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Chiara Berlingeri
Investigadora Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas (INIA), estado Trujillo.
Los paisajes son entidades dinámicas que cambian constantemente a lo largo del tiempo y
del espacio, en función de los procesos naturales y su relación de la sociedad. Dentro de
los factores naturales que determinan el paisaje potencial se incluyen la geomorfología, el
suelo, el clima, la hidrología, la vegetación y la fauna; mientras que las actividades
humanas son las que mayormente interactúan con los procesos naturales para producir los
patrones reales. Estos fenómenos resultan de las actividades culturales, religiosas,
sociales, políticas y económicas que se suceden en el tiempo (Forman, 2006).
En el momento del contacto europeo con los pobladores de América, los indígenas
basaban su subsistencia en diversas estrategias. Había indios que vivían principalmente
de la pesca en las zonas costeras, de la recolección de productos vegetales y de la caza de
animales. También practicaban desde incipientes hasta sofisticadas formas de agricultura,
intercambiaban productos y tenían distintas formas de organización social. Con el arribo
de los conquistadores europeos se inició un proceso de dominación, colonización y
organización de un nuevo orden económico y social que provocó modificaciones
profundas en el paisaje. Se impuso un modelo agrícola basado en especies vegetales y
animales foráneas y un sistema de producción intensivo, cuyo objetivo principal era la
exportación.
Bellisario (2006) discute el argumento presentado por Jared Diamond, el cual atribuye las
diferencias entre los niveles de desarrollo de las culturas del mundo a factores
geográficos y ambientales decisivos. Las sociedades que desarrollaron más
tempranamente un sistema eficiente de producción de alimentos (agricultura) se
desarrollaron más rápidamente. La capacidad de mantener una mayor población y el
surgimiento de una organización social para la producción hizo que se desarrollaran
también otras áreas como la tecnológica, gobiernos, religión y artes. El surgimiento
temprano de la agricultura en Eurasia y su rápida extensión, al parecer, fue el producto de
la presencia de una gran cantidad de especies vegetales anuales y animales
domesticables, de las condiciones ecológicas propias del ambiente mediterráneo y
templado y de la relativa uniformidad geográfica con pocas barreras físicas. También
Harlan (1992), apoya esta hipótesis desde el punto de vista ecológico, al argumentar que
los ambientes más propicios para el inicio de la domesticación y la agricultura son los
que presentan estaciones secas prolongadas, bien sea de clima templado (como el
mediterráneo) o tropical (sabana y bosque seco tropical). No obstante, el mismo autor
añade que es probable que la domesticación y la agricultura hayan surgido en diferentes
áreas del mundo en forma casi simultánea y por una multitud de razones. Un escenario
probable es que poblaciones de cazadores – recolectores comenzaron a cultivar una o
unas pocas especies determinadas, quizás por diversión, conveniencia o creencias.
Los estudios etnográficos realizados en sociedades no agrícolas, así como las evidencias
arqueológicas, permiten inferir que las sociedades cazadoras - recolectoras antiguas
tenían conocimiento suficiente acerca de los ciclos de vida de las plantas, manejaban la
vegetación y el paisaje para favorecer las especies deseadas o hacer el espacio más
confortable, estaban familiarizados con las especies, sus usos y los tratamientos previos
antes de utilizarlas. Es decir, tenían suficiente conocimiento y realizaban prácticas
similares a las poblaciones agrícolas. La única diferencia entre los cazadores –
recolectores y la agricultura es la cantidad de población capaz de mantener (capacidad de
carga). Sin embargo, no parece probable que el incremento poblacional haya ocasionado
el surgimiento de la agricultura. Los cazadores – recolectores tenían estrategias para
controlar el tamaño de la población y no hay evidencias de que el ser humano estuvo
forzado a cultivar por una disminución en la dieta o hambrunas (Harlan, 1992). No
obstante, no se puede descartar que la presión poblacional haya sido en algunos casos la
causante del inicio de la domesticación.
En este sentido, la innovación tecnológica puede ser considerada como uno de los
principales promotores de cambio del paisaje. Frecuentemente, la tecnología moderna
incrementa la base económica, la calidad de vida y el crecimiento de la población. Sin
embargo, conduce a crecimientos poblacionales superiores a la capacidad de carga del
ecosistema y a una degradación del mismo producto de la deforestación, sobrepastoreo,
erosión del suelo, pérdida de biodiversidad y contaminación ambiental.
