por entonces una casa pajiza y el obispo contrató la obra para la construcción
de un edificio mejor. En 1556 el obispo decidió celebrar un sínodo diocesano
para organizar la Iglesia y modificar las costumbres que, en su criterio, dejaban
mucho que desear. De las conclusiones del sínodo se tienen referencias: el
título tercero prescribe la uniformidad en las ceremonias, dentro de las cuales
se entendía la utilización de cierto repertorio musical preferido. Afirma José
Ignacio Perdomo en la Historia de la Música en Colombia, que en las Iglesias se
reforzaba el canto llano con órgano cuando existía este instrumento, y con
chirimías, instrumentos de viento a modo de clarinetes de diversos tamaños
con lengüeta de caña. En las catedrales que podían costear el pago de músicos,
se exigía la presencia de un bajonista, responsable de dar el tono a los
capitulares o el coro. Los órganos fueron traídos para las iglesias catedrales y
las parroquias ricas hasta principio del siglo XVII en que se instaló una fábrica
de dichos instrumentos en Santafé. En 1564, el Papa Pío IV elevó a catedral
metropolitana a la de Santafé y ordenó a las de Cartagena y Popayán, ser
sufragantes de la de la capital del Nuevo Reino de Granada. Desde entonces y
durante los siglos XVI, XVII y XVIII, la historia de la música en Colombia puede
seguirse a través de la historia de la música en Santafé de Bogotá y su catedral.
No es este un hecho gratuito: las Provincias y sus ciudades posiblemente no
tuvieron los recursos económicos suficientes para sostener los gastos que
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implicaba el desarrollo de las actividades musicales en los términos en que ésta


se desarrolló en la capital del Nuevo Reino de Granada.

A la muerte del arzobispo Juan de los Barrios, Felipe II nombró a fray Luis
Zapata de Cárdenas como arzobispo de Santafé, cargo del cual se posesionó en
1573. En 1581, decidió abrir el Seminario Conciliar de San Luis, apoyándose
en las ordenanzas reales de 1580 en las cuales se exigía como requisito para la
ordenación de sacerdotes, el haber cursado por lo menos un año de estudios de
lengua aborigen. Alumnos de dicha institución fueron 15 o 16 seminaristas
para los cuales se construyó una casa con sus aulas. Fueron rectores de dicha
institución: Francisco Sánchez, Pedro Ortiz de Chaburu y Gutierre Fernández
Hidalgo (1553-1620), figura esta última de particular relevancia para la música
del siglo XVI en el Nuevo Reino de Granada, y considerado por Stevenson como
“el más grande compositor renacentista residente en América”.

Fernández Hidalgo llegó a Santafé hacia 1583, y acá fue Maestro de Capilla de
la catedral. A pesar de que fue un músico notable, permaneció en la ciudad
muy pocos años. De la inmensa obra de este polifonista se conservan solamente
en el archivo de la catedral un total de 22 obras, siendo el único sitio del
mundo en donde permanecen. El seminario de San Luis llevaba cerca de cuatro
años de labores cuando se precipitó una huelga generalizada de los
seminaristas. En palabras de Alonso Garzón de Tahuste tomadas del informe
que entregó al obispo, advierte que "no se sabe ni entiende habérseles hecho (a
los seminaristas) mal tratamiento en lo que toca a su comida y vivienda, antes
entiende como dicho tiene, dexaron el colegio por no acudir a llevar adelante la
virtud y sabe de un colegial se huyó porque siendo muy buen músico de canto
de órgano, le persuadió que desprendiese a tañer órgano, por si faltase el que lo
tañe, pudiera servir en la iglesia". A raíz de la huelga del seminario y su cierre,
Fernández Hidalgo se trasladó a Quito y posteriormente al Perú, en donde
falleció en Charcas en 1620.

A propósito de la situación descrita con los sacerdotes criollos y mestizos, vale


destacar la figura de Gonzalo García Zorro, vinculado al medio musical por
cuanto figura como MC de la catedral y maestro de música. Hijo natural de un
capitán español y de una india, se vinculó a la catedral siendo muy joven, en
calidad de monaguillo; desde 1563, fue nombrado sacristán. Asumió
igualmente las funciones de maestro, y como señala él mismo, hacia 1575
reunió un grupo de jóvenes a los cuales "he enseñado ansí a leer y escribir
como a cantar canto llano y canto de órgano, y muchos destos he sacado
diestros en las dichas partes". Entre los discípulos se contaron Felipe Álvarez
de Acuña, Cristóbal de Avila, Gonzalo Bermúdez, Juan Burgueño del Castillo
entre otros nombres de clérigos nativos.

Finalizado el siglo XVI, quedan entonces como figuras relevantes para la


historia musical el compositor Gutierre Fernández Hidalgo, Maestro de Capilla
de la catedral de Santafé de Bogotá, el deán de la catedral de Cartagena Juan
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Pérez Materano, y el canónigo Gonzalo García Zorro. Como escuelas, las


registradas a propósito de las catedrales de Santafé y Popayán y la presencia
ocasional en las referencias bibliográficas, de libros de canto llano y de
instrumentos musicales, sin especificación alguna. Bien vale anotar que la
documentación de los archivos de las catedrales de las Provincias de Santa
Marta y Cartagena no existe en la actualidad. Por infinidad de razones se
destruyeron las evidencias de la vida musical que posiblemente se desarrolló en
aquellas ciudades.

Siglo XVII

En 1599 fue nombrado arzobispo de Santafé de Bogotá fray Bartolomé Lobo


Guerrero, quien permaneció en el cargo hasta 1609, año en que fue trasladado
a Lima. Entre sus labores se destacan la contratación del español Francisco de
Páramo para copiar treinta y dos libros corales de canto llano. Hechos en
pergamino, Páramo decoró los folios con letras capitales, viñetas, orlas titulares
y miniaturas. La obra de extraordinario valor artístico, se conserva en el archivo
de la catedral de Santafé de Bogotá y comprende el oficio divino, el propio del
tiempo y el propio de los santos. Se atribuyen a Páramo igualmente seis libros
para el convento de los padres agustinos en Cartagena. Páramo fue llamado por
el arzobispo Lobo Guerrero y contratado por el capítulo de la catedral de Lima
en 1615, para realizar un trabajo similar al de la catedral de Santafé. Páramo
murió en Lima el 9 de diciembre de 1616. El arzobispo restableció el Seminario
Conciliar, mediante la creación del Colegio-Seminario de San Bartolomé,
entregado para su administración y dirección a la Compañía de Jesús. Lobo
Guerrero murió en Lima el 12 de enero de 1622. Dentro de las actividades
misioneras adelantadas entre los aborígenes, fue política de la Corona que se
utilizaran todos los medios que estuvieran al alcance de los misioneros para
conseguir la evangelización de toda la población, política que no siempre rindió
los frutos esperados. Felipe II, en sus ordenanzas, aconsejaba y autorizaba que
los sacerdotes utilizaran "música de cantores y de ministriles altos y bajos...".
Iniciado el siglo XVII, los misioneros de las órdenes religiosas entonces
autorizadas para establecerse en el Nuevo Reino de Granada, impusieron como
práctica la enseñanza de la música en las doctrinas y misiones que les fueron
confiadas. Existen numerosas referencias a la labor musical de los misioneros
en todo el territorio colombiano. Dice Andrés Pardo Tovar: "Muchas debieron
ser las concesiones que los maestros evangelizadores hicieron a los repertorios
populares de raíz española, e inclusive a la música aborigen, en el sentido de
permitir que influyeran la interpretación de los repertorios musicales utilizados
en las ceremonias del culto", . Buen ejemplo de esta labor es la desarrollada por
los padres jesuitas Joseph de Hurtado, párroco de la doctrina de Fontibón y
José Dadey (o Daddey), asignado a la doctrina de Caxicá, poblaciones cercanas
a Santafé de Bogotá. Nacido en 1574 en Mondoví, población del Estado de
Milán, llegó el padre José Dadey al Nuevo Reino de Granada hacia 1604 y
colaboró con otros religiosos de la Compañía de Jesús en la fundación del
Colegio de San Bartolomé. Dentro de las actas de creación del colegio dice
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"Ytem mandamos que los dichos collegiales deprendan el canto de la Yglesia,