¿Quién decide o influye en las políticas de un país que determinan el “desarrollo” o “anti-
desarrollo” del mismo?. Esta interrogante seguramente no tiene una única respuesta, ya
que son muchos los factores involucrados en cada caso particular, pero valdría la pena
preguntarse a quién han favorecido finalmente.
Las actividades humanas afectan y son afectadas por la degradación de los ecosistemas y
la pérdida de biodiversidad (Robertson y Swinton, 2005; Dale y Polasky, 2007). Aunque
el deterioro de los recursos ha comenzado a generar una conciencia sobre la necesidad de
una manera diferente de hacer las cosas, cambiar la tendencia de las sociedades agrícolas
es difícil con las fuerzas económicas y de poder actuales. Para ello se debe partir por el
reconocimiento generalizado de que la agricultura necesita de la naturaleza para mantener
su equilibrio a través de una amplia escala de espacio y tiempo. Visto de este modo, las
actividades agro-productivas, la conservación de la biodiversidad y la prestación de otros
servicios a la humanidad se complementan y favorecen.
Algunos procesos o funciones de los agroecosistemas importantes para la agricultura y
que son afectados por la simplificación del paisaje y la disminución de la diversidad
biológica son: la productividad primaria, la polinización, el control natural de plagas y
enfermedades, la regulación de especies invasoras y la dispersión de semillas para la
recuperación de tierras en barbecho, entre otras. La erosión de los suelos, el ciclaje de
nutrientes, los ciclos biogeoquímicos, el ciclo hidrológico, la calidad del agua, la
temperatura y la calidad del aire también afectan a la productividad y sostenibilidad de la
agricultura. El flujo de genes entre especies de cultivo y parientes silvestres relacionados
permite la ampliación de la base genética de las poblaciones, lo que a largo plazo
determina la adaptabilidad de las especies a las condiciones ambientales, sociales y de
mercado cambiantes. En fin, la resiliencia del agroecosistema va a depender de que exista
la biodiversidad suficiente para soportar todos los procesos anteriores y que dicha
diversidad tenga una distribución o estructura que permita la interacción entre los
componentes (Turner, 1989; Bengtsson et al., 2003; Robertson y Swinton, 2005; Dale y
Polasky, 2007).
Los niveles de regulación de los procesos operan a varias escalas temporales, espaciales y
niveles de organización (genes, genotipos, especies, poblaciones, comunidades,
ecosistemas, geosistema), y están basados en una compleja red de interacciones directas e
indirectas influenciadas por los niveles de biodiversidad y las condiciones ambientales
particulares de cada localidad. Debido a que no está claro cómo las unidades de
organización interactúan en el ecosistema bajo distintas condiciones ambientales y los
niveles críticos de biodiversidad necesarios para mantener el equilibrio (Balvanera et al.,
2006), las estrategias de conservación y restauración de los agroecosistemas deben imitar
los mecanismos naturales de los ecosistemas que permiten su adaptabilidad. Esto quiere
decir que las estrategias deben ser preventivas y no reactivas, basadas en la conservación
de los ecosistemas, hábitats y procesos en lugar de especies particulares. Al conservar los
tres primeros se conservan las especies.
Aunque el objetivo debe ser mantener los procesos del agroecosistema, es más fácil
incidir y medir los patrones que los determinan. La opción es entonces incrementar la
diversidad en el espacio y tiempo del agroecosistema imitando en lo posible la estructura
natural a nivel de paisaje, ecosistemas, comunidades y poblaciones.
Sin embargo, no se trata de que en las zonas tropicales no se cultiven especies de ciclo
corto, o que las especies perennes no sean importantes en las zonas templadas. Como se
dijo antes, las condiciones ecológicas y sociales son tan variadas y particulares de cada
región que no es posible un modelo general. Además, lo que se busca es la
heterogeneidad del paisaje agrícola en el espacio y tiempo. La heterogeneidad es la que
permite el desarrollo de mecanismos de adaptación para mantener la sostenibilidad en el
tiempo (Forman, 2006).
Forman, R. 1995. Land Mosaics: The ecology of landscapes and regions. Cambridge
University Press, UK. 632 p.
Harlan, J. 1992. Crops and Man. 2ed. American Society of Agronomy, Inc.; Crop Science
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