así el llano como el de órgano, para lo cual se les señalará tiempo y maestro",
aspecto necesario en la formación de sacerdotes. Entre 1611 y 1615 fueron
traídas algunas reliquias para la iglesia del colegio y, para celebrar dicho
acontecimiento el padre Dadey hizo cantar un grupo de ocho indígenas de la
vecina población de Fontibón, en la cual estuvo establecida una de las misiones
doctrineras de la Compañía. En Fontibón, el padre Hurtado instaló el primer
órgano fabricado en el Nuevo Reino de Granada, cuya construcción se atribuye
(sin fuentes documentales ciertas) al jesuíta José Daddey. Según el testimonio
del padre Leonardo Ramírez S.J., vinculado a la Universidad Javeriana
actualmente, el instrumento se conservó en la parroquia de Fontibón hasta
mediados de la década de 1940 y fue destruído por inadvertencia de un
sacristán. En la Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Quito, el padre Pedro
de Mercado S.J., destaca la labor de los misioneros jesuitas en Caxicá, en
cuanto hace referencia a la enseñanza de "el canto llano y de órgano, _les
fueron industriando en la música de flautas, chirimías, violines y otros
instrumentos de armonía sonora". Y más adelante, sostiene que la parroquia de
Caxicá se hizo famosa "con lo sonoro de la música con que se oficiaban las
misas cantadas". El padre Daddey se destacó por los conocimientos que
adquirió de la lengua muisca, en la cual escribió una obra explicativa sobre los
misterios de la religión católica y las principales oraciones que debían aprender
los aborígenes. Murió en Santafé de Bogotá, el 30 de octubre de 1660 y sus
restos reposan en la Iglesia de San Ignacio de la ciudad.

La misión de Tópaga, departamento de Boyacá, también a cargo de la


Compañía de Jesús, adquirió fama por la calidad del coro que con frecuencia
era transladado a la ciudad de Tunja para ceremonias religiosas de
importancia. Al director de este coro, el jesuíta Francisco de Elliauri, se le
atribuye haber llevado a Tópaga, "maestros de música que enseñasen a cantar,
y habiendo comprado órgano y chirimías y otros instrumentos musicales de
todo género, parecía aquélla en sus festividades una catedral".

Siguiendo el orden cronológico, a principios del siglo XVII aparece en la catedral


de Santafé de Bogotá, la figura de Alonso Garzón de Tahuste. Desde 1585
ocupó el cargo de cura rector y fue "maestro de canturrías" en la catedral por
cerca de 30 años. Escribió un pequeño estudio sobre la "Sucesión de Prelados y
jueces seculares del Nuevo Reino de Granada". No se conocen obras suyas
como compositor.

Alrededor de los centros de enseñanza se generó la conformación de pequeños


grupos locales de cronistas, poetas, humanistas latinos y también los primeros
pintores pertenecientes a la minoría blanca, peninsular o criolla, único grupo
social que tenía acceso a la educación. Desde mediados del siglo XVII, Santafé
de Bogotá no solamente era el centro político-administrativo, sino el centro de
desarrollo cultural del Nuevo Reino de Granada y las Provincias.
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José de Cascante, sacerdote santafereño, desempeñó desde 1650 y por 52 años


el cargo de Maestro de Capilla de la catedral. Por su obra puede ser destacado
como uno de los compositores más importantes del período colonial. Se
desconocen todas las informaciones de carácter biográfico relativas a este
músico. Escribió casi todas sus obras para dúos o tríos, en forma contraria,
dice el investigador Robert Stevenson, a la tendencia predominante en otras
catedrales de América. Como acompañamiento, Cascante utilizó partes de arpa,
modalidad frecuente en la época, pero no abandonó las chirimías y bajones
tradicionales en la música litúrgica. Hasta entonces en la catedral de Santafé,
el Maestro de Capilla desempeñaba todas las funciones relativas a la actividad
musical y a la enseñanza, tanto del canto llano como del polifónico. Con
posterioridad a la muerte de Cascante, el Capítulo metropolitano tomó la
determinación de deslindar las funciones de Maestro de Capilla y maestro de
acólitos, a la manera de la catedral de Sevilla. En 1681 se posesionó como
arzobispo Antonio Sanz Lozano, quien demostró particular interés en el buen
desarrollo de la música en la catedral de Santafé. Con fecha del 15 de enero de
1687, sancionó la creación de nueve "capellanías" para clérigos cantores, que
recibirían un estipendio, a condición de cantar todas las horas canónicas y
misas conventuales. Para subvencionar los gastos de las capellanías en Santafé
y Cartagena, les fueron asignadas varias propiedades. Por más de cien años,
ellas garantizaron el desarrollo de las actividades musicales en la catedral.
Siendo Cascante Maestro de Capilla, fue adquirido por el obispo Ignacio de
Urbina un segundo órgano para la catedral, en razón de que el primero de ellos
había sido recibido a satisfacción. Este instrumento fue encargado al fabricante
Pedro Rico y se estrenó el 8 de diciembre de 1693. El órgano fue conocido
posteriormente como "el de los ángeles" porque en sus puertas estaba pintada
una imagen de Santa Cecilia tocando un órgano y un ángel moviendo los
fuelles. Para fines del siglo, la catedral contaba con dos órganos, el conjunto de
chirimías, bajones y arpa.

Siglo XVIII

Juan de Herrera y Chumacero, nacido en Santafé hacia 1665, era hijo del
alférez Fernando de Herrera. Ordenado sacerdote, solicitó y obtuvo en 1703 el
cargo de Maestro de Capilla de la catedral, en el cual permaneció hasta 1738.
También fue desde 1690 y hasta su muerte, capellán y Maestro de Capilla del
convento de Santa Inés. Entre sus obras como compositor se destacan algunas
escritas para varios coros. Se conservan tres colecciones de Salmos y otras
muchas obras. Herrera escribió 8 obras para 2 o 3 voces con textos en
castellano, y utilizó el latín para 24 obras con mayor número de partes vocales;
compuso también una Canzona sin palabras. En 1711, la catedral de Santafé
estaba en capacidad de sostener una importante nómina de 11 músicos:
además del maestro Herrera, un segundo compositor, dos organistas, tres
cantores adultos, dos bajonistas, un cornetista y un maestro de acólitos. Entre
ellos y durante un lapso de cerca de 15 años figuraron entre otros: Juan
Ximénez, compositor; Francisco de Sandoval, primer organista; Juan Concha,
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segundo organista e instructor del grupo de niños cantores; Agustín Berganso,


Joseph de Yepes, Nicolás de Subiaurri Elizalde, maestro de canto llano para los
acólitos; Juan Agustín de Subiaurri, primer bajonista; los cantores o tiples
Antonio Cortés, Bartolomé de Soto y Joseph Victorino de Jódar y Luna; Pedro
Agustín de Torres, segundo bajonista, y Juan de la Cruz y Joseph de Hospina,
como cornetistas.

El compositor Juan Ximénez, nacido en Santafé, escribió entre 1709 y 1724


una serie de villancicos que se conservan en el archivo de la catedral. Siendo
arzobispo de Santafé Pedro Felipe de Asúa (1748-1754), fueron promulgadas
las Reglas Consuetas para el cabildo eclesiástico y definidas las funciones del
Maestro de Capilla, el cura de sochantre y demás músicos adscritos a la
catedral. Cuando murió Juan de Herrera, el 2 de marzo de 1738, se mantenía
la distribución de las responsabilidades de los músicos de la catedral con
respecto a la enseñanza del canto a monaguillos e integrantes del coro. En
cuanto hace a la música eclesiástica, se registran innovaciones aun dentro de
la catedral de Santafé de Bogotá: las chirimías y bajones, instrumentos que en
forma tradicional habían acompañado el canto, empezaron a ser sustituidos
por violines y flautas, o por conjuntos integrados con órgano y arpa.

Mateo Melphi, violinista napolitano, fue nombrado músico de la catedral en


1757. En 1759 se nombró en el cargo de Maestro de Capilla a Salvador Romero.
Este músico recibió del Capítulo metropolitano varias sanciones por descuido
en sus obligaciones y fue retirado en 1767. El salario del Maestro de Capilla fue
dividido entre dos cantores; en 1768, fue nombrado primer violinista Francisco
de Chávez y Dionisio de Mesa como organista. Habían sido confiscadas por la
Corona las rentas provenientes de las capellanías establecidas por el arzobispo
Sanz Lozano, lo que provocó mayores dificultades a las actividades musicales.
En 1781 fue nombrado Casimiro de Lugo como Maestro de Capilla de la
catedral, en calidad de interino y bajo esta condición ejerció el cargo por quince
años.

El arzobispo Baltasar Jaime Martínez Compañón se posesionó de su cargo en


Santafé el 17 de agosto de 1797. Hecho ilustrativo de las tendencias antes
mencionadas, resulta el hecho de que se programara como parte sustantiva del
recibimiento al arzobispo Martínez Compañón, una velada musical con obras
de Michael Haydn y Johann Christian Cannabich en 1791 y cuyas partituras se
conservan en el archivo de la catedral de la ciudad. Este arzobispo es
reconocido como una figura relevante en el campo intelectual de la historia
colonial en América. Había sido chantre en Lima entre 1768 y 1778 y enseñó
canto llano en Trujillo hasta 1785. Tenía, por lo tanto, conocimientos musicales
suficientes para promover una reorganización de la música en la catedral.
Solicitó con este propósito un informe detallado a Casimiro de Lugo y en razón
del mismo, destituyó dos músicos por no reunir las condiciones suficientes
para los cargos que ocupaban. Martínez Compañón falleció en los primeros
meses de 1797.
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Ya entrado el siglo XIX, en 1809, figuran Juan Antonio de Velasco, como primer
organista y Mariano Ibero como segundo organista de la catedral. Juan Antonio
de Velasco fue sustituido en el cargo por el sacerdote Antonio Margallo, el 22 de
octubre de 1816. En los documentos del Capítulo metropolitano se aducen
como razones para este cambio, la persistencia de Velasco en el incumplimiento
de las obligaciones del cargo. Asegura Andrés Pardo Tovar, que es posible que
la destitución haya sido provocada más bien por las inclinaciones patriotas del
músico, en un momento en el que la causa independentista parecía
verdaderamente perdida. Antes de finalizar la referencia a la música y los
músicos de la catedral, resulta interesante destacar que su archivo es
considerado como uno de los más importantes entre las colecciones de las
catedrales de la América española. En él figuran obras de Sebastián Aguilera
de Heredia, Rodrigo de Ceballos, Francisco Guerrero, Juan Navarro, Tomás
Luis de Victoria, la colección editada en 1600 por Joannes Flandrus, Juan
Ximénez, Manuel Blasco. Los demás compositores representados en el archivo
de la catedral son Giovanni Franceso Anerio, Gracián Babán, fray Juan
Bautista, Giolo Belli, Cristóbal de Bersayaga, Juan Bautista Comes, Giovanni
Croce, Miguel Mateo del Dallo y Lanas, Matías Durango, Francisco Escalada,
Cristóbal Galán, Joaquín García, Vicente García, fray G. González, Carmine
Giordani, Luis Bernardo de Jalón, Doménico Massencio, fray Ginés Martínez,
Tomás Mizieres, Cristóbal de Morales, Juan Navarro, Marcos de Navas,
Sigismund Ritten von Neukomm, Miguel Ossorio, Giovanni Perluigi da
Palestrina, Carlos Patiño, Mateo Romero, Emile Pessard, Tomás Pillaxo, Juan
de Quesada, Lorenzo Rodríguez Ramos, Juan de Riscos, Mateo Romero,
Salvador Romero, Francisco Sáinza, Theodor Salome, fray Francisco de
Santiago, José Sanz, Juan Sanz, Alonso Torices, Juan de Dios Torres, José
Torres Martínez, Nicasio Zorita, entre otros nombres, algunos de los cuales no
se conocen completos.

La música civil

Con la dinastía de los Borbón se inició una etapa de reorganización


administrativa, económica y educativa, que se aceleró especialmente bajo el
reinado de Carlos III. En las colonias se buscó una mayor efectividad de la
burocracia, y la necesidad de mejores rendimientos económicos, generó la
creación de nuevas entidades administrativas. En el caso del Nuevo Reino de
Granada ésto significó el restablecimiento del Virreinato. América no escapó a
las influencias del Siglo de las Luces, y la intelectualidad radicada en el Nuevo
Reino no fue ajena al debate de principios, valores e intereses que se suscitó en
Europa y Norteamérica. No en vano presiden el panorama intelectual del
virreinato figuras como la de José Celestino Mutis, médico español, Antonio
Nariño, Antonio José de Caldas y José Félix Restrepo, entre otros. No se
pretende exponer aquí que durante la segunda mitad del siglo XVIII se haya
modificado en forma profunda el panorama cultural del país, como para
superar en forma definitiva la mentalidad colonial y localizar allí el nacimiento
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de una cultura nacional colombiana. Ciertamente durante este período se


crearon las bases para una actividad intelectual marcada por un sello más
laico. Es esta una etapa de una producción musical de importancia menor en la
catedral y en cambio, una de florecimiento de la música no religiosa que
empieza a consolidarse como expresión. "Las entradas de los Virreyes se
celebraban, entre otras cosas, con 'músicas', esto quiere decir que había una
banda bien organizada que rompía los bandos y que ejecutaba durante los
fuegos y los toros. Pero ésta no tocaba en la iglesia y para el culto divino había
un gran número de músicos que se dedicaban al órgano, a los instrumentos de
arco y a la flauta. Para las salas, estaba y sobraba con un monocordio, un arpa
o una guitarra...", es la descripción que hace Juan Crisóstomo Osorio y
Ricaurte en los Breves Apuntamientos para la Historia de la Música en
Colombia.

En 1784 se produjo la llegada de una banda de músicos del Regimiento de la


Corona, dirigida por Pedro Carricarte. Calificado por las crónicas de sus
contemporáneos como de excelente músico, conformó una pequeña agrupación
compuesta por cuatro violines, dos flautas, dos clarinetes y un fagote, que
posiblemente introdujo un repertorio musical muy novedoso para la ciudad.
Todavía en 1809, Carricarte dirigía la banda llamada de la Artillería, que
alternaba con la de las Milicias, ofreciendo retretas.

Se tienen noticias de las actuaciones de la cantante española Remedios Aguilar


de Zebollino "y esta señora tuvo la condescendencia de cantar, por supuesto
que 'gratis et amore', dos o tres veces en el teatro, unos boleros y unas
seguidillas y algunas cosas más...". A la marquesa de San Jorge, Rafaela Isaza,
se debe la llegada del primer piano que entró en Santafé "Al sacarlo del cajón,
aquéllo fue lo mismo que ver descubrir un elefante, un camello o cualquiera
otra alimaña desconocida entre nosotros" y "ocho días tuvo que resignarse la
Marquesa a tener su casa llena de gentío". Esta dama, conocida como la
Jerezana, cantaba también tonadillas y boleros.

Durante este período se formaron en Santafé diversos círculos intelectuales, a


la manera de tertulias, patrocinadas por particulares. Ejemplos de tales
reuniones, fueron la Tertulia Eutropélica de Manuel del Socorro Rodríguez y el
Círculo Literario reunido por Antonio Nariño entre 1789 y 1794, con una
tendencia definitivamente más política y de discusión filosófica. Dentro de los
contertulios, se mencionan las habilidades que algunos de ellos poseían para la
música y el conocimiento que tenían, entre otras, de obras de Pleyel y Haydn.

La actividad musical dependiente de la catedral de Santafé de Bogotá


languideció con la finalización del período colonial y, perdió su importancia
durante los dos últimos siglos. De allí que su referencia carezca de importancia
en el contexto de los siglos XIX y XX. Los acontecimientos políticos de
independencia iniciados en 1810 y la posterior reconquista, con certeza, no
constituyeron un ambiente propicio para la creación musical.
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BIBLIOGRAFÍA Y DISCOGRAFÍA: J. I. Perdomo Escobar: La música en la


catedral de Bogotá, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1974; R. Stevenson: La
Música Colonial en Colombia. Cali, Instituto Popular de Cultura, 1964; A. Pardo
Tovar: Historia Extensa de Colombia, Vol XX, Tomo 6. Bogotá, Lerner, 1966; L.
A. Escobar: La música en Santa Fe de Bogotá, Bogotá, H. De Greiff y D.
Feferbaum: Textos sobre Música y Folklore. Bogotá, COLCULTURA, 1978; J. I.
Perdomo Escobar: Historia de la Música en Colombia. Bogotá, Ed. Plaza y
Janés, 1980; J. I. Perdomo Escobar: Apostillas de Historia de la Música en
Colombia, en Textos sobre Música y Folklore, op.cit.; M. T. Cristina: Nueva
Historia de Colombia, La Literatura en la Conquista y la Colonia, Bogotá,
Planeta, 1989. E. Bermúdez: Música del periodo colonial en América Hispánica,
Bogotá, Fundación de Música, 1993 (Libro ilustrado y CD interpretado por el
grupo Canto). E. Bermúdez: Del Cielo y de la Tierra, Fiesta de N. S. de la
Candelaria, Santafé, c. 1605, Bogotá, Fundación de Música, 1996 (CD
interpretado por el Grupo Vocal Gregor y por el Grupo Canto). C. Espinosa:
Música de la Catedral de Santafé de Bogotá. CD interpretado por el Coro de
Cámara de la Coral Tomás Luis de Victoria. Bogotá, Medellín, En-Clave,
COLCULTURA, 1994. E. Bermúdez: Música: la tradición indígena y el aporte
colonial, en Gran Enciclopedia de Colombia, Temática, vol. 6 (Arte). Bogotá,
Círculo de Lectores, 1993.

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